Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO TRES

Casi a las cinco y media de la madrugada, Thomas despertó por el sonido de la alarma configurada la noche anterior. Dio un suspiro de forma adormilada, la verdad era que no tenía ninguna gana de abandonar la tibieza de la cama, ni de soltar la cintura de Laura, a la cual estaba aferrado cómodamente. Luchando contra su somnolencia, se apartó de su lado, se frotó la cara con las manos y se sentó en el borde de la cama, para vestirse.

Antes de ir a preparar el café, rodeó la cama y depositándole un beso en la mejilla, despertó con suavidad a Laura, para que tuviera tiempo suficiente de prepararse. Afuera todavía estaba oscuro, en esa clásica penumbra matutina cuando la noche comienza a cederle paso al sol naciente. Luego se dirigió a la cocina, encendió la cafetera y tomó de una alacena un pequeño termo conservador de bebidas, de medio litro de capacidad. Mientras que la máquina disolvía los granos de café en el agua caliente, aprovechó para sacar al patio a Dinah, hasta que momentos después, escuchó la puerta del baño cerrarse. Por último, la voz de Laura.

—Buenos días —saludó.

—Hola, ¿has dormido bien?

—Excelente.

—¿Algún sueño?

—Nada en lo absoluto —respondió ella, acercándose hasta el umbral de la puerta, donde Thomas estaba apoyado con los brazos cruzados—. Aún está oscuro.

—Mejor, nos dará tiempo a llegar exactamente a la salida del sol —El ding en la cafetera lo alertó, y entonces se giró de cara a la cocina—. ¿Tienes la llave a mano?

—No, pero la iré a buscar enseguida.

—Y ponte otro abrigo, el bosque suele ser más frío de lo normal.

Ella asintió, con una sonrisa. La perra entró de nuevo al living ante un silbido de Thomas, con el hocico bajo, y Laura cerró la puerta tras de sí, antes de dirigirse hacia el dormitorio. Mientras él llenaba el termo de café, Laura tomó de la pequeña mesita de noche la oxidada y enorme llave, examinándola con atención. Se sentía expectante, casi hasta ansiosa por lo que pudiera encontrar, aunque también tenía un pánico atroz. Estaba dispuesta a todo, eso era innegable, pero también comprendía de primera mano los riesgos enormes que corrían. Sin embargo, tampoco podían quedarse de brazos cruzados. Ya estaban hasta las trancas de lodo, ahora tenían que continuar, pensó.

Se colocó una chaqueta estilo sobretodo semiformal, salió de la habitación con la llave en el bolsillo, encontrándose con Thomas en el living, y entonces asintió en silencio. Thomas le cedió el termo de café un instante, para tomar la chaqueta cazadora colgada del perchero junto a la puerta de entrada y luego abrir la puerta principal. Mientras salían, Laura le dio el primer sorbo a la bebida, dando un suspiro de satisfacción. Siempre había sido de esa clase de personas que ni bien despiertan, tienen que tener una buena dosis de cafeína en el cuerpo para poder funcionar, sino estaría con dolor de cabeza durante todo el día. En cuanto Thomas cerró con llave la puerta de madera de la cabaña y enfilaron hacia la acera, le devolvió el termo de café.

—Gracias —dijo, luego de dar un trago—. Espero que nos encontremos con algo útil.

—Yo solamente espero que nos encontremos con algo, nada más. Pero si tan bien escondido lo tenía, entonces es obvio que debe ser algo de gran valor para esa bruja.

—¿Estás pensando en el grimorio?

—Creo que sí —convino ella—. Lo siento cerca, no sé cómo definirlo, pero creo que vamos por buen camino.

—Nunca me imaginé que un día iba a terminar de caza fantasmas —dijo Thomas, de forma graciosa—. Vaya locuras tiene la vida. Si sigo por este camino, el año que viene quizá me vuelva astronauta por unos meses.

—No lo veo mal, teniendo en cuenta tu espíritu aventurero.

Él la miró sin comprender, con la sonrisa bailándole en los labios.

—¿Espíritu aventurero? ¿De qué me estás hablando?

—No me digas que no lo has pensado, ni siquiera por un momento.

—No, la verdad es que no.

Laura no pudo evitar reír, al mismo tiempo que le tomaba la mano al caminar, entrelazando los dedos.

—Escribes sobre artículos paranormales desde muy joven, tienes materiales esotéricos que incluso sabes utilizar, por lo que he visto el otro día. Y cuando te conté de mi historia, no dudaste en meterte en toda esta mierda para ayudarme. Si eso no es tener espíritu aventurero, entonces no sé lo que sea, porque perfectamente podrías haberte quedado en la comodidad de tu cabaña y que me jodan —dijo.

—No hubiera sido capaz de hacer una cosa así.

—Lo dices porque yo te gusto, nada más.

—No, lo digo porque es la verdad —aseguró, mirándola con rapidez—. Tengo especial empatía con la gente que ha pasado mal, siempre la he tenido. Hay una frase de Jalil Yibrán, un poeta libanés, que me encanta y que siempre me ha definido muy bien.

—Dímela.

—Él decía que los espíritus melancólicos reposan al reunirse con otros espíritus afines. Se unen afectuosamente, como un extranjero al ver a un compatriota suyo en tierras lejanas, y creo que tiene toda la razón del mundo —dijo Thomas—. También decía que los corazones que se unen por la tristeza no serán separados por la gloria de la felicidad, aunque eso está por verse.

—Eso es algo muy tierno —Le susurró. Y entonces aseguró algo que tal vez salió de su boca de forma inconsciente, como casi todas las confesiones que él solía hacerle a menudo—. No creo que nosotros nos separemos, cuando termine todo esto. Me siento muy bien contigo, esa es la verdad.

Thomas la miró casi conteniendo la respiración. Si hubiera sido otra persona, quizá lo tomaría como una declaración casual, y nada más. Pero viniendo de Laura, una mujer conflictuada y en constante guerra con sus sentimientos, era algo de incalculable valor.

—No lo aseguras, pero tampoco lo crees. Las posibilidades aumentan de forma considerable, aún tengo esperanza, entonces —respondió, con una sonrisa. Ella lo miró de forma pícara.

—¡No seas tan dramático! —Lo regañó.

Continuaron caminando a buen ritmo, a medida que bebían el café y mantenían una charla amena, quizá para sacudirse los nervios de encima o para distraer la mente con algo más mundano y sencillo. Lo cierto era que toda posible conversación se vio interrumpida cuando pasaron frente a la mansión de Lady Rowenna, ya que era inevitable no hacerlo. Podían haber dado un rodeo, claro, pero les tomaría más de media hora de caminata extra y para cuando llegaran al punto determinado en el bosque, el sol ya habría salido por lo menos quince minutos antes y la travesía sería inútil, por lo que tenían que acortar camino de forma obligada. Ver frente a ellos la fachada principal de la mansión era algo imponente y siniestro a la vez.

Laura prestó atención en el pórtico de la entrada principal, una estructura deteriorada, con columnas altas y esculpidas que alguna vez fueron magnificas, pero ahora estaban cubiertas de hiedra y musgo, dándole un aire decadente. El arco de hierro del pórtico estaba adornado con grabados intrincados que representan criaturas que no conocía en lo absoluto, y que de solo verlas le producía un escalofrío atroz. Las ventanas que aún se conservaban sanas estaban descoloridas, sucias de tierra y desgastadas por el paso del tiempo, además de la exposición a las inclemencias del clima. Sus tejados empinados, con sus tejas rotas y desalineadas, le daban una apariencia desordenada y caótica a casi toda la estructura.

Por fin, abandonaron las inmediaciones de la vacía y desolada mansión, adentrándose en el bosque de Hirmingan. Laura notó casi enseguida que los árboles eran extraños, tomaban formas anudadas y retorcidas, como si hubieran crecido de una manera poco ordenada. Muchos de ellos tenían las raíces por fuera, sobresaliendo de la tierra, y sus copas eran tan altas que incluso se podía sentir el frío calando los huesos, debido a la densa vegetación que bloqueaba la gran mayoría de luz solar. No se oían pájaros, tampoco el sisear del viento entre las hojas. Los arces estaban silenciosos, como si todo estuviera envuelto por una especie de burbuja aislante, donde solo se escuchaban los pasos de ambos entre la hojarasca reseca.

—¿Sabes donde estamos yendo? —preguntó Laura, casi en un susurro. Aún así, la voz se escuchó de forma nítida, con perfecta claridad.

—No a ciencia cierta, pero si utilizamos la mansión de Rowenna como guía y seguimos avanzando hacia adelante, entonces no tardaremos en hallar el centro del bosque.

—Imagínate que nos perdamos, que el bosque ahora nos despiste y nos aleje uno del otro... Dios mío...

