5
Mientras tanto, Michael estaba terminando de redactar el último párrafo de su carta, justo cuando la tarde noche comenzaba a caer. Se había tomado todo el día para reflexionar sobre sí mismo, su vida, y hacer un racconto de todo lo que le rodeaba. Encerrado en su dormitorio, dedicó unas dos horas para rezar un rosario, hacer un devocional y orarle a Dios en una suerte de confesionario personal, hincado de rodillas junto a su cama, con los codos apoyados en ella y las manos entrelazadas delante de su frente. Luego de ello, revisó sus documentos personales en caso de fallecimiento, guardados a buen recaudo y escondidos en el fondo de su armario. Todo estaba en orden, aunque tendría que agregarle un par de cosas si quería poner en buenas manos la capilla, por lo que comenzó la redacción de las cláusulas firmadas y luego de ello, su carta personal. Para las seis y media de la tarde, tenía la muñeca hinchada y la mano le dolía, pero no importaba.
Puso su firma a pie de página, releyó por encima lo escrito y luego rebuscó en uno de los cajones de su escritorio, ubicado en el living de la casa, hasta encontrar un sobre vacío. Lo abrió, dobló la carta en cuatro partes y la metió dentro del sobre, plegando la solapa hacia adentro. En el frente del mismo escribió:
Para Laura y Thomas
Dejó el sobre encima de la mesa central del living, y entonces volvió a su escritorio. Su mano derecha se apoyó encima de la biblia de tapa negra, con letras doradas y hojas abrillantadas en su borde, que siempre había utilizado en sus prédicas y lecturas diarias. La abrió, y la hojeó con rapidez, salteándose los stick de colores pegados a los bordes de las páginas, con anotaciones de versículos y referencias personales. Siempre había sido su manía guardar algunas fotos de los momentos más importantes de su vida dentro de aquel libro, y al fin encontró la primera. Un Michael joven y esbelto, a blanco y negro, sonreía de pie frente a una capilla con la fachada en remodelación. Recordaba esos años, era el verano del ochenta y dos, y fue la propia Chelly quien había tomado la instantánea. Sonrió, dejó la foto de nuevo en su sitio y continuó hojeando la biblia.
La siguiente imagen que encontró también fue otra instantánea. Allí estaban ambos en primer plano, mejilla con mejilla. Chelly estaba ojerosa, pero al menos sonreía cuando estaba a su lado. Michael acarició la fotografía, como si quisiera absorber con la yema de los dedos la mirada de su esposa, para guardarla por siempre en el fondo del alma. Su barbilla tembló, y entonces dejó las lágrimas caer, apoyándose la instantánea en la frente. Aún tras tantos años, ver fotos de ella le producía una tristeza tan profunda como dolorosa, pero jamás tendría el valor para deshacerse de ellas. La miró una segunda vez, le dio un beso largo a la imagen, con los ojos cerrados y los párpados apretados por la angustia, y volvió a meter la fotografía en la biblia, cerrándola de un golpe.
Caminó hasta su habitación mientras se secaba las mejillas y abrió de par en par el ropero, apartando perchas hasta encontrar lo que buscaba. Sacó una en particular y la examinó de punta a punta, colgada de ella había un traje blanco bien envuelto en su funda protectora, dedicado para las ceremonias eclesiásticas más importantes tales como casamientos, bautismos y prédicas navideñas, ribeteado con bordes en dorado y una cruz bordada en cada solapa. Lo miró con una sonrisa y asintió con la cabeza, dejándolo al alcance de la mano en un estante lateral. Luego rebuscó en otro cajón hasta encontrar su estola violeta de ceremonias. Sabía bien que el violeta era el poder de la autoridad divina, algo que los demonios temían y rechazaban profundamente, y planeaba utilizar aquello a su favor.
Para cuando volvió a la sala de estar, minutos después, vio que Laura y Thomas ya estaban allí, reavivando el fuego en la chimenea.
—¿Cómo están? —preguntó. Ambos lo miraron con una sonrisa leve.
—Tan bien como podemos —dijo ella—. ¿Tú?
—He preparado algunas cosas —caminó hasta el sobre encima de la mesa, lo tomó y se lo ofreció a Thomas—. Esto es para ustedes. Si mañana somos los tres quienes salimos de la mansión, genial, quemaré este sobre y aquí no ha pasado nada. Pero si solo vuelven ustedes, quiero que lean esto. No antes.
—Michael, no... —respondió Thomas, mirándolo con tristeza. —No tienes por qué hacer esto, hombre...
—Claro que sí, no seas ingenuo. ¿Qué pasaría con la capilla, sino? Denme su palabra que cumplirán al pie de la letra lo que dice aquí, y que no van a abrir este sobre hasta terminar con lo de mañana.
—Te lo prometemos —consintió Laura.
—Bien, ahora síganme, tenemos trabajo que hacer —dijo Michael.
Los tres avanzaron hacia la trampilla del sótano, Thomas la abrió y bajaron de nuevo al polvo y la humedad, mientras Michael encendía el interruptor del único foco de luz en todo el lugar. Allí, el sacerdote se dirigió directamente hacia el enorme armario ubicado al fondo, donde el instrumental para los exorcismos se guardaba celosamente. Nunca había tenido que utilizarlo hasta ese momento, y al poner una mano en el picaporte, luego de abrir la cerradura, sintió el cosquilleo de la incertidumbre recorrerle las venas. Al abrir las puertas de par en par, Thomas y Laura miraron fascinados todo aquello, literalmente parecía una armería pero de instrumentos religiosos. Michael entonces comenzó a cargar algunas cosas a una canastilla blanca, que había en la parte más alta del armario.
Tomó media docena de velas blancas, paquetes de sal marina, un crucifijo enchapado en oro con detalles en plata, y una medalla que Thomas supo reconocer casi enseguida.
—Eh, esa es la cruz de San Benito, yo tengo una igual —dijo, con una sonrisa.
—Sí, podría sernos de mucha utilidad si la situación lo amerita —respondió. Se estiró hacia uno de los soportes superiores, y sacó varias ampolletas de vidrio y cerradas a corcho, con la cruz grabada directamente en el cristal—. Al igual que esto. Agua bendita tomada directamente del rio Jordán, en Israel. No hay mejor agua que esta.
—Oh, guau... —murmuró Laura, asombrada.
Michael tomó algunos frascos con aceite de unción y un libro de exorcismos de bolsillo. Una vez con todas estas cosas y la cestita casi rebosando, cerró las puertas y pasó dos vueltas de llave.
—Creo que con esto ya estaríamos bien —dijo, resoplando debido al polvo del ambiente.
Una vez que volvieron a subir a la casa, Michael dejó todo encima de la mesa del living mientras que Thomas volvía a cerrar la trampilla, poniendo el mueble encima de la misma, como de costumbre. Al reunirse los tres en la sala de estar, fue Laura quien intervino.
—¿Cuál será el procedimiento de mañana? —preguntó.
—Llegaremos a la mansión temprano, luego de desayunar y prepararnos. Iremos directamente a su espejo, cuidando de no reflejarnos en él. Luego de preparar el sitio de liberación con la sal, el aceite de unción y las velas, intentaremos sacar a Rowenna de allí. La idea es revertir el efecto del hechizo de unión que ella realizó con el espejo, de esta forma, si logramos sacarla de las sombras y atraerla de nuevo al plano físico de la realidad haciéndola tangible, podremos acabar con ella.
—Volverla humana de nuevo para matarla de una vez, ¿no? —inquirió Thomas. Michael asintió.
—Correcto. Es la única manera de detenerla, mientras se oculte tras la realidad del espejo y lo siga utilizando como un portal de entrada y salida, entonces no podremos atraparla nunca. Es como intentar retener el aire con las manos. Pero si la arrancamos de ese plano astral revirtiendo su conjuro, entonces no tendrá más remedio que salir y darnos cara.
—En la teoría, suena fácil —dijo Laura—. Sin embargo, no nos olvidemos que Moloch la acompaña y seguramente también esté vigilando la mansión. Ya vimos lo que sucedió la última vez.
—Por eso debemos actuar rápido y con eficiencia. Cuanto más rápido logremos revertir el hechizo del espejo, más rápido se desvinculará de ese demonio, porque ya no tendrán ningún tipo de contacto directo que los una —respondió el sacerdote—. No va a ser una tarea sencilla, así que tenemos que ir lo más enfocados que se pueda. Digo esto principalmente por ti —miró a Laura—, eres muy sensible a ciertos ataques y lo que menos necesitamos es que comencemos a pelear entre nosotros o que tengamos dudas.
—Sí, lo comprendo.
Thomas miró de reojo los libros abiertos encima de la mesa, tanto el grimorio, como el diario personal de Lady Rowenna. Sus ojos recorrieron la perfecta caligrafía antigua, los símbolos, los bordes en cuero de sus tapas, y suspiró, pasándose la mano sana por el cabello.
—Vaya locura nos ha tocado vivir... será una historia digna de contar a los nietos, supongo —murmuró.
—Que podamos contarla o no, va a depender de nosotros y de la voluntad de nuestro Señor —dijo Michael, asintiendo con la cabeza—. De momento, voy a tomarme el resto del día para preparar mi espíritu. Les diría que hagan lo mismo, tómense un momento de oración, de comunión con Dios. Mañana vamos a necesitar toda la ayuda y fortaleza que sea posible.
Y como si el cielo le diera la razón a sus palabras, un potente trueno hizo vibrar las ventanas de toda la capilla.
*****
Durante todo el día, Michael no salió de su habitación más que para la hora de la cena. Se había tomado una especie de retiro espiritual donde arrodillado junto a su cama, oraba durante horas, murmurando diferentes plegarias tanto de bendición como de protección y preparación espiritual. Podía sentirlo dentro de sí mismo, al día siguiente debería enfrentarse a algo que nunca había imaginado, y por lo que quizá siempre había estado en sus planes. Cuando asumió el sacerdocio, podían haberlo encomendado a cualquier otra capilla, en cualquier otro sitio del país. Sin embargo, lo habían enviado a Bellhaven, y le gustaba pensar que había un motivo para todo aquello. Pensar en los motivos también era sinónimo de pensar en su esposa, en cómo había cambiado su personalidad en cuanto pusieron un pie en el pueblo, y al final, tal vez su tarea fuese esa: en nombre de Laura, de los sacerdotes muertos en la antigüedad, y en el de su amada Chelly, limpiar aquella maldad atroz.
Luego de la cena, por su parte, Laura y Thomas limpiaron los platos juntos, ayudándose mutuamente, y luego se recostaron en los sillones, frente a la chimenea encendida. Él no había dejado de cargar con una sensación de inquietud horrible en el pecho, sabiendo que quizá aquel fuese el último día en compañía de Laura. La incertidumbre le aplastaba como una gigantesca losa de concreto, pero no decía nada, intentando mostrarse tan fuerte como podía, por ella. Laura, por contrapunto, estaba ansiosa por terminar con todo aquello. Para bien o para mal, no le importaban los resultados, solo quería vivir en paz, y punto. Mirando el bailotear de las llamas encima de los leños, fue ella misma quien rompió el silencio.
—Gracias —dijo. Thomas la miró sin comprender, bajando la mirada hacia su rostro y abrazándola un poquito más contra sí mismo.
—¿Por qué?
—Por haber estado conmigo todo este tiempo, acompañándome.
—No tienes nada que agradecerme, ya lo sabes. Es lo menos que podía hacer, luego de conocer los verdaderos motivos por los cuales has venido aquí —dijo él, con una sonrisa leve.
—Sin embargo, no te he contado todo lo que debería —murmuró. Thomas la miró sin comprender.
—¿A qué te refieres?
Laura se separó de él, y lo miró con aprehensión, tomándole la mano sana.
—¿Recuerdas mi bisabuela, quien descubriste que hacía sanaciones y era vidente, además de estar emparentada con toda esta historia?
—Sí, claro que la recuerdo. ¿Qué pasa con ella?
—Yo no he nacido con ningún don en especial, ella me dio todo esto —comenzó a relatar—. Era muy pequeña cuando la vi por primera vez, tendría quizá unos cuatro o cinco años. Estaba jugando en mi habitación, cuando de repente sentí el aire mucho más frío de lo normal, miré a mi derecha y allí la vi, una señora canosa, vestida de blanco, que me miraba con una sonrisa. Se acercó y me dijo "mi niña, mi niña... tú continuarás con mi camino, tú serás quien le dé fin a la bruja blanca". Sentí que me apoyaba la mano en la cabeza, el pulgar en mi frente, y al instante me desmayé.
—Dios mío...
—No sé cuánto tiempo estuve desvanecida, cuando desperté estaba en la camilla de un hospital. Mis padres me habían llevado a emergencias, me hicieron resonancias, pero mi cerebro estaba bien. Durante el tiempo que estuve —Laura hizo una pausa como pensando las mejores palabras posibles— fuera de mi misma, vi algo que...
—¿Qué? ¿Qué viste? —insistió Thomas.
—Vi una casa enorme, que no conocía. Un espejo extraño en una habitación, y dos hombres. No les veía los rostros, pero estoy segura que eran ustedes, tú y Michael. Y... —Su voz se quebró.
—Laura, dilo —dijo Thomas, mirándola con fijeza—. Sea lo que sea.
—Si entro a esa mansión, no saldré de allí con vida. El espejo no puede ser destruido, aunque acabemos con Rowenna, porque va a absorberme a mí. Lo vi cuando era una niña, lo sentí cuando me reflejé en él y perdí la conciencia la primera vez, y ahora lo siento en cada hueso de mi cuerpo, como si fuera un mal presagio que con el paso de las horas se vuelve más y más potente.
—Eso no va a ocurrir, ni Michael ni yo lo permitiremos.
—No pueden hacer nada, eso es lo que intento decirte. Siempre tiene que haber un intercambio, ya escuchaste a Michael cuando nos explicó el ritual, y tiene razón. La maldad que allí habita es demasiado potente para exterminarla así como así, él lo sabe cómo hombre de religión y yo lo sé porque lo he visto. Quiero que me prometas una cosa, por favor.
—Laura, no podemos ser pesimistas, no ahora que...
Ella lo interrumpió.
—¡Thomas, por favor, cállate y escúchame! —exclamó, sujetándole las mejillas con las manos. —Necesito que me prometas que si algo sale mal, tú y Michael van a salir de esa mansión tan rápido como puedan.
—Laura, no voy a prometerte tal cosa. Entramos juntos y salimos juntos.
—¡Hazlo! —insistió. Una lágrima se le desbordo del ojo izquierdo, y se la secó de forma impaciente con un manotazo. —¡Tú debes salvarte, debes salir de allí y debes continuar con tu vida si algo no ocurre como lo tenemos previsto! Quiero que seas feliz, que sobrevivas a toda esta mierda y sigas adelante.
—No.
—¡Promételo, necesito que lo hagas! —exclamó con frustración, dándole un palmetazo en el pecho. Thomas la estrechó contra sí, abrazándola. Laura hundió la cara en su cuello, aferrándose a su espalda.
—No voy a prometerte eso, porque estoy contigo hasta el último momento. Y mañana vamos a entrar allí, y vas a entrar sabiendo que no te he prometido lo que querías, por lo tanto, no puedes morir —Hizo una pausa y añadió, haciendo énfasis—. No vas a morir.
Laura lo abrazó con más fuerza, apoyando la barbilla en su hombro y cerrando los ojos, como si quisiera retener todo el tiempo del mundo en aquel momento, para permanecer por siempre allí, envuelta en la seguridad de los brazos de quien quería con todo su corazón. Al abrir los ojos, vio como en el otro extremo de la sala, una anciana vestida de blanco la miraba con una sonrisa soñadora. Su rostro parecía resplandecer como si reflejara una luz invisible, y bajo las faldas de su vestido no se veían sus pies, sino que parecían difuminarse con el propio suelo, dando la sensación de elevarse por encima.
Sabía quién era, su bisabuela Charlotte le había hecho una nueva visita, quizá para infundirle ánimos. La vio levantar su mano derecha, saludando, y en un parpadeo, se fue.
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