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26









Hasta que la capitán pirata los separe.

Apenas termina de decirlo, veo a mi barco aún más cerca. Peligrosamente cerca. La vuelvo a mirar a ella, quién luce angustiada.

—No te preocupes. Cásate con él. —Le digo naturalmente.

Su mirada pasó de angustia a sorpresa. De sorpresa a indignación. Se separa de mí para analizarme mejor, y como siempre, descubre que todo lo que digo tiene un truco.

—¡No juegues con eso!

Yo me largo a reír.

La acerco a mí nuevamente, y me agacho un poco, para estar a la altura de su oído derecho. Rozo suavemente el lóbulo con mis labios, mientras susurro:

—Tengo un plan, pero para llevarlo a cabo, necesito que seas la pieza fundamental. Quiero que seas una linda distracción vestida de blanco, para que todas las personas, incluidas Edmundo y sus guardaespaldas, estén en la boda.

Ella sonrió—. ¿Solo eso soy para ti, capitán? ¿Una linda distracción?

Su tono de voz, como si estuviera jugando conmigo, realmente me estaba distrayendo y encantando. No pude evitar besarla nuevamente, teniéndola retenida en mis brazos, sin que nada más que dos trajes varoniles nos separaran.

—Doctor Ballart...

Nos separamos al escuchar una voz.

—¿Sí? —Posicioné instintivamente a Corinme detrás de mí.

La voz se trataba de una señorita de no más de veinticinco años, que llevaba ropa de sirvienta, lucía tímida y sus pómulos permanecían sonrosados, evitando mi mirada directa.

—E-estoy buscando a la señora Lightfoot. Me dijeron que la vieron con usted.

Tartamudeó.

—¿Señora Lightfoot?

—Corinne. La mujer del rey.

—Pero si aún no se casan ni enlazan sus caminos.

Me crucé de brazos, divertida. Esperando su respuesta.

—S-sí, p-pero... Así quiere que la llamemos nuestro rey. Y recuerde que se casan hoy, es el motivo por la que la estoy buscando.

—Pues no la he visto —respondí.

Aquella muchacha asintió, mientras observaba a Corinne que estaba a mis espaldas, mirando a la mar. Con ese traje varonil, en vez de un vestido floreado, era casi imposible de reconocer, sobretodo por el sombrero. Luego se marchó, sin antes hacer una leve reverencia demostrando que estaba condicionada socialmente a ser servicial.

—Es Emeline, mi escolta. Habla mucho del doctor Ballart. Creo que le gustas. —Dijo Corinne, aún dándome la espalda.

—Bueno, ahora pensará que soy un hombre gay.

Me acerqué a ella y la abracé. Contemplamos la mar brillante en el día soleado, mientras la brisa salina se mezclaba con el suave aroma de Corinne. Éramos dos caballeros, observando juntos el golpeteo de las olas pequeñas, mientras se tenían el uno al otro, perdiendo sus pensamientos solo en ese instante.








Corinne iba a casarse con el rey Edmundo. Muchos pasajeros se instalaron en el gran salón con sus mejores ropas, adornados con sus bellas joyas, tan bellas y brillantes, que quise conservarlas para mí. Dos mesas largas a los costados, con un hermoso mantel brillante blanco y diseños exquisitos en detalle. Sobre estas, exceso de comida pequeña y elaborada para los invitados.

Di la orden a mis hombres de robar disimuladamente las armas de fuego que contenían los guardaespaldas. No fue fácil, tuve que acercarme como el doctor Ballart y platicarles sobre la epidemiología de la tuberculosis para que pudieran proceder.

El barco pirata estaba muy cerca. Solo tendríamos que nadar un poco. Así lo hicieron mis demás piratas, acercándose al barco a través de la soga que había aproximado para ellos. Al tenerlos aquí, les di la orden de evitar la violencia a toda costa, debido a que habían muchos niños presentes.

Solo rescataríamos a la novia del rey, fue lo que les dije.

Esperarían mi señal desde afuera, ya que sus ropas y aspectos, eran muy vistosos.

