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2

A la mañana siguiente, la primera en despertar fue Laura. Thomas aún continuaba durmiendo, abrazado a ella, rodeándola por la espalda. Se giró de cara a él, y al sentir el movimiento, Thomas se colocó boca arriba, pero no se despertó. Laura le apoyó una mano en el pecho y lo miró, complacida. Había sido un caballero con ella, delicado y atento, y le había hecho disfrutar de formas que no había experimentado con otro hombre, principalmente con el buen uso de su boca. Pero por sobre todo, lo que más le importaba era el hecho de que no se había sentido incomoda compartiendo con alguien una cama, y su intimidad, luego de tanto tiempo sola.

Cerró los ojos dejándose arrullar por la tibieza de las mantas y el cuerpo de Thomas junto al suyo, hasta que casi una hora y media después, él despertó. Al sentir que se movía, ella también abrió los ojos, y al verla, le regaló una de sus tantas sonrisas diarias.

—Buenos días —murmuró.

—Hola —sonrió ella, a su vez.

—¿Has dormido bien? —preguntó. Laura hizo un gesto con las cejas.

—De maravilla, ¿y tú?

—Hacía muchos años que no dormía tan bien —respondió. Se giró hacia Laura, y le depositó un corto beso en los labios. Luego le acarició una mejilla con el pulgar—. ¿A qué se debió lo de anoche?

—No lo sé. Solo me dejé llevar.

—¿Y te ha gustado? ¿Te sientes conforme con ello?

Lo miró con una sonrisa tonta, y fue ella quien lo besó esta vez.

—Sabes que sí. ¿No se notó?

—Mucho más de lo que crees. Pero nunca está demás preguntarlo.

—Gracias por preocuparte por mí. Iré a darme una ducha rápida, ¿vienes? —Le preguntó. Se sentía pegoteada en algunas zonas del cuerpo, ya que Thomas había acabado afuera, y le urgía un buen baño.

—Iré después de ti, voy a preparar el desayuno de mientras.

—De acuerdo —consintió, apartando las mantas de su lado.

Caminó desnuda hacia el dormitorio de Thomas, donde tenía su equipaje, para tomar ropa limpia con la cual vestirse, y al volver de nuevo a rango de visión de Thomas, rumbo al baño, este habló.

—Laura.

—¿Sí? —preguntó. Él la admiró absorto, su largo cabello castaño y ondeado caía por detrás de la espalda, realzando la blancura de su piel. Todo parecía estar en perfecta sincronía en su figura, desde la cabeza a los pies. Ya la había observado cuando se marchaba hacia el dormitorio, deleitándose con el movimiento de sus nalgas en cada paso, pero no le cabía la mínima duda, las curvas de su cuerpo eran igual de cautivantes tanto de frente como de espalda.

—Eres hermosa —dijo—. La mujer más bella que he tenido la suerte de conocer.

Lo miró con los ojos llenitos de ensueño, y esbozo la sonrisa más genuina que había hecho jamás, conmovida por aquello. Lo cierto era que siempre había deseado que alguien la mirase como la había mirado Thomas en aquel momento, y sintió tantas emociones diferentes en aquel instante que sencillamente no supo que responder, por lo que se giró sobre sus pies y se metió al baño, con la ropa bajo el brazo. Thomas se estiró cuan ancho era el colchón, desperezándose, y en cuanto sintió el ruido del agua en la ducha, se puso en pie para buscar su ropa interior y sus pantalones. Una vez vestido, se tomó sus buenos quince minutos en preparar un desayuno bastante cargado para recuperar energías, ya que bien sabía que el día sería muy largo, y justo cuando acababa de fritar el segundo huevo, Laura salía del baño.

—Que buen aroma tiene eso —comentó, tras su espalda. Él la miró, y sonrió.

—Iré a ducharme, solo queda servir el café —dijo.

—Ve, yo me encargo.

Al pasar por su lado, Thomas le apoyó una mano en la cintura y le dio un beso rápido en la mejilla. El gesto fue tímido, como si tuviera el temor de que pudiese considerarlo un tipo demasiado intenso para ella, o quizá podría pensar que ya se había enamorado. Sin embargo, de lo último era de lo que tenía más dudas. ¿Probablemente se estaba enamorando? Estaba casi seguro a que sí. Se conocía, sabía que si así no lo fuese, el sexo con ella hubiera sido distinto, no la hubiera besado de cierta manera, o no se hubiera sentido el tipo más suertudo del mundo al abrazarla. Por lo demás, hacia tanto tiempo que vivía solo, en aquel pueblo apartado de todo, que para cuando tenía la oportunidad de volcar sentimientos en alguien, entonces lo aprovecharía al máximo. Por su parte Laura no decía nada, pero también le agradaba eso y al mismo tiempo le pasaba algo similar: hacia tanto tiempo que estaba sola por propia elección, que sentirse realmente querida le cautivaba muchísimo.

Para cuando Thomas salió de la ducha, Laura ya tenía la mesa servida, las tazas de café, y los platos con las creps con huevo y jamón, todo bien distribuido. Se sentó a su lado, y le agregó azúcar a su café, revolviendo.

—¿Aún estás segura de querer ir a la mansión? —Le preguntó, mientras cortaba un trozo de crep.

—Me da pavor pensar en entrar ahí, pero no tenemos más opciones, ni registros eclesiásticos donde leer.

—Ya, ojalá podamos encontrar algo ahí, y no entremos por nada...

—A mí me preocupa otra cosa —objeto ella, pensativa—. Dos cosas, en realidad.

—Dime.

—Primero que nada, la policía. Y segundo, el hecho de que los episodios de —Laura se encogió de hombros al decir aquello— videncia o... no sé, lo que sea, se vuelvan a repetir y sean cada vez más intensos.

—Bueno, con respecto a la policía, como te dije antes, tú no has hecho nada, y testificaré a tu favor tanto como sea necesario. No están tus huellas en la escena del crimen, probablemente ni siquiera haya huellas de nada, si es que lo mató esa cosa oscura que te persigue. Con lo otro... ¿te preocupa tener visiones de cosas pasadas?

—Claro que sí. Ni siquiera sé porque tengo esto, o como lo desarrollo, o porque luego de tantos años vuelve a aparecer. Fui tachada poco menos que como un fenómeno cuando predije la enfermedad del padre de mi amiga, y para mi tan solo era un juego, éramos niñas... ¿Qué pasa si ahora ocurre otra vez? ¿Qué tal si estoy en peligro justamente por tener esta especie de don, o lo que sea? O incluso te digo más, ¿Qué vas a pensar de mí, si adivino algo sobre tu propia vida?

Thomas dejó los cubiertos a un lado, para apoyarle una mano encima de la muñeca izquierda. Ella lo miró con aprehensión, y él notó al instante el grado de temor que nublaba sus ojos grandes y verdes.

—Si estás en peligro por este don, o incluso por qué lo tienes, quizá lo podamos averiguar aquí. Con respecto a mí, no debes preocuparte —aseguró—. No te olvides que yo escribo sobre estas cosas desde mucho antes de conocerte, tengo elementos de protección, amuletos, fotos de ovnis colgadas de mi pared, soy un puto friki si lo quieres ver de alguna manera graciosa. ¿Crees que voy a salir corriendo con el rabo entre las patas si un día ves algo sobre mi pasado o mi futuro? Eres especial, Laura. Y no eres especial solo porque me has dado el mejor sexo de mis últimos diez años, eres especial porque eres tú. Y porque estás aquí, conmigo.

Como toda respuesta, Laura comenzó a reírse al mismo tiempo que lo miraba con ternura. Él la miró extrañado, levantando una ceja.

—¿Te ríes de mis sentimientos? —preguntó, simulando enojo.

—Para nada, me rio de que has dicho puto. Ahora empiezas a insultar de a ratos, como yo. Todos los días su imagen de hombre serio se cae un poquito más abajo, señor Thomas —bromeó.

—Consecuencias de involucrarme con usted, señorita Laura —respondió, riéndose a la par. En aquel momento, las risas se cortaron, ya que alguien llamó a la puerta tres veces. Ambos miraron en su dirección, y Dinah ladró.

Thomas se puso de pie, caminó hacia la puerta y observó por la mirilla. Entonces abrió, con confianza. Tras el umbral de la puerta había dos oficiales uniformados, y Laura sintió que las mejillas le hervían, al mismo tiempo que un leve hormigueo comenzaba a recorrer sus extremidades. A la espalda de los agentes, pudo ver un coche patrulla y un furgón del equipo forense, estacionados.

—Buenos días, ¿usted es el señor Anderson? —preguntó uno de los oficiales.

—Sí, soy yo.

—Soy el agente Calson, mi compañero es el agente Westmont —Se presentó, estrechándole la mano. Thomas entonces saludó a ambos de la misma forma—. ¿Podría indicarnos donde está la escena del crimen?

—Claro, enseguida —se giró hacia Laura, y preguntó: —. ¿Quieres quedarte aquí?

—No, voy contigo —respondió, poniéndose de pie y limpiándose los labios con una servilleta de forma apresurada. Thomas entonces recogió las llaves de la cabaña del portallaves colgado en la pared, se puso una chaqueta al igual que Laura, ya que la mañana estaba más fría de lo normal, y una vez fuera cerró la puerta tras de sí.

—Es en la posada del pueblo, a unas calles de aquí —dijo Thomas.

—Suban —indicoó uno de los agentes, señalando la puerta trasera de la patrulla.

Subieron al vehículo, y en cuanto emprendieron la marcha bajo las indicaciones de Thomas, Laura no pudo evitar notar lo incomodo de toda aquella situación. El espacio dentro de la patrulla era pequeño, la mampara protectora cubría gran parte del vehículo tras los asientos traseros de los oficiales, y el asiento era de plástico, sin tapete. Como un tic de ansiedad, comenzó a mover su pierna derecha arriba y abajo de forma rápida, y Thomas, al darse cuenta de ello, le apoyó una mano encima, para tranquilizarla. Laura se la sujetó, y la apretó ligeramente, resoplando por la nariz.

—Allí es —dijo Thomas en cuanto llegaron a la posada, momentos después. La patrulla, seguida por el furgón cerrado, se estacionó a un lado, bajo la mirada curiosa de algunos vecinos asombrados. Al descender del vehículo, y mientras los agentes del furgón preparaban la camilla y la bolsa para el cuerpo, le apoyó una mano en el hombro a Laura y la miró —. Espérame aquí.

—De acuerdo —consintió.

—Vengan por aquí —Les indicó, a los oficiales.

Entraron al recibidor principal de la posada. Todo estaba en silencio, quieto, inalterable. Sin embargo, en cuanto abrieron la puerta, el hedor a descomposición fue como una bofetada a los sentidos. Thomas sintió que el café se revolvía en su estómago de forma peligrosa, y tuvo que llevarse una mano a la nariz para contener las ganas de vomitar. Los oficiales, sin embargo, más que nada los del cuerpo forense, parecían no tener olfato o estar demasiado acostumbrados a ello, porque ni siquiera se inmutaron.

—Es allí, tras esa habitación esta la residencia particular —señaló.

Los agentes entraron primero, luego los forenses arrastrando la camilla de metal, y por último, Thomas. Con un gesto, les señaló a la puerta del dormitorio, y cuando encendieron la luz luego de entrar, la escena que vio fue completamente dantesca. El cuerpo de Oliver, hinchado y ennegrecido, ya comenzaba a supurar líquidos propios de la descomposición mortuoria. En el colchón hundido y manchado por la podredumbre, hervían miles de gusanos blancos que se movían de forma pulsante, devorando tanto como podían. Sin embargo, lo peor no era eso, sino el hecho de notar que alrededor de la cama había un montón de sangre reseca, ya coagulada y polvorienta. El rostro de Oliver no existía, tan solo una oquedad en su cráneo, devorado hasta los huesos mismos.

—Cielo santo... —murmuró uno de los oficiales. —Parece que lleva como una semana muerto, o quizá más. Algo le comió la cara.

—Eso no puede ser, apenas murió hace un par de días —dijo Thomas, cubriéndose la boca y la nariz con las manos. No podía aguantar más tiempo ahí dentro, por lo que se giró con rapidez—. Me voy afuera.

Laura lo vio salir casi corriendo hasta la acera, y una vez allí, se quitó la mano de la cara para respirar una honda bocanada de aire fresco. Tenía los ojos llorosos y la frente perlada de sudor, aún a pesar del frío.

—¿Estás bien? —Le preguntó. —Desde aquí se siente el tufo, es horrible.

—Créeme que no es peor a lo que vi.

—¿Qué?

—Lleva descomposición de una semana, o quizá más, a pesar de que hace no más de dos días que murió. ¿Te recuerda a algo?

Laura asintió con la cabeza.

—Lo mismo pasó con un grupo de sacerdotes, los que enfrentaron a esa cosa negra, recuerdo cuando lo leímos —respondió.

—Tenía el rostro devorado, Laura. No había cara, tan solo un hueco, como si lo hubieran roído.

—¿Ratas?

—Las ratas no comen huesos, eso tuvo que haber sido algo más —dijo él. Laura resopló, al mismo tiempo que se rascaba la nuca.

—Estamos jodidos, cielo santo... —murmuró.

Los agentes asomaron desde el recibidor principal hasta la acera, donde estaban ellos. Ambos los miraron, entonces, atentos.

—Se va a llevar el cuerpo para su posterior análisis, como comprenderán, ya que esto es claramente un homicidio. Necesitamos hacerle algunas preguntas, señor Anderson, si fuese tan amable —dijo Calson.

—Claro, no tengo problema.

—¿Cuándo fue la última vez que vio al occiso?

—Cuando vine a buscar a Laura, la mañana en la que murió, el mismo día que los contacté a ustedes. Él me recibió, fue a despertarla a ella, y luego se metió a su casa. Era un hombre de pocas palabras.

Los agentes miraron entonces a Laura.

—¿Usted estaba alojándose aquí, cuando el asesinato ocurrió? —preguntó el oficial Westmont.

—Así es, señor.

Calson fue hasta la patrulla, revisó en la guantera y sacó una tablet digital para ingresar datos.

—Dígame su nombre completo y su número de identidad, por favor.

—Laura Elizabeth Brennet, mi número es ocho cinco cinco, tres uno nueve cuatro, seis seis uno —hizo una pausa, y añadió—: ¿Estoy arrestada?

—No, señorita. Solo queremos confirmar que no tenga antecedentes penales o una orden de captura, en cualquier caso, es probable que sea sujeta a una investigación posterior, para tomar declaración y algunas pericias más. Usted fue la última persona que vio al muerto con vida.

—Agente, disculpe —intervino Thomas—. Si vamos al caso, yo fui quien vio a Oliver con vida por última vez. Como le dije, vine a buscar a Laura a la posada, por la mañana. Oliver me recibió, la fue a llamar a su habitación y luego se metió a su domicilio particular. Luego ella salió al recibidor donde yo la estaba esperando, nos fuimos, y como una hora u hora y media después volvimos aquí para recoger su equipaje. Ella ya se iba, así que iba a ayudarla a empacar.

—¿Y qué pasó después?

—Llamamos a Oliver, pero no nos recibía. Todo estaba oscuro, siempre fue un hombre ahorrador con la electricidad, pero sospechaba que algo andaba mal, por lo que entré a buscarle. Fui yo quien lo encontró muerto en su habitación —aseguró.

—¿Tocó algo de la escena del crimen?

—No, solo la puerta, supongo. Luego nos fuimos, intentamos llamar a la policía con nuestros teléfonos, pero no teníamos cobertura, por eso los contacté por internet.

Calson volvió a digitar otra entrada en la tablet de informes.

—Bien, dígame su nombre completo y su número de identificación, por favor.

—Thomas Luke Anderson, uno nueve nueve, cuatro siete cuatro, dos dos siete.

—Los mantendremos informados en cualquier caso de que necesitemos comparar huellas digitales o algún otro tipo de información —dijo el oficial. Laura vio como los forenses salían de la posada con un bulto encima de la camilla, dentro de una bolsa con cierre, y creyó que iba a desmayarse ahí mismo. Nunca antes había visto un cadáver tan de cerca, y mucho menos en una situación tan tensa como aquella. Sin embargo, mantuvo la compostura lo mejor posible—. No salgan del estado, si lo hacen, serán considerados como sospechosos primarios.

—Lo entendemos, gracias oficiales. ¿Podemos retirarnos? —preguntó Thomas.

—Claro, nosotros cerraremos el perímetro, y nos iremos.

Thomas se giró, alejándose del sitio seguido de Laura. La única que se volteó a mirar fue ella, en el preciso momento en que el segundo oficial ponía una cinta amarilla frente a la puerta cerrada de la posada. Le asombraba en lo más profundo de su ser que a pesar de que algunos vecinos curioseaban desde los patios de sus cabañas, nadie se acercaba a preguntarle a los agentes que había pasado. Era como si la muerte de Oliver —porque sabía que se trataban de él, sin ninguna duda— les hubiera sido indiferente a todos. O tal vez, ya estaban demasiado acostumbrados a ello. Esto último fue como una repentina idea, que cruzó por su mente como una centella, como si tuviera la completa seguridad de que así era, mientras que un escalofrío le recorrió la espalda, haciéndola estremecer.

—¿Estás bien? —preguntó él.

—Sí, solo que todo esto es... una situación de mierda.

—Lo sé.

Laura notó que Thomas giraba a la izquierda por una calle aledaña, desviándose del rumbo hacia su cabaña.

—¿Adónde vamos? —preguntó.

—Con el padre Michael, cuanto antes salgamos de este mal trago, tanto mejor.

—¿Ya vamos a meternos a la mansión? Vaya, creí que íbamos a ir más sobre la tarde.

—¿Para qué nos pille la noche? Ya me jodería...

Hubo un breve momento de silencio, hasta que Laura preguntó:

—¿Qué crees que nos encontraremos al llegar allí?

—¿En mi opinión? Ruinas, muchos muebles finos, abandonados a su suerte y comidos por las termitas. Y una vibra muy pesada, eso sin duda. Solo espero que no te afecte, eso me preocupa.

—Y a mí también...

De repente, la puerta de una cabaña se abrió. De su interior, una mujer de al menos setenta o setenta y cinco años asomó, corriendo tanto como su bastón y su espalda jorobada le permitían. Vestía enteramente de negro, como todos los habitantes del pueblo, y el largo cabello encanecido le caía por los costados del rostro y parte de la frente.

—¡Tú, maldita, mil veces maldita! —gritó, avanzando hacia Laura. —¡Vendrá a buscarnos, a todos, por tu culpa! ¡Nunca tenías que haber venido, nunca! ¡Nunca! ¡Nunca!

Laura sintió que se paralizaba del miedo, mientras que Thomas miraba a la anciana casi boquiabierto. Salió a la acera y entonces continuó avanzando hacia ellos, amenazante. Al tenerla cada vez más cerca, Laura pudo ver un detalle inquietante: la anciana estaba ciega por completo. Sin embargo, sus ojos emblanquecidos parecían verla directamente, de una forma que no podía comprender.

—Doña Meister, cálmese, está asustando a mi amiga —dijo Thomas, intercediendo. Sin embargo, la vieja decidió ignorarlo.

—¡La traes por sangre, por sangre te ha marcado y por sangre te perseguirá! Te ha olfateado como un animal rastrero, y ahora Rowenna ha despertado de su letargo. ¡Purifica el espejo, bruja! ¡Purifícalo! ¡Termina el trabajo que comenzaste y deja a Bellhaven en paz! —Le gritó. —¡Tu culpa, tu maldita culpa! ¡Zorra, bruja! ¡Nunca tuvimos que aceptar que vinieras a ayudarnos! ¡Maldita mil veces!

Levantó el bastón como si fuera un martillo, dispuesto a blandir el mango contra Laura, pero él la rodeó por los hombros y la apartó, corriendo para continuar su camino.

—¡Vámonos de aquí! —exclamó. Laura temblaba como una gelatina, y al mirar por encima del hombro, vio como la anciana seguía parada en el medio de la calle, vociferando maldiciones en su contra y llamándola "Bruja maldita" constantemente.

—¿Qué fue esa mierda? —preguntó, con la voz quebrada.

—No le hagas caso, doña Meister viene batallando con una demencia senil bastante aguda desde hace unos años, lo cual sumado a su ceguera, no hacen la mejor combinación. Lo importante es que no te hizo daño, creí que te daría un bastonazo si no me ponía por delante.

—¡Pero me conocía, Thomas! Sabe lo que estamos haciendo, y encima parecía mirarme. No entiendo...

—¿Te conocía porque te llamo bruja y habló de Lady Rowenna? Todos los ancianos aquí hablan de eso, no podemos darle más importancia de la que se merece hasta no investigar un poco más.

—Ya, ¿y qué me dices acerca de que parecía mirarme? ¿Eso también es psicosis de mi parte? —preguntó, desafiándolo. Tenía razón, no iba a negarlo. Bajó la mirada y negó con la cabeza, resoplando por la nariz.

—Eso si que no puedo entenderlo... —dijo.

Como para darle un poco más de confianza, Thomas la estrechó contra sí al mismo tiempo que le acariciaba el hombro. Laura le rodeó la cintura con su brazo libre pero bajó la mirada al suelo, preocupada, sintiendo que había algo más de trasfondo con todo eso. Había algo en la mirada —si se le podía decir de alguna forma— de esa señora que no le había gustado en lo más mínimo, sobre todo porque sabía parecer perfectamente de lo que hablaba. O lo que era aún peor, parecía conocer el motivo por el cual Laura estaba allí, en Bellhaven.



*****



Al llegar a la capilla, Thomas volvió a llamar golpeando con los nudillos en la puerta de madera, y momentos después, Michael abrió. No llevaba sotana, para su sorpresa, sino que iba de camisa, pantalón y zapatos. La camisa blanca remangada hasta los codos, como si estuviera trabajando en algo, y Laura no pudo evitar notar que en el antebrazo derecho tenía un tatuaje, un as de picas con la frase "Born to lose, live to win".

—Buenos días —saludó—. ¿Leyeron algo? Veo que no traen el registro que les presté.

—No, lo siento, padre Michael. Venimos de la posada de Oliver, la policía ya se ha llevado su cuerpo, y queríamos venir directamente. Cuanto antes nos ocupemos de esto, mejor —dijo Thomas.

—Pasen —indicó, haciéndose a un lado para que entraran. Las velas de la capilla estaban apagadas aún, y en uno de los bancos de última fila, había una pila de himnarios, los cuales Michael estaba acomodando debidamente cuando llamaron a su puerta.

—Padre Michael, ¿puedo preguntar algo? —dijo Laura.

—Adelante, dime. Vamos a tener bastante tiempo para compartir juntos de aquí en más, así que si pueden tutearme, se los agradecería. Todavía no estoy tan viejo como para que me traten de señor constantemente.

—¿Les has contado a alguien acerca de mí? ¿El motivo por el cual estoy aquí?

—No, claro que no. ¿Por qué?

—Doña Meister casi la ataca —intervino Thomas—. Salió de su casa gritando como una loca, dispuesta a emprenderla a bastonazos contra Laura. La llamó bruja, y un montón de cosas más.

—Habló de que despertó de su letargo por mí, porque me había marcado con sangre. ¿Tienes alguna idea con respecto a eso? —inquirió ella.

Michael asintió con la cabeza lentamente.

—Hay rumores de que antes de desaparecer, además de maldecir al pueblo, Lady Rowenna maldijo la sangre de las brujas que la traicionaron, y también de los videntes que vinieron a purificar el pueblo. Sin embargo, solo son eso, rumores. No hay ningún registro acerca de esto que estoy diciendo, así que todo es una teoría —hizo una pausa, y agregó—. Doña Meister es una señora perturbada, y que además conoce las historias. No me asombra que haya enlazado una cosa con otra, justo tú pasabas por ahí y bueno... mal momento para cruzarte por su calle, supongo.

—Sí, parece que sí —convino ella. Sin embargo, sabía que había algo más de fondo, casi que podía sentirlo.

—Si vamos a meternos a la mansión, necesitaremos palas, para excavar la tumba correcta y hallar el pasadizo. Y también protección —dijo Thomas, cambiando de tema.

—Anoche he puesto a preparar algunas cosas. Vengan.

Michael los condujo hacia el altar de ceremonias litúrgicas, y al subir al estrado, Laura miró hacia los bancos vacíos de la capilla. En el último de todos, pudo ver por una fracción de segundo a una mujer joven, de largo cabello castaño y cubierta completamente por un vestido beige, que la miraba con una sonrisa. Al instante su sangre se congeló en sus venas, y abrió la boca para hablar, pero de un momento al otro aquella mujer desapareció de su vista. Thomas la miró, y frunció el semblante, asombrado.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Nada, creí ver algo...

—¿Qué? —preguntó el padre Michael, esta vez.

—Una mujer, allí —dijo, señalando con el índice—. Me miraba y me sonreía.

—¿Lady Rowenna?

Laura miró a Thomas, antes de responder.

—La reconocería si fuera ella, la he visto en mis sueños. Esta era diferente, estaba vestida con colores claros.

—¿Estás bien? —volvió a preguntar él. Laura asintió con la cabeza, comenzaba a dolerle otra vez.

—Sí, supongo que sí. Solo terminemos con esto de una vez.

Michael entonces comenzó a sacar algunas cosas que tenía a mano, bajo el púlpito, y las mostró.

—Ampolletas de agua bendita, al menos dos para cada uno —dijo, comenzando a enumerar—. Oleo de unción, para antes de entrar. Una cruz de consagración y el sello de Salomón. ¿Tienen bolsillos?

—Sí —asintió Thomas.

—Bien, tomen dos ampolletas cada uno, yo llevaré lo demás. En el ático hay palas y también linternas a batería. Las traeré enseguida.

Luego de tomar cada cosa, Michael bajó del estrado y se metió a la puerta con el rótulo de privado. Una vez a solas, Thomas miró a Laura, y le habló casi en susurros.

—Esa mujer que viste, ¿te dio miedo?

—Al principio sí, pero luego noté como que estaba... —buscó la palabra más acorde a la emoción que había experimentado, y luego continuó. —Satisfecha, supongo. Como cuando ves a un hijo dar sus primeros pasos.

—¿Crees que sería el espíritu de la esposa de Michael?

—No lo sé... tendría sentido, por eso de que lo quería ver en acción contra este mal —Laura dio un suspiro, y bajó la mirada al suelo—. Esto se está tornando cada vez más difícil.

Thomas entonces le acarició el cabello y le besó la frente.

—Podrás con esto —respondió—. Podremos.

Momentos después, Michael volvió a aparecer en el salón principal de la capilla. Llevaba dos palas al hombro y dos linternas asomaban del bolsillo trasero de su pantalón, la tercera la llevaba en la mano.

—Vámonos —indicó.

Salieron de la capilla atravesando toda la propiedad privada que oficiaba de casa, rumbo al patio trasero. Michael se tomó un momento para comprobar que la puerta estuviera bien cerrada con llave y luego se dirigieron al cementerio, rodeado por verjas oxidadas y tumbas cubiertas de yuyos.

—Teníamos que buscar una tumba sin nombre, hasta donde recuerdo —dijo Thomas. Michael asintió.

—Así es. Hay dos tumbas así, pero solo una es la correcta, asumo. Así que tendremos que excavar una cada uno.

—¿Por qué dos? —preguntó Laura.

—Para despistar —Michael señaló una lápida, con su cruz torcida y casi quebrada—. Una está allí, junto al fresno. La otra está cerca de aquí.

—Yo iré a la de allá —consintió Thomas. El padre Michael le extendió una de las palas, y continuó caminando en búsqueda de la segunda tumba, apartando hierbas y yuyos de sus nombres, para ver con claridad.

Laura decidió seguir a Thomas, quien al llegar a la tumba, comprobó que no tenía ningún nombre grabado, solamente era una losa de granito pulido, nada más. Se quitó la chaqueta, se la extendió a Laura y remangándose su camiseta, empuñó la pala.

—Bueno, vamos allá —dijo.

Con un pie encima, comenzó a clavar la pala en la tierra para sacar terrones de césped y yuyos. A la distancia, Laura pudo ver como Michael también comenzaba a cavar en una tumba en particular. Sin nada mejor que hacer, metió las manos en los bolsillos de su chaqueta y resoplo, mirando hacia el cielo gris y plomizo de casi todos los días. Se sentía extremadamente nerviosa, tenía el presentimiento de que todo aquello era una completa locura, pero aún no sabía hasta qué punto y eso la ponía con los pelos de punta. Su mente se imaginó a sí misma siendo muy pequeñita, una Laura en miniatura que era reprendida por otra Laura mucho mayor, la actual. "Dios mío, ¿en qué mierda estabas pensando? ¿La mansión de la bruja, en serio? Cómo si las manifestaciones paranormales hubieran sido pocas, ¿ahora vas y te intentas meter allí dentro, teniendo en cuenta todo lo que has leído?" pensó, regañándose. Sus ojos se desviaron hacia Thomas, quien hundía la pala cada vez más profundo, poco a poco, en el pozo del terreno que ya comenzaba a tomar forma. La tierra estaba húmeda, producto de la vegetación y la constante neblina que invadía casi todas las noches y madrugadas de Bellhaven, por lo que eso ayudaba muchísimo a la tarea. Aún así, al no estar acostumbrado a hacer trabajos pesados, notó que su frente comenzaba a sudar y su respiración a agitarse progresivamente.

—¿Quieres que yo siga un rato? —preguntó. Él la miró con una sonrisa mientras cargaba otra palada de tierra.

—No sería caballeroso de mi parte si acepto algo así. Gracias —dijo.

—Este lugar me da escalofríos...

—¿Qué? ¿Bellhaven?

—Además de eso —Laura miró a todas direcciones, a las tumbas que se extendían más allá, y suspiró—. El cementerio.

—No sabía que te daban miedo —respondió Thomas, arrojando otro montón de tierra al lado.

—Sé que es un lugar adonde todos tendremos que ir algún día, pero no sé, me inspira muy mal cuerpo...

Thomas enterró la pala en la tierra, y no la sacó, en su lugar se apoyó del mango y miró fijamente a Laura.

—No creo que esta sea una buena charla previa a meternos en la mansión de Rowenna. ¿No te parece?

—Sí, tienes razón... discúlpame.

—Pero si te consuela de algo, a mí me gusta. Siempre me gustaron, amo su tranquilidad y su silencio —Una nueva palada de tierra salió volando a un lado, mientras hablaba—. A veces hay belleza en las cosas más feas que imagines, es parte de la vida misma.

Laura lo miró con una ceja levantada y una mueca de sonrisa. De repente se le olvidó por un momento en donde estaba y lo que iban a hacer, y el hecho de que Thomas la distrajera por esos breves segundos, fue algo que le agradecería quizá toda la vida.

—No sabía que eras buen filósofo, además de editor de periódicos —hizo una pausa, y añadió—: y buen amante.

—Siempre es bueno sorprender con cosas nuevas —dijo, guiñándole un ojo.

Los minutos pasaron poco a poco, y el pozo de Thomas, que obviamente estaba en mejor condición física que el padre Michael, iba mucho más avanzado en comparación. Por fin, el metal de la pala chocó contra algo duro, haciendo su ruido característico. Laura se alertó debido a ello, por lo que miró al sacerdote, y le hizo un gesto con la mano.

—¡Creo que la encontramos! —exclamó.

Poco a poco, entre los dos hombres comenzaron a descubrir los bordes del pozo, que ya contaba con sus buenos treinta o cuarenta centímetros de profundidad, hasta despejar una tapa de metal oxidado, con su anilla casi pegada. Thomas comenzó a raspar la circunferencia de la anilla con una esquina del borde de la pala, tratando de sacar la mayor cantidad de óxido posible, pero no había forma. El metal estaba demasiado derruido.

—Ah, mierda... —murmuró, frustrado.

—Esperen aquí, iré a buscar una barreta o algo con lo cual poder abrir —dijo Michael. Laura intervino, entonces.

—¿Y por qué no vamos directamente a la mansión y entramos por la puerta principal, en lugar de hacer todo esto?

—Porque la propiedad está rodeada por rejas de dos metros y medio, y no vamos a poder saltarlas. Créeme que si hubiera podido evitar hacer este maldito pozo, lo hubiera hecho. Mi lumbalgia estará cantando como Pavarotti esta noche —respondió.

Thomas y Laura lo vieron girar sobre sus pies y alejarse rumbo a la capilla, con las dos palas al hombro. Él se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano, y entonces la miró.

—¿Ansiosa?

—Asustada, más bien.

—¿Me creerías si te digo que somos dos?

—No sabía que le tenías miedo a los fantasmas, señor escéptico —bromeó ella.

—A los fantasmas no, pero después de lo que hemos visto... Aunque en realidad tengo más miedo que se nos caiga la casa encima de nuestras cabezas, a que Belcebú salga del infierno y nos masacre.

Laura dio otro resoplido, luego de respirar hondo.

—Si algo llega a pasar, vámonos tan rápido como podamos y busquemos otra alternativa, pero no me dejes sola, por favor —pidió. Había una parte de sí misma que le daba mucha rabia tener que pedirle a un hombre que no la abandone, principalmente a un hombre al cual comenzaba a tomarle cariño. Odiaba sentirse vulnerable, indefensa emocionalmente, pero tampoco podía evitarlo, al menos no con él.

Thomas se acercó a ella, le rodeó los hombros con un brazo, y la estrechó contra sí, besándole la coronilla de la cabeza mientras que Laura le rodeaba por la cintura.

—Nada te va a ocurrir porque no te dejaré sola en ningún momento, tienes mi promesa —respondió.

La tibieza de sus palabras la confortó, por un momento que Laura deseó fuese infinito. Thomas era el contrapunto emocional de todo lo que estaba sucediendo en su vida, y no sabía si existía un Dios, un plan cósmico o lo que fuese que quiera creer, pero lo cierto era que agradecía muchísimo el haberlo encontrado. A la distancia, vieron al padre Michael salir de la capilla con rumbo a ellos, por lo que se separaron uno del otro. Al llegar, Thomas notó que traía una maza, un cortafierros y una barreta de acero, pintada de azul. Dejó la barreta en el suelo, que hizo un ruido sordo y pesado al caer encima de la tierra, y entonces se acercó al pozo, acuclillándose tanto como le era posible debido a la profundidad del mismo.

—Nada que no se pueda arreglar con unos buenos golpes —dijo. Thomas se rio por la ironía.

—Nunca hubiera pensado que escucharía tal cosa de un sacerdote.

Michael no le respondió, en su lugar lo hizo el macetazo propinado encima del cortafierros, apoyado en la anilla de metal oxidado. Golpeó de nuevo, y luego otra vez, y durante los próximos diez minutos estuvo labrando los bordes adheridos al óxido de la anilla con la compuerta, para intentar despegarla. Finalmente, lo logró. Para cuando se puso de pie, unas cuantas gotas de sudor le resbalaban por el rostro, un poco sucio de polvo, tierra y óxido.

—Dame la barreta —pidió. Thomas se la extendió, debía pesar al menos dos kilos de puro acero. Michael entonces la metió por dentro de la anilla y poniéndose de pie, la tomó de la punta opuesta, dejándole sitio a Thomas para que se sujetara también—. Tenemos que tirar hacia arriba, será nuestra palanca.

—Adelante —consintió él.

Uno frente al otro, tomaron la barreta con ambas manos y comenzaron a tirar hacia arriba. Al principio, la compuerta ni siquiera se movió. Laura vio como Thomas apretaba los labios y los músculos de sus brazos se tensaban por el esfuerzo, y deseó ayudarlos, pero si ellos no podían abrir teniendo en cuenta que eran dos hombres bien constituidos que como mínimo tenían cuarenta kilogramos de peso más que ella, mucho menos sería capaz de hacer la diferencia. Descansaron un instante, para tomar aire, y comenzaron a tirar de nuevo hacia arriba en un segundo intento. Por fin, la compuerta comenzó a ceder, con un chirrido áspero.

—¡Ya casi, vamos! —exclamó Thomas, afirmando los pies en la tierra y redoblando los esfuerzos.

La compuerta se abrió, los goznes oxidados y avejentados que hacían de bisagra rechinaron con un espantoso ruido, y mientras Thomas sujetaba la barreta, Michael se acuclilló para sujetar el borde de la compuerta y terminar de abrir por completo. El grupo no lo sabía, pero mientras tomaban aire y descansaban unos momentos, en la oscura mansión derruida de Lady Rowenna, algo se había alertado. Algo que era mucho más oscuro que la propia oscuridad, y que los estaría esperando con paciencia, con la misma paciencia con la que había acechado a Laura durante más de veinte años.


***** 



Bajar había sido difícil, no iba a negarlo, más que nada por el óxido que se impregnaba en sus manos y amenazaba con hacerlos resbalar. La escalera de hierro parecía muy deteriorada e insegura, pero si los dos hombres habían podido descender, ella también podría que era mucho más liviana en comparación. Sin embargo, una vez abajo, Laura sintió que la claustrofobia la invadía por completo. El pasillo era oscuro, húmedo y con olor a encierro. Por supuesto no había luz, por lo cual encendieron las linternas que Michael previamente había ido a buscar a la capilla, antes de descender. Las paredes estaban chorreadas de agua, seguramente por la filtración de los terrenos aledaños, y las hierbas estilo enredadera se extendían desde las uniones del techo abovedado hasta donde la luz alcanzaba a iluminar, como las venas vegetales de un larguísimo brazo. El suelo también estaba encharcado en algunos sitios, y el viento hacia sonidos ululantes, seguramente por las corrientes de aire que debían provenir de la mansión.

—¿Qué tan largo es este túnel? —preguntó Laura, apuntando hacia adelante.

—Quinientos metros, quizá un poco más —dijo Michael. Ella miró su expresión, parecía enojado, pero lo comprendía. Se estaba metiendo de lleno en un lugar que no solo era macabro, sino que además representaba el recuerdo de la peor perdida de su vida. Una parte de sí misma sintió pena por aquel hombre, al mismo tiempo que un poco culpable.

El trío comenzó a caminar en silencio a través del pasaje, apuntando a todos los sitios como si temieran que desde una pared asomara algún horror indescriptible. El sonido de sus pasos repiqueteaba en el silencio, y aunque no sabía cómo definirlo, lo cierto es que Laura se sentía observada todo el tiempo, tanto que incluso había comenzado a mirar por encima del hombro, hacia atrás. Thomas observó este movimiento, y la miró preocupado.

—¿Pasa algo?

—Nada, solo que estoy un poco sugestionada, supongo —respondió.

—No es un buen lugar para sugestionarse, así que trata de concentrarte y evítalo —indicó Michael.

Laura suspiró, tensionada. Thomas se cambió de mano la linterna y le tomó la mano izquierda, intentando darle un poco de coraje. Era una lástima que no se hubiera acordado de llevar consigo la cruz de San Benito, que tanto le había ayudado aquella noche en que pudo repeler la criatura oscura que acosaba a Laura. Esperaba que las ampolletas de agua bendita del padre Michael sirvieran, o si no estarían perdidos.

Diez minutos después, llegaron a una pared ciega al final del túnel, donde solo una escalera igual de oxidada e igual de inestable que la primera, se apoyaba en la pared amurada a la misma. Los tres apuntaron hacia arriba, y vieron otra compuerta.

—Si está cerrada por dentro, entonces estaremos jodidos —opino Thomas. Michael negó con la cabeza.

—No lo creo. Este pasaje estaba diseñado para que Rowenna entrara y saliera de la mansión sin ser vista, no iba a bloquear su propia vía de escape —dijo, extendiéndole su linterna a Thomas—. Yo subiré primero, alúmbrame.

El sacerdote comenzó a subir por la escalera de hierro, amparado por la lumbre de las linternas, y al llegar a la compuerta apoyó una mano y parte del hombro, empujando hacia arriba. La plancha de hierro hizo un chirrido al ser abierta, y luego cayó hacia atrás con un golpe sordo. Michael subió dos peldaños más, metiéndose hasta la cintura, y Laura miró expectante.

—¿Qué hay? —preguntó, ansiosa. Michael entonces les indicó.

—Es seguro, suban.

Thomas comenzó a subir, una vez que Michael abandonó la escalera, y luego tras él lo hizo Laura, a quien le extendió la mano para ayudarla una vez arriba. Thomas y Laura observaron a su alrededor, fascinados y temerosos respectivamente. Como bien habían leído en los informes de la vidente, la salida del túnel desembocaba directo al salón de rituales de Lady Rowenna. Todo allí estaba atestado de cosas polvorientas, y los haces de luz de las linternas no cesaban de cruzarse de lado a lado, iluminando todo. Las bibliotecas estaban abarrotadas de libros, con sus hojas amarronadas y los lomos descoloridos. Las telarañas abundaban por los rincones, y los frascos con líquidos desconocidos estaban opacos en las estanterías. Frente a ellos había una mesa estilo altar, con candelabros tirados y sebo de vela ya casi imposible de remover, debido al paso del tiempo. En otras estanterías, había cajas con materiales de brujería, al menos por lo que podían ver en sus etiquetas, escritas con perfecta caligrafía cursiva idónea de la época. Laura pudo reconocer algunas hierbas tales como el Estramonio, una planta venenosa muy letal. Raíces de mandrágora, flores de Beleño y Belladona. Allí había de todo como para drogar, anestesiar, o asesinar a un elefante.

El haz de su linterna se dirigió entonces a algunos frascos, intentando leer sus etiquetas polvorientas. Esencia de la noche eterna, aceite de flor de fuego, alas molidas de murciélago, patas de araña disecadas, ojos de rana en vinagre. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. En una estantería más arriba, había cráneos humanos tallados con símbolos en sus huesos, y ni siquiera quiso mirarlos, al igual que los fémures apilados unos encima de otros.

—Es maravilloso —dijo Thomas, de repente. Escuchar su voz en el perpetuo silencio de la mansión, hizo que Laura diera un respingo sobresaltado.

—¡Ay, mierda! —exclamó, mirándolo sin comprender. Se giró y lo apuntó con la linterna, Thomas estaba parado en el umbral de la puerta mirando hacia adelante, fascinado con la mansión que se extendía por delante de sí. Ella avanzó hacia su ubicación y las tablas del suelo de madera crujieron.

—No se alejen, y tengan cuidado donde pisan —ordenó Michael.

—Es increíble, nunca me imaginé que algún día iba a estar viendo el interior de esta casa —murmuró Thomas. Frente a él se extendía un pasillo, con puertas abiertas y cerradas indistintamente. Las puertas que estaban cerradas tenían tallados y símbolos en el marco de madera, quizá como señal de protección. ¿Sería para impedir que algo entrase, o que algo saliera de esas habitaciones? Se preguntó. Al final del pasillo, podía verse el barandal de la escalera caracol. Avanzó entonces hacia allí, alumbrando a las paredes.

—¿Adónde vas? ¿Estás loco? —susurró ella, mirándolo con impertinencia.

—Solo quiero ir a echar un vistazo, no bajaré a la planta principal. Quédate aquí.

Resoplando, vio como Thomas salía de aquella sala, mirando a su alrededor hacia los cuadros de marcos labrados y pasando la punta de los dedos por el tapizado de las paredes hecho jirones en algunos sitios. Llegó al borde de la escalera, lo vio alumbrar a sus escalones, y luego más allá. Laura estaba muy intranquila, como si sintiera que estaba corriendo un riesgo innecesario, o como si las paredes mismas se hicieran cada vez más pequeñas.

—¡Thomas, vuelve aquí ahora mismo! —Le ordenó. Para su alivio, vio como él se giraba sobre sus pasos y regresaba hacia ella, alumbrando a las paredes. Al recorrer con su haz de luz uno de los cuadros, donde se podía ver una mujer de avanzada edad mirando a través de una ventana, Laura notó que la mirada del cuadro había cambiado. Al principio, sus ojos parecían mirar hacia un lado, pero ahora miraban hacia otro.

La miraban a ella.

Dio tal exclamación de horror que Thomas no corrió, pero apuró sus pasos hasta alcanzarla. Entonces le apoyó las manos en los hombros, viendo que respiraba agitada.

—¿Qué pasa? —preguntó, consternado.

—¡Uno de los cuadros me miró, estoy segura!

En aquel momento, intervino el padre Michael.

—Oigan, ¿van a buscar el libro, o van a seguir jugando? Me gustaría largarme de aquí cuanto antes, por favor —Los reprendió. Thomas asintió con la cabeza.

—Perdón, siempre había tenido ilusión con conocer la casa por dentro. Concuerdo con que es mejor irse de aquí —Sus ojos se posaron en Laura, otra vez—. ¿Estás bien?

—No.

—Vamos a hacer esto rápido, y nos vamos en cinco minutos —dijo. Su linterna apuntó hacia el atril de cristal cerrado que describían las bitácoras. Allí no había nada—. Quizá debamos buscar entre todos estos libros, puede que lo haya metido ahí, para despistar.

—No lo creo —respondió el padre Michael—. No creo que haya expuesto su libro más importante a la humedad y el abandono, como estos.

—Tal vez puede estar en la habitación del espejo, la que era su dormitorio —comentó Laura—. Estaba aquí arriba, recuerdo haber leído eso.

Michael resopló por la nariz.

—Bien, iremos los tres juntos. No nos separamos, no nos vamos de excursión —dijo, mirando a Thomas—. Entramos y salimos. Si el libro no está en el dormitorio, entonces nos vamos y buscaremos otra solución una vez que estemos fuera.

—Entendido —respondió Thomas.

Bajo el crujir de las tablas de madera en el suelo, los tres salieron caminando hacia el pasillo. Laura evitó mirar el cuadro de la vieja por segunda vez, aunque una parte de sí misma tuviera curiosidad por comprobar si la pintura seguía mirándola o no. En cada puerta cerrada iban comprobando el pestillo, por si estaba abierto, pero no era el caso. Todas las puertas que estaban marcadas con símbolos, estaban cerradas por dentro. Laura notó que más allá del olor a encierro y humedad que parecía predominar en todos los sitios de la mansión, también había algo más, un cierto remanente a huevos podridos, o a algo en mal estado. Con su linterna apuntó hacia el hueco libre entre la puerta y el suelo. Al principio no había nada, pero luego algo pareció deslizarse detrás de la puerta, pudo notarlo por la fina sombra que dejó en el haz de luz. Instintivamente se alejó de la puerta, sujetándose del brazo de Thomas.

—¡Hay algo tras la puerta! —exclamó, en un susurro. Michael la miró, alerta.

—Hay que movernos rápido —dijo.

Llegaron a la última puerta, revisando solo las que no estaban marcadas y que por algún motivo estaban abiertas. No las abrían de par en par, solo la entornaban para alumbrar hacia adentro. Las habitaciones no eran en su mayoría más que dormitorios de huéspedes, pero aún así, a pesar de las cosas tiradas por el suelo, el mobiliario antiguo y abandonado que año tras año era comido por las polillas, todos podían presentir que no era tan solo eso. Que tras esa fachada de casa abandonada y que en algún momento de la historia había sido el domicilio más aristocrático de Bellhaven, se escondía un peligro latente, como un oso en hibernación que podía despertarse en cualquier momento para despedazarlos con sus garras.

Por fin, frente a ellos se extendía la habitación de Lady Rowenna, o la que en su momento lo había sido, cientos de años atrás. Algunas tablas del suelo habían cedido, dejando huecos en el piso flotante. La cama de dosel aún conservaba sus tapetes y cortinas de seda, además de que estaba prolijamente tendida. Sin embargo, bastantes partes de la tela estaban hechas jirones, raídas y opacas. Las mesitas de luz tenían algunos cajones abiertos, como si alguien hubiera registrado la habitación antes de que ellos llegaran, e incluso una de ellas tenía una pata rota, apoyada de lado. El tapizado de las paredes estaba surcado por algunos tajos, y Laura se preguntó si aquello no serían garras, ya que tenía toda la apariencia de que una gran bestia había dado un manotazo en la pared.

Sin embargo, no era lo peor. Frente a la cama pudo ver el espejo de cuerpo entero del que hablaban los sacerdotes en sus bitácoras. Era hermoso, aún a pesar de todo lo horrendo que significaba aquel objeto. Lo apuntó con su linterna y lo miró detenidamente, sin atreverse a acercarse demasiado, cerciorándose de que su reflejo no se veía en él. El marco de madera y bronce tenía tallados y arabescos finísimos, semejantes a un enramado de rosas, todas entrelazadas entre sí, con picos en punta bordeando las esquinas. Sin embargo, notó algo peculiar: la luz de la linterna parecía opacarse cuando tocaba el cristal, como si se quedase sin potencia o fuese absorbida por una oscuridad infranqueable, además de que ni siquiera se refractaba de forma correcta. Aquello era imposible, pensó. Aquel espejo no podía desafiar las leyes de la propia física, pero sin embargo, era lo que estaba ocurriendo frente a sus propios ojos.

Se acercó a la cama, haciendo un gesto para que ambos hombres esperasen en su lugar, y arrancando uno de los telares que oficiaban de cortina en la cama, se acercó por uno de los costados del espejo. Dejó la linterna en el suelo, y extendiendo la tela, lo cubrió.

—Solo por si acaso —dijo, tapándolo por completo. Al tocar su marco para enganchar la tela, sintió algo peculiar. Fue como un golpe de corriente, un chispazo de estática pura que en una fracción de segundo le transmitió muchas ideas a la cabeza. En una milésima de segundo pudo ver a Rowenna haciendo rituales con sangre, frente al espejo. También entregándose en cuerpo y alma no solo a las mujeres que representaban a su séquito, sino a aquella entidad oscura que la acompañaba donde quiera que fuese. Apartó la mano como si la hubiese quemado, y se frotó los dedos. La frente comenzaba a dolerle.

—¿Qué pasa? —preguntó Thomas.

—Nada, el espejo me pateó... supongo. Me pareció ver algunas cosas.

—¿Qué? ¿Qué viste?

Michael lo miró, metiendo la mano en el bolsillo de su pantalón, sacando una de las ampolletas de agua bendita.

—Eso ahora no importa. Sostenme aquí —pidió. Destapó la ampolleta, tiró el pequeño corcho a un lado y apoyando el pulgar en la boca del frasquito redondo, se mojó la yema del dedo. Luego se acercó a Thomas y le dibujó una cruz en la frente—. In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti —Se acercó a Laura, hizo lo mismo, y por último se la aplico a él mismo. Con el agua sobrante, se salpicó sus hombros y los hombros de sus compañeros, arrojando el frasco vacío a un lado—. Sigamos.

Comenzaron a buscar entonces a su alrededor, mientras que Laura sentía como su dolor de cabeza comenzaba a remitir poco a poco. Allí no habría nada para sacar en limpio, el cuarto estaba casi vacío a excepción de la cama, el mobiliario, el espejo y un enorme armario estilo guardarropa. Algo pareció vibrar dentro de Laura cuando vio las puertas labradas de aquel viejo mueble de madera opaca, y caminó hacia allí enseguida, sujetando las portezuelas con ambas manos. Tiro hacia afuera tanto como podía pero sin embargo, no se abría. Ambos hombres la miraron.

—¿Qué hay ahí? —preguntó Thomas. Comenzaba a acostumbrarse a los impulsos de Laura, sabía que si se había dirigido directamente hacia allí, era por algo en particular.

—No lo sé, pero me llamó la atención. Revisen los cajones de las mesillas de noche, tiene que haber una llave o algo para poder abrir esto.

Michael revisó en ambos muebles, incluso hasta sacó los cajones afuera y volcó su contenido. Había maquillaje antiguo, ya hecho polvo y reseco, algunos pendientes, alhajas y anillos finos, amuletos hechos con palos y huesos atados con hilo negro, pero nada de llaves. Thomas entonces se acercó a la puerta.

—Al carajo, déjame lugar —pidió. Laura se apartó a un lado y lo dejó hacer. Le dio una potente patada con la pierna derecha, y aunque el mueble se sacudió, la puerta resistió. A la segunda patada, el pequeño cerrojo cedió y la puerta se abrió desencajándose hacia adentro.

Abrieron la otra puerta y luego quitaron la puerta rota, viendo su contenido. En las perchas colgadas no había más que tapados de piel, vestidos blancos que ya estaban amarillentos y apolillados por el paso del tiempo, y faldas de época en sus estantes. El olor a encierro y moho emanó como el aliento mismo del pasado, y echando manos a la obra, Laura comenzó a revolver entre las perchas. No encontró nada, y entonces se puso a revisar en los cajones laterales. Tampoco pudo encontrar nada más que anotaciones en pergaminos, monedas viejas, algunos peines y cepillos de cabello, y unas enormes bombachas que asumía eran la ropa interior clásica de la época.

—¿Qué estás buscando? —preguntó Thomas, sin comprender su afán.

—No lo sé, cuando lo encuentre te lo diré.

Continuó revolviendo en un sitio tras otro, incluso hasta revisó entre la ropa apilada, los suéteres y frazadas de repuesto para la cama, hasta que al fin sus dedos palparon algo duro. Lo tomó, y lo sacó. Se trataba de un libro con tapa de cuero duro, cosido a mano con hilo rojo. Lo mostró triunfante a sus compañeros y entonces lo abrió.

—¿Es el grimorio? —inquirió el padre Michael. Laura leyó por encima, y negó con la cabeza, dándoselo en las manos.

—No, es algo mejor.

—¿Qué? —dijo Thomas, ansioso.

—Es el diario personal de Lady Rowenna.

—No me jodas... —murmuró, dando un resoplido después. —¿Cómo sabías que estaba ahí?

—Me gustaría saberlo, créeme.

—Bueno, ahora solo falta encontrar el grimorio —opinó Michael. Thomas negó con la cabeza.

—Ya revisamos la sala de ceremonias, revisamos también su dormitorio, y sin embargo no estaba en ningún lado. Aprovechemos lo que conseguimos y vámonos, quizá en el diario haya alguna información que podamos utilizar a nuestro favor.

—Me parece bien —convino Laura.

En ese momento, un golpe se escuchó desde la planta baja. Fue un ruido como si alguien le hubiera dado un mazazo a alguna de las paredes, pero que fue perfectamente audible por el grupo aun desde esa distancia. Todos permanecieron tiesos, sin atrever a mover un solo músculo, escuchando con atención. El silencio perpetuo, y luego otro golpe, esta vez en la segunda planta de la mansión. Sea lo que sea, se estaba acercando, y venía a por ellos.

—Vámonos, ahora —ordenó Michael.

Emprendieron la huida de la habitación, primero Thomas, en medio Michael, y por último Laura, para ser cubierta por los dos hombres. La penumbra era intensa dentro de la mansión aun a pesar de la luz del día, ya que las ventanas estaban tan sucias que filtraban poco y nada los rayos solares, pero como si eso no fuera suficiente, en aquel momento las linternas atenuaron su brillo, como si la oscuridad se tragase todo lo que la rodeaba. "Como bien decían los sacerdotes en sus bitácoras" pensó Ella.

Sin embargo, no sería fácil, porque como si estuviese dotada de vida propia, la tela que Laura había usado para cubrir el espejo salió volando como si una mano invisible la apartara de un tirón, justo en el instante en que ella cruzaba por delante. Nunca supo si fue por impulso de algo o alguien más, o por la simple curiosidad que siempre había caracterizado a cualquier ser humano, pero al ver la manta volar sus ojos voltearon en su dirección, y entonces se dio cuenta que el espejo la miraba, al igual que ella a él. Una vez que vio su reflejo ya no pudo apartar la mirada, por más que quisiera. La Laura que estaba allí de pie, en su reflejo, no estaba en una habitación polvorienta, sucia y abandonada. Estaba en un dormitorio decorado con luces, tapizado a nuevo y una cama esplendida que esperaba por ella. Lady Rowenna asomaba por su espalda, le ponía las manos en los hombros y la miraba casi de forma maternal, justo antes de rodearla por un costado y besarla pasionalmente, acariciándole los labios con la punta de la lengua. Se separaba de ella tan solo un instante, para desnudarla por completo y acariciarle un pecho, mientras que otras mujeres metían a la habitación a Thomas, a punta de empujones. Tenía las manos atadas y una mordaza en la boca.

Una vez que estaba desnuda, Rowenna volteaba hacia una de las mesitas de noche y le daba un cuchillo, una daga de ceremonias con la hoja curvada, y le sonreía. Thomas se retorcía tanto como podía encima de la cama, boca arriba, mientras que las mujeres le ataban a los postes de la misma tanto de las manos como de los pies. Laura caminó hacia él, se trepó encima de su pelvis haciendo algunos movimientos encima de su pantalón, mientras que con la daga le cortaba la garganta poco a poco y su mano libre se acariciaba la entrepierna. Un tajo limpio, lento, mientras sonreía y se entregaba al placer como si realmente lo estuviese disfrutando. La sangre salpicaba con cada latido del corazón que le arrancaba la vida en cada bombeo, mientras Thomas se sacudía en espasmos y la sangre le inundaba la boca amordazada, ahogándolo hasta la muerte. Solo allí fue cuando comenzó a gritar.

Todo había sucedido en una fracción de segundo, pero para Laura fueron interminables minutos, tortuosos y agonizantes. Al escuchar su alarido, ambos hombres se voltearon a ver como estaba parada frente al espejo, con los ojos en blanco, y encorvada de lado en una extraña posición.

—¡No, Laura! —exclamó Thomas. Volvió por ella, miró al espejo de reojo como si fuera una máquina asesina y se volteó de espaldas. En el instante en que lo había mirado no se reflejó, pero sí pudo ver como su cristal parecía un tornasol de colores oscuros, negro y azul marino, con formas imposibles para la comprensión humana. La tomó en andas, pasando los brazos por debajo de sus nalgas, y la cargó encima de su hombro como si fuera un saco de trigo, mientras giraba hacia el padre Michael. —¡Tenemos que irnos, ya!

Al apartarla de la influencia del espejo, los berreantes alaridos de Laura se intensificaron, al mismo tiempo que comenzó a agitarse encima de Thomas como si fuera un animal rabioso, a tal punto de que le golpeó con los codos en la espalda varias veces. No era fácil resistir la golpiza y al mismo tiempo correr fuera del dormitorio, pero lo logró, hasta que Laura le propinó un rodillazo en la boca del estómago, haciéndolo derrumbar al suelo, boqueando como un pez fuera del agua. Ambos cuerpos cayeron al suelo, Thomas sin parar de toser, Laura sacudiéndose como un gato atado, luchando contra algo que solo ella podía ver.

—Dios nos proteja... —murmuró el padre Michael.

De pie frente a la escalera, al final del pasillo, estaba aquella oscura entidad, casi tan alta que le faltaba muy poco para tocar el techo con la cabeza. Sus brazos eran desproporcionadamente largos, y no tenía formas faciales definidas, tan solo dos puntos rojos que oficiaban por ojos, los cuales parecían flamear. Avanzó hacia ellos como una exhalación, con los ojos fijos en Laura, pero Michael metió la mano al bolsillo izquierdo de su pantalón y sacó la cruz consagrada. La bestia chilló de una forma antinatural en cuanto la vio, como el chirrido de mil uñas encima de un pizarrón, deteniéndose en seco y encorvándose, replegado.

—¡En el nombre de la sangre de Jesucristo, te ordeno que te apartes, bestia del mal! —exclamó. Michael solo se giró un instante para ver a Thomas, que comenzaba a ponerse de pie. —¡Conmigo, ahora! ¡Tírale el agua!

Ese momento de distracción fue suficiente para que la cruz saliera disparada de las manos del sacerdote, como si le hubieran dado un golpe en las muñecas. En cuanto la entidad volvía a arremeter contra ellos, Thomas apartó a Michael de un manotazo y le aventó una de las ampolletas abiertas. El cristal se rompió en mil pedazos al contacto con semejante mal, haciendo que la entidad se difuminase en el aire como el fuego al ser extinguido repentinamente. Solo en aquel momento, Laura cesó de gritar. En su lugar solo jadeaba, aterrada.

—¡Thomas, Michael! —Los llamó, desde el suelo. Ambos se giraron hacia ella, y el primero en correr para ayudar a levantarla, fue Thomas. Los lagrimales de sus ojos sangraban, y un par de gotitas pendían de su barbilla tras un rastro rojo a su paso. La tomó de las axilas para ponerla de pie y la abrazó.

—¡Gracias a Dios que estás bien! —exclamó.

—Hay que irse, ahora. No sabemos cuánto tiempo va a tardar esa cosa en volver —dijo Michael, recogiendo la cruz del suelo y el libro encontrado.

—¿Volverá? —preguntó ella. Michael asintió.

—Claro que sí, solo lo hemos espantado y debilitado. Andando, vamos.

Volvieron apresuradamente hacia la sala de ceremonias, Thomas volvió a abrir la compuerta del pasadizo y tras asegurarse que nada los seguía, bajó el primero. Ayudó luego a bajar a Laura, y por último descendió Michael, cerrando tras de sí. Sin perder tiempo, volvieron tan rápido como podían sobre sus pasos, casi trotando, hasta llegar al final del túnel. Michael subió primero por la escalerilla, luego Laura, aceptando la mano que el sacerdote le ofrecía al otro lado, y por último Thomas.

Una vez afuera, el olor al aire natural fue como un grato alivio indescriptible, a pesar de la constante humedad que siempre parecía asolar Bellhaven. Sabiendo que tendrían mucha ropa para lavar después, Thomas se dejó caer boca arriba encima del césped y la tierra removida, respirando agitadamente y con los brazos extendidos. Laura hizo lo mismo, cerrando los ojos. Michael, sin embargo, respiró tan hondo como pudo mientras que con las manos a la cintura miró hacia arriba, murmurando una oración con los labios.

—Muy bien, ya está decidido, me mudaré del pueblo en cuanto terminemos de resolver todo este asunto —dijo Thomas. Al abrir los ojos, vio que el padre Michael le extendía la mano para ponerse de pie. Él se la tomó, y luego ayudó a Laura a pararse.

—¿Van a leer ese diario? —preguntó.

—No tenemos nada mejor donde buscar —respondió ella. Michael asintió con la cabeza, y luego miró a Thomas.

—Todavía les queda una ampolleta de agua bendita, ¿no?

Thomas se miró uno de los bolsillos del pantalón, donde se notaba el bulto del frasco.

—Así es.

Michael sacó una más de su propio bolsillo, la última que le quedaba, y se la ofreció.

—Por las dudas, lleven una más. Yo prepararé más en cuanto entre a la capilla —dijo. Thomas la aceptó, asintiendo con la cabeza.

—Gracias, padre Michael. Si llegamos a encontrar algo que sea fundamental, vendremos mañana.

—Bien —Michael se giró sobre sus pies y comenzó a caminar hacia la capilla, parecía cansado. Solo se detuvo una vez, para mirarlos al voltearse—. Tengan cuidado. Si las cosas se tuercen, vengan aquí. Aunque sean las tres de la madrugada.

Y dicho aquello, se retiró.

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