4
Casi una hora después, ambos ya estaban de camino hacia la capilla del padre Michael, con el diario personal de Lady Rowenna y una expresión de pesadumbre pintada en el rostro. Laura no sabía si era por el reciente ataque, o porque sentía que cada vez estaba más cerca de la verdad, pero el brumoso pueblo parecía más oscuro que de costumbre, aún a pesar de que eran casi las once de la mañana. El ánimo era pesaroso, ninguno de los dos hablaba algo, hasta que finalmente fue Laura quien rompió el silencio.
—¿Te duele? —preguntó, mirándole la mano vendada.
—No, estoy bien.
Ella miró la tapa de cuero del diario, y suspiró.
—Ojalá Michael pueda hacer algo con esto...
—Por un momento creí que querrías terminar de leerlo, al menos para sacar algún dato más, por las dudas.
—¿Estás loco? —dijo ella, mirándolo asombrada. —¿Y causar que ocurra algo más? No gracias, que lo lea Michael, si quiere.
Avanzaron una calle más en completo silencio, pensativos. Thomas quería ayudarla de alguna otra forma más concreta, pero tan solo tenían eso, viejos cuadernos, rituales, pistas que no conducían a ningún lugar. Estaba harto, no iba a negarlo, aunque sabía que la investigación paranormal era así. Muchas veces uno podía tirarse meses o años de su vida intentando esclarecer un fenómeno, hasta que de la noche a la mañana hallaba la respuesta en algo tan simple, que resultaba casi invisible para sus ojos. Laura, por su parte, pensaba algo similar. Sentía que hicieran lo que hicieran, siempre caminarían por callejones sin salida, por caminos cerrados que no conducían a ninguna parte, siempre acechados por la perpetua sombra de Moloch, ese demonio horrendo que parecía perseguirla cada día con más fuerza.
—¡Eh, jóvenes! —dijo alguien, sacándolos de sus pensamientos. Ambos miraron hacia la derecha, donde desde la puerta de una cabaña, una señora de al menos setenta y pico de años les indicaba con su mano huesuda que se acercaran.
—Evelynn, que bueno verte en pie —dijo Thomas, acercándose. Laura lo miró sin comprender—. ¿Qué tal va tu cadera? La última vez que alguien del pueblo te vio, estabas haciendo cama casi constantemente.
—¡Eso ahora no importa, ven aquí! ¡Y que ella también se acerque! —ordenó, señalándola con dos dedos enflaquecidos y rugosos, que sostenían un humeante cigarrillo a medio fumar. Laura, sin embargo, no se movió de su sitio.
—Thomas, no. No iré —dijo.
—De acuerdo, como prefieras —volvió a mirar a la anciana, y entonces sonrió con cierta vergüenza—. Lo siento, mi amiga no quiere hablar con nadie, ha pasado por unas cuantas cosas y...
—¡Ya se por lo que ha pasado, por eso mismo quiero hablarle! Por sangre estaba escrito que alguien como ella vendría aquí, al pueblo, a erradicar este mal. Yo lo sé, puedo verlo, soy una de ellas, o al menos lo fui, pero ya no tengo la fuerza necesaria.
Thomas la miró con asombro.
—Evelynn, te conozco desde que llegué al pueblo hace años, como a casi todos aquí. Nunca me habías dicho tal cosa, no lo entiendo... —dijo.
—Porque no era necesario, pero ahora sí lo es. Tienen una carrera contra el tiempo, ella la tiene —respondió, volviendo a señalarla. Luego de dar una pitada, añadió—. Desháganse de ese libro cuanto antes, y vengan a verme cuando puedan. Quiero contarles algunas cosas interesantes.
Sin decir nada más, arrojó el cigarrillo a un lado y se volvió a meter a la cabaña, cerrando la puerta tras de sí. Confuso, Thomas se giró sobre sus pies y volvió hacia Laura, que lo miró interrogante, a pesar de que había escuchado todo.
—¿Le crees? —preguntó. Thomas se encogió de hombros.
—¿Y tú no? —Dio un suspiro, mientras que con su mano derecha la tomaba de la mano. —Tienes una carrera contra el tiempo, eso me preocupa. Vendremos luego de hablar con Michael.
—No hay un solo habitante de todo Bellhaven que no sea un anciano terrorífico, si te puedo ser sincera. Pero bueno, veremos qué suerte tenemos —consintió.
Minutos después, llegaron por fin a la capilla. Thomas golpeó la puerta con los nudillos y esperó, respirando hondo. El padre Michael abrió, vestido con su clásico traje negro y alzacuellos blanco, el pantalón formal y los zapatos lustrosos. Al ver que eran ellos, se quedó unos instantes mirando a Thomas sin comprender.
—¿Pero qué carajo ha pasado? —preguntó.
—Nos atacó —respondió Laura. Michael la miró casi como regañándola con los ojos.
—Les dije que vinieran si algo ocurría.
—Fue esta mañana, antes de venir para acá, no le eches la bronca —terció Thomas—. ¿Podemos pasar?
—Claro, adelante —Michael se hizo a un lado, y ambos entraron. La capilla estaba en silencio, como siempre, con sus velones apagados y las luminarias a buena intensidad. El sacerdote notó el libro que llevaba ella en la mano, y lo señaló—. ¿Pudieron encontrar algo?
—Mucho más de lo que pensábamos, a decir verdad —consintió Thomas.
—Vengan, cuéntenmelo todo.
Los tres se dirigieron a la puerta con el logo de PRIVADO y una vez allí, Laura y Thomas se sentaron alrededor de la mesa del salón principal. Michael avanzó hasta la cocina, y sin voltearse, preguntó:
—¿Quieren café?
—Ya hemos desayunado, gracias —respondió Laura. Michael volvió hacia su ubicación y tomó asiento junto a ellos.
—Bueno, cuéntenme que encontraron.
—Confirmamos que la entidad oscura que persigue a Laura, y que nos ha atacado, es Moloch. También sabemos cómo fue que Rowenna escapó, utilizó el espejo para hacerlo —dijo Thomas—. Las bitácoras estaban en lo cierto.
Michael lo miró ceñudo.
—¿El espejo? No puede ser.
—¿En serio hay dudas, cuando vimos como afectaba eso a Laura? —Thomas rebuscó en el diario la página correcta, y en cuanto la halló, se lo extendió por delante—. Ahí está, no hay margen de error. Escrito con su propia letra.
El sacerdote abrió el diario, y entonces su semblante cambió. Miró las páginas de forma ceñuda, mientras hojeaba con rapidez. Incluso hasta pasó las hojas deslizándolas por sus bordes sin ningún tipo de lectura previa, y tanto Laura como Thomas se miraron entre sí, no entendiendo absolutamente nada.
—Esto está vacío —dijo, al fin. Ambos lo miraron como si hubiera perdido la razón.
—¿Es una broma? —preguntó ella, con la molestia bullendo en su interior. El bueno de Thomas no había arriesgado su vida para defenderla en vano, pensó.
—Eso debería preguntar yo, este diario tiene todas las páginas en blanco, aquí no hay absolutamente nada.
Laura dio un palmetazo a la mesa.
—¡Eso no puede ser! ¡Esa cosa está llena de símbolos, y escrita a mano por la maldita bruja esa! ¡No puedo creer que...!
Thomas la interrumpió, poniéndole la mano sana en el hombro.
—Espera, tiene sentido. Recuerda lo que leímos, solo aquellos con verdadero conocimiento podían encontrar el libro y también leerlo, además de que estaba protegido contra quienes perseguían a Rowenna, entonces es lógico que Michael no pueda ver su conteni... —Thomas se interrumpió y casi empalideció. —Espera, yo puedo ver lo que dice.
—No, no te asustes —dijo Laura—. Tú nunca has tenido pesadillas, tampoco has visto a esta cosa a los pies de tu cama o te ha perseguido antes, así que no, no creo que seas un descendiente —razonó—. Lo más seguro es que de todos esos símbolos, haya alguno de protección para que personas del bien no puedan verlos, como bien dices.
Al escuchar aquello, resopló aliviado.
—Gracias por ser mi faro de razonamiento —respondió, bromeando—. No había tenido en cuenta ese detalle.
Laura volvió a centrar su atención en Michael, continuando con la explicación.
—Utilizó el espejo como una especie de portal dimensional —hizo una pausa, y completó la frase—... supongo.
—Sí, algo así. Por eso no había cuerpo, y los registros de bitácora de los sacerdotes decían que era como si se la hubiera tragado la tierra —confirmó Thomas. Luego se ladeó en la silla y sacó del bolsillo trasero del pantalón la hoja escrita por Laura, la noche anterior—. Pero también tenemos esto.
Le extendió el papel y Michael lo miró, durante un instante. Luego estiró la mano, y releyó las líneas con rapidez.
—¿Qué es esto? —preguntó.
—Lo escribí anoche, mientras dormía —intervino Laura—. Soñé con una mujer, que decía poder ayudarme, y me pedía que le diera las manos. Cuando volví a mi conciencia, estaba en el living de su casa. Según él, tenía los ojos en blanco y estaba escribiendo esto, no tengo ni idea de lo que puede ser.
—Yo le dije que eran coordenadas, o pistas —comentó Thomas. Michael asintió.
—Sí, a mí me parece lo mismo, pero es demasiado críptico para comprenderlo. Son ubicaciones del pueblo, eso sin dudarlo.
—Ya nos ocuparemos de eso, por el momento tenemos cosas más importantes que hacer. Sabemos que Laura está corriendo una carrera contra el tiempo, aún no sabemos por qué, pero Evelynn nos advirtió, cuando veníamos de camino hacia aquí —dijo Thomas. Michael lo miró sorprendido.
—¿Evelynn Muntz?
—La misma.
—¿Cuándo la vieron?
—Como dije, cuando veníamos de camino, hará menos de veinte minutos. ¿Por qué? —respondió Thomas.
—La señora Muntz no camina desde hace seis meses, es ayudada por su vecina a tiempo completo, la señora Riley. Todo el mundo sabe eso.
—Pues nosotros la vimos vivita y coleando parada en el patio de su casa, fumándose un cigarrillo y hablando como si nada —intervino Laura.
—Eso es imposible.
—¿Parece demasiado ilógico, luego de ver un puto demonio enfrente de nuestras narices? —retruco ella. Michael la miró con una ceja erguida debido al insulto, y Laura bajó la mirada a la mesa. —Perdón... —murmuró.
—Bueno, ¿Qué les dijo?
—Que podía ayudarla —comentó Thomas—. Nos pidió que pasáramos por su casa cuanto antes, que ella sabía de qué una descendiente prometida en sangre iba a venir al pueblo —hizo una pausa y agregó—. Yo le creo, tampoco es que tengamos muchas opciones para elegir...
—¿Y esto dice algo acerca de cómo erradicar a Lady Rowenna, o a su mascota del infierno? —preguntó Michael, levantando el diario de la mesa.
—No que nosotros sepamos, solo hemos leído una parte —respondió ella—. Pero sería mejor quemarlo, la verdad. No es bueno que lo tengamos con nosotros.
Michael, por su parte, se hallaba sumido en sus propios pensamientos, mientras miraba el diario encima de la mesa, con seriedad. Había algo que no le encajaba de todo aquello, algo que incluso podría parecer una completa locura, pero que si salía bien entonces podrían sacar muchas ganancias al respecto. Más aún con el enorme problema que tenían por delante.
—No creo que quemarlo sea una buena idea —dijo, al fin. Ambos lo miraron sin comprender.
—¿Qué? ¿Por qué no? —preguntó Thomas, casi con exasperación.
—Este diario es una manifestación del mal que esta bruja ha infligido en su tiempo. Quemarlo sería la opción más segura, sí, pero también podríamos perder información valiosa que nos ayude a entender su naturaleza y motivos —explicó.
—Los motivos están más que claros, la descubrieron, la acorralaron y en su odio irracional maldijo a todos, punto, no hay nada más que analizar. Lo único que necesitamos es encontrar la clave para terminar con todo esto, y sanseacabó.
—¿Y si la clave está aquí? Ustedes mismos lo dijeron, no terminaron de leer el diario, apenas siquiera vieron algunas páginas, las suficientes como para saber que Laura esta maldita, nada más. Todo el resto del diario es un completo misterio.
—No voy a exponerla a más peligros ni tampoco voy a permitir que vuelva a tocar ese maldito libro, está decidido —respondió Thomas, obstinadamente. Michael se encogió de hombros.
—Bueno, yo no puedo leerlo, así que si ustedes no quieren hacerlo, pues bien, es su decisión. Sea como sea, la responsabilidad recae en ustedes, pero recuerden que el conocimiento puede ser una espada de doble filo. Piensen en las posibles consecuencias antes de decidir —dijo Michael—. De mi parte, no quemaré el diario, al menos no aún. Lo purificaré, eso sí, pero lo voy a guardar en un sitio seguro por si cambian de idea y quieren tomar algunos apuntes o releerlo.
—Si no hay más remedio... —convino Laura. —Yo apoyo a Thomas, habría que quemarlo cuanto antes, pero bueno.
—Necesitamos más agua bendita, solo por si acaso —dijo Thomas. Michael asintió, levantándose de la silla.
—Vengan por aquí, les prepararé enseguida.
Ambos lo siguieron hasta salir de la casa particular, volviendo de nuevo al vestíbulo de la capilla. Subieron al estrado y esperaron a que Michael hiciera su trabajo, tomando cinco frascos vacíos, y acercándose hacia una pequeña fuente de mármol conectada directamente al agua corriente, abrió la llave de paso, esperó a que se llenara el repositorio y entonces comenzó a meter las ampolletas dentro, para que se llenaran de agua. Las tapó con un pequeño corcho de plástico, las bendijo con una oración y se las entregó en las manos de Laura.
—Gracias —respondió. Michael asintió con la cabeza.
—Eso tendría que ser más que suficiente por si algo llegase a suceder. Les doy una idea útil, viertan algunas gotas en las entradas de la casa, tanto en las puertas como en los alfeizares de las ventanas.
—Lo haremos, gracias —dijo Thomas, guardando algunas en los bolsillos.
—¿Hay algo más que pueda hacer por ustedes?
—No, está bien, gracias —convino ella.
—Los acompaño, entonces.
*****
Luego de salir de la capilla, Thomas y Laura volvieron sobre sus pasos, rumbo a la casa de Evelynn. Durante el trayecto, no se encontraron con muchas personas, pero las pocas que se cruzaron a medida que caminaban, escupían a su paso como si no estuviesen conformes con ellos, mientras los miraban despectivamente. Laura estaba acostumbrada a ello, a esas miradas inquisidoras y de malos modos que todo el mundo le había brindado desde que llegó, a excepción de Thomas, por supuesto. Sin embargo esta vez era peor, como si pudiera sentir de alguna manera el ambiente de hostilidad que envolvía todo Bellhaven.
—Dios mío, no entiendo porque todos parecen odiarme tanto...
—Teniendo en cuenta que quizá muchos, por no decir la gran mayoría, son descendientes de esas brujas quemadas, el hecho de que tú estés aquí les recuerda de que la maldición existe debido a los videntes que vinieron a liberar el pueblo de Rowenna —respondió Thomas.
—¿Y cómo pueden saberlo? Ni siquiera me conocen, ¿o me vas a decir que todos intuyen lo mismo?
—Si así fuera, ¿te sorprendería teniendo en cuenta todo lo que hemos visto en estos días?
—No, supongo que no.
—Pues ahí tienes la respuesta, entonces.
Volvieron a guardar silencio el resto de camino, hasta llegar por fin a la cabaña de la señora. Al verla más de cerca, Laura notó que no estaba tan bien cuidada como la de Thomas, sino que por el contrario, parecía más antigua y desvencijada. No tenía jardín, tan solo un helecho medio muerto y reseco, tierra sin césped y algunas baldosas sueltas que oficiaban de caminería hasta la puerta. Thomas abrió el portoncito bajo, con un chirrido, atravesó el patio y se paró frente a la puerta mosquitero que había delante de la puerta principal, golpeando con los nudillos encima de la madera un par de veces. Esperaron durante unos minutos hasta que la anciana abrió primero la puerta principal hacia adentro, y después la mosquitero, hacia afuera. Miró primero a Thomas, luego a ella, y entonces sonrió. Los que en algún momento habían sido dientes, ahora no eran más que piezas amarronadas y sin forma, al menos los que todavía conservaba.
—Que dichosa es la vida para poder conocer a la última descendiente —comentó—. Pasen, rápido.
Se hizo a un lado para que ambos entraran, y entonces Laura miró a su alrededor. La casa olía a gato, humo rancio y comida quemada. Los muebles parecían no tener ningún orden en específico, y lo único que medianamente parecía ordenado era el living, el cual consistía en una vieja poltrona arañada, un televisor antiguo a transistores frente a ella, y un aparador repleto de libros polvorientos y tirados por doquier, revistas de tejído y magazines de cine. La única mesa de madera con sillas un tanto desvencijadas que aún conservaba la casa, se hallaba en un rincón de la sala, a lo cual imaginó que la doña ni siquiera la usaba para comer, ya que estaba repleta de papeles y más revistas. Al fondo, podía vislumbrar una cocina con las paredes bastante tiznadas de hollín, un viejo refrigerador de al menos treinta o cuarenta años atrás, y un pasillo que juzgaba sería el baño y la habitación.
—¿Cómo sabías lo que estábamos buscando? —preguntó Thomas. Ella lo miró, e hizo un bufido sordo, como si lo que acabara de preguntar hubiera sido una obviedad absoluta.
—Porque veo las señales, la oscuridad de Bellhaven parece haberse despertado repentinamente en cuanto ella puso un pie aquí, e incluso ya sé que murió Oliver. No me alegra, pero tampoco me disgusta, ese viejo malhumorado ni siquiera creía en las viejas historias. Y no creer en las historias, es no creer en nuestra historia —renegó. Caminó con lentitud hacia la mesa, bamboleándose de lado a lado, y de un manotazo comenzó a apartar las revistas, dejándolas que cayeran al suelo descuidadamente. Los dos gatos negros que dormitaban bajo ella salieron corriendo, espantados—. Vengan, siéntense.
Tomaron lugar cada uno en una silla, sin decir nada. Thomas parecía no temerle a esa mujer, al fin y al cabo no era más que su vecina desde hace años, pero Laura tenía un sentimiento de desconfianza brutal. Quizá fuera normal, teniendo en cuenta que la sugestión ya la había dominado por completo y no podía confiarse ni siquiera en su propia sombra.
—Hace un rato nos dijiste que teníamos una carrera contra el tiempo, ¿Por qué? —preguntó él. La mujer pareció esbozar una sonrisa desdibujada.
—Con cada día que pasa, la bruja se alimenta del miedo que la invade —respondió, señalando con un dedo huesudo a Laura—. Y a su vez, la criatura oscura que la persigue se hace más fuerte, como un parásito. Uno no puede ser destruido si el otro aún continúa acechando. Primero hay que encargarse de la entidad que la protege, luego de ella.
—¿Y cómo podemos hacer tal cosa? Mire como dejó a Thomas la última vez que nos atacó... —comentó Laura. —Es más fuerte que cualquiera de nosotros.
—Si hubo una forma de traerlo a este plano, también hay una forma de mandarlo de nuevo al infierno —La anciana la miró con detenimiento, casi entrecerrando los ojos, y entonces le tomó una mano, de improviso. Laura dio un respingo de sorpresa ante este gesto, no se esperaba que tuviera la suficiente agilidad como para tomarla por sorpresa—. Sí... aquí está... —murmuró, mirándole la palma de la mano. —Tataratataranieta, todo fue preparado cinco generaciones atrás y aquí estás, en el lugar al que siempre estabas destinada a volver, al igual que yo. Tienes una fuerza brutal, pero que aún no conoces.
—¿Tataratataranieta de quién? —preguntó ella, con un ligero temblor en el tono de su voz. Sin embargo, no le respondió. En su lugar le sujetó la mano con un poco más de fuerza, mientras que con la mano libre se cubrió los ojos, frotándose la frente como si tuviera un fuerte dolor de cabeza. Dio un quejido, luego pareció murmurar algo, y otro quejido más.
—Va a atacar con sus miedos más profundos, dividirá y vencerá —Le vaticinó—. Ah... sí... ahí está... deben permanecer unidos porque buscará enfrentarlos unos con otros. Ya has tenido revelaciones antes, pero las has ignorado por temor a lo que puedan ser. Deja que fluya, porque no estás sola, alguien más te acompaña a la espalda...
Sintió el cosquilleo de la energía recorrerle el brazo, o tal vez fue la sugestión, lo cierto es que no lo sabía. Laura miró incomoda a Thomas, y entonces retiró la mano. En aquel instante, la señora se apartó la mano de los ojos y la miró con gesto cansino.
—No quiero escuchar más —dijo, mientras que por su mente recorrían los episodios de su infancia que tanto había luchado por sepultar en el olvido—. No sé por qué estoy aquí, no soy ni una bruja, ni una vidente, ni nada que se le parezca. ¡Si tanto sabe de mi pasado, entonces dígame de quien desciendo y por qué estoy obligada a soportar toda esta historia! —exclamó.
—Porque se decidió desde mucho antes de la concepción de tus padres o tus abuelos, es tu destino marcado y lo asumas o no, es lo que tienes que hacer —respondió la señora, de forma taciturna—. No tienes hijos, pero los tendrás. ¿Quieres que pasen lo mismo que has pasado tú?
Un escalofrío le recorrió por la espalda a Laura, al escuchar aquello. Negó tenuemente con la cabeza y bajó la mirada hacia sus manos.
—No. Por supuesto que no.
—Entonces debes terminar esto, aquí y ahora. Todo te ha traído a este lugar por una razón, porque eres la última y porque ya estabas marcada para hacerlo —Evelynn hizo una pausa, y añadió—. Has encontrado las pistas necesarias para erradicar a la entidad que la protege, y ni siquiera te has percatado de ello. Hoy mismo has pasado junto a una de ellas, sin notarla.
Al decir eso, algo se alertó en ambos, que la miraron con los ojos muy abiertos.
—¿Cuál? Dinos, por favor —dijo Thomas, ansioso.
—Deben mirar hacia atrás, volver tras sus pasos. Por medio de la primera, hallarán la segunda, y por medio de esta encontrarán la tercera —Evelynn hizo una pausa, y suspiró con cierto desánimo—. No tengo mucho tiempo, nunca lo tuve, y menos ahora que les he advertido de tanto. Va a venir por mí, eso yo lo sé, conocí la hora de mi muerte varios años atrás, por medio de un sueño recurrente que me azotó durante días. En ese sueño te veía a ti, frente a frente con Lady Rowenna —dijo, mirando a Laura—. Cuando llegaste al pueblo te reconocí enseguida, y supe que era mi momento para hacer una última cosa.
Un silencio sepulcral invadió la sala en penumbras. Era demasiada información para asimilar de buenas a primera, pero tenían que aceptarla, pensó Laura. La parte racional de su mente le dijo que todo aquello era una locura, que nadie podría saber jamás el momento de su muerte y que casi con toda seguridad aquella mujer estaba delirando, producto de la vejez. Sin embargo, había algo que le sonaba verosímil en todo eso. Ella no tenía forma de saber que Laura había podido ver cosas durante su infancia, o que incluso se mantenía forzosamente escéptica ante los hechos. Pero lo había adivinado de pleno.
Thomas sacó una de las ampolletas de agua bendita del bolsillo, y se la extendió a la anciana.
—Entonces va a ser mejor que te protejas, Evelynn —dijo. Ella miró el frasquito y sonrió, agradecida por intentar ayudarla, pero negó con la cabeza mientras le retiraba la mano en un gesto para que la volviera a guardar.
—Eso no va a servirme de nada, en cambio a ustedes les es más útil. Yo ya he vivido lo que tenía que vivir, y está bien, no me molesta. Me gustaría irme acostada en mi cama, durmiendo plácidamente, pero bueno... al fin y al cabo esas cosas no se pueden elegir. Solo quiero pedirles una cosa.
—Dinos —consintió Thomas.
—Acaben ya con esto, manden a esa maldita bruja al infierno donde pertenece. No deben fallar, o todo habrá sido en vano —pidió.
—Conozco las viejas historias, yo mismo le conté a Laura las leyendas que siempre se han dicho —opinó Thomas—. Pero quizá podríamos limpiar el espejo, exorcizarlo de alguna manera, ¿no? El padre Michael nos está ayudando, podemos hablar con él y volver a entrar a la casa.
—Ya se ha intentado antes, y eso no funcionó.
—¿Cómo?
—Mi tataratatarabuelo era Benjamin Davis, lo que las leyendas no cuentan es que él mismo volvió al pueblo, dos años y medio después, para terminar el trabajo. No había podido continuar con su vida, veía a Rowenna por los espejos de su casa, incluso hasta en sueños, como tú —dijo, señalando a Laura—. Se metió a la mansión, intentó purgar el espejo e incluso romperlo, pero terminó gravemente herido. Fue encontrado dos días después con las piernas rotas y casi muerto. Lo llevaron al hospital más cercano, lo sanaron de sus heridas, pero comenzó a tener lo que según los médicos eran delirios postraumáticos. No cesaba de hablar de lo que había visto en el reflejo de ese maldito espejo, así que lo diagnosticaron como esquizofrénico paranoide y lo internaron en el sanatorio mental Churmalle, a cuarenta y dos kilómetros de aquí.
—Dios mío... —murmuró Laura.
—Durante los años siguientes tuvo un romance oculto con una de las enfermeras del hospital, la cual queda embarazada y es no solo arrestada, sino que también destituida de su cargo al comprobar que Benjamin era el padre. La niña fue dada en adopción por el estado luego de nacer, esa niña creció, se hizo mujer, tuvo sus hijos, y así continuó la descendencia hasta llegar a mí. Todos reportaban sueños lúcidos donde eran perseguidos por algo oscuro, aquí mismo, en las calles de Bellhaven. La gente hablaba a sus espaldas, decían que era una herencia genética de la locura de aquel hombre que decía ver demonios y brujas, pero muchos sabíamos que no era así.
Laura sintió que los vellos de la nuca se le erizaban al escuchar aquel detalle. El patrón de los sueños se repetía, generación tras generación, persona tras persona. Lo que significaba que su madre podría haber experimentado lo mismo, y al instante sintió unas irrefrenables ganas de llorar, producto de la impotencia. ¿Por qué nunca le había creído? Se preguntó. ¿Por qué siempre la había tratado como si estuviese completamente loca? Era injusto, horrible e injusto. Olvidándose de que estaba en casa ajena, se levantó de la silla y atravesó el living rumbo a la puerta.
—Lo siento, tengo que salir —dijo.
Abrió ambas puertas y salió al patio, luego a la acera y poniéndose las manos a la cintura, miró hacia arriba resoplando, luchando por no parpadear o se le caerían las lágrimas de los ojos. Tarea que fue en vano, porque de todas formas no pudo evitar llorar. Odiaba ese cielo plomizo y gris de Bellhaven, odiaba su vida de mierda y por sobre todo odiaba a su madre. Por no advertirle a tiempo, por no escucharla, por haberla mandado a psicólogos siendo tan joven, como si quisiese tapar con cemento una grieta en el suelo para que los demás no la vieran. Y ahora era ella quien tenía que lidiar con todo ese entramado de sucesos paranormales, que hasta incluso podrían costarle la vida.
—¿Estás bien? —sonó la voz de Thomas, tras ella. No se giró, ni siquiera se movió, solo se mordía los labios en silencio. Sintió sus pasos acercándose y luego su mano en la espalda, rodeándola. Al ver que estaba llorando, la estrechó en un abrazo. —Ey, tranquila... dime que pasa.
Ella también lo abrazó, suspirando.
—¡Mi madre siempre lo supo, y nunca me creyó! —exclamó. —¡Es egoísta, e injusto!
—Lo sé, pero ahora ese es el menor de nuestros problemas. No dejes que las emociones te ganen, ya tendrás tiempo para ocuparte de eso. ¿Quieres volver a casa?
—Sí por favor, ya ha sido suficiente de toda esta mierda...
—De acuerdo, dame un momento.
Thomas se separó de Laura, para volver dentro de la casa y despedirse de Evelynn, agradeciéndole por sus indicaciones. Sin embargo, la anciana estaba parada bajo el umbral de la puerta, mirándolos con un cigarrillo entre los dedos.
—La quieres, ella te importa —dijo.
—Sí, claro que sí —aseguró él. Evelynn asintió, mientras daba otra pitada.
—Asegúrate de que esté a salvo, y por nada del mundo rompan el espejo antes de acabar con la bruja.
—Gracias —asintió—. Vendremos de nuevo cuando resolvamos las pistas.
Evelynn levantó una mano, saludando, y cerró las puertas tras de sí. No tenía palabras para decirle, porque sabía perfectamente que para cuando ellos volviesen a su cabaña, ella ya no estaría en este mundo. Sin embargo, prefirió guardar silencio, mientras Thomas volvía junto a Laura, quien se secaba las mejillas con las manos.
—Bueno, vámonos a descansar, demasiadas emociones en un día —dijo. Ella negó con la cabeza.
—Antes volvamos a la capilla.
—¿Para qué? No me digas que quieres seguir leyendo ese diario...
—Ni hablar, pero solo quiero comprobar algo —explicó—. Dijo que debíamos volver sobre nuestros pasos, y que habíamos pasado muy cerca de la primer pista, sin notarlo.
—Bueno, veremos si al padre Michael se le ocurre que pueda ser.
Emprendieron el camino entonces, nuevamente, hacia la capilla. Caminaron en silencio, un poco abrumados por todo lo acontecido, más que nada Laura. Su cabeza no cesaba de darle vueltas a todo lo que la anciana había dicho, como había podido saber tantas cosas y por sobre todo, como parecía conocerla con tan solo una mirada, como bien había demostrado. Eso no hizo más que avivar las llamas de la curiosidad por intentar descubrir quién de las dos videntes restantes era su antepasado, y fue así, como meditando en todas estas cuestiones, que el viaje se le hizo tremendamente corto. Al llegar a la capilla, Thomas se dirigió hacia la puerta principal, pero los ojos de Laura se desviaron hacia el cementerio local, aquel lugar que aún conservaba la tierra removida en dos tumbas en particular, y que tanto repelús solía causarle. Dejó de caminar, para observar con atención. Había pocas estatuas, no más de seis o siete, la mayoría eran cruces grises de granito encima de las lápidas, pero las estatuas consistían en la representación de varios ángeles. Eso le llamó la atención.
—Espera —indicó. Thomas se giró a verla.
—¿Qué pasa?
—¿Dónde está el norte? —preguntó.
—Hmmmm... —masculló él, entonces señaló hacia un punto con el índice. —Hacia allí, ¿Por qué?
—Mira las estatuas de los ángeles, todas observan hacia una misma dirección. Recuerda lo que dijo la anciana, hemos pasado por delante de la primer pista y no la hemos notado, y la primer pista decía en donde los santos se inclinan hacia el norte —explicó—. No es que se inclinen precisamente, pero están todos mirando hacia el mismo sentido. Ese patrón no puede ser mera casualidad.
Thomas asintió con la cabeza, volviendo a su lado para observar también.
—Mierda, tienes razón...
—Busquemos si hay algo, rápido —ordenó ella.
Se metieron al camposanto, y sin rumbo aparente comenzaron a caminar mirando al suelo y a los alrededores, como si fueran pordioseros buscando monedas por una avenida. Pateaban piedritas, revisaban las tumbas, pero no había nada. Fue Thomas quien por fin, acercándose al único viejo roble de todo el cementerio, comenzó a buscar entre los hierbajos y las raíces que sobresalían por encima de la tierra, metiendo los dedos y rodeando el grueso tronco. Entre la vegetación acumulada, sus dedos se toparon con algo duro, por lo que se dedicó a escarbar afanosamente entre la tierra. Allí la encontró.
—Voilá —exclamó, poniéndose de pie. Laura lo miró, y sonrió expectante. Thomas sostenía entre sus manos una oxidada y maltrecha llave de hierro forjado. Laura corrió hacia él y la sostuvo entre los dedos, examinándola. En el arco de la llave tenía grabado un símbolo extraño, que no supo definir. Además, en el cuerpo de la misma, tenía solo dos palabras también grabadas: "Solsticio" y "Equinoccio".
—Donde el solsticio y el equinoccio se entrelazan —murmuró, recordando—. ¡Eres un genio, un maldito genio! —exclamó.
—Yo no hice nada, tú te disté cuenta de las estatuas. La genio aquí eres tú.
—Bueno, ahora solo tenemos que buscar el punto donde el solsticio y el equinoccio se entrelazan, y creo tener una idea al respecto de eso.
—¿Ah sí? ¿Cómo? —preguntó Thomas, confuso.
—Vamos a tu casa, tendré que usar tu computadora. Si estoy en lo cierto, entonces lo verás —dijo ella, triunfante.
Volvieron a desandar el camino con ánimos renovados. Un paso más cerca, de momento pequeño, pero que podía significar un gran avance para por fin terminar con toda aquella locura, pensó Laura.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro