2
Las sirenas no existen.
"¡Las estrellas iluminarán,
El camino hacia otro mar!
¡Soy grumete que perdió el timón,
por culpa de un amor!"
Bailamos, cantamos y bebimos mucho ron. Estábamos felices por nuestro triunfo. La luna nos contemplaba desde arriba, y yo miraba como se ocultaba en la mar con fascinación.
Ya muy mareada, me acerqué a la amura de babor, observando la mar en calma, bien de cerca. Era algo que me maravillaba. Me fascinaba.
Vislumbré, entre el oleaje oscuro, a una persona.
Una mujer.
Grité, para ayudarla. Pero entonces, al reconocer que fue vista, se sumergió en el agua, dejándome ver una cola de pescado pegada a sus caderas.
Otro grito. Posicioné mi mano en mi cuchillo, pero con mi movimiento rápido, sentí que perdí el equilibrio y en un tambaleo, caigo hacia atrás, golpeándome en la cabeza con la cubierta.
Gimo, desorientada, llevándome la mano a donde me duele.
—¡Capitán! ¿Está usted bien?
—Levántame, rápido.
Intento reincorporarme y con ayuda de David, el tiburón, logro hacerlo con más rapidez. Me acerco a la borda apresuradamente, tambaleando. Apoyo mis manos en la misma, y vuelvo a ver el oleaje que parecía sereno y en calma.
Esa extraña mujer ya no estaba.
Era obvio que me la había imaginado.
Me empiezo a reír.
—No me hagas caso, es que bebí demasiado ron.
—Nunca es demasiado ron, mi capitán. —Rie, tomándome del brazo—. Si me permite, la guiaré hasta su cabina. Ya comenzará el frío a morder nuestros huesos.
Volví a ver por última vez, solo para cerciorarme y no había nada.
Los cuentos sobre sirenas son falsos. Las sirenas no existen. Son solo para asustarnos a nosotros los piratas e impedir que robemos a sus grandes embarcaciones.
Arribamos en un territorio del norte, en una mañana increíblemente fría. La neblina se esparcía impidiéndonos una adecuada visión. Tomaba el timón con firmeza, sintiendo las quemaduras por fricción en mis gélidos dedos.
De vez en cuando exhalaba mi aliento a mis manos para lograr transmitir un poco de calor y me divertía observando el desplazamiento del vapor de agua que salía de mi boca y se condensaba por el frío.
Nuestra forma más segura de bajar era dejar anclado nuestro barco, a una distancia respetable, y acercarnos a la costa a través de botes.
Nuestros planes en la tierra eran siempre avariciosos. Esta vez, elegimos simplemente disfrutar de una buena comida en un restaurante de lujo con vista a nuestra querida mar.
Casi siempre pedíamos carne. La comida del mar era lo que consumíamos en el día a día con nuestra propia pesca. Aquí, disfrutábamos de un jugoso filete y sabrosas papas. Los habitantes del territorio nos miraban comer, con disgusto en su expresión facial. Éramos algo escandaloso, lo reconozco. Pero si esas personas seguían mirándonos así, mi hermoso y sucio cuchillo se estamparía muy bien con sus limpios cuellos.
Luego, recorrimos el pueblo, en busca de un lugar que venda armas. Existían rumores de que el norte tenía las llamadas "armerías" donde estaban extrayendo armas de fuego, un exquisito comercio nuevo que estaba siendo todo un éxito. Solo los privilegiados eran capaces de portar semejantes aparatos de guerra en sus manos.
Me dirigí al hombre viejo y canoso que parecía ser dueño del lugar. Le consulté sobre las llamadas armas de fuego, recientes creaciones perversas de las civilizaciones. El hombre pareció no entender de lo que estaba hablando, y luego dijo que no tenía algo así, pero mostró su catálogo de sables y espadas.
Di la orden de revisar el lugar, y saquear lo que más podíamos, pero aún así, no encontramos esas malditas armas de fuego.
Ya entrada la tarde, con el sol anunciándonos que debíamos marcharnos, decidimos obedecerle. Caminamos sintiéndonos pintorescos entre el gentío que se situaba en las caletas. Los niños nos observaban, sus madres, aterrorizadas, impedían que se acercaran.
Y entonces, unos gritos interrumpieron nuestra caminata de regreso a nuestros botes.
Se trataba de un hombre pidiendo ayuda sosteniendo a otro que parecía haber perdido la conciencia.
—¡Por favor, que alguien llame a un doctor! ¡Este hombre fue atacado por sirenas!
Me reí.
Con mis piratas nos acercamos con emergente curiosidad y fascinación, a pesar de mi propia incredibilidad y obstinación. El hombre nos comenzó a relatar, con cierto aire de temor, que su amigo es un humilde pescador. Ambos se encontraba realizando su oficio un poco más alejados de las orillas de la mar, cuando sienten una voz femenina entonando una melodía.
Solo escuché hasta ahí.
—Me aburrí. Es la típica historia. Muy bien, vamos a hacer que este hombre reaccione. —A medida que simulaba una inspección física, y sin que nadie lograra verme, hurté los bolsillos del pescador sin encontrar nada más que unos dos centavos que decidí no tomarlos—. El hombre no tiene nada más que delirio por una ardua vida marítima. Será mejor que repose.
Nos alejamos de allí. Qué estupidez creer en las sirenas. Estaba harta de esas historias sin sentido.
Solo existe una sirena, y esa soy yo.
Una vez instalados en nuestro barco con el cielo enrojecido, partimos por la ruta del oeste.
Estaba tan exhausta que decidí dormir por un rato. Al sentirme arropada no demoré en quedarme dormida. Estaba en un estado tan profundo, que tenía una sensación extraña. Solo escuchaba el ruido de las olas un poco apagado porque estaba en mi cabina. La somnolencia me impedía pensar con claridad y comencé a sentirme intensamente excitada.
El ruído de las olas, mezclado con algo más.
Una voz.
Estaba lejos, en el agua, pero podía escucharla. ¿Cómo era eso posible?
Caminé lentamente hacia el costado izquierdo de mi barco. Esa voz me estaba llamando. Literalmente. Decía mi nombre.
Corrí a mi cabina y cerré la puerta con fuerza. No recuerdo nada más hasta la mañana siguiente.
La mañana estuvo tranquila y el frío amistoso con los navegantes. La increíble mar arbolada golpeaba el forro de nuestro barco con efusividad. No mantuve conversación con nadie, me encontraba como una ave solitaria, a pesar de que David se encontraba insistente en que algo me ocurría.
Ni yo lo entendía bien, así que preferí ignorarlo. Pero ese sueño extraño de anoche me hacía sentir vulnerable.
Simplemente, tengo un mal presentimiento.
Y la tarde, me otorgó la razón. Un estruendo, más o menos diez hombres lo provocaron. Comenzaron a atacarnos sin haberme dado cuenta antes. Nos tenían acorralados y se estaban llevando la ventaja. Y en cuánto intenté zafarme de las cuerdas que apretaban mi cuerpo, uno de los hombres me quitó la daga, amarró mis manos de forma que la cuerda lastimara mi piel con el contacto, y entonces, se le ocurrió la idea de enrollar un objeto de metal pesado. Los he visto antes pero no recuerdo con exactitud qué son.
—A nadar, sirenita. —Masculló el sujeto, con ironía.
Vi que dos de sus dientes de abajo, centrales, eran de oro. Tenía un aliento asqueroso, pero pronto lo dejé de sentir. Me había lanzado a la mar, junto con un objeto pesado que nos hundía.
Mi desesperación se incrementó aún más cuando estaba cayendo en las profundidades oscuras y no encontraba mi daga para cortar las cuerdas. Luego recordé que ese hombre me la había arrebatado.
Mierda.
Mi cuerpo caía y caía.
Pero mi instinto de supervivencia era muy fuerte, intentaba con esmero salvarnos de todo. Ya estaba en una zona muy profunda, debido a que la luz del sol alejándose me lo indicaba. Dejé de hacer movimientos bruscos que no servirían de nada, solo harían que mi cuerpo se desesperara más rápido por la pérdida de oxígeno.
Y pronto comencé a sentirme ida. Estaba entrando agua a mi organismo.
Estaba perdiendo la vida.
La luna, el cielo nocturno, mi piel mojada, y una mujer encima de mí.
Mis ojos semi abiertos no dejaban de mirarla. Era increíblemente hermosa, sus rasgos parecían humanos, pero tan atrayentes como una fantasía.
Ella también me miraba. Cantaba.
Miré cómo sus labios brillantes se movían mientras entonaba esa melodía extraña, suave, hipnótica.
Quise que me besaran. Que sus manos me acariciaran la piel mojada, que ella me quitara el frío. Mis pensamientos comenzaron a nublarse en deseo y tentación, pero entonces, recobré el sentido y mi corazón palpitó fuerte. Intenté moverme pero solo logré golpearme con una roca y volví a perder la conciencia.
Me removí otra vez, sin saber cuánto tiempo había pasado.
Seguía siendo de noche. El cielo oscuro casi negro se me hacía una masa infinita y fascinante. Me removí de mi lugar con la exasperante e incómoda sensación de que la arena se apegaba a mí. El viento me había secado el tren superior de mi cuerpo, que es donde se habían formado leves quemaduras en zonas más irritables. Y la parte de abajo, es la que aún permanecía mojada, debido a las olas que me alcanzaban.
Intenté levantarme, pero al hacerlo, caí de rodillas a la arena. Aún me dolía demasiado la cabeza y tenía sangre en la nariz. El mareo comenzó a controlar mis movimientos y me sentía cada vez más débil.
Comencé a recordar lo ocurrido. Había sido lanzada a la mar por un maldito hijo de puta que tomó invadió nuestra tripulación con sus acompañantes. No tenía idea donde me encontraba ahora, parecía ser una isla.
Un momento... me salté una parte. ¡¿Cómo rayos sobreviví?!
Recordé ese extraño sueño. Una mujer encima de mí, provocándome deseo, lujuria y curiosidad. Pero también miedo.
No...
No puede ser una sirena.
Las sirenas no existen.
¿O sí?
Observé la mar. Tan ancha y misteriosa, aproximada a ser infinita. Vasta, y poderosa.
Me acerqué con cuidado, tiritando de frío. Vi con atención el paisaje a mi alrededor, esperando encontrarme con algo extraño, inusual, como una mujer con cola de pescado en vez de piernas, por ejemplo.
Pero no había nada.
Solo habían sido dos sueños parecidos, nada de que preocuparse.
Y cómo si el universo se burlara de mi incredulidad, justo cuando pensaba que las sirenas no existen, un sonido de quejido femenino se escuchó acompañando las olas. Contemplé con ojos temerosos y fascinados el cuerpo de una sirena siendo azotado por la mar, dejándolo a las orillas de esta misma isla, a solo unos diez metros de mí, aproximadamente.
En la oscuridad no pude distinguir sus rasgos faciales con claridad, pero su aspecto físico era algo que podía encantar. Me acerqué con miedo, pero más curiosidad que temor, y la vi. Parecía herida, por la forma en que encogía su cuerpo. Pero no le encontraba heridas visibles.
Estaba boquiabierta. Era una sirena. Una maldita sirena real. Había escuchado relatos sobre aquellas criaturas llenas de odio y maldad, pero nunca me imaginé que algo así pudiera ser real.
—No me lastimes, por favor.
Estaba tan atontada mirando su cola escamosa, que no noté que la sirena me estaba mirando a mí.
Su voz. Su increíble voz melodiosa y exquisita de escuchar, parecía el susurro de las mismas olas.
Su cabello rubio ondulado era largo y brillante como el oro. Pero sus ojos eran en definitiva, lo más vistoso y singular que había tenido la suerte de presenciar. Eran dos hermosas perlas que destellaban, muy celestes como agua pura y cristalina.
Quise acercarme, tenía la necesidad de ayudarla, pero entonces caí en cuenta de que esto podría ser un truco para atraparme.
Retrocedí.
—¡No te atrevas a hacer nada en contra de mí y devuélvete por donde viniste! Te lo ordeno, monstruo.
—Yo te salvé, me debes algo.
Mis pupilas se expandieron ante su respuesta. Quise recordar aquel momento para cerciorarme de que no mentía, que estaba diciendo la verdad. Pero no podía recordar nada.
Aún así, era imposible que haya podido salvarme sola. No tenía cómo cortar la cuerda, y prácticamente, tendría que estar muerta.
La razón por la que no morí en las profundidades de la hermosa e insondable mar, es porque fui rescatada por esa sirena.
—¿Qué quieres, extraño ser de maldad?
Las viejas y casi ocultas leyendas sobre sirenas, dicen que aquellas son muy curiosas y vanidosas. Algo así como nosotros los piratas. Les gusta encontrar tesoros, joyas, y demás, para conservarlos.
Esta cosa podría hacerme rica.
Me miró de forma hipnótica—. Un beso.
No supe cómo reaccionar ante esa petición tan... ¿sencilla? ¿Superficial? No sabía cómo llamarlo.
—¿Qué? —reí secamente.
—Solo te pido que me beses. Lo necesito, por favor.
Mis pómulos enrojecieron y los sentí arder en mi cara. La sirena no solo estaba pidiendo que la besara, si no que también me estaba rogando a que lo haga.
Me concentré en su expresión facial y la manera en que encogía su pecho, ocultando sus senos, encorvando un poco su cuerpo. Parecía desesperada, algo le estaba causando dolor.
—¿Qué tienes? ¿Estás herida?
Ella no respondió, solo respiraba con dificultad y arrugaba su ceño indicándome su malestar. Me acerqué a la sirena, con temor de que esto sea un engaño. Me dejé caer en la arena a su lado. Cuando deposité mi mano en el costado de su rostro, sentí que su piel era muy fría.
Ella tenía misterio en su mirar. Yo tenía miedo, pero también curiosidad. Miré sus labios, y relamí los míos. En un movimiento acelerado, la besé, sintiendo una extraña excitación, una corriente eléctrica acelerando mi frecuencia cardíaca e invadiendo todo mi cuerpo. De pronto dejé de sentir frío, y también el dolor de mis quemaduras dérmicas. Fue magia. El movimiento de sus labios contra los míos me hacía sentir como si fuera irreal.
Creí que en cualquier momento despertaría de este sueño tan extraño, pero al parecer, sí existen las sirenas. Son reales, tan reales, como esta sensación de ser tocada por sus labios.
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