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3

En cuanto llegaron a la cabaña de Thomas, Laura tomó asiento en uno de los sillones, luego de lavarse la cara para quitarse algunas manchas de su sangrado. Thomas se metió a la ducha, para quitarse el sudor del cuerpo y cambiarse la ropa, y luego lo hizo ella. Estaba agotadísima, sentía que la cabeza le pulsaba en un dolor sordo que como agujas directamente a su cerebro, le taladraban cada pocos segundos. Una vez que ya estaban limpios y el lavarropas hacía su trabajo, Thomas preparo un café bastante cargado y un par de sándwiches, al menos para reponer energías. Sentándose junto a ella, la miró, mientras le ofrecía el platito con su sándwich.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Se me parte la cabeza...

En silencio, Thomas se levantó del sillón, caminó hasta el botiquín del baño y tomó el blíster de paracetamol, ya que el ibuprofeno se le había acabado. Volvió de nuevo al living, para ofrecerle la pastilla.

—¿Qué fue lo que pasó allí?

—¿Frente al espejo?

—Claro —consintió él. Ella dio un suspiro.

—Fue horrible... —Dio un sorbo de café mientras que tragaba la pastilla, y después de soltar un suspiro, continuó. —Veía la misma habitación, pero bien conservada. Rowenna aparecía, me besaba y me desnudaba. Entonces un montón de mujeres te traían atado por las manos, y te acostaban en la cama. Yo me subía encima de ti, y con un cuchillo que Rowenna me daba, te abría la garganta al mismo tiempo que me masturbaba —Casi sin poder evitarlo, comenzó a llorar—. Sentía que lo disfrutaba, eso es lo horrible. Sabía que estaba matándote y me encantaba hacerlo. Tengo mucho miedo, Thomas, porque aún en ese momento había una parte de mí que no quería lastimarte. ¿Qué pasa si en verdad toma control sobre mí, y te hago daño?

—Laura, eso no va a pasar.

—¡Pero no lo sabemos, no tenemos forma de saberlo! —exclamó. Dejó la taza de café encima de la mesita central, entre los sillones, y lo miró. —Y odio esto, odio tener miedo de que nos hiéramos entre nosotros, porque me prometí que no iba a volver a llorar nunca más por ningún hombre, y ahora tengo pánico por el hecho de que algo malo te pase si estás conmigo.

—¿Y qué tiene de malo tener miedo?

—¡Porque significa que te has vuelto alguien importante para mí, y ni siquiera tengo idea del por qué! ¡Y no, no quiero que seas importante, quiero terminar con esta mierda, volver a mi casa y olvidarme que existe este pueblo, nada más!

Thomas la miró en silencio. Estaba siendo hiriente a propósito, para alejarlo. No era difícil notarlo, pero aún así, sintió una punzada en el centro del pecho que le entrecortó la respiración por un instante. Decidió ser completamente franco, entonces, ya que no tenía nada que perder...

—Laura, escúchame bien —dijo, dejando su taza encima de la mesa para tomarla de las manos. Tenía los dedos helados y temblorosos—. Si cuando terminemos con esto decides volver a tu ciudad y olvidarte de que Bellhaven y yo existimos, bien, estás en tu derecho. Te convertirás en mi mejor recuerdo, todos los días me despertaré esperanzado de encontrar algún comentario tuyo en alguno de mis artículos editoriales y seguiré con mi aburrida vida como buenamente pueda. Pero si decides que podemos formar algo juntos, entonces construiremos algo diferente sin importar la mierda que te haya pasado antes de conocerme, porque sé que quiero hacer algo bueno contigo. Pero por ahora, tenemos que descubrir el porqué de tu conexión con esta bruja, en caso de que así fuese, y encima cubrirnos las espaldas con esa cosa negra que te persigue. Así que pongamos cabeza en esto, y ya pensaremos en nosotros. Pero si me permites darte un consejo, no puedes ocuparte de esto y al mismo tiempo de refrenar tus emociones, porque eso va a arruinarte. O haces una cosa, o haces otra. ¿Está bien?

—Está bien... —asintió ella, con la mirada baja. Thomas le soltó una mano para tomarla por la barbilla, y hacer que lo mirase.

—Mientras tanto aprovechemos que nos tenemos, dure esto dos días o dos meses, y enfoquémonos en hacer que estés bien, que puedas salir de este maldito problema de una vez y para siempre. Pero hagámoslo juntos, porque quiero ayudarte, y porque tú también eres importante para mí —Le dijo—. Mucho más de lo que crees.

Era importante para él, pensó. Repitió aquella frase en su mente durante un par de veces más, y al fin sonrió. Otra lágrima se le cayó de su ojo izquierdo, pero esta vez no era por miedo, sino por calma y felicidad. Lo envolvió en un abrazo, mientras que una de sus manos se apoyó en su nuca, metiendo los dedos entre las hebras de su cabello oscuro.

—Yo diciéndote la inseguridad que me genera el hecho de que me estés enamorando, y tu diciéndome que soy importante para ti —suspiró—. No me estás ayudando...

—Eso es lo que tú crees. Tal y como yo lo veo, solo trato de darte la seguridad que te mereces.

Se separó de él un instante breve para darle un beso, y luego se secó las mejillas con las palmas de las manos.

—Bueno, ya estoy más serena. Voy a empezar a leer ese diario —dijo. Thomas la miró con una ceja erguida.

—¿Ahora? ¿Por qué mejor no descansas un poco?

—No, estoy bien. El dolor de cabeza ya se me ira pasando, y además, me genera mucha intriga.

—Bueno, como prefieras pues... —consintió él. Se puso de pie, caminó hasta el escritorio de su computadora y tomó el libro. Miró su tapa rustica con desconfianza y lo hojeó. No había tenido oportunidad de hacerlo antes, y a simple golpe de ojo, se dio cuenta que sería una lectura muy pesada de asimilar. No sabía si por hobbie, algún tipo de TOC o por un significado en particular, pero al parecer a Lady Rowenna le gustaba decorar los bordes de las hojas con símbolos y runas extrañas. Volvió a los sillones, y sentándose a su lado, se lo extendió en las manos a Laura. Abrió la primer hoja y comenzó a leer en voz alta.



Luna de otoño, Dia 14 del mes 9, 1688

La oscuridad abraza mi alma en esta noche de luna menguante. Los bosques susurran sus secretos sombríos mientras avanzo en mi camino hacia el dominio de la magia negra. La hojarasca crujiente bajo mis botas parece celebrar mis intenciones, un eco oscuro de mi propio poder creciente.

Hoy he dedicado mi tiempo a explorar las artes prohibidas, desentrañando los secretos más oscuros y poderosos que la hechicería puede ofrecer. He estudiado los grimorios olvidados que encontré en las viejas pertenencias de mi familia, tomos tan añejos como la fundación misma de mi propia genealogía. He practicado algunos hechizos, primero los más sencillos, y cuando me sentí con la suficiente confianza como para intentarlos, los más prohibidos después. He invocado a entidades de las profundidades del abismo, y siento como la energía corrupta fluye en mis venas, alimentando mi sed de poder.

Aproveché la mañana para realizar una excursión hasta el corazón del bosque, donde la niebla se cierne y los árboles retorcidos me saludan con sus ramas nudosas. Allí he encontrado algo que parece ser un claro, con una extraña roca en el medio. Claramente es una formación natural, pero que planeo utilizar a mi favor, por lo que tallaré la piedra y la utilizaré como mi altar personal. Pensaba en esto mientras recogía mis hierbas e ingredientes, preparándome para los trabajos que emprenderé más tarde.

Volví al sitio luego del mediodía, con cinceles y algunas herramientas que eran de mi difunto tío, para tallar la roca según las instrucciones del grimorio más poderoso que poseo. Al terminar, cerca del anochecer, volví aquí, a mi hogar, para tomar algunas velas, preparar mis ropas y encomendar mi espíritu a Moloch, antes de estrenar el altar.

Exactamente a la medianoche, me dirigí al bosque, encendí las velas en el orden específico en cuanto llegué al altar de roca y recité las palabras necesarias. Allí apareció él, entonces. Un hombre que no era un hombre, casi tan alto como los árboles y aún más oscuro que la propia madrugada, con ojos de fuego que parecían quemarlo todo. Le ofrecí mi lealtad y devoción a cambio de su conocimiento, poder y protección. Me arrodillé ante el altar y ante él, mientras pronunciaba las palabras antiguas de sumisión.

En silencio se acercó a mí, extendió su mano y me levantó. Al tocarlo, tuve la absoluta certeza que se trataba de él, del propio Moloch, como si me lo hubiera susurrado en mi mente. Es en estos momentos en que me encuentro más viva, más poderosa, y ofrezco mi gratitud al oscuro, al que camina por los reinos sombríos y susurra secretos a mi oído en esta noche. Aún ahora parece que puedo oírlo, diciéndome que debo reunir a la gente del pueblo, tantas mujeres como pueda, para que le adoren y le den nueva vida. Una a una las tomará, ahora lo sé, y con las más jóvenes creará una legión de seguidores y descendientes, un pueblo fiel en sus artes para que gobiernen con rigor este pueblo, bajo su influencia.

He vuelto a mi hogar con un propósito, siendo una mujer diferente, dispuesta a cumplir con lo que se me pide. Por esta noche mi diario se cierra, pero mi camino hacia la oscuridad continúa, porque en ella encuentro mi razón de ser.



Thomas y Laura se miraron sorprendidos.

—Entonces confirmamos que esa criatura negra es Moloch... O al menos la imagen que toma —dijo él, preocupado.

—¿Quién es Moloch?

—En un principio era un dios de los fenicios, cartagineses y sirios, considerado como el símbolo del fuego purificador. Pero como demonio, es uno de los principales comandantes de Satán —explicó—. Lo bueno es que al menos sabemos su nombre, y si sabemos su nombre...

—Sabemos cómo combatirlo —terminó ella la frase, en su lugar.

—En efecto. Sigue leyendo, a ver si encuentras algo más que nos pueda brindar información.

Laura continuó leyendo algunas páginas más, saltándolas por alto. La gran mayoría eran vomitivas, repulsivas en cuanto a detalles de su extraño culto junto a sus vecinas, las orgías y los rituales realizados. Sin embargo, algo le llamó la atención, por lo que comenzó a leer en voz alta.



Luna de verano, día 21 del mes 7, 1691.

La aurora se tiñe de tonos sombríos, y la amargura se agita en mi corazón. La traición está marcada en el aire, una herida en mi confianza que arde como fuego. Tres de mis seguidoras, a quienes consideré cercanas y leales, han sucumbido a la tentación de la falsa luz y decidieron abandonarme. ¿Cómo han llegado a esto? ¿Cómo han permitido que la debilidad manche su alma? ¡Esos malditos sacerdotes, con sus crucifijos pendiendo de sus manos, como amuletos tontos para infundirse un banal coraje, los odio profundamente!

Me he adentrado en el bosque, buscando consuelo en la presencia de las sombras, bajo la vegetación. La naturaleza me habla en susurros, y sé que debo enfrentar esta traición con determinación. No toleraré la disidencia dentro de mis filas, no cuando tanto está en juego, y cuando se le debe respeto y devoción a las entidades que nos llenan de sabiduría, poder y juventud casi perpetua.

Por la tarde me he metido en mi santuario, mientras que las llamas de las velas parecen parpadear con un ritmo ansioso, reflejando la tormenta en mi interior. He convocado a los espíritus oscuros para buscar respuestas y justicia, y ÉL se me ha aparecido otra vez, como siempre, dándome su confortante aliento. Mis seguidoras renegadas serán confrontadas por Moloch y castigadas por su traición. No podemos permitir que la luz socave nuestro poder, nuestra verdad.

Sus acciones han ensuciado nuestro propósito común y han debilitado la barrera que mantenemos contra el mundo exterior, rompiendo nuestra hermandad. No puedo permitir que esta brecha crezca, por lo tanto, la venganza será el bálsamo para mi corazón herido, y el recordatorio de la lealtad que exijo como su sacerdotisa mayor.

Esta noche, la luna se eleva en el firmamento, testigo silencioso de mi ira. He decidido convocar una reunión con las seguidoras restantes para dejar en claro las consecuencias de la deslealtad. La noche es oscura, pero en ella encontraremos nuestra fuerza. Los rituales de castigo serán realizados, y la traición será pagada con sangre. He invocado el favor de Moloch, y de la bestia que no puede ser nombrada, la antigua serpiente, y el padre de la mentira. Juntos, irán tras ellas, y no verán la luz del sol otra vez.

Esta noche, la venganza se sirve fría. No hay lugar para la debilidad en nuestro círculo, y aquellos que la abracen serán purgados. Que los oscuros me guíen en esta empresa y que mis antiguas seguidoras aprendan el precio de su traición.



—Utilizó su entidad para ir tras ellas y matarlas, ni siquiera tuvo el valor suficiente para hacerlo ella misma —dijo Laura, con desprecio.

—No podía hacerlo de otra manera, eran varias mujeres que se le habían puesto en contra. Ir tras ellas por su propia cuenta era exponerse totalmente, y quizá hubiera sido más fácil capturarla. Si puedes hacer que alguien más haga el trabajo sucio por ti, entonces no tienes de qué preocuparte —respondió Thomas, encogiéndose de hombros. Luego señaló el diario—. ¿No dice nada acerca de cómo desapareció?

—Buscaré, pero no creo.

—¿Por qué no lo crees?

—Se hubiera llevado su diario consigo, en lugar de esconderlo en esa casa —opinó ella. Thomas levantó un índice, objetando.

—Sí, eso es cierto. Sin embargo, no lo hizo, y por lo que vemos, Rowenna parecía ser la típica persona que escribía todo lo que hacía, al menos desde que empezó en la brujería. Por lo tanto, debía haber escrito su plan de escape, o al menos la planificación del mismo.

—Bien pensado —musitó. Comenzó a leer los primeros párrafos de cada hoja, hasta que por fin encontró algo que le pareció interesante.



Luna de invierno, día 28 del mes 12, 1692

Las sombras de la traición aún se aferran a mi ser, pero no hay tiempo para lamentos. La persecución es inminente, y el aliento de la justicia exhalado por la sociedad temerosa ya está en mi nuca. Mis seguidoras han sido condenadas, arrastradas por los tormentos de los juicios y la crueldad de la hoguera. Su sufrimiento me hiere, pero sé que debo actuar con rapidez y astucia, o yo correré la misma suerte.

Hoy, bajo la lúgubre luz de la mañana, he afianzado mi pacto con Moloch, señor de las sombras y el caos. Su voz profunda resuena en mi mente, ofreciéndome una vía de escape a través del espejo en mi habitación. Atraparé mi cuerpo y mi alma en su superficie reflectante, donde la luz no puede alcanzarme y la justicia de los hombres será una sombra impotente.

Por la tarde, he sentido como el temor me consumía mientras siento el aplomo de la persecución acercarse. Aún resuenan en mi cabeza las llamas de la hoguera rugiendo en la distancia, junto a los gritos de mis mujeres, como una cruel advertencia de lo que me espera si me encuentran. Pero no permitiré que mi destino sea ese, la determinación se alza como una tormenta dentro de mí, impulsándome a actuar con audacia.

En mi dormitorio, he trazado un círculo de protección con símbolos arcanos y velas negras, la sangre de tres ratas macho y nueve ancas de rana. La energía oscila en el aire mientras recito las antiguas palabras de poder, invocando a Moloch. Su presencia se manifiesta ante mí , su sombra envolviéndome. Le imploro me muestre una vía de escape y él concede mi suplica, mostrándome la senda a través del espejo.

Mientras escribo estas líneas, en el cenit de la noche espero a que la luna esté lo más llena posible, una aliada silenciosa en esta hora crucial. Me colocaré frente al espejo, la superficie pulida brillando como un reflejo oscuro. La ansiedad y la urgencia se entremezclan mientras mi corazón late con fuerza.

Por fin, ha llegado el momento. Con voz firme y decidida, pronuncio el hechizo. Canalizo mi energía, mi deseo de libertad, y libero mi alma para que se deslice en el espejo. El cristal titila y vibra, absorbiendo mi ser como un hambriento devorador de sombras. Siento la grata sensación de ser una misma con el cristal, una fusión única y perfecta de energía y conciencia. La persecución física ha terminado, pero mi existencia ha encontrado un nuevo refugio en este reino oscuro. Moloch ha cumplido con su promesa y ahora, en este espejo, aguardo. Aguardo el momento adecuado para emerger y retomar mi venganza.

Para ocultar este diario y poder completar su escritura, he trazado símbolos atractores sobre las páginas. He invocado la ocultación tras el umbral de lo físico, haciendo que el armario se convierta en una extensión de mis defensas mágicas. Solo aquellos con verdadero conocimiento podrán ver y tocar este diario. Así, permanecerá oculto todo el tiempo que necesite mientras que desde las sombras completo su escritura, apartado de la vista de mis perseguidores y sus búsquedas implacables. La paranoia de ser descubierta aún me acecha, pero sé que mientras el espejo permanezca a salvo, estaré oculta de los cazadores de brujas y sus inquisidores. Mi plan de escape ha funcionado y mientras el mundo exterior se desmorona, mi poder crecer en esta prisión reflejada.



Laura sintió que un escalofrío le recorría la espina dorsal al leer aquello. Levantó la vista de las páginas como si no diera crédito de sí misma, mientras que Thomas la miraba de la misma manera.

—Así que por eso está lleno de símbolos. Y yo creyendo que era una manía de bruja... en realidad todo era parte de un proceso —dijo él. Ella lo miró casi desquiciada.

—¿En serio te parece más interesante eso? ¡Solo aquellos con verdadero conocimiento podrán ver este diario! ¿Lo entiendes? —preguntó, casi en una exclamación. —¡Cuando entramos ahí, sabía perfectamente adonde buscar! ¡Por algún motivo estoy ligada a ella!

—Dios mío, Laura. Esto se nos está yendo de las manos, y lo sabes...

Sin responderle, continuó leyendo. Hasta que encontró la clave de todas las cosas, lo que por fin daría un poco de luz a su causa.



Luna de otoño, día 28 del mes 9, 1693

La prisión en la que me encuentro se torna cada vez más claustrofóbica. Aunque mi esencia está atrapada en el espejo, he descubierto que mi alma puede comunicarse con mi reflejo en ocasiones. Es a través de esta conexión que logro dictar estas palabras y continuar registrando mis pensamientos en este diario. Aunque mi existencia este fragmentada, mis intenciones y voluntad se mantienen inquebrantables.

Es una danza sutil y frágil entre el mundo real y este reino reflejado. A veces, en la quietud de la noche, encuentro la oportunidad de susurrar mis pensamientos al espejo. En esos momentos, mi alma trasciende su prisión y me permite extender mi influencia. La noticia de que un grupo de videntes planea un exorcismo para liberar al pueblo de mi presencia, me ha llegado a través de los murmullos de las sombras. La paranoia y la histeria se apoderan de la población, alimentando su deseo de eliminar la oscuridad que represento. No comprenderán jamás que la oscuridad es parte de la naturaleza misma, una fuerza poderosa y necesaria que solo aprendí a utilizar a mi favor. Mis palabras pronunciadas a través del espejo, como ecos de otros mundos, son mis armas en este juego de sombras. Les advierto sutilmente, en sueños, sobre su imprudencia y el precio que pagarán por su temeridad, pero no me hacen caso. Quiero que sepan que su venganza solo engendrará un mal peor, un nuevo tormento, pero tampoco me escuchan.

Lo he decidido, y por eso no permitiré que sus intentos de purificación tengan éxito. Maldeciré sus generaciones venideras, condenándolas a la persecución implacable de Moloch. ¡Que sus días sean llenos de terror y sus noches estén pobladas de pesadillas, que se ahoguen en la desesperación y sientan el peso de sus antepasados sobre ellos!

Mientras la luna se eleva en el cielo nocturno, pronuncio la maldición con fuerza y determinación. Convoco a Moloch, ofreciéndole como regalo el tormento de las generaciones futuras como tributo. Su risa gutural llena el aire de este vacío dimensional donde me encuentro, mientras acepta mi ofrenda. Las llamas de su reino se alzan allá donde puedo ver, buscando devorar la esencia de aquellos que intentan erradicar mi sombra.

Así lo decreto ahora, y así se hará: Que los videntes y sus descendientes conozcan la desesperación. Que sientan el miedo en cada latido de su corazón. Que sepan que no pueden escapar de la venganza que he desatado. Moloch los perseguirá hasta el fin de sus días, hasta que sus almas estén completamente consumidas por el abismo del terror. Que mi venganza se extienda a través de las eras, una maldición que los atará a la oscuridad para siempre. Que ninguno de ellos escape de este destino, y que el precio de sus actos recaiga en sus espaldas hasta el último de sus linajes.



Al leer este último párrafo, Laura cerró el diario y lo arrojó con violencia al suelo, hacia un rincón del living. Todo su cuerpo temblaba, y las lágrimas se derramaban de sus ojos, con impotencia y miedo.

—¡Puta, maldita puta de mierda! —gritó. Thomas se levantó de su asiento con rapidez para abrazarla, con los ojos abiertos de par en par. Lo cierto era que él también estaba asustado, muy asustado, de hecho. Ella se aferró a su espalda y hundió la cara en su cuello, llorando desconsoladamente. —¡Estoy maldita, esa perra me ha maldecido y no puedo hacer nada! —balbuceó, mientras se ahogaba en los espasmos del llanto.

Thomas le acarició la nuca, dando un resoplido.

—Eres descendiente de alguno de los videntes, pero, ¿De quién? Ellos eran tres —murmuró—. Ahora lo entiendo todo... Tu forma de saber las cosas, tus pesadillas, la sombra negra a los pies de tu cama... Jesús.

—Tengo miedo, Thomas... Ya no quiero seguir... —sollozó, mirándolo directamente a los ojos. Tenía las mejillas enrojecidas, al igual que sus párpados.

—Ya sabemos la causa, el inicio de todo. Ahora debemos pararlo, y lo haremos juntos —aseguró, volviendo a abrazarla.


*****


El ánimo durante el día fue descendiendo en vertiginosa caída libre, principalmente el de Laura, por obvias razones. Thomas hizo de todo para contentarla, o al menos, distraerla un poco de la situación, pero todos sus esfuerzos eran infructuosos. Le propuso ver películas, compartir una lectura juntos de la última novela de ficción que estaba comenzando a leer, antes de su llegada al pueblo. Incluso hasta le propuso jugar a los naipes, pero nada hacía efecto. Ella solamente estaba conforme con permanecer recostada en el sillón, analizando todo lo que estaba sucediendo, intentando comprender como había pasado de ser una editora super prestigiosa para el diario más importante de Manchester, al objeto de persecución de un demonio a cargo de una bruja. Y por sobre todo, también maldiciendo. Maldiciendo ese pueblo, a Rowenna, a todos los que de alguna u otra manera habían comenzado con esa historia, mas de tres siglos atrás. Su curiosidad le ordenaba buscar quien era su ancestro, pero tan solo tenía memorias hasta su abuela, nadie más. Hasta donde recordaba, nadie en su familia había mencionado alguna vez quienes eran sus bisabuelos, mucho menos sus tatarabuelos, por lo que tendría que investigar en el registro civil.

Sin embargo, hoy no lo haría. En los únicos momentos durante el día en que abandonó su lugar en el sillón, fue cuando le ayudó a Thomas a recolocar el colchón en su cama —ya que asumía que a partir de ahora dormirían juntos—, y durante las comidas. Ni siquiera sacó el tema una sola vez, abrumada por el cúmulo de emociones que la inundaban, y solamente cuando por fin estaba acostada, envuelta en el calor reconfortante de las mantas y abrazada a Thomas, dijo:

—No sé quién sea mi ancestro, pero si desde donde quiera que esté puede escucharme, me encantaría que me diese una mano. No puedo sola con esto, ni siquiera contigo ayudándome. Estoy agobiada, esa es la verdad.

—Lo sé —consintió él, acariciándole la espalda con suavidad—. Créeme que me gustaría poder hacer más.

—Ya haces mucho más de lo que me esperaba —Le respondió—. Todo podría ser mucho peor si estuviese sola, en la posada de Oliver. Quizá esa cosa ya me hubiese matado.

—No pienses en eso, no ahora. Descansa, mañana iremos a contarle al padre Michael lo que sabemos, y planearemos el siguiente paso.

Laura se acurrucó un poco más contra él, cerrando los ojos en la oscuridad de la habitación. Al principio le costó demasiado conciliar el sueño, porque en su mente no cesaban de repetirse aquellas palabras que había leído en el diario, al mismo tiempo que se imaginaba como Rowenna, desde un sitio totalmente adimensional, echaba maldiciones en contra de todos. Hasta que por fin comenzó a deslizarse poco a poco en el sopor del sueño, cayendo profundamente dormida.

Al principio el descanso fue bueno. El torrente de emociones experimentado durante el día, más el profundo llanto que la había invadido, le habían causado un agotamiento mental enorme, por lo que estaba en verdad agotada. Sin embargo, comenzó a soñar otra vez con Bellhaven. La oscuridad de sus calles por la noche, la plaza central, todo estaba allí, pero diferente. El aire dentro del sueño se sentía distinto, también la penumbra.

Al final de la calle se hallaba una figura, de pie, esperándola. Al principio el pánico la invadió, porque imaginó que se trataba de Lady Rowenna, pero vio que no se movía de su lugar. No salía a perseguirla como en todos sus sueños, ni tampoco iba acompañada de aquel demonio horrendo, sino que por el contrario, le hizo un gesto para que se acercara. Temerosa, Laura avanzó, de a un paso a la vez. Esta mujer era diferente, lo notó al acercarse y visualizarla mejor bajo la luz de una farola. Tenía cabello castaño, en bucles, y largo hasta pasando la mitad de la espalda. Vestía ropa de época, pero parecía joven, quizá de no más de treinta y cinco o cuarenta años. Su piel blanca parecía de porcelana, casi pintada a mano. Las faldas de su vestido largo le ondeaban cerca de los tobillos, mecidas por la suave brisa nocturna. Al detenerse frente a ella, la miró con la extrañeza pintada en el rostro, pero para su sorpresa, notó que esa mujer le sonreía con amabilidad.

—¿Quién eres? —preguntó. Esta mujer amplió la sonrisa y le estiró las manos, para que se las tomase. Sin embargo, Laura no se movió, recelosa.

—Puedo ayudarte, si me lo permites.

Su voz era clara, casi melódica. Un poco más gruesa que la de Laura, pero transmitía una serenidad que contrastaba con el sueño.

—Dime tu nombre primero —exigió.

—Eso tendrás que averiguarlo por ti misma, y sé que lo harás. ¿Vas a dejar que te ayude?

—¿Cómo?

—Ya lo verás, solo necesito que me tomes las manos.

Con cautela, Laura extendió las manos hacia adelante con lentitud, hasta tomar las de aquella mujer. Al instante, todo en Bellhaven desapareció: las calles, las cabañas, los árboles, absolutamente todo, como si la hubieran arrojado fuera de su conciencia con una rapidez increíble.

A su lado, el colchón delató el movimiento de Laura al levantarse de la cama, pero Thomas estaba tan profundamente dormido que ni siquiera se percató de ello. Sin embargo, fue suficiente para medio despertarlo unos quince minutos después, cerca de las dos y cuarto de la madrugada. Adormilado, extendió un brazo hacia adelante, al costado, y palpó las sábanas en lugar de la deliciosa cintura de Laura. Aquello le alertó casi enseguida, por lo que abrió los ojos tan rápido como pudo y encendió una de las veladoras. Ella no estaba, tenía las sábanas revueltas de su lado, y quizá en otro contexto ni siquiera se preocuparía. A fin de cuentas, podía haber ido al baño o quizá a la cocina por un vaso de agua. Pero en aquella situación, luego de haber leído ese diario y haberse topado con un atroz descubrimiento, prefería dudar.

Apartó las sábanas de su lado y salió de la habitación solo con los boxers y la camiseta de manga corta que usaba para dormir. La cabaña estaba a oscuras y no se oía ningún tipo de ruido, y aquello le generaba un presagio horrible.

—¡Laura, donde estás! —exclamó. En su mente quería gritar, pero en la realidad, la voz salió atenuada, casi como si hubiera exclamado en un susurro, tal vez debido al miedo de la situación.

Llegó al living momentos después, y en cuanto cruzó el umbral de la puerta, se detuvo en seco, mirando hacia el escritorio donde estaba su computadora. Al principio se petrificó, aterrado, ya que allí había alguien encorvado y a simple vista no supo distinguir de qué se trataba, pero luego que encendió la luz, comprobó que era ella. Estaba escribiendo sobre el reverso de unos documentos que tenía encima de la mesa, desde hace unos días. Nada importante, solo unas cuantas facturas electrónicas de la compra de unos electrodomésticos, y que había impreso para guardar más adelante. Resopló, mucho más aliviado, y se acercó.

—¡Dios mío, Laura, me asustaste! ¿Qué haces aquí a estas horas? Vas a congelarte, volvamos a la cama —Le habló. Sin embargo, ella no respondió absolutamente nada. Estaba concentrada en su tarea de escribir. Thomas comprobó que ni siquiera escribía derecho, sino que lo hacía en diagonal de la hoja, como si ni siquiera mirase lo que estaba haciendo. Frunciendo el ceño, su preocupación volvió a emerger, por lo que avanzó hacia ella y le apoyó una mano en el hombro para erguirla—. ¡Cielo santo! —exclamó.

Al verla directamente, notó que tenía los ojos en blanco. Movía los labios como si estuviera murmurando algo, o hablando con alguien, pero no decía nada. Sin embargo, a pesar de que Thomas la había sujetado por el hombro para enderezar su postura, notó que tampoco así dejaba de escribir. Asustado, comenzó a sacudirla no tan fuerte como para lastimarla, pero sí como para intentar despertarla, o sacarla de ese estado alterado de conciencia.

—¡Laura, despierta, por favor! ¡Vamos, Laura! ¡Vuelve! —exclamó.

Por fin, ella parpadeó un par de veces, sus ojos volvieron a la normalidad, y miró todo a su alrededor con cierta confusión, como si en verdad acabara de despertarse.

—¿Thomas? —dijo. —¿Qué haces aquí? —preguntó.

—¡Casi me matas del susto! —exclamó él, apoyándole las manos en las mejillas. —Te levantaste, viniste aquí y empezaste a escribir como una loca. ¡Tenías los ojos en blanco!

—Tuve un sueño muy extraño... Era como el clásico sueño donde esa cosa negra me perseguía, pero había una mujer, esperándome.

—¿Rowenna?

—No, era distinta —aseguró ella—. Dijo que iba a ayudarme, me tomó de las manos, y entonces no recuerdo más nada.

Thomas sujetó el papel en sus manos, y leyó.

—En el punto donde los santos se inclinan hacia el norte. Donde el solsticio y el equinoccio se entrelazan. En donde las verdes vetas tocan la luz de la mañana.

—No tengo ni idea de lo que pueda ser. No sé por qué escribí eso, sinceramente.

—Creo que son coordenadas, o una suerte de pista. Será mejor que mañana a primera hora hablemos con el padre Michael, luego del desayuno.

—Me parece bien —convino ella. Un escalofrío le hizo estremecer, y se frotó los brazos—. Volvamos a la cama, me estoy congelando.

—Vamos —dijo Thomas, caminando junto a ella de nuevo al cuarto, con un brazo rodeándola por los hombros y con su mano libre sosteniendo el papel escrito.

Desde afuera, y aún a través de las cortinas echadas, la manifestación oscura y densa de Moloch los observaba, con sus brillantes ojos rojizos, sin moverse. En cuanto los hubo perdido de vista al doblar el recodo del pasillo, la entidad se desmaterializó en el aire como el humo de una vela.


*****


A la mañana siguiente el primero en despertar fue Thomas. En silencio, se levantó de la cama, se vistió y se dirigió a la cocina para preparar el desayuno. Sin embargo, a pesar de estar afanado en sus tareas, no cesaba de vigilar a Laura cada pocos minutos, volviendo al dormitorio para acercarse hasta la puerta y atisbar hacia adentro. Ella dormía plácidamente, y cuando la veía, no podía evitar sonreír. Dormía boca abajo, casi como si fuese una muñeca que hubieran dejado allí suavemente. Un mechón de cabello castaño le caía por el costado de la cara y encima del hombro destapado, y por un instante deseó que siempre fuera así, que el tiempo se congelara y se mantuviera de esa forma, como una hermosa reliquia envuelta en paz.

Durante la siguiente hora hizo varias cosas: sacó a Dinah al patio, preparó el café, programando la máquina para mantenerlo caliente dentro del repositorio, y luego se concentró en la masa de los panqueques. Estaba sacando el último de ellos de la panquequera caliente, cuando sintió como era abrazado por detrás. Miró de reojo por encima de su hombro derecho, y allí vio a Laura, depositándole un beso en la espalda.

—Tienes buen olfato para los desayunos —bromeó.

—Me has dejado dormir demasiado —Al decir aquello, Thomas volteó hacia el pequeño relojito de pared que había en una de las paredes de la cocina. Tenía razón, pensó, eran casi las nueve y veinte de la mañana—. Pero está bien, fue una noche ajetreada.

—Y no justamente por buenos motivos.

Ella sonrió, de forma cómplice.

—No, por desgracia no. Iré a cambiarme de ropa y peinarme un poco.

Thomas se giró hacia ella, mirándola de arriba abajo. Tenía una camiseta rosa de mangas largas, un pantalón de paño gris estilo jogging y las zapatillas deportivas, sin medias puestas. Dejó la espátula de teflón encima de la mesada y le acarició una mejilla.

—Quédate así, al menos hasta que vayamos a la capilla. Estás preciosa.

—No deberías consumir drogas a estas horas tan tempranas —bromeó ella, como para restarle importancia a las palabras. Lo cierto es que se había derretido por dentro—. Va, te ayudaré a poner la mesa.

Mientras que Thomas servía el desayuno, Laura sirvió el café en cada taza, llevó el azúcar a la mesa, la miel y la mantequilla. Pocos instantes después, ya estaban desayunando uno junto al otro, y luego de darle el primer bocado a los panqueques de vainilla, el preguntó:

—¿Crees que el sueño de anoche haya sido una especie de mensaje?

—Estoy segura.

—¿Por qué?

—Anoche cuando estábamos hablando sobre esto, dije que si alguno de esos supuestos ancestros me estaba escuchando, me gustaría muchísimo que me ayudara.

—Lo recuerdo, sí —confirmó él.

—Solo fue una forma de decir, pero al parecer, sí surtió efecto. En el sueño, esa mujer me decía que quería ayudarme —contó Laura—. Le pregunté su nombre, pero no quiso decírmelo, me dijo que sería capaz de descubrirlo después. Luego, cuando le tomé las manos, fue como si me hubiera ido muy muy lejos, disparada de un cañonazo... Es difícil de explicar.

—¿Te acuerdas como era la mujer?

—Sí, tenía pelo castaño, ondeado. Tenía un vestido largo, y me sonreía. Como si me conociera de toda la vida, me daba esa impresión.

—Uno de los videntes era un hombre, así que solo tenemos dos opciones posibles.

—Yo diría que tampoco podemos descartarlo —dijo Laura—. Quizá la mujer que se me apareció en el sueño solo estaba intentando ayudar, pero puedo descender de cualquiera de los tres.

—Buscar en el registro civil puede ser una tarea engorrosa, más aún teniendo en cuenta que posiblemente no haya registros desde una cierta fecha hacia atrás. Cuanto más al pasado nos remontemos, es más posible que no encontremos nada —suspiró él.

—En cualquier caso, nada perdemos con intentarlo. Luego que volvamos de hablar con Michael, me pondré en campaña de rastrear datos, podría usar tu computadora, pero va a ser más eficiente que trabajemos los dos en ello al mismo tiempo.

—Claro.

Luego de decir aquello, Thomas permaneció en silencio, con los ojos fijos en su panqueque a medio comer mientras masticaba con lentitud. Laura lo observó con detenimiento. En el poco tiempo que estaba compartiendo con él desde que había llegado al pueblo, había aprendido a conocerlo lo suficiente como para darse cuenta cuando estaba dándole vueltas a algo en su cabeza.

—¿En qué piensas? —preguntó.

—Nada, solo me quedé distraído.

—Vamos, dímelo —insistió ella. Él entonces suspiró, y dejó los cubiertos a un lado, sobre la mesa.

—Pienso en ti, Laura. Tienes una fortaleza brutal, y eres valiente, quizá la mujer más dura que he visto en mi vida. Eso me encanta, pero también me preocupa. Sé que vas a ir hasta el final con tal de dilucidar todo esto, y es admirable, pero si las cosas se llegan a complicar tanto que solo te queden dos opciones, huir o luchar, sé que vas a elegir lo segundo. Y no quiero perderte, no quiero que nada malo te pase. Te he visto en trance, he visto la marca que te ha hecho ese demonio, y en verdad temo por ti —hizo una pausa, y entonces agregó—. Tendrías que estar dentro mío para entenderlo, para verte a ti misma como yo te veo y comprender el miedo que me da perderte.

Laura sintió que se le detenía el corazón por un segundo. Entonces hizo una mueca graciosa, quizá para sacudirse la ternura de su interior.

—Míralo de esta forma —dijo—. Si algo me llegase a pasar, prometo que invadiré tu casa, solo para jalarte de los pies por las noches. Siempre me tendrás aquí.

Sin embargo, él no se rio.

—No, no digas eso. No bromees con esas cosas, estoy hablando en serio.

—No va a pasarme nada, vamos a encontrar una solución —Le respondió, estirando una mano sobre la mesa para sujetar la de Thomas, intentando brindarle un poco de seguridad.

Como si declarar aquello fuese una provocación al mal, una correntada de aire gélido los azotó. Fue casi como un susurro, como si una mano helada los atravesara por la espalda. Se miraron entre ellos, desconcertados, y con cierta desconfianza Thomas miró hacia el rincón de la sala, donde en el suelo estaba tirado el diario de Lady Rowenna.

El diario estaba abierto en una página en específico.

—Laura, eso no estaba así —dijo, señalando el libro—. Algo está pasando.

En ese momento, las bombillas de las lámparas en el techo estallaron. Ante la explosión, tanto Laura como Thomas atinaron a cubrirse la cabeza con las manos para evitar que los trocitos de cristal los lastimaran, al mismo tiempo que se apartaban corriendo de la mesa. En cuestión de segundos, la cabaña se sumió en la profunda penumbra. Sin embargo, esa oscuridad no era normal, no era la típica de todos los días en donde el cielo parecía estar constantemente nublado. Era densa, pesada, como si de repente la casa entera hubiera sido cubierta por una tela opaca e invisible. Casi enseguida de que las luces estallaran, un potente golpe sonó en las paredes. Dinah se alteró, ladrando en todas direcciones, mientras Laura dio un grito de absoluto pánico.

—¡Dios mío! —exclamó. —¿Qué está pasando?

Sin dar crédito a lo que veían, de la pared de madera frente a ellos comenzaron a asomar dos manos, luego dos brazos, y por último el tórax negro y esquelético de aquel ser que tantas veces había perseguido a Laura. La perra lo vio, y dejó de ladrar furiosamente para lloriquear, replegándose sobre sus patas traseras y orinándose en un rincón. La criatura los vio, alargo su mandíbula inferior de una forma tan antinatural que hasta daba impresión, y dando una especie de gruñido ronco, arremetió contra ellos al mismo tiempo que toda la casa se impregnaba de un olor azufrado y horrendo.

—¡Corre, corre! —ordenó, tomando de la mano a Laura y obligándola a moverse. En cuanto se giraron rumbo al dormitorio, donde Thomas recordaba haber dejado la medalla de San Benito, aquel demonio se materializó frente a ellos en una fracción de segundo.

Todo sucedió muy rápido entonces. La criatura tomó por el cuello a Thomas y lo elevó en el aire estampándolo contra el techo. Laura gritó aterrada en cuanto vio como era lanzado hacia un rincón, después, y sin detenerse un segundo volvió a emprender la huida hacia la habitación. Sin embargo, el demonio apartó su atención de Thomas, y volteándose hacia ella, se deslizó a su persecución. Con el cuerpo adolorido por los golpes, vio desde su sitio como aquella entidad no parecía caminar, sino que sus piernas tomaban la forma de una enorme serpiente y reptaba por el suelo a una velocidad desmesurada. A la distancia, oyó claramente el grito de Laura y un portazo. Seguramente aquella cosa le había trancado la puerta, y si no se movía rápido, entonces la mujer de la que estaba perdidamente enamorado no sobreviviría mucho más tiempo, pensó.

Haciendo un esfuerzo, se puso de pie tan rápido como pudo y corrió hacia el escritorio de trabajo, donde encima de unos libros había dejado las dos ampolletas de agua bendita, que Michael le había cedido el día anterior. Allí lo vio, con claridad. Estaba de pie en el principio del pasillo, mientras sus brazos desproporcionadamente largos se estiraban hacia Laura, tirada en un rincón del suelo gritando desesperada, y su presencia era tan imponente que parecía absorber todo el espacio a su alrededor, incluso encorvándose contra el techo. Se hacía poderoso, alimentándose del caos y la desesperación, eso era evidente porque cada vez era más grande.

—¡Apártate de ella, te lo ordeno en el nombre de Jesús! —exclamó.

El demonio se giró en el preciso momento en que Thomas le arrojaba una de las ampolletas de agua directamente al cuerpo, pero se desapareció al instante, por lo que no le impactó. Eso era un problema, ya que solo tenía un intento más, la última ampolleta en su mano izquierda. El frasquito se cayó al suelo y se rompió con un crashido corto, y entonces la bestia volvió a aparecer, pero esta vez junto a Thomas.

—¡No, por favor! —gritó Laura, temiendo lo peor.

El demonio lo sujetó por la nuca y lo estampó tan fuerte contra la pared de madera, que por poco no lo hace perder el conocimiento. Solo pudo ver un destello blanco en cuanto la boca, su nariz y el ojo derecho impactaron de lleno, y al instante, el gusto a sangre en su paladar, producto de haberse mordido la lengua. El atontamiento del golpe lo sacudió, pero en cuanto se giró de cara a la criatura, este le puso una garra en el pecho y presionó contra él y la pared buscando romperle las costillas. La presión era tal que Thomas parecía sentir como si una rueda de camión le estuviese pasando por encima, y gritó con desesperación creyendo que moriría allí mismo, pero quizá debido al impulso de adrenalina o la propia supervivencia, le golpeó de lleno con la segunda ampolleta de agua bendita directamente en el costado de aquella cabeza, que no era más que una gran forma oscura e inhumanamente larga.

El frasco se rompió en su mano y la criatura chilló, dañada. Se desvaneció como el humo de una hoguera al extinguirse, tan solo un vapor negro que al desmaterializarse se fundió con el suelo, perdiéndose en los abismos. Thomas cayó al suelo luchando por respirar, con la sangre que se escurría por su barbilla y el cuello, su mano izquierda y partes de su brazo también sangraban, con varias esquirlas de vidrio incrustadas en la carne. Laura corrió hacia él y abalanzándose a su lado, le tomó el rostro con las manos, temblando casi sin control.

—¡Thomas, por Dios! ¡Dime que estás bien, dime algo! ¡Dios mío! —exclamó, con desesperación. Él tosió unas cuantas veces, recuperando el oxígeno, y al girar de costado un poco de sangre se le cayó de la boca.

—Sí, sí... estoy bien —respondió, jadeando.

Laura lo ayudó a ponerse de pie, y entonces lo dirigió al baño, abriéndole el grifo del lavamanos. Thomas juntó agua en su mano sana y se mojó la cara, le dolía muchísimo el ojo y la nariz le palpitaba, no creía que se la hubiera roto pero no podía negar que le dolía como los mil demonios. Se limpió la sangre lo mejor que pudo, se enjuagó la boca y escupió. La lengua también le dolía, y solo luego de unos cuantos buches pudo detener el sangrado. Por último, metió la mano izquierda bajo el grifo, dando un quejido de dolor. Su muñeca y la palma de la mano tenían trozos de cristal en los cortes, que no dejaban de sangrar. Uno de ellos incluso había estado peligrosamente cerca de la vena principal, tal y como pensó Laura.

—¿Tienes una pinza de cejas? —Le preguntó, con la voz temblorosa.

—¿Crees que sea alguien que se depila a menudo? Claro que no tengo, soy hombre —dijo, con una mueca burlona aún a pesar del dolor—. Tengo un alicate de punta fina en el tercer cajón de la mesada, hacia abajo. Guardo ahí algunos destornilladores y tonterías, búscalo.

Laura entonces corrió hacia la cocina, mientras Thomas esperaba con la mano bajo el grifo. Volvió pocos segundos después con el alicate de mango amarillo y punta fina, quizá para enhebrar cables eléctricos, y entonces le sujetó el brazo.

—Bueno, voy a quitarte los vidrios. Quizá vaya a dolerte un poco —dijo.

—Lo sé, adelante.

Uno a uno, Laura comenzó a retirar los fragmentos de cristal de las heridas abiertas, mientras Thomas apretaba los dientes en silencio y la sangre le goteaba por los dedos. Cuando por fin hubo retirado el último de ellos, rebuscó en el botiquín de primeros auxilios y le colocó varios trocitos de algodón con cinta quirúrgica encima de los cortes. Por último, tomó un rollo de gasa blanca y le envolvió la mano y parte de la muñeca, apretando para evitar que continuara sangrando. Una vez curado, Thomas resopló.

—¿Mejor? —Le preguntó ella, mirándolo preocupada. Su ojo derecho estaba comenzando a hincharse, con un color levemente violáceo cerca del pómulo que sospechó iría en aumento con el correr de las horas.

—Sí, gracias. ¿Tú estás bien? ¿Te hizo daño?

Ella lo miró con los ojos llorosos. Quien estaba en peores condiciones era él, pero al mismo tiempo tampoco dejaba de preocuparse por ella. En un impulso, lo abrazó estrechándolo tanto contra sí como podía.

—No, no me hizo nada. Tú no le diste tiempo —dijo, cerrando los ojos y recordando como esa criatura lo golpeaba con brutalidad—. Ven, vamos a sentarnos un momento, te prepararé una bolsa con hielo.

Con suavidad, condujo a Thomas de la mano hasta los sillones del living, y una vez hecho esto, se dirigió a la cocina para tomar hielo del freezer y poner varios cubos en una bolsa de plástico, de las que al parecer se solían conseguir en el minimarket del pueblo. Volvió al living sentándose a su lado, apoyándole la bolsa de hielo en el ojo hinchado. Thomas hizo una mueca, y entonces se la sostuvo por su cuenta, sonriendo mientras asentía.

—Esa cosa se está tornando cada vez más peligrosa, tenemos que actuar rápido o nos quedaremos sin tiempo.

—Eso parece —consintió ella. Se enjugó los ojos con las manos y entonces suspiro, apenada y temerosa—. Tengo un pánico atroz, y todo es culpa de esto.

Sus ojos se desviaron hacia el diario de Lady Rowenna, que aún continuaba tirado en un rincón, abierto por la mitad. Lo levanto del suelo, releyó por encima lo que decía, y el texto marcaba como aquella entidad atacaría a quien se pusiera en su camino, bajo sus órdenes y dirigido por ella aunque estuviese viva o muerta. Lo cerró con un golpe y lo dejó encima de la mesa, con descuido.

—Quizá deberíamos llevarle el diario al padre Michael, el sabrá qué hacer con el —opinó Thomas. Laura esbozo una sonrisa maquiavélica, al mismo tiempo que se encogía de hombros.

—Yo sí sé qué hacer con él. Lo meteré en la estufa, y que arda de una puta vez.

—Pero aquí no, que se encargue el padre Michael. Él tiene mejores formas de hacer las cosas, quizá pueda —Thomas hizo comillas con la mano sana— limpiarlo de alguna manera, antes de prenderle fuego.

—Sí, supongo que tienes razón —consintió ella. Se recostó encima del sillón, encogiendo las piernas y apoyando su cabeza en las piernas de Thomas, y entonces lo miró—. Gracias por estar conmigo, en verdad.

La miró con una sonrisa, y mientras que con su mano vendada sostenía la bolsa de hielo, con la otra le acarició la frente, bordeando todo su rostro hasta la mejilla. Y entonces lo que dijo fue totalmente involuntario, como si hubiera perdido todo el control de su boca y los sentimientos hubiesen tomado las riendas de ello.

—Lo estoy porque en verdad me importas, Laura —dijo—. Y te quiero.

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