Capítulo 22
En cuanto despierto, me pongo mi uniforme de inmediato. Ya descansé lo suficiente, es hora de trabajar. Me hago una cola de caballo y me pongo un poco de maquillaje. Reviso que mi uniforme se vea limpio y presentable para dirigirme al comedor.
—Buongiorno! —saludo a todos mis compañeros que están en la sala y alrededor del comedor, algunos me contestan y otros no, supongo que se habrán enterado de que salí el día de ayer.
—¿Quieres café, Mia? —me pregunta Emilio.
—Sí, por favor —le respondo agradecida, mientras él me sirve en mi taza de gatito.
—Te necesitan en el comedor principal —me dice Laura. Detectó algo de molestia en su voz.
—De acuerdo, subiré de inmediato. Gracias por el café Emilio, que tengas un lindo día.
—Igualmente principessa.
Subo de inmediato por las escaleras que me llevan al corredor principal. Puedo ver a Marcello parado justo frente a las puertas del comedor.
—Buon giorno, Marcello! —le digo hablando en voz alta.
—Buon giorno, dolce Mia —responde sonriente.
Genial, él no está molesto conmigo.
—Me dijeron que me necesitaban para poner la mesa. ¿Hay alguien más adentro?
—Solamente Isabel.
Genial, la loca esa.
—Gracias —le digo sonriendo.
Coloco mis manos justo en las manijas de las puertas, tomando valor para entrar, ya que estoy segura de que esta mujer va a querer interrogarme de nuevo.
—Buongiorno! —exclamó con toda la actitud del mundo.
—¡Hola Mia! ¿Qué tal? —me dice la señora Anelle que está sentada en un pequeño taburete junto a la ventana.
—No sabía que estaba aquí, señora.
—¿Señora?
—Lo siento, es la costumbre. Anelle.
Isabel está en el mueble que está junto a la mesa sacando los pequeños manteles individuales. Me observa con su típico odio.
—Toda la familia va a desayunar, así que pongan todos los asientos.
—De acuerdo Anelle.
Me pongo ayudarle a Isabel a traer los cubiertos, colocarlos en cada lugar y traer algunas jarras de agua y jugo de fruta natural. De un momento a otro comienza a llegar la familia, el primero en llegar es el señor Aroham, seguido de Arek, Arleth y al final Abrah.
—¡Buenos días, Mia! —me dice Arleth muy feliz, a pesar de lo que pasó ayer. —¿Cuáles son los platillos de hoy?
—Pues... tenemos pasta con carne y queso, rollos de carne, pastel de más carne con verduras, puré de papa, pan y algo de fruta.
Arek suelta una carcajada.
—¿Qué pasa? —pregunto confundida.
—No es nada. Solo que aún no te aprendes los nombres de los platillos.
—Bueno, es que mi madre no cocinaba nada de esto, les prometo mejorar en esta área. Aparte solamente es una pasta y carne.
—¿Qué es lo que cocinaba tu madre? —me pregunta Abrah.
¿Quiere que me delate? ¿O por qué me hace este tipo de preguntas? Como si realmente le importará.
—Ya sabe, lo normal. Café, Jugo de naranja, huevos y pan de vez en cuando.
—¿No te preparaba Chilaquiles? —vuelve a preguntar Abrah.
—¿Qué son Chilaquiles? —pregunta Arleth.
—Es un platillo mexicano, hija —añade el señor Aroham.
—¿Tu mamá te cocinaba comida mexicana? —pregunta la señora Anelle emocionada.
—Sí, la verdad es que era algo exótica. Le gustaba preparar de todo.
—Me imagino que era una persona muy especial y agradable —dice la señora Anelle.
—Lo era Anelle, lo era.
De pronto me siento muy emocional, tanto que podrían brotar lágrimas de mis ojos. Debo controlarme, estoy trabajando.
—Tengo hambre, ¿A qué hora nos van a servir? —dice Abrah serio como siempre.
—¡Mia ve por la comida! —me grita Isabel.
—¿Y tú qué estás haciendo? —le pregunta Abrah. —No veo que hagas algo, porque no vas tú por la comida, apresúrate.
De pronto me surgen las ganas de ir a besarlo, pero por supuesto que no lo haré.
Isabel me gruñe y luego sale del comedor.
—Aprovechando que estamos todos juntos, quería preguntarles algo. Me pueden explicar ¿Qué es esto? —nos dice Anelle extendiendo el periódico del día. Estamos los cuatro en la portada principal, justo cuando estábamos subiendo al auto.
Todos nos miramos, pero nadie hace nada, ni decimos algo.
—Ayer tenía una invitación a un cóctel. Como sé que mis hermanos no salen, decidí invitarlos —habla Abrah salvando el desayuno.
—Entiendo. Así que fue tu decisión, no hay ningún problema hijo. Solo que no teníamos idea que habían salido en la noche, debieron avisarnos.
—Estaban descansando, no lo creí necesario.
—Y ¿Por qué Mia estaba con ustedes? Aquí hasta mencionan que es tu novia —lo dice la señora, señalando la imagen con una sonrisa en su rostro.
Ella voltea a verme, pero estoy tan nerviosa que no tengo idea de que hacer o que decir.
—Yo la invité. Conozco a todos los de esta casa a excepción de ella, es amiga de mis hermanos y se lleva excelente con ustedes, porque no sería así conmigo. Lo hice para conocernos.
¡Wow gracias, ahora si quiero besarlo!
—Me parece fabuloso —comenta el señor Aroham. —Mia es una excelente chica, sin duda la pasaron muy bien anoche, tanto para mencionar que son pareja.
No puedo evitar sentir algo de pena y vergüenza.
—Mia ¿Por qué te sonrojas? —añade Anelle sonriendo.
Todos se ríen al mismo tiempo.
Abrah me mira y hace una media sonrisa, imposible que no se vea encantador.
—Aquí está la comida —dice Isabel que se encuentra detrás de mí, seguro escucho toda la conversación.
—¿Te ayudo? —le pregunto.
—No, quédate afuera si te necesito te llamó.
—De acuerdo. Con permiso, señores —hago una reverencia y me retiro al pasillo justo donde se encuentra Marcello, el mayordomo.
Mantengo una gran conversación con él, es muy ocurrente. Es raro que él y yo conversemos, ya que siempre estamos en áreas distintas, pero sin duda es una gran persona.
Dentro del comedor se escuchan algunas voces altas, para después terminar en gritos. Imposible no reconocer las voces, son de Abrah y Arleth, ahora de qué estarán discutiendo.
—Desde que Abrah llegó se la viven peleando —le chismeo a Marcello.
—Lo peor de todo, es que no pueden meterse sus padres en esto. Abrah lo tiene que resolver.
—Qué loco, ¿no? Yo fui hija única, pero estoy segura de que, si mis padres me hubieran visto discutir así con mi hermano, seguramente me hubieran puesto un putazo.
—¿Putazo? —pregunta Marcello confundido.
—Significa golpe, lo siento, se me escapó esa palabra.
Él sonríe.
—No te preocupes, Mia. Tú siempre mencionas palabras que no entiendo.
—¡Estás loco! —grita Arleth saliendo furiosa del comedor azotando las puertas.
Marcello y yo nos quedamos como momias, miramos, pero no hablamos.
Arleth suspira tan fuerte y se tumba al suelo.
—¿Estás bien, Arleth? —le pregunto preocupada.
—Sí, estoy bien, lo de siempre —dice de nuevo, suspirando con fastidio.
—Quiero pedirte un favor...
—Dime, ¿qué necesitas?
—Voy a la universidad, ¿te gustaría acompañarme? Tal vez saliendo podríamos ir a comprar ropa o algo así.
Miro a Marcello sin saber qué decir.
—Querida, no puedo hacer eso. El día de ayer salí con ustedes porque así me lo solicitaron, pero no puedo volver hacerlo, mi lugar es aquí.
—Por dios Mia, un día más no es nada.
—Todos allá abajo me odian por la salida de ayer, ni siquiera he podido explicarles.
—No tienes por qué explicarles, son órdenes que nosotros te damos, así como en ocasiones le toca viajar a Marcello, Taddeo, incluso a Magda. Que dejen sus boberías y acepten que son simples peticiones. ¿O estoy mal, Marcello? —pregunta molesta.
—Por supuesto que no señorita, usted tiene la razón.
—¿Lo ves? Te veo en el jardín en 15 minutos.
Se levanta del suelo, se da la vuelta y camina con firmeza, mientras sus zapatillas retumban una y otra vez en el mármol. Sin duda está muy decidida a que vaya.
—La familia terminó, recoge la mesa —me dice Isabel que de pronto sale del comedor.
—Lo siento, no podré hacerlo, tengo otras cosas que hacer, hazlo tú.
Y así como se fue Arleth con su caminata triunfal, yo también abandono a Isabel. Tengo unas ganas inmensas de reírme, me imagino que Marcello también.
Hago lo posible para no tardar mucho tiempo. Me pongo otro de mis vestidos, elijo uno que me gusta mucho, ya que me lo regaló mi mamá. Tiene muchas flores y es de color rosa. Incluyo mis fabulosas sandalias de tacón en color blanco y me suelto el cabello. Como me maquille al despertar, solo retoco un poco el polvo fijador y el brillo labial. Corro de inmediato a la entrada principal, no quiero que Arleth me espere, sería vergonzoso.
Pero al llegar noto que aún no hay nadie, eso es bueno.
—¿Por qué estás vestida así? —me pregunta Abrah, que viene bajando las escaleras de la entrada.
—Arleth me pidió acompañarla.
—¿Sabes que va a la universidad?
—Sí, pero me imagino que voy a esperarla, ¿O tal vez tiene pocas clases...? No lo sé, solo sigo órdenes.
—Bien, porque eso tendrás que hacer.
No entiendo a qué se refiere, pero la verdad es que no quiero preguntar, no quiero hablar con él.
Observo cómo sus elementos de seguridad hablan con él y este les da órdenes y demás, trato de no mirar demasiado, ya que, si mal no recuerdo, es una regla del protocolo empleado-jefe. Discreción.
—¡Qué linda Mia! Adorable como siempre —comenta Arleth bajando de las escaleras como hace un momento lo hizo su hermano.
—Gracias Arleth.
—¿Por qué la invitaste? —vuelve hablar el hombre este. Detectó algo de molestia.
—Por qué así lo quise, punto.
—Como quieras, será tu último día en la universidad, disfrútalo.
—¡Por supuesto que no! —le reclama Arleth mientras abre la puerta de la camioneta. —Ignóralo Mia, mi hermano es así de amargado.
Arleth se sube a la camioneta para después subir yo. Al estar dentro, puedo notar que esta camioneta es muy distinta a las anteriores, tiene más lujo y amplitud. Huele mucho a piel y esta brilla como espejo, está adaptada para ser una "tipo limusina" en la parte de atrás, pero por fuera sigue luciendo como una camioneta enorme, pero camioneta al fin y al caso.
Todos los cristales están blindados, nadie sabe quién o qué están haciendo dentro de ella, incluso puedo ver un pequeño frigobar, unas puertitas donde seguramente tienen comida y golosinas para merendar y por supuesto una televisión que es más grande que la que tenía en mi casa allá en México.
De un momento a otro se sube Abrah a la camioneta y su guardaespaldas cierra la puerta. Los tres estamos sentados en el mismo sillón, él mismo pudo pasarse a los asientos del frente, pero no, así que vamos todos juntitos.
Sus piernas son tan largas que sobrepasan las mías. Como ya mencioné, la camioneta es amplia, así que no vamos como "sardinas", pero sí lo suficientemente cerca, como para sentir su cuerpo junto al mío. Su pierna derecha permanece junto a mi muslo, su brazo con el mío, y por supuesto puedo oler su deliciosa loción. Su cuerpo irradia calor, o tal vez es su temperatura normal, pero para mí el hecho de estar tan cerca me pone muy nerviosa.
Todo el tiempo él va en su celular o cambia a su laptop y viceversa, no nos pone ni un mínimo de atención. Arleth y yo vamos charlando de todo lo que nos gustaría comprar y a qué restaurante deberíamos de pasar después de hacer las compras porque definitivamente tendremos hambre para aquella hora.
Cuando finalmente llegamos a la universidad, todos los guardias de se bajan de las otras camionetas que nos acompañan para resguardar la nuestra. El radio de Abrah se enciende y se comienzan a escuchar los códigos que, por supuesto, sigo sin entender; esperamos dentro hasta que Carlos indica que ya es momento de bajar.
—¡Vamos Mia! —me dice Arleth que me toma de la mano para adentrarnos al edificio de su escuela.
—Ella no va a ir contigo.
—¿De qué hablas, hermano? ¿Por qué no iría conmigo? —pregunta Arleth extrañada.
—Tienes clase, tú misma lo dijiste ¿Qué va a hacer Mia aquí en la escuela? ¿Esperarte? Mandaré a alguien por ti a la hora de la salida. Anda ve a tu clase, mientras me reuniré con el director.
Arleth me mira sin saber qué hacer o decir.
—No te preocupes, te esperaré —le digo para no preocuparla y que se pueda ir tranquila. Ella duda por un momento y después se va en dirección a su edificio.
—Ustedes vengan conmigo, los demás pueden distribuirse —les dice Abrah a su equipo de seguridad. Algunos se suben a las camionetas y se retiran, mientras van revisando el lugar, y cuatro de ellos se quedan con nosotros.
Como sé que tendré que esperar a Arleth que salga de sus clases, decido sentarme en una pequeña banca que está junto al edificio.
—¿Qué haces? —me pregunta Abrah.
—Me voy a quedar en esta banca a esperar a Arleth.
—¿Estás loca? No puedes hacer eso, tú vienes conmigo.
—¿Por qué no? Que tiene, aquí solamente hay estudiantes ¿Qué me puede pasar? Puedes dejarme a Carlos, ve hacer lo que tengas que hacer.
Abrah suelta una carcajada.
¡Qué extraño!
—¡Por supuesto que no te voy a dejar a Carlos! Hablas como si tú decidieras, no te voy a dejar aquí, ¡ni lo sueñes! Vámonos.
—¡Que tiene de malo! —exclamo.
—¡Ya dije que no! Acompáñame.
No puedo evitar hacer pucheros, no me gusta que me hable así, yo sé que es el jefe, pero si es algo molesto.
Mientras caminamos por los jardines y los pasillos de la universidad, es imposible no escuchar todo lo que las personas hablan a nuestro alrededor. El nombre de Abrah es muy mencionado, así como el apellido Marcerano. Algunas chicas gritan y exclaman con mucho detalle lo guapo que es y lo peligroso que es su familia, entre otras cosas. Incluso llego a escuchar mi nombre un par de veces y la palabra "novia" o "prometida", lo cual no me parece ya, para nada extraño.
—Es por aquí —me indica Abrah que nos adentramos a un pequeño edificio que está a la orilla del campus.
Carlos y los otros chicos siguen detrás de nosotros.
Cuando me alejo un poco Abrah voltea para asegurarse que vuelva a estar cerca de él, no sé por qué es tan controlador.
—Buenos días, señorita —le dice Abrah a una señora que está sentada junto a un escritorio. —Vengo a ver al director.
—Lo siento, no será posible. El señor director está muy ocupado, el día de hoy no recibirá a nadie —responde ignorándolo, mientras guarda documentos en carpetas.
—¿Cómo dice?
—Ya le dije, no recibirá a nadie.
—¡Cómo se atreve! Hice cita con el director hace días, él me dijo que me recibiría —le grita Abrah.
—¿Hizo cita? —responde la señora, mientras por fin decide mirarlo. —¿Su nombre es...?
—Abrah Marcerano.
Puedo ver la cara de espanto que de pronto aparece en aquel rostro que anteriormente estaba presionado por el trabajo.
—¡Señor Marcerano! —se levanta de inmediato de la silla al punto de golpearse las piernas contra el escritorio. —Una disculpa, por supuesto que el señor director lo recibirá, venga por aquí, pase, pase.
Pobrecita, está tan nerviosa. Me recuerda a mí, la primera vez que lo vi.
Abrah, en cambio, tiene su rostro con ¡molestia total!
La señora toca la puerta de la oficina que está justo detrás de su escritorio.
—Señor director, el señor Marcerano está aquí.
No pasan más de 3 segundos cuando el dichoso director abre la puerta por sí mismo.
—¡Señor Marcerano! Buenos días, adelante, mi oficina es suya, adelante —le dice mientras le brinda espacio para entrar.
Abrah entra, mira el lugar y después se gira hacia mí.
—¿Qué haces? Entra —me dice.
—Te espero aquí afuera.
—¿Qué? —de nuevo molesto.
La señora secretaria y el director nos miran, luego a los guardaespaldas y entre miradas, sonríen nerviosos.
—Ya te dije, espero aquí afuera.
—Te necesito aquí adentro —sale de la oficina y me toma de la mano para jalarme hacia él. Después toma una silla y me hace la seña para que me siente.
—¿Ya están listos? —nos dice el director con una voz extraña, es como si se estuviera dirigiendo a niños de preescolar. —¿Les ofrezco algo? ¿Tal vez un café? ¿Un poco de agua?
—Estamos bien, no vine hasta acá para beber café —responde Abrah.
El señor director ríe nervioso.
—Quiero retirar a mi hermana de su institución.
¿Qué dijo? —pienso. Volteo a verlo, pero él no me mira, sabe perfectamente que me sorprende que lo diga.
Aunque sabía que a él no le gustaba que su hermana estudiará en una universidad pública, no pensé exactamente que vendría a eso.
Suena tonto, ya se veía venir.
—¿Cómo? ¿Por qué desea hacer eso, señor? —pregunta el director.
—La decisión está tomada.
—Pero señor, su hermana es una de nuestras mejores estudiantes.
—No me diga eso con la idea de que cambie de opinión.
—¿Qué haces? —le susurro.
Me ignora.
—Es la verdad, señor Marcerano. Mire, aquí tengo el expediente y todas sus calificaciones. Los profesores le han dado muchos premios por su gran colaboración con la facultad de teatro.
—¿Teatro? —pregunta Abrah confundido.
—Sí, verá, su hermana ha confeccionado el vestuario de muchas de las obras de teatro que presenta la universidad —le muestra una carpeta. —"El diluvio que viene", "La peregrina", "La flauta mágica", "La rosa marchita" y muchas más.
—¡Wow, qué increíble! —digo sorprendida, mientras le arrebato las hojas a Abrah. —No tenía idea de qué ella hacía esto. Sus diseños son fabulosos, muestra de una manera sorprendente los vestuarios del neoclasicismo.
Abrah me mira con cara de
"No te metas".
Él quiso que entrara, ahora se aguanta.
—¿Qué hay de sus profesores? —le pregunto al director.
—Tienen las mejores opiniones, con gusto podría llevarlos con ellos.
—¡Eso me encantaría! —respondo emocionada.
—¡¿Qué haces?! —me pregunta susurrando.
—Hace un momento te pregunté lo mismo y me ignoraste.
—Estás siendo inoportuna.
—Me interesa Arleth al igual que a ti, tenemos que saber qué opinan sus profesores de ella —le digo cerca de su oreja. —¡Me indica el camino, señor director! —le digo, levantándome de la silla y saliendo de la oficina.
—Con mucho gusto Señora Marcerano. Por aquí.
No puedo evitar reír por dentro.
Abrah se queda detrás sentado en la silla, mientras el director y yo nos dirigimos al salón de profesores.
De pronto siento un jalón.
—¡¿Qué demonios estás haciendo?! —me grita Abrah.
—¿Qué te pasa a ti? ¿Por qué me jalas de esa manera? —respondo furiosa.
—¿Qué, qué me pasa? ¿Qué no lo estás viendo? No puedes levantarte e irte de esa manera.
Puedo ver como el señor director se hace a la orilla del pasillo mientras nos rodean los guardaespaldas.
—¡¿Por qué no?!
—¡Vienes conmigo! —me dice con su mira de loco.
—Estamos en una maldita escuela, ¿qué demonios te pasa? ¡Relájate quieres!
—¡Deja de hablarme así! —se acerca tanto a mi rostro que me aturde con sus gritos.
—¿Qué no lo ves? Tú estás discutiendo conmigo por una tontería, deberíamos de ocuparnos de lo que es realmente importante. Arleth.
—¿Importante? Estás siendo imprudente, insolente e irrespetuosa.
—¡Y tú estás siendo grosero, impertinente y desconsiderado!
—¡¡Es mi hermana!! —grita frenético.
—¡¡Es mi amiga!!
—¡Es suficiente! Quédate aquí con Carlos.
—¡¿Qué?! No, no, no. Yo voy.
—¡Antes querías quedarte!
—Sí, pero ya no quiero.
Puedo ver su cara llena de fastidio, está muy molesto, no sé por qué, pero me parece estimulante.
—Carlos, quédate aquí con ella.
Carlos asiente.
—¡Que no! ¡Yo quiero ir!
—¡Maldita sea, Mia! ¡¿Quieres sacarme de quicio?! —me dice mientras me toma la cara con sus manos.
Me quedo callada mirando sus enormes ojos verdes.
—Vamos, pero vas a quedarte callada, ¿entendiste?
—Sí, ya entendí.
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