33
Gritos ahogados.
No recuerdo qué más decía. El ron comenzó a hacer su efecto después de dos botellas. Ya no sentía dolor físico debido a que aquel hombre que me había golpeado, también me había sanado, con su magia.
Edmundo Lightfoot. Nunca pensé que me derrumbaría por ese imbécil.
Me encontraba en una habitación oscura, con solo la tenue luz colándose por el agujero de arriba de mi prisión. Me encontraba atada con cuerdas físicas y mentales, observando mis escamas rojizas opacas. Mirándolas detenidamente comencé a comprender que había llevado mucho tiempo aquí encerrada, días. Esto porque el paso del tiempo se sentía como sequedad y pérdida de brillo en las escamas si eres sirena.
Lo único que había hecho durante estos días era intentar sobrevivir a los golpes de ese desquiciado rey, y luego beber del ron que él mismo me ofrecía, escucharlo hablar de sus triunfos, mientras me sanaba con su magia de los mismos golpes que él me hacía.
Y todo era repetitivo. Comencé a perder la cabeza. En un punto pensé que estaba muerta, él había arrebatado mi vida, y que ahora me situaba en mi infierno, siento torturada repetidas veces, volviendo a restaurar mi integridad física para volver a sentir dolor durante toda la eternidad.
Pensaba en mi amada Corinne.
Toda una eternidad sin volverla a ver.
Oh, cariño... ¿Dónde estás?
A veces le hablaba, ya con la razón perdida, y el corazón retumbando fuerte. Las lágrimas caían sin poder encontrar consuelo, al pensar en que jamás volveríamos a estar juntas.
También le hablaba a la mar. Pero simplemente, parecía no escucharme. Parecía no estar ahí, no para mí.
Fui olvidada.
Y claro intentaba ocupar mis poderes de sirena con ese sujeto, para nublar sus pensamientos y hacer que me libere. Pero por alguna razón, él estaba muy fuerte y yo tan débil, que ningún hechizo podía derribarlo.
En uno de esos días, —o noches, nunca sabía en qué fecha u hora me encontraba—, Edmundo se quedó un tiempo más, mientras limpiaba mi sangre que se acumulaba con la que yacía seca en la sucia madera vieja. Y le comenté sobre la mar:
—¿Por qué cuando hablas de la mar, te refieres a un "él"?
Él me miró con extrañeza, curiosidad, para finalmente sonreír con entusiasmo, característico de él cuando quería explicar algo y hacer notar que mi intelecto era completamente inferior al de él, bajo su perspectiva de hombre con ego empobrecido.
—No existe la mar, mujer ignorante.
—Claro que sí, ella es la diosa de todas nosotras, las sirenas.
Me dio un puñetazo en el pómulo derecho, y escupí sangre en respuesta, pero ya no sentí dolor. Ya no podía sentir dolor. Era lamentablemente, acción de neta costumbre.
Por primera vez, me despojó las cuerdas que me ataban con fuerza y me herían la integridad de la piel, y me tomó entre sus brazos para hacerme subir por las escaleras de madera que nos llevaban a la parte superior del barco. Después de tanto tiempo, sentía que podía liberarme de él, y de ese lugar tan oscuro y siniestro, que estaba acabando con mi vida lentamente.
Y en un suspiro de esperanza, siento la brisa salada de la mar acariciándome el rostro, el viento removiendo mis cabellos, y el frío congelando mis huesos pero entibiándome el corazón.
Pero en cuánto me sentía libre, volvió a despojarme en una jaula. Una jaula de pesca.
—Si "la" mar existe, pídele ayuda. Ya verás que solo eres estúpida, y nadie vendrá a salvarte. Fue Celine todo este tiempo, ella se metió en tu cabeza y te hizo creer que existe una diosa que puede ayudarte cuando en realidad solo es agua.
La cerró con fuerza, mirándome con repugnancia y enojo, mientras comenzaba a arrastrar la superficie por la cubierta, y finalmente, lanzarme a la mar. El estruendo fue seguido de un sonido sordo. Cerré mis ojos, para no ver la jaula, e imaginar que se había apiadado de mí, y me había dejado libre.
Libertad. Exquisita y maravillosa libertad, casi divina. Se colaba por la jaula a través de las aguas como si se burlara de mí.
Pero solo por un instante, me permití disfrutar de estar allí. La mar me había vuelto a tocar, y eso mejoraba mis poderes de sirena, y la vitalidad de mi biología. Y entonces, pedí ayuda a gritos ahogados. Pedía ser liberada de esa jaula, liberada de él y de su desquiciada maldad, liberada de mi propio dolor, sufrimiento y agonía.
Pero nada pasó. Ni siquiera un maldito y lejano murmullo en mi cabeza. Y con el dolor de mi alma, me di cuenta de que estaba sola.
Sola entre tanto mar, mayor al 70% del superficie de la tierra. Y llevando las cifras al universo, me sentí aún más sola. Al fin y al cabo, todos lo estábamos.
No sé cuánto tiempo pasé ahí. Edmundo parecía tener tanta certeza de que poseía la razón, que me había dado mucho tiempo para hablar con el mar, que en realidad, no existía como él había dicho.
Y de pronto, las aguas que me tocaban, las sentía solo eso: Agua. Y bajo de mí, un interminable vacío. Obviamente intenté salir de la jaula, muchas veces, pero solo malgastaba mi energía. No era lo suficientemente fuerte para derrumbar acero, y Edmundo lo sabía.
Fuerza era lo que más perdía con el pasar de los días.
Y esperanza también.
Luego de lo que pasó ser mucho tiempo, Edmundo subió la jaula. Volví a estar en la cubierta de su barco. Él me inspeccionaba fumando un cigarrillo. Ladeó la cabeza en cuánto tuvo contacto visual conmigo, y se peinó el bigote.
—¿Y...? ¿Qué te dijo?
Comenzó a reírse burlonamente mientras yo me quedé en silencio.
No podía aceptar todo esto, a pesar de que parecía ser lo único certero en este momento. Estaba perdiendo la cabeza poco a poco, pero no podía aceptar lo que se me resfregaba en las narices. Edmundo parecía tener la maldita razón en todo y dolía.
—Sirena... Sirena, Sirena... Ya estamos llegando a tierra. Pronto te lucirás en un gran acuario, y tu acto será la revolución que conmoverá al mundo. No estés triste, todo el mundo te va a amar.
—Llévame con Corinne. Quiero hablar con ella. —Solté de repente, con la mirada sombría en su dirección.
—¿Y decirle qué?
Silencio.
—Solo... Quiero verla y decirle que me diga la verdad. Quiero escucharla de sus palabras, no de las tuyas.
Él rio a carcajadas, acariciándose el bigote. Prendió otro cigarrillo mientras botaba la cola del anterior, y la pisaba con sus zapatos de cuero negro.
—Por eso me recuerdas a mí cuando era más joven y estúpido. Enamorado de esa poderosa sirena, que se atrevió a hacerme creer que era mutuo, para finalmente acabar con toda mi familia, todo lo que tenía. Aún así, yo quería creer en ella, en su amor, su carisma, su bondad, su belleza interior. Pero nada de eso existía. Todo estaba en mi cabeza.
—¿Por qué debo creerte?
Él volvió a mirarme, pero esta vez no rio ni se burló cómo lo hacía siempre. Esta vez su mirada traspasó mi alma, y me provocó escalofríos.
—Porque te estoy dando pruebas que no quieres ver pero que están frente a ti, sólidas e inescrutables. Pero si aún no me crees, te daré la oportunidad de que vuelvas a intentar que el mar te responda.
Volvió a empujar la jaula al mar, y sentí ese estruendo seguido del sonido sordo nuevamente, mientras el mar comenzaba a tener contacto con mi cuerpo.
Volví a intentar.
Pero nada sucedió.
Mis lágrimas comenzaron a mezclarse con el mar luego de un tiempo intentando comunicarme pero sin hallar respuesta en lo absoluto. Me sentía desdichada, triste, frustrada.
Todo este tiempo... ¿Todo había sido una mentira?
Y volví a exclamar gritos ahogados. No podía creer en nada de esto, pero Edmundo tenía razón. Y todo esto fue por culpa de creer en el amor. Esa ridiculez, que solo caen los débiles. Y no quería aceptarlo tiempo atrás, pero yo lo era. Solo una muchacha débil jugando a ser capitán.
Oh, padre mío... ¿Qué harías en esta situación?
Supongo que jamás te hubieses expuesto a esta situación para empezar. Dejaste a mamá, tu novia, porque te diste cuenta de que el mar era el único amor de tu vida. Y así debió ser siempre conmigo.
El sol alumbraba la costa con precipitada temperatura, cayendo fuertemente sobre mi húmeda piel, recostada sobre la orilla del mar. Arenas tibias me retenían, pegándose a mi piel, dejándome sentir la calidez que otorgaba el día.
Me remuevo, desorientada, mientras las olas me alcanzaban sutilmente.
Mi cola de sirena, de escamas escarlatas y brillo encantador, era lo más vistoso en la playa. La moví con orgullo, sintiéndome hermosa. Intenté volver al mar, pero me di cuenta de que estaba herida. Tenía un dolor en el abdomen justo cuando intenté movilizarme. Me detuve abruptamente, y extendí mis brazos en la arena, dando un suspiro.
De repente, siento unas pisadas acercándose a mí por la arena, y miro rápidamente a esa dirección. Lo que mis ojos distinguieron fue a una hermosa mujer pirata de cabello rubio acercándose a mí. El contraste del sol cubría su rostro, pero no tenía que verlo para saber de quién se trataba. Mi corazón palpitaba con fuerza, queriendo salir de mi pecho con cada latido frenético. Era ella, mi amada Corinne.
Se acercaba a mí lentamente, hasta que me vio, y comenzó a correr hacia mí. Cuando llegó a mi lado, se hincó en la arena, y comenzó a abrazarme. Me quejé por el dolor que me provocó por la herida del abdomen, y ella se percató de eso, disculpándose.
—Creí que nunca iba a volver a verte. No sabes cuánto te he extrañado, mi amor... —Lágrimas comenzaron a desprenderse de sus ojos de un celeste brillante.
Y sin que pudiera responder, une sus labios con los míos, en un beso suave y lento que me hace sentir mucho mejor al instante.
Y quería que ese instante durara para siempre.
—¿Por qué, Celine? ¡¿Por qué?!
Exclamo con ira, dolor. Comienzo a llorar desenfrenadamente. El viento acaricia sus cabellos rubios alborotados mientras ella baja su mirada, escondiéndola de la mía. Ella no podía mirarme a los ojos.
—¡Respóndeme! ¡¿Por qué me hiciste tanto daño?! ¡¿Por qué me hiciste creer que me amabas?! ¡Yo creí en ti! Y ese fue mi más grande error...
Tenía un hilo de voz en mi garganta, casi no podía hablar. Odiaba sentirme así, tan débil y vulnerable frente a ella.
Odiaba su silencio. Odiaba su asimilación e indiferencia. Pero por más que quisiera, no podía odiarla a ella.
Ella, la causante de mis problemas. La sirena que me engañó y caí en su juego como tiburón siguiendo la sangre. Me dejé llevar por la ilusión de su falso amor, y decidí creer en que ella me amaba. Todo eso, para perder a mi tripulación, mi barco, mi vida entera.
Ella me había prometido todo, y todo me lo había quitado.
—Alguien debía darte una lección de vida, ¿no, Sirena?
Murmuró tan bajo que pensé que era el viento. La miré para comprobar que había sido ella, y su mirada era tan intensa y fría, cargada de maldad, que me estremecí de inmediato.
—Tú...
Se acercó a mí, y su maldita belleza cautivante se hizo presente como una maldita pintura artística. Se puso el bicornio de capitán, demostrándome que me había arrebatado mi puesto, —y parando su bota con fuerza en mi estómago herido, dejándome casi sin aire—, dejó a la vista su brillante espada, alzándola al viento, con una reluciente mirada siniestra de odio, venganza y victoria.
—Descansa, cariño. —Dijo, segundos antes de enterrar su espada directo en mi corazón.
Despierto sobresaltada.
Me doy cuenta de que Edmundo estaba subiendo la jaula de pesca, y ese sonido de aguas removiéndose me había despertado. Todo había sido un sueño pero al mismo tiempo, era tan real que dolía. Comencé a llorar, con el corazón saltando, doliéndome en mi pecho, y a medida que volvía a la cubierta del barco, comencé a descompensarme más y más.
Edmundo Lightfoot me miraba con arrogancia y burla, sabiendo que él tenía la razón y se jactaba de que así fue siempre.
Y después de reírse, con ironía murmuró:
—¿Y...? ¿Qué te dijo?
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