Thomas la miró con asombro, mientras le extendía el termo de café, que ya iba casi reducido a la mitad.

—¿Por qué habrías de pensar algo así?

—No lo sé, todo esto me hizo recordar a una película basada en un libro de Stephen King. Se llama "entre la hierba alta" —explicó ella, haciendo comillas con una mano—. Cuenta la historia de un campo de maíz maldito, donde quien entra jamás vuelve a salir, porque el propio maizál hace que la gente se pierda hasta caer en la locura.

—Bueno, si te sirve de consuelo, nosotros solo vamos a ir hacia una única dirección, adelante. Así que no tenemos forma de que nos perdamos —Thomas dio un resoplido y entonces consultó su reloj de pulsera—. Vamos, tenemos que apurar el paso, el sol no tardará en salir.

En silencio, Laura comenzó a seguirlo un poco más deprisa. Más de veinte minutos tardaron en llegar al centro del bosque, entre hierbas crecidas, raíces y musgo por todos lados. El trayecto había sido difícil, a Thomas le dolían los pies y Laura tropezó al menos tres veces, sudando aún a pesar del frescor del entorno. Finalmente, la vegetación se disipó en un claro de césped corto, casi como si hubiera sido podado a mano por algún motivo, donde la tierra misma no lo dejaba crecer hasta una determinada altura. A su alrededor, los arces y diferentes especies de pinos se elevaban hasta donde la vista alcanzaba a ver, bordeando aquel círculo despejado con una roca en el centro. Ninguno de los dos dijo nada, pero se acercaron cautelosamente hasta la roca.

—Guau... —murmuró él, fascinado. —En mi vida había venido aquí.

—¿Nunca te habías metido al bosque en todos los años que llevas viviendo en Bellhaven?

—Claro que no. Es un sitio con miles de hectáreas naturales, sería muy fácil perderse y no creo que los ancianos del pueblo inicien una búsqueda para encontrarme. Nunca he entrado más que unos pocos metros, cerca del camino principal del acceso al pueblo, lo que todos conocen como la zona de picnics —explicó.

Al acercarse más a la roca, prestaron atención a los detalles. A simple vista formaba como una gran meseta pulida y brillante, y su color variaba entre tonos de azul oscuro y plateado, con destellos tenues que parecen danzar en su interior como estrellas en una noche sin luna. Con mano trémula, Laura la tocó. Primero con la yema de los dedos, temiendo una reacción de su parte o algo así, pero como nada ocurrió, entonces apoyó la palma entera, deslizándola por la superficie.

—Es muy suave... —murmuró. —¿Qué tipo de roca crees que sea?

—No lo sé, parece una combinación de muchas cosas. Estoy seguro que parte de cuarzo debe tener —Thomas se acercó y la observó más de cerca, señalando con el índice de su mano sana—. Mira, tiene patrones y símbolos grabados en su superficie. Esto lo reconozco, son sigilos.

—¿Qué se supone que sea un sigilo? ¿Una especie de guardián?

—Sí y no —Laura lo miró interrogante, y entonces Thomas continuó explicando—. Un sigilo es un símbolo o representación gráfica que encapsula un deseo, una afirmación o una intención. Es escribir, dibujar o de alguna manera diseñar una imagen única a partir de una palabra o una frase que solo para el brujo tenga valor, y para nadie más, quitando letras repetidas, reduciendo las letras únicas y formando un símbolo. El propósito del sigilo es concentrar la energía y la intención de la afirmación original en un símbolo visual, permitiendo que el subconsciente se conecte con esa intención de manera más efectiva.

—Adoro cuando explicas cosas tan técnicas y las haces parecer fáciles —respondió, volviendo a examinar la piedra—. ¿Cuánto falta para la salida del sol?

Thomas consultó su reloj de pulsera.

—Ahora mismo, cuatro minutos.

—Vamos a posicionarnos en algún lugar donde podamos ver todo a la vez, para que no se nos escape un solo detalle. Tú ve allí —Laura señaló el borde del claro, frente a ella. Luego miró hacia atrás—, yo iré hacia allá, de esta forma estaremos frente a frente y podremos vigilar en un semicírculo constante.

—De acuerdo —consintió.

Comenzaron a alejarse uno del otro a partir del punto central del claro, donde estaba la roca, y al toparse de nuevo con los árboles, giraron sobre sus pies y se miraron mutuamente aún en la distancia. Laura le levantó el pulgar de la mano derecha, y Thomas a su vez hizo lo mismo. Sin embargo, ambos estaban nerviosos, más él en comparación, ya que no le inspiraba nada de confianza el hecho de estar tan alejado de ella, por cualquier eventualidad que sucediese.

Los minutos pasaron casi tan lento que Thomas comenzó a desesperarse. Los primeros rayos de luz solar comenzaron a filtrarse poco a poco entre las ramas y las hojas de los enormes árboles, y al principio nada ocurrió. Sin embargo, la primera en darse cuenta de un detalle importante, fue Laura. Desde su posición, pudo ver como un haz de luz en particular alcanzaba la raíz descubierta de un arce, que sutilmente sobresalía por entre el musgo y la tierra, cerca de la piedra oscura en el medio del claro. Como si estuviera imbuido por algún tipo de energía que no podía comprender, vio con asombro como la raíz de aquel árbol pareció emitir un leve destello, que recorrió la veta misma de la madera como una especie de guía, hacia uno de los arces más altos que bordeaban el lugar. Si no lo hubiera visto con sus propios ojos y se lo hubieran contado, diría que aquello era el resultado de alguna sustancia alucinógena. Sin embargo, allí estaba, tan real como el propio aire frío que los rodeaba en aquel bosque.

—¡Lo tengo, lo tengo! —exclamó boquiabierta, corriendo hacia adelante y siguiendo con la mirada la veta de raíz, para no perderla de vista. Thomas también corrió hasta llegar a su lado, y entonces se acuclillaron ambos frente al particular árbol. Parecía longevo, por las formas retorcidas de los nudos en su corteza y lo grueso de las raíces, pero al observarlo con atención, pudo ver como bajo él había una oquedad natural, cubierta de musgo verde y hojas caídas.

—¿Qué viste?

—Fue increíble, la raíz pareció iluminarse de alguna forma que no puedo explicar, como si hubiera recibido un pulso de energía o no sé... Dios santo, esto es una completa locura —respondió ella, escuchando sus propias palabras. Comenzó a apartar las hojas con las manos, ensuciándose de tierra y musgo, arrancando la vegetación a un lado—. Estoy segura que aquí abajo debe haber algo.

Thomas se acuclilló a su lado para ayudarla, apartando ramitas, hojas húmedas y algunas enredaderas a ras de suelo. Bajo el árbol, la oquedad estaba tibia, como si el aire estuviese condensado por el mismo suelo y el enorme vegetal. Sintió un poco de asco al meter las manos dentro, sin saber qué se podría encontrar, quizá bichos, arañas o insectos, pero se contuvo lo mejor posible, hasta que sus dedos palparon algo duro.

—Creo que tengo algo —sentenció, metiendo los brazos un poco más adentro. Sujetó con ambas manos aquel objeto y tiró hacia afuera. Al principio, el propio musgo y la tierra hizo que se le resbalara un par de veces, como si de alguna manera se resistiera a salir de su escondrijo, pero finalmente pudo sacarlo—. Oh, guau... —murmuró.

Un pequeño cofre derruido, de madera apolillada y con bordes revestidos en bronce, estaba frente a ellos esperando ser abierto. No tenía símbolos de ningún tipo, tampoco parecía ser algo diabólico como se esperaban, sino que era un pequeño baúl de madera, con olor a tierra mojada y el paso de los años marcado en sus desvaídos colores. Con ansiedad, Laura metió la mano en el bolsillo de su chaqueta, y tomó la llave, metiéndola en la cerradura. Antes de darle un giro, sus ojos volaron hacia Thomas buscando ánimo en su mirar, pero en lugar de ello, se dio cuenta que él estaba igual de cagado que ella, o incluso peor. Respirando hondo, dio un giro, luego otro, y un chasquido en la cerradura indicó que el cofre ya estaba abierto.

En cuanto abrieron su tapa, una correntada de aire gélido pareció soplar desde todas direcciones, como si la propia naturaleza se hubiera enojado y en su ventisca acarrease sonidos sepulcrales, voces de ultratumba que de forma grave, murmuraban desgracias. Ambos se encogieron del miedo, mirando hacia todos lados, esperando encontrarse con aquel demonio horrible y oscuro tras algún árbol, pero nada ocurrió. Aquella ventisca se disipó tan rápido como se había formado y en su lugar, solo quedó la típica calma silenciosa de todo el bosque.

Al mirar hacia adentro, notaron que solo había un objeto: un libro de tapa dura, Laura suponía que cuero. No tenía título alguno, solo sus bordes en plata ya opacada por el paso del tiempo, y todo aquel tomo estaba recubierto por una especie de babosidad negra, como si fuera tinta pero espesa como el petróleo. En su tapa solo había un único símbolo: Un pentagrama invertido rodeado por dos serpientes.

—Es el grimorio, estoy segura. Lo hemos encontrado, al fin —dijo Laura, con la respiración entrecortada.

—Volvamos a casa, tenemos mucho que hacer, y también debemos hablar con el padre Michael —respondió él, cerrando nuevamente el cofre.


*****


Una vez de nuevo en la cabaña, Thomas dejó el cofre encima de la mesita central del living, y quitándose la chaqueta, caminó hacia la cocina para lavarse la mano sana, y quitarse la tierra. Laura le siguió, y una vez que ya estaban más frescos y aseados, se sentaron frente al cofre, examinándolo con atención. Laura metió la llave en la cerradura, abriendo, y entonces Thomas se puso de pie, para buscar un rollo de papel de cocina y cubrir la mesa con él.

Al tomar el libro con las manos, sintió un cosquilleo en los dedos, como si estuviese cargado con mucha estática o vibrase de alguna manera. La sustancia que recubría las tapas del grimorio era viscosa, pegajosa y muy fría al tacto, como una especie de petróleo anómalo y extrañó. Dejo el libro encima de la mesa, se miró las yemas ennegrecidas con asco, y arrancó un par de hojas de papel de cocina para limpiarse con rapidez.

—Vaya mierda, ¿Qué crees que sea esto? —preguntó, frotándose los dedos.

—No tengo ni idea, quizá sea una resina protectora. Voy a abrirlo, a ver que dice.

Laura tomó un papel como si fuera una servilleta, y con la punta de los dedos abrió la tapa. Para su sorpresa, las hojas estaban limpias. Amarillentas, sí, por el paso del tiempo, pero limpias al fin. En la primera página se leía "Grimoriam tenebrae" escrito con la perfecta caligrafía cursiva de Rowenna, y en tinta negra de pluma. Pasó unas cuantas páginas, tomándose todo el tiempo del mundo para leer cada uno de los embrujos que allí se detallaban. Muchos de ellos eran simples invocaciones para sombras y espectros, establecer vínculos demoníacos, manipular la oscuridad a voluntad o incluso hasta el clima, lo cual le parecía una completa locura.

—¿Encontraste algo de utilidad? —preguntó Thomas, ante el perpetuo silencio de ella. Laura negó con la cabeza.

—No demasiadas cosas, pero creo que puede darnos una idea de cómo ella se mueve por el plano físico y espiritual. Mira esto, hay un maleficio llamado sombras cambiantes. Al parecer este conjuro permite alterar la forma y la apariencia de las sombras en su entorno, creando ilusiones aterradoras. Es una herramienta muy poderosa para sembrar el miedo en sus enemigos, como hizo con los primeros sacerdotes de la inquisición, ¿recuerdas?

—Sí, muchos de ellos no querían dormir, o decían ver cosas entre las sombras. ¿No hay nada acerca del espejo?

—Déjame ver... —Laura continuó leyendo por encima, pasando página tras página, hasta que casi a la mitad del grimorio pudo encontrar algo crucial. —¡Lo tengo! Aunque tiene demasiados símbolos, no entiendo nada.

—¿Dice las instrucciones?

—Sí, los materiales necesarios son un espejo ritual, donde previamente se hayan inscrito runas de invocación. Sangre de un ser humano, obtenida por propia voluntad en un acto de sacrificio en nombre de la oscuridad suprema.

Thomas sintió un escalofrío correrle por la espina dorsal.

—Dios mío...

—Cinco velas negras consagradas en tierra de cementerio, un incensario con raíces resecas de mandrágora, y un círculo de transmutación trazado con sal negra. Se tiene que preparar el círculo de sal negra junto con las velas y el incensario a la medianoche de un Sabbath. Luego debe recitar tenebris, umbrae et potentiam, venite ad me, para invocar a las sombras. No sé qué sea esto...

—Es latín, prosigue —dijo Thomas.

—El recipiente con la sangre del sacrificio debe ponerse frente al espejo y entre la persona conjuradora. En ese momento se le ofrenda al espejo la sangre, recitando anima mea ad speculum, conjunge mecum, in aeternum. Mientras la sangre se derrama en la superficie reflejante, se tiene que sellar el vínculo con otras palabras. Pactum aeternum, mecum et speculum. Aquí dice que si todo sale bien, la entidad demoniaca que ayude a esta transferencia aparecerá por la espalda del conjurador y le tomará el alma, para llevarla al otro lado y volverse uno con las sombras en los reflejos.

—Vaya por Dios... —murmuró él, abrumado. —¿No dice nada más acerca de cómo deshacer esto? Revisa las siguientes páginas.

Laura se dedicó sus buenos quince minutos en cotejar el resto del grimorio, leyendo sus títulos y pasando las páginas rápidamente, pero al final no pudo encontrar nada.

—No, creo que no lo hay.

—Es lógico, eso me temía, la maldita bruja no escribió la forma de contrarrestar semejante acto.

—Ni que tuviera intenciones de hacerlo, ¿no crees? —Lo miró ella, suspicaz. Thomas asintió con la cabeza.

—Debemos ir con el padre Michael, él sabrá que hacer, quizá.

—Me parece bien. ¿Cuándo quieres ir?

—Ahora mismo, por supuesto. Cuanto antes podamos resolver esto, mejor —dijo Thomas, poniéndose de pie.

—Vamos, entonces.

Laura cerró el grimorio, lo volvió a meter dentro del cofre y cerrándolo con llave, lo cargó bajo el brazo mientras que Thomas se vestía de nuevo la chaqueta y buscaba las llaves de la cabaña, para cerrar al salir. Una vez fuera, notaron que algo no estaba bien. El aire constantemente húmedo y plomizo del pueblo parecía estar más cargado que de costumbre, al igual que su cielo gris y encapotado. A lo lejos en el horizonte, se vislumbraban algunos relámpagos.

—Se avecina una tormenta —dijo ella, mirando hacia el cielo—. Cuando estábamos en el bosque hasta se podría decir que el cielo estaba claro.

—Nada es casual, Laura. Ya sabemos lo que todo eso significa, deberemos apurarnos a partir de ahora.

Ambos salieron a la acera y enfilaron a buen paso rumbo a la capilla de Michael. Los poquísimos habitantes que estaban afuera, juntando ramitas y leños para meter a sus estufas, los miraban al pasar y sus ojos se abrían del horror y la incertidumbre, al percatarse de lo que Laura llevaba bajo el brazo. Algunos de ellos —los más ancianos, por ejemplo— se persignaban y se metían dentro de las casas a paso ligero, como si algo terrible los persiguiera.

A mitad de camino algo les llamó la atención. La puerta de la cabaña que pertenecía a Evelynn Muntz, aquella anciana que les había avispado acerca de las pistas, estaba abierta de par en par. Hacia adentro no se veía nada, el living completamente sumído en la oscuridad de la propia casa, como una enorme boca negra. El primero en percatarse de ello fue Thomas, y luego Laura, cuando vio como él se detenía un momento para observar.

—¿Qué haces? ¿Por qué te detienes? —preguntó ella, impaciente. —Vamos, debemos continuar.

—Espera, algo no está bien. Evelynn nunca deja la puerta abierta.

—Quizá solo esté haciendo algo en el patio, vamos —dijo Laura, con insistencia.

—¿Recuerdas lo que dijo? Dio a entender perfectamente que para cuando nosotros resolvamos las pistas, ella ya no estaría con vida. Me acercaré a mirar, espérame aquí.

En aquella fracción de segundo, Laura evaluó las posibilidades a una velocidad mental increíble. Thomas podía tardarse dos minutos o quince, no lo sabía, y no iba a esperarlo allí sola, con el maldito grimorio bajo el brazo y a la vista acechante de todos a su alrededor.

—Voy contigo, no me quedaré aquí sola —sentenció.

Thomas asintió con la cabeza, empujó el pequeño portoncito de madera que delimitaba la entrada al patio, y entonces se acercó poco a poco a la puerta abierta, intentando atisbar hacia adentro tanto como pudiese.

—¿Evelynn? ¿Estás ahí? —llamó, alzando la voz. Pero no hubo respuesta.

Puso un pie dentro de la sala, buscó a tientas el interruptor de la luz y lo accionó en cuanto sus dedos se toparon con la perilla, pero no funcionó. Lo subió y lo bajó varias veces, pero no había forma.

—¿Ves algo? —preguntó ella, en un susurro. Ni siquiera sabía por qué estaba hablando por lo bajo, pero la situación era tan tensa que su voz apenas salía por su garganta.

—No —Thomas dio un paso más, volviendo a llamarla—. ¡Evelynn, responde!

Algo le cayó en la frente, se limpió con el índice e intentó mirar, pero no veía con claridad de qué se trataba. Sin embargo, al observar hacia el techo, supo lo peor. Evelynn estaba desnuda, prácticamente clavada con los cuchillos de la cocina al techo de la cabaña, con los brazos extendidos y los pies juntos, como si estuviera crucificada. Sus pechos arrugados y lacerados caían flácidos hacia abajo, y de su vientre rasgado goteaba sangre poco a poco. Su expresión era horrible, una mueca torcida que indicaba el tormentoso dolor que había experimentado al morir de aquella manera.

—¡Dios mío, no! —exclamó, caminando hacia atrás de forma espantada.

—¡Thomas! —dijo Laura, con la voz temblorosa. Al mirar hacia donde ella observaba, pudo ver dos ojos tan rojos como profundas llamas ardientes asomando al fondo del pasillo, fundiéndose con la propia oscuridad de la casa, acechando. Aquel demonio estaba allí, esperando.

—¡Corre, ahora! —grito él.

Se giraron sobre sus pies y salieron de la casa tan rápido como podían, corriendo hacia el medio de la calle con la respiración agitada y temblando aterrados. Aquel demonio dio un chillido breve pero horrible, y los miró desde el umbral de la puerta, allí donde la oscuridad delimitaba la luz del día con las sombras de la casa, como si no pudiera avanzar más allá. Se habían salvado por muy poco, pensó Thomas. Si tan solo hubieran dado un par de pasos más hacia el interior de la casa, sin duda los hubiera alcanzado, porque no tendrían tiempo de escapar. Y cuestionarse eso le aterraba de formas inimaginables.

—Dios mío... Dios mío... —balbuceó Laura, cubriéndose la boca con una mano temblorosa. —Esa cosa casi nos atrapa a plena luz del día, estamos jodidos...

—No, aún no lo estamos. No mientras tengamos herramientas con la cual poder continuar investigando —respondió él, intentando mostrarse convincente y seguro, pero lo cierto era que el pánico comenzaba a calarle hondo, cada día un poco más—. Vamos, tenemos que ir a la capilla ahora mismo.

Reanudaron la marcha casi trotando, en lugar de caminar. Ninguno de los dos lo decía, pero ambos presentían que las calles de Bellhaven ya no eran seguras ni siquiera durante el día, por lo que cuanto menos tiempo tardasen recorriéndolas, tanto mejor. En cuanto llegaron a las puertas de la capilla, ambos respiraban jadeantes debido a la loca carrera, y además tenían el rostro sudado, a pesar del frescor del clima. Thomas golpeó la puerta con los nudillos de forma insistente, y un par de minutos después, Michael abrió la puerta.

—Buenos días ­—saludó.

—¡Lo tenemos, conseguimos el grimorio! —exclamó Thomas. —¡Y para colmo Evelynn está muerta, la acabo de encontrar en su casa, clavada al techo!

—Espera, ¿Qué?

Laura no esperó a que Michael les permitiera el paso, sino que puso un pie dentro de la capilla y avanzó. El sacerdote se hizo a un lado, y cerró la puerta tras ellos cuando Thomas ingresó al vestíbulo.

—Esa vecina, está ensartada en el techo de alguna manera que no puedo explicar, la vimos hace un rato, y también vimos a ese demonio. No nos alcanzó por poco, pero tenemos que hacer algo, y lo tenemos que hacer ahora —dijo ella, impaciente. Le extendió el cofre de madera casi como si fuera una pesada carga, y quisiera quitársela de encima cuanto antes—. Ahí adentro está el grimorio, lo encontramos en el bosque esta mañana, siguiendo las pistas que había anotado.

—Imagino que lo habrán leído.

—Claro que sí.

—¿Y encontraron el origen de la maldición, o algo? —preguntó Michael.

—Encontramos cual fue el ritual que utilizó para meter su espíritu dentro del espejo. Todas las instrucciones están allí —intervino Thomas, señalando el cofre con el índice.

—Bien, vamos a revisar esto, entonces.

Michael atravesó toda la capilla rumbo a la puerta con el rótulo de PRIVADO y abriendo, ingresaron al living de la casa. Allí tomaron asiento alrededor de la mesa central, Michael dejó el cofre en medio, y Laura le extendió la llave para que abriera. Michael se tomó un momento para apreciar la llave, ya que no la había visto antes, y luego abrió el cofre, mirando hacia adentro. Al ver el grimorio, frunció el entrecejo con desagrado.

—¿Qué pasa? —preguntó Laura.

—El grimorio está consagrado.

—¿Y eso qué significa? —volvió a preguntar.

—¿Ven esta cosa negra que lo recubre por fuera? Esa sustancia babosa es conocida por muchos mitos y leyendas oscuras. Se rumorea que es creada a partir de la unión de energía demoníaca y sombras de dimensiones más allá de nuestra comprensión. Este tipo de cosas solo las podía hacer un brujo muy poderoso, como los médiums que emanan ectoplasma del cuerpo, pero de forma negativa, y lo utilizaban para proteger algo muy valioso para ellos.

—¿O sea que no podremos destruirlo? —intervinó Thomas.

Como toda respuesta, Michael se puso de pie, sacó el grimorio del cofre y caminó a paso rápido hacia la estufa a leña encendida en el lado opuesto de la sala. Sin dudar, arrojó el libro encima de los leños ardiendo, que se sacudieron con un chisporroteo.

—¡No, está loco! ¿Qué hace? —exclamó Laura, poniéndose de pie casi que de un salto.

Michael les hizo un gesto con la mano de que esperasen, y luego de unos minutos observando como las llamas envolvían el libro, tomó el atizador de la estufa y poco a poco comenzó a sacarlo hacia afuera. No estaba dañado, ni siquiera tiznado. Dejó el atizador a un lado, se acuclilló, lo tomó en las manos y caminando hacia Thomas, se lo dio. Por acto reflejo, creyó que se quemaría en cuanto el grimorio se apoyó en sus palmas, por lo que bajó las manos casi de forma instintiva, pero luego miró con asombro a Laura.

—Ni siquiera está tibio —dijo.

—Eso responde a sus preguntas, imagino —opinó Michael. Laura dio un resoplido, mientras Thomas dejaba el libro encima de la mesa. El sacerdote le extendió un paquete de servilletas para que se limpiara los dedos, y los tres volvieron a sentarse.

—Quizá podamos destruirlo cuando acabemos con Rowenna, su entidad y su espejo. ¿No? —preguntó ella.

—Sí, sería lo más factible —consintió Michael.

Laura abrió el grimorio, buscando el ritual por el cual la bruja se había metido dentro del espejo. Al encontrarlo, giró el libro de cara hacia Michael, golpeando con el índice encima de la página.

—Aquí esta, las instrucciones por lo cual Lady Rowenna evadió su juicio metiendo su ánima dentro del espejo. Lo único que no encontramos fue una forma de revertirlo, revisamos todo el grimorio, pero no dice nada al respecto —dijo.

—En cualquier caso, antes de acabar con ella tenemos que deshacernos de su demonio protector. Imagino que recuerdan ese detalle, por lo que ustedes mismos contaron, fue la indicación que Evelynn les dio —respondió Michael. Thomas asintió con la cabeza, lentamente, y luego miró a Laura.

—Mierda, tiene razón... Nos olvidamos por completo de ello...

—De cualquier manera, está bien. No iban a poder hacerlo solos, por lo que yo me encargaré de buscar algo que nos pueda ser de utilidad con respecto a eso —dijo el sacerdote—. Haré una ronda de oraciones esta noche, por Evelynn. Luego de eso, comenzaré a investigar el grimorio con más detalle. ¿Han llamado a la policía?

—Ni hablar, tampoco lo haremos —sentenció Thomas—. Ya lo hicimos con Oliver, si tienen que venir de nuevo a retirar otro cadáver con el que Laura estuvo interactuando poco tiempo antes de su muerte, no habrá forma de evitar que la vean como la principal sospechosa. Lo siento, sé que suena terrible, pero no. Que el cuerpo de Evelynn se quede allí, al menos hasta que toda esta locura termine y Laura ya esté bien lejos de Bellhaven, a salvo y en paz.

—Pobre mujer... —murmuró Michael, dando un suspiro hondo. —La estimaba, realmente le tenía mucho aprecio, no era una mala persona. Tener que morir así... —hizo una pausa, pensativo, y luego se puso de pie, respirando hondo. —En fin, todos tenemos cosas que hacer. Gracias por traer el grimorio, lo leeré y sacaré algunos apuntes, también revisaré algunos documentos eclesiásticos para tener alguna idea sobre qué hacer. Vuelvan mañana, les tendré noticias preparadas.

—Gracias, Padre —asintió Thomas.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro