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4

Finalmente, la hora del almuerzo había llegado. Thomas descorchó una botella de vino fino, según el guardada para ocasiones especiales, y aunque Laura insistió en que no lo hiciera, lo cierto es que se empecinó en compartirla con ella. Todo estaba exquisito, tanto la pasta como la bebida, y al final, fue ella quien se ofreció a lavar los platos, pero Thomas la rechazó por segunda vez argumentando que era su invitada. Poco menos de una hora después, ya estaban tomando asiento frente al escritorio de trabajo de Thomas y bebiendo un té de manzanilla. Encendió su computadora, la cual mostró una animación de inicio que asemejaba al reactor corporal de Iron Man, y abrió su carpeta de archivos personales.

—No sé por dónde quisiera comenzar, Thomas... —comentó Laura, mirando la pantalla. —Tengo demasiadas ideas en la cabeza.

—¿Qué le parece por la fuente del pueblo? Allí donde usted reconoció la calle empedrada por donde siempre corre en sus sueños. De eso tengo material de sobra. Aunque me gustaría contarle primero la historia de cómo se creó el sitio, he leído bastante sobre eso como para sabérmelo de memoria.

—Sí, quizá sea una buena idea. Adelante.

Dio un sorbo a su té de manzanilla antes de comenzar a hablar, se limpió los labios con una servilleta de forma meticulosa y dijo:

—En mil seiscientos cuarenta y ocho, un grupo de colonos ingleses liderado por el capitán Reginald Fairfax llega a pueblo norteamericano buscando expandir tierras, además de buscar minerales ricos en aquel momento como el oro o la plata. Se rumoreaba que por estos lares había un posible acuífero subterráneo de agua dulce, lo cual es cierto, porque alimenta el afluente más cercano que tenemos. Así es como el capitán Fairfax estableció una ubicación estratégica cerca del rio Yarlington, y con los años de expansión, decidieron fundar lo que hoy se conoce como Bellhaven.

—¿Hubo algún incidente en aquel momento? —preguntó Laura, interesada.

—No, en teoría no, o al menos no está documentado. La colonia prosperaba, el ganado crecía fuerte y saludable y a día de hoy es uno de los ingresos de trabajo más rentables dentro de Bellhaven. Aunque el pueblo esté plagado de gente mayor de sesenta años, todos han trabajado o lo siguen haciendo para los diferentes tambos lecheros que hay rodeando el sitio. Imagino que habrá escuchado algunas vacas desde que llegó, en un lugar tan apacible como este, es difícil no oírlas...

—Sí, las he escuchado mugir en la distancia.

—En fin, sin extenderme demasiado en otras cosas, todo marchaba bien, la colonia crecía y la gente era feliz. El primer nacimiento documentado fue el de Brigitte Wilkins, una saludable niña de tres kilos, en el mil seiscientos cincuenta dos. El propio capitán Fairfax asistió el parto, incluso. Tres años después, el capitán Fairfax contrae una enfermedad repentina, lo que hoy en día se podría definir como fiebre amarilla, y muere en su propia casa. A partir de allí, varios hombres comenzaron a morir por lo mismo, mismos síntomas, misma duración de la enfermedad, era extraño —dijo Thomas. Laura lo miró con asombro.

—¿A qué se refiere con misma enfermedad?

—Lo dicho. Al principio se creía que era una suerte de plaga, pero lo extraño aquí era que solamente parecía atacar a los hombres, por lo que para el mil seiscientos setenta, la mitad de las mujeres en Bellhaven eran viudas. Es en este punto donde comienza lo paranormal, si se le puede decir así.

—Cuénteme —pidió ella.

—Lady Rowenna la Blanca era una aristócrata muy reconocida, sobrina del capitán Reginald Fairfax, la cual había sido adoptada por él mismo tras la muerte de sus padres. Al morir su tutor, evidentemente sería Rowenna quien tomaría por herencia todas las posesiones y también la fortuna del capitán, por lo que mandó construir la mansión que usted me vio observando, alejada lo más posible del pueblo. Algunos hombres la cortejaban, evidentemente los poquísimos solteros que aún seguían con vida en Bellhaven, ya que se rumoreaba que Lady Rowenna era una mujer de gran belleza, además de que su excelente posición económica la había convertido en alguien muy codiciada. Sin embargo, solo salía un par de veces con ellos y luego los desechaba como si fueran perros. Lo extraño era que esos hombres no volvían a hablar de ella, ni siquiera la miraban al pasar, como si hubieran perdido todo el interés de la noche a la mañana.

Laura no pudo evitar sonreír, con cierta picardía femenina.

—Los usaba por sexo, Thomas. Es una buena jugada, hay que admitirlo —opinó.

—No estoy de acuerdo, pero bueno.

Lo miró con una expresión mezclada entre el interés y el asombro.

—¿Ah no? ¿Por qué? —preguntó.

Thomas pareció meditar un segundo la posible mejor respuesta, con los ojos clavados en su taza de cerámica. Luego levantó la mirada directamente hacia el rostro de Laura.

—Convicciones personales, nada más. No estoy a favor de que se utilicen a las personas como objetos, soy más sentimental. ¿Puedo continuar?

Lo preguntó como si quisiera cerrar la respuesta y no dar más información. Laura se dio cuenta perfectamente de ello, pero lo dejó pasar.

—Adelante —consintió. Luego levantó un índice como si recordara algo importante—. Espere, tengo otra pregunta. ¿Por qué le decían la blanca?

—Siempre vestía largos vestidos blancos, contrario a lo que se creía conveniente para un duelo, de ahí su apodo. Según Rowenna, Fairfax había vivido como un rey, y al tener una buena vida se había marchado en paz hacia la eternidad, por lo tanto no había que hacer un duelo, sino más bien alegrarse por él.

—Vaya excéntrica... —murmuró Laura.

—Era más que eso, mucho más... —Thomas hizo una pausa, bebió otro sorbo de té, y continuó. —Una vez que la mansión estuvo construida, Lady Rowenna se muda a su nueva propiedad, y ocho meses después, el dueño de la estancia lindera con su propiedad empieza a denunciar que varios de sus corderos amanecen mutilados. Siempre el mismo modus operandi, sin ojos, lengua ni corazón. Los cortes eran demasiado precisos para ser simplemente la depredación de un animal salvaje, por lo que al ser la mansión de Rowenna la propiedad más cercana, comienzan a murmurar cosas sobre ella. Sin embargo, nadie dice nada, ya que es la mujer con más dinero del pueblo y sobrina directa del fundador del mismo, así que todo queda bajo la mesa. Con el tiempo, la idea de que Rowenna estaba organizando una especie de culto, comenzó a tomar fuerza cuando un buen número de mujeres comenzaron a congregarse con ella en su mansión. Todas viudas, todas de blanco, todas decían que iban a tomar el té y a comer confituras.

—Claro, digamos que era un poco sospechoso.

—Bastante, teniendo en cuenta que se quedaban a dormir en la mansión. Una sola persona tuvo la oportunidad de —Thomas hizo comillas con los dedos al pronunciar la siguiente palabra— presenciar y documentar lo que sucedía allí.

—¿Ah sí? —preguntó Laura, sorprendida.

—Sí, se trató de Raymond Kepler, el hermano de una de estas viudas. Cansado de que su hermana se comportara de forma errática, decidió seguirla cuando iba a sus reuniones de té. Obviamente no entró en la mansión, pero si rodeó la propiedad espiando por algunas ventanas. La gente del pueblo escuchó alaridos de pánico, algunos vecinos salieron de sus casas creyendo que algo pasaba y lo vieron volver corriendo tan desbocado que había estado a punto de tropezar y caer varias veces. Cuando lo detuvieron y le preguntaron qué había pasado, apenas podía hablar. Decía que había visto a todas las mujeres desnudas en el salón principal, vertiéndose sebo de velas rojas en el cuerpo y participando en una especie de orgía lésbica donde Rowenna era la pieza central, y que una enorme figura negra las observaba. Era alto, muy alto, delgado y sin rasgos definidos más que el contorno del cuerpo y dos puntos rojos, refulgentes, que eran sus ojos. De repente, Raymond vio como esta sombra levantaba la cabeza y lo miraba, por lo que entró en pánico y huyó tan rápido como pudo. Esa misma noche murió de un infarto, en su casa y completamente solo.

—Dios mío...

—A la mañana siguiente los pobladores interrogaron tanto a Lady Rowenna como a las otras mujeres, pero todas negaron rotundamente que esto fuese cierto. Se generó mucha controversia, evidentemente, pero no avanzó más de allí ya que la propia hermana del muerto dijo que Raymond había estado bebiendo durante toda la tarde previa a esa noche, y que todo había sido un delirio de su propia cabeza. Eso dividió a las personas, ya que el hecho de que Raymond era alcohólico no era mentira. Sin embargo, su historia se corrió como reguero de pólvora, y la gente comenzaba a murmurar evaluando si quizá había sido verdad lo que decía haber visto. Pero lo que acabaría confirmando la teoría de que había una especie de culto fue lo que pasó con los niños, antes de los juicios.

—¿Niños? Oh, no... —murmuró Laura, imaginándose lo peor.

Thomas entonces buscó por orden alfabético, hasta encontrar un archivo Reader titulado "Juicios de Bellhaven – 1690/1692". Lo abrió, y al instante apareció una serie de texto con imágenes incluidas de al menos veinte páginas de extensión. Laura se maravilló por el formato en el que estaba presentado, hasta casi parecía un archivo profesional.

—Bueno, lo mejor será empezar por aquí.

—¿Usted hizo esto?

—Así es. Fue lo primero que hice cuando vine al pueblo, en verdad —Thomas seleccionó texto y comenzó a narrar—. En el mil seiscientos ochenta y cinco, nueve niños desaparecieron en la primer madrugada del solsticio de invierno, el veintiuno de diciembre. Todo el pueblo se unió en su búsqueda teniendo en cuenta que Bellhaven apenas era la mitad que lo que es actualmente, y no podían haber ido muy lejos. Pero estaba bordeado por muchísimo bosque natural, de modo que era difícil saber dónde habían ido. Los encontraron en el bosque seis días después, colgados de cabeza frente a una improvisada estatua del demonio Moloch. No tenían corazón ni ojos.

—Cielo santo...

—Hubo una investigación al respecto, más que nada por la gente local de aquel momento, pero nunca se llegó a los responsables de semejante atrocidad. Sin embargo, la gente rechazaba y excluía socialmente a Lady Rowenna, y luego comenzaron a rechazar a las viudas que la seguían. Fue allí cuando el pueblo se dividió en dos, por un lado las acusadas de actos infames y por el otro, la gente común y corriente. Tal fue el odio colectivo que se generó por estas personas, que dos hombres atacaron y asesinaron a una mujer, en plena madrugada. Su nombre era Alanna Murray, de sesenta y dos años. Se metieron a su casa a la fuerza, intentando pescarla in fraganti en alguna especie de ritual, pero solo la encontraron acostada, leyendo —Thomas se encogió de hombros—. Sí, es cierto, la documentación policial dice que estaba leyendo un libro de ocultismo, pero bueno. La golpearon hasta morir.

—¿Qué pasó después?

—Mientras la policía del estado aún continuaba investigando tanto las desapariciones de los niños como el asesinato de la señora Murray, en el umbral de la casa de Abigail Hawthorn, hija de uno de los que posteriormente sería descubierto como el homicida, apareció un mensaje tallado en la madera. Decía —Thomas remarcó con el mouse para que Laura lo leyera— la deuda es pagada con sangre y lágrimas. Obviamente esto fue suficiente para desatar una ola de paranoia y acusaciones. La policía del estado, al ver que se trataba de una comunidad ubicada en un pueblo remoto y que probablemente estaba sufriendo una especie de histeria colectiva, decidió darle carpetazo al asunto y se marcharon por donde vinieron.

—¿Y no solucionaron nada? ¡Eso es ilegal e irresponsable! —opinó Laura con vehemencia. Thomas asintió.

—Pues sí, pero era la época que era. Cinco días después, en la madrugada del sábado, Abigail Hawthorn apareció muerta en su casa. Estaba clavada con estacas a la pared en posición de cruz inversa. Sobre el vientre, tenía una inscripción a cuchillo que decía —volvió a hacer comillas con los dedos— el Sabbath está hecho. A la mañana siguiente, su propio padre la encontró así. Dice que no escuchó nada, ni siquiera el mínimo ruido, lo cual sería imposible. Sin embargo, fue tanta su crisis que no solo confesó haber asesinado a la señora Murray por creerla bruja, sino que la muerte de su hija era su culpa, por haberlas provocado. El pueblo decidió tomar entonces la justicia por mano propia ayudados por los sacerdotes locales, y durante tres semanas y media, se encargaron de capturar y torturar a las mujeres que seguían a Lady Rowenna.

—¿Las torturaron? Esto es increíble...

—No fue muy difícil capturarlas y hacerlas confesar, la gran mayoría eran señoras de avanzada edad, por lo menos las viudas originales. Luego había alguna que otra joven, pero se rumoreaban que eran las compañeras sexuales de Rowenna, nada más. Durante este juicio, setenta y cuatro mujeres confesaron haberse entregado a la adoración a Moloch, un demonio cananeo al cual Rowenna le rendía culto, y que justamente, ella era la líder de todas, consagrándose como la bruja mayor. Al parecer, utilizaban la mansión de Rowenna como templo, y llegaron a describir no solo prácticas, sino detalles de la mansión que sería imposible que conozcan si sus declaraciones no fuesen ciertas.

—Esas setenta y cuatro mujeres son las brujas que fueron quemadas, ¿verdad? —preguntó Laura, mirando la pantalla.

—Exactamente. Primero fueron encarceladas, aunque en Bellhaven no existía una prisión como tal, por lo que utilizaron lo más grande que tenían en aquel momento, que era un gran salón comunal para reuniones y asambleas, además de la capilla. Construyeron varias piras en el centro mismo del pueblo, allí donde está la fuente, y una a una comenzaron a quemar a las mujeres acusadas —explicó Thomas—. Sin embargo, Lady Rowenna nunca fue encontrada.

—¿Cómo qué no?

—No, nunca lo hicieron. Un grupo de veinte hombres fue a su mansión, dispuestos a tirar la puerta abajo, registrar la casa de punta a punta y condenarla cuanto antes, pero en su lugar solo se encontraron con la mansión vacía. De los veinte hombres, solo pudo salir uno con vida, Arthur Winslay. Los otros diecinueve comenzaron a atacarse entre sí hasta hacerse pedazos como animales rabiosos, en cuanto ingresaron al dormitorio de Rowenna. Según el señor Winslay, no supo que fue lo que pasó o que acontecimiento los condujo a tener ese impulso de matarse mutuamente. Solo estaba distraído viendo los finos muebles y la decoración del lugar, cuando comenzó a escuchar ruidos a golpes y a cosas rompiéndose. Cuando se asomó por la puerta de la habitación, vio como todos se golpeaban en una maraña de puños, mordiscos, patadas, incluso hasta algunos rugían y babeaban como si hubieran perdido la razón de sí mismos. Lo único que le pareció extraño de ver, es que el espejo de la habitación tenía un fulgor extraño, como si reflejara la luz del sol de una manera distinta a los espejos convencionales. Sea como sea, no quiso permanecer allí más tiempo, por lo que salió corriendo sin mirar atrás.

Laura hizo silencio, mientras analizaba palabra por palabra todo lo que había escuchado. Era la historia más macabra y sangrienta que había escuchado nunca, después de Jonestown.

—¿Qué pasó después? —preguntó.

—Durante un breve periodo de tiempo, todo marchaba relativamente normal. Los pobladores estaban alertas por si veían a Lady Rowenna, pero nunca más apareció. Algunos la teorizaron muerta, pero nunca encontraron su cuerpo, aunque peinaron el rio Yarlington de punta a punta. Otros suponían que había tomado su fortuna y se había marchado a otro sitio donde pudiese continuar haciendo sus cosas impunemente, pero tampoco estaban demasiado seguros de esto último. Un grupo de valientes se metió a la mansión, otra vez, y se dieron cuenta luego de una revisión exhaustiva que todas sus pertenencias seguían allí. Ropa, abrigos, calzados, vestidos, dinero en efectivo, joyas... fue como si se la hubiera tragado la tierra —dijo Thomas, encogiéndose de hombros—. Hasta que comenzaron a ver las sombras.

—¿Sombras? ¿Cómo?

—Así tal cual como se oye. Al caer el sol, algunos pobladores empezaron a reportar que veían una sombra merodear por las calles, o por las casas. Nunca podían verlo directamente, solo por el rabillo del ojo, pero sentían como los observaba, por lo que entraron en una segunda ola de histeria colectiva. Fue así como tras mucho deliberar, llegaron al acuerdo de llamar a algún brujo benévolo, algún tipo de curandero o vidente que hiciera el bien, para que intentara limpiar el pueblo de alguna manera. Algo así como lo fueron Alex y Angelika Connor, y luego su hija, Bianca, en la actualidad.

—Hum... No los conozco —murmuró ella, negando lentamente con la cabeza.

—Fueron muy populares, hasta que Bianca, la única hija de los Connor, se retiró de la escena pública. Eran los mejores demonólogos del país, también parapsicólogos, e incluso hasta llevaron a cabo algunos exorcismos. Estuvieron muy implicados en la investigación acerca de la historia Luttemberger, e incluso Bianca, su hija, estuvo involucrada en un proyecto secreto de la CIA buscando algo acerca de la visión remota. Lo último que se supo de ella es que está viviendo en pareja con un científico, en algún lugar de California —Thomas se encogió de hombros, y continuó—. Como decía, fueron tres videntes quienes llegaron a Bellhaven la mañana del quince de abril de mil seiscientos noventa y tres, dos mujeres y un hombre. Emily Johnson, Samantha Higgins y Benjamin Davis. Emily era de Arizona, Samantha de Dallas y Benjamin de Nueva York.

—Y encontraron algo, ¿cierto?

—Vaya si encontraron... —aseguró él. —Se quedaron en Bellhaven durante dos semanas, recorriendo todo el pueblo y por sobre todo el lugar donde se quemaron las supuestas brujas. Sin embargo, cuando entraron a la mansión de Lady Rowenna, no estuvieron más que unas pocas horas cuando decidieron salir. Benjamin tenía arañazos en todo el rostro, Emily tenía sangre en la nariz y Samantha presentaba casi un cuadro de shock post traumático. La gente les preguntó qué sucedió ahí dentro, y Samantha fue quien les advirtió que Lady Rowenna nunca había abandonado el pueblo. Seguía merodeando por Bellhaven y la fuente de su poder no solo era su mansión, sino su espejo personal.

—¿Su espejo? ¿Por qué?

—Al verse acorralada, Rowenna hizo un pacto con Moloch y Lucifer. Si la salvaban de morir quemada en la hoguera, entonces haría lo que ellos quisieran durante el resto de su vida, aunque tuviese que matar a todos los pobladores de Bellhaven uno por uno. Según estos videntes, la misma sombra negra que todos los pobladores denunciaban haber visto fue quien mató de alguna manera a Lady Rowenna, encerrándola en su espejo.

