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Capitulo 38

Gabriella Sánchez / Departamento Milán

—Pero ¿quién será ese imbécil? —salgo detrás de todos esos hombres que de la nada entraron a mi departamento. Bajan de prisa por las escaleras con armas en las manos. ¿Me acaban de amenazar? Ni siquiera los conozco, pero al parecer Mia si, ¿ella fue la responsable de esto?, ¿ella les habrá dicho que vinieran?

En cuanto salgo a la calle todas las personas del edificio se encuentran afuera.

—¿Qué pasa? —les pregunto.

—¿A quién visitaron? —me pregunta asustada mi vecina regordeta.

—¿Los conoces?

Asiente.

—Vamos hijos entremos a la casa —les dice a sus dos niños pequeños que se encuentran abrazando sus piernas.

—¿Quién es él?

Ella voltea a todas partes temiendo que la escuchen.

—Abrah Marcerano. A quien sea que haya visitado, debe estar muerto. Será mejor que te encierres en tu departamento y no salgas hasta mañana.

—Pero ¿que está diciendo? ¡A mí es a la persona que visitaron! Ni siquiera lo conozco.

—¿Se habrán equivocado? —pregunta angustiada. —Lo dudo, ellos jamás dan un pie en falso. Yo que tú, me cuidaba.

—Me amenazó —suelto.

Ella hace una cara de espanto.

—Sea lo que sea, vete, escapa de aquí, no hay salida. No con ellos, suerte —termina de decir y entra al edificio rumbo a su apartamento. Los demás vecinos me miran, inclinan su cabeza y entran después de ella.

Corro calle abajo, en dirección a donde terminaron yendo aquellos hombres. No veo señal de alguno de ellos, si venían en autos ya no están aquí cerca. ¿Por qué aquel hombre mencionó a Mia y se terminaron llevándose sus cosas? Me pareció que él la estaba esperando. 

Pero es absurdo ¿de qué forma ella estaría relacionada con personas de esa clase? Y de pronto un recuerdo me viene a la mente. ¡No, no creo que se posible!

"Es la familia más poderosa de Milán y de casi todo Italia. Uno de ellos estudia aquí"

"Ese hombre es Abrah Marcerano, uno de los hombres más guapos y ricos de este mundo."  

Mi compañera Lesly lo dijo, aquel día que unas personas rodeadas de seguridad visitaron la universidad, sin duda es él.

"Debe ser su novia". 

Fue el otro comentario de Lesly, al ver que el joven era acompañado de una chica. Ella podría ser Mia, se me hacía particularmente conocida de alguna forma, estoy casi segura, que se trata de ella. ¿Porque estaría con alguien como él? ¡Mia en qué diablos estás pensando!

No podré dormir sin sacarme la duda, llamaré a Lesly.

—Hey! Lesly, ¿estás ocupada? Quería preguntarte algo...

—Hey! Buonasera —responde sorprendida. —Para nada, Gabriella dime.

—Recuerdas aquel día en la universidad... ¿cuándo los Marcerano visitaron la escuela?

—¡Como olvidarlo! Conocí al amor de mi vida —responde entre risas. —¿Por qué preguntas?

—Bueno... es que al parecer hoy tuve el placer de conocerlo.

—¡Como crees! ¿En dónde?

—En un restaurante, lo mire con una chica —miento. —¿Crees que sea su novia?

—¿¡No te conté!?

—Creo que no lo hiciste.

—¡Es su esposa! En aquel momento de la visita era su prometida solamente. Cuando salió la revista fui de inmediato a comprarla y allí me enteré.

—¿Y de quién se trata? ¿es famosa?

—Pues no se sabe mucho de la vida de ella, pero es muy hermosa, debo admitirlo. Te mandaré una foto para que la conozcas y me dices que te parece. ¡Me encanta tener al fin a alguien con quien hablar de este tema! —grita emocionada. —Ya te la compartí, ¿qué te parece?

Justo desbloqueo el celular y puedo ver la foto.
Es ella.


Mia Santiago / Habitación De Abrah - Milán

Mi cuerpo me duele por completo, mis ojos no pueden abrirse, siento que me arden junto con la planta de los pies. Hoy me siento peor que ayer, ¿Qué demonios fue lo que hice?

En cuanto me decido abrir los ojos, noto que de nuevo estoy en la habitación de Abrah, me llegan pequeños flashbacks de la noche anterior, y de algún modo comienzo a asustarme, me surgen las ganas de ir hacer pipí, en cuanto salgo de la cama los músculos de mis piernas se tensan, ¡Uff! Supongo que usé los tacones toda la noche. En cuanto llego al retrete y pretendo bajar mis calzoncillos detecto que no son mis calzoncillos, ¡Qué demonios estoy usando! ¡Son de hombre! ¡¡Tienen la ranura para el pilín, y yo no tengo pilín!!

Grito muy fuerte de la gran impresión, voy directo al espejo y me veo, toda ojerosa, greñuda y con ropa interior de hombre, incluso no estoy usando brassiere solo es una camisa interior. Trato de calmarme y analizar lo ocurrido, pero lo más curioso es que no recuerdo nada, si estoy usando su ropa será porque él y yo... ¡No puede ser! Ya son dos noches en las que no tengo ni idea si dormí o no dormí con él. Si fue así, ni siquiera lo recuerdo.

—¡Señora se encuentra bien! Escuché un grito —exclama Stella desde el pasillo.

—Si, estoy bien. Ahora voy.

¿Le abro la puerta? Qué vergüenza que me vea vestida así, pero necesito de su ayuda, necesito mi ropa. Pero qué demonios, no tengo ropa, no tengo nada en este lugar para ponerme, ¿Dónde está el vestido que usé ayer?

—Pase Stella —le digo abriendo la puerta y al mismo tiempo escondiéndome detrás de ella.

—¿Necesita algo? ¿Se encuentra bien?

—¿Dónde está Abrah?

—La está esperando en el comedor. Ya está listo el desayuno.

—¿Me puede contar lo que pasó anoche? —le pregunto avergonzada.

—Sabe que no puedo hacer eso, es contra las reglas.

—¡Ay si! —reniego. —Pero en esta ocasión yo se lo estoy preguntando. Por favor, Stella. ¿Acaso bebí demasiado anoche?

—¿No lo cree así? Ni siquiera lo recuerda señora.

Suelto un bufido y me dejo caer al suelo.

—No se preocupe, lo que sea que usted haya hecho está a salvo, únicamente lo presenció el personal y su esposo. Usted tiene mucha suerte, el señor jamás se separó de usted, incluso me ayudó a bañarla.

—¡Que! ¡¡¡qué!!! —grito exaltada.

Stella me mira perpleja.

—Bueno, no es que no me haya visto desnuda antes —suelto una risa incomoda. —Pero ya sabe, qué tal si no me veía sexi. —¡Que mierda le acabo de decir! Estoy desquiciada.

—No se preocupe por eso señora, era necesario bañarla porque lamentablemente usted se ensució de vomito y no podríamos dejarla así.

—Ya veo —respondo sonrojada ante la situación.

—¿Por qué mejor no bajamos al comedor? Debe tener hambre.

—¡Qué! No, no, no. Ya sabe cómo es Abrah, comenzará a regañarme y después a burlarse de mí. Mejor súbame el desayuno, por favor.

—Lo siento señora, pero el señor me dio órdenes precisas de que no se le subiera alimento a la habitación. Tiene que bajar.

—Maldito —grito pateando en el aire.

Stella como siempre guarda su postura.

—Bajo enseguida —respondo gruñendo. Ella solo asiente y se retira.

El muy desgraciado sabe que me iba a negar, ¿acaso quiere burlarse de mí? ¿O que demonios estará pensando en hacerme?

Tomo una de las batas que le llaman salida de cama, no tengo nada para usar, salvo la maldita ropa interior y para mi suerte también es su bata, huele a su maldita loción.

Bajo muy despacio cada escalón, no quiero que me escuche, tal vez él ya está en su estudio o algo así. Pero en cuanto me acerco al comedor puedo verlo en el asiento que esta al final de la mesa, muy tranquilo usando su celular.

—¡Buenos días! —me dice con un tono de voz muy irónico.

—Buen día —respondo rezongando.

—¿Cómo amaneció la señora de esta casa?

—Cállate —suelto.

Él comienza a reírse.

—¡¿Por qué ríes como un descerebrado?!

—¿Por qué estas tan molesta?

—¡Ay, ya Cállate!

Vuelve a reír.

—Será mejor que te apresures en desayunar, una vez que termines nos iremos a Varenna.

—Si, como digas —respondo golpeado. —Necesito pedirte un favor.

—Dime —responde mientras bebe de su taza de café.

—Puedes prestarme algo de dinero.

—¿Dinero? Para que lo necesitas.

—No tengo ropa, no tengo nada que usar.

— Claro que sí, estas usando mi ropa interior justo ahora —el maldito no deja de sonreír.

—Sabes qué, olvídalo no necesito tu mugroso dinero —y él, continúa burlándose de cada comentario que hago.

—Ya no te rías, me molesta demasiado.

—Está bien —se aclara la garganta para calmarse. —No te preocupes por eso, desde muy temprano mandé a Carlos a comprarte ropa.

—¿Estás hablando enserio?

—Por supuesto.

—Gracias —por un momento mi enojo se esfuma.

—Soy buen esposo, no solo en la cama.

¿A qué viene ese comentario? Y tenía que decirlo justo cuando tomo un sorbo de mi café.

Vuelve su maldita risa irónica. Mi enojo regresa. Si me dijo algo como esto es porque en definitiva dormimos juntos.

—Señor, tiene una llamada —le comenta Toño acercándole el teléfono.

—Gracias Antonio. ¿Pronto? —Abrah hace una cara de sorpresa, ¿Quién será? —¿Por qué recibo esa invitación hasta hoy? —se ríe. —Sabes que siempre estoy ocupado.

Comienzo a impacientarme, ¿con quién habla? Así que me levanto del comedor y voy directo a la cocina.

—¡Señora! —exclama Stella en cuanto me ve entrar. —Dígame que necesita, debió llamarnos.

—No pasa nada, solo quiero más café.

—De inmediato —me responde tomándome mi taza.

Antonio está en la estufa meneando unas verduras, es mi oportunidad.

—¿Usted también cocina Toñito?

—Me gusta ayudarle a Stella, señora.

—Ya veo... —le digo acercándome y toqueteando por aquí y por allá hasta llegar a la estufa. —Oiga Toñito una preguntita, ¿con quién está hablando mi esposo?

—¿No le dijo? Es una amiga de Alemania, la señorita D'amico.

—Alemana, ¿y con ese apellido?

—Tengo entendido que es italiana solo que estudió en Alemania con el señor, estuvieron juntos en la misma escuela.

—Entiendo. Muchas gracias por el desayuno, esta delicioso.

¡Así que una amiga! Porque se ríe con ella, su risa tonta e irónica debe ser solo para mí. Me sorprende que se comporte así con alguien más, por lo regular es más serio.

Vuelvo a mi silla.

—Veré que puedo hacer, no te prometo nada —se queda callado unos segundos, supongo que ella está hablando. —De acuerdo, hasta luego. Igualmente, adiós. —cuelga.

—¿Quién era?

—Una amiga —me responde y vuelve a su comida.

—Oh, ¿y qué quería? —uno mis manos junto a mi rostro.

—Me pidió un favor.

—¿Y cómo qué?

—Prestarle dinero para ropa no, eso es seguro —sonríe.

—Ja, ja. Estoy hablando enserio.

—No es nada. Olvídalo.

—¿No puedo preguntar?

—Estás preguntando demasiado diría yo.

—¿Acaso no puedo? —comienzo a levantar la voz.

—Si, pero no es importante. Anda desayuna.

No me agrada para nada esa mujer, que anda pidiendo favores a los demás. ¿Acaso no tiene un novio o un esposo que le ayude?

En cuanto termino de desayunar me paso a la sala a esperar a Carlos con la ropa.

—Desde que despertaste no me has dado un beso —dice Abrah sentándose a mi lado.

—¿Y por qué te daría un beso? ¿Acaso te lo mereces? —respondo mientras leo una revista.

—Por lo de anoche, claro que sí.

Y vuelve la harina al trigo, este hombre quiere desestabilizarme.

—Pues yo no recuerdo nada, así que no.

Enseguida se abre la puerta del departamento y veo a Carlos entrar junto con los otros guardias, llenos de bolsas en las manos.

—Buen día señora —me dice amablemente. —Aquí tiene.

—Ponlo en su habitación Carlos —le dice Abrah.

—De acuerdo señor.

Y todos los guardias lo comienzan a seguir.

—¿Qué es todo eso? —pregunto sorprendida.

—Ya te dije, mandé a Carlos por ropa.

—Eso no es un cambio de ropa.

—Bueno, son algunas cosas más. ¿Porque no vas arriba a mirar?

Salto del sillón emocionada, y corro hacia la habitación.

En cuanto entro puedo ver que han colocado las bolsas y las cajas sobre la cama y la mesa pequeña que hay dentro. Son más de 30 bolsas, no, podría decir que son más.

—Con su permiso, señora —me dice Carlos y se retira cerrando la puerta de la habitación.

¡No puedo creerlo! ¿Qué es todo esto? Voy abriendo bolsa por bolsa y me encuentro con ropa super bonita, atuendos que nunca jamás en mi vida podría haber comprado, de solo ver las etiquetas siento que me desmayo. También me ha comprado ropa interior de muchos estilos y colores, joyería de oro, así es de ¡¡oro!! Jamás había tenido algo de oro, salvo mi cadenita de bautismo qué por lógica ya no me queda. Lociones, cremas y maquillaje, en las cajas hay zapatos, sandalias de tacón, zapatillas y botas de varios tamaños.

—¡No puede creerlo! —exclamó en voz alta con las manos sobre la cabeza.

—Y aun te falta este —me dice Abrah qué se posa detrás de mí, entregándome una bolsa pequeña.

—¿Qué es?

—Ábrelo.

En cuanto mi mano toca dentro de aquella bolsita siento una caja.

—Un celular...

—Así podremos estar comunicados.

Un celular, un celular...

Porque me está dando esto, su mirada me dice mil cosas, él sabe cosas, que tanto fue lo que mi gran bocota habrá dicho el día de ayer. No puedo evitar que mis ojos se nublen de lágrimas. Tranquilízate Mia.

—Gracias por todo esto y por lo de ayer. Aunque no recuerde mucho, sé que me cuidaste y eso significa todo.

—Jamás dejaría que algo te pasará —me dice colocando detrás de mi oreja unos cuantos cabellos rebeldes.

—¿Qué tanto te dije ayer? ¿eh?

—Umm, déjame pesar. Eres una bendita máquina de radio, no te callabas en lo absoluto.

Suelto una pequeña risa y brotan las lágrimas de mis ojos.

—¡Hey! Si te doy esto no es para que te pongas triste, solo es un pequeño detalle.

—Si claro, sobre todo pequeño detalle.

—¿Al menos me gané un abrazo?

Yo asiento y estiró mis brazos. Siento su cuerpo cálido y fuerte, aunque he estado demasiado tiempo con él, su olor aun no sale desapercibido, es tan digno de presenciar, aunque mis comentarios siempre parezcan decir lo contrario. En realidad, lo que menos me molesta es su olor, ya que es tan pero tan agradable, me fundiría de por vida entre sus brazos.

—Gracias.

—No es nada.

En cuanto sale de la habitación me meto a bañar, agradezco el baño qué me dieron ayer, pero estoy segura de que no es lo mismo que hacerlo tu. Aprovecho para usar todos los productos que me compró. Ni siquiera sé que usar de tantas cosas hermosas que tengo. Al final me decido por un vestido, supongo que él les habrá comentado que es el tipo de atuendo qué siempre uso.

Fresca, limpia y arreglada salgo de la habitación rumbo a la entrada, ya que solo me esperan a mí.

—¿Qué tal me veo? —exclamo extendiendo mis brazos.

—Ya te dije que tienes que engordar, no quiero que te miren.

Brota de la nada una de mis carcajadas.

—Es broma, te miras hermosa —añade dándome un beso en la mejilla.

—¡Gracias! —me sonrojo un poco.

—Hueles riquísimo —me dice hundiéndose en mi cuello. —Ya no hueles a hombre.

—¡Oye! —le reclamo riéndome. —Ya quítate —lo que provoca todo lo contrario, se hunde más en mi cuello y rodea mi cuerpo con sus brazos. —¡Abrah, ya basta! —No deja de soltar pequeños besos y mordidas en mi cuello. De la nada aparece uno de los guardias y nos separamos.

—Ya está listo el auto, señor.

—Enseguida bajamos —responde él con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Ya viste? Todo porque no te controlas.

—Vámonos a nuestra... otra casa.

Lo miró, tomo su mano y bajamos a la camioneta.

Como siempre disfruto del traslado, el viento, las flores y el paisaje del Lago di como.
Siempre digno de ver.

Cuando llegamos a la casa, siento extraño ya que de algún modo tendremos que estar lejos uno del otro. Tan pronto mis pies tocan el suelo de la entrada, salen todos mis compañeros a recibirme, Abrah nos mira y entra a la casa por la entrada principal, y yo me quedo atrás.
¿Así se seguirá siendo siempre? No sé porque, pero siento un hueco en mi corazón.  

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