21
Corazón Pirata.
En cuánto la quilla de mi barco se hizo presente en mi campo de visión, supe que estaba en problemas. Las sirenas nos movilizaron, acercándonos al forro que recubría mi hogar. Nos llevaron a la superficie y fue cuando observé la borda. No encontré a ningún pirata que pudiera estar observando tierra firme con el catalejo como acostumbrábamos hacer.
—Estoy muy agradecida por vuestra ayuda —dije cordialmente, dirigiéndome a las sirenas—. Pero temo que no podré presentarlas a los piratas aún, debido a que no estoy segura si es una buena idea, o si se comenzará una guerra. Es por eso que hablaré primero con ellos.
Di una mirada a cada una de ellas mientras me miraban con suma atención. La mirada más intensa pertenecía a Corinne, quién sus ojos, fueron la última estación de mi mirada.
Quería cerciorarme de que me entienda.
—Pero en este momento no soy una sirena —dijo decidida, como si hubiese encontrado la solución al problema.
—Lo sé, pero lo que también sé, es que tu poder no está controlado aún. Y en cualquier momento podríamos estar comiendo en la mesa, y aparecerá tu cola de sirena, dejándolos a todos atónitos. Eso no lo sabemos, y no me quiero arriesgar.
Sentencié, con seguridad.
—Corinne, obedece una vez en tu vida, por favor. —Agregó Coral, con evidente molestia y burla en su voz, como de costumbre—. Siempre metiéndonos en problemas por culpa de tu curiosidad por los humanos.
La nombrada la miró de mala gana, sin decir nada. Luego posó su mirada a Coralia.
—Ya es hora de irnos —dijo la mayor—. Capitán, nos veremos alguna vez.
Posó su mirada en mí, mientras hacía una reverencia demostrándome su lealtad y respeto. Bajé mi mentón para después elevar mi mandíbula, asintiendo.
—Corinne, puedes venir conmigo pero te mantendré en mi cabina. Hasta que aprendamos a controlar tu condición de humana y sirena. —Dije mirándola.
Ella dejó de posar su mirada a la mar, para dejarla en mí. El brillo de sus ojos me sonreía. Asintió con suma alegría.
—¡Por supuesto, capitán!
—Eso quiere decir que te mantendrá en su cama —agregó Coral con lujuria en su tono de voz—. ¿Si me besas otra vez también tendré piernas, capitán?
Se acercó a mí, posando sus manos frías en mi mejilla, provocándome escalofríos. Rápidamente la aparté de mí, mirándola con desaprobación.
Eso enfureció a la sirena, que no le gustaba la idea de ser rechazada. Tal vez, ningún ser humano hombre lo había hecho nunca.
Su rostro pálido se tornó enrojecido con rapidez.
—Muy bien, capitán, sé que tienes muchos tesoros. Dame algunos y te dejaré en paz.
—Coral —advirtió Coralia.
—¿Qué? Somos sirenas, también coleccionamos tesoros. Ella tiene muchos, ¿por qué no habría de regalarme uno si quiera?
—Está bien —dije, intentanto evitar problemas—. Escóndanse mientras regreso.
La satisfacción en el rostro de Coral fue evidente.
—Eso fue muy fácil. Mejor quiero a uno de tus hombres, lo haré pedazos.
La miré con furia fulminante. Su estúpido tono de voz infantil y burlesco comenzó a exasperarme, pero debía mantener la calma o esta situación podría empeorar.
—¡Basta, Coral! ¡¿Qué te sucede?! —intercedió Corinne, mirándola con desconfianza.
Comenzó a dudar de la actitud de su hermana.
—¡¿Por qué si lo hago yo soy mala y si lo hace ella está bien?! —Espetó molesta la sirena—. ¡Ella es una capitán de piratas! ¡Roba, hace daño y asesina solo por ambición y en beneficio propio! ¡¿Y de repente yo soy la mala?! Solo estoy haciendo lo mismo que ella.
Silencio.
Ella tenía razón.
Coral comenzó a cantar, mirándome. La furia crecía dentro de mí atormentándome. No quería darle la razón, no quería convertirme en esa vil pirata que pintaba la sirena, con bastante desdén.
Eso es, enfurécete para mí.
La voz de Coral solo se hizo presente en mis pensamientos. Ella se había atrevido a entrar en mi mente para controlarme.
Canaliza toda esa ira y fóllame con tal intensidad que sea digna de provocarme un tsunami.
Hazlo, mientras Corinne esté mirando.
Sus ojos con hechizos furtivos nunca dejaban de mirarme de forma directa. Pero entonces, sonreí.
—Tus hechizos baratos no funcionan conmigo, sirena.
Dejó de cantar y comenzó a gritar. Su rostro y cuerpo se había deformado de tal forma que me provocó escalofríos y de repente estar en el mismo sitio de la mar con ese monstruo de escamas verdes rodeándola por completo, sin una pizca de humanidad, me hizo sentir miedo y desesperación. Sus ojos completamente negros, vacíos de amor y brillo, totalmente opacos, parecían absorber mi alma y arrebatar mi vida. Una tela translúcida y viscosa la rodeaba, sus afilados dedos con garras portaban esa asquerosa piel delgada. Su cabeza tenía una forma anómala de pescado y su aspecto se tornó más demacrado y monstruoso.
Nunca había visto algo así de espantoso.
En cuánto intentó atacarme, Corinne se desplazó hasta delante de mí. La separó de un solo golpe que arremetió con fuerza sobre la parte anterior de su tórax, provocando tres cortes en profundidad. Coralia se interpuso entre nosotras. Ambas forcejeaban con una fuerza indescriptible.
Y un cuchillo cayó encrustándose en Coral. Aquella lanzó un rugido estruendoso.
—¡Suba, capitán, rápido! —Exclamó César, el mar picado.
Su inconfundible voz ronca me hizo sentir en casa. Tomé a Corinne con cuidado, escucharla quejarse de dolor me desgarraba el alma. Ella se aferró a mí, y subimos por la maya que habían lanzado mis piratas.
Lanzaron muchos cuchillos a la sirena. Unos cayeron en el hombro de Coralia.
—¡Basta! —Gritó Corinne—. ¡Por favor, haz que se detengan! ¡Haz que paren!
Coralia se sumergió para protegerse. Coral la siguió, y hubo un momento de calma y silencio, mientras subía hasta la cubierta, sujetando a Corinne que quería lanzarse a la mar.
Pero era un silencio engañoso, una trampa. Coral apareció ante nuestros ojos, casi volando, con un tamaño mucho más grande y lanzando un rugido espantoso. Del hocico abierto esparció un líquido verde negruzco hacia mí, logrando impactar en mi brazo derecho, logrando quemar todas las capas de mi piel y músculo, dejando a la vista el húmero, hueso que no se desintegró.
Grité de agonía mientras extendía y flectaba mi cuerpo en el suelo. Algunos piratas me venían a ayudar, totalmente asustados.
Aquella volvió a sumergirse en la mar. Pero comenzó a aparecer una y otra y otra vez, cada vez con más fuerza, buscándome con su malévola mirada asesina.
—¡Asesinen a ese monstruo! —Exclamé sin más.
—¡Fuego! —Gritó David, quién sacó un arma de su casaca marrón, y en cuánto la criatura volvió a aparecer, disparó dos veces, una en la cuál, no le había dado, y la otra, con puntería justa en el costado de su abdomen.
Coral gritó de dolor mientras caía a la mar.
El resplandor cubriendo las piernas de Corinne se hizo presente, haciendo que los piratas cubrieran sus ojos por la intensidad del brillo. Entonces desapareció, reemplazando sus piernas por su cola de escamas aguamarinas que logró impresionar a todos.
—¡Es una criatura maligna del mar! —Dijo David enfurecido, apuntándola con su arma.
—¡No dispares!
Todas las miradas se posaron en mí, sorprendidos, exigiendo una explicación.
Corinne estaba en la cubierta, a un metro de mí, cubriendo su rostro con sus manos, visiblemente asustada e indefensa. Con tres cortes profundos en su tórax desnudo, su sangre escurriéndose y saliendo de su cuerpo, debilitándola.
