Capitulo 57
En cuanto salgo al pasillo puedo ver a los guardias rodeando el área.
—¿Dónde está Abrah? —le pregunto a Carlos que espera junto a la puerta.
—Esta por allá, me dijo que te esperara.
—De acuerdo, vayamos con él.
Las piernas me tiemblan, las siento pesadas y rígidas, cada hueso de mi cuerpo se siente tenso. Puedo ver a Abrah a lo lejos, habla con una pareja, se ven algo mayores, pero él sonríe alegre en la conversación.
—¡Amor! —exclama en cuanto me acerco.
—Hola...
—¿Cómo fue que tus padres tomaron la noticia? —le pregunta la mujer, sin siquiera voltearme a ver.
—Se molestaron.
—¡Por supuesto! —responde ella en una carcajada.
—Ya me imagino a tu padre —comenta su esposo.
—Usted lo conoce bien.
Ellos continúan riendo, y yo, fuera de contexto.
—¿Quién es ella? —pregunta el hombre.
—Anya Marcerano, mi esposa —responde Abrah y ambas personalidades se sorprenden.
—¡Como fue posible! —exclama la mujer. —Tu estabas apartado para mi hija. ¿Cuándo fue la boda?
—Hace medio año aproximadamente.
—Ya veo —responde el hombre y me mira de pies a cabeza.
—¿Qué hay de la presentación en Corea? ¡Estuvo fabuloso! ¿no? —añade la mujer.
—Estoy de acuerdo estuvo increíble, desee quedarme, pero ya era tarde.
—Lo hubieses hecho, sabes que puedes quedarte en nuestro hotel.
—De hecho, Nathalia tenía lista una habitación para ti —habla el hombre.
De inmediato volteo a ver a Abrah pero él no nota mi reacción, ni mi obvia incomodidad con el tema.
—Lamento eso, pero tenía que regresar a Alemania.
—Es inevitable, eres un hombre muy importante.
—¿Y tú? —se dirige a mí la mujer. —¿Tu familia es conocida?
¡Qué mujer tan molesta! Lo que le falta de modales, lo tiene de dinero la muy maldita.
—Si lo que quieres saber es si son más ricos que tú... —se adelanta Abrah en contestar. —La respuesta es sí.
Ellos se comienzan a reír.
—¡Nunca vas a cambiar! —dice la mujer al mismo tiempo que golpea ligeramente el hombro de mi esposo.
—¡Madre! —exclama una chica, que termina uniéndose a la conversación. —Dios santo, ¡Abrah que gusto verte! —se lanza a sus brazos.
—Hola Nathalia, igualmente.
—¡Cielos! ¿qué te paso en las manos? —añade tocándolo.
—Un pequeño accidente.
Mi corazón se hace chiquito de solo recordarlo.
—¿Quieres ir a la enfermería? Creo que deberían revisarte.
—¿Eso te ocurrió aquí? —pregunta el hombre.
—Si, pero no es nada.
—Creo que lo mejor será que Nathalia te acompañe, anda hija ve con él.
Ella lo toma del brazo y comienza a impulsarlo hacia el pasillo
—No —se suelta él de inmediato. —Estoy bien.
—De acuerdo, te atiendes más tarde —le dice abrazando más su brazo. —Luces tal cual como la última vez que te vi —anuncia ella sin tapujos, no ha parado de mirarlo ni un segundo.
Abrah ríe incomodo.
—¿Podemos irnos? —le digo en voz baja.
—Claro —responde de inmediato. —Me encantó verlos, que pasen buena noche.
—Que lastima, espero verte muy pronto —dice la tal "Nathalia" con una voz muy coqueta, al final termina dándole un beso en la mejilla.
—Igualmente querido —responde la viejilla, ofreciéndole su mano escuálida. Los demás sonríen como malditos locos.
Tan pronto nos alejamos de ellos, apresuro el paso y me dirijo a la salida.
—Espera Mia.
—Perdón, ¿sí? No quise hacerte daño. No es justo que me hicieras pagar por ello.
—¿Pagar? ¿De que estas hablado?
—¡Sabes de que hablo! ¿Esa conversación? Ni si quiera se presentaron de una forma decente, no les importó que llegara, me ignoraron y aún peor me restregaron en la cara lo que tenías con su hija.
—Yo no tenía nada con su hija.
—¡Por dios! Claro que sí, no tienes porqué ocultármelo.
—Espera, no podemos salir aún.
—¡¿Por qué no?! —grito.
—¿Qué te sucede? ¿Por qué estas tan alterada?
—Solo quiero irme.
—No, no es eso. Hace unos minutos deseabas quedarte a vivir en este lugar. ¿Qué ocurrió?
—Soy yo, el problema soy yo. ¿Acaso no lo ves? —comienzo a llorar.
—Mia...
—No quiero hablar de eso, solo quiero irme.
Él me mira con pesadez. Al final le da algunas indicaciones a su gente y terminamos esperando cerca de la puerta principal, cuando a Carlos le avisan por el radio que nuestro vehículo a llegado, salimos de inmediato. Abrah tenía razón, hay más reporteros que antes, pero nuestro equipo de seguridad se encarga de ellos.
Supongo que es normal escuchar el nombre de Abrah entre toda la multitud, pero no puedo evitar sorprenderme al escuchar que me llaman a mí, esa voz la conozco, no podría tratarse de alguien más, es ella. Trato de buscarla, pero no logro ver a nadie. Tal vez fue mi imaginación.
—Mia, por favor —comienza a decirme Abrah, dentro de la camioneta. —No quiero que la noche terminé así.
—Solo quiero que me perdones.
—Es que yo no tengo nada que perdonarte, ¿acaso no lo entiendes?
—Tus manos...
—No es nada —se las sacude como si tuviese polvo.
—Sé que te molestaste.
—No fue así, solo no supe reaccionar, me sentí extraño.
— Pero... —me interrumpe.
—Yo me pasé, me sentí un patán, me pediste que parará y no lo hice, es lógico que reaccionarás así.
—Perdón, algo dentro de mí no está en paz.
—Yo entiendo eso, lo último que quiero es lastimarte, sabes que jamás lo haría.
—Lo sé, lo sé —tomo delicadamente sus manos. —Confió plenamente en ti, no tienes porqué disculparte, siempre te he pedido que pares, pero nunca ha sido realmente cierto, hasta hoy.
—Como sea, no volverá a pasar.
—Te pido perdón nuevamente —le doy un beso en los labios. —No volverá a pasar.
—Ya no te preocupes más.
Tal vez le resulte incómodo a Carlos escuchar nuestra conversación, pero que hacerle, él tiene que ir aquí atrás cuidándonos.
Cómo todo se arregló, Abrah le pide a nuestro chofer llevarnos a uno de sus restaurantes favoritos, la verdad es que me alegro bastante, me muero de hambre y pasar el tiempo con él es muy satisfactorio, hace mucho tiempo que no salíamos y quiero disfrutarlo yo solita.
El lugar es grande, enorme para ser sinceros, los platillos aquí deben equivaler lo de una renta. La señorita que se encuentra en la entrada nos ubica en una pequeña mesa junto a un enorme ventanal que nos brinda una vista a un precioso jardín, hay un árbol enorme justo en medio decorado con pequeñas luces navideñas en tono cálido, luce precioso.
—¿Le servimos lo de siempre señor?
—Lo de siempre.
—Enseguida —responde la señorita con una enorme sonrisa.
—Así que... ¿vienes mucho a este lugar?
—Me encanta una de sus pastas, y suelo venir en negociaciones.
—Pues debe ser seguido, aquella chica no dejaba de sonreírte.
—Solo son amables.
—A mí me pareció otra cosa.
—¿Estás celosa?
—¡Claro que no! —exclamo.
—Yo creo que sí.
—¿Por qué estaría celosa? Ya sé que todas las mujeres se mueren por ti, ellas son las que están celosas de mí.
—Claro —responde con sarcasmo.
—¿Te dije algo sobre la mugrienta Nathalia? No verdad, es porque soy muy comprensiva.
—Exacto, justo por eso —dice en tono de burla.
—Estoy hablando enserio, ¿por qué te ríes?
—Por nada.
—De acuerdo —respondo algo insegura.
—Aquí tienen su cena —llega la señorita junto con dos meseros.
—¡Se ve delicioso! —dice Abrah mientras no deja de admirar el plato que esta frente a él.
—Que la disfrutes —le dice la chica rosando levemente su hombro.
—Gracias —le respondo, tomando la mano de mi esposo.
Creo que de inmediato nota mi disgusto.
—Con su permiso —se retira con la mirada en el piso.
Solamente porque a Abrah le encanta este lugar soporto esto, yo sé que tal vez no debo reaccionar así, pero ¿acaso están ciegas? Todo el mundo sabe que es un hombre casado y, ¡Vengo con él!
—¿Bailamos? —le digo sonriendo.
—¿Aquí?
—¿Por qué no? —insinúo de manera coqueta. —La música es perfecta y hay mucho espacio.
—No lo sé.
—¡Vamos! —le digo impulsándolo fuera de la mesa.
—Está bien... —responde sonrojado.
—¿Acaso te da pena?
—Un poco —ríe nervioso.
—¡Por dios! Jamás te había visto tan avergonzado.
Se cubre levemente el rostro y ríe cabizbajo, tiene el rostro rojo, rojo.
—Luces tan tierno.
—Basta —me da un fuerte abrazo y nos movemos ligeramente con el ritmo de la música. —Tú tienes la culpa.
Comienzo a reírme como tonta, mis ruidos extraños salen expulsados. Y no está demás decir, que todos los comensales se nos quedan viendo.
—¿Culpa? —pregunto indignada.
—Me haces hacer cosas que antes jamás me habría atrevido.
—Pues es buena señal —le digo besando su mejilla. —¿Por qué te sonrojas? ¿Acaso no se puede bailar en tu restaurante?
—¿Quién te dijo que este restaurante era mío?
—¡¿No es tuyo?! —pregunto entre carcajadas.
—No —suelta. Y ambos nos reímos de nuestros gestos.
—En momentos así, cuando la pasamos tan bien y nos reímos tanto... —comienzo a decirle cerca del oído. —Siento que es demasiada felicidad, siento que alguien va a llegar y nos va a dar una mala noticia, qué alguien te llamará por teléfono y nos atormentará la noche o que de pronto nos suceda algo a ambos. Eso, eso me aterra, porque a veces creo que no merezco una felicidad constante, solamente por instantes, y cuando han pasado varios minutos o horas de felicidad siento una agonía, me siento culpable de estar recibiendo tanto amor y tanta atención, no sé si es correcto o si soy yo y mi mente desorientada qué no puede aceptar que merece algo.
—¿Cómo pueden pesar eso? —acaricia mi rostro con su mano.
—No lo sé, es mi temor de todos los días.
—No debería ser así, mereces todo lo bueno que te pasa, nunca te sientas culpable por tener buena suerte, por gozar de los placeres de la vida.
—¿Puedo quedarme contigo por siempre?
—¿Porque no?... —me dice dándome un tierno beso. —Estaba pensando esperar un poco, pero creo que es el momento indicado.
—¿De qué hablas?
Saca una pequeña cajita de su abrigo y me la entrega. Se acerca de nuevo hacia a mí y me da un fuerte abrazo.
—Mia... te amo —vuelve a darme otro beso en la mejilla. —Quiero pasar el resto de mi vida contigo.
Mi corazón comienza a latir como loco.
—¿Quieres ser mi esposa? ¿Quieres casarte conmigo? —me susurra al oído.
Mis manos temblorosas no me permiten sujetarme bien de él. Lo miro a los ojos y se muestran sinceros, su sonrisa esta más grande que nunca.
—¡Claro que sí! Claro que si —respondo dándole mil besos en los labios, en las mejillas y en todo su rostro, él ríe como niño chiquito y se funde en mi pecho. Abro la pequeña caja y encuentro un precioso anillo con un zafiro.
—Se dice que traen buena suerte.
—Es hermoso, gracias —le doy otro pequeño beso en los labios.
—Salgamos de aquí —arroja algunos billetes a la mesa, toma mi abrigo y salimos del lugar como dos malditos tortolos.
De repente siento un jalón en mi brazo izquierdo. En cuanto volteo puedo verla, ahora sé que lo que escuché no fue causa de mi imaginación, era ella, era Gabriella.
—¡¿Mia que estás haciendo?! —grita furiosa.
De inmediato Abrah se posa entre nosotras y me cubre detrás de su espalda.
—Gabriella, ¿qué haces aquí? —le pregunto.
—¿Cómo que, que hago aquí? ¡Vine a buscarte! Llevo semanas haciéndolo.
No sé qué responderle, sinceramente no tengo idea de que decirle, o que preguntar.
—Vámonos —me dice Abrah tomándome de la mano.
Ella vuelve a sujetarme.
—¿A dónde crees que vas?
—A casa.
—¡Tu casa es conmigo! —vuelve a gritar. —¿Quién mierda es este sujeto?
Todo nuestro equipo de seguridad nos rodea y nos brindan espacio para subir a la camioneta.
—Eso no te incumbe —murmuro antes de subirme.
—¿Acaso sabes con qué clase de hombre te involucraste? ¿Sabes lo que me hizo? —la ignoro.
Al mismo tiempo Abrah sube a la camioneta y cierra la puerta bloqueando cualquier contacto físico con ella. Sin dudarlo se va directo a mi lado de la ventana y comienza a golpearla mientras no deja de gritar.
—¡¿No te importa?! —gimotea. —¿Ya no te importa nuestra amistad?
—Tu dejaste claro lo que realmente te importaba, yo quede de sobra.
—Tu eres mi amiga, volví por ti.
Me molesta escucharla, pero me molesta mas no poder defenderme, así que termino bajando el cristal de la ventana.
—Era tu amiga, no tenías por qué buscarme, aquí soy muy feliz, no te necesito.
—¿Feliz? Este hombre jamás podrá ofrecerte la felicidad que mereces, tú mejor que nadie sabe el tipo de vida que deben afrontar. En México sobran ejemplos.
—¡Tú no sabes nada! —levanto la voz. —Deja de opinar como si realmente conocieras mi situación. Sera mejor que te vayas, no quiero que mi familia tenga que volver a incendiar otro maldito hostal.
—¿Te estas escuchando? ¿No te has dado cuenta de lo mucho que has cambiado? —la camioneta comienza a avanzar. —¿Tienes idea del temor que él causa a los demás? ¿Tienes idea de lo que realmente hace?
—Sáquenla de aquí —le dice Abrah a Carlos.
Él asiente, da una señal por el radio y sin avisar las demás camionetas que están a nuestro alrededor la retienen subiéndola en contra de su voluntad.
—Pero ¡¿qué haces?! —volteo con él de inmediato.
—Solo la acompañaran a casa, no le pasara nada malo, corre peligro estando aquí sola después de que la vieron hablando contigo.
—¿Hablas enserio?
—Si, no te preocupes por ella.
Volteo a ver a los otros guardias que van en nuestra camioneta y ellos asienten con naturalidad. Supongo que tienen razón, aparte ya no quería seguir hablando con ella.
—¿Estás seguro de que no le harán daño?
—Por supuesto, tu escuchaste lo que dije.
—De acuerdo...
Al momento de llegar al departamento me surge la necesidad de saber de ella, Abrah en cambio, parece que ya olvido lo que acaba de pasar.
—¿Puedes investigar si se encuentra bien? ¿Si ya está en su hotel, o donde sea que se haya quedado?
—Claro —responde sacando su celular y haciendo una llamada a dios sabe quién. —La chica... ¿Dónde está?
Me quedo muda, esperando su respuesta o escuchar a la persona del otro lado del celular.
—De acuerdo, mantenla vigilada —cuelga. —Está en su hotel.
Por fin, mi pecho se siente liberado, ya puedo descansar.
—Gracias —le digo abrazándolo por la espalda. —Me quedo más tranquila.
—¿Por qué eres tan buena? —me pregunta girándose hacia mí.
—No es eso, aunque las cosas sean distintas me preocupo.
—Ella debería sentirse feliz, aun es importante para ti.
—Siempre lo será.
—¿Quieres... ir arriba? —me comienza a acariciar la espalda.
—No —suelto.
Su cara es lo más gracioso de todo, se muestra avergonzado.
—Como quieras...
—¡Estoy bromeando! —grito y me lanzo a sus brazos rodeando su cuerpo con mis piernas. —Por supuesto que deseo subir con usted.
Él ríe sutilmente.
—Déjese de bromitas —siento su fuerte agarre. —Usted señorita... no va a dormir esta noche.
Yo rio nerviosa.
—¡Pues vamos! —digo emocionada, y él corre conmigo en brazos a la escalera. Todos los empleados no miran y se preocupan, ya que por sus miradas parece que les aterra que caigamos como vacas.
Lo mejor de todo esto es que no pasó lo que ustedes podrían pensar, nos la pasamos toda la noche recostados viendo películas, comiendo fresas con chocolate, dulces, helado y más chocolate. Por momentos nos dormíamos y al despertar nos dábamos cuenta de que la película ya había avanzado o en otros casos terminado, pero nosotros volvíamos empezar de nuevo. Al final el cansancio nos venció y terminamos durmiendo las horas restantes.
Por la mañana nos dimos un fresco baño, nos alistamos y decidimos volver a Varenna, no sin antes pasar por la ciudad a comprar algunos vestidos para los próximos eventos que tendremos como "pareja".
Al llegar a la mansión, fuimos muy bien recibidos, todos me daban muestras de cariño y afecto, también nos dieron el pésame y con tanta efusividad terminamos haciendo una pequeña fiesta, yo sé que suena raro después de todo lo que hemos pasado, pero creo que lo único que nos queda es seguir adelante, la vida me ha dado esa lección muchas veces, es difícil, pero por supuesto que se puede afrontar.
—¿Estuviste bien allá? ¿sola en Milán? —me pregunta Arleth.
—Si, no te preocupes —tomo su mano. —Aparte no estaba sola, Stella siempre estaba conmigo.
—Ella es excelente, aun no entiendo cómo es que continúa trabajando para mi hermano.
Ambas reímos.
—Yo tampoco tengo idea, a mí me odiaba.
—¡Mia! —grita Agustín al verme. —¿Cómo estás?
—Bien Agustín, muy bien.
—Me alegra preciosa, ahora que te veo quiero aprovechar para darte esto.
—¿Qué es? —le digo abriendo la pequeña caja.
—Es un pequeño detalle de mi hermano y mío.
Puedo ver en su interior una pequeña cadena de oro con un dije en forma de sol.
—¡Cielos! Es muy lindo, ¿estás seguro?
—¡Claro! Lo tenemos desde hace mucho, no habíamos podido dártelo.
—Gracias.
Él sonríe amablemente.
—Nos gustó el sol, nos pareció apropiado para ti.
—¿Qué cursilerías dices? —llega diciendo Abrah, sentándose junto a mí.
—No son cursilerías es la verdad, ella es cálida y agresiva como el sol.
No puedo evitar reírme de su comentario, sin duda es hermano de Taddeo.
—Gracias, no tienes que agregar más.
—Señor —llega uno de los guardias.
—Si, dime —le contesta Abrah.
—Tengo una situación, ¿puede acompañarme?
—Está bien. Ahora vengo —me dice dándome un pequeño beso en los labios.
Nora que está a unos metros de mi me mira con picardía. Mi amiga jamás va a cambiar.
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