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12. Acto III: La danza


Luego de la dosis de Noche Rosada, acabé noqueado; una mala combinación entre la droga de la bebida y mi enfermedad, me dejó en cama por dos semanas.

Caí en depresión.

Maxif me cubrió de un problema con mi padre, al explicarle que mi episodio era uno común de mi desorden y no uno provocado por mi descuido. Desde que encontré mi tratamiento, mis episodios por la bipolaridad no se daban con tanta regularidad, duraban poco y no eran tan fuertes. Sin embargo, los alucinógenos de aquel día me derrumbaron por completo.

Estuve bien al siguiente día de despertar, pero ya en la tarde, —luego de ir a disculparme con Zov, por mi comportamiento—, empecé a tener un sentimiento poco común.

Tuve un comportamiento de animal cuando le brinqué encima a Zov para no dejarlo escapar. Su forma de tratarme de repente me fastidió, su voz me pareció un horrendo chillido y su rostro por segundos se transformaba en el de su padre. La combinación hizo que me brotara una actitud asquerosa, y con rabia lo acorralé en esa pared.

Quería ahorcarlo, pero cuando alcancé a tomar su brazo lo sentí tan frágil que me venció la razón.

Fui un imbécil y lo asusté.

Ni siquiera podía controlarme. Así que escapar fue lo único que logré hacer antes de darme cuenta que estaba empeorando.

Busqué a Maxif, para que me ayudara y lo primero que me realizó fue desintoxicación. Pero para entonces los alucinógenos alcanzaron hacer de las suyas. Después de un episodio hipomaníaco con alucinaciones, acabé con depresión por una semana y algunos días.

En ese tiempo Eidriene llegó a visitarme, y en verdad ni siquiera pude responder cuando me dijo que no tendría inconvenientes si no podía acompañarla a la graduación de Zov.

No quería perderme su presentación, estaba intrigado.

Fue suerte que para la mañana del día de su graduación, yo ya empezaba a sentirme mejor. Aunque, no fue hasta la noche que por fin conseguí dejar la cama para alistarme e ir a la academia.

No sabía si alcanzaría a llegar, era demasiado tarde y, además, Eidriene había partido más temprano. Aun así, no me importó correr hasta llegar al auto y luego hacerlo de nuevo para entrar al teatro de Borks.

El teatro ya había cerrado sus puertas, puesto que la primera obra estaba por terminar. No permitían nuevos ingresos, pero mi privilegio como príncipe me otorgó una entrada sin reproches.

Me adentré por la elegante arquitectura cubierta de diseños exquisitos en oro, pisos relucientes de granito y candelabros de cristales. Borks era una construcción única que llevaba el nombre de su creador, el abuelo de Zov.

—Te debo más que una disculpa.

Eidriene regresó su cabeza arreglada hasta mi dirección.

—Krooz —mencionó asombrada—. Pensé que seguías enfermo.

—De hecho, empecé a mejorar desde ayer.

—¿Te encuentras bien?

—Sí, fue... Bueno, no sé cómo explicártelo. Es bastante complejo.

—Está bien, no te preocupes por eso. Me alegra que te sientas mejor y hayas conseguido venir. Puedes sentarte. —Me indicó el asiento a su lado—. Estaba un poco triste de que te perdieras la magnífica obra. —Su mirada cayó a mis manos y lo que sostenía—. ¿Y esas flores?

—Las conseguí de camino acá. ¿Dónde está él? —Con rapidez recorrí los rostros de las personas que estaban danzando en el escenario—. ¿Crees que le gusten? —Pregunté avergonzado—. No tuve tiempo para pensar en un regalo y tampoco conozco sus gustos.

Estaba tan arrepentido de no haberle preguntado a ella sobre qué obsequio podía preparar para Zov. Quería sorprenderlo o recompensar mi ausencia. Aunque a él tal vez eso no le interesaba.

