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22 Miradas azucaradas

La verdad es que había sido un gran éxito. Había conocido a la Merceditas y era una mujer tremendamente amable y cariñosa, además de que hacía una paella de muerte. Le había cogido el gusto a tirarme de los mofletes como las abuelas, y como según ella todavía era un niño, me hizo repetir plato varias veces.

-Merceditas, oh, gran diosa griega, ¿Nos prepararía uno de sus postres celestiales?  -dijo Agustín- Créame Hugo, cuando le digo que ella es la mejor pastelera del mundo. Usted prueba uno de sus pasteles de chocolate y se le cae el culo al suelo.

- Ay déjese ya de piropos Agustín, seguro que parezco un tomate por su culpa. -Y en efecto así era.

Y así es como acabé hasta arriba de pastel, con la barriga a punto de explotar, no se podía decir que no me habían alimentado bien.

Me encontraba en mi habitación, Agustín me había traído de vuelta a casa pero no había podido presentarse, la Merceditas lo había llamado y decía que doña Encarna se había caído por las escaleras y que viniera para ayudarla a llevarla al hospital.

Hacía un par de minutos que él se había ido cuando alguien dio un golpe en la ventana.

Di un pequeño bote en el sitio, a continuación cogí un pequeño bate de béisbol que tenía bajo el lecho y me acerqué sigilosamente a la ventana. Cuando iba a abrirla para azotarle al ladrón o quien fuera que fuese, un rostro apareció de golpe sobresaltándome.

-Oh, dios.... Eras tú...

Abrí completamente la ventana y un pequeño cuerpo se coló en el interior de la habitación.

-¿De verdad te has asustado?¡Pero si he hecho mucho ruido!

Le miré con el ceño fruncido. Ella se acercó y me levantó el entrecejo con un dedo.

-Vamos ¡Sonríe, la vida es bella! Aunque en este mismo momento no lo sea...- murmuró lo último en voz baja.- Pero... ¡Sonríe! O sino.... me veré obligada a arrancarte una sonrisa yo misma...- se frotó las manos maliciosamente y me lanzó una sonrisa diabólica.

A continuación comenzó a perseguirme por toda la habitación, intentando que muriera por un ataque de risa, causado por las cosquillas que Andrea me estaba haciendo por todas partes.

-¡Para...por...favor...., necesito...respirar...!- dije entre risas. Chocamos contra la puerta entre abierta y caímos rodando al suelo. Entre carcajadas, lágrimas y más vueltas Andrea acabó encima mio.

-Ups... perdón, yo no...- Dijo incorporandose hasta que nuestras cara quedaron a la misma altura.

Se quedó un rato observándome, sin mediar palabra, yo contemplé sus hermosos ojos. Nuestras narices se rozaban. Cuando fui  a mediar palabra, una voz surgió desde abajo de las escaleras:

-¿Qué se ha caído Hugo?

el ruido de la puerta estampándose contra la pared al caer nosotros rodando había asustado a mi madre.

Andrea y yo nos levantamos y nos separamos rápidamente, sumiendonos en un silencio incómodo.

- Nada, le he dado un golpe a la puerta sin querer.

- Vale cariño, ten cuidado.

Andrea rompió el silencio.

- Bueno, yo... había venido para decirte que... tenemos que encontrar a mi madre— Tenía los cachetes rojos.

Sabía que tarde o temprano acabaría la tranquilidad. En ese momento, comenzó el caos. Como diría Agustín, señoras y señores, a llegado el fin del mundo.

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