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Capitán Zanahoria.

La miré. No había duda ni miedo en sus ojos. Solo valentía. Esa valentía que caracterizaba a un rebelde pirata adicto a navegar en alta mar.

—¡Ríndete, Corinne! ¡O enfrenta las consecuencias de tus actos! —Desenvainé mi espada, y la direccioné hacia ella.

Schs... shchaz...

Su espada chocó con la mía, provocando un sonido estremecedor.

—La que caerá rendida ante mí es usted, mi capitán —hizo una reverencia con ironía, para después mirarme con descaro y seguir atacando con astucia.

Shchaz shz...

Esquivaba los movimientos de mi espada con gracia y sutileza, mientras no apartaba su mirada indolente de mí. Era buena, pero no lo suficiente para derrotarme. Y cuando ya analicé la técnica de su ataque, y todos sus movimientos defensivos, me dejé llevar un poco por el baile de espadas, hasta que finalmente mi contraataque fue con una rotación rápida y difícil de esquivar, lo que hace que caiga su espada al suelo de la cubierta, y se sobe la muñeca con un poco de dolor.

Ella mira impresionada como queda en completa desventaja.

Dejé de apuntarla con mi espada.

—Haz aprendido mucho, corazón, pero te vas mucho por el costado derecho, lo que hace factible que tu oponente conozca tus patrones predecibles de ataque, y eso te deja en terrible desventaja.

Ella asintió, mientras seguía acariciando su muñeca afectada. Pude percibir el dolor en su rostro, y me sentí mal por eso. Rápidamente envainé mi espada y me acerqué a ella para ayudarla.

—Pero lo estás haciendo bien, mi amor. Estoy orgullosa de ti —le sonreí sincera y dulcemente.

En cuánto estoy a centímetros de ella, se ríe en mi cara con malicia, y en un movimiento ágil, hace que mi cuerpo caiga al suelo a través de su agarre y zancada, y se posiciona encima de mí, sacando su daga que reposaba escondida en el encaje de su muslo, y la deja cerca de mi corazón.

—Perdiste, capitán.

—¡Uhh! —canturreó Mar picado, totalmente expectante de la remontada que me acaban de hacer.

—Eso no fue... peleaste sucio, no cuenta —espeté, avergonzada.

Ella guardó su daga y se acercó a mí oído—. ¿Y quién fue la que me enseñó a pelear, eh, capitán?

Su voz tan malditamente cerca y seductora me hacía sentir más escalofríos que cualquier pelea de espadas que haya tenido. Combinado al roce de su cuerpo contra el mío, me sentí totalmente derrotada. Y a gusto.

Sonreí—. Está bien. Ganaste esta vez.

Los piratas comenzaron a hacer bulla y aplaudir. Baltazar le entregó un poco de dinero a Mar picado, quedando en evidencia de que habían hecho apuestas de quién iba a ganar y perder. Finalmente, ella me ayudó a levantarme y fuimos a beber con los piratas.

¡De profesión, solo vivir! ¡Nuestro trabajo es beber y dormir!

¡Y alguna vez, desembarcar! ¡Y saquear de cerveza algún bar!

Cantaban todos al unísono, mientras Corinne se les unía. Ya le habíamos enseñado muchas cosas de piratas y aprendía con rapidez y facilidad. La veía usando orgullosamente su bicornio. Su cabello rubio cayendo con ondas libres y meceándose con el viento salado. Su aspecto era rudo, pero no dejaba de lado su feminidad y delicadeza, una maravillosa combinación entre sirena y pirata, porque ser un pirata también era parte de su excéntrica naturaleza.

—Ya la perdimos, capitán.

—¿Eh? —miré hacia la dirección de la voz grave de Joseph. Aquel se encontraba a mi lado.

—Usted. Está enamorada. Muy enamorada. Sus ojos brillan cuando la ven.

Mis pómulos adquirieron un matiz arrebolado al instante. Podían mezclarse fácilmente con el intenso rojo del atardecer que nos saludaba.

Suspiré.

—¿Cómo no enamorarme? Si sus ojos esconden el mar azul en el cual he navegado durante toda mi vida, su cabello dorado tiene el brillo del oro que he saqueado de los navíos, sus caricias son el abrazo del viento que direcciona mi barco, y su corazón es la isla desierta que quiero conquistar...

Ví a Corinne desenvainar su espada con ferocidad, invitando a uno de mis piratas a batallar contra ella, y sentí emociones estremecedoras por mi espina dorsal.

—Su padre también amaba la expresión poética, capitán —sonrió Joseph.

Lo miré. Era un hombre muy viejo, por no decir el más antiguo que nos quedaba de esta generación. Y lo que tenía de viejo, también lo tenía de sabio y gran conocedor de la vida.

—Joseph —le dije—, gracias por todo lo que haz hecho por nosotros.

Mis ojos se llenaron de lágrimas. Él se veía más pálido desde hace un tiempo y las canas adornaban su cabeza. Ya no comía demasiado porque no tenía apetito. Ya no nos cocinaba, había perdido las fuerzas que se requerían en la cocina. Pero él siempre mostraba una sonrisa ante todo, y disposición para enseñarnos sus platillos.

Lo abracé y las lágrimas corrían frenéticamente por mis ojos. Él fue el amigo más cercano a mi padre, y siempre me había cuidado. Nunca dudó de mi fuerza y liderazgo, y era el más sabio de todos.

—Capitán zanahoria, ¿recuerda que así la llamábamos cuando llegó al barco?

Me reí con nostalgia—. Sí, porque así me llamaba mi padre.

Mientras reíamos y recordábamos viejos momentos, habían llegado las hermanas de Corinne como visita. Los piratas las habían ayudado a subir con una red de pesca. El tiburón se había puesto su mejor atuendo. Lucía radiante pero algo nervioso. Los piratas me habían rumoreado que estaba locamente enamorado de Coral, la hermana de Corinne, y que se habían estado viendo a escondidas.

—S-señoritas... Bienvenidas. —En su mano tenía una flor que ni idea de donde la sacó—. Coral, ¿qué tal?

—Pero miren como suda ese pecesito, y se creía el más conquistador de mujeres que todos nosotros —dijo Mar picado con su voz rasposa, y todos lo siguieron con una risa.

—¿Y usted qué? Siempre cuando me ve se pone colorado pero ni siquiera se atreve a acercarse —dijo Coralia en su dirección.

Todos los piratas chillaron en risas.

Corinne les entregó blusas a sus hermanas, y fueron invitadas a la mesa. Pasamos un rato agradable todos juntos, donde nuestro tema de conversación principal era la mar, las aventuras marítimas tanto en la superficie como en la profundidad. Me agradaba escucharlos a todos, conviviendo y siendo felices. Y en cuánto habíamos terminado, y el atardecer ya se había marchado por completo, permitiéndole el paso a la noche estrellada, me senté en la baranda por amura de babor.

Miré hacia la mar. Lucía oscura, elegante y serena. La brisa marina acariciaba mi cuerpo, y tuve fervientes deseos de convertirme en sirena.

—¿Quién iba a pensar que los rudos y machos piratas iban a ser tan tímidos?

Dijo Corinne aproximándose a mí, sin parar de reír.

Me abrazó por detrás, y se quedó contemplando la mar igual que yo. De repente sentí que ella tenía la misma idea, la misma sensación.

Queríamos ser sirenas en este momento.

—¿Nadaría conmigo en esta hermosa noche llena de estrellas, señorita pirata? —Extendí mi mano para que pudiera tomarla.

—Nada me haría más feliz, mi capitán.

Mientras bajábamos en bote por el costado del barco, observaba como Corinne se desnudaba frente a mí. Su belleza me cautivaba y me atrapaba como hechizo de sirena. Y en cuánto llegamos a la superficie, yo también me desvestí frente a ella.

La abracé. Con ella podía estar desnuda y expuesta en todos los sentidos. Había alcanzado tal grado de conexión que sentía que ella era el viento, y yo las olas que lo seguían.

—¿Estás lista?

—Sí —susurró.

Y ambas dejamos que el resplandor cubriera nuestras piernas, transformándolas en una cola escamosa de pez. Nos adentramos al agua y nadamos haciendo vueltas, mirándonos, complementándonos, y sintiéndonos provocando una corriente marina. Habíamos recorrido una gran distancia juntas, en medio de la noche, siendo una con la marea que nos protegía, y cuando llegamos a una isla, tuve el recuerdo de nuestro primer encuentro.

Dejamos que las olas nos impulsaran hasta la arena. Ella se posicionó encima de mí porque odiaba la sensación de que su cola mojada atrapara la arena.

—¿Ya te cansaste, sirena novata?

Dijo, desafiante.

Amaba que fuera así. Me desafiaba y jugaba conmigo. Algo en esa forma de actuar era infinitamente encantador.

La besé, apoyando mis manos en ambos lados de su rostro, atrayéndola más a mí. Ella siguió el beso con fuerza y rapidez. Acarició mi cabello, y sin abrir los ojos, pude percibir que el resplandor apareció, llevándose su cola de sirena. Corinne había decidido que quería tener piernas para este momento.

Y yo hice lo mismo.

Me posicioné encima de Corinne con un poco de brusquedad, mientras ella quedaba debajo, extasiada en deseo, en pasión, en amor. Ambas luchábamos por el control, hasta que finalmente caí rendida a su dominio, totalmente conquistada.

Y después de recibir y entregar amor, nos dejamos descansar en la orilla de la mar. Las olas nos golpeaban con suavidad, y nos otorgaban una relajante sensación de frescura que para un humano normal haría tener mucho frío. Pero para nosotras la fría mar era nuestro hogar, nuestra comodidad y refugio.

Y con la mar presente, miré a Corinne, quién estaba plácidamente rodeada por mis brazos, con los ojos cerrados.

—Corinne...

Ella abrió los ojos. Brillaban reflejando la mar.

—¿Sí, amor?

La dulzura de su susurrante voz logró hacerme sentir muy calmada. Pero los nervios seguían ahí.

—S-sé que dijiste que ya estábamos juntas, y yo lo sé. Pero hay algo que he querido preguntarte de todas formas, porque yo... La verdad es que... Bueno, no sé si sea necesario, pero yo...

—Zair, tranquila, puedes preguntarme lo que sea —tomó mi mejilla, mirándome con condescendencia.

—Corinne —pronuncié su nombre con una mezcla de nerviosismo y tranquilidad—. ¿Quieres casarte conmigo?














🏴‍☠️

Muchas gracias por navegar hasta aquí. Esta historia llegará hasta el capítulo 40 y ya está lista en mi cabeza (a no ser que los personajes me desordenen el guión). Solo quería agradecerles por todo el alcance que ha tenido esta historia. 🩵 Estoy muy feliz por plasmarla, darle estructura y vida.

Espero de corazón cumplir con sus expectativas. Viene una sorpresita en el penúltimo capítulo.

Nos vemos. 🧜🏼‍♀️

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