—Krooz, eres tan adorable —dijo enternecida—. Zov no lo dice, pero sé que ama las flores. Cuando era primavera íbamos de vacaciones a Zonvinkia, al palacio de él que mamá le regaló por su nacimiento. A Zov nunca le gustó el sitio, pero pasaba mucho tiempo en los prados corriendo entre las flores de amapolas. Ya te imaginas lo mucho que resaltaba en ese lugar —concluyó con una gran sonrisa.

No podía imaginarme otra cosa más interesante que ver a Zov corriendo entre intensas flores rojas de amapolas.

Cuando distinguí su presencia entre los demás, un impulso me hizo adelantar más mi cuerpo hacia el balcón.

—¿Dónde quedan los camerinos? —Pregunté mientras apretada el ramo.

—¿Quieres que te acompañe?

—No, volveré pronto para mirar la siguiente presentación. Solo quiero entregarle esto a él.

—Entonces él podrá guiarte. —Con su mano me indicó al hombre que se encontraba de pie tras de mí.

—Permítame guiarlo, alteza.

Cuando el hombre terminó por darme una clara dirección yo olvidé agradecer. Ansioso, ingresé tras bambalinas para buscar con la mirada a Zov. Los demás bailarines empezaron a caminar de manera que acabé en medio de una muchedumbre. Mientras esquivaba a los estudiantes reconocí a dos personas en la lejanía.

En absoluto era lo que esperaba.

Varios bailarines se habían quedado estáticos, observando con suma curiosidad a Zov y a Sam, que se encontraban rodeados por sus compañeros.

No estaba al tanto de lo sucedido anteriormente, pero ver a Zov tan angustiado, me hizo caminar con prisa hacia ellos. Por error tropecé con alguien, y, fue en ese instante donde descuidé un poco mi atención, para disculparme con la persona. Al nuevamente regresar la mirada, tuve la intención de alertar a ambos, sin entender por qué razón estaba tan desesperado en que se percataran en mi presencia.

Quizá fue intuición por la forma en como Sam actuaba.

Luego solo ocurrió.

Contuve la respiración cuando Zov la tomó de ambos lados de la cara y la besó. Fue tan largo que sentí que me ahogaba.

Ella volvía a demostrarme cuanta ventaja tenía y eso me desagradó.

Pero no fue un fastidio de tontos. De verdad sentí algo distinto mezclado con la furia. Una nueva experiencia que me colocó en un piso desigual.

No lo entendía.

—Disculpen si interrumpo algo. —Me acerqué cuando Sam se separó de él. Porque al parecer Zov no tenía intención de hacerlo—. Venía a felicitarlos.

Por impulso y cólera, le extendí el ramo de flores a ella.

—Son hermosas. Gracias, alteza.

Me deshice toda mi atención en Sam, para fijarme en Zov.

—Comprendo mucho esa pasión. —Cuando lo miré, me descompuse por completo.

Olvidé que sentía molestia por lo que había visto y me brotó la más grande sonrisa. Y él actuó tan indiferente conmigo, de por sí ya sabía que poco le importaba lo que yo hiciera en ese lugar. Por mi parte, en ese momento seguía cegado. No entendía qué era lo que hacía y porqué lo hacía.

Como un idiota. Así actuaba.

Se me hizo un hueco en el estómago cuando vi que observó el ramo de flores que sostenía su amiga y luego se dio la vuelta para marcharse.

No, no.... Mierda, eso era para ti.

Me apresuré a alcanzarlo. Aunque era evidente que no pude quitarle las flores a ella para dárselas a Zov. Sería lo más estúpido que hubiera hecho y me hubiera detestado más. No me inventé una excusa ni me disculpé por eso. Así que, para platicar, saqué provecho de mi actitud con él en la piscina.

—Debo hablar contigo.

—¿Sí? No me sorprende. —Mantuvo su paso mientras yo lo perseguía—. Siempre tienes algo que decir.

—Es sobre esa tarde.

—Luego —dijo sin importancia—. Debo prepararme para salir.

—Te puedo acompañar a los vestidores —sugerí, él pausó sus pasos.

Que desesperado estabas Krooz.

Zov regresó la mirada, gesticulando una clara molestia con sus cejas fruncidas. Seguro codició a darme el más dulce insulto que su lengua refinada podía, pero lo evitó cuando yo me reí intentando aclarar mi sugerencia.

—No me malinterpretes —comenté divertido—. Solo que no es una larga charla y podríamos terminarla mientras te preparas.

Si es que eso funcionaba.

Porque bien sería yo creando respuestas para llenar los vacíos de las suyas, y si con suerte existía una.

—Me tomo muy en serio mi trabajo por si no te has dado cuenta. No puedo entretenerme con nada ahora. Así que, si gustas hablar será después.

—Bien —respondí más que satisfecho—. Te estaré observando desde arriba. Gato arisco —agregué para divertirme.

Pretendí felicitarlo por su graduación, pero él se internó en los camerinos y azotó la puerta.

—Comprendo.

No, no lo hacía.

Cuando retornaba el camino tras bambalinas para cruzar hacia la puerta que me dirigía a los palcos, Sam apareció intencionalmente frente a mí, dando un corto paseo para después meter el ramo de flores en el cesto de basura. Realizó un gesto de sorpresa y pena mientras musitaba:

—Se me cayeron.

Le sonreí.

—Jamás fueron para ti —le dije al acercarme—. Le daré algo mejor. No te preocupes por eso.

Ante su silencio yo continué andando.

Estaba resentida y lo entendía, por ello me podía hostigar las veces que quisiera.

Al llegar a los palcos tuve que mentirle a Eidriene. El engaño no me agradó, pues bien podría convérsalo con Zov y él terminaría admitiendo que jamás recibió nada de mi parte. Pero podía soportar una vergüenza al quedar como un mentiroso, que confesarle lo que había realizado solo por celos.

Manifestar mis sentimientos por él es algo intenso e interminable. Pues esas palabras le dan sentido a su presencia.

Lo comprendí tras ese baile.

Ocurrió cuando Zov se mostró en el centro del escenario. La melodía lo acompañaba, en tanto él avanzaba con pasos leves y lentos. Su ropa era más simple y suelta. Con una camisa blanca y de mangas largas, su pantalón en el mismo color, y al mezclarlo con toda su apariencia, lo primero que vi fue a un cisne.

Después de lo sucedido entre Ledya y Teorvek, no volví a pensar en Zov como la hermosa ave en la que su madre pensaba al referirse a él. Aquello fue por un gran recelo. Porque lo cierto era, que cuando estuve con él, lograba ver a ese polluelo cubierto en el manto de su madre. Todavía incapaz de reconocerme y de hacer algo por sí mismo, y por el destino de sus padres. Tan débil, tan pequeño. Incluso con ese conocimiento, yo fui incapaz de parar mi odio.

Por mucho tiempo lo vi como lo más horrible y jamás volví a compararlo con el ave que representaba a su país y a él.

Hasta ese momento en que lo miré bailando. Tan grácil y divino.

Estaba agotado, sumergido en ese océano de mis pesadillas y él me salvó.

No me importa lo irreal que sea, lo pretencioso que parezca o lo tonto que se escuche. Yo solo deseé existir y vivir desde ese momento, en el que presencié la danza del cisne.

Para que fuera él quien me acompañara, porque ahí me di cuenta.

De la paz que transmitía, de aquella manera en la que se desplazaba; como nubes sopladas por el viento. Tenía una ambición de observar cada punto de él. Sus pies, piernas, torso, brazos, rostro y su boca. Cada parte, cada movimiento a la vez, y grabarlo en mi memoria. Para ya no soñar con más noches oscuras, con manos frías y crueles. Solo él y su única delicadeza, su esencia que era suficiente para brindarme toda esa calma.

Su cuerpo y su belleza eran otros terrenos que concibieron una detonación de pensamientos obscenos. La forma en como su camisa se subía, dejándome con la exigencia de mirar fijamente su abdomen y tomar su cintura; aferrarme a ella para acercarlo a mí y manipular todo su contorno. Deliraba con palpar su piel de manera lenta, rozar mis dedos y que él reaccionara abriendo sus bonitos labios para que yo pudiera besarlo.

Estaba como un loco por conseguirlo a solas un momento y luego quedarme para siempre.

Zov se había adueñado de mi corazón y de toda mi humanidad, y él aún no sabía que yo le pertenecía.

Al concluir el baile se mantuvo quieto, respirando de una manera tan exaltada que sus hombros subían y bajaban. Tan lejano, que seguro era incapaz de comprender que cuando chocó su mirada con la mía, lo imaginé cerca de mí, sintiendo que alcanzaba a recorrer su cuerpo con mis manos. Para decirle que me permitiera conocerlo de verdad.

Esa oportunidad podía cambiarlo todo en nuestras vidas.

Y cuando él cerró la boca y tragó su último respiro en ese escenario, desapareció con rapidez. Como un reflejo de mi anhelo, yo lo seguí, porque de verdad tenía la intención de preguntarle si es que acaso existía una posibilidad.

No le avisé a Eidriene sobre mi repentina partida, solo me levanté y corrí hacia allá. En el camino encontré un tocado de rosas que se había usado en la decoración. Sabía que no podía compensar el daño de no haberle entregado las flores a él, aun así, quería poder darle algo y ver su reacción. Tomé la rosa blanca y seguí.

Al encontrarme en dirección a su camerino la persona que menos pretendía toparme salió del lugar.

—¿Qué haces aquí?

—No, ¿usted qué hace aquí? —Me preguntó Sam.

—Vengo a hablar con él.

—No. Largo.

Esa vez no iba a detenerme.

—No —solté con diversión—. Escucha, Sam, sé que te desagrado y que solo intentas proteger a tu amigo... —Recordé que se habían besado y volví a molestarme—. A Zov —corregí al no entender la relación entre ellos—. Pero no vas a prohibirme hablar con él.

—No, él no se encuentra bien.

—¿Qué le ocurre? —Pregunté con preocupación—. Pues debería verlo y saber si necesita ir al hospital.

—Váyase.

No conseguiría hacerme perder la paciencia y tampoco mi voluntad de hacerle aquella pregunta a Zov. Caminé hacia la puerta y toqué.

—¿Puedo pasar?

—Basta —susurró ella—. Alteza, sabe que usted no le hace bien.

—Zov —intenté otra vez—. ¿Estás bien? ¿Te encuentras ahí? Acabo de toparme con Aks, dijo que tenías un malestar.

Ante el temor de que él pudiera abrir la puerta, Sam soltó un bufido, rindiéndose y finalmente yéndose del sitio. Hubiera sonreído satisfecho. Sin embargo, Zov no contestaba y mi inquietud crecía más.

—¡Zov! —Aporreé la puerta con mi puño.

Incluso olvidé lo que había querido al llegar ahí.

Solo responde, me iré si me dices que me vaya.

—Voy a entrar. —Le avisé justo antes de abrir la puerta.

Sentí un gran alivio al verlo de pie, ileso y estupefacto.

—¿Por qué no respondes? —Solté un suspiro—. Creí que algo pasaba...

Lo analicé bien en caso de que hubiera podido lastimarse con algo, pero no encontré ningún rastro de ello. Solo vi su pecho pálido reluciendo por la camisa abierta. De inmediato él evidenció mi mirada y se cubrió con la tela.

—Largo —espetó para seguidamente girar—. Estoy vistiéndome.

Que adoptara esa posición no fue buena idea, porque todo lo que me dejó para admirar fue su espalda delgada y su trasero. El pantalón era tan generoso que se marcaba al contorno de sus nalgas.

—Más bien desvistiéndote.

—Pues es un proceso —contestó—. Lo que seguía era vestirme.

Tal vez podía ayudarlo, especialmente quitándole ese pantalón primero.

—Oh.

—¿Qué quieres?

Muchas cosas.

—Hablar.

—Estás hablando, lo haces todo el tiempo.

—Hablar sobre cómo actué aquella tarde.

Él me permitió verle el rostro cuando volvió su cuerpo a mí. Entonces mi foco de atención regresó a la propuesta que tenía en mente al llegar.

Sin embargo, no pude decirle.

—¿Dónde estuviste todo este tiempo?

Aquella pregunta me abordó por sorpresa, fortaleciendo mis intenciones para confesarme. Porque creí que él me aceptaría.

Había algo muy difícil en Zov, y eso era que no lograba ver a través de su máscara. Era duro e indiferente. La mayoría del tiempo no sabía que mis sentimientos estaban siendo correspondidos, porque él me confundía demasiado.

Creí que no le importaba.

—No considero que te importé mucho...

—No. —Me detuvo—. Habla de una vez, estoy cansado.

Y él me lo aseguró.

—Bien, Zov. —Oculté mis emociones para no verme humillado—. Solo sumaré una disculpa más a la lista por las cosas que te he hecho pasar y por mis actos irresponsables, además de mi explosión esa tarde. Ya entendí que me esfuerzo en vano. —Me dirigí a él.

Necesitaba hacer brotar algo, una reacción o una mirada.

—Felicidades. —Le entregué la rosa—. Puedo regalarte mucho más, pero las rosas se marchitan rápido y así no quedan recuerdos permanentes. No creo que te agrade recordarme mediante tu obsequio de graduación. Además, ¿qué regalo puede ser más satisfactorio que el que yo esté aquí presente como un acuerdo de paz andante? Te he asegurado la vida, de nada Zov.

Me di el privilegio de estar orgulloso con algo que no poseía.

Logré hincar alguna hebra de su ego porque, con furia, me arrancó la rosa de la mano, luego con altanería y suavidad me observó mientras destrozaba los pétalos, para acabar la lanzandola al suelo.

—Bueno, al menos se extinguió muy rápido el recuerdo —dijo con un tono petulante.

Intento escapar de mí, pero me moví para impedir que lo hiciera.

—Eres un jovencito muy molesto.

Y no tienes idea de lo atractivo que eres de cualquier forma.

—Disculpe, señor —entonó con burla la última palabra—. Me está jodiendo mi dulce adolescencia.

No pude evitar divertirme.

—Te daré la razón esta vez. —Lo enfrenté muy de cerca—. Ya no intentaré ser tu amigo ni agradarte.

Porque mis intenciones son otras.

—Eso es un alivio.

—Porque descubrí dos cosas esta noche.

Cuando su nerviosismo se mostró, su cuerpo también pareció temblar y eso me dio suficiente seguridad.

Estaba sintiendo algo más que le fue inevitable ocultarlo y aquello también lo transmitía su cuerpo, quería demostrarse lejano, pero lo tenía más cerca que nunca. Ese sentimiento se conectó. Una necesidad entre ambos de poner nuestras manos sobre el otro. Ese calor aumentando no era normal en dos personas que no se atraen.

Así que no iba a rendirme con él.

—Te mueves muy bien.

Sus pupilas se dilataron, casi alcanzaba a percibir como su necesidad incrementaba. Supe que deseaba lo mismo que yo.

Sin embargo, yo quería que esa sensación creciera más. Para que, cuando estallara, no hubiera un retorno.

Era una tensión hecha de hielo, gruesa y casi indestructible. Tan solo hacía falta que la temperatura subiera para que los dos pudiéramos romperla y caer en el mismo lugar.

Cuando entendí que no respondería porque se había quedado estancado, me moví para irme. Llevándome conmigo una nueva sensación que me cosquilleaba en la piel. 



Este es mi capítulo favorito, la narración de Krooz mientras ve a Zov bailar es su como sentencia de muerte.

Voten ❤️‍🔥

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