23
La voz que calmaba a la mar.
Una ola nos sacudió con fuerza en ese momento de súbita revelación, provocando que soltara mi espada por accidente, cerrara los ojos y me cubriera el rostro para protegerme del agua salada. Y entre medio de las olas, la mar me mostró una imagen vívida en mi cabeza. Un hombre. Vestido de traje oscuro y con mirada sombría. Él tenía a Corinne en sus brazos, ella dormida y sin signos de violencia. Pero luego, de sus ojos se desprendieron lágrimas, cada vez más grandes, que impregnaban en sus mejillas, y algunas caían. Luego, en su mirada que ocultaba dolor, se dirigía a mí, y pedía mi ayuda.
Despierto.
Estoy en la orilla de la mar. Coral ya no se encuentra aquí y es de día. Mi ropa está mojada y siento un intenso ardor en mi rostro, cuello y extremidades.
¿Qué mierda acaba de pasar?
Me devolví hacia el hotel con dolor de cabeza y posiblemente fiebre. En cuánto entré a la gran sala, donde servían las comidas, los vi a todos sentados y desayunando.
Aquellos me vieron pasar, y el primero en levantarse fue Baltazar.
—Capitán, ¿se levantó temprano hoy?
—Me quedé dormida en la playa. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
Llevé mi mano hacia mi sien, sintiendo el intenso dolor y malestar general.
Todos me miraron algo sorprendidos, algunos se miraron entre sí, para después, enfocar su vista en mí otra vez.
—¿Está usted bien?
—No...
—¡Traigan a Mar picado, él sabe un poco de medicina!
El dolor físico era intenso, pero más me dolía el psicológico. No saber donde se encontraba Corinne, y si estaba viva, si solo fue todo un sueño, o si realmente la mar se había comunicado conmigo después de Coral, para darme la señal de que ella aún seguía viva, y estaba en peligro.
Mar picado aún dormía, debido a que fue el último en quedar en pie ayer. Algunos de mis hombres optaron por tomar un botiquín y otros llevarme a mi habitación para que pueda dormir un poco.
Pero no quería dormir.
Quería encontrarme bien físicamente para encontrarla.
Necesitaba encontrarla.
Tenía que pensar. Con un paño tibio en la cabeza, provocándome relajación, gracias a uno de mis piratas que tuvo la idea de bajarme la fiebre, me dediqué a pensar en la situación en sí. Corinne, todo este tiempo creí que había dejado de vivir, todo este tiempo sintiéndome como una basura cuando pude ir en su busca.
¿Por qué la mar no me dijo nada?
¿Por qué las sirenas tampoco?
¿Quién era ese mago tan poderoso que la tiene en su poder?
Muchas preguntas escurrían por mi mente, aturdiéndome cada vez más. Y entonces, pensé en la vida anterior de Corinne.
Celine.
Ella había sido hechizada por un mago que era su esposo. Edmundo era su nombre. Él iba a convertirse en rey, según mi visión. Su rostro... Lo volví a ver en la imágen de la revelación de hoy.
El Rey Edmundo. Él es el mago que tiene a Corinne.
Pero, ¿cuánto tiempo ha vivido? ¿Cómo puede ser posible? ¿Su magia es tan poderosa?
Ya cansada de pensar, decidí actuar. Di la orden a mi tripulación de que vayamos a darle una amistosa visita al Rey Edmundo apenas se me fuera este dolor y agotamiento físico que me debilitaba. Y en cuánto dormí un rato, y tomé unas medicinas, decidimos emprender el navío.
Y así, dejándome llevar por el impulso propio y las olas, en un tiempo que me parecieron pocos meses, llegamos al reino de Edmundo, con una noticia que a todos nos dejó boquiabiertos.
Había comprado un barco gigante, un auténtico crucero. Había reunido a su pueblo para la conmemoración. Y en cuánto aquel hombre apareció en la tarima de madera, las personas le aplaudieron. Y yo lo miré directo a los ojos. Era él.
El hombre que tenía a Corinne.
En esta ocasión, solo nos encontrábamos Joseph y yo. Éramos muy vistosos para estar todos juntos, los demás se encontraban en nuestro barco, alejado de este lugar, para no ser vistos. Yo estaba usando ropa masculina y ocultando mi cabello que me caracterizaba tanto, en un sombrero.
Rey Edmundo aún quería capturar a La Sirena. En este lugar, no debía ser reconocida por nadie, o realmente moriría. Estaba en una situación de peligro constante.
Aquel comenzó a dar su discurso sobre la fundación del Edmundo.
—Solo un insípido narcisista le pondría su mismo nombre a su barco. —Le comenté a Joseph.
Aquel rio.
—Y solo una ferviente enamorada le pondría el nombre de su amada al suyo.
La sangre subió aún más a mi cabeza, provocándome ardor en las mejillas. Una reacción que solía odiar.
Mis piratas sabían la historia de Corinne. Lo supieron en cuánto la vieron morir para salvarme. Les conté todo sobre ella, y en un momento, lo consideraron un hechizo, algo maligno que solo las sirenas podían hacer para conseguir algo que las beneficiara, pero luego comprendieron, que así como no todos los piratas eran malos, no todas las sirenas tampoco.
Y ahora, que les conté sobre todo lo que estaba pasando, me apoyaron y decidieron venir hasta acá solo para rescatar a Corinne.
Un hermoso sentimiento me embriagó el corazón. Una calma, un momento en el que rozaba la felicidad y tristeza al mismo tiempo, en el que tenía la esperanza de volver a verla, después de tanto tiempo.
Mientras pensaba en esto, el bastardo terminó su extenuante y aburrido discurso de excelencia con una frase que provocó una risita de Joseph, mi fiel acompañante pirata.
"El Edmundo es tan fuerte y formidable, que ningún pirata ni ninguna tormenta podrá enfrentarse a él".
Gritos y aplausos.
—Suena tentador —dijo Joseph, con su traje elegante que parecía ser uno de los hombres de Edmundo, en vez que de los míos.
—No lo atacaremos. —Lo miré—. Seremos simples pasajeros ricos que disfrutarán de vacaciones. Pero para ello, necesitamos entrar sin ser reconocidos.
—Es peligroso, capitán. Si el Rey se entera que la Sirena está en su barco... Estará muerta. Y yo le prometí a su padre que la cuidaría.
Lo miré.
Parecía tener la razón. Pero la razón la perdí hace mucho tiempo, desde que había perdido a la sirena. No necesitaba razón, solo seguir la locura de mi corazón.
—Estaré bien. Es un barco muy grande, ni siquiera me notará.
—Ni si quiera sabe si ella está...
Se detuvo.
Sus ojos exploraron los míos, intentando disculparse.
—Lo está. —Dije casi de forma automática, pero dubitativa.
No lo sabía con certeza, y Joseph tenía razón, era muy arriesgado. Todos aquí me entregarían al rey con tal de recibir una buena suma de dinero, y no los culpo. Pero quería cerciorarme de que ella estaba aquí, y sé que apenas nos miráramos, huiríamos juntas a través de las olas. Y así, volvería a sentir felicidad.
—A la orden, capitán.
Le sonreí.
Ese sentimiento de que no estaba sola, que tenía a mi familia apoyándome, mi valiente tripulación.
Escuché más aplausos de los habitantes observadores del acto del rey. Volví a ver hacia esa dirección y siento que el corazón se me paraliza por un segundo.
Ella.
Me acerqué sin cautela, para observar mejor y cerciorarme de que realmente era ella y no una alucinación.
A unos pocos metros de mí, estaba Corinne.
Su cabello rubio siendo acariciado por el viento, su hermoso rostro mirando sonriente a su público. Estaba en su forma humana, con un vestido blanco de mangas holgadas y corsét.
Por un momento pensé que no era real, pero Joseph también la miraba.
—Sí, es ella —le dije.
Mi intensidad en la mirada era para que se de cuenta de mi presencia. Quería que ella me mirara, y ver su reacción. Su aspecto era el de un ángel siendo aclamado por sus creyentes, y su voz, esa hermosa voz que calmaba a la mar, comenzó a escucharse como dulce música proprinando un mensaje.
Anunció que había lugar para todos en el Edmundo. Las personas estaban impresionadas y admiradas por la grandiosa invitación.
El rey, de pronto, carraspea la garganta y llama la atención de todos. Corinne queda en silencio, mirándolo.
Ese silencio se hizo muy profundo e incómodamente prolongado. Hasta que el sujeto, comienza a decirle unas palabras de romanticismo hacia ella, siendo glorificado por el pueblo, quiénes hace ya un tiempo habían perdido a su reina.
—Y por estas razones, Celine Reich, ¿aceptaría ser mi esposa?
Todos los presentes exclamaron sorprendidos y alegres, menos yo.
Aquel, esperaba impaciente, incado en el suelo, mostrando un anillo en el que podía distinguir su brillo aún estando a la distancia en la que me encontraba.
Ella no aceptará.
Pensaba erróneamente.
—Acepto.
Aplausos y más aplausos. Todos sentían mucha felicidad y asombro. Ellos seguían hablando, pero yo ya no podía escuchar nada, mi mente se había perdido en los últimos momentos, dejándome abandonada en ese lugar, con el sabor de la derrota. Ella nunca volteó a verme, solo le sonreía a él, parecía muy contenta, feliz y llena de vida.
Esa misma vida que le arrebataste.
Pensé fríamente.
No.
Ella no podía ser Corinne.
Ella...
Se alejó de ti y le dijo a la mar que no te lo dijera. Quiere librarse de ti, ya da la espalda y déjala ser feliz.
Mi mente, traicionándome otra vez, provocándome agonía y desamparo. Había dejado de mirar en esa dirección porque ya dolía demasiado, y entonces, me di la vuelta, resignada.
—¿A dónde va, capitán? ¡Hey!
—Misión fallida, Joseph. Ya vámonos.
Me marchaba lentamente hasta que algo me hizo volver a mirar hacia donde se encontraba Corinne. La observé. Ella me había devuelto la mirada y ahora se encontraba mirándome confundida, como si estuviera perdida. Sus ojos, dos grandes océanos, hicieron que me diera un gran escalofrío.
Comencé a llorar, por instinto, por inercia, o sin sentido alguno. Ya no lo sabía. Solo era mar en mi interior.
Ella dejó de mirarme, y se alejó junto al rey, después de que ambos se despidieran.
Me desbordaba sin hallar consuelo, y luego me marché rápidamente, mientras era seguida por un preocupado Joseph. Esa ardua noche parecía interminable. En la mañana siguiente, nos levantaríamos muy temprano para acercanos al Edmundo, que daría su primer viaje.
Durante la noche soñé con ella, y en la mañana la pensé. Todavía no podía creer que era ella, o solo otra mujer. Pero Joseph era mi acercamiento hacia la realidad. Desayunamos, y nos fuimos, vestidos muy elegantes. Estas ropas obviamente no eran de nosotros, pero la habíamos tomado prestadas.
Entrar al barco fue fácil. Ellos nunca pensarían que la Sirena haría algo tan estúpido como entrar a este crucero.
Pero a veces la Sirena podía ser muy insensata.
Aquí me había convertido en un pueblerino con identificación más, en busca de un viaje, no una pirata en busca de tesoros.
Dentro del Edmundo, comencé a distinguir la verdadera grandeza e infraestructura de este monstruo viajero. El armazón era tan impresionante y detallista que me hacía sentir bastante admiración.
—La era moderna —comentó Joseph, también con la boca abierta, sin poder creer la belleza infinita de este navío.
Nos habíamos instalado en una pieza que nos habían entregado. La generosa invitación del rey propinaba un cuarto con ventana hermética hacia el océano. Estaba realmente maravillada con todo lo que estaba viviendo, esto parecía irreal, un invento de una civilización avanzada.
Le dije a Joseph que daría una vuelta para ver si encontraba a Corinne.
En un lugar tan inmenso era obvio que sería una tarea difícil, pero no sería un problema mayor. Mientras no la encontraba, al menos, como buena capitán, aprendería la infraestructura del barco, su extensión a través de su línea de crujía, y su belleza.
Había pasado un buen tiempo, hasta dirigirme a la popa. La hermosa sensación de navegar siempre se podía apreciar con el rastro de la mar en la popa, siempre lo había pensado así.
Y entonces, mientras me encantaba con la belleza de las olas quedando atrás, decidí darme la vuelta para regresar y buscarla en otro lugar.
Pero justo en cuánto lo hice, la ví, como algo magnético, como si estuviésemos destinadas a encontrarnos.
Se encontraba reposando y observando la mar en la aleta de babor. Ella también parecía fascinada con las aguas, y cómo no, si era su verdadero hogar. El refugio que la había protegido durante tanto tiempo, ese que le había dado otra oportunidad de vida.
Por eso no entendía porqué se había vuelto a casar con él. Aún no comprendía muchas cosas que ocurrían, todo parecía ser parte de un sueño.
Y entonces, ella volteó a verme.
Nuestras miradas se volvieron a reencontrar, y como si de su hechizo de sirena se tratara, moría de ganas por tenerla en mis brazos, y nunca más volver a distanciarnos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro