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14. Acto V: Él

Ocurrieron demasiadas cosas en un corto tiempo.

Vivir e involucrarme con Zov era como subir en una montaña mecánica. Una parte del tiempo era solo subida de emociones, –eso era cuando se mantenía cerca de mí; al momento de tocarnos mutuamente para las prácticas–, donde esa conexión tan acalorada que existía entre ambos aparecía. La otra parte eran vueltas y vueltas que nos llevaban a lo mismo.

Zov se enfureció cuando le dije que yo sabía sobre ese ataque a él y a su gato en su niñez. Y cuando lo recordó a la perfección, yo me contuve por miedo al creer que también había recordado mis palabras dentro del auto.

Sin embargo, existía un punto donde al parecer no había estado consciente.

Después de eso intenté volver a acercarme, y fue un trabajo que puso mi paciencia en un hilo.

Por supuesto que lo comprendí. Apenas empezaba a ser un adulto y quizá muy aparte de eso, su actitud era evitativa y hostil.

Traté de abrirme con él, pero me eché para atrás. Solo conseguí decirle que yo era el culpable de la muerte de mi madre, algo que no era mentira.

No lo dije para buscar su compasión sino para que él tuviera una debilidad que era mía, así como yo tenía las suyas.

Me sentí un maldito ser. Porque yo sí sabía lo que le había ocurrido en el lago, porque era una obra mía.

Deseaba tanto ponerme frente a él y decirle todo eso. Confesarle lo que estaba haciendo, explicarle que yo por ningún motivo buscaba su perdón, porque era consciente de que no lo merecía. Pero que, a pesar de todo, yo quería sanarlo, amarlo y otorgarle la oportunidad de una vida lejos de eso, y quizás de mí.

Sabía que existía más de lo que demostraba frente a todos. Una inmensa pasión, voluntad y amor dentro de él.

Quiero que pueda hacer lo que él decida y quiero también, aunque sea un hipócrita, poder estar con él cuándo eso ocurra.

Creo que jamás podré aceptar solo una cosa.

Deseo morir, deseo vivir, deseo cambiar, deseo dejarlo ir, deseo que me ame, deseo tanto... Existen muchas ilusiones mías que seguirán chocando entre sí. Haciéndome cambiar de opinión y haciéndome tomar en cuenta otras. Nunca podré estar seguro de una sola cosa.

Porque mientras esté con él, cambiaré constantemente para favorecerlo en cualquier aspecto.

Se suponía que debía evitar eso.

—Los meses transcurren y no veo ni la mitad de lo que prometiste al llegar aquí. Incluso cuando Eidriene ya no se reúne tanto contigo no veo un avance notorio entre Zov y tú.

Nos encontrábamos en tierras altas de Vedme, cazando un alce para honrar la tradición teorvekiense. Mientras mi padre me atosigaba, estaba tratando de demostrar ser un marido capaz de alimentar a su familia en circunstancias desfavorables. El patriarcado estará orgulloso.

—Lo haré este fin de semana —le dije a mi padre. Sus reprimendas eran constantes—. Me esforzaré más ahora que estamos en Vedme. Hay tiempo...

—¿Y qué has conseguido hasta ahora?

Claro que había conseguido algo. Sin embargo, no iba a divulgar mis sentimientos por Zov frente a mi padre. Si él conocía que ahora Zov era más mi debilidad que mi enemigo, podría ponerme en contra de todo.

—No mucho —comenté con neutralidad—. Me habla más de lo que al principio...

—Vaya Krooz, eres un absoluto inútil.

—Es más difícil de lo que creía. No le gusta hablar y desprecia a las personas. Lo estoy consiguiendo, pero es un trabajo lento. Sé que ahora este viaje lo cambiará todo y haré que él confié en mí.

—Bien, lárgate. Ya he perdido tiempo contigo.

—Deberían hablar más despacio. El aire transporta voces —advirtió Vania cuando llegaba a la zona donde nos encontramos.

Empecé a moverme para alejarme de ellos. No los soportaba solos, menos juntos.

—¿Vas a buscar al alce? —Me preguntó Vania—. ¿O a tu presa?

—Eso no te importa a ti.

—Solo te ayudo.

—Me ayudas manteniéndote lejos de mi camino.

—Que humor —se burló mientras me miraba—. Te complementas bien con ese pedazo de mierda.

—¿Ahora ya no es tu hijo? —inquirí con asombro.

Vania frunció una sonrisa.

—Nunca ha sido hijo mío.

Solté una risa.

—¿Entonces ya no lo quieres? Porque te recuerdo que me golpeaste cuando casi lo mato.

Con fuerza apretó el rifle y luego lo bajó, se encaminó a mí y cuando estuvo justo a mi lado se detuvo.

—No —dijo—. Si lo mataste.

Me dio una mirada de furia antes de continuar andando.

No podía mentir, él aun quería a Zov y también era otra persona que jamás me perdonaría. Pero intentaba que nadie lo supiera, y apuesto a que él mismo dudaba de eso. Seguro quería odiarlo, pero le costaba hacerse la idea de eso. Después de todo él era su hijo. Lo habían planeado los tres, lo habían amado cuando nació y ahora que su familia estaba rota, eligió tomar el poder para recompensar el vacío.

Todavía me pregunto cuándo se dará cuenta de ello. Del dolor que le causará el ver que el poder es más frío y desolado.

Volvimos a tomar nuestros roles como los invitados y yo como el prometido responsable que debía mostrar su valor.

En mi nada se removía cuando debía matar a una persona mucho menos con un animal. Pero cuando vi como Zov actuaba frente a uno cambié de parecer.

Maxif y mi padre dieron con el alce cerca de una arboleda colina arriba. Maxif disparó para espantarlo y que corriera hacia abajo, era ahí donde entraba yo. Pero cuando me preparaba para esperar la llegada del animal, Zov apareció en medio del camino del alce.

—¡Zov, atrás de ti!

Fue rápido al prepararse con el arco para disparar. Sin embargo, empezó a moverse continuamente en el mismo lugar, como si quisiera correr, pero sin poder. Estaba atascado. Parecía no poder tomar una decisión. En ese momento creí que era por miedo.

—No lo hará. —Vania se posicionó a mi lado para dispararle al alce. —¡Zov corre! ¡Vamos muévete!

Me concentré en mirar por binocular del rifle buscando una zona para disparar, pero a pesar de que lo conseguí eso no detuvo al animal.

Observé como Zov se desplomaba en el suelo, entregándose hacia el alce y eso me angustió. Volví a disparar y esta vez el alce cambió de dirección. Lo ataqué hasta que por fin se derrumbó hacia el suelo y yo pude correr a verificar si Zov se encontraba bien.

Esa mirada que poseía cuando nos encontramos me hizo cuestionar en todos los aspectos la reciente acción.

—¿Qué te ocurrió? ¡¿Por qué no corriste?! ¡Y no lanzaste la flecha! —Le reprendió su padre—. ¡Pudo matarte!

—¡Yo no iba a matarlo! —Le exclamó y luego se puso en pie de una manera tan segura que me confundió—. Esto no está bien.

—¿No? —preguntó él—. Es como funciona una cacería. Lo sabrías si dejaras de estar metido todo el tiempo en esa maldita academia —le espetó a Zov mientras camina en su dirección—. Debí hacerte cumplir todos tus roles como futuro gobernante. Pero no puedo dejar de sentir compasión por ti cada vez que me repiten tu maldita historia.

Dejé de mirar y me alejé para intentar no escuchar. No creo que a Zov le agradara que yo estuviera ahí observando aquello.

Cuando la discusión acabó supe que Zov se había marchado.

—Ahora es el momento. —Mi padre se acerca—. Sé amable con él.

Aprieto los dientes. Él pretende dominarme y en realidad no sabe nada.

—Iré a ver como se encuentra —anuncié a todos.

—Solo está estresado. Se le pasará —me dijo el rey—. Quizá hacerle platica lo distraiga.

—Claro.

Recogí el gorro que Zov había dejado y fui tras él.

///

—¿Si vamos a bajar la montaña, ¿Por qué has traído solo un trineo?

Avanzábamos por la carretera camino a las colinas, sin embargo, minutos antes estuvimos a punto de retroceder lo que la noche anterior habíamos logrado.

Era complicado tratar con él. Era como caminar sobre hielo delgado. Sabía que era peligroso pero quería intentarlo.

Mientras manejaba me empecé a sentir algo ansioso y reconocía esa sensación como algo común de mis episodios hipomaníacos. Mi cuerpo necesitaba de más adrenalina para poder liberarse.

Aplasté el acelerador, pero no fue suficiente para distraer mi mente.

—¿Me prestas un encendedor? —Hurgue en el bolsillo de mi pantalón y encontré la cajetilla.

—Por Dios, Krooz, conduce bien —me reprendió Zov de mal humor.

—No me subestimes.

No sé lo que estaba pasando por ese momento y si quizá se asustaba por mi actitud tampoco me interesó. No podía controlarme y no podía preocuparme por las cosas que haría.

Vi que me ofreció el encendedor, pero no quise tomarlo cuando a mi servicio lo tenía a él.

—¿Qué música quieres? —Empecé a buscar una emisora y me incliné hacia su lado—. Enciéndelo —le pedí—. Vamos Zov. Sé un buen chico.

—No soy un sirviente tuyo...

—¿Música?

—No me gusta ninguna música.

—¿Música? —Le insistí otra vez.

Irritado por mi petición, Zov optó por encender mi cigarro y luego regresó a su asiento.

Lo observé de manera en que continuaba mirando la radio, pero lograba distinguir su presencia como una imagen borrosa a mi costado. Cuando reconocí una canción que sabía de memoria, pensé en que era demasiado perfecta y que debía cantársela a él.

—Es justo esta —le dije, emocionado—. Mi amante de ensueño... —Abordé la misión de cantarla, esperando que sea él quien me mirara.

Supe que lo hacía y aunque no reconocía sus gestos, confié ciegamente en que me juzgaba de lo más ridículo.

Sin embargo, no me detuve. Seguí cantando con la misma intensidad hasta que mi energía fue tan fuerte que tenía que demostrar como fuera lo bien que me sentía. Terminé por mirarlo y sonreírle, y con eso caí.

No había duda. Disfrutaba de él, de su existencia ahí. Y quería que él sintiera lo importante que era.

Mientras me analizaba en silencio y yo continuaba cantándole, se me ocurrió que para que él lo entendiera debía decirlo de una forma más directa.

Que esa canción era para él.

—Amante de mis sueños. ¿Dónde estás? Con un amor, oh tan puro. —Inhalé el humo del cigarro—. Porque quiero... —Solté el humo retenido hacia él—. Una persona. Para poder llamarla. Mía. Quiero un amante de sueño. Para no tener que soñar solo.

Zov se movió e inclinó hasta que sus manos alcanzaron la radio y con inmediatez la apagó.

—Tienes que dejar de hacer eso —me advirtió, su rostro se pintaba de carmesí, un hermoso sonrojo.

Suavemente volteó su rostro y yo le sonreí. Tenerlo así de cerca le provocaba un latido más apresurado a mi corazón y la adrenalina crecía en mí.

—¿Qué cosa?

—No te hagas... —Estar así era peligroso—. El confundido.

Podría...

Zov volvió a acomodarse en el asiento, dejándome con una necesidad que me hizo sentir excitado.

—No lo entiendo. —Me reí, emocionado—. ¿Puedes decirme que hice?

—No voy a caer en tu juego, tú sabes lo que dijiste

Lo veía cada vez más intimidado, y yo requería de eso. Me atreví a presionar mi cigarro contra su boca. No podía besarlo, pero...

—Solo es un juego. —Le acaricié el labio—. Gatito arisco.

El simple tacto me hizo sentir nervioso y tan desesperado que quise soltar el volante solo para sentir sus labios entre los míos.

—No me llames así. —Me prohibió seguir teniéndolo en mi mano cuando se retiró—. Y no me toques.

Tenía razón. No debía.

Me concentré otra vez en el camino, aún sosteniendo el cigarro en mi mano.

—Vas a hacer que choquemos —le dije—. Tómalo ya.

Cuando el viaje en auto terminó en la cima de la montaña donde estaban las zonas de esquiar y los teleféricos, empecé a sentirme más calmado. Intenté no hacer otra estupidez de nuevo, pero no lo conseguí.

Incluso Zov me lo recalcó mientras bajábamos en el trineo.

—¡Eres un idiota! —me gritó con molestia.

—¡Es lo que pretendes creer de mí para no admitir que soy el mejor!

—¡El mejor siendo un idiota! —Soltó una risa que se mezcló con el sonido de la nieve siendo arrastrada por el trineo.

No lo podía observar bien porque estaba frente a mí, pero cuando giró su cara de perfil el día se iluminó más de lo que el sol pudo hacerlo alguna vez.

—¡Sí! —expresé atontado por su belleza—. ¡No puedo creer que permito que un malcriado me diga idiota con tal de agradarle!

—¡Quizá porque realmente lo eres! —exclamó Zov y continuó riendo.

Sus ojos se volvían dos líneas negras muy delgadas cuando su sonrisa se ensanchaba en su rostro, ahí también descubrí que tenía unos pequeños hoyuelos y que sus dientes seguían siendo tan diminutos como los de un gato.

—¡Si funciona para ti! —Solté el timón para intentar picarle las costillas y estalló en risas.

—¡No lo hagas! —Me hablaba mientras seguía riendo.

—¿No? Creo que necesito hacerlo. Porque necesito ver eso todo lo que dure.

—¿Qué necesitas ver?

Esa vez no quería pensarlo, no quería solo sentirlo. Deseaba que él también se enterara. De que me gustaba estar en ese momento, viéndolo, sosteniéndolo y riendo con él.

—Tu bendita sonrisa, Zov.

¿Cómo podía conseguir que fuera recíproco? No tenía intención de lastimarlo. Es solo que conocerlo me hacía sentir que la vida era buena.

Era amante del verano, pero no me importó que él fuera tan frío como el invierno.

No quería poseerlo de ninguna forma, con abrazarlo habría sido suficiente para saciarme. Pero cada vez que él se abría un poco conmigo, mi sed crecía.

Si él confiaba, si él quería, si él aceptaba. Iría más allá de mis límites.

Solo si era él.

—¡Chocaremos!

Dejé de reír al notar que íbamos hacia un árbol.

—Aprieta el timón. No debes hacer nada más que eso.

—Y recibir el golpe con la cara... ¡Krooz, de verdad voy a chocar con la cara!

Lo abracé para apretarlo más y cuando chocamos contra el tronco lo mantuve firme, pero eso no evitó que yo me impulsara hacia adelante y chocara mi nariz contra su cabeza.

—¿Estás bien? —Oí su voz un poco distorsionada—. Oye...

Me desorienté un poco.

—Creo que... —Sentí el mareo y entonces me incliné hacia un costado.

—¿Qué haces?

Evité soltarlo cuando me di cuenta que caíamos hacia la nieve.

—¡Krooz! —Su voz se escuchó angustiada.

—Estoy vivo —lo tranquilicé y lo liberé—. Pero creo que me mareé un poco... —Su rostro preocupado me da una pequeña ilusión—. Al parecer valió la pena.

Le importaba.

—Estás sangrando —me informó. Tras eso empezó a moverse con rapidez para quitarse su bufanda y colocarla sobre mi nariz.

La acción me tomó de sorpresa. De verdad había hecho aquello.

¿Me estaba cuidando?

Lo adoraba.

Esa sensación era maravillosa. Mi corazón iba muy rápido, tan exaltado. Quería eso una eternidad.

Zov si tenía algo de verano. Pero era eso que te hacía sentir, era una forma de ser que escondía.

¿El amor puede ser así de intenso?

Porque sentí que me ahogaba.

Bueno, no. Esa era su mano apretando demasiado la bufanda contra mi nariz.

Zov estaba igual de perdido en mí que tuve que aguantar un poco más la respiración solo para tenerlo así. Mirándome con tanta profundidad.

¿Qué pensaba de mí? ¿Estoy logrando agradarle? Vamos Zov, déjame ver más de ti.

—Zov, no me dejas respirar bien.

Tuve que detenernos. Porque se me pasó la idea de besarlo. No podía hacerle eso. Era suficiente con sentirlo solo yo, no quería ilusionar a Zov también.

—Hazlo con la boca.

—¿Qué hago con la boca?

—Respirar, maldito idiota. —Con brusquedad me oprimió la bufanda sobre la nariz—. Hazlo tú —indicó y después me tiró la bufanda en la cara.

Me lo merecía.

Quería decirle que no podía evitar hacerlo enfurecer, porque, aunque fuera su defecto, me gustaba esa intensidad con la que demostraba su enfado. Su ira era atractiva, y lo consideraba así porque lo destructivo también tenía su belleza.

Mencionaba algo sobre la plática reciente, al momento que me percaté de que Zov se mantenía concentrado observando un rastro de sangre que se perdía hacia el bosque.

—¿Un animal herido? —Al estar más cerca distinguí que eran unas huellas.

—Debe serlo... pero, ¿no hemos sido nosotros? —Él avanzó hasta ese camino de sangre—. Es obvio que no.

—No creo que sea conveniente que lo veas —le dije—. No es un buen momento después de lo que ocurrió.

—Tengo que verlo para poder ayudar —instó de manera segura, pero su lenguaje corporal renegaba.

Se encogía y temblaba. Era como ver a un niño tratando de afrontar el miedo a las alturas.

—Bien. —Dejé de arrastrar el trineo—. Pero con una condición.

No podía prohibirle nada. Si él quería enfrentarse a eso yo solo debía aceptarlo.

—¿Cuál?

—Iré yo primero. Cuando me asegure de que sea algo que puedas tolerar, te acercaras. ¿Aceptas?

No cometería ese error dos veces.

Él asintió con la cabeza.

—Espera aquí —le pedí antes de guiarme por el rastro de sangre.

Terminé cerca de una roca cuando un montículo inmenso de nieve se removió como si temblara. Al acercarme más identifiqué que se trataba de un animal. Era tan grande que podría haber sido una amenaza, de no ser porque estaba agonizando.

Era un gato vedmian, una hembra, que al parecer fue atacada. Tenía un corte abierto en la garganta y era por donde se desangraba. El pequeño era el que maullaba incansable, fue hasta que noté que ella lo tenía preso con sus dientes que entendí que lo estaba lastimando.

Su respiración fue haciéndose menos notoria hasta que terminó de morir.

Tuve que abrirle la boca para que el gato pudiera salir, aunque eso ya lo había herido.

Zov no podía mirar aquello. No de esa forma.

Busqué un lugar entre las rocas para ocultar a la gata y cubrirla con la nieve. Su cría en todo momento se quedó arrinconada a ese agujero entre la roca más grande, atemorizado, mirando como yo desaparecía a su madre.

—Perdóname pequeño —le acaricié la cabeza, era tan manso que sería sencillo para cualquier animal despedazarlo—. No volverás a quedarte solo.

Hice que Zov fuera al lugar para no correr el riesgo de que algo más lastimara al gato.

Cuando él llegó, me entusiasmó tanto saber que se encontraría con uno de los suyos. Porque verlo ahí parado, había sido igual que encontrar al gato. La misma expresión de confusión en esos ojos.

—Míralo tú mismo.

De inmediato lo ayudé a subir a la roca y él al ver el gato herido, regresó a mirarme.

—Sácalo de ahí.

Tan rápido como acababa de decir eso, volvió la mirada al gato.

—Lo llevaré a la cabaña. Haré que Dove lo cure de inmediato y luego volveré a Gienven. —Era un buen plan, pero no me convencía.

—¿Cómo planeas llevarlo si apenas puedes tocarlo?

—Haré que Dove me acompañe.

Sabía que Zov haría lo que fuera para asegurarse del bienestar del animal. Sin embargo, no había progreso con él. Seguía haciendo lo mismo que con los otros.

Negué con la cabeza. Lo ayudaré. Lo sujeté de los hombros para guiarlo hacia el gato.

—Tómalo tú mismo.

—No... No. —Sus nervios incrementaron—. Puedo lastimarlo.

—No más de lo que ya está. Sin ti él puede morir.

—Ni siquiera sé si me dejará tocarlo. Los animales pueden percibir tu alma.

—¿Y la tuya está dañada?

—Lo que pasó...

—No fue culpa tuya. —Apreté sus hombros—. No solucionas las cosas dejando de tocarlas, tampoco huyendo de ellas. No importa cuánto corras. Las cosas te alcanzan de alguna forma. Y él quiere alcanzarte ahora, no huyas.

—Quizá tengo una gran mancha. Me va a repudiar cuando lo toque.

Me dolió oírlo decir aquello.

¿Hice que creyeras todo eso de ti?

Porque eres tan bueno y siempre serás el recuerdo de porque yo me odio.

No merecías nada de lo que te hice pasar, y aunque quise protegerte, terminé fallando.

—Si pudieras leer mis pensamientos, Zov. Tendrías la confianza hasta de volar.

Si yo fui el culpable de crearle ese trauma lo menos que podía hacer era morir para pagarle el daño. Sin embargo, todavía no podía hacerlo. Así que trataría de ayudarlo para que él pudiera vivir en paz.

Jamás lo olvidaré. Porque ese día él volvió a confiar en sí mismo para tocar a los animales sin sentir un cargo que nunca debió ser suyo.

Porque lloró de felicidad al ver como el gato recibía ese toque.

Porque estuve con él y fui yo quien sostuvo su mano.

Era su momento y me dejó presenciarlo, aunque no lo merecía.

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