El ambiente estaba caluroso. Los rayos del sol se colaban por los espacios y hacian brillar aún más la porcelana. Yo estaba con un vaso de whiskey en mi mano, esperando impaciente la llegada de la novia. Y en cuánto la música se detuvo, y se hizo una pausa hasta en las respiraciones, ella apareció.

Un caballero la llevaba del brazo. Corinne lucía tan hermosa como siempre. Era la mujer más hermosa que había visto, casi podía jurar que realmente podía hipnotizarme. Y si no lo hacían sus hermosos ojos celestes coquetos, lo hacía el elegante contorneo de sus caderas al caminar con ese apretado vestido de corte sirena.

Caminaba con gracia, siendo aclamada por las personas a su alrededor. Sonreía con dulzura, su hermoso cabello rubio caía ondulado por sus hombros, y tenía una trenza cubierta de flores blancas rodeando su cabeza como una corona, sujetando su velo de novia.

En cuánto pasó por mi lado, dirigió su intensa mirada de sirena hacia mí.

El mundo se paralizó por un momento.

El vaso de whiskey se cayó de mi mano, derramando el líquido que me calmaba. No podía describir la sensación, solo ser presa de ella. Dominada por un impulso imposible de escapar, y entonces, la sentí. Era magia. Verdadera magia de sirena.

Corinne ahora podía hipnotizarme.

Me quedé quieta en mi lugar, mientras ella avanzaba y se acercaba a él. La ira comenzó a apoderarse de mí. La sentía de forma intensa, como fuego de fogata en una noche fría. Crecía dentro de mí, por cada paso que daba. Y la sonrisa de aquel hombre, que cree poder poseerla, me hizo apretar el puño con fuerza. Todas estas emociones que sentía, sabía que podían jugar en mi contra. Tenía que controlarme.

¿Qué me estaba pasando?

¿Qué me estás haciendo?

Suspiré.

El hombre de blanco comenzó a recitar algo que no podía oír. El ambiente se hizo muy lento, demasiado lento. Mis pensamientos se nublaban, solo la veía a ella.

El whiskey haciendo efecto en mi sistema acompañado de magia marina.

—Yo...

Llegó el momento en que Corinne tenía que aceptar casarse con él.

Me levanté de mi asiento, totalmente mareada. Las miradas se posaron en mí. El calor ambiental e interno se hicieron insoportables. Observé al rey Edmundo, esperando impaciente el "Sí, acepto" de la mujer a su lado.

Reí secamente.

Me quité el sombrero y la tela que ocultaba mi cabello, y lo dejé caer libre a mis espaldas. El grito de asombro de la multitud se hizo presente como el sonido de las olas al navegar.

—Detengan la boda.

—Tú... —Dijo el rey, con el rostro cada vez más enrojecido—. Sirena.

Dijo mi apodo demostrando la repugnancia que me tenía con una mueca de asco en su rostro.

Los presentes gritaron, y comenzaron a alejarse con miedo en sus miradas. Algunos evitaban mirarme, solo estar lejos de mí. Y cuando era el doctor Ballart, todos parecían quererme.

Sonreí.

—Buenas tardes, Rey Edmundo. —Dije irónicamente cordial, dándole la señal a mis hombres que aparecieron de repente, portando espadas y bicornios.

—¡Piratas! ¡Nos están atacando!

Se escuchó de parte de uno de los presentes.

El rey nos miraba estupefacto. Tomó a Corinne del brazo y la empujó con fuerza para que lo siguiera. Pero César bloqueó el camino, y lo apuntó con una de las armas que le pertenecían a sus escoltas. Aquel retrocedió, escondiéndose en Corinne, dejándola expuesta mientras intentaba zafarse de él.

—¡No intenten dispararme o ella morirá!

—No te atrevas a tocarla, o haré un caviar con tus genitales y se los daré a probar a tus hombres. —Dije en su dirección.

David, el tiburón, me había entregado mi espada que desenvainé con gusto. Y mi tricornio reposaba en mi cabeza, de color rojo sangre y amarillo oro.

Me acerqué al hombre que temblaba y sudaba, reteniendo a mi mujer por delante de él, usándola de escudo como un maldito cobarde.

