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Capitulo 60

Mia Santiago / Hotel Occidente.

Abrah sin duda es un idiota, ¿cómo puede jugar conmigo de esa manera? ¡Y por dios! Alguien lo debe decir primero, ¡¿qué le pasa a esa mujer?! Hasta tiene nombre de zorra. Dice ser bailarina, de seguro fue primero bailarina de uno de los burdeles de Abrah. Hasta su estúpido acento es molesto.

Signorina! —alguien ha tocado la puerta de mi habitación.

—¡¿Sí?!

—Soy Andrés. Son las 8:20, tu amigo el modelo ya debe de estar por llegar.

—¡Deja de llamarlo así! —le grito abriendo la puerta.

—Lo siento, pero no conozco su nombre.

—Su nombre es Abrah —hasta mencionarlo me desestabiliza.

—Será un placer convivir con ambos —dice sonriendo.

¡Que tonta! ¿Como puede irritarme? Este hombre no tiene ni un poco de culpa, se ha portado amable y de manera extraña se ha enredado en nuestra loca convivencia.

Tomo uno de mis bolsos y agarrándome de su brazo bajamos al primer piso. No pasan más de dos minutos esperando en el lobby, cuando lo veo llegar de manera triunfal. Viste un traje negro, con camisa y corbata del mismo color.

—Buenas noches... —faltaba su enorme sonrisa. —Mi chofer espera.

Andrés se acerca a mí, pero Abrah le da un ligero empujón haciéndolo a un lado, toma mi brazo y me acompaña a la salida. El grito de espanto de Carlos aturde a todos los presentes.

—¡¿Señora?! —exclama sorprendido.

—Hola, de nuevo.

—Gracias por tu lealtad, Carlos —comienza a hablar Abrah. —Por ahora no debes preocuparte, lo pagarás después.

Andrés no tiene ni idea de lo que pasa, parece inerte en observar cada rincón de la camioneta. Es extraño permanecer juntos, con mi ex y con un amigo... nuevo. Lentamente dirijo la mirada al rostro de Abrah, él me sonríe sutilmente y cada parte de mi cuerpo se estremece. Como si de alguna manera Abrah se diera cuenta, comienza a acariciar mi mano sin dejar de mirarme, se pasa a mis piernas y después a mis muslos. De manera muy discreta se pasa todo el viaje acariciándome. ¿Por qué no puedo detenerlo? ¿Por qué me resulta tan difícil permanecer lejos de él?

—¡Llegamos! —estalla Andrés envuelto en felicidad. Este chico parece la bondad hecha persona. —Es enorme.

—Vamos dentro antes de que llegue algún periodista —dice Abrah.

—¡Cierto! Había olvidado que eres modelo. Debe ser difícil ser perseguido todo el tiempo.

—Ya me acostumbré —responde Abrah con mucha "modestia".

—Luces hermosa —me dice Andrés.

—Gracias, tu igual luces muy bien.

—¡Vamos dentro! —exclama Abrah, y entra furioso al teatro.

Al momento de poner un pie dentro del lugar viene a mi memoria todo lo que sucedió hace unos días. Abrah voltea a verme y sonríe malicioso.

—¡Abrah, llegaste! —dice Brianna, corriendo a los brazos de mi esposo.

—Hola preciosa —le responde.

—¡¿Preciosa?!

—¿No te lo parezco? —me pregunta ella.

Le sonrío falsamente y me separo unos cuantos metros, necesito calmarme.

—Te aparté un palco.

—Sabes que yo tengo uno.

—Lo sé... pero el mío es especial, pedí todo lo que te gusta, incluso serán atendidos. ¡Vamos! Te gustará.

—Está bien —responde Abrah y ella lo guía por todo el pasillo a una de las puertas.

—¡Vamos chicos, ustedes también! —su emoción es repugnante.

—Es lindo el lugar, ¿verdad? —me pregunta Andrés.

—Lo es. Es muy lindo.

Entramos a la pequeña habitación, y fuera de aquella gran cortina, nuestros enormes asientos. Debo admitir que es un buen lugar. El día que Abrah me trajo a este lugar quede fascinada, enamorada de todo el teatro, de cada figura, de cada espacio, de su olor a madera, de sus colores tenues, de su calor gratificante.... me hacía sentir como una princesa llegando a su castillo.

—Los veré más tarde —anuncia Brianna saliendo de la habitación, no sin antes mandarle un beso al aire a Abrah.

—Qué mujer tan molesta.

—A mí me parece muy gentil —añade Andrés.

—¿No será que estás celosa? —dice Abrah sentándose de manera ridícula.

—¡Claro que no! ¡Y ya deja de comportarte así!

—¡¿Comportarme cómo?! —dice entre risas, extiendo sus brazos en el descanso del sillón, cruzándose de piernas.

—Sabes a lo que me refiero.

Me alejo de él y voy directo a la pequeña mesa de aperitivos, uno de los meseros se acerca ayudarme, pero estoy tan alterada qué prefiero hacerlo sola. Trato de aparentar un buen comportamiento, pero mi cuerpo me delata. Mis manos están temblorosas, derrumban cada recipiente que toco y al tratar de abrir una de las botellas por poco le vuelo un ojo a uno de los sirvientes.

—Tenemos tiempo antes de que comience. Me encantaría saber más de ti —me dice Andrés, posándose a mi lado.

—No hay mucho que saber.

—Lo dudo —me dice sirviéndome un trago.

—En primer lugar, a ella no le gusta el coñac —dice Abrah arrebatándole el vaso. —Su favorito es el vino blanco.

—Deben conocerse de mucho tiempo —responde él algo sorprendido.

Sonrío incomoda ante la situación.

—Veras... —comienza a decir Abrah. —Conozco más de ella de lo que te puedas imaginar.

Su tono no me gusta.

—¿De dónde es que se conocen?

—Bueno... él es... —intento decir una mentira, pero me resulta imposible. Abrah sonríe esperando mi respuesta, pero no hay nada.

—Nos conocimos aquí en Milán, desde que éramos niños. Nuestros padres se conocen de años.

—¡Exacto!

—Wow, es sorprendente.

—¿Y cómo es que te decidiste trabajar en el modelaje?

—Bueno... —Dios, ayúdame con una pequeña mentira.

—Es que ella no es modelo, lo intentó por años, pero nunca fue su fuerte —dice Abrah.

—Creí que lo eras, eres muy hermosa.

Ni siquiera sé que responderle, Andrés tiene esa mirada dulce de un niño de quince años, no puedo mentirle.

—De hecho, lo es, pero aun así no le funcionó, te voy a explicar —le dice Abrah tomándolo por el hombro. —Yo siempre estuve allí para ella, ya sabes apoyándola en todo, pero ella... no sé, siempre tenía otras ideas en la cabeza. Cuando estuvimos juntos la primera vez ¡Uff, no sabes! No tenía idea de nada yo tuve que enseñarle todo.

—¡¿Qué diablos dices?! —suelto.

—¡Te lo juro! Aunque yo insistía en que le pusiera más empeño, ya sabes ¡más corazón! ella no lo hacía. Siempre era yo él que hacía todo el trabajo, era agotador.

—Me imagino, tu naciste para eso —le responde Andrés.

—Soy el mejor en eso, tan solo pregúntale a ella.

—¡Ya cállate!

—De verdad intente ayudarla, ya sabes que aprendiera con la práctica, pero era muy tronca.

—¡¿Cómo puedes decir eso?! —grito. —Estás loco.

—Es la verdad, aunque de vez en cuando hacía algo con las piernas... fabuloso.

—¡¿Puedo hablar contigo a solas?! —le digo jalándolo del cuello hacia el pasillo. —¡Que te pasa! ¿Quieres avergonzarme con tus comentarios de doble sentido?

—¿De qué hablas? Yo estoy teniendo una conversación norma con mi amigo Andrés. Ya sabes, de modelaje.

—¡Tú no eres modelo! ¡Y él no es tu amigo! —grito. —Déjate de ridiculeces hace un momento lo insultabas, ¿qué diablos te pasa? ¡¿Qué es lo que quieres ganar con eso?!

—Estas siendo paranoica —él idiota está sonriendo.

—¡Por supuesto que no! ¡Ya basta! Déjalo en paz.

—Si te cuesta trabajo escuchar mis conversaciones, ¿qué haces aquí? Nadie te pidió que vinieras.

—¡Que! Ja, pero si tu fuiste el que provocó ¡todo esto!

—Brianna me invitó a mí.

—"Brianna me invitó a mi" —lo arremedo. —Estoy harta de esa mujer.

¿Quién demonios se cree?

—Estás celosa.

—¡No, no estoy celosa!

—Si lo estas.

—No, no lo estoy. Tú y yo no somos nada.

—¿Qué hay de hace unos días? —me dice acercándome provocativo.

—Ni se te ocurra tocarme. No caeré de nuevo, tú me alejaste, tu quisiste que esto pasará.

—Si, pero es diferente. Yo quise que te fueras de aquí para protegerte. Deberías de estar en México.

—¡Pero no lo estoy! ¿Cuál es la diferencia de estar separados aquí o lejos?

—¡Qué no podría verte! ¡Si estuvieras con otro hombre allá en México solo podría imaginarlo, pero no podría verlo! Aquí es distinto, me moriría de celos.

—Así que tú eres el celoso.

—Yo no tengo miedo en admitirlo. Lo soy.

—Solo déjame en paz.

—No.

–¡¿Por qué lo haces?!

—¡Porque viniste! Y no lo hiciste para salir con el imbécil ese —dice apuntando la puerta. —Viniste a este lugar para estar conmigo, te reúsas a irte del país porque me amas, no quieres estar con otros hombres, yo mejor que nadie lo sé. Ya deja de mentir.

Me he quedado muda, lo maldigo por tener la razón.

—No puedo seguir con esto —le digo dándome la vuelta. —Ni siquiera puedo tener una noche tranquila contigo.

—Es lo genial de estar conmigo, jamás te aburres.

—No, es de lo peor, solo te burlas de las personas que están a tu alrededor. No aceptas tus errores y todas las decisiones, aunque sean absurdas tienen que completarse. Te amo, pero eso no te da el derecho de manipularme.

Entro de nuevo al palco, tomo de la pequeña mesa una copa de vino y me la tomo de inmediato. Lagrimas intentan aparecer en este momento, pero yo me reúso, no puedo llorar, no me lo permito. Uno de los sirvientes me entrega un pañuelo.

—¿Estas bien? —me pregunta Andrés desde su silla del balcón.

—Si, solo que estoy algo cansada —respondo llevándome conmigo la botella.

Me siento junto a él en aquella gran silla roja. Observo el escenario desde aquí. No puedo creer que ni siquiera tengo ganas de ver el show, y tampoco tengo ganas de estar aquí. Volteo hacia la puerta, continúa cerrada, él no volvió a entrar. ¿A dónde fue?

—¡Creo que el show ya va a comenzar! —dice Andrés emocionado. Y esta en lo correcto, las luces disminuyen y la música comienza a entrar.

—¿Enserio te vas a beber toda la botella?

—¿Tienes algún problema?

—No para nada —dice levantando sus manos.

—Bien, ahora disfruta de la función.

—De acuerdo —me sonríe.

A los minutos las bailarinas comienzan a entrar, y acompañados de una gran orquesta, hacen un show fabuloso, aunque trato de enfocarme en la función no puedo conseguirlo, estoy demasiado impaciente.

—¿Qué te pareció?

—Fue muy, muy lindo —le sonrío. —Tengo que ir al tocador, ¿te espero en la entrada?

—De acuerdo.

El pasillo ha comenzado a llenarse de multitud, camino entre ellos. A unos metros de la puerta, escucho su voz.

—¡Es lo más gracioso que he escuchado! —dice una mujer.

—Hablo enserio —dice Abrah entre risas. —Jamás miento.

—No has cambiado nada, sigues siendo el mismo —ríe la mujer, apoyándose sobre el brazo de Abrah.

Hay cinco mujeres en total, él está sentado en un pequeño sillón mientras ellas lo rodean. Él ha aprovechado este espacio para estar con ellas, es por eso que jamás regreso al palco. Ha estado bebiendo desde entonces, él jamás habla y ríe así de alto si no hay un trago de por medio, o si la persona no le agrada.

—¿Me invitas un sorbo de tu bebida? —le dice una de ellas.

—Creo que hay suficiente en la botella para que te sirvas un trago.

Todas ríen creyendo que es broma, pero yo sé que no fue así.

—Me encanta el negro en ti, el color debería de agradecerte.

—¡Es cierto! —aprueban las demás en coro.

—Debió ser difícil —dice Brianna a mis espaldas. —Estar casada con él.

—¿Cómo dices?

—Que debió ser difícil. Sinceramente Abrah nunca fue de los que se casan, me sorprendió saber que lo había hecho, nunca ha logrado tener algo serio con alguien.

—Él no... —me interrumpe.

—Tan solo llevan un día de haberse separado y míralo —lo apunta con su mirada. —Parece que está buscando de inmediato tu remplazo.

—No sabes nada de nosotros.

—¿Qué me dices tu? ¿El hombre que te acompaña no es el remplazo de Abrah?

—No creo que tenga que darte explicaciones.

—El show terminó, deberías de preocuparte por el regreso. Abrah y yo tenemos planes.

Brianna camina de inmediato a donde esta Abrah, él se levanta y le da un abrazo. Él ni siquiera me ha notado. Algo dentro de mí se enciende, como si saliese la furia, el demonio de mi interior, corro hacia ellos y tomo del cuello a Brianna tumbándola al suelo, otra de las chicas se asusta y pretende ayudarla, pero lo único que consigue es que le suelte un golpe en el rostro.

—¡¿Quién eres?! —grita una de ellas. —¿Estás loca?

—Cállate pendeja —sí, lo dije en español. No me entenderá.

—¡Oye! —me dice Abrah tomándome de la mano. —¿Qué tienes?

Siento sus ojos enfocados en los míos. Estoy muy, muy molesta.

—¡Vas a pagar por esto! —grita Brianna desde el suelo, no ha dejado de sobarse el cuello.

—Atrévete acercarte a mí de nuevo, o a mi familia y te mato.

—¡¿Bebiste?! —exclama Abrah con un ligero toque burlesco.

Ignoro todos los gritos, insultos y amenazas de las demás, caminando hacia la salida.

—¡Mia!

—Déjame.

Corro en dirección a los baños, y cuando estoy a punto de cerrar la puerta, el brazo de Abrah la detiene.

—Tenemos que hablar.

—Puedes dejarme sola un momento.

—Solo quiero hablar contigo.

—¡¿Qué es lo que quieres?! —le digo dejándolo pasar.

—Lo siento.

—¿Qué?

—Te hice sentir mal.

—No tienes que explicarme nada, no importa.

—Si, desde que llegamos al teatro no hecho más que molestarte. Te pido perdón.

Lo miro a los ojos, y no puedo evitar que los míos se cristalicen. Abrah me sonríe y me acaricia el rostro.

—Solo quiero irme.

—¿A casa? —me dice insinuando.

—A cualquier parte, estoy harta de todo esto.

—No me había dado cuenta de que existía ese lado tuyo, sí que eres buena con la derecha.

Suelto una carcajada y recibo un abrazo.

—He sido un completo idiota, me disculpo. Te pido perdón.

—No te preocupes, creo que ya me acostumbré.

—Me encanta cuando estás ebria, luces más ardiente.

—¡Cállate! —lo empujo. —No puedo quitarme de la mente la imagen de ti, rodeado de mujeres.

—Tu eres la única para mí, lo sabes, ¿cierto?

—Si, pero estábamos separados, ¿no? —toqueteo su pecho con mis dedos. —Entre en pánico.

—No más, siempre seré solo de ti.

Me arrincona con brusquedad en aquella puerta, colocando el seguro y lanzándose a mis labios. Desde que comenzó el día nos hemos vuelto locos, sus comentarios, sus miradas qué dicen poco y todo a la vez, creo que nuestra tolerancia a llegado a su límite. Ya no resisto más. Lo muerdo y lo beso de cualquier ángulo, me carga sobre él y me empuja hacia la puerta una y otra vez, el golpe es fuerte pero excitante, continuamos sin poder detenernos.

—¿Hay alguien allí? —dice una mujer, tocando la puerta.

—¡Mierda! —digo sobre sus labios.

—Shh... —dice Abrah acercándome más a él.

—¡Abran la puerta! Necesito entrar.

Con la mirada trato de comunicarme con él, pero al parecer está embelesado en mi cuello.

—Escóndete en el cubículo —susurro.

—No voy a hacer eso.

—Si, vas a hacerlo. Si no abrimos ahora vendrán más personas, ¡hazlo!

De mala gana obedece y se encierra en uno de los privados. Voy de inmediato a la puerta, me acomodo mi vestido, el cabello y la abro con un bostezo falso.

—Lo siento estaba... Ya sabe —le digo a la pequeña mujer, bueno ni tan pequeña debe tener al menos 60 años.

—No te preocupes, lo imaginé —responde la señora caminando lentamente hacia el cubículo donde esta Abrah.

—Está ocupado —sonrío tanto que me han comenzado a doler las mejillas.

—Usaré el otro.

En cuanto la señora cierra la puerta, toco en la de Abrah, él la abre y sonríe burlón sentado sobre la tapa del escusado.

—¡Fuera! —susurro.

Niega con la cabeza.

—¡Ahora! —insisto.

Sé cruza de brazos y termina sacando un cigarro.

—¡¿Qué haces!? —intento jalarlo del brazo y me sienta sobre él cerrando la puerta con su pierna.

—Quédate aquí conmigo.

—¿En el baño de mujeres?

—¿Por qué no? —me susurra al oído, para después besarlo poco a poco y dejar una qué otra mordidita juguetona.

Suelto una risa nerviosa y me tapó de inmediato la boca.

—Shh —me dice al oído. —No querrás que nos atrapen.

—¿A que estas jugando?

—Solo quiero estar contigo, abrazarte, besarte —sus manos vuelven a mis piernas, con su ayuda me acomodo frente a él. —Sentirte...

Mi respiración ha comenzado a descontrolarse. Y con razón, este escenario es excitante. Comienzo a besarlo y a acariciar su cuerpo sin parar, me resulta sumamente agradable respirar su loción. Cada minuto entra otra y otra persona nueva. Apenas si nos notan.

—Vámonos —le digo sujetando su cuello.

—¿No te gusta aquí?

—No puedo disfrutar como quisiera.

—Solo son unos cuantos besos y caricias —dice tocándome el rostro.

—Ya no es suficiente para mí.

Basta decir eso para que Abrah de inmediato levante mi vestido y se deshaga de mi ropa interior. La agilidad es su fuerte, al instante se desabrocha su cinturón y de manera instintiva me invade por completo. Al sentirlo me ahogo en un grito, solo han pasado tres días desde que estuvimos juntos, pero para ambos ha sido una eternidad. Sale y entra con impulso, el calor nos invade, salen a flote mis más oscuros deseos. Cada que estoy con él pierdo cualquier rastro de vergüenza, me hice fan de su cuerpo desde la primera vez, y no me apena decir que se ha convertido en mi medicina.

—Te amo... —lo digo casi gritando. —Te amo.

—Mia...

—Te necesito —respondo sin aliento. —Abrah, te necesito.

—Estoy aquí —responde jadeando.

—Te amo.

No sé con certeza cuanto tiempo nos lleva estar ocultos en el baño. Pero cuando logramos salir, lo hacemos de manera muy discreta. Creo que nadie lo notó.

Ti amo —me dice besado mi cuello, mientras caminamos por el pasillo tomados de las manos.

—¡Ya! —me sonrojo.

—Eres hermosa —besa mi mano. —Perdóname por todo lo que te hice pasar.

—Estas perdonado.

—Sabes que lo hice porque solamente quería protegerte, fuera de aquí nadie te haría daño.

—¿Y quién me haría daño?

—Cualquiera que me lo quiera hacer a mí.

—Tu no lo vas a permitir.

—Por supuesto que no —me vuelve a dar otro beso. —Sabes... deliciosa.

—¡Shh! —me vuelvo a sonrojar. —Esos comentarios guárdalos para cuando estemos solos.

Sonríe y volvemos a nuestra caminata.

—Perdóname.

—¡Ya te dije que estas perdonado! Todo está perfecto entre nosotros.

—Necesito decírtelo hasta que yo mismo me perdone.

—¿Qué tal si hacemos el segundo round en la camioneta?

Él comienza a reír, y termina asistiendo con la cabeza.

—¡¿En dónde estabas?! Te estuve buscando por todo el teatro —dice Brianna alterada.

—Estuvimos en el baño teniendo sexo.

—¡¿Qué?!

Abrah suelta una carcajada.

—Gracias Brianna por los boletos, el show fue bueno pero el final fue lo mejor —añado burlona.

—Fue un placer verte Brianna, hasta luego —dice Abrah sin dejar de sonreír. Ella queda enmudecida, estoy segura de que no se lo esperaba.

—Deberíamos de ir al hotel por mis cosas.

—Deberíamos de aprovechar tu habitación de hotel para... ya sabes... arreglar las cosas.

Una vez que entramos a la camioneta, nos besamos con la pasión de dos adolescentes que tienen casa sola. El transcurso debió ser caluroso para todo nuestro equipo de seguridad.

Al tocar el pasillo de nuestro piso nos deshacemos de nuestra ropa. Al llegar a la cama ya estábamos completamente desnudos. Hacemos el amor toda la noche, nos divertimos y lo disfrutamos como todas las demás ocasiones. No sé porque, pero siempre las reconciliaciones son lo mejor. ¿Será por eso que las parejas pelean tanto?


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