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35










Traidora.

Edmundo palideció. Sus pupilas dilatadas miraron a todos sus hombres apuntándolo, para finalmente, enfocarse en mí, la causante de ello.

Intenté reincorporarme, pero me era imposible. El agua que había salido del acuario, me había llevado consigo hasta la alfombra más externa del circo, y en este momento, extrañaba mucho tener piernas para huir.

Intenté divisar a Corinne, pero no la encontraba en ningún lado.

¿Fue una dulce ilusión?

El poder de Edmundo hacía que sus hombres no pudieran dispararle. Él era muy poderoso, y siempre lo reflejaba en sus acciones. Con su frívola mirada, avanzó hasta mí, mientras lo observaba desafiante, a pesar de estar en absoluta desventaja.

A Edmundo no lo podía hipnotizar, pero sí a cualquier otro. Y uno de los hombres que corría, volteó a verme, enloquecido de magia, y me tomó en sus brazos, huyendo rápidamente conmigo, tal como lo había ordenado. Y de pronto, no me sentía tan en desventaja.

El hombre corrió rápidamente, frenético. Sentía un dolor en el pecho, que me indicaba que Edmundo estaba intentando luchar contra mi poder, y vencerlo. Y con la adrenalina expandiéndose rápidamente por mi cuerpo, por fin me sentí lejos de él, y de su sucia magia que no pudo alcanzarme.

Dejé mi poder hipnótico en cuánto llegué al mar, y ahí, me sumergí a las profundidades.

Era libre.

Comencé a nadar con intensidad, soltura y velocidad, como si esta sensación siempre me haya resultado familiar. Dejé de preocuparme por un momento, porque ese simple momento de sentir el agua salada y fría acariciando mi cuerpo, era mágico.

Pero entonces, intenté enfocarme en que quería mis piernas de vuelta. Y me obligué a salir del agua, pensando con suma intensidad, el deseo de tener piernas, para que estas volvieran a aparecer.

Y sintiendo al máximo mi poder fluyendo por mi anatomía, me transformé en humana.

Emocionada, comencé a correr sintiendo la arena bajo mis pies. Movilicé mis dedos, sintiéndome alegre y feliz, después de tanto tiempo perdida en la oscuridad.

Me sentía poderosa, y eso me dio la valentía de querer regresar en busca de Corinne, con la esperanza de volver a verla, y que no haya sido solo un maldito espejismo, o tortuosa ilusión.

Pero a medida que comencé a correr, me percaté de un pequeño detalle: Estaba desnuda.

Por fortuna, era de noche, ya que mi función en el circo era la última. Y entonces, decidí que la antigua Zair entraría en acción y  robaría algo de ropa. Me acerqué a la casa más cercana con esa intención. Una mujer de aproximadamente treinta años se encontraba sentada en una banqueta de madera fumando un cigarrillo.

Al verme se incomodó un poco al igual que yo, ya que no esperaba ser vista.

—¿Se encuentra bien?

Quise hipnotizarla con todas mis fuerzas, para no tener que dar explicaciones que alargarían aún más mi plan. Y a pesar de que creí que no me funcionaría, por alguna extraña razón, logré controlar la mente de esa mujer.

—Entrégame un poco de ropa, por favor.

—Sí, claro —respondió ella rápidamente, soltando el cigarrillo encendido, y comenzando a desvestirse.

—¡No, no, no! Tráeme ropa de tu marido, por favor.

Ella me observó un momento—. No tengo marido.

Mierda.

¿Por qué todo me está saliendo mal?

—Está bien, tráeme ropa de tu armario y un sombrero, por favor.

—Sí, hermosa —respondió.

Tomé el cigarrillo que ella había lanzado al suelo, y comencé a fumar lo último que quedaba. Entré a su casa junto a ella al percatarme de que no había nadie más. La mujer comenzó a revisar entre sus cosas, y me acerqué para elegir la ropa que iba a robar yo misma.

Comencé a vestirme con un pantalón, calcetines y zapatos, bastante masculinos. Ella en sí lo era.

—No te vistas ahora, primero podemos jugar.

Me impacté con sus palabras, luego recordé que estaba hipnotizada y lancé una risa nerviosa. La mujer tenía atracción hacia su mismo sexo, y al parecer, no tenía mucha fuerza mental ante el hecho de caer rendida a la excitación por una mujer, por eso había funcionado mi hechizo de sirena con ella.

El hechizo de sirena es un buen radar lésbico, solo que algunas somos más fuertes que otras.

Pensé, divertida, mientras recordaba lo frustrada que se ponía Corinne cuando yo no caía fácilmente ante su tentación.

Y pensando en Corinne, aumentaron mis ganas de volver a verla, y tenerla entre mis brazos, sollozar mis penas con ella, y protegerla de ese asqueroso mago que quería destruirnos. Por lo que me vestí rápidamente, y dejé el poder hipnótico ante esa mujer cuando salí de su casa.

Ya vestida y con sombrero, comencé a acercarme a los alrededores del circo, para encontrar alguna pista de mi amada.

Ya había pasado mucho tiempo, y no encontraba nada. Deprimida, intenté mantener la calma.

Ella había estado allí.

¿Por qué se habrá ido?

Y una idea se me vino a la mente, perturbándome por completo.

Él la capturó.

La sangre se sintió más espesa en mis venas, y la ira comenzó a incrementarse con cada pensamiento. Intenté relajarme, para poder pensar con mayor claridad. Y entonces, corrí hasta el mar nuevamente, pensando que mis piratas no deberían estar lejos si es que Corinne estuvo aquí.

En cuánto llegué al otro extremo de donde me encontraba antes, pude distinguir mi barco a la lejanía a pesar de que me había dificultado la poca luz. Sonreí, maravillada. Me quité los pantalones, dejándolos en la arena. Me transformé rápidamente en sirena, tomé los pantalones, y comencé a nadar rápidamente hasta donde el Corinne se encontraba.

En cuánto llegué, comencé a gritar el nombre de los hombres de mi tripulación, uno por uno, avisándoles que estaba aquí, que había regresado.

Estaban despiertos, puesto que había luz y boche. Ellos parecían estar en una fiesta.

¿Festejando felices? ¿A pesar de que yo "estoy desaparecida"?

Pensé, con un poco de tristeza.

—¡¿Sirena?! ¡¿Eres tú?!

Esa voz, genuinamente era de Joseph.

—¡Joseph! ¡Sí, soy yo! ¡He regresado!

Lloré con alegría, teniendo muchas emociones al mismo tiempo. Quería llorar, gritar, cantar y bailar. De repente, nada era más importante. Había regresado a mi hogar, con mi familia y mi novia, y todo volvería a estar bien.

Joseph me ayudó a subir con una red de pesca, mientras le indiqué que no les dijera nada a los demás, ya que quería darles una sorpresa.

Mientras subía, me transformé en humana nuevamente, y me puse los pantalones mojados con dificultad.

Al llegar a la cubierta, abracé a Joseph con mucha intensidad y alegría, mientras que comenzaba a llorar por haber estado perdida siendo torturada un buen tiempo. Luego, corrí hacia donde estaban los demás, pero algo me hizo detener mis pasos abruptamente.

Ellos no me notaban en las penumbras de la amura de babor. Bailaban y brincaban felices, mientras entonaban una canción. Todos alegres, todos borrachos.

Ninguno... pensando en mí.

En si estaba bien o mal, cómo me encontraba, si estaba pasando hambre, frío, torturas enemigas, nada.

Todos estaban mejor sin mí.

Incluso... Ella.

Corinne estaba vestida de pirata. Ella estaba usando mi ropa. Mi casaca de lana gruesa roja, mi blusa, mis pantalones holgados, fajines y botas de tacón. Y sobretodo, usaba mi tricornio, y espada.

—¡Por la capitán Corinne! ¡La mejor que ha liderado este barco con vigor y osadía!

Hicieron sonar sus copas de ron, mientras las golpeaban unas a otras con fuerza y luego bebían del líquido.

Ella se subió a la mesa, con mi espada en su mano derecha, y caminó haciendo estruendo con mis botas de tacón, y rompiendo una que otra copa, siendo aclamada por todos.

—¡Silencio todos! —Exclamó. Su voz ya no era la dulce melodía que recordaba, si no un ferviente veneno que me destrozaba—. Diré unas palabras.

—¡Ya escucharon a mi novia, cállense! —Gritó David, su voz indicaba que había bebido demasiado.

¿Novia?

Pensé que había sido la típica broma de David, todo un galán y mujeriego, aún más cuando el ron era el que controlaba sus acciones. Pero entonces, Corinne lo atrae a sí misma, y hace que él pase su lengua por la punta de sus botas—, mis botas, en realidad—, haciendo que los demás se rían.

—Mi amor, ya sabes que la única que da las órdenes aquí soy yo —dijo Corinne, con un aire coqueto y al mismo tiempo, autoritario.

Mi amor...

Esas dos palabras que había dicho ella resonaron en mi cabeza.

¿Ellos estaban juntos?

¿Ella era la nueva capitán pirata?

¿Por qué todo esto estaba pasando?

Mis nervios estaban a full, todo me estaba martirizando el corazón, reprimiendo mis lágrimas, hasta que ya no pude más. Estaba tan confundida, dolida, abandonada y desechada como basura.

Y justo cuando ella iba a seguir con su discurso, me miró.

Mi corazón se aceleró hasta doler.

Quería que se sintiera... culpable, con el remordimiento recorriendo por sus venas aún más que el ron. Que se sintiera avergonzada por sus actos egoístas, pero nada de eso pasó.

En su lugar, lanzó una risa fría en mi dirección que me dolió más que mil cuchillos.

—¡Muchachos! ¡Miren ahí! ¡La traidora decidió venir a visitarnos

Todas las miradas se posaron en mí. La tensión en el ambiente comenzó a sofocarme. La forma en la que me miraban, —como si les diera asco—, hizo que comenzara a temblar levemente. Por primera vez en mi vida sentí que ellos eran capaces de hacerme mucho daño.

—¿Traidora? ¿De qué estás hablando?

—¿Eres tonta, o solo te estás haciendo? —dijo Corinne, con un tono que me dolió en el alma, sintiéndome cada vez más menuda—. Nos dejaste por ese imbécil de Edmundo. Pero ya no nos importas, Sirena. Vuelve por donde regresaste, ya no perteneces aquí.

—Corinne...

Susurré débilmente, con un hilo formándose en mi garganta. La hostilidad de sus palabras era más fuerte que el sonido de las olas chocando bajo de nosotros.

—Capitán para ti —me interrumpió—. Ahora vete, o te sacaremos nosotros. ¡David!

—¿Si, amor?

—Deshazte de ella.

—Como usted lo ordene, mi querida capitán.

Y entonces, lo último que vi antes de huir, fue como todos mis piratas se levantaban, dispuestos a herirme, y a quién pensé que era el amor de mi vida, con una retorcida sonrisa victoriosa en su rostro, sin una pizca de dolor, apuntándome con mi propia espada.

Me di la vuelta, y vi a Joseph.

—Joseph... Tu no...

Él bajó la mirada, y dejó de bloquearme el paso, para que pueda escapar.

—¡Que no escape!

Decían ellos, a mis espaldas.

Yo corrí sin pensar en nada más hasta llegar a la proa, y salté por la borda, a medida que me transformaba en sirena, y caía al mar, sintiendo el tsunami de emociones que amenazaba con acabar con mi vida lentamente.

Me sumergí hasta las profundidades, con los ojos cerrados, apretando los párpados con fuerza, como si así pudiera borrar lo que acababa de vivir, y que pudiera despertar del sueño. Pero no era un sueño, era mi realidad.

Una realidad, en la cual, el mar no otorgaba poderes ni protegía, mucho menos era una diosa. Solo era agua salada.

Una realidad, en la cual, mi tripulación ya no quería verme viva, por considerarme una traidora. Ya no eran mi familia.

Y sobretodo, una realidad, en la cual, Corinne ya no era la dulce sirena que llegaba a ser ingenua de tan buena que era. Que no necesitaba hechizarme para hacerme caer rendida ante su amor. Ahora, era una auténtica pirata malvada, que me había quitado mi ropa, mi lugar, mi rol de capitán, mi familia, mi vida.

Esta realidad, era lo que me merecía por haber sido una vil mujer despiadada, que solo pensaba en ella misma. Y ahora pagué las consecuencias del destino que yo misma forjé.

Y esta realidad, en definitiva, era una en la cual quería dejar de existir.

Y lo haría. Llegaría a las profundidades del océano, y en esa abrazadora oscuridad,  me convertiría en humana.

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