Capitulo 35
Abrah no comenta nada en el camino, permanece callado, es como si fuera un depredador que está a punto de atacar a su presa, o al menos su rostro me lo dice, me perturba un poco con esa mirada fuerte. He notado que sus ojos verdes cambian de tono con la ropa que usa y esta noche destellan de una forma extraña, tal vez por el alcohol qué ha consumido.
Nuestra camioneta no ha salido de la ciudad, así que sea a donde sea que vayamos está dentro de Milán.
—Creo que llegamos.
— ¿Qué lugar es este? —le pregunto, mientras él no deja de sonreír.
—Se llama "In ginocchio", es de mis restaurantes favoritos.
—Qué nombre tan extraño.
—En un momento te diré porqué se llama así, vamos adentro.
Abrah sale de la camioneta y de inmediato me ofrece su mano para ayudarme a bajar. El aire de la noche está más fresco que hace unas horas, incluso puedo ver el humito blanco qué se dispara de mi boca al respirar.
En cuanto nos acercamos a la puerta del restaurante, el personal de este se acerca inmediatamente y nos guía por una de las mesas, todo el personal del establecimiento en cuanto lo miran pasar, lo saludan o hacen reverencias como si se tratara del rey, supongo que es cierto que es de sus restaurantes favoritos, ya que todos lo conocen, ha de venir constantemente. Bueno, pensándolo bien hay un gran porcentaje de las personas que lo conocen aquí en Milán.
—Aquí les dejo la carta, cualquier cosa estoy a la orden. Con permiso— nos dice la señorita y se retira.
— ¿Qué te parece el lugar?
—Es lindo, muy acogedor.
—La langosta aquí es ¡Fabulosa! Y tienen un excelente vino blanco.
—Pues entonces... porque no pides la cena. Tú conoces bien este lugar, creo que es lo mejor.
—De acuerdo —responde emocionado y llama a la señorita.
Es curioso que esta es la primera vez que salimos a un lugar él y yo solos. Bueno, acabamos de ir a un evento, pero fue por invitación esto lo decidió en el transcurso del día, es muy gratificante. Después de que Abrah pida nuestra cena qué le lleva bastante tiempo, parece que no hemos comido en días porque incluso hasta añadió el postre, pobre chica llenó casi toda su libretita.
— ¿Por qué el lugar es así de tranquilo? No sé si me causa conflicto tanta paz.
—Estás loca, ¿cómo puede ser que el silencio te afecte? —responde burlón.
—Lo siento, pero es extraño estar en un lugar así. Aparte jamás había salido contigo.
— ¿Estás nerviosa?
—No —respondo de inmediato.
— ¿En serio? Pues parece que sí, ¿crees que estoy tratando de iniciar algo?
No puedo evitar reírme, pero al mismo tiempo sonrojarme un poco.
—Puff, claro que no.
—Entonces porque estás tan ansiosa y exaltada. Tus piernas, tus manos y tu cabello te delatan.
— ¿Qué dices? Estás mal.
—Claro que no. No has dejado de moverte y en cada ocasión que te miro desvías la mirada y agitas tu cabello, para después enlazar tus propias manos y pellizcar tus uñas.
—Me dijiste hace un momento que me explicarías por qué este lugar tiene ese nombre tan extraño —Abrah no deja de mirarme, qué molesto es. ¡Ya mejor cállate! —pienso.
—Lo dije.
—¡¿Y?! ¿Por qué se llama así? —pregunto impaciente.
—Era muy común que una pareja viniera a este restaurante, pidieran una mesa, disfrutarán de su cena y al final, el hombre se ponía de rodillas y le proponía matrimonio a su novia. Comenzó a hacerse tan conocido para propuestas que al final el dueño decidió cambiarle el nombre anterior a este. Y ahora todos en Milán saben que si te invitan a "In ginnochio" (De rodillas) será para pedirte matrimonio.
Suelto una carcajada.
—Suena demasiado obvio —respondo aun riendo.
—Jamás te dije que era una historia única.
—El dueño fue inteligente.
—Lo sé, gracias de todas formas.
— ¿Cómo?
—El dueño soy yo —me contesta con una sonrisa de oreja a oreja.
—Debí imaginármelo.
—No te culpo por ser lenta.
Maldito egocéntrico.
—Aquí tienen su cena, espero que la disfruten —dice la chica acompañada de otros dos meseros, que le ayudan a colocar todos los platillos que pidió Abrah, incluso nos dejan el carrito pegado a nuestra mesa con más platillos que no pueden estar en la mesa. En cuanto terminan se retiran.
—Gracias —les comento, y Abrah ni sus luces de educación.
—¡Oye! No te parece que debiste decirles algo, pobres chicos trajeron casi toda la carta.
— ¿Y? Es su trabajo, aparte yo tengo hambre.
En cuanto termina de hablar se posa en su plato de sopa y comienza a comer, este hombre es impredecible.
— ¿Por qué pediste tanta comida? No se supone que deben traer platillo por platillo.
—Me gusta tener opciones por si me canso de uno, me paso a otro. Deberías probar este pudin, es increíble.
—Podría pensar que te gusta más esta comida que la de Francesca.
—Casi, de hecho, Francesca trabajó en uno de mis restaurantes, solo que ella es más hogareña —me dice mientras no deja de comer ni un poco, es como si estuviera con cualquier chico, no hay pizca del hombre magnate, sino simplemente un joven cenando con una chica.
No puedo creer lo deliciosa que es la comida aquí, Abrah de nuevo tiene razón, todo sabe grandioso. Paso de un platillo a otro sin cesar, nos sirven vino cada 5 minutos, la combinación de todos estos platillos y el sabor del vino es perfecto. No puedo decir si estoy suficientemente llena o ebria, hay tanto de ambos.
Después de varios minutos de zacearnos de comida, el personal del restaurante retira todo de la mesa y nos traen una pequeña tarta de zarzamora que se mira riquísima, pero no sé si pueda entrar una rebanada en mi estómago.
—Aprovechando que estamos en este lugar —dice extendiendo sus brazos sobre la mesa.
—Quiero darte esto.
— ¿Qué cosa?
—Toma— me dice entregándome una pequeña caja de color negro.
—Ábrela —puedo ver dos anillos de dentro.
— ¿Y esto? —pregunto maravillada.
—Este restaurante es "In ginnocchio" es para pedir matrimonio, ¿no? Es el lugar perfecto para dártelos. Bueno, aunque para los demás "esto" ya había sucedido—añade con una pequeña sonrisa. —Uno de ellos es de compromiso, y el otro es nuestra argolla de matrimonio.
—Son muy, muy lindos ¡Gracias! —le digo con los ojos ahogados. No puedo evitarlo, jamás pensé en tener un anillo de compromiso en mi mano, aunque sea falso me llena de nostalgia.
—No te pongas emotiva, no es para tanto. Yo estoy usando mi argolla —extiende su mano para que pueda verla.
— ¿Por qué no te pones la tuya? Las personas podrían notar que no la estas utilizando.
Comienzo a reírme como una boba.
—Por supuesto, ahora me la pondré.
Las próximas horas nos la pasamos bebiendo y hablando de tonterías en el restaurante, todas las personas se nos quedan viendo, pero no es algo que nos impida seguir con nuestra charla, pasan minutos y después horas, estoy segura, ya que posteriormente el lugar queda completamente vacío.
—Vámonos, es hora de ir a casa —me dice tomándome de la mano. Su sonrisa me encanta, debo de admitir que este hombre me ha cautivado por completo, ya no tengo escapatoria.
Ambos estamos en alcoholandía, reímos de prácticamente todo, juntos somos dinamita. Carlos en todo momento se encarga de nosotros, ya que por obvias razones necesita haber alguien que este a cargo, lo bueno es que Abrah tiene a sus fieles guardias que están para esto justamente, cuidarnos.