—Sigo sin entender el porqué de un espejo... —opinó Laura, acomodándose un mechón de cabello tras la oreja.

—Solo piénselo por un momento. El espejo muestra la realidad que podemos ver y percibir, pero al revés. Es lo mismo, pero a la inversa. Tiene todo el sentido del mundo, allí podría vivir eternamente como si fuera una dimensión alterna —explicó Thomas—. La cuestión es que quisieron desterrarla de alguna manera, pero al verse reflejados en el espejo, perdieron el sentido de la cordura y comenzaron a atacarse unos a otros. Finalmente lograron resistir, pero aunque no pudieron exorcizarla de alguna manera, al menos lograron retenerla dentro del espejo para que ya no volviese a salir. Luego de eso, las historias no son más que leyendas y mitos, alimentados por todo esto que se ha repetido de generación en generación. Apariciones, ruidos raros, bla bla bla...

—¿Se supo algo más de los videntes que intentaron ayudar a la gente del pueblo?

—Nada, en lo absoluto. Cobraron su paga, se recuperaron de sus heridas y se marcharon tan rápido como vinieron. Lo único que hicieron antes de irse, fue advertir que nadie entre a la vieja mansión de Rowenna, y que mucho menos se mire al espejo, se atreva a tocarlo o incluso a romperlo. Supuestamente no se sabe lo que podría llegar a pasar.

Laura dio un resoplido por la nariz, mientras miraba hacia sus propias manos, entrelazadas encima del regazo. Era demasiada información, demasiada historia de mierda como para procesar de buenas a primera. Muchísimas muertes, muchísima tragedia concentrada en un mismo lugar y encima ni siquiera se sentía estar avanzando en algo con respecto a su investigación personal. Por un instante se permitió dudar si haber viajado hasta Bellhaven había sido una buena idea.

—Imaginé que el pueblo iba a tener una mala historia en cuanto vi el tipo de gente que lo habita, pero...

Thomas no la dejó terminar, se llevó una mano al pecho e hizo una fingida mueca de dolor.

—Auch.

—A excepción de usted, por supuesto —respondió, con una sonrisa jocosa. Luego se puso seria—. Pero por lo que veo, conocer la historia del pueblo no me dice nada, no me brinda ninguna respuesta acerca de mis sueños recurrentes, ni porque están ahí. Lo único símil que se me ocurre es esa sombra negra que parecía seguir a Lady Rowenna, podría quizá ser parecida a la sombra que yo veía a los pies de mi cama, cuando era pequeña.

—Sí, yo creí lo mismo.

—Pero ¿Por qué? —inquirió ella. —Si fuese así, ¿Qué relación puede tener la mascota sobrenatural de una bruja conmigo? Suponiendo que no sea una casualidad demasiado rebuscada... —Laura se paró de su silla, y comenzó a dar vueltas mientras caminaba de un lado al otro, sumida en los engranajes de sus pensamientos. —Además, está el tema de los sueños. En mis sueños yo siento que algo oscuro, negro y malo me persigue, pero nunca puedo verlo. Quizá también haya una similitud ahí, quizá la más completa hasta el momento. Misma entidad, mismo pueblo, tal vez soñaba con Bellhaven no como una forma de clarividencia remota, sino porque esta entidad pertenece aquí, y al estar persiguiéndome, solo me mostraba una parte del pueblo como si fuera un remanente de memoria, un pedacito de tiempo que se solapa con el actual... El punto es descubrir quién es esta entidad y por qué su fijación conmigo, particularmente. Aunque primero debería averiguar quién o qué es. Quizá solamente sean conjeturas y suposiciones en base a la casualidad, como dije, pero no podemos descartarlo.

Thomas la miraba con una sonrisa divertida bailándole en su rostro, en completo silencio, solo dejándola que se exprese y nada más. Cuando ella se dio cuenta que la miraba fijamente, como si estuviera disfrutando su situación, se detuvo y lo observó interrogante, como cuestionándole con los ojos que rayos le parecía tan divertido.

—Nunca imaginé tener una periodista de renombre formulando sus teorías en el medio de mi salón, la verdad —respondió. Laura bajó la cabeza y rio. Ese hombre sí que sabía como y cuando hacer los halagos, pensó, sintiendo que sus mejillas entraban en calor.

—No soy una periodista de renombre, no aún, al menos. Y además, ¿un periodista que se fascina por ver otra periodista trabajar? Eso no tiene nada de novedoso para usted, es como que un albañil se maraville por ver a un carpintero poner un clavo en una pared...

Thomas levantó los índices como indicando una objeción.

—No soy periodista, soy escritor de artículos de misterio, recuerde. Por lo tanto, mi admiración está justificada —respondió.

—¿Siempre tiene una respuesta para todo, señor Thomas?

Analizó el rostro de Laura mientras se reclinaba un instante en su silla giratoria. No había enojo en el tono de su voz, solo una complicidad afable, casi como si estuviesen bromeando en un código que solamente ellos podían entender. Le agradaba esa chica, pensó. Tras esa fachada de mujer dura, de profesional implacable y de rectitud personal, se escondía una mujer muy cálida y con agradable sentido del humor, y eso le resultaba cautivador.

—No siempre, pero estoy trabajando en ello —respondió, de forma bromista. Luego se puso más serio—. ¿Quiere tomar algunas notas?

—Sí, por favor, si no es mucha molestia.

—Para nada. Lo único malo es que no tengo impresora, así que va a tener que tomar las notas a mano. Pero venga, tome asiento —dijo Thomas, levantándose de la silla frente a la computadora. Rebuscó en una estantería de su biblioteca y sacó un grueso bloc de hojas rayadas y un portalápices de metal con varios bolígrafos, resaltadores, y lápices de grafito—. Siéntase libre de rebuscar en mis archivos si necesita más información.

Laura se acercó y sentándose frente a la pantalla, tomó el mouse con la mano derecha y se desplazó hasta el inicio del documento. Estaba tan acostumbrada a la pantalla de su notebook, que ver aquel monitor frente a ella hacía que todo le pareciera extremadamente grande. Tomó un bolígrafo negro, garabateó una suerte de título en la primer hoja del bloc y antes de que Thomas se retirase, para dejarla trabajar, preguntó:

—¿Qué pasó luego de que los videntes se fueran?

—¿A qué se refiere? —dijo Thomas, mirándola.

—¿Sucedieron más episodios paranormales en el pueblo? ¿Algo relacionado a la mansión o a ese espejo, quizá?

—Bueno, no mucho más de lo que se rumorea siempre. Bellhaven está habitado por personas mayores, no hay niños ni mascotas aquí. Los matrimonios jóvenes no eligen el pueblo como un sitio donde vivir el resto de su vida, alejados de la tecnología y escuchando vacas a la distancia, por ende, cada vez somos menos personas. Con respecto a las mascotas, eso sí es extraño...

—Cuénteme.

—Simplemente eligen no estar aquí. Se escapan, ¿comprende? No sé si alguien más aparte de mi tiene una mascota, ni tampoco sé porque mi perra no se ha escapado aún, pero por algún motivo a los animales no les gusta este lugar. Más allá de eso, siempre se rumorea que aún continúan viendo esa sombra negra por el rabillo del ojo, o la gente que evita salir de noche, pero no son más que supersticiones alimentadas por las leyendas urbanas que siempre se han contado aquí.

Laura lo miró de forma directa. Casi como si le quisiera decir con la mirada que no se lo tomara a la ligera.

—Nadie pone un cartel de advertencia a la entrada de un pueblo por simples leyendas urbanas, ¿no le parece? —preguntó.

—Eso tiene una razón de ser, en realidad —respondió Thomas, encogiéndose de hombros—. Uno de los últimos turistas que tuvo el pueblo, era un investigador paranormal aficionado. Viajó hasta aquí con su mujer, era un matrimonio jubilado que tenían un cierto hobbie por los temas paranormales y esotéricos, vinieron con su casa rodante, se instalaron en Bellhaven y estuvieron aquí durante dos semanas, masomenos. Una buena noche, el hombre salió corriendo de su vehículo completamente desnudo, dando alaridos de que había visto el infierno y que se estaba quemando. Corrió durante dos cuadras, hasta que un infarto fulminante lo desplomó. ¿Quiere saber lo más extraño?

—Cuénteme.

—Su piel estaba ampollada y al rojo vivo, como si lo hubieran envuelto las llamas en verdad. Cuando la policía vino, quiso interrogar a la mujer, más que nada para saber por qué no había socorrido a su esposo o si ya había presentado algún síntoma de delirio anteriormente, y adivine —Thomas hizo una pausa—. La mujer también estaba quemada, sentada a la mesa de la casa rodante. No había olor a quemado, ni siquiera se incendió el vehículo. Fue considerado uno de los más grandes misterios de Bellhaven, incluso mucho más que toda la historia de la quema de brujas y todo lo que ahora ya sabe. Por eso, el estado decidió poner ese cartel de advertencia, para evitar que incautos o gente susceptible entre aquí.

—Dios santo... —murmuró ella, consternada.

—Bueno, la dejo trabajar, Laura. Si me necesita, solo dígame. Yo estaré en el sofá, viendo un poco de televisión.

—Gracias —respondió, viéndolo tomar las tazas para llevarlas al fregadero. Le quedaba una extensa tarea por delante, y más pronto que tarde, comenzó a garabatear apuntes.


*****


El día transcurrió con normalidad. Thomas vio un partido de futbol, luego se puso a mirar un capítulo de su serie favorita y luego a jugar un rato a la consola. Laura, sin embargo, no había parado de anotar cosas durante toda la tarde, llenando casi diez páginas del bloc. Para las ocho de la noche, por fin, terminó. Le dolía mucho la muñeca, y sentía la vista muy cansada.

—Bueno, creo que eso ha sido todo de momento —dijo, estirándose en la silla para hacerse sonar la espalda. Luego dio un suspiro—. Estoy molida.

—¿Quiere quedarse a cenar? Tengo comida de sobra, por mí no hay ningún problema.

—Gracias Thomas, pero creo que ya he abusado demasiado de su hospitalidad por hoy. Quiero ducharme, pasar las notas en limpio y acostarme a dormir cuanto antes —Laura se tomó unos momentos para arrancar del bloc las hojas escritas, y doblarlas cuidadosamente—. Gracias por todo, la comida estaba deliciosa.

—Al contrario, ha sido un placer. Hacía mucho tiempo que no pasaba el día con nadie —Le sonrió—. ¿Quiere que la acompañe hasta la posada?

—No se preocupe, me gusta caminar sola.

Thomas asintió con la cabeza, y la acompañó hasta la puerta. Dinah, la perrita, los siguió con intenciones de salir, y al abrir la puerta, salió disparada hacia el patio, olisqueando con el hocico bajo. Thomas miro a Laura con detenimiento, y le sonrió.

—Me gustaría decirle que me avise cuando llegue, pero quizá sea mucho atrevimiento de mi parte preocuparme tanto —dijo él. Ella amplió la sonrisa, de forma divertida.

—Tranquilo. No va a venir Belcebú a jalarme de los pies, o al menos eso quiero creer. Pero puedo dejarle un comentario en alguno de sus artículos.

—Trato hecho —sonrió él, a su vez.

—Hasta luego, Thomas, que pase una buena noche y gracias por todo.

Luego de decir aquello, Laura se giró sobre sus pies y saliendo a la acera, emprendió camino hacia la posada. Thomas permaneció allí mirándola caminar, de pie en el umbral de la cabaña, hasta que la vio llegar a la esquina, girarse y saludarlo con una mano. Levantó la suya y la agitó en el aire, también. Por último, llamó a la perra y juntos entraron al hogar, cerrando tras de sí. Laura vio como el resplandor de luz del living se cortaba al cerrar la puerta, y al instante, el silencio más absoluto la envolvió.

La neblina a baja altura parecía darle al pueblo un toque transilvano que lejos de parecerle encantador, le hacía sentir muy incómoda. El haz de luz de los faroles ubicados a un lado de la calle apenas se recortaba entre la niebla, iluminando de forma muy pobre el empedrado de las calles, y el hecho de no escuchar un solo perro ladrar o algún otro tipo de actividad humana le ponía los pelos de punta. Solo el grillar nocturno y algún mugido a lo lejos, nada más. Eso, y el ruido de sus pasos era todo lo que acompañaba a Laura de camino a la posada.

Se levantó las solapas del cuello de su chaqueta, y metió las manos a los bolsillos, palpando el bulto de las hojas dobladas. Su mente no cesaba de darle vueltas a todo lo que había escuchado durante aquel día en compañía de Thomas, mientras sus ojos revoloteaban por la silueta de las cabañas, que como gigantes oscuros, sus techos a dos aguas se alzaban entre la niebla nocturna como silenciosos vigilantes. La luna, puesta tras las espesas nubes tampoco daban mucha visibilidad al paisaje, ya que la espesa neblina no dejaba traspasar la luz del astro.

—Vaya por Dios, todo aquí siempre parece tan muerto que hasta da repelús... —murmuró, quizá como argumento para no sentirse tan sola con su caminata. Sin embargo, la sensación fue mucho peor. El ruido de su voz era tan estridente en el perpetuo silencio, que cada palabra parecía una intrusión en un mundo que había estado dormido durante muchísimo tiempo.

En la noche, las sensaciones eran muy diferentes con respecto al día. Las emociones en juego a medida que caminaba por las solitarias aceras eran una extraña amalgama de curiosidad, asombro y cierta melancolía por pensar en la cantidad de personas muertas allí, las que habían sido quemadas y las que incluso habían caído víctimas de... ¿Qué? Se preguntaba. ¿Un maleficio? ¿Un embrujo? Pensar en aquellas cuestiones era algo que le helaba la sangre, y casi al mismo tiempo que recordaba la narración de Thomas, un escalofrío le recorre la columna vertebral, haciéndole sacudir los hombros con un espasmo.

La suave brisa nocturna no solamente se mecía en los mechones de su cabello, sino que además le traía el aroma a la madera vieja de las cabañas. Aquello era algo que más allá de parecerle curioso, no le disgustaba, al menos hasta que comenzó a sentir otra cosa. Había un olor a podrido difícil de identificar. No parecía pescado, tampoco parecía ser una cloaca abierta, incluso ni siquiera algo muerto. Era como si fuese todo al mismo tiempo. A la distancia, pudo visualizar la calle que conducía a la posada de Oliver, y entonces apuró el paso, solo por las dudas. Solo dos calles, dos calles más y estaría a buen resguardo, dándose una generosa ducha para acostarse a descansar plácidamente, pensó.

Sin embargo, con la brisa y el olor había algo más, que viajaba en tenues oleadas por encima de sus oídos: un susurro, casi imperceptible, pero ahí estaba. No podía entender lo que decía, ni siquiera si estaba escuchando bien y era tan solo el producto de su mente sugestionada, pero estaba segurísima que se trataba casi de la misma voz que le había dejado la nota de audio en su teléfono. Aquel pensamiento hizo que Laura se detuviera en el medio de la acera, volteándose para mirar en todas direcciones. Nadie más estaba allí, incluso hasta casi podía sentir que no había nadie más en todo Bellhaven. Porque todo estaba demasiado quieto en la intemperie de la noche.

Las ventanas de las cabañas estaban en su mayoría cerradas, pero las que tenían los postigones abiertos, dejaban ver la luz de su interior como ojos amarillos que la observaban, inmóviles. A su izquierda, Laura miró hacia la cabaña más cercana. Parecía no haber nada, a excepción de algo que no supo definir. Era rápido, o al menos se había movido demasiado deprisa, casi como una exhalación. Quiso hacer muchas cosas, quería obligarle a sus piernas a moverse para continuar caminando, quería preguntar en voz alta quien estaba ahí, pero no hizo ni lo uno ni lo otro. Sus pies parecían anclados en la acera, y además, la pregunta era irracional. ¿Quién estaba ahí? Claramente los dueños de casa, nada más.

¿Nada más?

Con la curiosidad que siempre le había caracterizado, volvió a mirar hacia la ventana. Había alguien dentro de la casa, eso era normal, pero había algo dentro suyo que le instaba a mirar. Necesitaba acercarse y comprobarlo por algún motivo, y como si sus pies se moviesen por su cuenta, volteó hacia la pequeña entradita del patio de la cabaña, sin dejar de mirar a la ventana. Abrió la verja de mediana altura intentando no hacer ruido, y casi en puntas de pie, caminó hasta la ventana, iluminada desde adentro.

Se asomó poco a poco, y miró. El living de la cabaña estaba decorado de forma antigua, como casi todo en el pueblo, por lo que no le asombró en lo más mínimo. Los sillones de cuero tenían bordados y ribetes que podían parecer fácilmente de la época colonial, y tanto las lámparas como los adornitos encima de los estantes eran muy clásicos. Agudizó el oído en el silencio de la noche, alguien parecía hacer una suerte de quejido ahogado, como si estuviese atorado con algo flemático, espasmódico. Giró la cabeza hacia la derecha, intentando ver más allá del reducido ángulo de visión que le permitía su escondite, y entonces lo vio con perfecta nitidez.

En el rincón opuesto de la sala había una criatura inenarrable, de al menos dos metros y medio o quizá más. Era muy delgada, con los brazos desproporcionadamente largos con respecto al resto del cuerpo, y completamente oscura. No era que su piel fuese negra, sino que parecía estar todo hecho de alguna sombra tan oscura que incluso pareciese que absorbiera la luz a su alrededor. Laura abrió grandes los ojos y se cubrió la boca con las manos para ahogar el grito de pánico, que bien sabía comenzaba a subirle a la garganta, porque pudo reconocer lo que era. Estaba segura que era la misma entidad sombra que la visitaba de pequeña, parado allí a los pies de la cama, sin mover un músculo durante horas y horas. La única diferencia es que este ser parecía moverse, de maneras amorfas y poco humanas, pero se movía. Deambulaba por el rincón, mirándolo todo, como si quisiera buscar a los dueños de casa pero no supiera por dónde.

Hasta que se giró a mirarla.

Fue tan repentino que Laura apenas tuvo un lapso de segundo para verle a los ojos, aquellos dos puntos rojos como el fuego mismo del infierno, y entonces como si tuviera la certeza de que estaba en lo cierto, pensó: "Siempre supo que estaba tras la ventana, como un gato jugando con un ratón". Dio un gemido de horror y corrió tan rápido como pudo hasta salir a la calle. Continuó corriendo sin detenerse, para llegar a la posada tan desbocada que incluso ni siquiera se atrevió a mirar atrás, mientras por su cabeza se volvían a repetir aquellas pesadillas donde como ahora, corría y corría siendo perseguida por una sombra negra.

Si hubiera mirado hacia atrás, se habría dado cuenta que aquella oscura entidad no solo la dejó huir, sino que se paró en mitad de la calle, para verla correr casi con maligno placer. 

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