Capítulo 19 | Indecisión
-Ya, ¡camina!
Me dieron un golpe en la espalda que consiguió desequilibrarme hasta caer sobre un charco de barro en el suelo. Cerré los ojos y me levanté del suelo para seguir, no tenía otra opción. La gente del reino de Valoria me observaba mientras daban paso a los caballeros que me acompañaban. Algunos rostros que he visto en el festival estaban entre la multitud, pero todos me veían con lástima y confusión.
-¡Deja de distraerte! -me reprenden jalando de la cadena de mi cuello.
Mis pies se arrastraban descalzos sobre el suelo que los lastimaba, pero a ellos no les importaba. Me llevaron hasta el castillo, era más pequeño que el mío. Abrieron las puertas y se vio un camino recto hasta el trono, en donde estaba sentado el rey de Valoria. Me tiraron al suelo una vez habíamos llegado ante él.
-Mi señor... como le prometí, aquí está la bruja que Reed encubrió.
¿Qué?
-¿Realmente es ella? -cuestiona el anciano rey, mirándome de arriba abajo con duda.
-Mis hombres y yo fuimos testigos de su poder, no cabe duda, ella es la reina de los dragones.
-Fascinante -el rey se levanta emocionado y camina hacia mí. Levanta mi cabeza colocando la punta de su cetro bajo mi barbilla-. ¿Cuál es tu nombre?
No respondí y fue por eso por lo que me llevé una patada en la espalda por parte de uno de mis captores.
-Su Majestad te ha hecho una pregunta. ¡Responde!
-No hay necesidad de ser tan malos... -el rey sonríe y vuelve a hacerme levantar la cabeza-. Vamos querida, dime tu nombre.
-No recibo órdenes de ti -espeté con odio. Él aparta su cetro y asiente a los demás. Recibí un golpe en la mejilla que me tiró al suelo y una patada en el estómago que me quitó el aire.
-Quiero ver de lo que es capaz, tráiganlo.
-¡Sí, majestad!
Se escuchan pisadas fuertes y cargadas de metal saliendo del lugar. El rey vuelve a tomar su lugar en el trono y me mira con atención.
-He escuchado que la reina de los dragones es capaz de controlar a cualquiera, aunque no pertenezcan a su reino protegido por la niebla. Veamos si es verdad.
En ese instante escuché un gran rugido tras de mí que me hizo voltear al instante. Al salón entró una dragona de cueva a la que le han quitado todas sus piedras del cuerpo. Rugía, forcejeaba y lanzaba fuego hasta cansarse. ¡Que crueldad!
-¡Déjenlo ir! -me levanté del suelo enseguida- ¡¿Qué le han hecho?!
Le clavan la punta de una lanza en el costado para que caminara, la dragona suelta un alarido de dolor y yo me sentí más preocupada y enfadada. Ella me mira con dolor, ha sufrido demasiado.
-"Mi reina... es usted..." -menciona dejando sorprendidos a todos por escuchar a un dragón hablar-. "Que alegría..."
Los que sujetaban mis cadenas me sueltan, corrí hasta ella y apoyé mi cuerpo contra el suyo, siendo recibida con alivio.
-No te preocupes, estarás bien, lo prometo -dije dejando salir mi energía para curar sus heridas. La miré con una sonrisa cuando la vi sentirse mejor, pero entonces algo pasa rápidamente y su cabeza rueda por el suelo. Dejé escapar un grito ahogado y las lágrimas rodaron por mis mejillas- ¡¿Por qué...?! ¡¿Por qué lo han hecho?!
-Ya estaba vieja de todas formas, no nos servía. Ya no encontraba buenas gemas -responde el caballero limpiando la sangre de su espada-. Agradece que se fue sin mucho dolor.
-¡Son unos malditos...! -quise ir en contra de ese bastardo, pero fui sujeta rápidamente, y sometida contra el suelo. Grité frustrada y llorando mientras la cabeza de la dragona y su cuerpo eran llevados de aquí y la sangre que había derramado la comenzaban a limpiar.
Jalaron de mi cuerpo, aunque intentara oponerme a ellos, pero de nada ha servido al ser mucho más fuertes que yo. Me sacaron del castillo, pero no por la misma puerta, me subieron a una carretera de un empujón sin cuidado y subieron varios guardias para custodiarme, echaron a andar a los caballos que jalaban de la carreta y nos alejamos del reino solo un poco hasta poder escuchar gritos humanos que apuraban a otros, igualmente pude escuchar rugidos y llantos de dragones. Levanté la mirada, pues estaba tirada en el medio de la carreta, me asomé, solo para ver la horrible escena.
-Esto... Esto es horrible -dije sin aliento.
Ver como habían esclavizado a tantos dragones era horrible, los mantenían encadenados con ese material que ni ellos pueden romper por más fuego que le tiren. Los dragones de cueva, ninguno posee sus piedras preciosas, solo cicatrices, ellos eran usados para encontrar gemas en las cuevas que ellos y los dragones de tierra creaban. A los de fuego los usaban para calentar sus hogueras y hornos que creaban una gran cantidad de humo tan negro que no podía verse lo que había por detrás de él. Los dragones de bosque estaban aquí para darles energía nueva a todos y que no dejaran de trabajar, pero incluso ellos estaban exhaustos.
-¡Huh! -me sobresalté cuando alguien me sujeta de la cadena en mi cuello y me lanza fuera de la carreta cuando se había detenido-. ¿Qué les hacen a estos pobres dragones? ¡Libérenlos de inmediato!
-No seguimos órdenes de una reinita sin reino -me levantan del suelo y me arrastran hasta acercarnos a todos los dragones.
Pronto sintieron mi presencia, dejaron todas sus labores para voltear a ver como me lanza de nuevo al suelo frente a ellos. Se veían tan sorprendidos que no pudieron reaccionar rápido, pero al ver que alguien se me acercaba con una espada en mano, su instinto protector se activó de inmediato y entre todos lanzaron gruñidos y rugidos imponentes.
-Vaya, sí que eres su reina -se ríen los humanos, alguien me agarra por el cabello y me levanta ignorando mis quejidos-. Bien, dragones, ya la han reconocido, ¿no? Así que... si no quieren que su cabeza ruede por el suelo ¡a trabajar!
Apreté los dientes, traté de liberar mis manos aún encadenadas tras mi espalda, pero era inútil. La hoja metálica de su espada contra mi cuello corta levemente mi piel, ocasionando que la sangre se derramara en un hilo y los dragones retrocedieran y dejaran de gruñir.
-Miren eso, funcionó -vuelven a reír.
Los dragones fueron llevados a hacer de nuevo sus labores impuestas a la fuerza, ahora tenían que producir el doble. Colocaron dos postes de hierro y finalmente desencadenaron mis manos, apenas tuve esa oportunidad, agarré la espada de la cintura de uno de los caballeros y me alejé amenazando mi cuello, consiguiendo que se vean obligados a detenerse.
-No permitiré que me usen en contra de los dragones. Y si debo matarme, que así sea. Una nueva reina se alzará algún día y espero que sea más inteligente como para saber alejarse de ustedes, la peor especie que ha habitado el planeta.
Cerré los ojos, estaba decidida a cortarme el cuello cuando, a apenas un milímetro de distancia... me detuve por la imagen de Reed en mi cabeza, pero no solo él, por Ayris, por Jadiel y por todos los demás dragones... No puedo... aún quiero verlos una última vez. Y por ese deseo tan egoísta, una flecha se clava en mi hombro haciéndome soltar la espada y caer de rodillas, sollocé por el dolor y por la frustración de no poder hacerlo. Rápidamente me toman de los brazos y me llevan hasta el medio de ambos postes, encadenan mis muñecas a cada uno, dejando mis brazos extendidos hacia los lados. Permanecí de rodillas y con la cabeza agachada hasta que uno de ellos me toma por las mejillas y me hace levantar la mirada.
-Eso fue muy atrevido de tu parte, me gustan las mujeres así.
-Pues a mí no me gusta un maldito humano como tú -le escupí en la cara y él solo se ríe con amargura mientras se limpia. Mira tras de mí y asiente.
Repentinamente sentí un golpe en la espalda tan fuerte y doloroso que me hizo contraerme por el ardor de una herida recién abierta, pero no solo fue una, fueron tres veces antes de que me dejara.
-Si alguno de tus dragones no es eficiente o pretende revelarse, tú pagarás las consecuencias.
Respiré agitada por el dolor y la impotencia. Vi a los dragones trabajar con más ánimos para que no me hicieran nada, eso era lo peor. Pero cuando uno de ellos volvió de la cueva con menos de un carro de gemas, empecé a sentir golpes en mi espalda, pero más que antes. Solté un grito al no poder soportarlo y los dragones se preocuparon, apreté los dientes molesta, incluso sentía que mi vestido se desgarraba con los golpes de esa cuerda con la punta de hierro.
Si tan solo hubiera podido hacerlo... si hubiera tenido la misma decisión que Jaqueline... ahora esto sería diferente.
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