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Capitulo 34

Ya estoy por terminar de arreglarme y no encuentro palabras para describir lo que siento en este momento, mi pierna derecha no deja de moverse y mis labios no pueden permanecer quietos para que Arleth los maquille, esto me recordó a mi infancia, cuando la maestra en tercer grado me pasaba al frente de la clase a preguntarme las tablas de multiplicar, era horrible.

—Mia, tranquila ya casi termino —me dice mientras se concentra para no salirse de la línea. —Un poco más, y... ¡Lista! Quedaste perfecta.

—¡¿En serio?!

—Si amiga —grita eufórica. —Vamos a avisarle a mi hermano y después nos pasamos a la sala a esperar.

—¡Oye, no! Nadie puede verme así.

—¿Por qué? Se van a derretir de tanta belleza...

—¡Ay, como puedes decir eso! —respondo avergonzada. —Se supone que nadie debe saber la relación que tengo con tu hermano.

—Solo son amigos, ¿no? —me mira mientras guarda su maquillaje. —Te prestaré mi abrigo y esperaremos en la sala.

—Lo mejor será que espere en el jardín, agradezco tu atención Arleth, pero es preferible esperar afuera, créeme.

—¿Ya estás lista? —dice Nora que llega corriendo a la habitación de Arleth, esto provoca que recuerde aquella noche en la que nos escapamos para ir a la dichosa fiesta. —Amiga, de qué manera decirlo... ¡¡¡Estás fabulosa!!!

—¿Te parece? —pregunto entusiasmada.

—¡Por supuesto! Te miras increíble.

Me coloco el abrigo y bajo por el pequeño ascensor, qué lleva al área de lavado, qué está en el sótano, me escabullo entre los pasillos y salgo al jardín, espero sentada en mi mesa de siempre, sé que no falta mucho para irnos y es más conveniente estar aquí afuera en el aire fresco. La camioneta incluso ya está encendida justo frente a la puerta.

—¿Qué haces aquí afuera? —pregunta Julio, qué de nuevo vuelve a llegar de la nada.

—Está helando aquí.

—¡Por eso tengo puesto este abrigo! —respondo burlona.

—¿Y debajo de él un enorme arbusto? ¿Qué estás usando?

Mi risa nerviosa me delata, lo cual hace qué se interese aún más en descubrir qué hay debajo.

—¡Hey, deja allí! —le digo dándole un manotazo cuando por poco toca mi abultado vestido.

—¡Señorita Mia! —grita uno de los guardias. —La camioneta ya está lista, nos tenemos que ir.

—¡Uff, excelente! Hasta luego Julio —respondo de inmediato huyendo del lugar.
¡No puede ser, mis Zapatillas se entierran en el pasto!

—¡Adelante, suba a la camioneta! —me dice Carlos tomando mi mano para impulsarme hacia dentro. —El señor Abrah enseguida estará con nosotros.

En cuanto tomo asiento se abre la camioneta y siento la brisa fresca, después una bofetada de belleza masculina acompañada de un aroma de una loción de miles de euros.

—¡Hola! —me saluda sonriente, por un momento pensé que estaría de mal humor.

—Hola...

—¿Usaste el vestido que te compré?

—Sí, está debajo del abrigo —respondo en modo chistoso.

—De acuerdo, ¿Quieres beber algo en el camino?

—No, gracias. Soy muy propensa a vomitar. —Él suelta una carcajada.

—Bien, entonces esperamos. Solo tenemos un vestido, ¿no?

—Exacto, hay que mantenerlo intacto.

El trayecto es de mis cosas favoritas de este lugar, la noche es fresca, así que todos los árboles nos abrazan en este camino, la carretera siempre es sumamente agradable de respirar, la luna luce preciosa y no puedo evitar sentirme como un bebe que mecen en su cuna, llega el punto en el que siento tanta paz y tranquilidad que no me percato que mis ojos se cierran y me quedo dormida.

—¡Hey Mia! Despierta... —escucho a alguien hablar. —¡¡Mia!!

—¿Qué pasa? ¿Por qué tanto ruido? —pregunto renegando.

—Ya llegamos.

—¿Cómo? —exclamo perturbada. —¿Me quedé dormida?

—Así es —responde entre risas mientras me quita un mechón de cabello qué atraviesa mi cara.

—¡Cuánto lo siento! Estaba admirando la luna y seguramente me hipnotizó y me quede dormida, discúlpame.

—Está bien, tranquila. Por el momento nadie sabe que llegamos al evento, justo ahora estamos en el estacionamiento—observo el lugar desde la camioneta y es cierto, todo está muy tranquilo y pacífico. —Hay un tema que no hablamos.

—¿Cuál? —respondo quitándome las pocas lagañas acumuladas.

—Recuerdas que te conté sobre los nombres de las esposas...

—¡Oh sí! Lo recuerdo.

—¿Pensaste en alguno?

—Ups, la verdad es que no. ¿Y tú?

—Tengo uno, pero no sé si te guste.

—¿Cuál es? —espera un momento para decirme y después lo suelta.

—Anya.

—¿Anya? Qué raro.

—¿No te gusta?

—No lo sé, jamás creí llamarme de otra forma y ahora este nombre.

—Incluso se parece un poco al tuyo.
No puedo evitar reírme.

—¿Por qué ese nombre? ¿Es de alguna exnovia que deba saber?

—Claro que no, el nombre es ruso —responde exaltado.

Lo observo mientras esconde su rostro, ¿acaso está avergonzado?

—Pues no somos rusos, pero me gusta.

—¿En serio? Si no estas convencida podemos cambiarlo.

—No, creo que si pensamos en otras opciones se me olvidará mi nombre "real" y después no sabré cuando me llames —añado riéndome.

—De acuerdo. Entonces será Anya Marcerano.

—De acuerdo, Abrah Marcerano.

—Vamos fuera.

Él sale primero de la camioneta y se plisa su abrigo, para después estirar su brazo y ofrecerme su mano. Poco a poco desciendo fuera y sale por completo el vestido cayendo rastros de brillos por doquier.

—¡Wow, se mira algo estorboso! ¿Por qué no te quitas el abrigo y lo dejas aquí?

—¿Tú crees?

—Sí, lúcelo desde aquí —responde jalándome el abrigo. Me lo termino de quitar y el aire toca sobre mis hombros y desciende por mis brazos, maldito frío. Termino arrojándolo dentro de la camioneta.

—Lista, vámonos —le digo a Abrah qué se queda parado si hacer ni decir nada. —¡Hey, te estoy hablando!

—¡¿Señor?! Le habla la señora —añade Carlos.

—¡Oh, si claro! Vamos...

—¿Qué te pasa? ¿Te sientes mal? Te noto algo distraído —no sé por qué, pero él se aclara la garganta.

—Estoy bien, solo que me dio algo de calor.

—Pues deja tu abrigo.

—Buena idea, espera un segundo —me dice, arrojándole su abrigo a la cara a uno de sus tantos guardaespaldas.

—Por cierto, te miras hermosa.

—Gracias —respondo algo sonrojada. —No hace falta decir que no quiero que me dejes sola, ¿verdad?

—¿Acaso no eres la experta en fiestas? —pregunta con sarcasmo.

—No. De hecho, he ido a muy pocas fiestas y aparte no conozco a nadie, por favor no me dejes sola.

—No haré eso, no te preocupes.

Los guardias nos siguen como aquella vez de la universidad, son muy profesionales. Cuatro de ellos suben en el ascensor con nosotros hasta el pent-house, lugar donde se celebra dicho evento. En cuanto se abren las puertas llegan de improvisto las luces, el sonido y toda la gente, este sitio es enorme, pero está muy, muy lleno. ¿Cuántas invitaciones habrán dado?

—Vamos Mia —me dice Abrah tomándome del brazo.

—¡Oye, oye! Me llamaste Mia. —Él se queda en shock un momento y luego salimos del ascensor.

—Nadie nos escuchó, y apenas se están enterando qué llegamos.

—Amor, no vuelvas a llamarme así —respondo nerviosa.

—Qué extraño oírte decir "amor".

—¿Y cómo debo llamarte?

—No lo sé, algo menos común.

—¡Eso debimos pensarlo en la camioneta! —exclamo.

—¿Abrah Marcerano? —pregunta un hombre de edad madura. —Eres tú, ¿cierto? ¿Cómo has estado?

—Hola señor Colombo, un placer verle —lo saluda Abrah.

—El placer es mío hijo, ¿Quién es ella? —pregunta sin alejar su mirada de mí.

—Le presento a mi esposa, Anya Marcerano.

—¡Es un placer, señora! —me dice ofreciéndome su mano. —Es usted muy hermosa.

—Gracias señor, es un placer conocerle.

—Espero muy pronto ver a tu padre —se dirige a Abrah, obviamente.

—Lo saludaré de su parte.

—Disfruten la fiesta —añade don Colombo y se retira.

—¡Casi nos escuchó! —me dice Abrah molesto.

—¡Claro que no! Con este ruido, nadie podría habernos escuchado y mucho menos un anciano. —Él suelta una pequeña carcajada.

—Qué mala eres —continúa sonriendo. —Llámame como quieras, pero actúa como si de verdad fueras ya sabes...

—¿Tu esposa? Será sencillo, se supone que estamos recién casados y los recién casados siempre están mirándose al rostro, tomándose de la mano, abrazándose, besándose...

—¡Hey, despierta de tu sex dream! —dice aplaudiendo.

—No estaba soñando, todo lo que dije es la pura verdad.

—Solo hay que divertirse, no es para tanto.

—Bueno, entonces voy por una copa —en cuanto voy a dar un paso, él me detiene. —¡¿Ahora qué hice?!

—Acabamos de llegar y ya me quieres abandonar, saludemos un poco y ya después bebes.

—Okay... yo solo decía —respondo levantando las manos en símbolo de paz.

Y así es como sucede... nos vamos mezclando entre todas estas personas, que por cierto hay de todo, así es de ¡todo! Desde políticos, modelos, actores de cine y teatro, diseñadores, doctores, chefs, futbolistas, y hasta sacerdotes, lo cual es demasiado extraño. Él me presenta con las personas que cree importantes y adecuadas, después de caminar por el evento más de una hora y todo el mundo sabe quiénes somos y porque estamos aquí, es hora de beber.

—¡Oye, por un demonio tengo sed! —reniego.

—No vas a beber nada que haya servido un extraño.

—Pues amorrr, busca algo para mí ¡Por fis! —hablo con voz suplicante con algo de infantería. 

Él me mira algo enfadado y después se retira. La verdad es que el lugar es muy lindo, y el hecho de que está en la parte más alta del edificio lo hace ser aún más bello.

—Señora, le recuerdo que no debe acercarse mucho a la orilla —me dice uno de los guardias de Abrah.

—Gracias, solo vengo a admirar la vista, ¿es hermoso, no crees? —él no responde, se me había olvidado de que solo hablan con mi "esposo".

—¡Hola! Aún no nos han presentado —aparece de pronto una mujer de unos treinta y tantos. —Me llamo Fiorella, amiga íntima de los Marcerano, ¿tú eres...?

—Anya Marcerano —ella se ríe como si no entendiera.

—No comprendo —responde distraída. Se los dije, seguramente tiene algún retraso mental, parece que está interesada en Abrah, llámenme paranoica, pero me mira de una manera muy desagradable.

—No creo que seas íntima de la familia, nunca te he oído mencionar.

—¿Cómo dices?

—Soy esposa de Abrah Marcerano.

Mia 1, Fiorella 0.
Ella tose un poco mientras bebe de su margarita.

—¡¿Abrah se casó?! ¿Contigo? —su mirada baja desde mi cabeza a los pies. Como no me interesa seguir hablando con ella ni conocerla me volteo de nuevo a la vista de la preciosa ciudad. Ella me dice algo, pero yo la ignoró, después de todo soy una Marcerano y ellos actúan así, ¿por qué no hacer bien mi papel?

