28
(Este capítulo contiene una escena sexual. En caso de que no guste leer este tipo de narración, dejaré un comentario en este párrafo con un resumen del capítulo).
Los humanos son criaturas extrañas
Me acerqué al interior del barco, donde había dejado a Corinne. Ella seguía ahí y comenzó a mirarme con una sonrisa que distinguí en la oscuridad y se la devolví con gusto. Corrí hasta ella y me posicioné encima de su cuerpo, besándola en los labios de manera agitada.
—Mis poderes de sirena no son tan malos como piensas. Todo depende de la sirena, si quiere hacer daño, los usará para el mal. Si quiere hacer el bien, pues...
—Lo sé, discúlpame. —La interrumpí con otro beso.
—Ahora, discúlpame por romper tu pantalón. Voy a tener que aprender a controlar estos poderes.
Reí.
—Oh, no te preocupes, robaremos más.
Ella también rio.
—¡Capitán, disculpe por molestar!
La voz de Joseph se hizo presente acercándose cada vez más. El interior del barco era oscuro, casi no llegaba luz y no la necesitábamos, ya que era un lugar donde dormían los piratas. Por lo tanto, solo veía a Joseph como una sombra fantasmal indagando perdida en el limbo.
—¿Sí, Joseph?
—Sirenas.
Con súbita confusión, miré en dirección a Corinne y sentía que ella también había posado su mirada sobre mí.
Rápidamente la tomé en mis brazos y nos dirigimos a la cubierta.
Visualicé, como Joseph había nombrado anteriormente, a dos sirenas de cabello rubio sumergidas bajo nosotros, mirándonos, captando nuestra atención. Ambas mujeres con cola de pescado eran las hermanas de Corinne, y Coralia me llamaba con su mano alzada.
Di la orden a mis piratas que bajen las sogas de pesca con cuidado de herirlas. Aquellos hicieron lo que les pedí, algo desconfiados y nerviosos.
El arduo trabajo de jalar la soga al fin llegó a su fin, dejando a las sirenas atrapadas, como presas de la mar. Rápidamente fueron dejadas en la cubierta, y dejé a Corinne a su lado, mientras ayudaba a liberarlas. Las tres hermanas se abrazaron, felices y esperanzadas, con desbordantes sentimientos por el encuentro.
—Lo siento, Corinne, fui usada por el mago, él me obligó a hacerlo, es muy poderoso...
—Lo sé —respondió, abrazándola—. La mar me lo dijo. Ella sabía también que no querías hacerme daño.
Fui a mi cabina para buscar tres de mis blusas para que pudieran estar vestidas en su estadía en mi barco. Supuse que las tres tenían mucho de qué conversar. Así pasaron la tarde, mientras conversaban con los piratas y conmigo. Fue un ambiente acogedor, divertido, considerando que los piratas se ponían colorados con la presencia de mujeres bonitas.
En cuánto llegó la tarde, las sirenas se habían ido. Les propuse que podían visitarnos cuando quisieran, y así sin más, sentía que las cosas estaban saliendo bien últimamente, y me permití sentir esa tranquilidad que parecía emanar de la brisa salina que me envolvía, dejándome despreocupada y fresca, hasta caer la noche.
Miré las aguas bajo de mí, situada al lado de la borda. Corinne se había acercado a mí, en su forma humana, usando una falda larga de tela gruesa que supuestamente era mía pero no la recordaba. Llevaba puesta una blusa blanca larga y un fajín rojo que rodeaba su cintura y estilizaba su torso. Se veía increíblemente encantadora, sobre todo por el bicornio que me había robado para adornar su cabeza.
—Una auténtica mujer pirata. —Solté al viento, mientras no podía dejar de mirarla—. Espera, te falta algo.
De mi bota saqué mi daga, la que me había protegido siempre, y que permanecía conmigo en especial en las malas.
Ella me miró, impresionada.
—Zair...
—Espero que nunca tengas que usarla —se la entregué en las manos, para que la sujetara firme, mientras la miraba a los ojos—. Pero si la situación lo amerita, saca tu valentía a flote.
Ella pasó sus manos por mi antebrazo, provocándome escalofríos.
—Gracias, capitán.
Asentí.
La luna, tan brillante y redonda, comenzó a acariciar a la mar, mientras se mostraba gloriosa y grande en el cielo oscuro. Tomé a Corinne de la cintura, y la acerqué a la borda. Nos encontrábamos en proa, y la sujeté firme mientras ella se dejaba llevar por la sensación de ser libre, ser parte del viento, de las estrellas, de la marea que nos sostenía, y del amor que nos acogía.
Ella tomó mis manos con fuerza, mientras sonreía.
—Sí que es una sensación maravillosa.
Comencé a besar su cuello, recorriendo hasta sus hombros, y luego fijé mi vista al frente.
—Lo es.
—Pareciera que navegamos en el infinito, y que así siempre estaremos juntas —continuó, sin quitar sus manos de las mías.
—Corinne...
—¿Sí?
—¿Quieres que así sea?
Ella me miró confundida. El viento se hizo más fuerte y golpeaba nuestros cuerpos que ya comenzaron a sentirse sensibles al frío de la noche marina.
—¿Qué cosa?
—Que si... —sentí mis mejillas arder, la vergüenza se instaló en mi rostro en ese momento—. ¿Quieres que estemos juntas?
Ella comenzó a reír dulcemente, y aún que no tenía la intención, si logré sentirme un poco extrañada por su reacción. Casi como sentirme triste y burlada. Intenté evitar esos pensamientos. Intenté apartarme de ella por la vergüenza, pero ella tenía tomada mis manos aún.
—Ustedes los humanos son criaturas tan extrañas —concluyó, con la cabeza ladeada para mirarme. Sus cabellos enroscados caían por su rostro, cubriéndolo un poco. Sus ojos de un celeste que podía fácilmente tener los astros atrapados, me miraban con fascinación—. Necesitan especificarlo todo, para sentirlo real. Pero debo decirte que ya estamos juntas, Zair. Desde que te enamoraste de mí y yo de ti, nuestra ruta es en la misma dirección.
Juntamos nuestros labios, y comenzamos a besarnos de manera apasionada. La apegué aún más a mí, apretando su cuerpo contra la borda, mientras sentía cómo me sentía cada vez más enamorada de ella. Sus besos, caricias, y cercanía, hacían de esta noche, una calurosa velada.
Corinne comenzó a retirarse la blusa pero rápidamente la detuve.
—Hay un pirata a cargo de proteger la dirección del barco por la noche. Nos turnamos entre todos. ¿Ves esa luz? Ahí está.
Apunté a la dirección del palo mayor, y Corinne avergonzada, comenzó a saludarlo con la mano en su dirección.
Ambas comenzamos a caminar con pasos apresurados por la línea de crujía hasta llegar a mi cabina y cerrar la puerta, mientras nos dejábamos caer en la litera.
Comencé a desvestirla mientras pasaba mi lengua por dentro de su boca, sintiendo la suya. Estaba completamente excitada y deseaba tenerla desnuda debajo de mí, que intentaba quitarle la ropa con velocidad. Comencé por la falda, luego el fajín. Comencé a lamer su vientre bajo mientras le quitaba la blusa y dejaba a la vista sus enormes senos alumbrados por la tenue y delicada luz de la luna.
Seguí lamiendo y besando su piel hasta llegar a sus pezones, que mordí con delicadeza mientras escuchaba sus suaves jadeos y movimientos torácicos agitados. Los lamí en círculo mientras comencé a bajar mi mano, hasta que...
Ese resplandor apareció, cambiando piernas por una cola de sirena.
Miré las escamas, luego a su rostro. Volví a mirar su cola, y nuevamente su cara.
El silencio se hizo incómodo, y sus mejillas arreboladas me indicaron que estaba muy avergonzada.
Comencé a reírme mientras la miraba. Ella rápidamente me vio a los ojos, un poco dolida.
—¡Lo siento!
—No te disculpes, mi amor —agregué sonriendo—. No es tu culpa. Aún no puedes controlarlo.
Me dejé caer sobre su cuerpo, con mis dos piernas a sus costados, mientras la volvía a besar.
—Pero lo arruiné todo.
—No es así, Corinne. No te preocupes, descansemos y otro día podremos continuar. No tengo ningún problema.
Ella aún tenía las mejillas enrojecidas. Besé su frente mientras me posicionaba a su lado. La cola de Corinne era grande, salía de la cama y tocaba el suelo, por lo tanto, mi lado de la cama siempre iba a ser el de la pared. La abracé y cerré mis ojos. Estaba jodidamente caliente y me iba a costar dormir, pero son cosas que me acostumbraría sin ningún problema.
—Descansa, mi sirena.
—No quiero.
La miré, un poco impresionada.
Ella se zafó de mí, solo para posicionarse encima y mirarme con esos ojos seductores. El peso de su cuerpo aprisionámdome era algo que me volvía loca. Comencé a sentir sus senos desnudos rozando los míos, y la miré con curiosidad.
—Corinne...
—Yo... —dijo tímidamente—, quiero usar mi lengua ahí abajo.
Mi respiración se tornó agitada mientras ella descendía con sus caricias y besos en mi piel, provocando que me ruborizara y sintiera escalofríos recorrer mi espina dorsal. Y en cuánto rozó mi clítoris con su boca se me escapó un gemido de placer que me hizo apretar los párpados para sentirlo en intensidad. Comenzó a pasar su lengua logrando ponerme húmeda y totalmente excitada dejándome llevar por su contacto suave y lento. Apoyó sus manos rodeando mis muslos mientras se apegaba a mí, y me miraba con sus hermosos ojos deseosos. Nuestras miradas se conectaban, y era tan placentero.
Movía mi cuerpo de arriba a abajo sintiendo el placer que me provocaba su lengua mojada rozándome constantemente, apegando su boca contra mi piel, como queriendo asfixiarse. Su respiración era agitada al igual que la mía.
La dejé sobre la cama mientras extendía mis piernas hacia ambos costados de su rostro y mientras seguía lamiendo y succionando, comenzó a aumentar su velocidad.
Movía mis caderas de manera desenfrenada mientras ella acariciaba mis muslos y los apretaba con fuerza. Una sensación de mareo y calor se apoderó de mis sentidos y mis gemidos se hicieron más fuertes y alocados mientras ella provocaba que me viniera en su boca. Con la respiración agitada me posicioné a su lado, teniendo la sensación embriagadora de calma después de haber terminado.
Observé como su pecho subía y bajaba con su mirada satisfecha de quién hace un buen trabajo. Tomé su mano y me quedé a su lado en silencio mientras no podía dejar de mirarla, maravillada, como si fuese presa otra vez de sus encantos de sirena, pero esta vez, no necesitó usar su magia.
La magia era ella.
Después de unos segundos, el resplandor apareció, y ambas observamos como sus dos hermosas piernas se hicieron presentes.
Corinne estaba en su forma humana.
Ambas nos miramos con condescendencia.
—Espero que no estés cansada —murmuró ella, mirándome deseosa de seguir.
—Cariño, he manejado el timón por días y noches enteras sin cansarme —respondí de manera seductora.
Me despierto con una sensación de tranquilidad y goce. Me remuevo entre las sábanas tibias, y veo a Corinne a mi lado, aún durmiendo. La tapo y salgo de la cama, me pongo una blusa larga y mi casaca de lana, mientras salgo de mi cabina y me dirijo a la borda por aleta de babor.
Sé que la mar me estaba llamando.
Hacía un frío espantoso que me provocaba temblores involuntarios.
Zair, valiente capitán pirata.
Cerré mis ojos, siguiendo esa voz que parecía lejana y cerca al mismo tiempo, tan volátil como una corriente de aire, ruidoss y siseante como las olas.
—Aquí estoy —dije firme.
Estoy muy feliz de que ambas puedan amarse.
Sonreí.
—Yo también.
Pero temo que debo darte una mala noticia.
Dejé de sonreir de inmediato. A pesar de que las malas noticias se me hacían bastante frecuentes, nunca lograba acostumbrarme a ellas, y siempre me golpeaban como agua fría.
Él vive.
El poderoso mago está muy enojado, y quiere venganza.
No bajen la guardia.
—Pero no lo entiendo... cayó hacia las olas, hacia ti... ¿No se ahogó?
No quería aceptarlo.
No podía.
No, Zair. Él vive. Y quiere hacer daño.
Pero no temas, capitán. Te he otorgado un don especial, que ya sabrás ocupar cuando sea necesario.
—No seas tan misteriosa, mar. Dime qué es, por favor.
Silencio.
Esa voz ya no aparecía, y no respondía a mi duda que parecía flotar en el aire sin respuesta.
—¿Señora mar? —Repetí curiosamente. Pero ya había terminado su mensaje—. ¿Don especial? ¿A qué se refiere?
Dije para mis adentros.
La mar era muy misteriosa y definitivamente sentía mucha curiosidad de saber a qué se refería. Además, tenía muchas preguntas extras, como porqué ahora sí me afectaban los hechizos de sirena.
Necesitaba una conversación urgente con la mar.
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