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Aquella noche, Thomas preparó una carne al horno con pure de patatas, y luego de cenar, Laura lo ayudó a desarmar la cama de su dormitorio, quitar la mesita central del living y poner el colchón junto a los sillones. Se sentía un poco culpable por tener que estar obligando a Thomas a tener que hacer todo eso, pero él le decía que no había ningún problema en ello, que con gusto haría todo con tal de que se sintiera mejor y más protegida.
Luego de la cena, se dedicaron a leer con más detalle el grueso archivador mientras tomaban un té, y allí se percataron de que habían pasado por alto un detalle no menor: había una entrada del padre Octavio de Belmonte que describía algo acerca de haber encontrado el libro de conjuros que Lady Rowenna usaba, pero que fue enterrado y oculto en algún lugar del pueblo para evitar que nadie más lo volviera a utilizar. Además, había otros mensajes crípticos que no podía entender, con frases como "el mundo bajo la cripta sin dueño".
Permanecieron despiertos hasta casi las dos de la madrugada, intentando descubrir algún que otro pasaje con información valiosa, e incluso hasta habían comenzado a leer las notas personales de cada sacerdote, pero era en vano. Las notas diarias solo contaban sus rutinas, y nada más. Finalmente, y ya casi muertos de sueño, se acostaron a dormir, Thomas en su sillón y Laura en el colchón, a su lado, luego de ir al baño para cambiarse de ropa y ponerse el pijama.
Aún a pesar de estar cansada, el simple hecho de dormir le llenó de temores, teniendo en cuenta que las mismas pesadillas podían asaltarle otra vez, además de que en su cabeza todavía rondaban las descripciones narradas por aquellos sacerdotes en el registro eclesiástico. Desvelada, se giró de costado para ver dormir a Thomas plácidamente. Le asombraba como podía ser que durmiera de forma tan serena, pero imaginaba que así eran todos los hombres, por más que vieran los horrores más crudos, al final del día solo dormían y ya. Por fin, el sueño logro vencerla, hasta que se durmió.
Para su suerte, la madrugada transcurrió sin sueños, no sabía si porque ya estaba tan acostumbrada a ellos que su psique los ignoró por completo —lo cual dudaba muchísimo—, o por el hecho de sentirse protegida gracias a Thomas. Fuese como fuese, despertó mucho más animada que otros días, tanto que incluso se levantó de la improvisada cama antes de que él despertara, por lo que intentando hacer el mínimo ruido posible, se puso en plan de preparar el desayuno luego de haberse vestido. Casi media hora después, Thomas despertó, atraído por el aroma a café y sándwiches tostados.
—Buenos días —saludó, apoyado en el marco de la puerta que dividía la cocina con el living. Al escucharlo, Laura estaba tan concentrada untando la mantequilla en los panes, que dio un pequeño respingo y se giró, sobresaltada.
—¡Mierda! —exclamó. Luego lo miró apenada. —Perdón, siento mucho haber invadido tu cocina. Sé que es un atrevimiento de mi parte, pero quería tener el buen gesto de dejar el desayuno listo para cuando despertaras.
—Descuida, no es ningún atrevimiento, al contrario. Para una vez que puedo tener a alguien que me prepare un desayuno, debo de agradecerle al destino —bromeó—. ¿Dormiste bien? No te escuché gritar, así que asumo que no has tenido malos sueños.
Lo observó un instante antes de responder. Su camiseta blanca, de manga corta, se entallaba en los bíceps de sus brazos cruzados por encima del pecho, y bajo las perneras de su pantalón asomaban sus pies, apoyado uno encima del otro. Estaba tan naturalmente sencillo, que fue imposible evitar el hecho de que le parecía algo sexi. Se giró de nuevo hacia el sándwich que estaba preparando, para que Thomas no viera sus mejillas ruborizadas.
—Sí, he dormido de maravilla. Gracias —dijo. Él se acercó, por detrás suya, y abriendo la puerta de la encimera, sacó dos tazas y sus respectivos platillos de cerámica. Aquel simple movimiento hizo que se le entrecortase la respiración una milésima de segundo.
—Me alegro. Te ayudaré con el café, si te parece.
—¿No puedes simplemente quedarte quieto mientras termino con esto? —preguntó Laura, mirando de reojo como servía el café a su lado.
—El trabajo en equipo siempre es mejor, así que no, no puedo quedarme quieto —Le sonrió. Puso las tazas en sus respectivos platillos y los llevó hasta la mesa, luego volvió a la cocina por el azúcar y las cucharillas.
Se tomaron su buena hora y media para desayunar, y luego de ello, Laura le pidió a Thomas permiso para usar su ducha, a lo que él accedió diciéndole que utilizara su cabaña como si fuera su propia casa. Mientras ella separaba la ropa limpia que se pondría después, él le acercó una toalla limpia y mientras ella se duchaba, ordenó las sábanas y las mantas de cada cama, para posteriormente limpiar los enseres del desayuno. Para cuando Laura salió del baño, encontró a Thomas sentado en su escritorio de trabajo, releyendo el registro con meticulosidad.
—¿Aún sigues con eso? Ya lo hemos revisado de punta a punta, no podremos sacarle más jugo —dijo. Él levantó la cabeza y la miró. Llevaba las mismas botas de media caña con las que había llegado al pueblo, un pantalón de jean azul y un suéter marrón con pelitos por todo el cuerpo. El cabello aún húmedo le caía tieso por detrás de la espalda.
—Solo por si acaso. ¿Estás lista para ir a la capilla?
—Vamos, cuanto antes podamos salir de esto, mejor.
Thomas cerró el archivador, tomó las llaves de la cabaña y poniéndose de pie, se dirigieron hasta la puerta. Al salir, cerró con llave y entonces emprendieron el camino hacia la capilla, la cual podía verse en la distancia debido a su torre en punta de flecha, donde estaba el campanario. Como casi todos los días desde que había llegado, la mañana estaba nublada y gris, pero al menos no había bruma. En cualquier caso, este hecho no le asombró, no aún después de haber leído aquel registro y recordar la anotación de un sacerdote que decía algo así como "Los días son perpetuamente grises, como si la maldición hubiese afectado a la misma naturaleza del lugar". Pensar en aquello le hizo dar un leve escalofrío.
Tras quince minutos de caminata, llegaron a las puertas de la capilla. Laura observó el detalle en los tallados de la puerta de madera, con figuras angelicales y arabescos, las cuales se hallaban cerradas. En la entrada, solo había un cartel escrito a pintura blanca, con perfecta caligrafía, donde decía los horarios de cada reunión. Juntos, subieron los tres peldaños del porche y miraron a su alrededor. Todo se hallaba en el más profundo silencio.
—¿Crees que haya alguien? —preguntó ella. Thomas se encogió de hombros.
—Debería. La capilla funciona de forma muy similar a la posada de Oliver, también es la casa personal del padre Michael, así que no creo que no se encuentre en su propio hogar.
Cerró el puño y golpeó tres veces con los nudillos, tan fuerte como pudo debido a la dura madera, y esperó. Cuando se disponía a golpear de nuevo, segundos después, vio que la puerta frente a él se abría, apareciendo ante ambos un hombre parcialmente canoso, con una presencia imponente. Incluso un poco más alto que Thomas y de hombros anchos y fornidos, vestido completamente de negro, no con la típica sotana de siempre, sino más bien con una camisa remangada hasta los codos, un pantalón y zapatos formales. Sus ojos profundos y serenos, de un azul claro y penetrante, miraba a ambos como si quisiera analizar cada porción de sus almas. Su poblada barba no estaba mal recortada, la cual le daba un aire de gran sabiduría. En una de sus manos sostenía una escoba de paja.
—¿Sí? —preguntó.
—Padre Michael, ¿podríamos hablar con usted un momento? —inquirió Thomas, mientras Laura miraba hacia adentro por el espacio libre entre la puerta y el hombre. La capilla estaba alumbrada tenuemente, y a la espalda del sacerdote se dejaban ver dos filas de bancos de madera pulida, dispuestos en hilera, con sus himnarios de alabanza y algunos almohadones rojos en sus asientos.
—¿Sobre qué?
—Mi amiga es periodista, al igual que yo. Está investigando los sucesos del siglo diecisiete y acabamos de leer los informes clericales de la época, pero están incompletos. Nos preguntábamos si usted, por casualidad, no tiene los archivos que faltan.
El hombre veterano los volvió a mirar nuevamente como si estuviera sopesando las opciones, y entonces negó con la cabeza.
—Lo siento, pero no tengo nada de eso. Lamento no poder ayudarlos —dijo.
En el momento en que iba a cerrar la puerta, Laura se la sujetó apoyando la palma de la mano.
—¡Por favor, ayúdenos! ¡Estoy en peligro! —exclamó, con impotencia. El cura la miró con recelo.
—¿Qué clase de peligro?
—Es un poco largo de explicar. ¿Podríamos pasar? —preguntó Thomas. El padre Michael entonces lo miró alarmado, y asintió con la cabeza. Abrió la puerta de par en par, haciéndose a un lado, y entonces ambos entraron. Dentro de la capilla, la temperatura era cálida, seguramente gracias a las numerosas velas encendidas cerca del altar, frente a una imagen de Cristo en la cruz. Los ventanales de vitraux eran coloridos y reflejaban imágenes de la Biblia, y tanto el púlpito de prédicas como el altar de ceremonias estaban decorados con manteles blancos y ribetes dorados. El suelo era de piedra pulida, y Laura pensó que seguramente era original de la época, quizá lo único original que se conservaba de la primera capilla.
La primera capilla se quemó, pensó. La quemó ella.
Sin embargo, ¿Por qué pensaba una cosa así? Por su mente surcaron imágenes borrosas, llamas naranjas que se elevaban hasta el cielo, humo y gritos, sacerdotes lamentándose. Un caleidoscopio de emociones y sucesos fugaces.
—La iglesia original se quemó, ¿no es cierto? —preguntó, de repente. Thomas la miró sin comprender. El padre Michael, por su lado, con cierto mal presagio.
—¿Cómo lo sabe? —Le preguntó.
—No lo sé, lo he pensado así, sin más. Cuando vi este suelo —dijo, golpeando con la punta de su bota una de las piedras — me imaginé una capilla incendiándose. Estoy segura que fue ella, Lady Rowenna.
Thomas sintió como se le erizaba la piel al escuchar aquello. Había cotejado los registros de la biblioteca varias veces, en ninguno hacía mención de la quema de la iglesia, así que no se explicaba cómo había podido suponerlo. Aquello le ponía los pelos de punta, al igual que su mirada, perdida y difusa.
—Sí, así es. Se supone que antes de desaparecer quiso quemar la iglesia para asesinar a los sacerdotes que vivían aquí, pero falló en el intento porque todos estaban afuera cuando el fuego se propagó —El padre Michael hizo una pausa, y entonces dejó la escoba a un lado, apoyada contra uno de los bancos—. ¿Sobre eso querían hablarme?
—En realidad no —explicó Thomas—. Como se lo dije, mi amiga ha venido al pueblo para investigar los sucesos relacionados a la quema de brujas.
Michael lo miró con fijeza.
—No me mientas, chico. Sé cuando la gente me está mintiendo porque puedo leerlo —Se señaló ambos ojos—, aquí.
Thomas resopló, miró a Laura de reojo como esperando su aprobación, y ella le asintió con la cabeza.
—Ella tiene sueños con el espectro negro que se decía, acompañaba a Rowenna. Estaba hospedándose en lo de Oliver, pero él ha muerto.
—¿Cómo? ¿En verdad?
—Sí, así es. Ahora estoy en su casa —dijo Laura, señalando a Thomas—, y esa cosa me atacó. Él la vio.
—Que Dios bendito esté con nosotros —murmuró el cura, haciéndose la señal de la cruz.
—Hay más detalles, si podemos tomarnos un tiempo para sentarnos y explicarle, quizá pueda ayudarnos —intervino Thomas.
—Pasen por aquí.
Entraron en silencio, mientras Laura miraba todo a su alrededor. Quizá por la caminata, o quizá porque el ambiente estaba mucho más templado que afuera, sintió calor. Sin embargo, no dijo nada, solamente se dejó guiar junto a Thomas hasta tomar asiento en uno de los bancos en primera fila. Una vez allí, el padre Michael entrelazó los dedos encima del regazo, y los miró.
—Gracias por recibirnos. Sé que hablamos poco, pero... —dijo Thomas. Sin embargo, no lo dejó terminar de hablar.
—¿Cómo murió Oliver?
—Bueno, creemos que un espectro lo atacó, el mismo que me persigue a mí en mis sueños, y que es el mismo que acompañaba a Lady Rowenna —intervino Laura. Michael negó con la cabeza, lentamente.
—Eso son cuentos del pueblo desde que tengo uso de memoria.
—Le aseguro que no lo es —insistió ella, casi con un deje de molestia en el tono de su voz.
—Oliver siempre venía, todos los domingos. Es una pena que ya no esté con nosotros, era un buen hombre —Luego escrutó a ambos con la mirada, poniéndose más serio—. ¿Qué es lo que necesitan, precisamente?
—¿Prefiere que vayamos directo al grano, o le contamos desde el principio? —inquirió Thomas.
—Desde el principio, a ser posible. Quiero entender de lo que sea que estén hablando.
—Desde mi niñez veía una sombra a los pies de mi cama, mirándome mientras dormía. Cuando comencé a crecer, empecé a tener sueños recurrentes con este pueblo. Me veía huyendo de algo que no podía definir, pero corría a través de las calles. Las reconocí en cuanto llegué a Bellhaven —dijo Laura, de forma resumida.
—¿Tus padres conocían del pueblo?
—No.
—¿Te contaron algo de su historia alguna vez? ¿Tus abuelos quizá?
—Tampoco —Volvió a responder.
Michael hizo una pausa, se miró las manos y luego levantó la cabeza.
—¿Y qué tiene que ver conmigo todo esto? —preguntó.
—Hemos leído los registros eclesiásticos de la quema de brujas, en la biblioteca, pero están incompletos. Queríamos saber si podía ayudarnos a leer el resto, para obtener más información. Imagino que los debe tener con usted —intervino Thomas.
—¿Y para qué quieren buscar información sobre una época tan oscura?
Esta evadiéndose, pensó Laura. Aquel razonamiento fue suficiente para entender que aquel sacerdote intentaba ocultar algo.
—Quiero dejar de soñar con esto, sea lo que sea —dijo ella—. Algo hay en este pueblo que me ata aquí, no sé si la propia Lady Rowenna, su espectro o qué demonios, pero solo quiero erradicarlo y vivir en paz.
—No se maldice en la casa de Dios, señorita —comentó el sacerdote, regañándola. Laura no bajó la mirada, pero se sintió enrojecer.
—Lo siento —murmuró.
—¿Eres una chica devota? ¿Crees en Dios?
—No.
—Y por lo que veo, tu amigo tampoco, a quien conozco prácticamente desde que se mudó al pueblo, como todos aquí, y no ha venido un solo domingo a misa —comentó Michael, señalando a Thomas. Laura lo miró extrañado, y se encogió de hombros.
—No, supongo que no. ¿Qué tiene que ver eso con lo que estamos diciéndole? —preguntó, sin comprender.
—Tiene todo que ver. ¿Cómo puedes entender lo que supuestamente te persigue, si ni siquiera crees en Dios?
—Pues ayúdenos a entender. ¿Tiene esos documentos, o no? —intervino Thomas, impaciente.
El cura pareció meditar unos momentos la respuesta. Finalmente se puso de pie, y comenzó a caminar hacia la puerta con el rótulo de privado.
—Si quieren mi consejo, les diría que intenten con otros métodos. Hoy en día la meditación puede hacer maravillas —dijo, sin voltearse—. Si buscan en su subconsciente, es muy probable que la respuesta esté ahí. Que tengan buen día.
Laura lo miró incrédula, Thomas por su parte, casi boquiabierto. Sin embargo, fue el primero en reaccionar.
—¿Qué tengamos buen día? ¿En serio nos va a despachar así? —preguntó, molesto.
—No me lo tomen a mal, solo que tengo muchas cosas que hacer.
—¿Cómo qué? ¿Limpiar los candelabros? ¿Pasar el plumero encima del altar? ¡Padre Michael, no me joda!
El cura se volteó a verle con expresión de enojo, y Laura sujetó del antebrazo a Thomas, poniéndose de pie.
—Ya, déjalo así, no importa... —Le murmuró. Él se levantó de su banco, pero no se movió.
—¡No, Laura, no lo dejaré así porque se trata de ti y porque estás en peligro! ¡Un peligro real! —exclamó. —¡Su deber como hombre de Dios es ayudarnos, y si algo nos pasa a cualquiera de nosotros, será su culpa! ¿Lo entiende?
El padre Michael se acercó a él, casi hasta quedar cara a cara. El corazón de Laura palpitaba con fuerza, temiendo una riña.
—Escúchame bien, hijo. Si no entienden lo que está pasando, entonces no remuevan la basura, váyanse por donde vinieron y busquen otro camino. Hay cosas con las que es mejor no meterse.
—No tengo miedo, solo quiero ayudarla a ella, nada más —respondió. Laura lo miró conmovida, y casi de forma instantánea lo supo, muy dentro de sí, aleteando como una sombra negra en los rincones más ocultos de sus emociones.
—Tú no tienes miedo —dijo, y entonces miró al padre Michael—, pero él sí. No sé lo que le ha pasado, pero no puede ocultarse toda la vida tras estas paredes, señor.
—Tú no me conoces —murmuró el sacerdote. En ese momento, por la mente de Laura aparecieron algunas imágenes fugaces, revoloteando de aquí para allá. Un hombre en cuclillas, joven, sosteniendo un cuerpo que se convertía en arena, en polvo.
—Tienes que sacudirte el polvo, Michael, y actuar —masculló. El padre Michael la miró con el rostro pálido. Sus lagrimales se inundaron repentinamente, y aunque no cambió la expresión de su cara, una lágrima le recorrió la mejilla izquierda con rapidez.
—¿Quién carajo eres? —preguntó, con la voz enronquecida. Thomas la miró con atención, y antes de que pudiera responder algo, él le habló.
—Estás teniendo los mismos episodios que cuando adivinaste la enfermedad del padre de tu amiga, cuando eran pequeñas. Es eso, ¿verdad?
—No lo sé, solo son... ideas.
Michael entonces tomó asiento en el banco de madera, mirando hacia el suelo. Con una mano temblorosa se cubrió los ojos, y ambos lo miraron.
—¿Padre Michael? —preguntó Thomas. —¿Qué pasa?
—Chelly me dijo esa frase, antes de morir. Hace más de quince años.
—¿Quién es Chelly? —inquirió Laura, confundida.
—Una larga historia —Se limpió los ojos, y entonces se volvió a poner de pie—. Tienen razón, para mi desgracia. Debo actuar, y si es mi designio combatir esto, entonces no tengo más opciones. Vengan.
Se encaminó hacia la puerta privada, la abrió y permitió que ambos pasaran primero, luego él a lo último, cerrando tras de sí. Un largo pasillo tapizado se extendía por delante, y a la izquierda, giraron hacia una gran sala de estar amueblada de forma antigua, pero confortable. Atravesaron todo el living, equipado con sillones, alfombras, cuadros con frases bíblicas y paisajes, y un impecable tocadiscos con cientos de vinilos ordenados en su mueble lateral. Antes de llegar a la cocina, el padre Michael arrastró un mueble estilo bargueño hacia un lado, descubriendo así la puerta trampa de un sótano, perfectamente recortado en la madera del suelo. Tiró de la anilla, y entonces comenzó a bajar por la escalera. Thomas y Laura se miraron mutuamente, invadidos por la intriga, hasta que él comenzó a bajar primero, por último ella.
En cuanto los tres llegaron al suelo, el cual por el crujir de sus zapatos parecía ser de gravilla, Michael accionó un interruptor en la pared, y al instante, el enorme sótano se iluminó gracias a una bombilla en el techo. Las motas de polvo y el olor a humedad encerrada los invadieron, y dentro, pudieron ver un montón de cosas. Al menos una cuarta parte del sótano estaba ocupado por viejos candelabros oxidados, un púlpito apolillado y antiguo, y cuadros viejos. En otro rincón, había latas de pintura, productos de limpieza, rodillos, una escalera mediana, y un tablero de herramientas cubierto de telarañas. Recostadas a una de las paredes laterales también había sillas plegables, decoraciones de temporada que Laura no podía definir a simple vista, material catequético como libros, folletos y materiales parroquiales, incluso hasta un perchero con al menos diez vestimentas litúrgicas envueltas en sus fundas de nylon, ya amarillentas por el paso del tiempo. Absorta en sus propios pensamientos, caminó unos pasos hasta acercarse a la pared opuesta, la que estaba libre de cosas. Allí, en los muros de ladrillo visto y descascarado, había varias anillas de hierro, amuradas en la propia pared. Tocó una de ellas, sintiendo el óxido en la yema de los dedos, y habló.
—Aquí las encadenaron cuando iniciaron los juicios —miró al padre Michael—. A las brujas, ¿no es así?
—A algunas de ellas, sí —confirmó. Thomas sintió como un estremecimiento de temor le recorría los brazos, al comprobar de primera mano la repentina clarividencia que empezaba a mostrar Laura. ¿O quizá no era tan repentina? Se preguntó. En cualquier caso, debía averiguarlo a como diera lugar. Michael caminó hacia un viejo arcón, situado al fondo del sótano. Lo abrió, con un crujido, y sacó de su interior un viejo tomo de tapa marrón, con bordes en bronce—. Lo que buscan está aquí.
Al escuchar aquello, Laura se apartó de la pared y lo miró. Apenas había tocado una de las anillas cuando pudo sentir muchísimas cosas en breves instantes: dolor, hambre, frío, sed. Pudo sentir también la suciedad en su cuerpo al tener que hacer sus necesidades junto a aquella prisión. Salir de aquel sopor fue como una bocanada de aire fresco para su mente.
—¿Son los originales? —preguntó.
—Sí, vamos arriba, allá tenemos mejor luz.
Volvieron a enfilar rumbo a la escalera, la cual Laura pidió subir primera. Necesitaba salir de aquel sótano con rapidez, porque la incomodidad que le erizaba los vellos de la nuca era demasiado profunda, como si de alguna manera pudiese notar que aquel no era un lugar bueno, a pesar de estar bajo los cimientos de una capilla. Una vez que el trío salió del sótano, el propio Thomas fue quien cerró la trampilla y volvió a acomodar el mueble en su lugar, luego tomaron asiento alrededor de la mesa central del living, y bajo la luz de la casa tanto Laura como Thomas pudieron ver lo ruinoso del documento. Muchas de sus páginas estaban amarillentas, mohosas, y una pesada capa de polvo invadía su tapa.
—Cuando se iniciaron los juicios en Bellhaven —comenzó a relatar el padre Michael—, se hicieron dos registros completamente diferentes. Uno incompleto, como el que ustedes leyeron, donde no se especificaba demasiado de aquel asunto más que lo mínimo y necesario. Paralelamente se hizo este otro, donde detalla muchas otras cosas que no son muy fáciles de entender para gente sin fe.
—Créame que aunque no compartamos la misma religión, se mucho sobre estas cosas. Podría sorprenderlo —dijo Thomas.
—¿Me permite hojearlo? Creo que puedo saber por dónde buscar —comentó Laura. Michael recordó entonces como había podido saber dónde habían atado a las brujas, o el hecho de que los suelos de la capilla era lo único original en ella. Por lo tanto, asintió, y le cedió el libro. Ella entonces puso sus manos en sus hojas, recorrió con la yema de los dedos aquella tinta reseca y antiquísima, y comenzó a pasar las hojas, hasta detenerse en una en particular. Entonces, comenzó a leer en voz alta.
Registro de la hechicera y sus maleficios – 4 de enero de 1691
Hoy, me veo obligado a registrar los oscuros eventos que están ocurriendo en lo que era antaño nuestro apacible pueblo de Bellhaven. En esta fecha fatídica, mi corazón pesa de temor y angustia, pues la brujería no solo ha hecho su morada entre nosotros, sino que además tiene una fuerza increíble, personificada en la siniestra figura de Lady Rowenna la Blanca.
Desde hace meses, el rumor de sus siniestros tratos con fuerzas oscuras ha circulado por las calles de Bellhaven como una peste incontrolable, y por fin, hemos podido esclarecer un poco de luz sobre sus actos.
La gente teme su nombre susurrado en voz baja, y susurros se convierten en gritos aterrados cuando cae la noche. En las últimas semanas, varios testimonios de nuestros informantes apuntan a que Lady Rowenna está inmersa en rituales profanos que desafían la misma naturaleza. Estos rituales, que algunos de nuestros diáconos han tenido la oportunidad de observar tras mucho tiempo de espionaje y que hoy he decidido documentar en detalle, son evidencia de su profundo compromiso con las artes oscuras y su habilidad para controlar al espectro que la rodea.
El primero de ellos es el ritual de la luna negra. En las noches más oscuras del ciclo lunar, Lady Rowenna se retira al bosque de Hirmingan, donde en su centro ha levantado un altar de piedra, inscrito con extraños símbolos. Sobre él, vierte sangre de vaca y oveja. Allí, bajo el manto de la luna negra, reza a entidades siniestras que, se rumorea, le otorgan poderes inimaginables. Los diáconos afirman haber escuchado sus cantos impíos y sus risas desgarradoras en la distancia. Es en este ritual donde Rowenna establece una conexión personal con el espectro oscuro que le obedece.
Dicho espectro, una entidad sombría que no hemos podido identificar aún como algún demonio conocido, se ha convertido en el aliado más siniestro de Lady Rowenna. Durante el ritual de la luna negra, ella se somete a una posesión temporal, permitiendo que el espectro oscuro se apodere de su ser. Dentro de esta oscura simbiosis, Rowenna adquiere el don de la manipulación de las sombras, pudiendo extender sus dedos oscuros como tentáculos para ejercer su voluntad. Con este control, puede moverse por el pueblo libremente, tal y como atestiguan algunos lugareños haberla visto por el rabillo del ojo recorriendo las calles solitarias durante la noche, en esa misma noche que nuestros diáconos la espiaban dentro del bosque.
También han sido testigos del ritual de las velas, en el cual durante las noches de tormenta, Lady Rowenna se encierra en su mansión y enciende velas negras hechas de cera mezclada con la sangre de aves y murciélagos. Los truenos retumban en los cielos, mientras ella murmura palabras incomprensibles, entregándose junto a sus seguidoras a actos que desafían toda moral y humanidad. Se dice que estas velas, una vez consumidas, fortalecen la conexión entre Rowenna y el espectro oscuro, permitiéndole ejercer un control aún más poderoso.
Sin embargo, y lo que estos valientes diáconos experimentaron en carne propia fue la peor y más temida de todas sus prácticas: el ritual de la mirada maldita, conocido por corromper la mente de aquellos que caen bajo su influencia. Descubierta siendo espiada, Rowenna fijó sus ojos en ellos, y en ese momento sus almas quedaron marcadas por un terror eterno. A medida que avanzaban los días, sus mentes se retorcieron en agonía, como si hubieran caído en una locura que solo ellos podían comprender, incapaces de escapar de su influencia maligna.
Durante siete días tuvimos que encerrarlos en las habitaciones de confinamiento, destinadas solo para aquellos que se enfermaban irremediablemente. Allí, fuimos testigos de cómo gritaban durante horas, se arañaban los rostros hasta hacerse sangrar, se golpeaban entre sí hasta fracturarse los huesos, e incluso comían de sus propias heces. Cuando sus cuerpos ya no dieron más de sí, la gracia de Dios permitió que descansaran en paz. Sin embargo, no pudimos enterrar sus maltrechos cuerpos, tuvimos que quemarlos como si fueran un desperdicio, ya que de una forma poco normal comenzaron a descomponerse con extrema rapidez, como si llevaran meses o años muertos, en lugar de unas pocas horas.
El temor que rodea a Lady Rowenna es palpable en cada rincón de Bellhaven, y el pueblo entero reza por su expulsión y la purificación de esta tierra de su maldita presencia. Como sacerdote, es mi deber luchar contra esta amenaza sobrenatural y preservar la fe de nuestro pueblo, tanto como me sea posible. Que Dios tenga piedad de nuestras almas y nos proteja de las artes oscuras que Lady Rowenna profesa.
Padre Jonathan Worthington.
—Ella controlaba al espectro, y a su vez, el espectro habita en ella. Eso significa que... —murmuró Thomas. Laura lo miró con la piel erizada del miedo.
—Que quien se paraba a los pies de mi cama cuando era pequeña no era esa cosa, sino ella. Ella me vigilaba todo el tiempo, es ella quien me persigue en mis sueños, quien me atacó mientras dormía y quien ha matado a Oliver —dijo.
—O ambos. No necesariamente uno tiene control sobre el otro, lo dice explícitamente aquí, sino que algunas veces esa entidad tomaba posesión de Rowenna, para permitirle ser omnipresente por un breve periodo de tiempo —comentó el padre Michael.
—¿Hay algo más? Sigue buscando —instó Thomas, con apremio. Laura entonces continuó hojeando, hasta que encontró otro título que le llamo la atención.
Registro de la parroquia de Bellhaven acerca del libro de conjuros de Lady Rowenna – 15 de abril de 1691
Hoy, me veo obligado a registrar un evento trágico y desgarrador en nuestra lucha contra las artes oscuras de Lady Rowenna. Hace una semana tres seguidoras de la mencionada bruja han venido a nuestra parroquia, con la esperanza de ser redimidas de sus actos impuros. Arrepentidas, han pedido nuestro perdón y el de nuestro Padre, y han dado información crucial acerca del libro de conjuros de su oscura líder. El descubrimiento de este grimorio prohibido se convirtió en una prioridad urgente cuando nos confesaron que su control sobre el espectro oscuro solo se fortalecía con el tiempo. La supervivencia de Bellhaven y la paz de nuestra comunidad dependen de nuestra capacidad para destruir esa fuente de poder.
Sabíamos que solo aquellas que habían estado en estrecha colaboración con ella podrían tener conocimiento de la ubicación del grimorio, y así fue. Las sombras de la noche se convirtieron en nuestro aliado mientras nos reuníamos en secreto con aquellas mujeres que habían sido seducidas por las artes oscuras de Rowenna, y que ahora buscaban hallar un poco de piedad en la salvación de nuestro Señor.
Una serie de conversaciones clandestinas nos revelaron que Lady Rowenna guardaba su libro de conjuros en su mansión decadente, un lugar al que ni siquiera queríamos acercarnos. Sin embargo, también nos fue dicho que había una forma alternativa para acceder a la mansión, y que nadie más que Rowenna y su séquito conocían. Un pasadizo oculto bajo el cementerio local, el cual accedía directamente a la sala de ceremonias de la mansión, un lugar donde realizaba los rituales más profanos, y que era el epicentro de su poder. Para encontrar su acceso, debíamos profanar la tumba sin nombre, y nos encaminamos a ello.
Guiados por la información de nuestras colaboradoras, un grupo de sacerdotes incluido yo mismo, armados con el conocimiento y la fe, nos aventuramos en la mansión de Lady Rowenna durante la noche. Con velas consagradas y amuletos protectores, avanzamos en silencio por pasajes secretos que nos llevaron al corazón de su refugio en la brujería. Nuestro camino estaba lleno de obstáculos y peligros, las sombras que se alargaban de nuestros faroles dibujaban siluetas tenebrosas en el suelo las cuales parecían moverse de forma distinta a la de nosotros, como si tuvieran vida propia. El padre Hopkins no resistió al escuchar los susurros en el aire, y volvió sobre sus pasos, buscando el refugio de la casa de Dios.
Finalmente llegamos a una habitación donde encontramos el libro de conjuros, cuidadosamente resguardado en un atril de cristal. A nuestro alrededor parecía como si la misma sala estuviese impregnada de una oscuridad espesa, que iba más allá de lo natural, ya que la luz de nuestros faroles y velas consagradas pareció menguar parcialmente. En el centro de la sala, había un altar con manchas de sangre reseca y algunos utensilios que no conocemos. En el techo, un candelabro con velones negros arrojaba sombras retorcidas que danzaban de manera inquietante, al igual que habíamos visto en el pasadizo secreto de camino a este sitio infernal.
Encima del altar había cráneos de animales pequeños, como ratones, aves y pezuñas de vaca. Frascos con sustancias desconocidas estaban apiñados en una estantería a la derecha, donde incluso en alguno de ellos pudimos observar al menos quince ojos humanos. El olor nauseabundo que impregnaba el aire era apenas soportable, y cuando ya no podíamos resistir más, Padre Juseph avanzó hacia el libro, para tomarlo y marcharnos de allí cuanto antes.
Fue en ese momento cuando la vimos. La oscura figura de Lady Rowenna apareció a nuestras espaldas, sosteniendo una especie de daga ceremonial. Sin mediar palabra alguna, nos gritó que debíamos marcharnos de allí, y en cuanto su voz dejó de resonar, vimos con horror como tras una murmuración que no logramos oír, extendió su mano izquierda hacia adelante y tras nuestras espaldas se materializó aquel espectro oscuro y enorme. Padre Juseph fue el primero en intentar expulsar a la criatura, en vano, ya que vimos cómo le arrancó las cuerdas vocales de un solo movimiento, rápido como una centella.
Los demás intentaron abalanzarse sobre Rowenna para capturarla, e intentar detener a aquella entidad si lograban controlar a la bruja, pero fue inútil. Uno a uno, los sacerdotes cayeron, sus almas siendo consumidas por el poder maligno que los rodeaba. Gritos de agonía y lamentos llenaron la habitación mientras la luz se desvanecía de sus faroles y el espectro oscuro se cernía sobre sus cuerpos. En ese momento supe que debía hacer algo, por lo que aprovechando la masacre, corrí hacia el atril de cristal y lancé mi farol contra él, tomando el libro y corriendo tan rápido como pude hacia la salida.
Corrí tanto como mis piernas me lo permitían, y el pasadizo por donde habíamos llegado me resultaba ahora inmensamente largo, casi interminable. Por mi mente aún resonaban los alaridos de dolor de los sacerdotes al morir, pero debía continuar, o entonces todo sería en vano. Sabía que tanto Rowenna como aquel espectro estaban persiguiéndome, y aunque la entidad era más rápida, cerré los ojos y solté el libro antes de que la oscuridad me devorase. Ni siquiera sé si se detuvo a recogerlo, pero cuando logré salir al exterior, cerré la compuerta y no miré atrás, solo corrí de nuevo a la capilla, casi sin poder respirar.
Temo por mi vida, cierto es. Por el rabillo del ojo veo como esa entidad parece vigilarme, incluso creo que las brujas que traicionaron a Lady Rowenna han perecido, ya que nunca más las he vuelto a ver por el pueblo. Que Dios tenga piedad de las almas de los sacerdotes valientes que cayeron en esta batalla desesperada. Continuaremos nuestra lucha contra las artes oscuras de Lady Rowenna tanto como podamos, pero el precio que hemos pagado es un recordatorio constante de la malevolencia que enfrentamos.
Padre Jonathan Worthington
Laura miró a los hombres como si acabara de recibir una mala noticia. Thomas, por su parte, la observó de forma perspicaz.
—Quizá ahí es donde haya alguna respuesta, en ese bendito libro de conjuros. Si Rowenna lo cuidaba tanto, es porque algo valioso debe tener —dijo.
—Claro que lo tiene —intervino el padre Michael—. Se rumorea que allí es donde Rowenna tenía las instrucciones precisas para cada embrujo. Acceder a ese grimorio era la mejor manera de destruirla, pero fue imposible.
—El pasaje secreto que menciona aquí —dijo Laura, dando unos golpecitos con el índice encima de la hoja amarillenta—, ¿aún sigue existiendo?
—No lo sé —Thomas y ella lo miraron como si estuvieran prejuzgándolo con la mirada, y entonces el padre Michael levantó las manos—. De verdad no lo sé, no me miren así. Yo solo conozco lo que he leído en los registros y lo que he visto por mi propia cuenta, nada más.
—Quizá deberíamos investigarlo, si podemos encontrar el pasadizo, podremos encontrar un acceso a la mansión de Rowenna. Tal vez el libro aún se encuentre allí... —murmuró Laura. Michael la miró alarmado.
—No es una buena idea ir ahí, sé lo que es eso.
—Creo que en esto estoy de acuerdo con él, Laura. No puedes exponerte así —convino Thomas.
Michael observó el libro encima de la mesa como si fuera una especie de animal amenazante, en lugar de un simple montón de papel con más de trescientos años de antigüedad. Laura se dio cuenta de ello, casi hasta pudo notar como sus pupilas se llenaron de recuerdos al decir aquella frase. Entonces, decidió preguntar directamente.
—Usted ya ha ido ahí, ¿verdad?
—Sí. A buscar a Chelly.
Thomas lo miró extrañado. La expresión del sacerdote era sombría, distante, como si fuera un gran peso para su alma tener que hablar de ciertas cosas, aún a pesar de tanto tiempo.
—¿Podría contarnos sobre ella, por favor? —Le pidió.
En silencio, Michael se levantó de su silla, caminó hasta un mobiliario del living y sacó tres copas. En la mano opuesta llevaba un sacacorchos y una botella de vino francés, fino, con la etiqueta de Régnié. Volvió a la mesa sin decir nada, descorchó la botella y sirvió una generosa medida para cada uno. Solo así volvió a sentarse.
—Estudiábamos juntos en la secundaria, luego la vida nos llevó por caminos distintos y volvimos a encontrarnos en uno de mis viajes clericales, cuando empecé la carrera del sacerdocio. Ella estaba de vacaciones en Sicilia, y yo había viajado a Italia por unos asuntos con el Vaticano, por lo que luego de mis tareas, dediqué la siguiente semana a pasear por todo el país, hasta que la reconocí entre la gente, viendo una vidriera de ropa. Creyendo que no la volvería a ver y motivado por la locura de estar en un país distinto al mío, la invité a cenar a un restaurant con música en vivo. Allí charlamos, bailamos, reímos, le confesé que siempre había estado enamorado de ella, y que cada vez que la veía llegar al instituto académico con aquel cabello negro, ondeándole al viento, recorriendo con su figura los pasillos entre las aulas, sentía que el propio sol me sonreía. Ella solo me miró, dijo —Hizo comillas con los dedos de una mano— "¿Por qué no me lo dijiste antes?" y entonces me besó. Mantuvimos una relación durante seis años, hasta que decidimos casarnos antes de que me ordenaran como sacerdote, o no podríamos hacerlo nunca.
Michael se detuvo entonces, para beber un largo trago de vino. Thomas le daba pequeños sorbitos al suyo, Laura ni siquiera había tocado la copa. Fue ella misma la que decidió preguntar.
—¿Qué pasó después?
—El mal comenzó a infiltrarse en nuestras vidas de una manera que nunca hubiera podido imaginar.
—¿Cómo? —inquirió Thomas, asombrado.
—Un año y medio después, Chelly comenzó a tener sueños, como los tuyos —dijo, señalando a Laura—. Las noches se volvieron inquietantes, se aterraba por cualquier cosa, decía que veía sombras oscuras que la perseguían, hasta que me llamaron de la diocesis para cubrir un cargo aquí, en Bellhaven, ya que el pueblo no tenía un sacerdote constituido. Nos mudamos, y todo empeoró. Chelly ya no dormía, apenas comía, deliraba con que conocía al pueblo de antes, de otra vida o algo así. Había comenzado a perder peso con rapidez, y me preocupaba, pero no podía hacer nada al respecto. Si intentaba orar con ella, salía gritando de la capilla diciendo que Rowenna la estaba buscando, que le haría pagar su traición.
—¿Y luego? —murmuró Laura, con miedo de preguntar.
—Una mañana desperté y no estaba en mi cama. Encontré una nota en la mesa, diciendo que acabaría por fin con todo aquello de una vez, por lo que deduje que habría ido a la mansión de la famosa bruja. Y así fue, se había colgado de la baranda de la escalera, desde el segundo piso.
El silencio reinó en todo el recinto, Michael conmovido por el funesto recuerdo, Thomas y Laura, sin embargo, por no saber que decir. Fue ella quien rompió con el silencio, momentos después.
—Siento mucho la pérdida, en verdad.
—Creo que entonces comprenderán porque es tan difícil para mí todo esto, que venga después de tanto tiempo una extraña y un pueblerino a contarme la misma vieja historia.
—Trataremos de que sea rápido y sencillo, no queremos incordiarlo más de lo que lo estamos haciendo —dijo Thomas.
Laura continuó hojeando algunas páginas más, y aunque se salteó varios títulos que parecían jugosos, lo cierto es que sus ojos acompañaban el avance de sus manos como si tuviera la certeza extraña de saber dónde buscar. Al final, casi en el último cuarto de libro, se detuvo en un lugar, y comenzó a leer.
Bitácora de la mansión de la bruja Lady Rowenna – 16 de agosto de 1693
La presente bitácora tiene como propósito brindar una descripción lo más detallada posible de la mansión perteneciente a la enigmática bruja de Lady Rowenna la Blanca. Esta misión de inspección se llevó a cabo entre los videntes presentes, mi compañera Emily Johnson y mi compañero Benjamin Davis. A su vez, esta entrada en los libros oficiales del sacerdocio, ha sido autorizada por el sacerdote Jonathan Worthington, el único a favor de nuestra labor en el pueblo de Bellhaven.
Descripción exterior:
La mansión de la bruja se encuentra enclavada tras el cementerio local y a las afueras del pueblo, junto a los límites territoriales del mismo, rodeada por su parte norte de una espesura de árboles antiguos y enmarañados, los cuales pertenecen al bosque natural de Hirmingan. La edificación en sí misma es una obra de arquitectura única y siniestra, con tres plantas bien diferenciadas entre sí, cuatro torreones y gárgolas custodiando las ventanas más altas. Se erige majestuosa, pero su estado de deterioro gracias al reciente abandono, la dotan de un aspecto aterrador.
La fachada principal de la mansión cuenta con una gran puerta de madera maciza, tallada y con gruesas aldabas de hierro forjado. Esta puerta, con un diseño que inspira cierto temor, esta flanqueada por dos estatuas de aves con cabeza de león, bestias semejantes a quimeras que parecen custodiar el umbral. No sabemos si es por la espesa vegetación que la rodea, o quizá por el mal que emana de la misma, pero la temperatura es mucho más baja dentro de los límites de la propiedad de la mansión que afuera. Además, la luz del sol no llega de forma uniforme a cubrir la casa, dando la impresión de que dicha mansión está permanentemente sumida en penumbras.
Descripción interior:
Una vez dentro de la casa, la atmosfera es aún más inquietante. La oscuridad es palpable, y las paredes están cubiertas de tapices oscuros y cuadros de escenas que no puedo definir. Es una especie de arte que nunca habíamos visto, como si algún artista desconocido hubiera bajado a las profundidades mismas del averno y hubiera vuelto aquí, a la Tierra, para retratar en un lienzo las cosas que vio. El mobiliario es lindo, antiguo, se adivina de madera fina y cristalerías de alto valor. Sin embargo, todo ahora está cubierto de polvo y en perpetuo silencio, emanando un aire de abandono y desolación.
En el vestíbulo principal se encuentra una escalera caracol, confeccionada en mármol blanco y barandal de bronce, que conduce a las plantas superiores. La alfombra que cubre el centro de las escaleras esta desgarrada y enmohecida, pero se adivina que es de una tela fina, ya que su color rojo carmín aún se mantiene. A lo largo de los pasillos hemos visto muchas puertas abiertas, más las que se encuentran cerradas tienen extraños símbolos tallados en ellas. Algunos de ellos los puedo reconocer, tales como el sello del demonio Baal o incluso el sello de Malphas, lo cual me preocupa considerablemente. Esta mujer era peligrosa, porque solo alguien con un gran conocimiento de las artes oscuras puede utilizar los sellos malditos de estas entidades, y utilizar el Ars Goetia a su favor.
La sala más impresionante de la mansión es, sin duda, la cámara de ceremonias. En este vasto salón, estantes repletos de libros sobre nigromancia, ocultismo y brujería se alzan por las paredes. Hay muchos frascos y objetos extraños, muchos de los cuales emanan una débil luminiscencia que no puedo definir. Los candelabros que penden del techo y los que se encuentran encima de un altar están apagados, y los restos de sebo que alguna vez fueron velones negros se esparcen por doquier.
Mientras mis colegas efectúan sus mediciones con varillas de Zahorí e intercambian opiniones, yo no puedo dejar de ver todo a mi alrededor con el terror más absoluto. Ellos no ven lo que yo, pero aún ahora, puedo sentir los gritos de los animales al ser asesinados aquí mismo, para sus rituales paganos. Puedo oler el aroma a las velas quemándose, a la sangre mezclada con hierbas e inciensos, y por sobre todo, aún puedo ver el mal que invade este sitio. Es como una bruma, como una gran mancha negra sin forma que se mueve de aquí para allá, por los pasillos, en los rincones del techo y a ras de suelo. La bruja no trabajaba sola, iba acompañada por algo más, eso es claro. Y sea lo que sea que estuviese a su servicio, todavía no se ha ido, sino que se encarga de perpetuar su tarea como un buen sirviente.
He visto una figura negra, de altura imponente y maldad aún peor. No sé su nombre, pero entiendo que es una amenaza, un demonio de autoridad. Lo veo vigilándonos a través de las paredes de la mansión, y ahora mismo, lo percibo en el aire. El olor que nos invadió en aquel momento solo se podía comparar con las alcantarillas del infierno. En cuanto di la orden de que nos marcháramos de allí, tuve una revelación crucial, al mirar hacia un atril de cristal ubicado en una de las paredes: allí había un libro de conjuros, seguramente el propio grimorio personal de Lady Rowenna. Sin embargo, ya no estaba allí, o de lo contrario lo habría visto.
Continuamos recorriendo los pisos superiores, tanto los salones de orgías como los dormitorios de todas aquellas mujeres condenadas a la hoguera. En sus camas, aún se encontraban las sábanas revueltas, incluso hasta algunas de sus ropas personales. Muchas manifestaciones he podido ver durante mi recorrido por estas habitaciones: corrientes de aire emanando de las propias paredes, espectros de mujeres que iban y venían, desnudas y harapientas. Ellas no parecían verme, pero yo sí. Antaño habían sido seguidoras de Rowenna, más ahora solo queda de ellas el recuerdo borroso de lo que fueron una vez en vida, mientras sus almas se calcinan en los confines del infierno.
Al llegar al dormitorio de Rowenna, hemos sido testigos de un hallazgo increíble. El mobiliario es austero pero ostenta un lujo increíble. Una cama de dosel, con cortinas de terciopelo carmesí, se encuentra en el centro del dormitorio. Al posar mis manos encima de su colchón, he podido percibir como estaba relleno de plumas de cuervo, encantado para inducir pesadillas a quienes se atreven a dormir en ella. Sobre la cama, una enorme pieza de encaje negro cae como un velo sombrío.
En una esquina del dormitorio, se encuentra un espejo antiguo, de cuerpo entero. El marco está tallado en madera de ébano negro, con una serie de símbolos esculpidos y pintados a mano. Aún no he podido traducir lo que dicen, pero es lengua infernal sin duda, porque algunos de aquellos grabados los he podido ver en otros trabajos de alta magia negra. El vidrio del espejo es tan oscuro como la medianoche, y lo poco que logra reflejar, lo hace con una distorsión inquietante.
En cuanto puse mi mano encima de él, susurros sibilantes de voces inhumanas parecieron surgir de su interior. Fue allí cuando pude ver claramente como la sombra negra de Rowenna emergía del propio espejo, como si fuera un alma atormentada en busca de algún tipo de liberación. Esto me ha confundido, y también aterrado en partes iguales. El espejo es un objeto de profundo misterio y peligro, porque en cuanto sugerí que nos retirásemos del lugar, pude ver por un instante mi propio reflejo. En él, veía a mis propios compañeros asesinándome mientras dormía, mi rostro demacrado y sangrante, torcido en una expresión de horror y miseria, y por mi mente solo cruzó la imperiosa necesidad de golpearlos hasta el fin.
Comprendí que ese objeto era una influencia negativa, en cuanto percibí como mi propia mente parecía inducirme a cometer atrocidades que no narraré aquí, por respeto al padre Jonathan. Sin embargo, en cuanto corrí hacia afuera de la habitación, un intenso dolor de cabeza comenzó a atacarme. En ese momento vi la sombra oscura que custodiaba la casa, de pie frente a mí, con una altura increíble. Me tomó de la cabeza con sus manos, sentí como aprisionaba mi cerebro, hasta que me desmayé. Cuando recobré la conciencia, estaba en la capilla del pueblo, junto a mis colegas, los cuales me sacaron de la mansión tan rápido como sus fuerzas les permitían. Me dieron un paño húmedo con el cual limpiarme el rostro, ya que mis ojos habían sangrado durante el episodio de ataque, y al relatar lo sucedido, solo comprendí que debíamos hacer una cosa: encontrar el grimorio de la bruja, y destruir ese espejo cuanto antes.
Samantha Higgins
—Creo que ahí radica la respuesta —dijo Laura, golpeando con el índice la última frase del texto—. Tal vez deberíamos encontrar el grimorio de Rowenna, y quemarlo o qué sé yo... pero hacer algo.
—Sin embargo, también se habla de un espejo. Lo hemos visto antes, referenciado en la bitácora que leímos en la biblioteca. Un grupo de hombres se masacró entre sí cuando se reflejaron en él, ¿lo recuerdas? —comentó Thomas, pensativo.
—Sí, no entiendo que tiene ese objeto. ¿Estará maldito?
Fue el padre Michael quien intervino, entonces, al escuchar aquella interrogante.
—Sea como sea, a día de hoy la mansión sigue siendo un misterio, sin contar que literalmente esta tan deteriorada que tiene peligro de derrumbe. Ya nadie entra allí, deberían saberlo.
—Sí, yo se lo dije hace no mucho —dijo Thomas. Laura miró aprehensiva a los dos hombres.
—¿Y qué otra cosa podemos hacer? Yo no puedo continuar así. Sé que suena arriesgado, y no voy a negarlo, tengo mucho miedo. Pero si no tomamos riesgos, entonces esto nunca va a acabar.
—Sea lo que sea que decidas, estoy contigo.
Al decir aquello, Thomas apoyó su mano encima de la mano de Laura, que descansaba sobre la bitácora sacerdotal. Se la apretó levemente, como queriendo infundirle valor, y luego la soltó. Ella lo miró, con el esbozo de la sonrisa en la comisura de los labios.
—Debemos buscar más pistas —comentó ella—. No tenemos la seguridad de que el grimorio de la bruja continúe dentro de la mansión, quizá pudo llevárselo a otro sitio al sentirse perseguida. Creo que deberíamos hacer una primera ronda de investigación, al menos para cerciorarnos. Ubicar el pasadizo que conduce a su sala de rituales, meternos allí, revisar el lugar y salir tan rápido como podamos —miró al padre Michael, y preguntó:—. ¿Usted nos acompañará, verdad?
El sacerdote pareció titubear, entonces.
—Como dije, hay cosas con las que no habría que meterse. Intentaré ayudarlos tanto como pueda, pero no me pidan que entre a ese sitio infernal. No de nuevo.
—No podremos hacerlo sin usted —respondió Thomas—. Es un guerrero de Dios, usted sabe cosas que nosotros no, tiene acceso a otras armas espirituales.
Michael resopló por la nariz, y bebió otro largo trago de vino, como queriendo infundirse valor. Por fin, asintió con la cabeza.
—¿Cuándo lo harán?
—Mañana, después de que se vaya la policía y retire el cuerpo de Oliver. Laura deberá dar unas cuantas explicaciones, eso sin duda, pero luego podremos movernos —dijo—. Aunque ahora que lo pienso, tal vez debamos ir antes. Ella le pedirá a la policía que la lleve hasta la ciudad más cercana, para pedir un remolque a su coche.
Laura bajó la mirada hacia la mesa, al escucharlo. Quería irse de allí, le hervía la sangre por el deseo de olvidar toda aquella historia de mierda y volver de nuevo a su casa, a su rutina, y buscar ayuda en otro sitio que no fuera dentro de ese pueblo maldito. Sin embargo, también comprendía que Thomas tenía razón, al decirle que vaya adonde vaya, el mal que la había marcado la perseguiría indefinidamente. Por ende, estaba en una encrucijada interesante, y lo mejor sería tomar al toro por las astas.
—Bueno, con respecto a eso, creo que tienes razón, Thomas —murmuró, levantando la vista para mirarlo directamente a los ojos—. Si me voy, nada de esto habrá tenido sentido y es cuestión de tiempo antes de que esa cosa se me presente otra vez, o me marque en sueños. Mejor será hacerle frente, y acabar con esto mientras podamos. Así que lo he pensado mejor y no, no me iré a ningún sitio, me quedaré aquí.
Thomas no pudo evitar sonreír, y asintió con la cabeza. Admiraba de cierta forma el sentido de valentía que tenía, de saberse tremendamente asustada pero aún así continuar con su objetivo.
—Te prometo que no estarás sola —respondió.
—Lo sé —convino ella.
—Entonces si ya lo decidieron, tomaremos cartas en el asunto en cuanto la policía venga a buscar el cuerpo de Oliver —intervino Michael—. Prepararé algunas cosas que pueden sernos de utilidad.
—Gracias, padre —dijo Thomas, con total honestidad.
—¿Necesitan algo más de la bitácora?
—En realidad creo que no, pero no estaría mal que la podamos llevar con nosotros, si nos la presta al menos hasta mañana, para releer algunas cosas y quizá descubrir algo más. Tal vez comparando la bitácora de la biblioteca con esta, podemos hallar alguna concordancia que de otra forma se nos pasaría por alto —respondió Laura.
—No tengo problema, para mí no es más que un libro viejo de una época oscura. Solo traten de conservarlo, como material histórico, nada más.
—Gracias —asintió ella, cerrando el tomo.
*****
Llegaron a la cabaña de Thomas con el libro bajo el brazo y un leve dolor de cabeza, más que nada Laura. Tantos detalles oscuros, tanta mala energía, y por sobre todo tantas "ideas" repentinas que le venían a la cabeza, le provocaban jaqueca. Se cuestionaba seriamente si estaba teniendo alguna especie de revelación como cuando pudo visualizar la enfermedad del padre de su amiga, y aquello la aterraba tanto o más que la propia Lady Rowenna, porque no sabía cómo controlar sus impulsos. Dio un resoplido cansino, al mismo tiempo que se hacía pinza con los dedos en el tabique de la nariz.
—¿Estás bien? —preguntó él, al ver su gesto.
—Sí, solo me duele la cabeza un poco, nada más.
—¿Quieres un café? Te traeré una aspirina. Solo dame un momento que me lave las manos, ese libro tiene más polvo encima que una fábrica de cemento.
Thomas se dirigió hacia el lavamanos de la cocina, pero Laura se le adelantó.
—Deja, ya has hecho demasiado por mi hoy, yo me prepararé el café, si me permites usar tus cosas.
—Olvídalo, no me cuesta nada. ¿Por qué no vas a sentarte y descansas un poco?
—Sabes bien que no puedo quedarme quieta, al igual que tú.
Thomas la miró con una leve sonrisa, de reojo. Al meter las manos bajo el grifo abierto, le salpicó algunas gotas de agua con los dedos.
—Lo sé, no te preocupes.
Laura lo miró boquiabierta, luego de dar un respingo cerrando los ojos. En un impulso, hizo cuna con las manos bajo el chorro de agua y le arrojó directamente al rostro. Thomas entonces dio una exclamación al mismo tiempo que se cubría los ojos con los dedos.
—¡Mierda, lo siento! ¿Estás bien? —preguntó, preocupada. —Déjame verte.
En cuanto le sujetó por las muñecas para que se descubriera los ojos, Thomas apartó las manos y la miró con una amplia sonrisa bromista, riéndose.
—Tranquila, me preocupa más quien de los dos va a secar el suelo —dijo, encogiéndose de hombros. Laura entonces le dio una palmada en el pecho.
—¡Maldito, creí que te había tirado a los ojos! —exclamó, riéndose. Como toda respuesta, él le apoyó una mano en el hombro.
—Ve a sentarte un rato y descansa, hazme caso, yo me ocuparé de un buen café y de secar todo. Me conformo con haberte sacado una risa, al menos.
Laura negó con la cabeza, bajando la mirada al suelo. Debía tener cuidado con las bromitas, pensó, porque sabía que era peligroso para sus emociones. Sin embargo, se sentía tan lindo poder divertirse con alguien como Thomas, aunque sea un instante, que le era imposible resistirse a sus ocurrencias. Haciendo caso de su sentido común, decidió tomar asiento en uno de los sillones del living que no estaba ocupado por las mantas, recostando la cabeza hacia atrás. Más pronto que tarde, cayó en esa somnolencia propia de quien no está ni totalmente despierto, ni completamente dormido, porque lo único que la sacó de su sopor fue Thomas, palmeándole con suavidad el hombro.
—Esto te va a hacer bien —Le dijo, ofreciéndole una taza grande de café humeante, en cuanto la vio abrir los ojos. Esperó a que Laura se acomodara para sujetar la taza, y le ofreció la pastilla blanca de ibuprofeno.
—Gracias —suspiró, luego de dar el primer sorbo y tragar la medicina—. ¿Crees que meterse dentro de la mansión sea una locura?
Thomas se sentó a su lado, y echándose hacia adelante apoyó los antebrazos encima de las rodillas, como siempre hacía, mientras la miraba de reojo. Buscaba su aprobación, o quizá una cierta fortaleza, lo cierto es que no lo sabía. Pero decidió ser lo más honesto posible.
—Si voy a guiarme por lo exclusivamente racional, te diría que sí. Un paso en falso y la casa puede venirse encima de nuestras cabezas, no sabemos si se va a derrumbar mañana o aún resiste otros diez años. Si voy a basarme en lo místico o paranormal, no lo sé... Supongo que sí, también, pero no tenemos muchas opciones. ¿No?
—No —consintió ella.
—En cualquier caso, mañana lo descubriremos —Thomas se levantó de su lugar para tomar del aparador el mando a distancia de la televisión, encendiéndola, y luego se lo entregó en la mano a Laura—. Por ahora hagamos una cosa, a ver qué te parece. Encenderé la estufa, prepararé unas palomitas en la sartén y nos haremos una maratón de pelis.
—No creo que tenga ánimos para...
Él la interrumpió, acuclillándose frente a ella.
—Al contrario, tienes todos los mejores ánimos para la ocasión. Estás asustada, preocupada, y llena de incertidumbre por lo que pasará. ¿No crees que son razones suficientes, y que nos merecemos distraernos un poco? Olvidémonos por unas horas de toda esta mierda, de grimorios, brujas, bitácoras de hace trescientos años y lo que sea. Ya volveremos mañana al ruedo, hoy podemos descansar, permitámonos eso —dijo—. Además, para una vez que puedo disfrutar de un buen lote de películas con buena compañía, ¿me vas a negar este favor?
Laura puso los ojos en blanco, y al final dejó escapar una leve risilla.
—No necesitas recurrir a la lástima para convencerme de algo —dijo—. Ve a preparar todo, buscaré que podemos mirar.
Como toda respuesta, Thomas hizo un gesto triunfal y se encaminó a poner manos a la obra. Primero encendió el fuego, para templar mejor la cabaña y poder brindar un ambiente acogedor para la situación. Luego preparó las palomitas dulces, sirviendo todo en un tazón grande para ensaladas, y apagó algunas luces del living. El transcurso del día fue grato, miraron dos películas de acción y una comedia musical para terminar a tiempo con respecto a la hora de cenar, y aunque a Laura le costara admitirlo, lo cierto es que Thomas había tenido toda la razón del mundo en sugerir aquello, porque acabó por disfrutarlo con total sinceridad. Las risas de él en los chistes de la comedia le hacían reír a ella también, a su vez, y su mente comenzó a perderse en el hecho de cuánto tiempo hacía que no se divertía con algo tan simple. O peor aún, cuanto hacía que no reía tanto con alguien.
A la noche, Thomas calentó lo que había quedado de la cena anterior, y luego de la comida, aprovechó a sacar a Dinah al patio mientras que Laura se cepillaba los dientes y se ponía su pijama de dormir. Bellhaven estaba silencioso, como siempre. No ladraban perros, no había personas en sus calles, todo era el perpetuo y lúgubre sitio que bien había conocido por años, y que nunca le había parecido tan aterrador como en aquellos recientes días. El teléfono celular sonando lo sacó de sus pensamientos, y llamando a la perra de nuevo adentro, atendió justo en el momento en que Laura salía del baño. Al terminar de hablar, le contó que se trataba de la policía, para confirmarle que irían al día siguiente para levantar el cuerpo de Oliver. Avivó un poco más la estufa, al menos para que continuara templando la cabaña durante una o dos horas más, se cepilló los dientes, apagó las luces y se recostó en su sillón, deseándole las buenas noches.
Mientras tanto, a su lado, Laura yacía con los ojos abiertos fijos en el techo, en penumbras gracias a la luz proveniente de la estufa encendida. Sabía que al día siguiente haría su primera incursión a la mansión de esa infame bruja, y estaba segura que sería la primera de muchas, para su desgracia. Dio un leve suspiro, casi acompasado a la tranquila respiración de Thomas, que ya comenzaba a dormirse. Ojalá nunca hubiera conocido de la existencia de Bellhaven, pensaba, en medio del insomnio. Y en su mente, el nombre de aquel pueblo se le presentaba como un gran cartel de neón rojo, rojo sangre, rojo furia y peligro. Se percató casi sin querer que estaba inundada por un sentimiento de vacío increíble, el cual siempre había tenido y lo había acallado con horas y horas de trabajo, rutina, y entrevistas. Vacío por sus padres, vacío por no tener amigas cercanas, y por sobre todo, un vacío por ella misma. Por haberse convertido en un despojo, un simple cascarón sin esperanza de hijos, de familia, de un futuro común y corriente como cualquier persona en lugar de imaginarse acompañada de dos o tres gatos, escribiendo reportajes hasta el fin de sus días. Y no se había percatado de ello hasta aquel momento, en que comprendía que lo que sucediera en las próximas jornadas no solo la pondría en un peligro brutal —aún peor del que siempre había estado—, sino que además podría hasta acabar muriendo. Allí, con la sombra de la muerte revoloteándole encima de su entendimiento, comprendió lo frágil de la vida y lo estúpido de su accionar, intentando tapar sus miedos y penas durante años de trabajo, solo para acabar allí, en un sitio como aquel y a merced de lo que sea que estuviese persiguiéndola.
No sabía cuánto tiempo había pasado, podían haber sido quince minutos como dos horas, porque dejó que sus pensamientos tomaran libertad de rumbo, sin más. Sin embargo, un pesado bulto le estrujó el brazo izquierdo repentinamente, tanto que incluso estuvo a punto de dar un alarido de horror, sobresaltada. Se tranquilizó en cuanto escuchó el bufido de Thomas, muy cerca de ella.
—Lo siento —balbuceó, medio dormido—. ¿Te desperté?
—No, estaba despierta.
—Deberían hacer sillones más grandes, para evitar caídas —bromeó, en un susurro. Era increíble como ese hombre no perdía su sentido del humor hasta con las cosas más simples, pensó ella—. Que tengas buenas noches.
Laura sintió el hundimiento del colchón a su lado, mientras Thomas se movía de nuevo hacia su lugar en el sillón. En aquel momento, su mente se convirtió en un torbellino, una vorágine de pensamientos, todos al mismo tiempo. Sin embargo, había uno que reinaba por encima de todos los demás: "Quizá muera aquí, o tal vez no. Pero no tengo forma de saberlo, solo puedo aprovechar el ahora".
Aprovechar el ahora, volvió a repetirse. Y luego otra vez más, y una más, solo por si acaso.
Se giró en la penumbra hacia el movimiento a su lado, y estiró una mano, hasta sentir la textura de la camiseta de Thomas en ella. Entonces lo jaló hacia sí.
—Espera —dijo. Él detuvo sus movimientos, lo sintió acercarse. Tanto, que incluso podía ver el contorno de su rostro en la penumbra.
—¿Qué pasa? ¿Estás asustada por algo? —preguntó, con la preocupación pincelándole el tono de su adormilada voz.
—Sí, estoy asustada por todo.
Se acercó sin esperar respuesta, y con lentitud, apoyó sus labios en los de Thomas. En un principio apenas los movió, pero luego lo besó casi con un hambre voraz, metiendo su mano por debajo de la camiseta. Él se separó un instante de ella, y en aquel momento Laura pensó que quizá había metido la pata, que había sido demasiado atrevido por su parte. Sin embargo, solo se distanció el tiempo suficiente que tardó en quitarse la camiseta, para envolverla en sus brazos y estrecharla contra sí.
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