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29 El santuario secreto

Álvaro se había vuelto a sentar junto a nosotros en el tangai que teníamos montado.

  — ¿Y porqué dices que no puedo ser modelo? Sabes que esta belleza triunfaría en la industria de la moda  — Dijo poniendo cara coqueta para mostrar su belleza.

  — Simplemente no servirías.

 — ¿Porqué no?

  — No eres lo suficientemente bello.

Una carcajada salió del fondo de su garganta.

  — ¿Que no soy lo suficientemente guapo? Puff ¿Tú flipas? No mientas, sabes que esta carita tierna te atrae — Comenzó a subir y a bajar las cejas rápidamente, provocando que Andrea tuviera que hinchar sus cachetes para aguantarse la risa.

Le puse la mano en la cara a Álvaro y la aparte de mi rostro — No miento, solo digo evidencias. Y no, gracias.

Andrea no pudo aguantar más y explotó en una carcajada sonora. Los dos nos unimos a ella al darnos cuenta de lo estúpida que había llegado a ser la conversación.

— ¡Bueno! — Álvaro se levantó — ¡Como no sabéis apreciar mi talento, me voy a por una Cocacola!— Se fue mientras gritaba lo último, meneando las manos arriba y abajo.

Cuando desapareció por la puerta Andrea se acercó confidencial — Tú nunca has estado en mi balcón, ¿verdad? — Negué con la cabeza y ella sonrió — Ven, vamos.

Me cogió de la mano y me guió por los pasillos en busca de la gran puerta de madera. Pasamos por delante de la puerta de la cocina, donde Álvaro había cambiado de idea y se estaba preparando un café. Lo pillamos echando la leche en una taza mientras que tarareaba una canción y movía un pie al son de la música.

Andrea me llevó por el pasadizo que había recorrido aquel día con las piernas temblando. Aunque en aquel entonces estaba neguitoso y algo asustado, y en ese momento estaba divertido e irremediablemente curioso.

Llegamos a el portón de madera y Andrea sacó la llave del bolsillo. La metió en la cerradura y giró con cuidado. Se escuchó el crugir de la madera cuando la puerta cedió y nos abrió paso a las destartaladas escaleras de caracol que subían hasta el torreón.

— Esta casa debe de tener cien años, ¿No? Lo digo por las antorchas de las paredes.

— No, tonto. ¡Tiene más que eso! Esta casa tiene trescientos años de antigüedad. Fue pasando de generación en generación hasta que hace cincuenta años quedó deshabitada. La pusieron en venta durante treinta años y entonces la compraron mis padres. Se suponía que estaba reformada, pero esta parte está igual que cuando la construyeron, solo que más vieja.

Seguimos subiendo las escaleras. Cuando llegamos a arriba Andrea abrió la puerta y entramos a su habitación. El ventanal estaba abierto de par en par y las cortinas se movían descontroladas a cada lado a causa del viento helado que entraba por este.

— ¿Como puedes tener el balcón abierto? ¿Es que no tienes frío? ¡Estamos en diciembre!

Ella hizo caso omiso de mi comentario y salió al balcón.

Yo deslicé mis dedos por la pared, por la suave textura de los pósters y los lomos de los libros. Me paré en un póster de una de las mejores bandas de rock de toda la historia , Queen. Esta chica tenía buen gusto.

Sobre la mesita se encontraba La sombra del viento, tal y como me había dicho que tenía, que estaba siendo releída por sus hambrientos ojos de lectora.

Tras pasar por delante del póster de la película de Drácula me dirigí hacia el balcón, donde ella me esperaba apoyada sobre la barandilla.

— Este es mi lugar de meditación — decía — de desintoxicación del mundo y el lugar donde tan solo me dedico a pensar o a desconectar de todo. Con el viento azotándome en la cara, con los pelos moviéndose a su gusto. Me siento libre aquí arriba. ¿No te ha pasado nunca, que tienes un sitio especial y no quieres que lo profanen?

Pensé en mi roca, en el río y en el aire fresco de esas madrugadas en vela.

— Sí.

— Pues éste es mi lugar secreto, mi cofre del tesoro. Y te estoy dejando entrar. Solo a ti, a nadie más.

Me quedé desconcertado, no sabía a que punto quería llegar.

— Ven aquí. Acércate. Observa las vistas.

Me puso una mano en el hombro y me atrajo hacia ella. Pude notar su aliento calentado el lado izquierdo de mi cara. Miré lo que tenía enfrente. Toda Barcelona se visualizaba desde allí arriba. Incluso podía divisar el centro de las ramblas. Había comenzado a oscurecer y todo estaba lleno de luces, puntos luminosos por doquier.

— ¿A qué quieres llegar con todo esto, Andrea?

Se acercó aún más a mi, a centímetros de distancia de mi rostro.

— Lo que quiero decir, es que eres importante para mi, Hugo — mi corazón había comenzado a palpitar, cada vez más rápido, a tal velocidad que amenazava con salirseme del pecho — Y que no necesito que entre nadie más a mi santuario, contigo me basta. No necesito a nadie más. Nadie me puede comprender mejor que tu, y espero que lo entiendas. Hugo, quiero que seas mi santuario sagrado.

Sus labios rozaban los mios.

— Lo soy, siempre lo seré.

Y me besó. Me besó tiernamente.
Fue un beso dulce, lleno de amor, de cariño. Le acaricié las mejillas con los pulgares y ella enredo sus brazos en mi cuello, hundiendo sus dedos en mi pelo. Luego el beso se volvió algo más apasionado, más fogoso, más fugaz. Hasta que nos separamos, y aún abrazados nos miramos a los ojos y apoyamos la frente en la del otro.

Finalmente nos separamos. La cogí delicadamente de la mano y la conduje hasta la puerta. Pero cuando fuimos a abrir Álvaro apareció con medio vaso de café bebido y la frente sudada por la caminata.

— ¡Os he estado buscando! ¿Que hacíais ahí dentro?

Andrea y yo nos miramos y sonreimos.

— Solo tomábamos aire fresco — Contesté.

Con una mirada cómplice Andrea y yo nos dirigimos hacia abajo, y disimuladamente rozamos nuestras manos.

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