—¡Has hurtado todos mis navíos! ¡Estoy cansado de ustedes, la escoria humana que debería podrirse en la pobreza! —Gritó Edmundo.

Su mirada asesina, su rostro enrojecido y escupiendo las palabras con disgusto y enojo, siendo observado por su pueblo, al que tan gentilmente había invitado sin importar la clase social. Todos lo miraban, impactados por la fuerza de sus palabras, y la maldad con la que las decía.

—Es justo eso lo que le pasa a tu pueblo, Edmundo. Y lo que nos pasaba a nosotros. ¡Y no fuimos ayudados, porque ahora está más que obvio que nunca a nadie le importamos!

Lo apuntaba con mi espada. Corinne intentaba liberarse. Y entonces ocurre algo fuera de lo planeado. La mujer con vestido de novia, se convierte en sirena. Su hermosa cola rompe el vestido, y deja ver sus hermosos y brillantes escamas aguamarinas reluciendo como algo nunca antes visto. Y así fue para muchas de las personas que estaban en este lugar, mirando con asombro, impactados.

El rey la suelta, haciendo que esta quede en el piso. Y entonces, lo apunta con su mano, haciendo que este tambalee hacia atrás, perdiendo el equilibrio. Luego, el hombre comienza a mirar fijo hacia el costado del barco. Camina sin decir nada, y se sube a la barandilla que lo protegía de caerse a la mar.

Los demás gritaron, sin entender qué había pasado.

Yo sí había entendido. Fue ella.

Algunos de sus hombres intentaron capturarme por detrás, mientras estaba pensando en lo ocurrido, desprevenida. Pero entonces, doy un salto giratorio, y el filo de mi espada se mancha de rojo.

Me alejo un poco, conteniendo la respiración. Realmente, no quería violencia.

Veo a mi alrededor, y veo a mis piratas batallando con los demás escoltas del rey.

Él nombrado parece haberse reincorporado, y se aleja rápidamente de la barandilla.

Me acerco rápidamente a la sirena que se estaba debilitando. No entendía que le ocurría. La tomé en mis brazos, y estaba muy pálida. Aquella me miró con cansancio, y tuve recuerdos de aquel día en que la ví por última vez.

Negué con la cabeza. Yo llegué aquí para rescatarla, y eso es lo que haría. Nunca fallo una misión.

Caminé con ella en mis brazos, dando la señal a mis piratas para marcharnos. Eso fue lo que hicimos. Nos lanzamos con la soga para nadar hacia nuestro barco. Como capitán, fui la última, esperando a que todos estuvieran a salvo.

Siento un cuchillo encrustrarse en mi pierna derecha, y gimo por el dolor que me causó el contacto con el metal adentrándose en mi piel. Caigo al suelo, con Corinne en brazos.

—¡Puedes robarme todo, pero no a mí mujer! ¡Asquerosa pirata!

Desenvaino mi espada nuevamente, y la clavo en su hombro izquierdo, casi cerca de su corazón, si es que poseía uno.

—¡Corinne es lo único que no te puedo robar, porque ella no es de tu pertenencia! Sé que eres un mago. Mataste a Celine porque no podías soportar que ella no era de tu pertenencia, y nunca lo será. La embrujaste para que nunca recibiera amor, pero déjame decirte, que algo falló en tu estúpida magia, porque yo la amo, y ella no te pertenece ni a ti ni a mí. ¡Ella le pertenece a la mar!

En cuánto digo estas palabras, una hermosa ola se cruza en mi campo de visión, cayendo sobre Edmundo, golpeando con fuerza, y arrastrándolo hasta la mar, con sus gritos desesperados.

Tomo a Corinne en mis brazos, y sin más, me lanzo a la mar, sin tenerle miedo ni rencor, solo dejándome fluir y ser parte del agua que transportaba nuestro barco, que nos daba paseos diarios, que nos cuidaba del resto, y que nos propinaba enseñanza en su fluir. Una ola nos ayuda a caer de una forma adecuada, y en el agua, es Corinne quién comienza a transportarme hacia mi barco, que ya se alejaba del Edmundo.

Y entonces, solo era agua. Era parte de la mar. Y me dejé llevar por ella, sintiendo que curaba mis heridas y mis miedos.


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