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11









Coral, la Dama del Mar.

El sol, un buen amigo del alma, nos saludaba en aquella mañana de primavera. Los rayos acariciaban nuestras pieles y la mar estaba increíblemente relajada, dándonos ánimos de seguir navegando en su regazo. Entonábamos una canción alegre y divertida, de esas que endulzan nuestros corazones, y alivian nuestros males. De repente, diviso a una silueta en el agua, que brincó mostrando su cola de pescado, de un hermoso aguamarina.

La hermosa sirena, nadando genuinamente y sin peligro, dentro de mi sendero marítimo.

Dirijo mi barco hacia ella. La saludo tiernamente con la mano mientras ella me devuelve la sonrisa.

Le doy la orden a mis hombres de capturarla en una red de pesca. El cielo oscurece, al igual que su mirada. Sus ojos de un celeste apagado exclaman miedo y terror.

Pánico.

La red comienza a ascender, hasta llegar a mi vista. Mis hombres chillan eufóricos. La mar comienza a tener olas inmensas amenazándonos con destruir las cuadernas y trancanil de mi barco. Ruge con fuerza, golpeándonos con odio y rencor, poderosos y siniestros.

Mi cuerpo se tambalea, y tengo deseos de vomitar.

—Dijiste que ibas a ayudarme. —Dijo la sirena—. Yo creí en ti.

Me acerco a ella con dificultad. Verla amarrada en la red de pesca, con una posición incómoda y con respiración forzosa era algo extraño. Le estaba provocando daño. De sus ojos se escapaban lágrimas tan saladas como la mar intentando protegerla.

Protegerla de mí.

Saco mi daga situada en el fajín de mi pierna, y escuchando las súplicas de la sirena, de que no hiciera lo que iba a hacer, lo hago. Entierro mi filosa daga en su corazón.








Despierto de un brinco, asustada.

Mi corazón a mil.

—Corinne... —murmuro, con pesadez.

Me llevo una mano al corazón, aquel que cabalgaba en mi pecho, amenazando con salirse del miocardio. El pecho me dolía fuertemente y comencé a llorar por la pesadilla que había tenido recién. Imaginarme a mí, quitándole la vida a Corinne, me dolía indescriptiblemente. Pensar en lo que estaba dispuesta a hacer con ella cuando la conocí me destrozaba. Venderla como exhibición, entre otras cosas, era horrible. Digno de un pirata asqueroso que solo piensa en el dinero. Me odié por ser así.

Lloré amargamente sin poder contenerme, al pensar en que la realidad no era mucho mejor.

Ella estaba en peligro.

Me levanté de la arena, orientándome. Aún me encontraba en la misma orilla de la mar, donde me habían golpeado esos hombres malditos que se llevaron a la sirena.

Corrí de allí. Mi camisón blanco aún estaba mojado, y el dolor del pecho no cesaba. La amarga sensación de que le podían hacer mucho daño a Corinne me revolvía el estómago.

Lo siento. Pensé, mirando a la mar.

Ayúdame.

Por favor, protégela. No permitas que le pase nada malo.

Pero lo malo ya le había pasado. El hecho de haberme conocido.

No supe por cuánto tiempo caminé. El dolor en mis pies descalzos era insoportable. Recorrí sin parar el lugar, hasta que llegué a la zona habitada. Había un restaurante de mala muerte ubicado en la parte central de mi campo de visión. Unos dos hombres a las afueras se encontraban fumando cigarrillos. A medida que caminaba, acercándome, no dejaron de posar su mirada en mí.

Pasé alrededor. Y en las paredes de piedra del local pude distinguir un letrero de mi cara dibujada. Lo miré de soslayo, junto con el slogan situado en la parte superior central: SE BUSCA.

Abajo del empobrecido retrato hecho a lápiz de carbón, y solo el cabello anaranjado pintado con el respectivo color, continuaba el mensaje con: Viva o muerta. Lo primordial es la segunda opción.

En las ventanas, a medida que me desplazaba rápidamente, pude notar muchas miradas hacia mí. Estaba en peligro. Tenía que cambiar mi apariencia nuevamente.

Seguí caminando con piedras que había recogido, en mis manos. Hasta el momento era lo único que tenía para defenderme, y mis puños. Me acerqué a un lugar donde yacían varias casas y entré a una de ellas. Le indiqué a una señora de baja estatura y cuerpo robusto que me llevara al armario de su marido.

La mujer, con los ojos desorbitados, evitando gritar, por mi amenaza, así lo hizo. La seguí en silencio, sin intenciones de hacerle daño. Mi altura era algo que normalmente intimidaba a las personas, aún más lo era mi mirada.

Me puse unos pantalones holgados marrones con tirantes, muy usados en la época. Parecería un pueblerino promedio. Una camisa blanca. Amarré mi largo cabello rojo y lo oculté en un sombrero café elegante. Unos zapatos y abrigo del mismo color.

Busqué entre otros cajones de madera y encontré una pistola pequeña.

Mis ojos brillaron.

Un arma de fuego.

Inhalé y exhalé profundamente, con la mirada atónita de la mujer que se encontraba sin moverse ni hacer ruido en un rincón, pálida y horrorizada. La tomé en mis manos. Su peso fue marcado, y fue algo que me maravilló. El color metálico, la textura, todo era algo fascinante y completamente nuevo para mí. Las llamadas armas de fuego eran nuevas para todos, apenas los tenían personas con un cargo importante, o simplemente, los que tenían mucho dinero.

Ni siquiera sabía cómo usarla. Solo habíamos oído junto con mi tripulación que se debía cargan con balas.

Así como las que usaron para matar a tu padre.

Dijo la voz de mi conciencia, perturbándome.

Seguí buscando, revolviendo ropa y pañuelos.

—Es-s-tán en su otro cajón. É-l d-e abajo.

La mujer, como si me leyera la mente, me dijo donde se encontraba el motor que impulsaba el poder de esa arma desconocida y brillante.

—¿Sabes cómo se carga esto?

Ella me miró incrédula, pero sin dejar de sentir miedo.

Luego, me indicó cómo hacerlo, a lo cual, yo seguí sus pasos. Y justo cuando estaba cargada y lista para disparar, ella se puso de rodillas implorándome que no le haga nada.

Me alejé de ella, y fui a la cocina para robar tres cuchillos de distinto tamaño, los que dejé en distintas partes de mi cuerpo. Saqué un trozo de pan fresco y le agregué jamón, lo primero que había encontrado. Me lo comí muy rápido con un vaso de agua, y luego me acerqué a la puerta para irme.

Tocaron a la puerta.

La mujer, con los ojos llorosos, me miró, negando lentamente.

—¡Mami, ya llegué! —Dijo una voz de un niño.

—Por favor, no le hagas nada, por favor, te lo suplico —murmuró la mujer, mirándome con miedo y angustia.

Como si fuera un... Monstruo.

Abrí la puerta, y frente a mí se encontraba un niño pequeño de cabello rubio, y pómulos rojos. La piel sudorosa y de contextura gruesa igual que su madre. Me miró con extrañeza y se quedó quieto un momento.

—Hola, amigo —saludé—. Soy socio de tu padre. Como puedes ver, no se encuentra en casa, así que me iré. Qué tengan un buen día.

Se corrió del lugar para dejarme pasar.

Apenas caminé unos pasos, sentí que su madre se acercó a él para abrazarlo.

—Parece mujer —musitó el niño, confundido.

Continué caminando con el arma cargada escondida en el pantalón que robé. Ahora podía sentirme más segura debido a que había cambiado mi apariencia a la de un hombre que parece mujer.

Recorrí desesperada toda la costa del lugar. Estaba perdiendo las esperanzas de encontrar a Corinne, pero sabía que jamás me rendiría. Todo esto era mi culpa. Mi maldita culpa.

Cansada y con el corazón acelerado, me tiré a la arena, sin importar que se ensucie mi vestimenta de hombre de clase. Me llevé las manos a la cara e intenté liberar todo el estrés acumulado, en un suspiro cansado.

Sentí las aguas remojando mi calzado y miré a la mar. Las olas pequeñas ya se alejaban de mí, y otras venían.

Dime donde está. Ayúdame a encontrarla.

Mis manos temblaban. Me sentía extraña al tener esta vulnerabilidad en mí. Débil, agotada, triste y enojada. Muchas emociones diversas golpeando mi estado de ánimo, peleando por cuál tendrá el mando. Masajé mi sien, intentando pensar con claridad.

Necesitaba hallar a Corinne lo antes posible.

Un sonido fuerte que se acercaba hizo que mi cabeza doliera aún más.

—DAMAS Y CABALLEROS, NIÑOS Y NIÑAS, SIÉNTANSE CORDIALMENTE INVITADOS AL GRAN CIRCO MAR CRUEL. VERÁN COSAS ABOMINABLES, DESDE PERSONAS QUE VIVEN SIN SUS PIERNAS, HASTA ANIMALES JUGANDO CON FUEGO. IMPERDIBLE, IMPERDIBLE, TENEMOS CON USTEDES EL SHOW MÁS NUEVO Y ENIGMÁTICO DEL SIGLO, UNA SIRENA REAL. VENGA A NUESTRO CIRCO MAR CRUEL, DONDE HAY QUE VER PARA CREER.

Miré a aquel hombre gritando el mensaje repetitivo y lo seguí.

—¿Sirena real? ¿A qué se refiere? —Intenté hacer sonar una voz varonil.

El hombre con bigote me miró desconfiado, y rodando los ojos, aburrido.

—¿Quiere comprar un boleto, señor?

—Dígame donde queda ese circo, y allá lo compraré.

Él hombre miró con aburrimiento nuevamente, y luego me indicó una dirección que agradecí. Me iba alejando rápidamente cuando me grita que la función estelar de la sirena real era al último, que no me apresurara. Le volví a agradecer. Él no sabía que me importaba una mierda. Iba a rescatar a mi sirena, y nadie tendría su maldita función.

El circo no me acuerdo el nombre, se situaba en una zona despoblada, alejada de los demás y de la mar. Era un campo extenso con vegetación casi muerta. Como era temprano para las funciones, no habían muchas personas. El circo era grande. Ya conocía lo que era un circo, nuevas atracciones de la época, en los cuales, se le pagaba a personas con aspecto físico extraño y abominable para que se exhiban. También se hacían funciones con animales.

A las personas de clase alta le resultaba muy divertido.

Realmente no tenía cómo entrar. Habían muchos hombres merodeando por el lugar alfombrado y decorado. Uno de ellos me había mirado de mala forma, advirtiéndome que viniera en horario de función solamente. Asentí. Di la vuelta al lugar, para intentar ver donde tenían a Corinne.

Y si era Corinne.

Si no fuera ella, y fuera otra sirena, o una mujer normal con una cola de pescado inventada para estafar a las personas, estaría perdiendo el tiempo.

Muchas dudas en mi mente me impedían pensar con claridad. Me acerqué por la parte de atrás del circo, donde habían muchas mini tiendas rodeando a la mayor de ellas.

En una de ellas, escuché una voz. No una voz cualquiera, si no, de ella.

Me acerqué rápidamente. La gruesa tela hacía ver todo oscuro. Me escondí entre algunas ropas y más objetos que no logré identificar por la poca luz. Y entonces, la ví. Corinne se encontraba dentro de una tina, en el medio de la simulada habitación, desnuda y con joyas de perlas rodeando su cuello. Su cabello rubio aún más ondulado al estar completamente seco fuera de la tina, y con un diseño de estrella sujetando un mechón para dejar todo su hermoso rostro a la vista. Llevaba sombra celeste brillante maquillando sus párpados. Sus ojos del mismo color, mirando a un hombre en la sala.

Me escondí aún más, sin hacer ningún ruido.

¿Por qué no lo hipnotizaba? ¿Por qué no se defendía?

—Tengo frío y busco tu calor, y mi llanto es desolación... Soy el fruto de una maldición, mi castigo es no poder andar...

Comenzó a cantar. Su voz, tan hermosa y fuera de este mundo, hizo que me erizara por completo. Oir su dulce timbre de voz, era mágico, especial, auténtico, inhumano.

Ella me miró por unos segundos, y no supe descifrar su mirada.

Continuó cantando: "Las sirenas mueren en la mar, si me abrazas yo te daré mil y una noches enteras de amor... Si me salvas, caminaré junto a ti, y veré en tierra, amanecer...".

Se escucharon aplausos de ese hombre vestido de un traje rojo oscuro.

—¡Espléndido, Coral! —Se levantó de su asiento, y se acercó a ella—. Eres lo más hermoso que he visto y escuchado en este mundo.

Ella lo miró.

Me costaba descifrar sus miradas. Sé que me había visto, y permanecía callada. No tenía signos de ser lastimada, a pesar de que hace pocas horas vi con mis propios ojos como esos hombres en la costa le habían hecho daño con un cuchillo. Tal vez ella besó a alguien para curarse, y para enamorarse, siguiendo su alocada idea de encontrar el amor verdadero.

—¿Está seguro que vendrán muchos hombres a verme? —Dijo ella.

—Si no es que todos, mi querida Coral. Deseosos de verte, deseosos de poseerte, mi Coral, la dama del mar.

Ella tuvo una sonrisa en su rostro, que también resultó extraña para mí. No lo podía explicar, solo no me parecía real, sincera.

El hombre comenzó a mirar sus senos desnudos y mojados, y los comenzó a acariciar con su mano.

—Pero debes recordar que eres solo mía, ¿está bien?

Me levanté de mi lugar, apuntando con el arma a ese hombre, que se apartó rápidamente, viéndome en penumbras, totalmente asustado y descolocado.

Corinne también se había sobresaltado por mi brusco movimiento. Removió su inmensa cola que no cabía en la tina y permanecía por encima, con las dos puntas tocando el suelo.

—No la toques.

—¿Q-quién es usted? ¡Ayud...

—¡Cállate, imbécil, o te dispararé! —La furia me hervía la sangre.

—Vete, capitán.

La voz sutil y casi susurrada de Corinne me hizo mirarla de inmediato, confundida. Ella no era capaz de mirarme. Se abrazaba a sí misma, escondiendo sus senos, y con la mirada perdida en su cola aguamarina.

—¿Qué? —Murmuré en su dirección.

Me sentía fatal. Tenía un dolor profundo en mi corazón, como si yo hubiese sido la que recibió ese cuchillo en mi pesadilla. Mis manos temblaban y el sudor era tanto que sentía que en cualquier momento, el arma se deslizaría hasta caer al suelo.

—¡Qué te vayas! ¡Ahora! O llamaremos a los guardias. La función aún no comienza.

Una lágrima cayó por su mejilla. Luego otra, juntándose y haciéndose una.

Intenté con la intensidad de mi mirada, recibir la suya devuelta. Pero ella no quería mirarme. No quería hablarme. No quería tenerme cerca.

No quería ser rescatada.








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