—Aquí tienes Anya —me dice Abrah qué llega con dos copas de champagne, junto con un joven mesero qué nos coloca la botella a nuestro lado en su pequeño baldecito.

—Gracias —le digo al joven mesero. —Oye Abrah, todas las mujeres se me quedan viendo, ¿tengo algo en la cara? ¿Se me está saliendo una chichi? —Él se ríe mientras sostiene en su mano la copa.

—Claro que no. Solo te tienen envidia.

—¿Envidia?

—Así es, eres la mujer más hermosa de la fiesta, tienes buen cuerpo, hermoso cabello, estás usando un vestido de diseñador ultra exclusivo y eres mi esposa. ¿Quieres más razones? Vuelvo a decirlo, eres mi esposa.

—Oye, deja tu narcisismo por un momento.

—Estoy hablando en serio, muchas de las mujeres que están aquí, salieron alguna vez conmigo o se enamoraron de mí. —No puedo evitar darle un golpe en el brazo.

—¡¡Oye!! Perdón, pero es la verdad. Es normal que sientan envidia.

—Pasan a mi lado y me dicen "Puttana" o "Troia" —él continúa burlándose de mí. —No es divertido, siento que voy a morir aquí adentro.

—¡Ya, cálmate! —me dice abrazándome por detrás. —Luces bellísima, no hay nadie que se te compare.

—Solo míralas, parecen buitres —le digo, mientras aquellas mujeres no dejan de mirarnos y murmurar entre cada círculo reunido. Él, en cambio, se sigue divirtiendo con mis comentarios, no deja de abrazarme ni siquiera un poco, coloca sus brazos sobre mi cintura y su rostro entre mi cuello. No puedo evitar sentir escalofríos. —¡¡Oye me provocas cosquillas!!

—¿No dijiste que así actúan los recién casados? De esta manera les restriegas a los "buitres" quien es la ganadora.

—Tampoco te creas la gran cosa. Sírveme más champagne.

—Lo que usted diga, esposa.

—¿Mia? —se acerca un chico. —Soy Mario, ¿te acuerdas de mí? Nos conocimos en la fiesta de recaudación hace unos meses.

—¡Hola Mario! Claro que sí, nos presentó Arek, ¿cierto?

—¡Así es! ¿No vino contigo?

—No, pero vengo yo con ella —se integra Abrah a la conversación.

—¿Eres Abrah, cierto?

—Así es, soy su esposo.

—¡Wow, en serio! No tenía idea de que te habías casado. ¿Cuándo pasó exactamente? Muero de curiosidad.

—Pues... —comienzo hablar y Abrah me interrumpe.

—Hace 1 mes exactamente.

—Felicidades a ambos, espero que sean muy felices.

—Lo somos, gracias —responde Abrah a la defensiva.

—Hasta luego —el chico se retira.

—Oye, qué grosero fuiste prácticamente lo corriste.

—¿Querías seguir hablando con él? Tú estás casada no hay más que conversar con ese chico. Aparte el muy imbécil te llamó Mia.

—Sí, porque lo conocí antes de que nos casáramos.

—Exacto, qué se vaya —se toma el champagne de un solo trago.

—¡Oye, tranquilo! —lo imitó como hace un momento él me decía a mí, incluso lo abrazo por la espalda.

—No es gracioso. —Ahora soy yo, la que ríe a carcajadas.

—Claro que es gracioso, no pasaron más de 5 minutos y nuestra conversación dio un giro ¡Enorme! —Él me mira por unos segundos y no resiste mantener su mirada seria, poco a poco su ceño fruncido desaparece y después se ríe tanto que hasta le sale saliva de más, nos damos un abrazo tan grande que de la nada origina un beso pequeño en la boca, había olvidado los cálidos qué eran sus labios.

—¿Por qué no vamos a bailar? —me pregunta.

Estando con él sonrió tanto que me duelen las mejillas.

—Claro.

Abrah y yo disfrutamos cada canción y aunque la mayoría o sí no es que todas las canciones son ritmos lentos y románticos, no son suficientes para demostrarles a todos los invitados lo mucho que los Marcerano "recién casados" se aman.

Él no deja de decirme chistes y burlas de las personas que están a nuestro alrededor, así que es imposible guardar la compostura, ya que ambos sin tapujos no logramos aguantar las carcajadas, nuestras manos jamás se separan y nuestros labios se unen más seguido cada vez, aunque no dejan de ser besos metódicamente necesarios.

Incluso hasta se me olvidó lo mucho que me estaban lastimando los pies a esta altura de la fiesta, ya que no estoy muy acostumbrada a utilizar tacón tan alto, pero con esta aventura de mi "esposo" y yo, se me pasó por completo. No cabe duda de que los presentes disfrutan de nuestro show, pero hoy es show familiar.

—Necesito ir al baño —le digo al oído.

—Bien, te acompaño. —Nos dirigimos rumbo al tocador y uno de los guardias entra primero para verificar que todo esté bien, después sale y con una mirada asiente para que pueda entrar.

—Gracias —le digo al chico y él asiente.

—¡Vamos!

—Oye, ¿A dónde crees que vas?

—¿Cómo qué a dónde? Al baño contigo.

—No, espera aquí afuera, como todos los esposos.

—No te voy a dejar allá adentro sola.

—¿Qué no acabas de darte cuenta de que todo está bien? ¡Estás loco! Espera aquí afuera. —¡Qué diablos le pasa! Se está creyendo demasiado su papel. Y no me refiero al papel de baño. En cuanto entro trato de no tardar demasiado y salir pronto del baño, en cuanto abro la puerta él está justo frente a mí. —¡Mierda! —grito tan fuerte que parece que mi corazón va a estallar.

—¿Estás bien? —se acerca a preguntar.

—¿Cómo me preguntas eso? Es por tu culpa, te dije que esperarás afuera —me acerco al lavamanos.

—Solo me aseguro de que estés bien —no sé porque, pero su voz no suena igual, noto un ligero cambio, ¿acaso ya está ebrio? 

—No te deberías de preocupar —respondo mirándolo a los ojos. —Abrah, no te parece raro que este es el único baño y no hay cientos de mujeres mirándose al espejo y tomándose fotos.

—No, no me parece raro. Porque de hecho está prohibida la entrada de cualquier mujer hasta que salgamos.

—¿¡Qué!? ¿Por qué? —pregunto atónita.

—Es por tu seguridad, me moriría si te pasará algo —me dice acercándose poco a poco a mi rostro.

—Vamos afuera, allá hablamos—salimos de inmediato y todas las chicas que estaban haciendo fila nos miran con ojos de odio, seguramente creen que tuvimos sexo allá adentro, mientras ellas por poco se orinan. ¡Va, no hay nada que hacer!

—¡Espera Anya! —comienza a levantar la voz.

—¿Qué quieres? —contesto a la defensiva.

—¿Acaso estás molesta? ¿Por lo que acabo de decir?

—No, no estoy molesta.

—Entonces, ¿Por qué huyes así? Las personas nos miran. —Y es cierto, mendiga gente chismosa, ¿acaso no hay nada más interesante que hacer más que mirarnos?

—Solo estoy cansada, ¿podemos irnos a casa?

—De acuerdo, vámonos —responde tranquilamente y con su mirada los guardias hacen lo suyo, nos acercamos al ascensor, entramos y descendemos al estacionamiento. —¿Segura que estás bien? —vuelve a preguntar.

—Si, solo que aún no puedo acostumbrarme a todo esto, es demasiado nuevo para mí, así que espero que me entiendas. Sé que tienes tus reglas, protocolos y demás, créeme que los respeto, pero necesito tiempo para irme adaptando, toda esta seguridad me agobia un poco.

—Está bien, te entiendo. ¿Te sientes muy mal como para hacer una parada?

— ¿A dónde quieres ir?

—Mejor dicho, a donde quiero llevarte. 

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