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UN AÑO DESPUÉS

En cuanto leyó el encabezado del correo en su bandeja de entrada, Thomas sintió como el cosquilleo de la incertidumbre ansiosa le dominaba, devorándole el torrente sanguíneo a una velocidad increíble.

Hizo doble clic y abrió, efectivamente, Christian Steinner le había dado el sí. Por fin, tras cinco meses de puja en el mercado, The Brennet – Anderson post era un periódico asociado a la editorial Majestic, la más amplia de todo el país. Thomas sintió que las mejillas se le encendían en fuego puro, miró su oficina cubriéndose la boca con los dedos como si estuviera rezando y entonces sonrió, levantando los puños y desajustando su corbata de punto. Era imposible que el recuerdo de todo por lo que había luchado no aflorara a su mente, teniendo tan buenas noticias en la pantalla de su computadora.

Había permanecido durante unos interminables tres meses y medio lejos de la mujer que amaba, mientras arreglaba todo el papeleo de la capilla a cargo de Michael y organizaba su propia mudanza, hasta que por fin había logrado viajar a Manchester para encontrarse con Laura. Luego de haber vivido durante años en un pueblo como Bellhaven, llegar a una gran metrópoli era un cambio radical al cual le costó sus buenas semanas de costumbre. Apenas podía dormir por las noches, ya que el constante tránsito no le permitía conciliar el sueño, se perdía con facilidad por las calles del barrio y el bullicio de gente le daba jaquecas cada dos por tres. Sin embargo, todo eso no importaba, porque estaba con ella.

Al principio había rentado un pequeño departamento a veinte minutos de la casa de Laura, pero luego de un par de meses ella optó por invitarlo a vivir en su casa. Había sido una decisión difícil, más que nada para ella, quien no estaba acostumbrada a vivir con nadie desde hacía muchísimo tiempo. Sin embargo, si querían construir un futuro juntos debía dar el puntapié inicial, y así fue como empezó todo.

Fundaron The Brennet – Anderson post ­la mañana del veintisiete de agosto, en un verano tórrido y con todos los recursos que habían ahorrado durante los dos meses previos, donde tanto Laura como Thomas renunciaron a sus respectivos trabajos y con el dinero de la liquidación abrieron su propio periódico. Christine, la jefa editora de Laura en The Beacon, le rogó de mil y una formas que por favor no dejara el puesto, sabiendo que no encontraría otra periodista con la mitad de talento y dedicación casi obsesíva que mostraba en sus tareas, pero no hubo forma de que la convenciera de lo contrario. Así fue como empezaron, entonces, trabajando sin empleados y a tiempo completo, para abaratar costos.

Laura se encargaba de la investigación y redacción de artículos, mientras que Thomas se ocupaba de la edición y el diseño del periódico, que se publicaba semanalmente, con un formato en papel y una versión en línea, para llegar a un público más amplio. Además, fomentaban la interacción con la comunidad, invitando a los lectores a enviar sus historias paranormales, sugerencias de temas y cartas de opinión. Al principio, alquilaron una pequeña oficina comercial en la parte oeste de Manchester, en un barrio de clase media, donde trabajaban doce horas por día. Sin embargo y en cuanto el periódico comenzó a ganar popularidad, los ingresos subieron como leche hervida, por lo cual tuvieron no solo que mudarse a una oficina mucho más amplia y lujosa, sino que también tuvieron que contratar un pequeño equipo de colaboradores locales, como periodistas independientes y fotógrafos, para poder cubrir la variedad de temas que su público les exigía.

Fue así como entonces Laura pasó de trabajar en el periódico a ser la directora ejecutiva, al igual que Thomas. Sin embargo, cada uno seguía desarrollando su tarea, esta vez siendo Laura quien controle las redacciones de su equipo periodístico, y él, como de costumbre, organizando diseños, encabezados y estilos de portadas. Hasta que por fin, la gran oportunidad apareció una noche frente a sus narices: el magazine dedicado a la farándula, el cine y la moda titulado como Nights and Shows había quebrado, y la editorial Majestic tenía una vacante abierta. Durante días, tanto Laura como Thomas habían mandado correos electrónicos, expedientes enteros con copias de sus mejores trabajos, reportajes e investigaciones, buscando llamar la atención del presidente de la editorial. Hasta que por fin, la respuesta había llegado.

Thomas abrió un cajón de su escritorio, sacó una cajita azul y se la metió en el bolsillo, luego se levantó de la silla giratoria, salió de su oficina y caminó entre los escritorios de trabajo de hall principal, donde los teléfonos sonando y el sonido a las teclas en las computadoras no cesaba de escucharse. Una secretaria le preguntó algo al pasar, pero él ni siquiera la oyó. Como la vio con una taza en la mano, respondió que sí, asumiendo que le estaba ofreciendo café. Se dirigió directamente a la oficina de Laura, y entró de buenas a primera. Ella estaba hablando por teléfono y no parecía con muy buen ánimo, de hecho.

—¡...en dos días, Harvey! —exclamó. —¡Me dijiste que el reportaje iba a estar listo en dos días, y las ediciones van a salir mañana a primera hora de la imprenta! —ella vio a Thomas acercarse hasta su escritorio, y presionar la horquilla del teléfono colgándole la llamada. Lo miró como si de repente hubiera perdido la razón. —¿Te volviste completamente loco? ¡Qué has hecho!

Como toda respuesta, Thomas rodeó el escritorio, la tomó de las manos y la obligó a levantarse. Entonces la sujetó por la cintura con una mano y por las nalgas de la otra, levantándola en el aire y haciéndola girar en redondo, tan repentino y tan rápido que incluso Laura tiró con el pie una macetita decorativa, ubicada en un costado de la pared.

—¡Lo tenemos! ¡Lo tenemos! —gritó, llenándola a besos.

—¡Que tenemos qué, bájame loco! —exclamó ella sin entender, pero sonriendo por el arrebato de demencia que parecía dominar a su novio.

—¡Pertenecemos a Majestic! ¡Tenemos que ir mañana a firmar contrato de asociados! —exclamó. Laura lo miró con seriedad mientras él la bajaba de nuevo al suelo. Se tomó unos momentos para acomodarse la faldita del traje formal que llevaba, y entonces parpadeó, atónita.

—Dime que estás bromeando —dijo.

—En lo absoluto cariño, acaban de escribirme a mi correo. Puedo reenviarte el mail si quieres —Thomas rodeó por los hombros a la desconcertada Laura, caminaron juntos hasta las ventanas que limitaban la sala de operadores con las oficinas de administración, abrió la persiana americana y entonces le señaló con un gesto como abarcando con la mano todo a su alrededor, los escritorios de caoba, la decoración de las oficinas, los periodistas escribiendo sus artículos y atendiendo llamadas, y luego le sonrió—. Mira todo lo que construimos, lo que te prometí en medio de aquel caos hace un año, en Bellhaven, todo eso ahora está dando frutos. Nuestros frutos.

—No puedo creerlo... —murmuró ella, sintiendo la emoción a flor de piel. No quería llorar, o se le correría todo el maquillaje, por lo que resopló haciéndose aire con las manos cerca del rostro, y luego miró a Thomas con una sonrisa. —¡No puedo creerlo! —exclamó.

Se colgó de su cuello mientras que él volvía a abrazarla, llenándolo a besos sin importar que sus empleados posiblemente estuvieran viéndolos a través de los ventanales. Él la soltó, entonces, y metió la mano en el bolsillo.

—Eso no es todo, Laura —dijo—. Estaba guardándolos para este momento, o alguna otra ocasión especial en caso que los de Majestic nos rechazaran, pero esto es para nosotros —abrió la cajita y mostró los anillos de oro, destellando bajo la luz de la lámpara de techo—. Quiero que compartamos juntos toda nuestra vida, te amo y quiero casarme contigo, si aceptas. Quiero formar la familia de mis sueños, quiero que seas la madre de mis hijos, y quiero envejecer a tu lado.

Sacó uno de los anillos, el más pequeño, y se lo ofreció. Laura extendió su mano izquierda temblando como una ramita al viento, sin poder evitar el llanto esta vez, a la mierda el maquillaje. Luego él le ofreció su mano izquierda, ella le colocó su anillo, y Thomas cerró la cajita, volviendo a guardarla en el bolsillo de la chaqueta. Laura levantó la mirada hacia sus ojos azules, sintiendo como las lágrimas le caían dejando una línea oscura por sus mejillas enrojecidas. Le tomó por el rostro, lo besó largo y tierno, y luego lo abrazó.

—Yo también te amo —respondió—. Muchísimo.

Afuera de la oficina y sin que nadie notara su presencia salvo Laura, Michael los miraba a través del ventanal, con las manos a la espalda y una ancha sonrisa. La próxima vez que ella parpadeó, él ya no estaba allí.  

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