3
Inmune a los encantos de la sirena.
La noche y la mar tranquila presenciaban cómo me alejé un poco de la sirena, con un poco de timidez, algo inusual en mi personalidad.
Hubo silencio mientras ella continuaba mirándome directamente a los ojos, sin emitir palabra. Parecía confundida, y hasta... ¿decepcionada?
Me aparté aún más, indignada.
—¿Y ahora qué? ¡Tú me pediste que te besara!
—Sí, pero... No lo entiendo —comenzó a negar con la cabeza—. Creo que no funcionó.
Ladeé la cabeza.
—¿Qué no funcionó qué?
—El hechizo no se rompió.
Ella parecía muy afligida, como si yo fuera su última oportunidad y había perdido. No entendía nada de lo que hablaba y para ser sincera, me daba mucha curiosidad saber más de ella, de lo que ocultaba, qué tan peligrosa era. Toda ella era un enigma, interesante de descubrir. Algo que no se ve todos los días.
Algo que no se ve todos los días.
Esas palabras resonaron fuertemente en mi mente. Ella era una sirena. Si la capturaba y la exhibiera en algún museo, yo sería reconocida como la pirata que luchó contra una sirena y la venció.
Mis ojos se iluminaron.
Pero ella volvía a la mar.
—¡Oye, espera! ¡¿A dónde vas?!
—Me devuelvo por donde vine —dijo, repintiendo lo que le había dicho en la primera instancia.
—¡Regresa! ¡Puedo ayudarte a conseguir lo que deseas!
Dicen que las sirenas son engañadoras, egoístas y ladronas, y te usan para su conveniencia. Es por eso y otras razones que los marineros de las embarcaciones me apodan así. Yo tengo esas cualidades mejor desarrolladas que una sirena.
Son ellas quiénes no deben encontrarse conmigo.
La sirena volteó.
Además, no podía llegar tan lejos. Las olas iban y venían, azotando su cuerpo a su antojo. Rápidamente la alcancé y la tomé entre mis brazos. Su cuerpo era muy frío, y no tan pesado como lo pensé. Ella se quedó inmóvil, observándome con un poco de desconfianza por mi cercanía.
—Tranquila, puedes confiar en mí. Si me salvaste, me siento en deuda contigo.
—Mh...
—¿Ahora qué?
—Eres una pirata. No eres de fiar.
Quedé absorta con sus palabras en cuánto fueron dichas. Debí haberla mirado tan mal por el miedo repentino recorriendo su espina dorsal, manifestado por el nerviosismo en su actuar.
—Si quisiera haberte matado, ya lo hubiese hecho. —Dije, tajante.
Y sin que ella me contestara, la llevo hacia el interior de la isla. Me estaba muriendo de frío y era tiempo de crear una fogata para mantener mi sobrevivencia.
—Me llevarás a las profundidades de la mar, y me dejarás ahí.
Su voz, tan hipnótica, irreal, instantánea, hizo que se me erizara la piel.
Tuve el deseo de hacer lo que ella me pida. Quedé un momento en blanco, di media vuelta para darle la espalda a la isla y mirar hacia la prominente mar, curiosa de nuestro asunto. Pero entonces, me reí.
—No.
La miré, sonriendo.
Ella estaba estupefacta.
—No lo entiendo... Esto no suele pasarme. Ningún encanto ha funcionado contigo.
Parecía enrabiada y exhausta. Pero el dolor se había marchado, o ya no demostraba tenerlo.
Dolor.
Pensé en el dolor. Me dolían las quemaduras en mi piel, provocadas por el viento y la fricción por movimiento en la arena, pero ahora no. Ya no sentía dolor. No desde el beso.
A medida que caminaba con ella en mis brazos, decidí hacerle esa pregunta:
—Mujer pescado, ¿ya no sientes dolor?
—¿No había otra forma más decente de llamarme?
Suspiré, pesadamente.
Luego me respondió con un simple "No".
Descubrí que tenía muchos aspectos psicológicos de un humano. Además, podía respirar como nosotros. Básicamente era mitad humana, mitad pescado. Y eso es sencillamente emocionante, increíble, me haré un dineral con ella. Necesito que crea en mí, para poder llevar a cabo mi plan. No es tan ingenua como lo pensé.
A medida que recorría esta extraña tierra, y a pesar de la poca luz ambiental que propinaba la luna, podía distinguir lo frondosa que era. Árboles con musgo creciente instalados en armonía. Habían claros notorios y centrales, rodeados de penumbras, y entre una de esas penumbras, pude apreciar una cueva.
Inspeccioné el lugar, y en la entrada no había indicio de que fuera habitada. El lugar parecía muerto, a excepción del canto de los grillos.
Me quité la ropa mojada, y dejé ahí a la sirena. Ella estaba tan cansada que parecía dormir. Me dio un poco de ternura verla así, si estuviera arropada hasta la cintura, parecería una humana.
Con una belleza excepcional.
A medida que realizaba la fogata y avivaba el fuego, no podía dejar de mirarla. La luz de las llamas le daban una tonalidad aún más brillante a su cabello, y su tez se convertía en dorada.
Bajé la mirada hasta sus clavículas y senos descubiertos. Ella actuaba con naturalidad en su desnudez, cómoda y sin miedo de mostrarse ante mí de esa manera.
Había perdido la concentración en lo que estaba haciendo y pasé a quemarme la punta de los dedos, exclamando un leve gemido.
Ella se rio.
Me sonrojé y de inmediato aparté la mirada.
—¿Por qué ambas dejamos de sentir el dolor desde que nos... besamos? —No podía estar más sonrojada en ese momento.
Es extraño. Normalmente soy una mujer dura. Estas cosas de adolescente enamorada no deberían pasarme a mí.
—Ah, sí. Tengo poder curativo.
Y lo decía como si nada.
A mí me brillaron los ojos otra vez, tan brillantes como los tesoros que saqueé y ahora conservo en mi botín. Podría obligarla a curar a las personas padecientes de enfermedades, cáncer, sufrimiento.
Veía a esta sirena como mi más grande inversión.
—Eres impresionante. Y... creo que nunca te agradecí que me hayas salvado. —Usé un tono de voz más suave, y bajé la mirada simulando estar avergonzada—. Muchas gracias. Haré lo posible y hasta lo imposible para devolverte el favor.
Ella sonrió.
Fue una sonrisa genuina, esperanzada. Le acabo de dar esperanzas de algo que nunca haré.
Y la llamé monstruo a ella.
—¿Cuál es tu nombre, pirata?
—Soy Zair de Vontrialia, es un gusto conocerte. —Le estreché mi mano.
Ella no entendió el gesto.
»Esto hacemos cuando conocemos a alguien. Te estrecho la mano, así —volví a realizar esa acción—. Tú la tomas, de esta manera, y me dices que también es un gusto conocerme.
Volví a sentir ese cosquilleo en mi espina dorsal cuando ella rozó su mano con la mía. Al parecer, era parte de su encanto de sirena.
—Es un gusto conocerte, Zair.
La "z" de mi nombre, bajo su pronunciación, sonó susurrante y muy agradable. Todo en su voz era encantador, y la forma en la que movía sus labios para emitir palabras era maravillosa.
—El gusto es mío...
—Oh, Corinne.
—Corinne. —Me gustó su nombre, es muy bonito. Me gustó conocer a Corinne, me hará una mujer muy rica.
Ella se acomodó en su lugar, explicándome que podía dormir tanto bajo del agua, como en la superficie terrestre, al igual que respirar y subsistir.
Como estaba media desnuda, sentía frío a pesar de estar cerca de la fogata. Ella pareció notarlo.
—Sé que mi piel es fría y provoco que sientas escalofríos cuando me tocas. No soy un ser completamente térmico, pero si puedo provocarte calor si te acoplas a mí.
—Está bien.
Intenté actuar con naturalidad. No puedo negar que la sirena tiene facilidad en provocarme. Realmente, ni siquiera sé con exactitud qué es lo que provoca en mí, pero algo hace. Y es probable que se cuenta de ello, como también percibió mis escalofríos cuando la toco.
Me posicioné a su lado, y ella se apegó a mí. Al primer contacto, ocurrió lo del escalofrío, pero cuando ya pasó un debido tiempo, comencé a experimentar una grata sensación de calor que me embriagaba. De repente, el calor de la fogata no era tan importante.
—¿Por qué eres inmune a mis encantos? —Corinne preguntó de repente, casi al lado de mi oído, por la posición en la que estaba.
—N-no lo sé. Tal vez solo funciona en hombres.
Lo dije en forma de burla.
Ella se acercó un poco más, lo cuál, no pensé que fuera posible. Sus pezones rozaron suavemente mi piel más cercana a ella, provocando que me inmovilizara. Comencé a experimentar cómo la sangre fluía con mayor presión, generando aumento de mi temperatura corporal.
—¿En serio no sientes nada con tenerme cerca?
Ella... ¿Estaba jugando conmigo?
—Me calienta, lo admito. Me da frío y calor, es algo que nunca antes había sentido. Hasta tengo miedo de que esos cambios de temperatura puedan enfermarme.
—Yo podría curarte si eso pasa. —Susurró, tan malditamente cerca.
Decidí que iba a controlar la situación.
—Eres muy hermosa, Corinne. Tengo muchos amigos a los cuáles puedas besar. Tengo fe en que alguno de ellos será el indicado, por eso sé que puedo ayudarte.
—Oh...
Se formó un silencio incómodo.
Pero entonces, comencé a llevar mi atención a la danza del fuego. Tan única y chispeante, con un color vivo. Su sonido semejante a algo quebrándose me hacía sentir tranquilidad. Y prontamente, sentí que la sirena se quedó dormida a mi lado.
Ella se veía muy serena durmiendo al lado de una traidora.
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