Capitulo 51
—Señora —logro escuchar.
Por más que quiera no puedo detenerme, no puedo parar.
—¡No! —grito, una y otra vez. —¡Lo asesinaron! Me lo arrebataron.
—Despierte, señora.
—¡Háblenle a Abrah! —alguien acaba de gritar.
«Abrah»
Abro mis ojos y tengo a todos los guardias rodeando la sala. Carlos está en cuclillas frente a mí.
—Señorita —me mira angustiado. —¿Se encuentra bien?
Las lágrimas siguen brotando de mis ojos. Al parecer todo fue un sueño, estuve llorando, tengo la cara empapada.
—Lo asesinaron —vuelvo a decir.
—¿De qué está hablando?
—¡Mataron a mi hijo!
—Señorita tuvo una pesadilla —me dice el guardia de enormes ojos.
—¡¡Mia!! —llega Abrah corriendo. —¿Qué te pasa?
Se inclina junto a mí, tomándome el rostro con sus manos.
—Lo asesinaron, lo arrojaron desde el cielo —continúo llorando. —Su cuerpo quedó destrozado, estaba lleno de sangre.
—¿De quién hablas? —me mira preocupado.
—¡Ese hombre! Sigue aquí —gimoteo, mientras me golpeó la cabeza.
—Ven aquí —me levanta del suelo y me lleva con él a la habitación. —No estás sola, aquí estoy.
—Sigue en mi cabeza —insisto y él me detiene las manos.
—Cálmate por favor.
—¿Necesita algo señor? —pregunta Carlos.
—Un té y un calmante.
—Abrázame —le digo apretándolo con más fuerza. —No me sueltes.
—No lo haré.
Pasamos a la habitación, cierra la puerta con su pierna y le sigue hasta la cama. Me acomoda lentamente, yo por un lado no lo suelto ni un poco. La imagen del niño muerto no desaparece.
—¿Quieres contarme?
Niego con la cabeza.
—Bien, no me digas. Pero creo que te serviría sacarlo.
—No, esto no. Es horrible.
Él se separa un poco de mí, su rostro queda justo frente al mio, sus ojos tan hermosos me recuerdan a los de aquel niño inocente que me salvó de ahogarme.
El llanto se vuelve apoderar de mí.
—Te amo —le digo entre sollozos. —Mas que nada en el mundo.
—Y yo a ti —responde dándome un beso en la mejilla. —Quiero que estés bien, me asusta no poder ayudarte, no poder hacer algo por ti.
—Tú haces demasiado por mí, todos los días. Y soy una maldita por no agradecerte.
—Claro que no es así. Mia, quiero que entiendas algo.
—Dime —rodeo su cuello con mis brazos.
—Yo quiero saberlo todo, no podré ayudarte si me ocultas cosas.
«Estoy embarazada» —pienso.
—Me siento una persona débil, no soy como tú. Soy frágil y lo odio —confieso.
—Eres la persona más valiente que conozco.
—¡No lo soy! Quisiera ser más dura, así como tú.
—Odiaría que fueras como yo, amo la persona que eres. Y débil... ¡Ja! No lo eres y ni lo serás.
—¿Y por qué todo el tiempo me siento tan agotada?
—Tal vez, porque hay algo que no has dejado salir.
—Te contaré todo, te lo prometo.
Me mira con pesar, tal vez ya se está cansando de mí. Debe ser molesto lidiar con alguien que ha sufrido un trauma.
—Te amo —me dice, en cuanto me acurruco en su pecho. Mi corazón vuelve a latir, esta vez con una pequeña luz de esperanza.
Levanto de nuevo la mirada y él me sonríe, sin más me lanzo a sus labios. ¡Uff! Hace cuanto que no los probaba. Había olvidado lo bien que era hacerlo, él me recibe gustoso, pero no tan efusivo como antes. Supongo que quiere mantener la postura, por si acaso.
Me separo un poco y le sonrío, quiero que se sienta cómodo, que estoy bien con su cercanía.
—Te amo —le vuelvo a decir.
Nos volvemos a dar otro pequeño beso y nos acostamos en la cama. Ya me siento mucho más tranquila. Nos quedamos juntos mirando el techo y escuchando nuestros latidos del corazón junto con nuestras respiraciones. Al paso de los minutos noto que Abrah se ha quedado dormido. ¡Pobrecito! Últimamente ha trabajado mucho. Me levanto lentamente de la cama y una vez fuera lo observo, luce tranquilo. Le ayudo quitándole sus zapatos y acomodándole la almohada. No pasa nada si descansa un poco.
En cuanto salgo de la habitación me encuentro con Carlos que viene con una bandeja con unas tazas de té y agua.
—¿Ya se encuentra mejor?
—¡Vamos Carlos! Siempre me hablas de tu.
—Eso era antes, ya me acostumbré a hablarle de usted.
—¿Y Abrah?
—Se quedó dormido. Iré a caminar al jardín.
—¿Quiere que la acompañe?
—No, gracias. Quiero estar sola.
—Con cuidado, cualquier cosa nos habla.
—Claro que si —le respondo y me voy directo al elevador.
Héctor me sonríe y presiona los botones por mí. Una vez abajo, todo luce muy tranquilo, las luces están tenues y la casa huele a canela. Ni siquiera notan que salgo al jardín, todo mundo está haciendo sus deberes.
Me siento en una banca que da vista directa al lago. Luce hermoso con el reflejo de la luna. Dejo que el aire juegue con mi cabello, respiro una y otra vez el aire fresco, me tranquiliza, incluso me siento más viva de solo estar aquí sentada. También estoy feliz, ya que creo que ya superé mi lejanía con Abrah, supongo que ahora todo volverá hacer como antes.
La imagen de aquel niño vuelve a mi mente, y sobre todo la rabia de aquella niña. Algo que dijo ella era muy cierto, hay de dos sopas, es hijo de aquel sujeto o de Abrah. Detesto la primera, pero la segunda no me aborrece, me gusta. Jamás había pensado en ser madre tan pronto, pero prefiero mil veces ser madre joven, que traer al mundo un hijo con sangre "De Luca". Lagrimas vuelven a descender por mis mejillas.
La única forma de saber quién es el padre es esperar a que nazca y hacerle una prueba de paternidad. Pero no sé si pueda hacerlo. Las posibilidades apuntan a la primera sopa. Y ese sabor lo odio.
—¡Mia! ¿Qué haces aquí? —me pregunta Julio, que viene subiendo de la arena.
—Nada, solo mirando el lago —respondo limpiándome de inmediato las lágrimas.
—¿Qué te pasa?
—Nada Julio —respondo indiferente.
—¿Te hizo algo?
—¿De qué hablas?
—¿Cómo que de qué? ¡De Abrah! Es un idiota.
No puedo evitar mirarlo con fastidio.
—No, no lo es. ¿No será que sientes recelo?
—No —bufa.
—Pues entonces no sé cuál es la razón por la que en cada ocasión que nos vemos lo sacas a tema.
—¿Será que es lo único que tenemos en común? —se sienta a mi lado.
—Si tú lo dices —respondo desanimada.
—Entonces, ¿qué es lo que te pasa?
—Si no te importa, quiero estar sola.
—¡Vamos Mia! Cuéntame —me empuja levemente con el hombro.
—Solo quiero estar aquí, no me pasa nada.
—¿Segura?
—¡Por supuesto! Las prostitutas sabemos cuidarnos.
—Debo pedir disculpas por eso. Me comporté como todo un idiota.
—¡Exacto! Tú eres el idiota.
—Entonces lo de ustedes va enserio, ¿eh?
—Supongo que sí.
—¿Supones?
—Es complicado.
—¡Claro! Él es complicado, obviamente relacionarse con él lo sería.
—Tal vez, pero si estas enamorado es en lo último que piensas.
—¿Qué es lo que te tiene tan agobiada?
—¿Sigues siendo mi amigo? —indago.
—¡Por supuesto! Si es que aceptas mis disculpas.
—Hay algo que no le he dicho a nadie. Ni siquiera a Nora.
—¿De qué se trata? —me mira directo a los ojos.
Las lágrimas comienzan a brotar de nuevo, últimamente he estado muy emocional.
—Estoy embarazada —suelto.
Él se queda atónito ante mi declaración.
—¡¡Qué!! —exclama. —¡¿Cómo es posible?!
—¡¿Cómo es que un niño se engendra Julio?! —digo con ironía.
—Él no se quiere hacer cargo, ¿cierto?
—¡Qué! No, de eso no se trata.
—¡Claro que sí! Ya logró lo que quería, acostarse contigo. Ahora que hay consecuencias quiere largarse de aquí.
—¿Acaso no me estas escuchando? ¡No es eso!
—¡Maldito idiota! Te lo dije, ya me lo imaginaba —grita molesto.
—¡Escúchame si quiera! Lo que necesito es un consejo.
—¡Consejo! Estás loca, lo que debo hacer es ir a partirle la cara —dice saliendo despavorido a la entrada.
—¡¡Julio!! —grito detrás de él. —Detente, ¡por qué no me escuchas!
—No tengo nada que escuchar, siempre lo defiendes, deja de justificar sus errores.
—¡Yo no quiero a este bebé! —estallo. Él voltea a verme de inmediato.
—¿Qué fue lo que dijiste?
—Ya oíste, no quiero tener a este bebé. No me interesa ser madre, no ahora.
Él me mira contento, lo cual es extraño. ¿Quién se pone feliz por quitarle la vida a un bebé?
—¡Mia! —escucho la voz de Abrah. ¡Mierda!
—Maldito idiota —suelta Julio, en cuanto Abrah se acerca. De inmediato Julio le planta un golpe en la cara. —¡Eres un imbécil!
Abrah se soba la mejilla y voltea a verme de inmediato. Se muestra tranquilo, Julio se lanza sobre él, pero Abrah le pone un golpe tan fuerte que lo hace caer.
—¡No me vuelvas a tocar hijo de puta! —grita Abrah.
—Eres una mierda de persona —le dice Julio. —No puedo creer que trabaje para ti.
—¡Que sorpresa! Llevo años queriendo sacarte de aquí, creo que ya se llegó el día.
—¡Lo que le hiciste, no tiene precio! Yo puedo encargarme de ella y de ese niño.
¡Ya me jodió!
—¡Qué! —estalla Abrah. —¡¿Qué mierda dijiste?!
—Nunca servirás como padre de familia. Siempre serás un maldito libertino.
Abrah me mira y yo, únicamente finjo no haber escuchado nada.
—¿Qué fue lo que este estúpido dijo? —pregunta. —¡¡Mia!!
—Este... yo —intento decirle, pero no salen las palabras.
Sus ojos destellan con el lago, luce decepcionado.
—Vamos dentro —me dice apuntando la entrada.
Comienzo a avanzar y Julio me detiene.
—¡No tienes que ir con él!
—Julio, esto es entre él y yo —le digo. —Suéltame por favor.
—Pues me has contado, y de alguna forma me involucraste.
—Julio, será mejor que la sueltes —exclama Abrah. —No tienes porqué meterte.
—¡La embarazaste idiota! —grita Julio. —¡¿Quién mierda se va a hacer responsable?! Tú, ¡Ja! Lo dudo.
Abrah se da la vuelta, pero al parecer el enojo le gana y se devuelve a golpearlo varias veces.
—¡Te quiero fuera de esta casa! —le grita. —Vamos Mia.
A diferencia de Julio, a mí me habla pacíficamente. Se sacude las manos y se va caminado rumbo a la casa.
—Julio, ¿estas bien? —digo ayudándolo a levantarse.
—Estoy bien —escupe la sangre de su boca. —Sera mejor que vayas.
—Nos vemos después —respondo, avanzando detrás de Abrah.
En cuanto entro a la casa él se gira y cierra la enorme puerta de madera.
—Sera mejor que tengas una buena razón para que me termine enterando después de Julio —dice Abrah, mientras camina hacia el elevador, entro después de él y presiona el número del piso.
No habla, luce serio y hasta molesto. Me recuerda a nuestra época de antes, en la que él siempre se mostraba duro y frio junto a mí.
—Al despacho —dice sin mirarme a la cara.
—Si —respondo tímida.
Me siento en uno de los pequeños sillones que están junto a su escritorio. Minutos después llega con un trago en la mano, se sienta en su silla y por fin siento su mirada.
—Te escucho —añade severo.
—Abrah... —quiero tomar su mano y él la retira del escritorio. —Por favor... no seas así.
—¿Cómo quieres que reaccione? ¡Le tienes más confianza a ese hombre que a mí!
—¡Por supuesto que no! Yo te amo.
—Eso no me dice nada —se cruza de brazos.
Me quedo callada unos segundos mientras lo observo, su rostro está húmedo, ¿será que se lavó la cara antes de venir?
—Estoy embarazada.
—¡Que sorpresa! —dice con ironía, mientras añade una serie de aplausos.
—No te había dicho nada porque no sabía cómo ibas a reaccionar.
—¡Claro! Pero a Julito sí —se toma de un trago el contenido de su vaso.
—No, no es así. Tú y yo sabemos que hay más motivos para preocuparse.
He logrado captar su atención.
—¿No me digas que también se lo contaste a Julito?
—Claro que no.
—Pues entonces háblale, debe saberlo todo, ¿no? ¡Que sea un digno amigo tuyo!
—No es gracioso.
—¡Exacto! No es gracioso —levanta la voz al mismo tiempo que golpea el escritorio. —¿Tienes una idea de cómo me siento en este momento? Ni siquiera he podido procesarlo.
—Cometí un error, discúlpame.
Él se gira hacia la ventana, ignorándome.
—Desde que me entere quería que fueras el primero en saberlo, pero no sabía cómo, imagínate lo impactante qué fue para mí —me acerco lentamente a él.
—¡¿Y para mí no?! Como crees que lo acabo de tomar, no me tienes la confianza suficiente.
—Claro que sí.
—¡Claro que no! —levanta la voz. —Preferiste contárselo a Julio. Yo qué he estado contigo en todo momento, dejaba de trabajar para cuidarte, incluso hace unos minutos estábamos en la maldita cama.
—¡Perdón! —le suplico. —Estaba aterrada.
—¡Aterrada por qué! ¿Acaso me tienes miedo? Crees que yo podría decidir por ti.
—¡¡Me entere hace dos días!! —estallo. —Estoy muerta de miedo, traer al mundo un ser vivo es más que eso.
—¡¿Por qué demonios me lo ocultaste?! Me hiciste quedar como idiota.
—Sé que te lastimé al no contártelo a ti primero, pero pensé que podía solucionarlo yo sola.
—¡¿Solucionarlo?! Que quieres decir.
—Hay más probabilidades de que este hijo no sea tuyo.
—¡Y eso qué! —dice arrojando una pequeña figura del escritorio a la ventana, rompiendo el cristal en mil pedazos. —Me importa un carajo.
—Abrah... por favor. —su mirada cambia, se nota más compresivo. —Tú sabes a lo que me refiero.
—Este hijo es mío —dice tomándome la mano.
—Tengo 7-8 semanas. La probabilidad es de un 50% o hasta menos.
—Este hijo es mío —vuelve a repetir.
—¡Pero tú no quieres hijos! —reniego.
Las lágrimas comienzan a brotar.
—Este hijo es mío —besa mi mano, y yo comienzo a temblar como una tonta.
—¡Yo no lo quiero! —chillo.
—Mia... —me llama con su dulce voz.
—No quiero —me tumbo a sus piernas.
—Este hijo es mío.
—¡Ay Abrah! —continúo llorando como tonta. —¡¿Acaso no estas escuchando?! ¿Por qué eres así? ¿Por qué?
—Porque te amo —me acaricia el cabello. —Yo me encargare.
—¿Qué quieres decir? —lo miro con los ojos empapados.
—Yo te apoyo, sea lo que sea que quieras hacer, yo estaré para ti.
—¿Hablas enserio?
Él asiente y me ayuda a levantarme, me siento sobre sus piernas y me recuesto sobre su pecho a llorar como un bebe. ¡¿Cómo es posible que lloré tanto?!
—No vuelvas a dejarme fuera, me rompiste el corazón —me reclama.
Suelto una pequeña risa y lo abrazo tan fuerte que me fundo en su cuello, oliendo su riquísima loción.
—¡Odio que Julio se ofrezca voluntario! Que se cree ese imbécil.
—No lo golpees, te ves muy mal haciéndolo.
—Si se entromete es justo y necesario. Aparte ya no lo quiero trabajando en esta casa.
—¡No exageres!
—Hablo enserio, ¡lo quiero fuera!
—Perdónalo, yo no debí contárselo —le doy un beso en la mejilla. —Creo que todos los de la casa se están enterando.
—Bueno, entonces tendremos que casarnos.
—¡¡Qué!! —grito sorprendida.
—Si tú quieres a este bebé... —se detiene un poco. —Podríamos hacerlo.
—¿Hablas enserio? —tomo su rostro con mis manos.
—¿Por qué no? Para las demás personas ya eres mi esposa.
—¿Pero es algo que quieres? ¿O lo haces solo por el bebé?
—¿Me estas preguntando enserio? Si llevo semanas pidiéndotelo —dice divertido.
Le sonrió como tonta, no puedo creerlo lo que mis oídos están presenciando. Jamás pensé escuchar algo igual.
—Necesito pensarlo. Lo que ahora me reconforta es que conoces la verdad.
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