
23. El espejo
Rodeo con suavidad el círculo que imagino y luego me deslizo danzando al frente. Mantengo un ritmo casi perfecto, hasta terminar un giro. Al situar mi pierna encogida en el suelo para recibir mi peso, flaqueo y caigo. No por un simple error o un temblor, es por el dolor de la pierna baja, el pinchazo que siento cuando la uso de formas tan rudas.
Una vez en el suelo trato de que eso no me fastidie, sin embargo, al recoger mi pierna siento otra vez el dolor.
—¡Maldita sea! —Me arrebato la venda que había fijado en esa zona para intentar desaparecer la molestia. La lanzo en dirección al espejo y esta cae mientras miro mi reflejo—. Apestas Zov.
Nada servía.
Ni el salón que Krooz mandó a acondicionar para mis prácticas. Tampoco los grandes espejos que colocaron y las barras o el piano que no tiene un pianista, —a pesar de que dijo que iba a conseguir uno hace dos meses—. Sospecho que es una excusa y que practica en secreto. Lo deduzco porque hace unos días intentó tocar una pieza para que bailara y el ruido que emitió casi me fractura la columna por tratar de seguir el estruendoso ritmo. Sus notas quebradas y malsonantes se rompían cada que ponía un dedo en el teclado.
Era muy malo.
—Idiota.
Se ha esforzado como un demente.
Pero eso no cambia mis habilidades. Las que ahora son un asco. Mis movimientos son una porquería. Me estanco en el piso ante algunos saltos por el malestar y tambaleo por el dolor. Mi danza es rígida porque mi pierna no deja de fastidiarme.
Ya no sirvo para esto.
Me pongo de pie, enojado. Además de dejarme en coma, me pone un obstáculo más encima.
—Gracias Krass.
Empujo las puertas y salgo camino a la habitación para darme una ducha.
Una vez llego ahí, me aseo mientras pienso en esos acontecimientos de los cuales no tengo recuerdos.
Me imagino las escenas, con diálogos distintos y acciones diferentes. Transcurren siempre como imposibles. Porque no puedo imaginar la rabia que debió impulsar al rey de Ledya para lanzarme por las escaleras. Tampoco en la expulsión de mi familia. Bueno, solo pienso en Eidriene.
No sé nada y a veces no quiero saberlo.
Al inicio Krooz escondía los periódicos, luego yo mismo evitaba mirarlos.
Aquello había ocurrido y no anhelaba incomodarme con más. Prefería desconocer lo que sucedía en el exterior, que atentar mi confianza y mi relación con Krooz.
No quiero recordar, no necesito recordar.
Siempre me sentí atado a una fuerza invisible. Yo avanzaba y esta me devolvía a la miseria. Estuve obstruido en una caverna solitaria de intranquilidad. Debido a eso fue por lo que recurrí a esa persona que me inculcó intereses ambivalentes que acepté sin oposición. Incluso cuando lo hice, la perturbación solo creció tras eso.
Con Krooz es distinto. Jamás aspiré a este tipo de vida, no creí merecerlo y menos con él. Era tan imposible para mí.
La tranquilidad que siento, el amor y la comodidad, me sacaron de esa caverna. A veces pienso que soy cobarde, pero, prefiero estar muerto antes de ver que se aleje de mí.
No puedo asimilar lo que realmente me ha ocurrido con él.
Escojo la ropa que usaré para más tarde en la cena y al pasar por el espejo me vislumbro por un gran instante. Y esa imagen se derriba en mi mente, asentándose por fin, despiadada y verdadera.
Había subido de peso.
Tal vez hablar con el terapeuta me aclaró mi realidad, sin embargo, también sabía algo.
Que las recaídas son normales en el proceso.
...
Diez.
Mastico con lentitud el mismo bocado, treinta veces más, hasta que es papilla digerible que trago con facilidad. Me paso la uña por la tiesa cutícula otra vez, me estorba, pero me distrae en el proceso de comer.
Once.
Krooz me da vistazos cuidadosos. Vuelvo a masticar, vuelvo a digerir, sigo jugando con mi herida del dedo.
Doce.
Tomo una porción más de comida. Mastico y digiero.
Trece.
Krooz suspira con pesadez, fastidiándose. Yo lo ignoro y sigo masticando. Apenas lo miro, mi visión está enfocada al frente del comedor.
Catorce.
Mastico, más rápido, más fuerte. Trago.
Quince.
Me doy el lujo de tardar demasiado, fingiendo disfrutar la comida.
—Quince cucharadas siempre las mismas.
Acerco mi dedo para de una vez terminar de arrancar el pellejo tieso que me mantenía cautivado, lejos del ambiente tenso que se formaba frente a mis narices. Me lastimo y empiezo a sangrar.
—Maldición. —Me meto el dedo a la boca.
—Zov.
Elevo la mirada ante su llamado. No escucho lo que me dice.
—¿Me escuchas?
—Sí.
—¿Lo haces otra vez? —pregunta con preocupación.
—¿Qué? —finjo demencia.
—Desde hace dos semanas comes siempre los mismos bocados. Masticas tantas veces que verte me produce dolor en la mandíbula. Te pierdes en todo eso hasta que culminas, hablas un poco y luego desapareces. ¿A dónde vas, Zov?
—Al departamento.
—¿Y qué haces cuando no te veo?
Me río sin entender.
—¿Ahora te dedicas a contar cuantas veces me meto la cuchara a la boca?
—Es difícil ignorarte cuando tú me ignoras a mí y no me hablas mientras te concentras en eso. Por supuesto que iba a notarlo. Más aún con la obsesión con la que lo haces. Cada día, cada mismo movimiento, como si viera una grabación repetida.
—Bueno. ¿De qué quieres hablar?
Krooz se pasa las manos por la cabeza y las deja caer de forma pesada sobre la mesa, causando un estrépito ruido. Toma un respiro y se calma de inmediato.
—Zovin, ¿te sientes bien?
—Sí.
—¿A qué se debe este actuar? ¿Por qué comes de esa forma? —me inquiere con aflicción—. ¿Hay algo que estés pensando que te haga sentir angustiado? Sabes que puedes decírmelo.
Su tranquilidad para abordar los temas me fisura. Genera una brecha en ese gran muro de mentiras que digo, de esa actuación que hago cuando finjo no estar preocupado por mi peso.
Desde que empecé a recuperarme comía de manera desenfrenada, me movía poco y después, cuando vi los resultados, caí en la tentación de purgarme.
De la única forma que conocía.
Krooz no sabía hablar de eso conmigo, yo no sabía hablar de eso con él.
Entonces acepté que tenía un problema y lo hablamos. Fui a terapia y al nutricionista. Tuve los mejores cuidados y apoyos de parte de médicos y de él. Caminando a mi lado cada vez, calmándome en cada estallido, quitándome de encima el peso de mi obsesiva conducta.
—Estoy tratando de comer menos de lo usual para mantenerme y poder moverme mejor.
—No tienes que comer menos para eso.
Al principio, el subir de peso, no parecía importante. Entre médicos diciéndome que me hallaba saludable, y con Krooz recordándome cada vez que podía lo bien que me veo y lo duro que lo pongo, rechacé el interés de preocuparme.
Sin embargo, fue por una temporada.
Porque mi problema no moría solo con palabras de apoyo y ayuda.
Podía olvidarlo un día o dos, pero seguía recio a convencerme. A quererme y aceptar que no debo agobiarme por mi cuerpo, por una talla o algo de ello.
El volver a practicar danza me empujo más lejos de la línea de recuperación.
—No es un secreto que las personas que bailan deben mantener sus cuerpos de una manera. Es lo que hago —le digo con serenidad—, mantenerme. Nada más.
Y él me cree.
—Está bien. Es que no quiero que, por volver a ser como antes, termines consumido en eso.
Eso: mi problema.
—No pasará.
Krooz tardó un tiempo en confiar.
No me daba mucho tiempo a solas. Si iba al baño debía dejar la puerta abierta, él veía lo que comía, como me alimentaba y me mantenía ocupado en tiempos libres.
En la temporada buena desarrollamos gustos similares. Cuando salíamos a cabalgar recogíamos hojas de color para armar un cuadro que luego colgamos en la habitación. No cazábamos, aunque, todavía me disgusta tolerar animales muertos en su plato. Por supuesto, sé que no puedo hacer otra cosa que aceptar su apetito.
También leíamos, a veces criticábamos a los personajes que eran fastidiosos y decidíamos dejar los libros por eso. En ocasiones cocinábamos juntos, mayormente los sábados, y Krooz empezó a adquirir un gusto por los vegetales gracias a ello. Y teníamos sexo en cada parte del departamento, en el momento que quisiéramos, de la forma en que pudiéramos. La pasábamos bien.
—Voy a salir hoy —avisa él al levantarse de la silla.
—¿De verdad? —Me sorprendo porque no sale tan a menudo—. ¿A dónde irás?
—Hice un pedido.
—¿Por qué no te lo traen aquí?
—Necesito verlo yo mismo y asegurarme que todo sea como lo ordené.
—¿Tan importante es?
—Sí. —Recoge mi quijada con sus dedos y correspondo el beso que me da—. Te veo en la noche.
No espera a que responda y se va.
Unos minutos tras su partida, me retiro del comedor para internarme en nuestra habitación y deshacerme de la ansiedad. Al cerrar la puerta estoy temblando y empiezo a sudar frío. Me alejo sin asegurar nada, puesto que no hay necesidad.
Al llegar al baño arrojo una toalla en el suelo y me ocupo en devolver al inodoro todo el almuerzo.
Tras conseguirlo, me levanto. Mareado consigo lavarme la cara, la boca y las manos. Respiro cuando la sensación del vómito desaparece. Busco en la repisa unas vitaminas y me las trago en seco, el ardor me da un escalofrío.
No hay una balanza en este departamento, así que planeo escabullirme a la clínica del doctor. No lo hago siempre, solo cuando está libre.
Tengo que pesarme.
Desde el primer día que volví a tomar mis viejas costumbres he ido disminuyendo de peso con más rapidez. Mi pierna ya no duele tanto, tal vez se deba a que le he quitado el peso que sostenía en cada caída.
Siento que si bajo unos kilos más, el cojeo será menos notorio y no habrá dolor en mis saltos.
No puedo renunciar todavía. Después mantendré mi peso con otros métodos, pero por ahora quiero conseguir esto lo más pronto posible. Aunque eso me haga sentir culpable.
Le miento de una manera terrible a Krooz, jugando con su confianza y mirándolo a la cara sin remordimiento. Nos costó tanto llegar a este punto y luego yo caí de nuevo al fondo.
Abro la puerta del baño y emerjo al dormitorio. Apenas doy unos pasos cuando percibo una presencia más en el interior. Aterrado volteo y lo veo recostado sobre la pared, con las manos en los bolsillos, mirándome con decepción. El temor de que se percatara me hace congelar.
—¿Qué hacías, Zov?
Niego con la cabeza. Soy un mentiroso compulsivo, analizo todo rápido y trabo una falsedad entre palabras.
—Me lavaba la cara.
—¿En serio?
—Sí.
Parece que eso lo alivia, me ha creído rápido. Se mueve hasta la puerta para cerrarla porque la he dejado abierta. Me inquieta ver que cada músculo se le pasma, yo que descuido las cosas deprisa, no puedo comprender su reacción. Hasta que regresa a verme y ahí entiendo.
Ha visto la toalla en el piso frente al inodoro que olvidé recoger.
—¿Por qué volviste? —Mi voz tiembla—. ¿No saldrás? Acaso tu pedido...
—Basta, Zov. Por favor, no lo hagas. Ya no mientas.
Me muerdo el labio, nervioso porque no sé que hacer. Estoy tan avergonzado que empiezo a temblar.
—No es lo que piensas. De verdad me sentí mal del estómago, no fue voluntario.
—Zov se sincero. Comprendo que es difícil.
Se acerca a mí y yo con terror agrando la distancia entre ambos, caminando de espaldas.
No tiene una postura amenazante, ni aunque esté enfadado parece querer desquitarse conmigo, pero yo me debilito por el miedo.
—No lo hago. De verdad no lo hago.
Miente, miente, miente.
—Llamaré al terapeuta e iremos allá ahora.
—No... —ruego con angustia. Krooz me sujeta del brazo y me guía hasta la salida—. No quiero ir. Por favor, Krooz. Te soy sincero. —Dejo de caminar y me suelto de su agarre—. ¿Es qué no puedes lidiar con esto? ¿Por eso tu única solución es ir con un terapeuta?
Lo desafío porque no quiero escuchar otra charla más de ese hombre.
—Te haces daño Zov, lo siento. Hay una diferencia entre no saber lidiar, con el no poder darte la ayuda que en realidad necesitas. Yo no sé cómo tratar esto. No puedo curarte, aunque quisiera liberarte de eso.
—¡Deja de decirle eso! —estallo con enojo—. Es una puta enfermedad, eso es. ¡Una enfermedad! ¿Por qué no te refieres a las cosas como son? ¡Soy un enfermo y un asco que no puede superarlo!
—Perdón. Todavía no aprendo tratarlo, no pretendía incomodarte. —Acaricia mis brazos, dándome consuelo—. Que no lo superes hoy, no significa que no lo harás. Vas a curarte y no eres un asco por fallar en ese proceso.
Sus malditas palabras rosadas me marean, me enfurecen, porque recuerdo que él nunca podrá verme bajo mi perspectiva. Vivir en mi piel.
—Tú no lo entiendes.
—Sé que no lo hago.
—¡Ya cállate! —Con agresividad empujo sus manos—. Estoy harto de esta mierda. No puedes curarme y no deseo que lo hagas. ¡No comprendes! No lo pensaba hacer por siempre, lo necesitaba solo ahora para ayudarme un poco, ya no lo iba a a repetir después de unos días.
—Zov...
—Ni siquiera sabes que decirme. No comprendes que he perdido.
Giro mi cabeza un poco y observo el espejo que se encuentra tras nosotros en una esquina. La imagen de mí se distorsiona y se oscurece. Se convierte en mí de niño, ese pequeño cisne gordo que inició en la academia para cumplir un sueño que lo envenenó. Bebí demasiada ambición y me intoxiqué.
—¡Lárgate de aquí!
Lo odio tanto, su maldito deseo me convirtió en esto.
Veo el florero que está cerca de la ventana y me apresuro con pasos rápidos para recogerlo y tirarlo hacia el espejo, provocando que este reviente en pedazos, salpicando hasta mi cara y cuerpo.
—¡No volveré al principio!
Me derrumbo en el suelo, llorando.
—Zov, déjame ver. —Él me examina el rostro—. Dios, tienes cortes —me dice angustiado—, debo curarte.
—¿Curarme? Se acabó todo —menciono con pesadez mientras lo veo—. ¡Se acabó todo! —bramo furioso, arrojando lejos su toque.
La rabia se desenvuelve en mí, provocando que me arañe la cara, quebrándome los nervios.
¡Sal de mí!
—Sacrifiqué toda mi vida en ser el bailarín perfecto. ¡Hice de mi danza una seguridad, mi mayor logro, algo que nadie podía quitarme!
—¡Basta! —Me sujeta las muñecas—. Te lesionas más.
—Eso no me importa, ¡ya estoy lastimado! ¡¿No ves lo que soy ahora?! —Los ojos cristalinos de Krooz me duelen más—. Estoy muerto, ni la mejor melodía creada me hará sentir lo de antes.
—No estás muerto, amor. No te tortures con eso, aun puedes...
—¿Puedo? —pregunto con diversión— ¿Qué puedo hacer? Ya no bailo. Me engaño creyendo que menos peso me hará más ágil, pero es mentira. Nada podrá devolverme ahí. Si perdí mi pasión, también perdí mi alma.
Krooz me arrastra en el suelo, alejándome del destrozo que he ocasionado. Se detiene cuando estoy entre sus piernas y ahí intenta quitarme los pedazos del espejo de mi cara mientras yo sigo enfrascado en la rabia y la tristeza. Me enfurezco con él, tirando su mano fuera de mí.
—Basta —pide con paciencia y sufrimiento. En lugar de obedecer lo golpeo en el pecho—. Zov, basta —repite y otra vez vuelvo a golpearlo con más fuerza.
Quiere retenerme las manos, pero después lo deja, deja que lo golpee.
Azoto mis puños en su torso, como si fuera el culpable de todos mis males. Como si lastimarlo me aliviaría a mí. Sin embargo, cuando recapacito me detengo y me rindo en su pecho para abrazarlo.
—Lo siento. Krooz, lo lamento.
Krooz me asegura en sus brazos. La tranquilidad me empieza a absorber.
—Está bien —me consuela—. Lo merezco.
—No, no es verdad —suelto entre el llanto—. No mereces cargar con una persona enferma que te miente.
—Si yo estuviera en tu lugar, ¿qué harías?
—Intentaría ayudarte.
—Entonces lo entiendes.
—Lo siento, lo siento...
—Ya pasó, tranquilo.
—Engordé, comía demasiado y... —No sé qué decir, así que opto por la verdad—. Me consumen los pensamientos de mi niñez. Cuando era gordo no pude pasar por las barras y hacía bailes torpes. Se burlaban de mí. Se metieron en mi cabeza y todavía no puedo sacarlos. Los espejos me hacen ver lo repugnante que soy. Me estoy volviendo loco... A pesar del tiempo y de cambiarlo todo, ahora soy un inútil.
—Zov, no eres eso. —Me recoge la barbilla—. Tú eres magnífico, y no por todo esto —alega mi cuerpo con un gesto—. Si no por esto. —Presiona su dedo en mi pecho—. Lo que tienes ahí y lo que haces con ello. Tu danza y tu pasión siguen en esa alma. Zov todavía está ahí, ese hermoso cisne que me enamoró bailando. Él vive dentro. No lo ves porque te persiguen las sombras de fuera y te oscurecen la vista. Entiéndelo, tú bailas con esto. El cuerpo te ayuda, pero jamás funcionará solo. Cuando tus traumas no te agobien más, intentarás practicar. Lo único que quiero es que aceptes esta verdad.
—¿Cómo puedes estar con este desastre de persona?
—Si no fuéramos desastres, no seríamos humanos.
Aprovecho el silencio para regular mi ansiedad y las caricias que imparte por mi cabeza me confortan más. No me insiste en moverme, no tiene que hablar, para mí es suficiente tenerlo en este derrumbe. Analizo las cosas que he estado haciendo y con el pasar de los minutos comienzo a razonar.
—Cuando pienso así —le digo—, con más claridad y sin temores pasados, entiendo que esto me matará. Que debo cambiar y mejorar.
—Mejorarás, mejoraremos.
—No es tan fácil —sollozo aún débil por la exposición de emociones.
—Lo sé, igual lo intentaremos. —Me besa la cabeza—. Vamos, tenemos que levantarnos para poder curarte esos cortes.
Al terminar de curarme, Krooz se queda conmigo en la cama. Acostados y abrazándonos. Me dice que no irá a recoger su pedido, que confiará en lo que han trabajado.
—No me digas que es otro regalo.
—Ya quisieras —bromea—. No es para ti.
—Sí, claro —digo con ironía—. ¿Para quién entonces?
—Para el hijo de Aurora.
Ruedo los ojos. Por fortuna él no puede verme porque le doy la espalda.
—¿Te enoja que le dé un regalo?
—No.
—¿Y por qué el silencio?
—Tengo sueño, me estoy quedando dormido —le miento.
Siento su brazo hundirse bajo mi cintura y luego me sujeta para hacerme girar hacia él.
—¿Celos? —Se aproxima a mi boca mientras sonríe, el beso me enmudece.
—No fastidies —le quito la cara.
—¿Cuenta como engaño darle regalos al hijo de una ex?
Sí, me lo había explicado y por ello es por lo que la mujer no me agradaba en un inicio. Hasta llegué a pensar que el hijo era de él. Enloquecí. Pero más tarde lo acabé aceptando, y comprendiendo que hay hombres que son irresponsables respecto a un hijo, así que el niño no tiene un padre.
—No, está bien. Yo también podría hacerle uno. Después de todo fue algo pasado.
—No es necesario —responde él con un tono neutro que me extraña.
—¿Por qué no?
Se queda en silencio.
—¿Qué hay de malo en ello? —le insisto.
—Es que no es necesario.
Su voz se opaca un poco, como si imaginarme haciéndole un regalo al hijo de Aurora le desagradara.
—De acuerdo —concluyo, porque no quiero discutir—. Perdón.
Él me aprieta en sus brazos y me remueve con su cuerpo, jugueteando.
—No hay nada que perdonar.
—Sí lo hay. —Busco su mirada—. Mi actitud de antes contigo, los golpes fueron demás. No debería existir esa violencia entre nosotros y lo lamento.
Krooz se acerca, pegando mi cabeza bajo su mandíbula. En ese lugar entre su pecho, donde la calidez es apaciguadora de cualquiera de mis males.
—Son impulsos, no siempre son malos, porque nos liberan.
—Ese fue muy malo.
—Lo sé. Pero está bien, tus golpes no me hieren. No me molesta. Estabas en tu punto más bajo y deseabas descargarte contra alguien. Yo solo estaba ahí para ti y eso significa estar ahí para todo. Lo bueno es que lo aceptes y te arrepientas.
—De acuerdo. Intentaré controlarme si se repite.
Tengo una visión del pasado por la posición en la que nos encontramos.
—Aquí es donde mis recuerdos mueren.
—¿Qué? —me pregunta—. ¿A qué te refieres con eso?
—La última noche de la que tengo recuerdos —le aclaro—. Nosotros estábamos exactamente así, pero en otra situación. Yo había medio aceptado lo que sentía por ti y tú confesaste lo que sentiste todo ese tiempo.
—Oh, eso. —Suelta una risita, suena a melancolía—. Una de las mejores noches de mi vida.
—Hasta después.
—Sí. Aunque no hay que recordar eso, volvamos a donde estábamos. —Desciende un poco para estar a la altura de mi cara—. Quiero tenerte así, por el resto de mi vida.
—¿Así cómo?
Recuerdo ese diálogo. Krooz toma mi barbilla, sujetándome con suavidad entre sus dedos.
—Perteneciéndonos.
Y eso es lo mejor, yo de él y él de mí. Solo nuestros.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro