Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

36
















Tsunami.

Decido desprenderme de mis miedos.

Del odio, del dolor.

Suplicios del alma, a los cuales solía aferrarme. Ya no más. Todo acaba hoy, ahora. Mi cuerpo tiembla. Escucho a mi alrededor, y solo está el retumbante sonido del silencio. No puedo ver nada, nada más que frívola oscuridad abrazándome eternamente. En este lugar tan profundo, que jamás podrá ser habitado por humanos, no llega la luz, ni los sueños rotos. Solo... nada.

Y nada me queda.

Cierro los ojos, y con adrenalina liberándose en todo mi cuerpo, como último acto propio de arrepentimiento sin éxito, me convierto en humana.

La presión del agua me habría matado antes que el inexistente oxígeno en mis tejidos, pero por alguna razón, nada pasó. Era una humana en el fondo del océano, y lo sencillamente impresionante, es que estaba con vida.

El mar no me hacía daño. Y lo más importante de todo es que no lo sentía externo a mí. No. Era parte de mí, o yo era parte de él. De... ella.

La gran diosa mar, que me permitía ser parte de ella para así, no provocarme daño. Sonreí, maravillada. Quise observar mis manos, elevándolas a la altura de mis ojos, y aún que no pudiera verlas, las sentía. Y con una decisiva acción, hice que las aguas a mi alrededor, retumbaran con una vibración extrema. Tenía control sobre ella. Tenía control sobre toda la mar.

Comencé a formar un oleaje desde el fondo, que me impulsaba hacia arriba con suma fuerza y velocidad. Algo totalmente letal para cualquiera, pero un masaje corporal para mí. Y en un momento, me encontraba en la superficie, sintiendo el poder en todo mi cuerpo, mente y alma.

Me dejé reposar en el movimiento rítmico de las olas, que se mecían con vehemencia. Y entonces lo entendí. El porqué del silencio de la mar. No es que ella estuviera en silencio, si no que yo no podía percibirla. Hubo un corte en mi interior, algo que había roto nuestra conexión. Y entonces estaba sola, sintiéndome abandonada, cuando en realidad, mi diosa madre nunca me había abandonado.

Somos una...

Somos una...

Somos una...

Escuchaba, embelesada, los murmullos del agua cristalina.

Y entonces, provoqué una ola un poco más grande que me llevó a la orilla.

La mar me hablaba a través de mis pensamientos. Estábamos conectadas en conciencia, en una sola conciencia. Y entonces, el poder ilusorio de Edmundo no podía afectarme. Y supe que todo lo que había pasado anteriormente, la crueldad de las palabras de Corinne, mi tripulación negando mi presencia, no existía. No era real.

Era una ilusión.

Edmundo ocupó casi todo su poder para formar ese escenario del barco, adentrarse en mi mente y hacerme sentir como si mi valor no existiera. Y yo me lo creí, y por poco... Acabo con mi vida.

Ese barco no existe ni siquiera como barco fantasma.

Todas estas ideas llegaban a mi cabeza como si fuera un ser omnisciente. Se adentraban como marea alta provocándome escalofríos. Todo este poder emanaba de mí, y además, tenía el control sobre él.

Supe que tenía que encontrar a mi tripulación. Busqué la ubicación de mi barco, y llegué a él rápidamente, a través del impulso de las aguas.

Emocionada, expandí las olas en el viento, formando una cascada antinatural que me llevó hasta la cubierta del barco, y luego cayó hacia la mar, mezclándose.

Para mi sorpresa, nadie estaba aquí.

Me dirigí hacia el circo, con la esperanza de que estuvieran en algunos de los alrededores, pero no los encontraba. Aún tenía el control sobre mis emociones, pero comenzaba a perderlo poco a poco, preocupándome. Pensando en lo peor.

Pero tenía una vaga intuición de que ellos estaban a salvo.

En el circo tomé prestada la ropa del presentador. Se trataba de un traje negro, con diseños dorados brillantes,  botas de mi amado color rojo, y unos guantes y pantalones blancos, con líneas doradas en el costado, cayendo de forma recta. Una blusa blanca y un corbatín también rojo, adornando mi cuello de manera pintoresca, haciendo juego con el sombrero del mismo color.

Un traje extravagante, digno para mi venganza contra Edmundo Lightfoot.

Y mientras lo buscaba con ímpetu, en las calles del pueblo había un evidente alboroto. El bullicio acompañado de gritos hacía del ambiente, algo aterrador. Parecía que todas las personas del pueblo estaban situadas rodeando algo, un espectáculo tal vez, algo que no se veía todos los días. El gentío acompañado del calor brutal, hacían que muchos se desmayaran, y sus cuerpos sudados y con suciedad pegada a ellos, hacía que se me revolviera el estómago.

Al fin y al cabo, todavía era humana.

Con semblante preocupado, pero serio, y rostro expectante, caminaba con seguridad, fundiéndome entre los pueblerinos.

Mi altura de por sí ya era una ventaja, y las botas eran de tacón. Las personas a mi alrededor me observaran con extrañeza y asombro, y sin decirles nada, abrían paso para que pudiera caminar sin bloqueos.

—Es la Sirena... —Murmuraban las voces.

Mi traje de presentador de circo captaba la atención de varios de los presentes, y ahora no ocultaba mi cabello en una coleta. Lo dejaba caer libremente. El distinguido cabello rojo y largo, tan característico de la mejor mujer pirata de los últimos tiempos,  hija del gran capitán Altaír.

Y antes de preguntar al viento qué ocurría aquí, mis pupilas se expanden, y ahogo una exclamación por la macaba imagen que se muestra ante mis ojos.

Sirenas.

Sus cuerpos dañados, ensangrentados y colas arrancadas se dejaban a la vista. Algunas muertas, algunas moribundas en el sucio suelo de la plaza central del pueblo. Las sirenas intentaban cantar, hipnotizar, salvarse de alguna forma, pero de sus gargantas solo se escapaba un murmullo ahogado, por falta de aire, falta de mar, falta de vida.

No habían diez, o quince, si no unas cien de ellas probablemente.

Y algunas personas venían con cuchillos y más herramientas, para ir cortando los pedazos, sin importarles que aún estuvieran vivas. Se reían y gozaban de ese acto tan inhumano. Hasta que me vieron, y se alejaron, perdiéndose entre la multitud.

Mi cuerpo se paralizó, no me correspondía. No podía moverme. Estaba atónita.

No podía creer en la inmensa crueldad que era capaz de poseer el ser humano. Todo el daño que podría ocasionar por placer propio. Y mientras más observaba a mis hijas y guardianas sirenas, más dolor incrementaba en mi corazón, que era uno con Zair.

Lancé un grito al viento, dejando salir todo el dolor y la rabia acumulada, que envenenaba mi ser.

Y el mar a lo lejos comenzó a adentrarse. Lo sentía en mis venas. Se encojía con cada latido de mi corazón, rápidos y frenéticos, con una fuerza antinatural.

Y de repente, silencio.

Sepulcral e intenso silencio.

El tiempo parecía haberse detenido. Solo las respiraciones y el temblar de la tierra se escuchaban. Todos se miraban los unos a los otros. Y en unos segundos, que duraron casi una eternidad, la mar comenzó a acercarse a paso agigantado, con olas monstruosas, harrazando con todo a su paso. Y entonces, gritos. Gritos de miedo, horror y pánico adornaron el lugar.

Algunos corrían despavoridos, otros se encontraban paralizados. Pero la única forma de salvarse, era haber demostrado respeto ante la mar durante toda su vida. Lo supe en cuánto ví como las inmensas olas no le provocaban daño a ciertas personas. Y al contrario, las protegía. Las abrazaba. Así como hicieron conmigo cuando estaba en el fondo del océano. Era mágico. Era amor. Mi visión se enfocó en una pequeña niña que lloraba la muerte de una sirena, y la abrazaba. Luego, en un padre que hincado en el suelo, abrazaba a sus hijos y lloraba, despidiéndose de ellos. Pero luego, observaba atónita e incrédula, como nada malo les ocurría. La mar no les hacía daño.

La mar tampoco me hacía daño a mí, ni a sus sirenas.

Pero a algunas personas en definitiva, acababa con sus vidas, los golpeaba contra estructuras de cemento, o llevaba sus cuerpos lejos, ahogándolos en su extensión.

Cuando el tsunami se detuvo, después de mucho tiempo que parecía no querer acabar nunca, ví como el agua les había limpiado las heridas a las sirenas. Y las que antes yacían débiles y moribundas, ahora estaban completamente sanadas. Y lamentaban la pérdida de sus hermanas con sus colas arrebatadas, las que ya no tenían el brillo de la vida en sus ojos, las que ya solo podían nadar en el valle de la muerte.

Mis lágrimas de mar corrían por mis mejillas.

Y en cuánto las sirenas me miraron, parecieron contemplar a la mar en mis ojos, haciendo una reverencia. Y en la última ola, las llevé de regreso a su hogar, la mar, donde siempre pertenecieron.

—No teman ante mi presencia, porque soy su capitán. Y el tsunami no les hizo daño, porque la mar es su vida. Sigan siendo fieles a ella, y los nutrirá en amor, salud y regocijo.

Los pueblerinos me observaban con asombro, incrédulos de que no sufrieron daño alguno.

Mi corazón sufrió una punzada en ese momento. Di un brinco acelerado, sabiendo lo que eso significaba. Corinne estaba en peligro, y buscaba mi ayuda.

Mi respiración se aceleró, al igual que mi ritmo cardíaco, al pensar en que este acto de crueldad había sido solo una distracción por parte de él, para hacerle daño a Corinne.

—Capitán, ¿está usted bien?

Dijo uno de los presentes.

—Necesito... Necesito saber dónde está el rey Edmundo. —Musité con dificultad. Se escuchaba más mi respiración agitada que mis susurros.

—Está en su castillo. Venga, la llevaremos a él, y la ayudaremos eternamente en lo que necesite.

Asentí lentamente, y algunos hombres prepararon a sus caballos. No estaba consciente de muchas cosas, estaba ida. Pensando en que el tiempo ahora era un cruel enemigo, y que no llegaríamos en el momento adecuado para salvarla.

Tampoco sabía donde estaban mis piratas, y comencé a temer en todos los sentidos.

En cuánto llegamos al castillo, sentía un dolor horrible en mi pecho, que se incrementaba aún más mientras más me acercaba. Y la imagen ante mis ojos me provocó miedo y náuseas. Corinne, amarrada y sujeta ante una guillotina. El filo amenazante, brillando suspendido arriba de esa máquina de decapitación.

Ya no tenía fuerzas. No sabía qué hacer. Mi mente estaba peligrosamente nublada.

Edmundo y sus hombres estaban alrededor de ella, y un pequeño público se encontraban observando la horripilante escena. Al lado de los guardias vestidos de formidables armaduras de acero, estaban mis piratas, encadenados.

Mis manos temblaban, aún más que todo mi cuerpo.

Edmundo me miró, con la sonrisa más siniestra y gélida que pude haber presenciado en la vida. Sus ojos no tenían brillo alguno. Totalmente opacos. Y lo supe. Él no era humano. Era un ser oscuro, perverso y siniestro que ha vivido por mucho tiempo, y atentado contra muchas vidas, absorbiendo energía y vitalidad.

—Hola, Zair —dijo de forma irónica—. Estos traidores serán asesinados hoy, gracias a nuestra querida Sirena, quién ahora será su futura reina, y se arrepintió de sus males, ayudándonos a dar con la ubicación de estos criminales, para que pudiéramos deshacernos de ellos. Aplausos para mi amada esposa, Zair de Vontrialia.

Mis piratas me miraron con temor y asombro, heridos por las palabras de Edmundo, que parecían cuchillos afilados.

—¡Eso no es verdad!

Espeté, totalmente molesta.

Aquel solo rio—. No intentes hacer nada, o el filo caerá sobre Celine.

—Zair... —dijo ella, con suma dificultad, y una voz apenas perceptible—. N-no te preocupes por mí. Solo haz lo que tengas que hacer para salvar a nuestros piratas.

Una lágrima rodó por su mejilla.

No sabía qué hacer. Había mucho en juego, y mucho que perder.

—Por favor —le supliqué a él—. Es a mí a quién buscas, yo soy quién te ha jodido tus embarcaciones comerciales. A ellos perdónales la vida, y a cambio, toma la mía.

Y los ojos inhumanos de esa bestia disfrazada de rey, se iluminaron.

Con una sola mirada que les dio a sus hombres, estos se acercaron a mí. Dejé que me tomaran fuertemente de los brazos. Corinne le gritaba a Edmundo que no me escuchara, y que diga que me suelten. Pero yo quería esto. Quería que ellos se salvaran, porque sabía que jamás podría vivir con la idea de que murieran por culpa mía.












Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro