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27 Entre copas de vino y churros con chocolate

Por la mañana volví a casa junto con Agustín. Había pasado una noche muy divertida junto a él y la Merceditas.

-Mercedes, corazón mío, ¿Me traes un vinito para alegrar al muchacho? - Había dicho. Ella, rápidamente se había marchado en busca de una botella.

-¿Qué? No creo que sea un buen momento para vino, Agustín. La confianza entre mi madre y tú está colgando de un hilo, porque a penas te conoce. ¿Y ahora pretendes que vuelva a casa borracho y con peste a alcohol? No, no y no. Me niego.

La Merceditas apareció con un Sauvignon Blanc en las manos. A Agustín se le iluminaron los ojos y yo presentí que esta sería la segunda vez en mi vida que probaría el vino.

Mi amigo cogió la botella y la olió con la excitación notoria en sus ojos.

-¡Un Gran reserva! No sabes lo que tenemos que ahorrar para conseguir uno de estos - Rió de mala gana.

-Este hombre es un tiquismiquis y un pico fino con el vino ¡No hay quién lo aguante! - Exclamó Mercedes a su lado.

Él se encogió de hombros sin avergonzarse - Es lo que hay, uno se acostumbra a la buena vida con Julián.

-Agustín, no debería tomar nada...

-¡Tonterías! Vamos, sólo un sorbito, y me dices que te parece.

En un vaso de cristal dejó caer en cascada el líquido casi transparente y me lo tendió.

No muy convencido, sucumbí a la suplicas de mi compañero y pegué un sorbito al vino blanco. Noté su textura suave y gustosa, de un tono dulzón, bajarme por la garganta y no pude evitar beberme el vaso entero del tirón.

-Uo uo uo, ¡Tranquilo chaval!

-Ahora entiendo porqué te gusta tanto el vino, aunque sigo sin entender tu adicción a beberlo en el desayuno. Ponme otro vaso.

Y así fue como pasé una de las mejores noches de mi vida y cómo Agustín me llevó a casa, tambaleante.

Cuando tocó a la puerta intenté disimular mi notoria borrachera y me escondí tras de mi estimado compañero. Al abrirse la puerta y ver el rostro de mi madre opté por la vía rápida.

-Hola mamá.

-Hola vida. ¿Ha ido bien?

- Ha estado genial. Este es Agustín, por cierto. Yo me voy a acostar un rato.

-Claro cariño.

Evité darle un beso en la mejilla para que no oliera mi aliento y opté por subir rápidamente las escaleras y encerrarme en mi habitación.

Me metí en la cama y me arropé hasta las orejas. Por el rabillo del ojo pude ver a Agustín y a mi madre dialogar amistosamente a través de mi ventana. Antes de cerrar los ojos llegué a oír un poco de su conversación.

- ¿Y qué habéis estado haciendo para que esté tan cansado?

-Nada malo, tan solo hemos estado jugando al dominó hasta las tantas de la madrugada y montando un castillo con piezas de Lego -Exclamó sarcástico. Mi madre rió -Ya sabe que los jóvenes nunca tienen sueño. No hay quien los dome.

*****

Había pasado ya un mes y medio desde ese puente de noviembre en el que vi por última vez a Andrea. Y como si se repitiera el día, volvía de otra noche de borrachera junto con Agustín.

Esta vez había vuelto yo sólo por mi propio pie a casa a las cinco de la mañana.

Cuando me desperté eran ya las tres de la tarde. Me había perdido la comida.

Me incorporé y un intenso dolor de cabeza hizo que sintiera que me explotarían los sesos en cualquier instante. Cogí una aspirina de la mesita de noche y me la tragué sin rechistar.

Cuando bajé mi madre ya se había ido a trabajar. La comida estaba en el mármol de la cocina, intacta.

En un post it le dejé una nota diciéndole que estaría toda la tarde fuera y la enganché en la nevera.

Cogí la chaqueta del perchero, me la puse y subí la cremallera. Me enrollé en el cuello la bufanda y salí por la puerta.

En las calles de Barcelona el frío ya era notorio para todos. Los escaparates de las tiendas comenzaban a llenarse de adornos de navidad y la gente iba con gorros y bufandas.

Me dirigí a la cafetería que había estado frecuentando últimamente, el Cafè de l'Òpera, en las ramblas.

Bajo mi campera de cuadros veía pasar a la gente a mi alrededor. Todos estaban felices, con sus amigos y familia, había muchos individuos que iban a trabajar, pero no por eso perdían su alegría.

Y ahí estaba yo, escondiéndome del mundo bajo mi chaqueta de cuadros, frío y sigiloso.

Tras ese puente de noviembre en el que nos habíamos conocido, mi vida había vuelto a ser monótona, normal y aburrida. Había tenido que volver al bachillerato al finalizar el puente y desde esa disputa con Álvaro no había vuelto a verlos a ninguno de los dos.

Notaba que me faltaba algo. Echaba de menos esos días de investigación junto a Andrea, y aunque no lo pareciera, esa tensión constante. Un cachito de mi corazón había quedado bloqueado, aunque no en el olvido. Mi único apoyo era Agustín, que había estado todo ese tiempo a mi lado.

En Bachillerato mis amigos me habían dejado de lado, decían que había cambiado, que ya no era el mismo. Y tenían razón, estaba ausente a todo.

Me encontraba sólo en el mundo, tan solo con Agustín a mi lado, y sin el apoyo de mis padres, que no sabían nada de lo que había ocurrido.

Y ahora ya estabamos en Diciembre, teníamos unas semanas de fiesta porque ya estabamos en navidad.

Seguí mi camino. Ya llegaba al Cafè de l'Òpera cuando el teléfono vibró en mi bolsillo. Lo extraje con cuidado. Tenía un mensaje de texto. De Andrea.

Al ver el nombre me tensé por completo. Desde aquella noche no habíamos vuelto a hablar. ¿Qué querría? No podía negar que me había dado un vuelco el corazón al ver su nombre.

Dudé en abrirlo, pero al final el ansia me pudo y acabé leyendo el mensaje.

"Hola, Hugo.

Hace mucho que no nos vemos, y la verdad no entiendo el porqué de este distanciamiento, pero necesito hablar contigo. Es importante.

Ven ahora mismo a mi casa, antes de que se haga de noche. Por favor.

Nos vemos."

Quería que fuera a su casa. ¿Para qué? Quizá quería disculparse por no hablarme en mes y medio. Quizá tan solo quería volver a verme. O quizá si había ocurrido algo grave.

Dios, no podía negar que pensar en verla de nuevo me emocionaba. Quería tenerla cerca, pasar un rato juntos. Pero mi orgullo me lo impedía.

¿Sabes qué? ¡A la mierda el orgullo! Tenía ganas de verla y así lo iba a hacer.

"Ok, ya voy." Respondí rapidamente.

A paso ligero cambie mi rumbo y cogí la calle para llegar a mi destino.

A los quince minutos llegué a la entrada de la vieja casa. Abrí con cuidado la verja de la puerta y me adentré en el jardín. Pasé por al lado de la fuente sin agua y en una esquina divisé a Iglesia, que se lamía una pierna relajado.

Toqué a la puerta y al minuto me recibió una Andrea sonriente, al verla después de tanto tiempo se me paró el corazón.

- ¡Hugo, que alegría volver a verte! ¡Pasa, pasa!

- ¿Ya ha llegado? Que rápid... - Pero se me calló el alma a los pies al ver quién había con ella- Hola.

Me giré enfadado hacia mi amiga - ¿Qué hace él aquí?

- Solo venía a disculparse, él...

- Si él está aquí yo me voy.

Abrí la puerta de la entrada y cuando fui a pegar un portazo Andrea puso el pie.

- ¡No, espera! - De su espalda sacó una bolsa del manjar más exquisito del mundo- Hemos comprado churros. También hemos hecho chocolate caliente. Quédate, por favor.

Sonrió y luego me miró con ojos de corderito degollado. Suspiré pesadamente. No podía oponerme cuando me ponía esas caras. Me toqué el puente de la nariz derrotado - De acuerdo. Pero no quiero tener a Álvaro cerca.

- ¡Genial!

Ay, lo que uno tiene que hacer por el corazón.

*****

¡Hola mis personitas queridas! ¡No me matéis porfavor!

Siento no haber actualizado, pero he estado trabajando en mis dos nuevos proyectos, mis historias Sobrevivir y Increscendo, que ya constan de 14 y 13 capítulos, pero lo se, no tengo excusa.

\(:v)/

Pero aquí tenéis un capítulo más largo de lo normal para saciar vuestra sed de lectura.

¡Nos vemos!

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