Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 7

Campo de concentración de Bergen-Belsen/Celle, 15-26 de abril de 1945

Robert Holt se había quedado corto cuando envió el telegrama a Alfred diciendo que el campo, que correspondía al nombre de Bergen-Belsen era devastador. Si el infierno existía, tenía la forma de aquel horrendo lugar. Había cadáveres por todos lados y los prisioneros que quedaban con vida eran apenas piel y huesos, deambulando como almas errantes. Para colmo, muchos de ellos estaban hacinados en tiendas de campaña que volaban con el viento y terminaban al raso, a merced de las inclemencias climáticas. Las enfermedades y la falta de higiene campaban a sus anchas y, para colmo, no hacía mucho había habido una epidemia de tifus que había mermado la población del campo y cuyas secuelas todavía eran visibles.

Una vez detenidos todos los encargados, fueron obligaros a enterrar a los cadáveres. Estos sentían que el Führer los había abandonado, mientras que otros todavía le mostraban lealtad. Muchos de ellos se mostraban muy delicados y asqueados al tener que encargarse de aquella tarea que consideraban injusta e ingrata. Uno de los británicos arrojó de una patada a la fosa a un nazi hijo de puta, palabras textuales suyas solo por intentar ponerse guantes para coger los cuerpos. El alemán salió de la fosa con la cara roja de rabia y volvió a su tarea maldiciendo y, por supuesto, sin guantes.

Los médicos no daban abasto con la tarea de recuperar la salud de los sobrevivientes. La gran mayoría, debido a la desnutrición, sucumbieron debido al tratamiento. Se los intentó alimentar de diversas formas, con escaso éxito. Cuando recurrieron a la vía intravenosa, tampoco resultó buena idea porque muchos se asustaban al ver la aguja. Habían sido parte de experimentos horripilantes en ese y en otros campos por los que habían pasado y la visión de la jeringuilla les producía pavor. Nada más que en todo ese mes murieron más de nueve mil personas, estimaron los británicos.

Alfred Pierrepoint, que había tenido que acudir al campo en cuanto recibió el telegrama, creía haberse preparado mentalmente para lo que iba a encontrar allí, pero en cuanto puso un pie en aquel sitio, contuvo grandes esfuerzos para no vomitar. El hedor a muerte, enfermedad y otros desechos inundaba el campo. Tuvo que dejar de lado los remilgos que había adquirido y pronto se vio envuelto en la misión de devolver no solo la salud, sino también la dignidad de aquellas personas. Ya no era solo Brigadier, sino un médico más y trabajó tanto como los demás.

En esos terribles días, apenas tuvo tiempo para pensar en los acontecimientos de los días anteriores. Había tenido que dejar abruptamente la casa de Elmira, dejando instrucciones a esta para terminar de organizar el cuartel y se enviaban telegramas para informarse de su situación. Esperaba estar ausente no más de tres o cinco días, que al final resultaron ser diez. Fueron llegando más médicos y Robert Holt finalmente lo envió de vuelta al cuartel. 

—No sabes cuánto te agradezco que hayas podido venir —dijo Robert a solas la noche antes de que Alfred volviera a la apacible casa-cuartel—. Ninguno de nosotros imaginábamos lo que estaba pasando aquí. Hasta mi hijo ha sido de gran ayuda. Me ha sorprendido gratamente.

—Ya te dije que contaras más con Thomas. Si ve que le prestas atención y lo tienes en consideración, no tendrá malos hábitos y será más eficiente.

—Lo sé, pero muchas veces le veo y no me veo reflejado en él. Pero vamos a dejar de hablar de él. De momento, tú vuelve a la casa. Creo que el cuartel ya estará del todo listo. A la dueña de la casa se la veía una mujer muy organizada. La vi poco tiempo, pero, ¡qué mujer! Si yo tuviera quince años menos... pero podría ser mi hija y no me sentiría cómodo manteniendo relaciones con mujeres tan jóvenes.

Menos mal que no tenía esos quince años menos, pensó Alfred. Sintió el impulso de pegarle un puñetazo por el comentario que acababa de soltar. Ya no veía a su mentor, sino a otro obstáculo en su posible relación con Elmira. Estaba deseando volver a la casa y empezar las lecciones pendientes. Así podría estar cerca de ella y, lo mejor, Elmira estaría con él gran parte del día. No había olvidado la escena del día antes de ir al campo y en los pocos ratos que su mente se liberaba, lamentaba no haber podido llegar hasta el final. Pero no dependía solo de él. Y tenía más planes para ella.

—Cuando vuelva al mundo real, contésteme a lo que le preguntaba —Robert había seguido hablando y notó que Alfred no le prestaba atención, lo cual cada vez era más frecuente y que lo enfurecía. Cuando se enfadaba, volvía a ser formal con él, dejando clara la jerarquía—. Le preguntaba si necesita hombres para el cuartel, pero le digo que aun así no le van a faltar, porque van a venir muchos más y pasarán por allí. También tenemos previsto que lleguen enfermeras. Si hay alguna de buen ver y es receptiva, puede desahogarse con ella y así no piensa tanto en esa alemana. Porque no olvide que es alemana y es aconsejable no intimar con ellos.

A Robert no se le había pasado por alto que Alfred ya sentía algo por esa mujer. Cuando recibía el aviso de los telegramas, acudía a toda prisa para leerlos y respondía enseguida. Y cuando la había mencionado, había advertido su reacción. Tampoco podía culparlo, era una mujer muy hermosa. En el fondo, le compadecía. Alfred asintió con desgana.

Los dos hombres se despidieron y al día siguiente Alfred partió hacia Celle. Entre el campo y la ciudad apenas había 30 kilómetros y con el Jeep no le llevó mucho tiempo. ¿Cómo reaccionaría Elmira cuando volviese? No le había avisado de su llegada e imaginó cómo se lo tomaría. Sentía cierta emoción por verla, no podía negarlo. ¿Qué estaría haciendo en esos momentos?

Elmira estaba con Heike replantando flores en el jardín. Por suerte, no estaba tan calcinado y podían recuperarlo, pero más allá la tierra iba a tardar más tiempo. Habían ido al estanque que había cerca y comprobaron que estaba intacto, así que ese verano también podrían darse un baño. Durante los diez días de ausencia del Brigadier limpiaron la casa y dispusieron todo para que pareciera un cuartel. Incluso Liese fue de gran ayuda. El resto del servicio también colaboró con lo que pudo y la casa ya estaba decente.

En esos días, Elmira, por una razón que no se atrevía a confesar, estaba muy nerviosa y agitada. Había recibido un telegrama de Berlín, cuya información había ocultado. No era el momento apropiado para decirlo. Estaba preparando el terreno, porque sabía que, de saberlo, todos, especialmente su hija y su suegra reaccionarían mal. Aún no debían saberlo. Todavía tenía que asimilarlo ella misma.

Heike había decidido plantar narcisos y rosas, aunque fue difícil conseguir las semillas en una ciudad devastada. Las dos habían ido finalmente a la ciudad caminando, ya que la casa de campo estaba a una escasa hora a pie. Cuando vieron lo que quedaba de ella y, sobre todo, donde había estado la casa principal, rompieron a llorar. Al menos les quedaba la otra casa, porque ahí ya no podrían volver. Y no contaban con los recursos suficientes para reconstruir la casa. Bruno le había dejado dinero a Elmira, pero los meses iban pasando y este había mermado, ya que Elmira había dejado de trabajar después de casarse y no contaba con otra fuente de ingresos. Sabía que Liese tenía sus ahorros, pero no quería pedirle, en parte por orgullo y porque no se sentía con ningún derecho sobre él.

Cada vez era más evidente y ya un asunto que había planteado que Elmira tendría que volver a buscar un trabajo. Cuando Alfred volviera, hablaría con él, aunque algo le decía que no se lo tomaría tan bien. Y más desde lo que pasó en el pasillo.

Ella también recordaba lo que pasó aquella noche. Prefería morirse antes que admitir que ella había llegado a sentir las mismas sensaciones que él. Nunca había sentido el impulso carnal y que su primera vez fuera aprovechándose de su ingenuidad, dejándole un regusto muy desagradable que la hizo olvidarse del deseo. Podía vivir perfectamente sin sexo. Hasta ese día. Desde entonces sentía curiosidad de cómo sería hacer el amor con alguien con plena voluntad. A la gente le gustaba, de eso no cabía duda. Pero tampoco quería caer fácilmente en la tentación. No quería que la considerasen una ramera y su dignidad estaba por encima de todo. Tendría que resistir si se daban señales.

Mientras seguían plantando las flores, un Jeep aparcó junto a la fachada. Elmira dejó lo que estaba haciendo y se acercó. Alfred había regresado por fin. Estaba desaliñado y tenía barba de varios días. Sin duda había trabajado duro. Se quitó el gorro y saludó a Elmira. Heike acudió junto a ellos y lo saludó también. Les pidió que le prepararan un baño y útiles de afeitado, cosa que hicieron de inmediato, pero Elmira no encontraba la cuchilla y la crema que usaba Bruno, así que cuando se la tuvo que traer, Alfred estaba ya metido en la bañera y disfrutaba visiblemente. Cuando Elmira intentó alejarse, este la sujetó por el brazo y la obligó a colocarse frente a él.

—No veo que te alegres mucho por verme.

—No sabía que ibas a venir hoy.

—No he tenido tiempo de avisarte, pero eso ya no importa. Creía que me ibas a ayudar a afeitarme. Después de todos estos años, todavía soy muy patoso y me hago muchos cortes. Y debo reconocer que estoy muy cansado. ¿Me harías el favor? —Alfred entornó los ojos.

Elmira no tuvo más remedio que ayudarle. La tensión se palpaba en el ambiente. Ella era consciente de aquel cuerpo que, pese a estar en el agua, se quedó rígido mientras ella le afeitaba. Alfred exudaba virilidad y deseo por todos sus poros. No esperaba que esta hubiera aceptado aquella petición y se arrepintió enseguida. No estaba preparado para el tacto femenino y menos después de tantos años. El simple roce de sus dedos mientras le untaba la crema y pasaba delicadamente la navaja era una tortura para él. Cuando terminó, acercó una mano a donde estaba ella y le colocó el pelo por detrás de la oreja. Algo vibró dentro de ella ante ese gesto aparentemente inocente.

—Tú también lo deseas, ¿verdad? No me mientas. No he podido sacarte de la cabeza desde hace semanas.

—Estás loco. ¿Quién en su sano juicio lo desearía?

—Puede que esté loco, pero tú eres la responsable. ¿Qué me has hecho? —Se levantó y Elmira fue más consciente de aquel cuerpo, que se hallaba en todo su esplendor. Nunca había sido un hombre especialmente musculoso, de hecho, había adelgazado más durante la guerra, pero aún así, Elmira consideró que era un hombre físicamente perfecto. Cuando bajó la vista, se sobresaltó. Él sí que lo deseaba y su entrepierna se había encargado de manifestarlo. Alfred salió de la bañera y tuvo la decencia de enrollarse una toalla. Pero los límites se habían cruzado y no podía resistirlo más. Se aproximó a Elmira y esta vez sí la besó.

Al principio esta intentó poner resistencia, pero la tensión, la visión de aquel cuerpo y sus propios pensamientos la disuadieron de aquello y de repente se encontró dispuesta para él. ¿A quién pretendía engañar? Rodeó el cuello de Alfred y se dejó llevar. Cuando él dejó de besarla, se quejó de indignación, que se aplacó al comenzar besarle el cuello mientras le iba desabrochando el vestido. Creía que iba a explotar. Como la bañera estaba separada del dormitorio por un biombo, no resultó difícil cogerla en brazos y llevarla a la cama. A estas alturas, ya la había desnudado del todo y la toalla de Alfred había vuelto a desaparecer.

Alfred intuyó que Elmira no se caracterizaba por su experiencia sexual, debido a la torpeza de algunos movimientos y asumió con mucho entusiasmo la tarea de guiarla. Recorrió todo su cuerpo, desde el cuello hasta la espalda con sus labios mientras ella gemía de placer. Cada gemido acrecentaba más su deseo y no sabía hasta dónde podía aguantar.

Elmira no estaba preparada para ese torrente de emociones. Todo su cuerpo temblaba y estaba deseando que llegara hasta el final, pero aquellos besos y caricias tan ardientes le encantaban. Podría pasarse toda la vida así. No le importaba. Entonces, Alfred la colocó boca arriba y él se situó entre sus piernas. Elmira las abrió, pero aún no ocurrió nada. Volvió a besarla en los labios y de ahí, bajando hasta su vientre. Ninguno de los dos podía más y Alfred la penetró. Lo hizo delicadamente y Elmira se quedó en una especie de trance por unos segundos. Cuando volvió en sí, este comenzó a mecerse suavemente.

La primera vez había sido muy dolorosa y la habían tratado como a los perros callejeros que se apareaban. Esa vez había dolido un poco —de ahí el trance—, pero enseguida su cuerpo lo aceptó y se dejó llevar. Cada vez le gustaba más y no podía dejar de jadear. Necesitaba sentirle más dentro de ella y lo agarró por las piernas y fue empujándole. Aquello hizo que Alfred acelerase más la embestida. Finalmente, Elmira alcanzó el clímax y poco más tarde, llegó él y al mismo tiempo, algo cálido se derramaba dentro de ella. Alfred se tumbó de lado y dejó que Elmira se acurrucara de espaldas junto a él, que no tardó en quedarse dormida, mientras este le acariciaba el cabello. Estaba agotado y quería dormir, pero tampoco quería perder el tiempo mientras tenía a aquella diosa en su cama. Pero el sueño lo venció y, abrazado a ella, cerró los ojos y se dejó llevar por los designios de Morfeo. Por primera vez en mucho tiempo, se sentía en paz consigo mismo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro