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No tomarás el nombre de Dios en vano

Cuando mis ojos decidieron abrirse, la luz del nuevo día me acarició a través de la ventana.

Me había costado acostumbrarme a aquel incómodo catre y, en consecuencia, no había dormido del todo bien.

Sin embargo, la molestia de la cama no se equiparaba a la congoja de mi...

La palabra «corazón» llegó a mi mente como si de un golpe se tratase. Y se fue tan pronto como había venido.

No tenía corazón, de eso era más que consciente. Solo poseía una voz interna que me decía qué debía sentir.

Había acabado con la vida de un hombre. La imagen de la expresión desgarradora de su rostro sin ojos me provocó un escalofrío.

Había dicho aquellas palabras cuyo significado desconocía y las aves negras lo habían rodeado mientras graznaban aquel nombre.

La dama de los cuervos.

La voz me confirmó que se trataba de mí y sabía que decía la verdad. A fin de cuentas, actuaba como una especie de conciencia.

Castigar a los hombres que desafían a la Verdad. Esa era mi misión, la razón de mi existencia.

Se me hizo un nudo en el estómago al comprender todo. Tuve que llevarme la mano a la boca para evitar expulsar aquello que corría a través de mi garganta.

Me incorporé tan rápido como pude y eso hizo que me mareara todavía más.

La puerta del cuarto se abrió de golpe. Tras ella apareció la figura de Marlo.

—Dahlia, ¿te encuentras bien?

Vino hacia mí aprisa. Su rostro portaba una expresión extraña. Tenía el ceño fruncido y su boca se había abierto un tanto.

Quería decirle que sí, que no se preocupara por mí, pero una fuerza sobrenatural me obligaba a contar la verdad, a admitir todo aquello que era cierto por vergonzoso o horrible que fuera.

—No, no estoy bien.

A mí me había llevado un esfuerzo sobrehumano la capacidad de articular palabra, sin embargo, mi voz salió de mis labios triunfante. Se notaba que no era mía. A mí me habría temblado, lo sé.

Miré a Marlo a los ojos, expectante a su reacción. Para mi sorpresa, ella me dedicó una sonrisa.

—Creo que te vendrá muy bien salir a dar un paseo. Encerrarte en estas cuatro paredes no hará más que impedirte respirar.

Me dejé arrastrar por su cálida y melosa voz, tan distinta a la mía. La verdad es que la envidiaría de no haber sido por mi falta de sentimientos.

La brisa de la mañana acarició mi rostro y me hizo recordar que todavía no conocía cómo era físicamente. No sabía nada más allá de mis cabellos color azabache.

Seguí a la enfermera por las calles de aquel lugar. Si no me fallaba la memoria, Marlo me había dicho que se llamaba Eima.

El suelo adoquinado era traicionero a veces, pues me hacía perder el equilibrio y estuve a punto de caer de bruces al suelo en más de una ocasión.

Si hubiese sido un ser humano, ya no tendría ojos. Eso pensé yo y también lo había corroborado mi conciencia.

—¡Tienes que probar el gumo, es el plato típico de la ciudad! —exclamó ella, contenta.

Se volteó a verme y su corto pelo del mismo color que el mío danzó por un breve instante. Me gustaba mucho su pelo. El mío era largo y pesado, mientras que el suyo parecía ágil y liviano.

—¡Venga, no te quedes atrás!

Al decir esto, me tomó de la mano y comenzó a correr sin rastro de temor por el pérfido suelo.

En unos pocos minutos me vi sentada frente a la enfermera en la silla de una taberna.

No tardaron en llegar dos platos de lo que se hacía llamar gumo. Cuando el tabernero los colocó en la mesa, pude apreciar mejor de lo que se trataba.

Era una masa alargada de color amarillo bañada en una salsa roja.

—El gumo es muy similar al tallarín, pero aquí lo preparan con una salsa especial elaborada a partir de tomate, pimiento y otras especias.

No me había servido de mucho la explicación de Marlo, ya que ni siquiera sabía qué era un tallarín. De todas formas, me atreví a probarlo para salir de dudas.

La voz que habitaba en mi mente me había dicho que estaba exquisito y yo la creí. Era una suerte de guía que me proporcionaba pensamientos, aunque estos no fueran propios.

A continuación, compartí aquella opinión de la comida con la enfermera.

—Me alegro de que te guste —respondió.

Entonces sonrió y, extrañamente, fui capaz de pensar sin la necesidad de mi falsa conciencia que aquella sonrisa era hermosa, mas se esfumó al momento.

Cierto, mis pensamientos y opiniones eran tan efímeros como el aire, al igual que yo. ¿Y si tenía los días contados? Quizá me convertiría en memoria en cuanto se hubiesen extinguido todas las personas hipócritas.

—La verdad es que no he vuelto a pisar esta taberna desde que se fue mi hermana —agregó la mujer.

Mis ojos se abrieron a más no poder.

—¿Tenías una hermana? —inquirí, con curiosidad.

Tengo una hermana, sí —aclaró, haciendo que mis mejillas se enrojecieran—. Hace cuatro años se fue a estudiar Historia de la brujería a Hagia, un pueblo situado al noroeste del país.

Me dio un escalofrío al oír aquella palabra. Mi mente evocó de nuevo la imagen de aquella anciana.

—¿Al noroeste de Eima? —quise asegurarme.

—Oh, no, perdona por no explicártelo antes, se me olvidó. Eima es este lugar y también la capital del país, Morayma. Al noroeste de Morayma se encuentra Hagia. Nosotros estamos en el noreste, a unas doce horas de distancia en carruaje de donde estudia mi hermana —concluyó.

—Entiendo —asentí, sin comprender la relación entre la distancia y la decisión de no regresar a una taberna.

—La echo de menos, pero cada día queda menos para volverla a ver y cuando el ansiado día llegue, se sentirá orgullosa de su hermanita.

Contemplé su brillante sonrisa de nuevo y me dejó ensimismada durante un instante.

—¿Por qué? —pregunté sin comprender.

Ella dirigió la mirada al suelo durante un breve segundo antes de responder.

—Ella es mi hermana mayor, ¿sabes? Tuvo que cuidar de mí cuando mi madre se fue al cielo —. Miró hacia arriba esta vez— y siempre me he sentido como una carga. Después, ella se fue para dedicarse a los estudios y yo aproveché mi repentina independencia para valerme por mí misma y ayudar a los demás.

Logré identificar un brillo en su mirada, no sabía muy bien qué podía significar, pero tampoco me molesté en darle muchas vueltas.

Puse toda mi atención en el plato de nuevo y un silencio nos envolvió a las dos. Sin embargo, ella retomó la conversación al poco tiempo.

—Oye, Dahlia, solo quiero que sepas que quiero ayudarte a recordar. Puedes contar conmigo, ¿de acuerdo?

Sonrió. Mi conciencia me susurró por dentro lo hermosa que era aquella sonrisa y yo no dudé en creerla.

Sabía que Marlo no mentía, ya que en caso de hacerlo sería comida para los cuervos o, lo que es lo mismo, una víctima más de la dama de los cuervos.

—No puedes ayudarme —se me escapó.

La enfermera frunció el ceño.

—¿Por qué dices eso, Dahlia? ¿Qué ocurre?

—¡No puedes ayudarme! Ni siquiera me conoces... ni siquiera me conozco.

Ella me tomó de la mano con fuerza. Fue una sensación mucho más agradable que la de aquella ocasión.

La imagen del agente Lithe sin las cuencas de sus ojos regresó a mi frágil mente y sentí una náusea a punto de subir mi garganta.

—¿Qué está pasando, Dahlia? ¿Acaso has recordado algo?

Me limité a asentir. Aquella maldita voz no se dignaba a hablar por mí en aquel instante.

—Puedes contármelo, yo...

—¡No puedo! —la corté de manera tajante en cuanto hube recuperado la voz, o quizá había sido ella quien me había recuperado a mí— Tú nunca lo comprenderías, tan solo eres un intento de enfermera.

Había sido sincera como siempre. Creía que la honestidad era buena, que podía salvar una vida, pero al observar el rostro de Marlo...

Sus mejillas estaban húmedas. Sin embargo, no se las había mojado en ningún momento desde que llegamos a aquella taberna.

Entonces, ¿qué era aquel extraño fenómeno?

A continuación, se secó con la manga de su vestimenta.

«Se llama bata», me indicó la voz de mis adentros.

—Perdona por haber sido tan insistente, Dahlia —se disculpó la mujer con una voz rota como si la hubiesen golpeado contra una pared—. No tienes que contármelo si no quieres.

—Cuando esté preparada te lo diré todo —prometí.

—En ese caso, déjame acompañarte en la lluvia hasta que salga tu sol —me pidió ella.

No entendí muy bien a qué se refería, pero accedí. Era lo menos que podía ofrecerle.

Ella se estiró en su asiento como si aún se estuviese desperezando.

—En fin, cuando acabemos de comer te llevaré al parque.

Ese fue nuestro siguiente destino, el parque.

El suelo era de un verde muy claro y estaba cubierto por unos clavos ligeros y suaves del mismo color.

—A los niños les gusta mucho jugar en la hierba —aseveró Marlo cuando pasó por delante de nosotras un pequeño humano que hacía rodar una esfera con sus pies.

«Hierba», pensé.

La enfermera se adelantó unos cuantos pasos y se sentó en un asiento alargado al que llamó banco. Después, me indicó que me sentase a su lado.

—Dahlia, ¿cuántos años tienes? —me preguntó.

«No lo sé».

—Veintiséis —terminé por responder.

«¿Quién eres?».

—¡Ja! Yo tengo veintisiete. Lo que significa que... ¡soy tu hermana mayor! —exclamó antes de rodearme con sus brazos.

—¿Hermana mayor? —repetí yo.

Dejó de abrazarme y procedió a explicarme a qué se refería.

—Ya sabes, una persona que te quiere mucho y cuida de ti. Eso es lo que hace una hermana mayor.

—Entonces, ¿qué hace una hermana menor? —inquirí.

—Una hermana pequeña es divertida, le encanta jugar y pasárselo bien y por eso la hermana mayor tiene que estar pendiente de que no le pase nada malo.

—Yo no soy divertida —aseguré.

—¡Claro que lo eres! Me divierto mucho estando contigo, Dahlia.

A continuación, Marlo dejó escapar una carcajada y volvió a echarse a mis brazos.

—Gracias por hacer que volviese a ser yo misma, hermanita.

Yo correspondí a su abrazo. Puede que fuese mi guía interno la que me provocase esa sensación, pero la calidez del cuerpo de aquella joven era acogedora y me sentía cómoda en aquella posición.

Permanecimos así durante un rato hasta que la esfera con la que había estado jugando aquel niño se desplazó hasta mis pies.

—Perdón, ¿me darías la pelota? —gritó aquel chico desde la distancia.

Me levanté del banco y me agaché para tomar la esfera con mis manos, pero Marlo me lo impidió.

—Dahlia, dale una patada con el pie —me indicó.

Le hice caso, pero la bola llegó a parar mucho más lejos de dónde se encontraba el muchacho.

Escuché la risa de la enfermera a mis espaldas.

—¡Eres toda una deportista!

—No lo he hecho a propósito... —me disculpé.

—No te sientas mal, Dahlia. Para ser tu primera interacción con una pelota, no ha estado mal.

En aquel momento logré esbozar mi primera sonrisa. Noté cómo las comisuras de mis labios ascendían y me eché a reír.

—Mira cómo se divierte mi hermanita —observó Marlo.

De pronto, una brisa de aire frío envolvió mi cuerpo, provocando que se me erizase la piel.

—Empieza a hacer fresco —señaló mi acompañante—. Creo que lo mejor será que volvamos a casa.

Regresamos al dispensario tras un entretenido paseo por aquel ignoto lugar.

Una silueta se cernía frente a la puerta. Una vez nos hubimos acercado lo suficiente, pude vislumbrar bien de quién se trataba. El agente Serva.

Él también nos vio llegar.

—¡Oh, por el amor de Dios! ¿Se puede saber dónde estabas? —le preguntó a Marlo.

—Tan solo me llevé a Dahlia a dar una vuelta, para que conociese la ciudad, ¡aburrido!

—Te dije que no debía salir. Todavía se está investigando el caso, ¡es peligroso!

—Pero, yo no me separé de ella en ningún momento. Y, como puedes comprobar, no ha pasado nada. ¡Seguimos vivas!

—Sí que ha pasado algo, Marlo —comentó el hombre.

La enfermera frunció el ceño.

—Hemos descubierto el cadáver de la bruja Vedoira en su cabaña del bosque —dijo él.

Sentí un escalofrío. Entonces, mi cabeza empezó a dar vueltas, lo que me obligó a llevarme las manos a ella.

Algo me dolía, me escocía, me estaba quemando por dentro.

Traté de reprimir un grito, sin éxito.

—¡Dahlia, ¿estás bien?! —me preguntó la enfermera.

Sin embargo, yo no podía escucharla. Más bien, no quería hacerlo. Quería silencio, paz.

—Justo como sospechaba —agregó el agente—. Esta mujer tiene relación con esa hechicera. Y debe de ser un vínculo muy fuerte, ya que solo con oír su nombre reacciona de tal modo.

—Entra, tengo algo para aliviar el dolor de... —quiso decir Marlo, pero fue interrumpida por el varón.

—No, ella no va a entrar en tu casa. Se viene a comisaría de nuevo. Esta vez como sospechosa —sentenció.

—¡Cállate, marioneta! —exclamó la mujer.

A continuación, le propinó un puntapié en la entrepierna y sacó rápido sus llaves para acceder a la vivienda.

Conseguimos entrar por los pelos y gracias a que Marlo me tirase del brazo para obligarme a reaccionar.

Se oían los gritos del agente a través de aquella tabla de madera que nos separaba.

—¡Abre la puerta, Marlo!

—Ni en tus mejores sueños, Serva. ¡No te llevarás a mi hermana!

—¿Cómo que hermana? ¿Te has vuelto loca? —siguió vociferando.

—No deseo dar problemas —susurré yo con un hilo de voz.

«No deseo darte problemas», me corregí.

—Tú no eres la que da problemas, Dahlia —aseguró ella—, sino esta panda de burócratas.

—¡Bien! —soltó al fin el hombre— Si quieres hacerlo por las malas, lo haremos por las malas. Mañana vendré con una orden judicial y entraré a la fuerza.

Tras esto, no se escuchó su voz de nuevo. Solo silencio.

—Diablos, ¡ahora tendrás que irte! —maldijo la enfermera.

—Marlo, no quiero empeorar las cosas. Iré a comisaría y les contaré todo lo que sé. No creo que pase nada...

—¿Qué sabes, Dahlia? —me cortó.

Enmudecí por completo al oír aquellas palabras, las cuales resonaron en mi mente durante un breve instante.

—Escucha, hermanita —continuó—. A mí no me importa que tengas alguna especie de conexión con esa bruja, ¿de acuerdo? Al contrario, siento que estoy cada vez más cerca de conocerte de verdad. Pero conozco muy bien a esos tipos y no atienden a razones, solo les importa la justicia. Su justicia, perdón.

—Yo no conozco a esa bruja —aseveré después de haber hallado mi voz en lo más profundo de mi ser—. Todo estaba oscuro y, cuando abrí mis ojos, había una anciana fría en el suelo y una voz en mi mente me dijo que huyera. Esa voz es la que habla por mí. Yo no soy capaz de sentir ni de saber sin ella.

La joven abrió sus ojos por completo.

—Mi hermana me ha hablado de los poderes de las brujas. Algunas son capaces de crear figuras con apariencia de ser humano. A estas creaciones las llaman Pandora.

—Soy una Pandora —intenté asimilar.

—Dime, Dahlia, ¿tienes algún poder sobrehumano o especial? —preguntó ella.

—El otro día un agente se acercó demasiado a mí y esa voz lanzó una frase que no llegué a comprender —expliqué—. Todo se volvió borroso y unas aves negras que aparecieron de repente atacaron al hombre y le comieron los ojos.

Marlo dejó escapar un grito ahogado.

—No fue culpa mía —me excusé—. Yo no hice nada...

—Lo sé, Dahlia. No te preocupes. Esa es la característica principal de una Pandora, obra según lo que le ordene su creadora como si de un dios se tratase.

—¿La voz de mi mente es la de esa bruja? —quise saber.

—Es lo más probable —afirmó.

—¿Quién es ella?

—La bruja Vedoira era una mujer cuya gran belleza equiparaba su insaciable curiosidad. Era muy culta, le apasionaban la literatura y la ciencia. Tuvo muchos pretendientes y rechazó a todos y cada uno de ellos. Por este motivo se ganó el recelo de muchísimas mujeres.

—¿Y cómo acabó sola en aquella cabaña? —pregunté, sin comprender.

—El pasar de los años le arrebató su jovial encanto. Para entonces, se había interesado en el campo de las artes ocultas. De este modo, comenzó a tener fama de bruja y aquellos hombres a los que había rechazado empezaron a hacer eco de aquella acusación.

Me sorprendió escuchar aquello y no pude evitar que mi boca se abriese.

—El jefe de policía juró en nombre del protocolo protegerla de las injustas acusaciones que habían derivado en amenazas de muerte, pero no lo hizo. La morada de la mujer fue reducida a cenizas y ella fue tomada por la fuerza hacia la hoguera.

—Pero, logró salvarse, ¿no es así? —inquirí.

La enfermera suspiró antes de proseguir.

—Al llegar al que sería el lugar de su muerte, vio al jefe de policía que portaba la antorcha con la que sería ejecutada. Ella, sintiéndose traicionada, lo maldijo con todas sus fuerzas para después formular un conjuro. Todo aquel que la tocase se quemaría vivo.

—Y, ¿qué pasó?

—Los dos hombres que la sostenían empezaron a arder y todo se volvió un caos. La gente que había presenciado la grotesca escena se alteró de tal modo que huyó, dejándola sola con el jefe de policía. Lo tenía frente a él, mas no hizo nada en su contra. Solamente le dedicó una mirada de puro odio y se alejó del lugar para irse al profundo bosque y no ser molestada por ningún mortal —concluyó.

Aquella historia me había dejado mal sabor de boca.

—¡Eso es horrible! —clamé— Vivió toda su vida en soledad sin poder tocar a nadie.

—A Vedoira eso no le importó demasiado —añadió—, ya que, tras lo ocurrido, no volvió a sentir el deseo de tocar nada que no fueran sus libros.

—¿Por qué crees que la bruja necesitaba una Pandora? —cuestioné.

—Según me has dicho antes, has hecho que un hombre fuese castigado por sus actos. Supongo que eres una forma de castigo para los impuros, una manera de hacer que paguen por el daño que recibió cuando ella era joven y bella... como tú —declaró.

Me llevé una mano a los labios. Finalmente, todas mis dudas habían sido resueltas. Había logrado completar aquel rompecabezas que me carcomía desde que tenía memoria.

La dama de los cuervos, una Pandora con el poder de destruir a las personas que tienen podrido el corazón.

Mi creadora me estaba enseñando los pasos que tenía que seguir para cumplir su objetivo.

—Dahlia —habló la enfermera—, entiendo que ahora mismo te sientas consternada, pero no dejaré que ese títere te lleve. Si se enteran de quién eres podrían...

—No, Marlo —negué—. Precisamente, tengo que seguir tu consejo e irme lejos, como hizo mi creadora, para no perjudicarte más.

A continuación, subimos a su habitación y me ofreció una capa con una tela que cubría la cabeza para que la llevara puesta.

—Lleva siempre puesta la capucha e intenta no levantar sospechas —me sugirió.

Dejamos que transcurriese un tiempo prudencial antes de la hora de mi partida. Entonces, nos dirigimos otra vez a la salida.

—Sé que nos veremos muy pronto, cuando todo haya terminado —me garantizó ella.

—¿Me prometes que estarás bien? —quise cerciorarme.

—Por supuesto, soy tu hermana mayor. Tengo que estar bien para cuidar de ti desde la distancia.

Asentí.

Noté cómo se me humedecían las mejillas. Eso me seguía pareciendo extraño.

Nos dimos un fuerte abrazo, sin pensar en que podría ser el último de nuestras vidas. O tal vez no...

No importaba demasiado alejarse de una enfermera a la que apenas conoces cuando no tenía sentimientos o, al menos, eso pensaba.

Marlo abrió la puerta de manera discreta y se aseguró de comprobar que no hubiera rastro del agente Serva.

Al fin, di dos pasos hacia delante y mis pies abandonaron el seguro suelo del dispensario.

—Te voy a echar de menos —se despidió la mujer.

—Por favor, cuídate, hermana mayor.

Y me eché a andar hacia un destino incierto que me separaba de lo único que era conocido para mí.

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