—Sabes antes te odiaba en serio —comenta sin tapujos. Y yo, no puedo evitar reír ante su comentario.
—¡¿En serio?! Como puedes decir eso.
—Ni siquiera te había visto la cara, pero allá en Alemania te maldecía todo el tiempo —continúa hablando mientras no para de reír. —Odiaba qué estuvieras cerca de mi hermana y de mi familia.
—¿Y qué opinas de ahora? ¿Ya no te molesta?
Sus ojos se quedan posados en los míos, sin evitarlos ni un poco.
—No, ahora ya no. Ahora me dan celos que estés con ellos y no conmigo.
Nos quedamos en silencio un momento y de repente soltamos la risa. Justo ahora vamos en la camioneta de camino al departamento, obviamente no iremos a Varenna es muy tarde.
—Sabes, yo también te odiaba. Me parecías demasiado arrogante, pretencioso, engreído y altanero.
— ¡¿Solo eso?! —pregunta con sarcasmo.
—No de hecho hay más, pero por el momento solo diré esto.
—¿Y lo sigues pensando?
—Tal vez, algunas ya no, pero otras...
—Al menos ya nos soportamos.
—Eso es un buen punto. Podría decir que ahora somos más cercanos, incluso amigos, ¿no?
—Supongo que si, tal vez hasta algo más, ¿no te parece? —me dice acercándose a mí.
—Creo... que... —me aclaro la garganta.
—Somos... somos.
—Somos... Que, ¿qué somos? —se acerca tanto a mí que no puedo evitar recorrerme en el asiento hasta chocar con la puerta, gracias a Dios tiene seguro porque de otra forma hubiera salido volando, aunque tal vez sería una buena opción para sacarme de esta situación.
—Mia...—añade con una voz lenta y suave.
¡Madre santa, qué no vuelva hablar así porque mi libido va a llegar hasta el tope de un solo golpe!
—¿Qué pasa? —respondo nerviosa. —No se supone que me llamarías Anya, te volviste a equivocar.
—Tú siempre serás Mia para mí, Anya será el nombre de mi esposa ante la sociedad, pero tú, nunca te llamarás de otra forma—no sé si es romántico lo qué acaba decir o patético, y por culpa del alcohol no lo puedo notar.
Su brazo derecho se posa detrás de mí como si pretendiera abrazarme, mientras su mano izquierda busca tocar mi rostro, tiemblo de lo que pueda pasar.
—Muero por darte un beso.
—Hazlo —respondo de inmediato. Si supieras que yo me siento de la misma forma.
Su mano acaricia mi mejilla lentamente y su pulgar traza pequeñas caricias acercándose a mis labios, su respiración está agitada, lo sé por lo cerca que estamos. Ahora soy yo la que se acerca más a él, estoy tan impaciente qué podría lanzarme sobre él y hacerle mil cosas, pero debo calmar mis impulsos.
Cuando por fin toca sus labios con los míos, es cosa de otro mundo. Sé que ya nos hemos besado anteriormente, pero este beso es distinto, es para nosotros, no hay personas observándonos, no hay ningún espectador, no hay alguien para fingir estar enamorados o matrimoniados, esto totalmente nuestro.
El beso es tan suave y placentero, es como el verdadero primer beso, comenzamos lento, pero el hecho de tenerlo, percibir su olor, sentir sus caricias y su hermoso cuerpo sobre mí, irradiamos calor de inmediato, necesito más quiero besar cada espacio y cada rincón de su boca.
Paso mis manos por todo su rostro, su cabello y luego su espalda, él se posa sobre mí y no puedo evitar chocar de nuevo contra la puerta de la enorme camioneta, ni siquiera nos hemos separado para respirar, estamos tan coordinados qué creo que ya nos volvimos expertos. Nuestras respiraciones están tan agitadas qué fácilmente podría darnos un paro cardíaco, como decían en mi barrio "échenles un balde de agua helada" tal vez eso necesitamos.
Escuchamos qué nos llaman, pero lo ignoramos por completo, siento que el vestido me está estorbando. En cambio, él se quita el saco y lo arroja a uno de los sillones del frente.
—¡Señor! Hemos llegado —se vuelve a escuchar la voz de Carlos que insiste tocando la puerta fuera de la camioneta. Inevitablemente nos detenemos.
—Gracias, ahora bajamos —responde Abrah y vuelve a sentarse de la forma "correcta", en la camioneta.
—¿Quieres entrar?
Yo solo asiento con una sonrisa.
En cuanto me ofrece su mano para bajar y yo acepto su agarre, me jala hacia él y me levanta del suelo cargándome en sus brazos.
—Entrarás a casa en brazos de tu esposo, como la recién casada, qué eres.
—¡Estás loco! —digo entre risas mientras él comienza a caminar rumbo a la entrada para subir las escaleras.
—Aparte no creo que te funcionen las piernas, ¿o sí?
—¡Qué cosas dices! Un beso tuyo no es nada —digo burlándome.
—No digas cosas que después te puedas arrepentir.
—Ja, ja. Me sorprende que tú estés de pie, ¿no te duele algo?
Él me mira impaciente, sabe a lo que me refiero. En cuanto se abren las puertas puedo ver a Antonio y a Stella recibiéndonos como en aquella ocasión, solo alcanzo a saludar con un "Hola" porque Abrah se dirige de inmediato al sofá.
—¿Ya te cansaste? —le digo mientras me quito los tacones.
—¿Qué dices? Esto solo es el principio. ¡Stella! —grita a todo pulmón. —¡Una botella de whisky!
—Pero ya estás muy ebrio.
—¿Ya vas a comenzar a regañarme? ¿Serás ese tipo de esposa?
—No, no seré ese tipo. Seré la que cuida a su esposo para qué no se ponga feo y gordo.
—¿Y si tú te pones gorda? Porque fea ya eres.
—¡¡Oye!!— le reclamo soltando un pequeño golpe en el brazo.
—Ven aquí —me dice riendo mientras me jala hacia él para darme un beso. Ahora no puedo evitar sentir un poquito de pena, hay muchos guardias alrededor del departamento, prácticamente uno en cada ventana, más Stella y Antonio qué deben de andar por allí.
—Espera... —lo detengo poniendo mi mano en sus labios.
—Hay demasiadas personas aquí, me da vergüenza.
Él comienza a reírse, luce tan guapo cuando hace este tipo de gestos, sus hoyuelos aparecen y sus pequeñas marcas en los ojos. ¡Me encanta!
—Cómo te puede dar vergüenza aquí en el departamento, pero allá en el evento, ¿no?
—Es distinto, aquellas personas dudo que las vuelva a ver, en cambio, todas estas personas trabajan para ti nos veremos seguido.
—Haz de cuenta que no están, no puedo pedirles que se retiren, están trabajando, no les des importancia.
De nuevo comienza a besarme y aunque me inquieta un poco la situación de ser media observada, los labios de Abrah son tan adictivos qué me bastan unos segundos para olvidarme de la incomodidad y volver a la fogosidad de nuestros besos, incluso Stella trae la botella, los hielos y demás, pero yo jamás, jamás me doy cuenta, estoy hipnotizada.
—¿Quieres un trago? —me pregunta Abrah entre besos.
—¿Por qué no?
Si a este punto ya estamos ebrios, no puedo decir a qué punto llegamos horas después. Tenemos música a todo volumen, bailamos, cantamos y tomamos por todo el departamento, ya van más de seis veces que caigo al suelo, pero por el efecto del alcohol no me duele ni un poquito.
—¿Amor que haces en el suelo? —le pregunto a Abrah que esta boca arriba mirando a la nada.
—No... sé ¿qué me pasó? —responde desorientado.
—Eres divertido—rio como toda una enferma mental.
— ¿Qué? No te entendí.
—Señor, creo que lo mejor será que suban a descansar, es algo tarde—le dice Stella.
— ¡¡¿Tu quién te crees?!! Estamos bien —reniego.
Yo solo miro a Stella esperando su respuesta, no puedo hacer más.
—Señora, por favor. Subamos —algo en mi interior me dice que debo hacerle caso, pero también quiero seguir bebiendo. ¿Acaso me volví loca?
—¡Estoy bien Stella, tranquila! —le respondo sonriente. Mis ojos se sienten calientes, qué loco.
Abrah se levanta del suelo y se sienta en el sillón, desde mi lugar puedo ver lo atractivo que es, ahora más que nunca lo deseo. Y no sé por qué, pero no tengo miedo y mucho menos nervios.
—Oyye... —le digo acercándome poco a poco. —Muero por darte un beso.
En cuanto le termino de decir suelta la carcajada.
— ¿Ahora también te robas mis diálogos?
—¿Solo si voy a besarte? —me subo sobre sus piernas mirándolo frente a frente, como en aquella noche en el burdel, pero supongo que ese día no se compara con este.
Coloco mis labios junto a los suyos, puedo oler todo el alcohol qué esta noche hemos consumido, sinceramente creo que yo he bebido más o al menos me ha afectado más a mí. Nos besamos de una manera tan frenética qué no se parece a ningún otro beso nuestro, este está lleno de fogosidad y lujuria. Me surge la enorme necesidad de quitarle la ropa, y así lo hago desabotonándole la camisa, quitándole el cinturón y abriendo el botón de su pantalón.
Tengo tanto calor que el vestido comienza a estresarme, Abrah de algún modo lo intuye y va directo al pequeño botón y luego a bajar el cierre, cuando por fin lo baja por completo hago una maniobra digna de una atleta de gimnasia ya qué salto en el aire para quitarme el vestido y arrojarlo lejos, pero jamás apartarme de él, continuamos con lo nuestro, siento como está tan excitado como yo, si él quisiera podría hacerme suya justo ahora, aquí en el sillón o si quisiera tumbarme sobre la pequeña mesa de la sala, ya no me importa que todo el personal nos escuche.
Siento sus manos recorrer todo mi cuerpo, posarse en mi trasero y acercarme más y más a él, no puedo evitar frotarme sobre él, llevo mucho tiempo esperando esto, tiene mi aprobación, puede hacerlo cuando quiera, yo así lo quiero. De vez en cuando él suelta pequeños gemidos qué se funden en nuestros labios, sé que él está excitado porque puedo sentirlo.
—A...brah... hazlo yo quiero... —mis labios vuelven a la coreografía de nuestras bocas. —Confío en.... ti.
¿Por qué no me responde? ¿Será que está demasiado concentrado? Tomaré su silencio como un sí. Cuando pienso en bajar sus pantalones, él me detiene.
—Espera...
—¿Qué pasa? —me da un pequeño beso en la frente.
—Subamos a la habitación, ¿de acuerdo? —me mira fijamente.
—De acuerdo.
—Toma, ponte mi camisa —me dice ayudándome.
Caminando a las escaleras puedo ver todo el desastre que hemos dejado, pobre Stella. En cuanto abre la habitación me carga para llevarme a la cama. Quita la cobija y nos metemos dentro.
—¡Shh! Descansa —me vuelve a plantar otro beso en la frente y se acuesta a dormir.
—¡Oye! Pero yo quería tener sexo.
—Yo más, pero ahora dormiremos, ¿de acuerdo?
—¡Qué! Noo yo quiero tenerte, te necesito...
—Está bien, está bien tranquila, aquí estoy contigo. Dormiremos un rato y después haremos todo lo que quieras.
—Pe... ro yo... quiero.
—¡Shh! Sé que tú tienes mucha energía y te admiro preciosa, pero ya es tarde, solo un rato y después todo el sexo qué quieras.
—Bueno —le respondo sonriéndole y aprovecho para darle un beso y tal vez así avivarlo de nuevo, pero creo que no funciona, ya que me corta la inspiración y se acurruca junto a mí.
Terminamos los dos abrazados en esta habitación, su habitación hasta quedar profundamente dormidos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro