1
Para cuando emprendieron el camino rumbo a la cabaña, una fina llovizna comenzaba a caer por todo Bellhaven, acompañada de ráfagas de viento helado. Thomas se subió el cuello de su chaqueta un poco más, para protegerse del frío, a medida que caminaba. Aquello no le gustaba nada, sabía por experiencia que las tormentas en el pueblo solían durar varios días, incluso hasta una semana entera, como si el propio clima también fuera una especie de manifestación de maldad pura y como ya habían comprobado según su investigación. Debian aprovisionarse de alimentos y productos de limpieza antes de que la tormenta llegase a su punto más álgido, se recordó.
El retorno a su hogar fue con muy pocas palabras por parte de ambos, pensatívos en todo lo que acontecía a diario. Cada nuevo hallazgo era un paso más cerca de acabar con todo aquello —o de al menos intentarlo—, pero también sentían que el peligro crecía exponencialmente. Ya contaban con dos muertos desde que Laura había llegado allí: Oliver y ahora Evelynn. ¿Cuántos más tendrían que caer hasta poder encontrar una forma de erradicar aquel mal? Se cuestionaban una y otra vez. Pasar cerca de la cabaña de aquella anciana, con su puerta abierta y el living a oscuras como una enorme mandíbula negra, les daba un terrible escalofrío, por lo que avanzaron rápido y mirando de reojo, sin atreverse a aminorar el paso.
En cuanto llegaron a la cabaña, Thomas revisó el refrigerador y también la alacena. Estaban bastante provistos como para al menos cuatro o cinco días más, por lo que de momento, no tendría que ir al minimarket. En lugar de preparar un café, puso pan a tostar y también sacó una bandejita de jamón, para preparar un par de sándwiches.
—Espero que Michael pueda encontrar algo a tiempo —comentó Laura, dando un suspiro ronco. Thomas asintió, mientras preparaba todo en un plato.
—Es un hombre brillante, algo se le va a ocurrir, ya vas a ver.
—¿Crees que haya sido una buena idea el hecho de no llamar a la policía por Evelynn?
—Claro que sí —consintió él, volteándose para mirarla con extrañeza—. ¿Por qué lo preguntas?
—Porque no quiero meterte en problemas por mi causa...
Thomas esbozó una sonrisa tenue, dejó el cuchillo a un lado y caminó hacia ella, quien sentada en uno de los sillones levantó la vista para mirarlo. Se sentó a su lado, le tomó las mejillas con las manos y le depositó un beso en la frente.
—No me vas a meter en ningún problema, tú tranquila. Dejemos que pase toda esta locura primero, resolvamos esto, y cuando ya estés lejos de aquí entonces llamaré a la policía. Si no estás en el pueblo, entonces nadie podrá acusarte.
—Gracias.
—No tienes nada que agradecerme, es lo menos que puedo hacer por ti.
Laura lo miró directamente a sus ojos, aquellas pupilas azules que tanto le encantaban, y entonces apoyó una mano encima de la suya.
—Sí que tengo, nunca me había sentido tan protegida por alguien.
—Bueno, entonces es cosa de que te vayas acostumbrando.
Dicho aquello, Thomas le dio un beso rápido en los labios y volvió a ponerse de pie, para terminar de preparar los sándwiches. En aquel momento, un potente trueno se escuchó, haciendo que Laura diera un respingo en su sillón.
—¡Vaya! Parece que va a ser una tormenta fuerte —comentó.
—Sí, al parecer sí.
—¿Puedo encender la televisión?
—Claro, adelante.
Laura tomó el mando a distancia y pulsó el botón rojo, reclinándose hacia atrás, haciendo zapping y sintonizando un canal de moda. Su respiración se tornó tranquila, casi pausada, y las extremidades le hormiguearon como su estuviera sintiendo la estática previa a un rayo. Algunas palabras del presentador en el programa donde desfilaban las chicas parecieron ralentizarse por unos segundos, y con la extrañeza marcada en su expresión, se frotó los ojos con los dedos. Cerrar los párpados la hizo marearse aún más, ya que en medio de la oscuridad fue como si su mente se hubiera partido en dos por un instante. Tenía conciencia de sí misma, sabía que se estaba frotando los ojos, pero también se sentía muy ligera, flotando livianamente en un enorme vacío infinito. No sabía si podía estar allí por segundos o por horas, lo cierto era que no importaba.
—¿Quieres? Preparé uno para cada uno, la caminata me dio mucha hambre —dijo Thomas, a su lado, sosteniendo un plato con dos sándwiches. Al mirarla, dejó los platos encima de la mesita central—. ¿Estás bien?
—No, creo que no... —murmuró ella, apartándose los dedos de los ojos. —Estoy un poco mareada.
—¿Quieres tumbarte un rato en la cama?
—Sí, por favor.
Thomas se puso de pie, le extendió una mano para ayudarla a pararse del sillón, y rodeándole la cintura comenzó a caminar despacio, hasta el dormitorio. Al enfilar hacia el pasillo, las luces de la cabaña parpadearon varias veces hasta cortarse de forma repentina, incluida la televisión y todos los aparatos electrodomésticos. Thomas no pudo evitar dar un respingo del susto, mirando en todas direcciones.
—¡Mierda! —exclamó. Sintió el cosquilleo del miedo recorriéndole por la espalda, y decidió que lo mejor era apurar el paso.
Sin embargo, Laura no se movía. En cuanto avanzó y notó que su mano se zafó de su cintura, se volteó para mirarla aún en la penumbra de la casa, oscurecida por la falta de electricidad y la tormenta que inundaba todo Bellhaven. Todo sucedió muy rápido, por desgracia. En la misma fracción de segundo que se giró a mirarla, las luces parpadearon y volvieron a encenderse, solo para mostrar como Laura tenia los brazos levantados encima de su cabeza, unidos por el dorso de las manos y los dedos extendidos, formando una especie de rombo bastante extraño, como una suerte de corona. Lo peor de todo eso no era la posición tan amorfa que la dominaba, sino el hecho de que le salía espuma por la nariz. No tenía los ojos en blanco pero miraba hacia algo más por encima de su cabeza, y la expresión de su rostro era completamente horrible, como si estuviera sufriendo dolores inenarrables, con toda la boca abierta y ladeada a un costado.
En el instante en que Thomas iba a gritar su nombre, reaccionando de forma inmediata, la vio elevarse en el aire y caer de espaldas al suelo, arrastrándose por todo el living como si algo más la estuviera jalando. No se chocó con ningún mueble, sino que salió eyectada hacia la puerta principal, la cual se abrió de un portazo para que el cuerpo de Laura rodara hasta el patio. La lluvia estaba fría, pudo sentirlo en cuanto el barro tocó sus manos y las gotas de agua le golpearon en el rostro. Thomas, por su parte, se dirigió a la cocina y tomó del soporte para cuchillas la más grande, la de hoja ancha para filetear lomo. Al salir de nuevo al living, pudo ver aquel espectro negro, enorme, mirándolo de pie. Una figura humana tan delgada y alta que como una sombra trashumante no tenía contorno definido, a excepción de sus ojos tan rojos como el mismo infierno. Thomas lo miró, y le sonrió.
—Bien, yo lo haré —dijo.
Caminó hacia la puerta abierta con la cuchilla sosteniéndola por el mango, la hoja hacia arriba oculta por la propia manga de su antebrazo, y cuando Laura pudo volver en sí, comenzó a gritar de forma desesperada. No sabía que hacía afuera de la cabaña, sucia de barro y media mojada por la lluvia, despatarrada en el suelo. Para ella todo había sido un lapso instantáneo de tiempo, nada más. Thomas avanzó de forma apresurada, extendiéndole la mano vendada.
—¡Dios mío! —gritó, confundida y asustada. —¿Qué me ha pasado?
—No te preocupes, Laura. Has tenido un lápsus, algo te controló —respondió Thomas, estrechándola contra sí al acuclillarse frente a ella—. Estoy aquí, contigo. Pronto terminará todo.
—¿Qué? ¿Por qué...?
Laura no pudo terminar de hablar. Al instante, sintió como un fuego abrasador y ardiente le hacía dar un alarido de dolor al entrarle por el costado del vientre. Bajó la mirada hacia allí, con rapidez, y vio como Thomas le había apuñalado con la cuchilla, enterrando la hoja de acero hasta el mango. El dolor era inconmensurable, y sintió como la sangre le invadía el costado del abdomen, escurriéndose por su ropa y mojando sus nalgas. La expresión de su rostro era de auténtica satisfacción, como si lo estuviera disfrutando aún más que cuando habían tenido sexo por primera vez.
—Eras la última descendiente, no podía permitir que continuaras atando cabos. Ahora ella podrá continuar reinando este pueblo, como siempre ha sido y como siempre será —dijo.
Las lágrimas se le desbordaron de los ojos, y dio un grito de dolor en cuanto sintió como retiraba la hoja de la cuchilla de su cuerpo, para volver a clavársela más abajo, haciendo que su sangre continuara perdiéndose entre la lluvia y el fango. Una tercera puñalada fue la que comenzó a hundirla poco a poco en la oscuridad de la muerte, la que le dio casi a la altura del pecho, entre las costillas, sacudiéndole el cuerpo. Para cuando le clavó la cuchilla una cuarta vez, el frío mortal ya se había adueñado de Laura.
Y lo último que sus ojos vieron antes de morir, fue el rostro de Thomas, mientras que Lady Rowenna aparecía por su espalda, poniéndole una mano en el hombro.
*****
—¿Un desfile de Gucci, es en serio? Te creía más de Versace...
Laura parpadeó un par de veces, mirando a su alrededor. Aún tenía el mando a distancia del televisor en la mano, aún estaba sentada en el sillón, y junto a ella se hallaba Thomas, sentado con el plato de sándwiches.
El mismo tipo en quien había confiado con todo su corazón, y que la mataría en cuanto pudiera, pensó.
—¡No, aléjate de mí! —gritó. Se puso de pie tan rápidamente que el mando a distancia voló por los aires y cayó tras la mesita. Thomas dio un respingo de susto y la miró sin comprender. Dinah, quien estaba echada pacíficamente frente a la chimenea, se puso en pie y comenzó a ladrar, al escuchar el grito.
—¡Pero qué pasa! —exclamó, dejando con rapidez el plato encima de la mesa central, para ir tras ella. —¡Laura!
La vio correr como una desbocada hacia la cocina, y entonces tomó una de las cuchillas del soporte, justamente la más grande de todas ellas, y sujetándola por el mango salió de nuevo al living. La hoja de acero temblaba, dando destellos de luz cuando las lámparas de techo se reflejaban en ella.
—¡Tú me vas a matar, hijo de puta! ¡Lo sé, lo he visto!
—¿Pero de qué me estás hablando? ¿Cómo puedes pensar una cosa así? —preguntó, confundido. —¡Desde que sé el motivo por el que estás aquí, no he dejado de protegerte!
Las lágrimas desbordaron de sus ojos, al mismo tiempo que no dejaba de apuntarlo con la cuchilla. La rabia, la frustración, y la adrenalina típica de la supervivencia eran fuertes, pero más fuerte era el dolor que sentía en aquel momento, en lo más hondo de su corazón.
—¡Confié en ti, me acosté contigo! ¡Te quería! —Le gritó. —¡Ya me parecía raro, debí suponerlo, estúpida de mí! ¡Nadie tiene mascotas, salvo tú! ¡Todos son unos viejos de mierda vestidos de negro, salvo tú! ¡El único normal del puto pueblo, claro que sí! ¡El único amable! ¿Cuánto hace que le sirves, eh? ¡Dímelo! ¡Dime cuanto tiempo hace que eres un peón de Rowenna!
—Laura... no sé qué carajo acaba de pasar, pero no estás pensando con claridad. Si bajas esa cuchilla y te tranquilizas, podemos...
Thomas dio un paso hacia ella, pero Laura blandió la hoja hacia adelante.
—¡Aléjate de mí! —Le gritó.
—¡Wow, wow! ¡Está bien! ¡Tranquila, me vas a lastimar!
—¡Lo haré, si tengo que hacerlo lo haré!
De pronto, un fuerte trueno se escuchó, haciendo vibrar los cristales de las ventanas, y al instante las luces se apagaron en toda la casa. Los sollozos jadeantes de Laura solo eran interrumpidos por los ladridos de la perra y el sonido a la lluvia. Recordó que así era como comenzaba todo, por lo que dio un paso hacia atrás sin bajar la cuchilla en alto.
—No te me acerques... —balbuceó. —Si das un solo paso lo lamentarás —pareció mirar hacia un rincón y entonces retrocedió otro paso, desconcertada—. Dios mío, no... no...
Thomas volteó en la dirección donde ella miraba, y con horror, pudo ver como la silla que estaba junto a la mesita comedor, había comenzado a levitar unos cuantos centímetros del suelo, mientras la perra ladraba y gruñía hacia ese sitio. De forma repentina, la silla voló hacia ellos como si la hubieran lanzado a propulsión. Thomas apenas pudo gritar un "¡Cuidado!" al mismo tiempo que se agachaba cubriéndose la cabeza. Laura sin embargo, tuvo menos reflejos, ya que la silla le impactó de lleno en el costado del cuerpo, haciéndola caer al suelo y soltando la cuchilla.
De repente los ladridos de la perra cambiaron, con temor. Thomas se incorporó y vio como de la puerta principal de la cabaña a oscuras asomaba una oscuridad aún mayor, buscando ir a por ellos. Sin dudarlo ni un segundo, corrió hacia Laura con la mayor rapidez posible mientras que ella, al ver como la alcanzaría indudablemente, intentó abalanzarse hacia la cuchilla tirada en el suelo. Sin embargo, el dolor del golpe la hacía moverse muy lento, y fue Thomas quien la alcanzó primero, sujetándola de los brazos para ayudarla a que se pusiera de pie.
—¡Tenemos que salir de aquí! —Le ordenó. Ella luchó por liberarse tanto como pudo, dando manotazos y brazadas.
—¡No, suéltame! ¡Déjame!
—¡Laura, Moloch está aquí! —gritó él, sujetándole la barbilla con su mano sana para que lo mirase. —¡Hay que irse, ya!
Aquello fue suficiente para captar su atención, más aún cuando vio como esa entidad oscura ya casi estaba dentro del living. Se puso de pie con dificultad, ayudada por Thomas, y entonces lo miró, sin saber que hacer.
—¿Por dónde? —preguntó, casi en una exclamación. No podrían salir por la puerta principal, allí estaba esa cosa, atravesándola con rapidez.
—¡Ven! —ordenó. Miró a la perra y entonces dio un chasquido con los dedos. —¡Dinah, aquí, vamos!
Corrieron por el pasillo rumbo al dormitorio, seguidos de cerca por la perra. Thomas se abalanzó hacia el cuarto empujando la puerta con el hombro y entonces señaló la ventana, deteniéndose solo un instante para mirar hacia la mesita de noche. En cuanto Laura corrió hacia la ventana para abrirla, miró sobre su hombro y vio aquel demonio, sus ojos rojos y llameantes aparecer repentinamente en el recodo del pasillo. Era tan denso que incluso las paredes parecían combarse hacia él, como si las estuviese atrayendo con alguna especie de gravedad desconocida, alterando la materia por completo.
—¡Está aquí! —gritó, desesperada.
Aquel ser del bajo infierno comenzó a hacerse más y más grande, otra vez, alimentándose del miedo y la desesperación, a medida que reptaba hacia ellos. Laura intentaba abrir los cerrojos de seguridad de la ventana, pero no podía, era como si estuvieran demasiado duros o bloqueados de alguna manera. Sin embargo, Thomas encontró por fin lo que estaba buscando. Con la medalla de San Benito en la mano, se detuvo frente a la puerta y se la mostró, sujetándola con fuerza. La bestia dio un chillido gutural y profundo, deteniendo su andar.
—¡Atrás, lárgate! —miró a Laura de reojo y volvió a concentrar su atención en la entidad. —¡Apúrate!
—¡Eso hago! —dijo ella, con los dientes apretados.
Finalmente la ventana se deslizó hacia arriba. El viento helado y la lluvia golpearon su rostro y algunas hebras de su cabello, pero le daba igual. Sujetó a la perra por el pecho y levantándola en ascuas, la pasó para el otro lado. Luego trepó al alfeizar de la ventana, y mirando hacia adentro, vio como Thomas corría hacia ella sosteniendo la medalla en la mano, por lo que se dejó caer hacia afuera. A los pocos segundos después, él ya estaba a su lado, en el patio trasero.
—¡A la capilla, vamos! ¡Tenemos que ir con Michael! —exclamó.
Rodearon toda la cabaña hacia el patio delantero, mientras Thomas corría a lo último, intentando atisbar hacia el interior de la casa a oscuras, por si veía aquella cosa emerger de algún sitio. Sin embargo, no fue así, por lo que continuó tan rápido como podía. Al doblar el recodo de la pared principal, uno de sus larguísimos brazos negros asomó, intentando capturar a Laura.
—¡Cuidado! —gritó.
Para cuando Laura lo vio, ya era demasiado tarde. Aquel demonio tenía medio torso asomando desde la pared y en el momento en que iba a sujetarla por los dos brazos, Thomas apretó la medalla en su mano derecha y la lanzó como si fuera una bola de tenis, la cual impactó de lleno en la cabeza alargada y oscura de la criatura. La atravesó como si fuera un simple papel, al mismo tiempo que al contacto con ella, la entidad dio un alarido sepulcral y tétrico, desvaneciéndose en volutas de humo negro bajo la lluvia, sin tener tiempo de haberle puesto una mano encima a Laura. Continuó corriendo hacia adelante, recogió la medalla del suelo, y entonces la miró.
—¿Estás bien? ¿Te hizo daño? —Le preguntó, preocupado.
—No, no me ha tocado.
Un nuevo trueno se hizo escuchar a lo lejos, mientras que un fuerte relámpago iluminó todo a su alrededor. Fue como si el aire mismo se hubiese partido en dos, o como si un gigante gritara "CRASH" encima de sus cabeza. Ambos se agacharon asustados, creyendo por instinto que había caído un rayo demasiado cerca de allí, pero cuando volvieron a levantar la cabeza, miraron en la dirección donde la mansión abandonada se ubicaba. Allí, una enorme masa de nubes oscuras, negras y pesadas, se cernía hacia ellos como si fuera una tormenta por encima de la propia tormenta, oscureciéndolo todo aún más.
—Mierda... —murmuró Thomas. —¡Tenemos que movernos, rápido!
Comenzaron a correr tanto como podían, rumbo a la iglesia del padre Michael, por la calle principal. El viento y la lluvia arreciaban sus impulsos como si la propia naturaleza quisiera refrenarlos de alguna manera, pero aunque estaban extenuados y empapados, lo cierto era que no se dejarían vencer tan fácilmente. No ahora, teniendo en cuenta todo lo que habían hecho y hasta donde habían llegado, por lo que metro a metro continuaron corriendo, mientras que jadeaban bajo la lluvia helada y los relámpagos constantes.
Por fin, llegaron a las puertas de la capilla. Thomas cerró el puño y golpeó con él cuatro o cinco veces, aporreando la puerta. Laura no cesaba de mirar en todas direcciones, temerosa, hasta que escuchó los cerrojos abriéndose. En cuanto vio que el padre Michael abría, ni siquiera esperó la invitación a pasar, directamente se metió como un bólido hacia adentro, seguida de la perra y del propio Thomas. Michael ni siquiera hizo una objeción al respecto, era lógico que algo había tenido que suceder.
—¿Qué pasó? —Fue todo lo que preguntó.
—Esa cosa... nos atacó... —jadeó Thomas, agitado por la loca carrera. Hizo una pausa para recuperar el aliento, mientras su rostro empapado por la lluvia goteaba por la barbilla, y agregó: —Creo que mi casa ya no es segura.
—¿Vertiste agua bendita en las entradas, como te dije?
—No, lo olvidé...
—Bueno, por eso ya no es segura —respondió Michael, en tono reprimente—. Van a tener que quedarse aquí, asumo. Más aún con esta tormenta.
—Esta tormenta no es normal, viene una igual o peor desde la mansión de Rowenna... —dijo Laura, cubriéndose el rostro con una mano, ya que Dinah había comenzado a sacudirse el pelaje a su lado.
—En la casa de Dios no tienen nada de que temer. Imagino que querrán calentarse, vengan —indicó, señalando a la puerta que comunicaba la capilla con la casa—. No tengo ropa para ti —dijo, mirando a Laura—, pero puedo prestarte una de mis batas de baño mientras que pongo tus prendas a secar. A ti te puedo prestar algo de mi ropa, sin problema —agregó, mirando a Thomas—. Te buscaré algo de mi ropa para tareas domésticas.
—Gracias —respondió él.
Ingresaron al living de la casa, arrimándose a la estufa a leña encendida, para acercar las manos. Michael entonces se alejó por el pasillo rumbo al dormitorio y tardó sus buenos minutos, un rato en el cual Thomas y Laura no se hablaron absolutamente nada. Él la miraba de reojo, sin atreverse siquiera a hablarle. Le dolía muchísimo de que lo haya acusado de algo tan horrible como eso, y por sobre todo, que ni siquiera le haya dado tiempo a intentar defenderse. En su mente aún rondaban aquellas imágenes de Laura, apuntándolo con la cuchilla más grande de su cocina, mientras le gritaba histérica preguntándole cuanto tiempo hacía que estaba al servicio de alguien tan malvada como Lady Rowenna. No solo eso, sino que también le echaba en cara el haber confiado en él, en que hubiesen tenido intimidad, o incluso el hecho de que le quería. Eso era lo peor.
Justo después de buscar mentalmente las mejores palabras para iniciar la charla, intentando no dejar que el dolor le ganara a la razón, abrió la boca para hablarle pero se interrumpió antes de poder decir nada, porque vio a Michael llegando de nuevo al living. En su antebrazo traía colgando unas cuantas cosas, le extendió una bata de baño blanca y afelpada a Laura, y un pantalón deportivo gris, además de un suéter verde con el logo de California, a Thomas.
—Es todo lo que pude hallar, al menos de momento. Sáquense todo lo que este mojado o húmedo y lo pondré a secar frente a la estufa —dijo.
—Gracias, Michael. Yo iré al baño, si no es molestia.
—Yo iré a su habitación.
—Fondo, a la derecha —indicó Michael, señalando con el dedo.
Cada uno se retiró por su lado, y el sacerdote se colocó las manos en los bolsillos del pantalón, mirándolos en silencio con expresión confundida. Podía jurar que hasta hace no mucho, había notado como se miraban solapadamente. Conocía esa forma de verse, él la había tenido con su esposa, y ahora, sin embargo, parecían dos desconocidos. La primera en volver fue Laura, con la bata puesta y una camiseta por debajo. Por suerte, como la bata le quedaba bastante grande, le cubría gran parte de la totalidad de sus piernas hasta pasando las rodillas. Para intentar guardar pudor, se subió las medias largas tanto como pudo para ocultar de la vista la mayor cantidad de piel. Thomas, por su parte, volvió con la ropa de Michael puesta. El pantalón le quedaba bien, pero el buzo le quedaba un poco justo.
Michael entonces acomodó al menos dos sillas del living con el respaldo hacia la estufa, para colgar primero los pantalones de ambos, que suponía era lo más rápido en secarse, y luego ya colgaría las chaquetas. Fue en aquel momento en que Thomas rompió el silencio.
—¿Estás bien? —preguntó, mirando a Laura. Ella lo observó, de reojo, y asintió con la cabeza. No parecía enojada, sino temerosa, más bien.
—Sí, gracias.
—Tenía mucho miedo de que algo te pasara, estuvimos muy cerca —dijo, acercándose con los brazos extendidos para abrazarla. Por el contrario, Laura dio dos pasos atrás, e hizo un gesto con la mano para que se detuviera.
—No, déjame.
Al escuchar aquello, Michael levantó la vista de las prendas en las sillas, y los miró.
—Laura... no entiendo qué demonios te ha pasado, pero te lo vuelvo a repetir, ¿ves esto? —dijo, mostrándole la mano envuelta en el vendaje manchado de tierra. —Haría esto mil veces más si fuera necesario, prefiero herirme yo antes que hacerte daño, ¿es que no lo entiendes?
En ese momento, Michael decidió intervenir.
—¿Qué está pasando? —preguntó.
—¡Vi que me iba a matar, y no puedo quitarme eso de la cabeza! —exclamó Laura, sintiendo como se le quebraba la voz. Thomas la miró, negando con la cabeza.
—¿Cómo puedes pensar que le sirvo culto a Rowenna? ¿Estás de broma conmigo? ¡Desde que llegaste nadie te ha prestado la mínima atención, salvo yo, te creí cuando me contaste...! —Michael levantó el índice hacia Thomas, interrumpiéndolo, y luego señaló a Laura.
—Cuéntame qué estabas haciendo cuando viste lo que viste —dijo.
—Me senté en el sillón de su casa, le pedí para encender el televisor, y me puse a ver un programa de moda, nada más.
—¿Ocurrió algo fuera de lo normal durante ese momento, o antes?
—Nada, los truenos, supongo. Un trueno muy cerca —respondió ella—. Luego puse el programa, me distraje un momento, y...
—¿Cómo que te distrajiste un momento? Explícame eso —pidió Michael.
—Sí... me disocié, no lo sé. Lo que sé es cuando vi que él me estaba hablando, estaba sentado a mi lado, con el plato de sándwiches en la mano ofreciéndome uno. Así empezaba todo, en ese momento.
—Se levantó gritando como loca, casi me mata del susto, diciéndome que la iba a matar y un montón de cosas más. Corrió hasta la cocina, tomó una de mis cuchillas y me amenazó con ella —dijo Thomas, interviniendo. Michael lo miró, asintiendo con la cabeza.
—Antes de que pasara todo esto, cuando ella se distrajo —dijo esta última palabra haciendo comillas con los índices—, ¿notaste algo fuera de lo normal?
—Bueno... —Thomas hizo memoria. —Yo le estaba hablando, pero como estaba de espaldas a ella mientras preparaba los sándwiches, no la veía. Como no me respondía, me giré y vi que ya había encendido la televisión, así que asumí que estaba muy concentrada viendo algo y la dejé tranquila. Cuando me senté a su lado recuerdo que le dije algo así como que no me esperaba que estuviera viendo un desfile de Gucci, que la imaginaba más estilo Versace. Una broma, nada más. Ahí fue cuando parpadeó, me miró, y se alteró.
—Hmmmm... —masculló el sacerdote. Volvió a mirar a Laura, esta vez. —Cuando estabas viendo esto, ¿recuerdas algún detalle en particular? Por muy raro que sea, algún ruido, algún olor, alguna sensación corporal...
—Sí, recuerdo algo... La luz se cortaba, había algo en el ambiente. Nos levantábamos del sillón y entonces yo sentía como era desplazada fuera de mi propia mente, de alguna manera. Tenía los brazos en una posición extraña, que ahora no me puedo acordar, pero sí me acuerdo que me salía espuma por la nariz. La sensación era horrible, me ardía, pero no podía hacer nada para evitarlo.
—Bien —El sacerdote fue hasta la cocina, tomó una tira de papel de cocina y volviendo al living, se la extendió—. Suénate la nariz, por favor.
Laura lo miró sin comprender.
—¿Por qué quiere ver mis mocos? No lo entiendo.
—No quiero ver tus mocos, quiero ver si hay algo más que me dé un indicio de lo que ocurrió. Confía en mí.
Suspirando por la desconformidad, Laura se llevó el papel a la nariz y sopló. No lo hizo demasiado fuerte, tampoco quería soltar demasiado, por simple vergüenza. Cuando sintió a través de sus dedos que algo caía en el papel, sintió como sus mejillas se ponían coloradas de la vergüenza. Michael entonces le extendió la mano, para que le devolviera la servilleta, y así lo hizo, de forma cohibida. Sin ningún tipo de reparo, Michael abrió el papel y miró en su interior. No había nada más que el clásico líquido acuoso de una nariz limpia, además de una sustancia blanquecina y pálida, similar a una gelatina.
—¿Ves esto? —Le dijo, señalándole. Laura tuvo que controlar el asco lo mejor que pudo.
—Sí, ya está bien...
—No son mocos, Laura. Es ectoplasma. Es una sustancia que sale a veces del cuerpo de los médiums al ser tomados por una entidad, lo que indica que todo lo que viste no fue nada más que eso, una visión —explicó Michael—. Algo te atacó, y te hizo ver lo que quería que vieras, nada más.
—¿Lo ves ahora? —insistió Thomas, mirándola casi con desesperación.
—Y si solo fue una visión producto de un ataque, ¿Cómo podía saber lo que iba a pasar después? El corte de luz, adonde se iba a sentar Thomas precisamente... —preguntó, confundida.
—Primero, porque no estás muerta, estás aquí. Y segundo, porque es normal que las entidades puedan tener conocimiento tanto a pasado, como a presente y futuro. Quizá solo te mostró un corto lapso de lo que pasaría en el próximo momento temporal, pero nada más. Estoy seguro que Thomas no es peligroso para ti, al igual que yo. No debes dejar que estas cosas te influencien.
En ese momento, Thomas se acercó a ambos, mirándola a ella directamente.
—Laura, desde que comenzamos con esto que me he arriesgado varias veces por ayudarte, y lo sabes. No quiero hacerte daño, no soy un adorador de Rowenna o de lo que sea que ella predicaba hace más de tres siglos atrás —dijo—. Lo siento si soy tan distinto al resto del pueblo, tengo mi mascota, soy joven y tengo televisión e internet, ¿pero qué puedo hacer? No tenía forma de adivinar que iba a conocerte, yo soy esto, y si elegí ayudarte es porque quiero hacerlo hasta el final. Sé que fue difícil que pudieras confiar en mí, pero lo hiciste a fin de cuentas. Ahora te lo pido yo, por favor, confía en mí...
Thomas le extendió la mano sana, mirándola fijamente. Michael también la miró, esperando su decisión. Aquel hombre se moría de amor por ella, le bastó solamente escuchar la ternura que le inundaba la voz cuando de sus labios salió ese "por favor" con intención de "no me dejes", para darse cuenta de ello. Nunca había tenido mucho trato con Thomas, es verdad, pero al menos sabía que no era un joven problemático o peligroso. Laura asintió con la cabeza, pero no le aceptó la mano. En su lugar se acercó hasta una de las sillas libres, y se sentó en ella, dando un suspiro cansado.
—Dame tiempo y distancia, al menos por ahora. ¿Puedes hacer eso por mí? Necesito acomodar mis ideas —dijo.
Thomas bajó la mano, mirándola derrotado. Asintió con la cabeza, y se giró sobre sus pies.
—Claro, lo que necesites —murmuró. Luego miró al padre Michael—. Con permiso...
Se retiró hacia la puerta que dividía la casa con el atrio de la capilla, salió y cerró tras de sí. Michael arrugó la servilleta de papel, la lanzó al fuego y entonces miró a Laura, con las manos en los bolsillos.
—Es un buen hombre, y por lo que veo, te quiere en verdad —dijo.
—Lo sé... —respondió, luego de un hondo suspiro. —Pero ahora mismo no puedo pensar en otra cosa que no sea en el miedo, en esa sensación de sentir como me apuñalaba una y otra vez hasta matarme. Era demasiado real...
—¿Quieres que te diga una cosa? Un consejo más como amigo, que como sacerdote.
—Dime.
—Hay muchas cosas que se alimentan del miedo, del caos, de la tristeza o de la desesperación. Si permites que te influencien hasta sacar de ti lo que quieren, entonces estarás muy jodida —comentó—. Creo que ahora mismo estamos en un punto en el que no podemos ceder bajo ninguna circunstancia a las influencias del mal, cualquiera que estas sean. Si lo hacemos, entonces estamos fritos. Tú, más que nadie, teniendo en cuenta que como la última descendiente de aquellos videntes, eres su principal punto de mira. ¿No crees?
Dicho aquello, Michael le apoyó una mano en el hombro y se alejó rumbo a la puerta por donde había salido Thomas. Al entreabrirla, pudo verlo allí, sentado en la primera fila de las bancas de madera, con los codos apoyados en las rodillas y mirando de forma trémula la enorme cruz tras el altar de adoración. Vio como levantaba sus manos hasta cubrirse el rostro con ellas, y por el movimiento de su espalda, supo enseguida que estaba llorando.
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