—¡Capitán, es un montruo, debe morir!
—¡Dije que no dispares, pirata!
Intenté con todo el dolor que sentía, movilizar mi cuerpo, arrastrándolo por la cubierta, para llegar a ella.
Coral siguió apareciendo, esta vez más dañada. Lanzaba ese extraño ácido hacia nosotros, logrando provocar destrozos en el palo de trinquete.
—Zair... déjame... curarte.
Me miró, hablando sin fuerzas.
Su rostro pálido, ojos llorosos y enrojecidos, temblando. Había perdido mucha sangre y yo también. Me arrastré hasta ella, pero entonces, unos piratas me apartaron.
—¡No! —Exclamó ella.
—¡Suéltenme! —Espeté, desesperada—. ¡Déjenme ir con ella!
—¡No la escuche ni la vea, capitán, la está hechizando!
Corinne me miró, mientras me alejaban. Cerró los ojos con fuerza, y de mi brazo comenzaron a formarse mis tejidos vitales lentamente, disminuyendo el dolor. Todos miraban impresionados la escena. Corinne me estaba sanando, apuntando su mano hacia mí, temblando. La miré agradecida, pero entonces, lo único que ví fue que toda su vitalidad me la estaba entregando a mí.
Ella sonreía en mi dirección. Una sonrisa genuina, sincera, de amor.
Su piel se tornó aún más pálida, sus labios amoratados y cianóticos al igual que sus dedos.
—¡No, Corinne! ¡Detente!
Me sentía cada vez más fuerte, llena de vida y energía. Pero ella todo lo opuesto. Aún así, no parecía importarle. Estaba feliz de verme bien, a pesar de que ella estaba muriendo.
Comencé a exasperarme. Las lágrimas caían de mis ojos mientras le imploraba a la mar que no se lo permitiera.
Prefería morir antes que perderla.
Corrí hacia ella, y la tomé entre mis brazos con delicadeza. Pero ya era demasiado tarde. En sus ojos se veía la muerte, haciéndose cargo de su trabajo. Su piel estaba fría, muy fría, y cianótica. Me miraba débilmente, pero sonriendo.
Esa hermosa e inocente sonrisa, el remedio de mi alma.
—¿Por qué lo hiciste? —Hablé con voz entrecortada. Mis lágrimas caían hacia sus mejillas. Nuestros rostros permanecían muy cerca.
Observé sus heridas, cada vez más profundas. Todo su tórax manchado de sangre oscura, sin posibilididad de que viva. Miré sus leves movimientos torácicos, aún respiraba, pero ya perdiendo su fuerza.
—Porque te amo, capitán —sonrió débilmente, y me miró por última vez.
Sus párpados se cerraron, y su corazón dejó de latir.
Grité de dolor, sin poder creer lo que estaba pasando. Su cuerpo inerte, volviéndose más pesado. La vida alejándose de ella. Ella, alejándose de mí para siempre.
Tristeza, odio, ira, frustración, agonía. Se instalaban en mi corazón causándome un dolor indescriptible. Acaricié su rostro mientras miraba sin poder creer que ya no respiraba. Ella se había ido.
En mi mente se arremolinaban mis recuerdos junto a ella. Desde que llegó a mi vida con su toque de dulzura y bondad que había ablandado mi corazón que juré nunca digno de amar. Me había hecho entender que hay oportunidad para personas como yo, dañadas, lastimadas y desesperanzadas. Se había atrevido a amarme, y hacerme conocer su profundidad, demostrándole a mi corazón pirata, que el amor es el tesoro más grande y valioso que existe.
Nada a mi alrededor tenía importancia. Me aferré a su cuerpo y solo esperé hasta que abra los ojos, y todo vuelva a ser como antes.
Pero nada de eso pasó, y en su lugar, la mar azotó el barco con violencia. Se formó una ola gigante que impactó con la cubierta. Tomé a Corinne, con fuerza, pero la perdí en cuánto caí hacia atrás, empujada por las aguas. Y entonces, su cuerpo ya no estaba.
La mar se la había llevado para siempre.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro