Capítulo 24
El departamento de Abrah es realmente amplio. Creí que sería un departamento parecido al mío, bueno, obviamente más lujoso, pero ya saben estilo italiano. Este ni siquiera le puedo llamar departamento, prácticamente es una casa. La puerta por la que entramos es para subir al segundo piso, ya que el primer piso solo cuenta con la entrada principal, una lateral y los portones donde ingresan los autos al garaje. Aquí en el segundo piso está el área de confort, una barra de licores, el área de juegos, la cocina, el comedor, el estudio, la sala enorme con su gran televisor que parece más bien una pared, también hay un baño y más espacio para disfrutar. En la tercera planta están las habitaciones y tengo entendido que en el techo hay una terraza con alberca.
En resumen, el lugar es ¡Bellísimo!
En donde sea que te pares puedes ver la ciudad, una preciosa vista, de hecho, entra demasiada luz, estamos rodeados de enormes ventanas.
—¿Le gustó el ossobuco? —me pregunta Stella, la ama de llaves.
—¡Estuvo delicioso! —respondo realmente satisfecha.
Para los que no sepan que es el ossobuco, les explico brevemente.
Se trata de un platillo tradicional de Milán, prácticamente es un gran trozo de ternera, se le añaden un poco de condimentos y sabe realmente exquisito, normalmente se acompaña con arroz o risotto.
—Enseguida le traigo el postre —me dice Stella.
—¡¿Aún tienes hambre?! —me pregunta Carlos, que está parado junto al sofá donde permanezco sentada.
—¡Por supuesto! Esta señora cocina delicioso, ¿No hay forma de que me quede a trabajar aquí? —digo, y termino por reírme.
—Stella no debe saber que eres empleada. Te recuerdo que eres invitada —me dice en susurro acercándose a mi oreja.
—Sí, sí, ya lo sé. ¿Por qué no comes algo?
—Estoy trabajando, no puedo hacer eso. Y deja de dirigirme la palabra.
Un momento después se aleja rumbo a las ventanas que se encuentra al lado izquierdo de la casa.
—Bueno, encenderé la televisión. Estoy aburrida.
Miro que Carlos hace una mueca y vuelve a su vigilancia.
¡Qué aburrido es!
—Aquí tiene señorita —me dice Stella dejando el plato en la pequeña mesa que tengo frente a mí.
—¡Muchas gracias, Stella! ¿Qué postre es este? Ya lo he comido antes, pero se me olvidan los nombres —pregunto y vuelvo a reír.
Ella sonríe amablemente, es de esas personas que podrías abrazar todo el tiempo, se mira ¡Tan apapachable!
—Panna cotta, signorina.
—¡Cierto! —exclamo en voz alta como si hubiera ganado un concurso. —Se mira riquísimo, mil gracias.
—¿Algo más que necesite?
—Estoy bien, gracias. ¿Por qué no se sienta conmigo a ver televisión?
Stella hace una cara de espanto al escucharme decir eso.
—No puedo, signorina!
—¿Por qué?
—El señor me lo prohíbe, no es normal —responde agitada, la noto algo nerviosa.
—¡¿Por qué dice eso?! No se preocupe. ¿Abrah no está aquí o sí? Vamos, siéntese conmigo.
Ella tiene cara de espanto.
¡Pero qué diablos les dicen a los empleados para tenerlos así!
Allá en Varenna todo el tiempo están: "¡Apégate al protocolo! ¡Eso está prohibido, Mia! ¡Ojalá no se enteren los señores!".
¡Qué asfixiante! Tendré que hablar esto con Abrah, no es justo, parece que todos estamos trabajando con la señora Carmina, ¿recuerdan? La señora gorda y sudorosa que me trataba mal. Stella parece que, si se sienta a ver la televisión conmigo, mañana recibirá un balazo en la cien.
—Está bien, si no quiere no la obligaré. Tranquila.
Ella asiente, hace una reverencia y se retira. Mientras me dedico a saborear hasta el último trozo de mi postre, cambio de canales y no hay nada agradable. Me voy a la sección de aplicaciones y hay muchas plataformas que puedo elegir. Al final me decido por una de mis películas favoritas "Mientras dormías" de Sandra Bullock. Al avanzar la película, me río, me emociono y lloro. Esto es muy normal en mí, soy muy emocional.
De pronto comienzo a sentir pesadez en mis ojos, me siento cansada, de un momento a otro término por cerrarlos y ya no abrirlos.
Abrah Marcerano / Apartamento de Milán.
—Con esta tormenta será imposible que Arleth y Mia salgan de compras —digo al aire.
—¿En serio pensó en dejarlas ir, señor? —me pregunta uno de mis guardias que me acompaña en la parte trasera de la camioneta.
—Supongo que sí, hablo con Mia y de pronto siento que todo lo que dice es lo correcto. Me vuelve loco.
Él solo sonríe sin decir nada.
—Ya estamos llegando, señor, les pediré que abran la puerta y le sujeten el paraguas. Esperé unos minutos, por favor.
Guardo mis cosas en el portafolio y espero que den la orden por el auricular.
¿Arleth ya estará aquí? ¿Será que debo dejarla continuar en la universidad? Otra cosa, ¡necesito ir al negocio de mi madre! Bueno, iré cuando pase la tormenta. También tengo que transferir el dinero a William y los cheques de los inversionistas; me ocuparé de eso después. ¡Muero de hambre!
—Listo, señor, ya puede bajar.
Cuando me abren la puerta de la camioneta puedo ver que se trata de Carlos.
—¿Mi hermana ya está aquí? —le pregunto de manera apresurada.
—No, señor, aún no termina sus clases. De todas formas, el chófer se encuentra en la universidad junto con la seguridad.
—De acuerdo.
Comienzo avanzar por las escaleras rumbo a la segunda planta, puedo oler desde aquí la deliciosa comida que el día hoy preparó Stella.
—¡Señor, bienvenido! —me dice Antonio, mientras me quita el abrigo. —¿Desea que le sirvan la comida?
—Sí, por favor. Me daré un baño, vuelvo en un momento.
Camino a las escaleras para ir a mi habitación, pero recuerdo que alguien más está en esta casa.
—¡Mia! —levantó la voz. —¿En dónde te metiste? ¡Se cancelan las compras, hay una tormenta allá afuera!
—¡Señor, que gusto! ¡Ya regreso! —exclama Stella con mucho entusiasmo, mientras va bajando las escaleras.
—Stella me puede servir de comer, por favor.
—Será un placer señor.
—¡¡Mia!! —vuelvo a gritar.
¿¡Donde diablos se metió esa loca!?
—Señor, la señorita Mia está durmiendo.
—¡¿Durmiendo?!
—Así es, le serví de comer, encendió la televisión y tiempo después se quedó profundamente dormida. Creo que la comida le sentó muy bien.
—¿En dónde está?
—En la sala, señor.
Camino de inmediato al lugar y puedo verla. Tumbada como un maldito oso, no se mueve ni un poco, está toda torcida entre los cojines del sillón.
¿Qué demonios le pasa? ¿Cómo se atreve a dormirse aquí? Ni siquiera es su casa, incluso tiene mermelada en la cara.
—¿Quiere que la llevemos a una de las habitaciones? —me pregunta Antonio, que se coloca justo detrás de mí.
Me quedo cruzado de brazos frente a ella, observándola. Como es posible que hace unas horas estuviera llena de energía y ahora parece que está muerta.
—¿Qué dijiste Antonio? —le pregunto de nuevo.
—¿Qué si desea que la lleve a una habitación? ¿No me dijo que iría a darse un baño?
—Sí, ahora voy. No te preocupes, yo la llevaré.
No sé, ¿por qué? Pero el hecho de pensar que alguien más la toque me incomoda, aunque Antonio es una persona de fiar y dudo que sea irrespetuoso, aun así, prefiero llevarla yo mismo.
Se puede escuchar tonto, pero no sé cómo tomarla, no quiero despertarla y tampoco quiero tocar algo que no deba. La enderezó y le quito todos los cojines que tiene entrelazados, después paso mi brazo debajo de su espalda y el otro detrás de sus rodillas y ¡Arriba!
No puedo creer lo poco que pesa, es super ligera, parece un muñeco de papel. Mientras voy en las escaleras que dirigen al tercer piso, tengo la oportunidad de ver su rostro más de cerca. Es extraña su cara, no había visto rostros como los de ella, observando con más detalle, tiene cejas y pestañas muy pobladas, tiene varios lunares pequeños regados por todo su rostro, sus pómulos ligeramente marcados, una nariz delgada y un poco respingada, algunas marcas de pequeñas pecas, sus mejillas están ligeramente rosadas, su piel está brillante. Creo pensar que se lavó el rostro, ya que no tiene una gota de maquillaje. Si supiera que eso me encanta en una mujer, con su rostro al natural. Bueno, a excepción de la mermelada que trae entre los labios y la mejilla.
La recuesto sobre la cama de la primera habitación, tomó un pañuelo del buró para quitarle eso del rostro. Pensándolo bien, que ella lo haga, yo me tengo que ir a bañar. Necesito volver al trabajo de inmediato. Espero que no ensucie las sábanas.
Me dirijo a mi habitación y noto que todo está impecable. Stella siempre hace un gran trabajo, no por nada ella se encarga de mi piso en la casa de Varenna. Ella me dejó mi ropa sobre la cama y la tina de baño ya preparada. Qué lástima que no la voy a utilizar, no tengo tiempo para relajarme, así que voy directo a la regadera.
Mis dos celulares no dejan de sonar, incluso la laptop suena cada segundo con cada notificación que llega. Me apresuró para terminar rápido, y me cambió de inmediato. Tomó las llamadas que tengo hasta el momento.
Ya me acostumbré a llevar este ritmo, ¡todos los días! Me lleva más de hora y media solucionar todo para poder bajar a comer.
—¿Stella, ya está lista la comida? —le pregunto mientras bajó las escaleras.
—Sí, señor. Tome asiento, enseguida le sirvo.
—¡Gracias!
Los celulares vuelven a sonar.
¡Qué mierda! ¡No puedo comer tranquilo!
—¿Señor, desea que tome las llamadas por usted? —me pregunta Antonio, que está junto al comedor.
—No, Antonio. Dejaré que sigan sonando.
—Como usted prefiera.
Sé escucha el timbre de la puerta. Ahora, ¿Quién será?
—Aquí tiene, señor —dice Stella, dejando el plato sobre la mesa. —¿Qué desea beber?
—Vino blanco, por favor.
—¡Familia, ya estoy aquí! —entra Agustín, empapado por la lluvia.
—¿Qué haces aquí? Yo te hacía allá en Varenna.
—¿Con esta tormenta? ¡Jamás! —dice levantando la voz, como siempre. —¿Y esa cara? ¿Qué te paso?
—Nada. ¿Ya quedó listo lo que te pedí?
—¡Por supuesto! Aquí tienes —me entrega varias carpetas. —¡Todos los documentos que me solicitaste!
—¡Genial! Los revisaré después.
—Señora Stella, ¿Podría servirme de comer a mí también? —se dirige Agustín a ella.
—Enseguida joven.
Se escuchan ruidos en la puerta.
¡¿Es mucho pedir tener una simple comida tranquila y sin interrupciones?! Me frustra tanto que arrojó mis cubiertos al plato.
—¡¡Mia!! —grita Arleth, que llega muy enérgica.
—¡¿Qué te pasa?! —levanto la voz. —¡¡Cállate!!
—¿Dónde está? Tenemos que ir de compras.
—¡¿Estás loca?! Por supuesto que no irán, su paseo se canceló. ¡¿Qué no estás viendo cómo está el clima?! —apunto a la ventana.
—¡Tú como siempre poniendo excusas! —responde mi hermana, dramática como siempre.
—No me hables así —le respondo, al mismo tiempo que la miro directamente a los ojos.
—¿Dónde está Mia?
—Está durmiendo.
—¿Estás seguro? ¿No la habrás mandado a Varenna con uno de tus guardias?
—Compruébalo tú misma —le digo, dirigiendo mi mano a las escaleras. Ella sube de inmediato.
Agustín sabe exactamente cuántos problemas tenemos justo ahora, así que será mejor que se guarde sus comentarios, si es que quiere decir algo. La verdad es que ya se me fue el hambre.
Nos pasamos al estudio a trabajar con todo lo que teníamos pendiente de la ciudad. Bebemos algunos tragos para aligerar la presión, mientras nos cae la noche casi de inmediato, o así nos parece de tan ocupados que estamos. Si no es por su ayuda, probablemente ya estuviera en un manicomio. Todo el trabajo que hace, no podré compensarlo en esta vida ni en la siguiente.
—¡Oye! ¿Qué pasó con lo de la universidad? ¿Siempre que decidiste?
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