12
El gran espectáculo.
Tristeza y confusión eran una mala combinación. Retrocedí unos pasos dudando en quedarme a convencerla, o simplemente obedecerle e irme. Pero ella no se veía segura, sus palabras parecían forzadas, y ni siquiera era capaz de mirarme.
Me percaté de que había hipnotizado al hombre para que no recuerde nada de lo que estaba pasando. Eso me hizo pensar en que ella era poderosa. Tan poderosa, como la misma mar que protegía, y en la que era protegida. Podría usar todo ese poder para huir de esta situación y ser libre como el viento que azota a su marino hábitat, pero había elegido este camino de exhibición de su inhumana belleza.
—¿Por qué? —Pronuncié, sin saber que decir.
Sin saber que hacer.
Ella mantuvo su silencio un momento, hasta que finalmente posó su mirada en mí. Tan fría y misteriosa como la inclemencia de altamar. Tan volatil como las propias olas, ese lugar en el que se estaba alejando.
—Quiero volver a ser humana. —Una lágrima acarició su mejilla, que cayó hasta mezclarse con el agua de la bañera.
Comprendí que ella no quería nada con la mar.
Solo alejarse.
—Corinne...
—Él me prometió que vendrán personas de todo el mundo solo a verme. Seré una estrella, lo más nombrado. Todos querrán ver mi espectáculo, y cuando lo hagan, se enamorarán de mí. Algunos de ellos lo harán. Y cuando eso pase, esta cola desaparecerá, y en su lugar, saldrán dos hermosas y funcionales piernas. Correré y correré, y danzaré, y viajaré, conoceré el mundo, todas las tierras, y seré feliz. Muy, muy feliz, Zair. Por favor, no me arrebates mi oportunidad de ser feliz.
La escuché en silencio mientras relataba su sueño. Sus ojos brillantes y esperanzados lograron entibiar mi corazón. Y a pesar de que dolía, porque mierda sí que dolía, comprendí que yo no era parte de su felicidad, y que debía dejarla ir.
Asentí lentamente—. Está bien, Corinne. Deseo que seas feliz. Real y genuinamente... lo deseo. Pero debes tener cuidado. El mundo no solo es danzar, gozar y cantar alegremente. El mundo también es hostil, oscuro, un lugar de pobreza, miedo y desolación. Las personas engañan y ocasionan dolor.
—Ahí estás incluída —me interrumpió.
—Sí —dije fríamente—. Las personas malas hemos pasado por cosas malas en lugares malos. Y eso es real, Corinne. Existe. Por eso digo que debes tener cuidado. Este hombre que te tocaba con lujuria fácilmente puede venderte por dinero a personas que pueden hacerte mucho daño.
Ella bajó la mirada, negando con la cabeza. Pero en el fondo, sabía que tengo razón. El peligro está en todas partes en las que se abandonó el amor y el cuidado de un buen hogar. El miedo está en todos los corazones olvidados y abandonados a su suerte. Y el sufrimiento en todos los que buscan felicidad a costas de un mal camino.
—Pero también existe el amor. Ese que culmina las guerras, que zucumbe corazones esperanzados. Que deleita a los abandonados, y que regocija a quién lo necesita. Sé que le temes al amor, Zair. Y por eso te escondes en esa armadura de ambición, pero en realidad, esa no eres tú. Sé que hay bondad en tu corazón, pero temes salir herida.
Y entonces, volví a sentirme desnuda. Ella podía conocer mucho de mí, y sin embargo, para mí ella seguía siendo un misterio.
—No es así...
—Ahora vete, Zair. Haz tu fortuna. Y yo haré mi vida humana.
Mi cuerpo se estaba marchando, pero mi alma se quedó con ella, aún sin querer alejarse. Caminé con dolor en el corazón, y un remolino en mi mente. No miré hacia atrás en ningún momento, porque si lo hacía, era probable que corriera hasta allá nuevamente.
Me dirigí a un lugar en los que suelo encontrar una dosis instantánea y rápida de felicidad: un bar.
Al entrar, el olor a tabaco entró por mis orificios nasales. Las miradas se posaron en mí unos segundos, pero después los caballeros continuaron haciendo cosas de caballeros. Las conversaciones de voces roncas me advertían que eran hombres aburridos con vidas mediocres. Ellos no vivían en la mar ni se enfrentaban a los grandes navíos con espaldas y osadía.
El bar se asemejaba a un crucero. Su temática marina era espléndida, y me hacía sentir como en casa.
Pedí una cerveza con la voz más ronca que pude hacer sin forzar demasiado.
No pensaba pagar. Solo quería emborracharme y salir de aquí. Estaba agotada y había perdido mi barco y a mis hombres, otra vez.
Tal vez... tal vez no merecía ser capitán.
Con esto en mente, devoré la cerveza que me habían servido en un jarrón de gran tamaño. Algunas gotas del líquido ámbar cayeron por mi cuello, provocando una sensación de viscosidad en mi piel que me hizo limpiarme con las mangas de mi camisa.
—¡Otra más! Muero de sed.
—Yo también estoy sedienta —dijo una voz sensualmente femenina a mi lado.
Me volteé.
Pelirroja igual que yo, pero de corta estatura. Sus labios rojos eran seductores, y dejaba a la vista sus enormes senos apretados en un escote negro clásico.
—Lo siento, dama. Soy un hombre casado.
Movió sus rulos rojos al reír.
—Sí, me acuesto con esos.
Ella comenzó a acercarse y verme más de cerca. Permanecí callada, evitando el contacto visual. Justo en ese momento había llegado mi segundo jarrón de cerveza, lo que agradecí para beberla nuevamente y evitar que mire mi rostro muy de cerca.
—Espera un momento... Tú...
Lo sabía.
Ella lo sabía.
Me aparté con brusquedad, sin decir nada más. Ella sabía que era la Sirena, y que me estaban buscando. Mientras caminaba en dirección a la salida, pude robar un mechero y unos cigarrillos sin ser descubierta. Encendí uno de ellos, y me alejé bruscamente del lugar, pero justo cuando pensé que me había salido con la mía, siento que me toman del brazo.
Saco mi arma y apunto a la persona que lo había hecho. El cigarillo se había quedado apretado en mis labios, mientras miraba con sorpresa a la chica pelirroja que se había acercado a mí dentro del bar.
Ella, horrorizada, levantó las manos, en señal de no atacar.
—¿Qué quieres? Habla, o te mataré en este mismo instante.
—¡Lo siento, lo siento! Yo... ¡Lo siento de verdad! No quería asustarte. Es que... me pareciste muy bonita.
—¿Qué?
Mi desconcierto fue demostrado con la mueca en mi rostro.
Dejé de apuntar en su dirección y guardé mi arma, sin descargarla. Tomé el cigarrillo en mis dedos mientras exhalaba el humo.
—Sé que en realidad eres mujer —susurró—, y yo estoy bien con eso. No tuvimos un buen comienzo, déjame presentarme, soy Mary, es un placer.
—Oh...
Ella no sabía que era la Sirena, la pirata que todos estaban buscando. Solo pensaba que era una mujer "disfrazada de hombre". Le di una calada al cigarrillo, relajándome.
—¿Y tú eres?
Ella esperaba pacientemente mi respuesta.
—Una mujer casada.
Sonreí y me alejé de ella. Mientras caminaba ella volvió a jalarme del brazo, pero esta vez para besarme. Me aparté un poco confundida. A pesar de su corta estatura, si pudo alcanzar mis labios debido a sus tacones rojos.
—Tienes los ojos hinchados y bebías cerveza sola en un bar. Es obvio que están mal. Y yo puedo hacerte sentir bien. Tan bien...
Me apegó a ella y comenzó a besarme nuevamente. Sus seductores labios pintados de un rojo carmesí jugaron con los míos, mientras comenzó a desabotonar mi camisa en la parte superior.
Me separé de ella y sin decirle nada, me alejé de allí.
En mi mente solo estaba Corinne besándome apasionadamente. Su cuerpo mojado encima del mío, en esa arena tibia siendo acariciadas por las olas de la mar. Comencé a sentirme excitada como si estuviera siendo presa de un hechizo de sirena. Y entonces, volví a ese circo una vez más, comprendiendo que no quería dejarla.
Y si esa era su decisión, a menos la vería una vez más.
Solo una vez más.
Ya era muy de noche. Las estrellas bailaban en el cielo, y mis nervios se incrementaban al estar rodeada de muchas personas. Pero esta vez, estaba oscuro, mis facciones y el cabello lucían más opacos y menos vistos.
Prendí otro cigarrillo, mientras esperaba en la fila.
Luego recordé que no tengo un puto boleto. Nunca compro nada. Con esto en mente, rodeé el circo, e intenté adentrarme por la parte de atrás. Solo me habían visto un hombre, pero bastó con mostrarle mi arma para que me dejara pasar.
—Y sin hacer fila —murmuré con ironía.
El lugar estaba más oscuro adentro, pero con luces llamativas que apuntaban al centro. Este consistía en un piso redondo con pasarelas a sus costados, todo alfombrado donde se recalcaba el color rojo con bastante intensidad. Habían filas y filas de asientos que rodeaban el foco del espectáculo. Cuando todos habían pasado, comenzaron el show. Eran humanos tratados de forma deplorable, solo para recibir la atención de la gente rica.
Los niños ricos, bien vestidos y mal portados, lanzaban tomates podridos y otras pestes a los humanos con deformidades y características inusuales. Era algo grotesco de ver, pero risorio para los demás.
Comencé a sentirme muy bien por robarle a los grandes navíos de los ricos.
Y luego comencé a pensar en la idea de que toda esa riqueza robada, podría dársela a los necesitados también.
Tenía esto en mente, con la rabia y odio que me daba tener que soportar tanta injusticia, que el tiempo se me había pasado volando. Y ahora habían anunciado el espectáculo final.
Era el gran espectáculo. La dama del mar.
Para llevarlo a cabo, habían dado una pequeña pausa, que no duró más de quince minutos, en los cuales, comencé a sentirme observada.
Algunas miradas de soslayo, otras vacías, y unas muy directas. Encendí otro cigarrillo, el último que me quedaba. Toqué mi arma reiteradas veces ya que me había acostumbrado a su peso y necesitaba saber constantemente que estaba ahí para protegerme. Me sudaban las manos y la frente, justo en donde me apretaba el sombrero. Luego, volvieron a abrir el telón dorado, permitiéndonos ver un escenario distinto, en el que la luz reflejaba a un hombre vestido de pirata. Era el mismo hombre que estaba con ella cuando la encontré.
Comenzó a simular una pelea de cuchillos con otro hombre, hasta que finalmente lo derribó.
—Mm... Normalmente es más difícil que eso. —Le dije al caballero que se encontraba a mí lado.
Él me miró extrañado sin decir nada.
—Además, el disfraz fue algo excesivo. —Continué.
El hombre se acercó a un cofre del tesoro y riéndose escandalosamente, sacó un collar, mostrándonos su gran hazaña.
Las personas aplaudían, impresionadas.
—¿Es... Es en serio? Yo puedo robar un barco de comercio completo...
—Cállese.
El viejo se había cansado de mí. Le obedecí, porque me dio mucha gracia.
Luego, el hombre actúa como loco. Como si hubiese perdido la razón, y finalmente queda inmóvil ante la imágen que aparece frente a nuestros ojos.
Tan increíblemente hermosa como siempre. Corinne, con su belleza inefable, sentada en una gran roca simulada. Su gran cola cayendo con gracia sobre esta, su color aguamarino los había hecho a todos suspirar. Y cuando comenzó a entonar un cántico, no hubo ruido que la interrumpiera. Estaban absortos, en silencio, saboreando su belleza, su talento, su increíble cuerpo y forma de moverse tan sutil y delicadamente, como si fuera algo irreal.
La miré con detenimiento. Contuve la respiración cuando sus ojos se enfocaron en mí, su canto afloró en un tono más alto, para después perderse en una suavidad absoluta.
Acto final: El hombre se acerca, toma su mano, y la sirena le arrebata su vida.
Típico.
Muchos aplausos, gritos, y más ruido comenzaron a hacer doler mis oídos.
—Mh... No lo sé, la cola me parece falsa. —Le susurro al hombre a mi lado.
—No te muevas y no intentes nada estúpido—dijo una voz a mis espaldas.
Me tenían apuntada con un arma parecida a la que había robado. Pero esta era de un color oscuro y más grande. Las personas al lado gritaron espantadas provocando todas las vistas hacia mí. Se alejaron y algunos se caían al suelo, siento pisados por otros. Divisé a más o menos siete hombres robustos acorralándome.
Las personas huían. Yo estaba ida. Me quitaron el sombrero y mi cabello largo y rojo descendió hasta llegar a mi espalda baja. Él mismo que me quitó el sombrero, posicionó un papel a mi lado, que pronto entendí que era mi retrato.
Miró a los otros y estos asintieron rápidamente.
—Es ella.
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