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No matarás

Me obligué a bajar la mirada. Tenía miedo de lo que sucedería a continuación. Sentía pánico ante los ojos abiertos de Pan.

Él bajó a Tooh de su regazo y por fin desvió su mirada de mí. Aunque no podía decir lo mismo de Alder.

—¿Se lo has contado todo? —preguntó el chico rubio en un tono severo.

La pequeña Tooh se llevó las manos a la espalda y las entrelazó. Con la mirada clavada en el suelo y realizando movimientos giratorios de su pie derecho asintió.

Pan se limitó a asentir. No supe interpretar la expresión dibujada en su rostro. Parecía resignado, como si se hubiese rendido de luchar contra algo que solo él podía percibir.

Alder se apresuró a romper el incómodo silencio que se había interpuesto entre nosotros.

—Pan, no creo que...

El joven alzó su brazo y le mostró a este la palma de su mano.

—Está bien. Estoy bien.

No comprendía del todo qué era lo que estaba pasando. Lo que le estaba pasando a Pan. ¿Era algo malo el hecho de que yo estuviese en aquel escondite?

Me invadieron las ganas de acercarme a ellos y tratar de reconfortar al muchacho de ojos azules, pero estas ganas se encontraban en una lucha muy igualada contra la necesidad de huir de allí y ocultar mi propia vergüenza.

Deseé que perdiese la segunda opción. Ya había huido demasiadas veces. Tenía que afrontar las dificultades que hallase en mi camino.

Avancé un par de pasos hacia la mesa y me detuve en seco. Entonces, escuché la voz aguda de Pan preguntarme:

—¿Eres una Pandora?

Asentí con un movimiento lento de cabeza.

—¿Tienes una misión que cumplir? —siguió preguntando con un brillo de curiosidad en sus brillantes ojos.

Asentí de nuevo.

—¿Y qué ha sido de tu voz? ¿No te controla tu creadora?

Respondí que no con la cabeza. En ese mismo instante recordé las palabras de Tooh.

¿Eso quiere decir que no es obligatorio que te dirijan?

Pan era un Pandora dirigido, no poseía voz propia, lo que significaba que no era con él con quien estaba hablando, sino con ella. Su creadora.

El joven se quedó callado durante unos segundos que se me hicieron eternos mientras me inspeccionaba de arriba abajo con curiosidad.

Necesitaba que aquel silencio se rompiese de una vez o me iba a volver loca. No sería capaz de soportar la mirada inquisitiva de Pan un solo segundo más.

Reuní las pocas fuerzas que me quedaban para dejar escapar alguna palabra, algún sonido o incluso un suave susurro. Cualquier cosa con tal de acabar con aquella incomodidad. Sin embargo, el chico de ojos azules decidió hablar por fin y logré relajar mis músculos tensos.

—¿Hay algo en lo que podamos ayudarte?

Le miré a los ojos, sorprendida por su gentil oferta. Apenas me conocía, pero quería ayudarme. Quizá no él, sino ella. Eso no me importaba.

Lo que importaba era que no estaba sola.

¿Quién dijo que había algo malo en pedir ayuda?

Hice ademán de afirmación y él hizo lo propio.

Alder se levantó de la mesa y se acercó a nosotros. Tras interponerse entre Pan y yo, colocó sus manos en mis hombros y me obligó a mirarlo directamente a los ojos.

—No sé cuál es tu nombre, ni de dónde vienes ni a dónde vas —admitió—, pero tengo clara una cosa. No quiero volver a verte llorando bajo la lluvia nunca jamás.

Las palabras de Alder habían sido muy bonitas y su intención era buena, mas solo consiguieron precisamente lo que deseaba evitar: las malditas lágrimas empeñadas en escapar de mis pupilas.

Traté de retenerlas en mis ojos todo cuánto pude, pero era inútil hasta para eso.

Pan interrumpió aquel momento con un carraspeo para después añadir:

—Acompáñame un momento, por favor.

Haciendo caso a su petición, le seguí por el pasillo hasta que se detuvo a la entrada de su habitación, que carecía de puerta, y me invitó a pasar.

Al igual que en la habitación de Tooh, allí no había ningún mueble, tan solo dos mantas en el suelo. Aunque unas figuritas que habían sido colocadas en una de las esquinas llamaron mi atención.

Pan se acercó a ellas sin decir palabra alguna, se arrodilló y cogió una. No fue difícil reconocer la imagen de la pequeña Tooh.

—El día en que fui consciente de que tenía vida ya sabía todo lo que tenía que hacer. Mi misión, mi propósito y la razón de mi existir —explicó mientras acariciaba la figura con su dedo pulgar—. Xinta me cedió su alma, su mente y su corazón. —Logré ver cómo elevaba una de las comisuras de sus labios a modo de sonrisa.

El muchacho se levantó y caminó hacia mí.

—Y, en cambio, tú eres una Pandora libre —agregó, clavando sus ojos azulados en los míos sin alma—. Libre y sola.

Aquella última palabra se sintió afilada. Atravesó mi pecho para hundirse en lo más hondo de mí, donde debería haber estado un corazón humano.

Pan permaneció un buen rato en silencio durante el cual se dedicó a escrutar la diminuta efigie de Tooh. Frunció los labios.

—Sinceramente, no sé qué es peor.

No supe muy bien si lo hice por impulso o por extrañeza, pero llevé la palma de mi mano al rostro del Pandora y erguí su cabeza. Él no tuvo más remedio que dejar de mirar la figura para centrar su atención en mi ceño fruncido.

—No te lo tomes a mal. Me refiero a que no puedo llegar a imaginarme lo mal que lo debes de estar pasando. Tienes una misión que cumplir y ni siquiera tienes conciencia.

No tenía la menor idea de cómo explicarle que sí era consciente a pesar de que nadie me guiase.

No tardó en hacerse notar un ambiente incómodo. Tratando de evitarlo a toda costa, dejé su cálida mejilla para señalar el objeto que todavía guardaba en sus manos.

—Oh, ¿esto? Me produce paz tenerla cerca cuando estoy nervioso. —Apuntó con la cabeza hacia el resto de las figuras— Las he hecho yo.

Me sorprendió oír aquello. De todos modos, intenté aparentar normalidad.

—Bueno, vamos al punto —cortó de forma abrupta. Entonces, se volvió para dejar la estatuilla en su sitio y después levantó una de las mantas que yacían en el suelo—. Aquí está —dijo mientras tomaba un conjunto de hojas unidas.

Me aproximé hacia donde Pan estaba con cierta curiosidad. Él no pasó por alto mi expresión confusa. Dejó escapar un suspiro antes de hablar.

—Cuando nací, Xinta acababa de morir y todos sus recuerdos se asentaron en mí. Todavía recuerdo aquella sensación. Fui capaz de percibir cómo pasaba de ser un frasco vacío a estar lleno de información.

Presté atención a cada una de aquellas palabras con profundo interés. Era similar a lo que me había sucedido a mí. La única diferencia era que yo seguía casi tan vacía como mi primer día de vida.

Casi.

Me pareció escuchar la voz de Marlo llamándome «hermana». Volteé mi cabeza en su búsqueda, pero no había ni rastro de ella.

Quizá era mejor estar vacía que con la mente llena de recuerdos imposibles.

Mis cavilaciones fueron interrumpidas por la suave voz de Pan, que fluía de sus labios como el agua de un arroyo.

—Xinta me dejó claro mi objetivo: proteger a Tooh a toda costa, sin importar los medios. Quererla, cuidarla y hacerla feliz en su ausencia.

El muchacho regresó a la esquina donde se encontraban aquellas pequeñas obras de arte y me mostró otra.

Representaba a una mujer de cabello azul muy largo sujeto por dos pinzas y tez bronceada. Sus ojos, también azules, eran rasgados y llevaba unos ropajes a juego con el color de su pelo e iris.

Me pareció extremadamente hermosa.

—Tooh me describió el físico de mi dueña con riguroso detalle, lo apunté todo en este cuaderno y, más tarde, lo plasmé en una silueta. Como no tenía lugar al que acudir para orar por su alma, quería que la tuviese cerca de alguna manera —confesó.

Incliné la cabeza a causa de estar algo perdida. Había sido demasiada información en tan poco tiempo. Pan pareció darse cuenta de ello en vista a la forma en la que se interrumpió a sí mismo.

—Me estoy yendo por las ramas, ¿verdad? —Trató de sacar una sonrisa, pero no fue capaz— En fin, Tooh sabe muy bien que no hay alma alguna por la que orar. El fuego convirtió el cuerpo de la bruja en cenizas, mas su espíritu fue trasladado a mi cuerpo. Ella vive en mí y yo vivo gracias a ella.

Dejó la figura en su lugar de nuevo y me entregó las hojas que aún sostenía.

—A lo que iba, quiero que escribas todo lo que necesitemos saber en esta libreta para que nos sea más fácil ayudarte —me pidió—. Si no te importa, claro...

Accedí con una mueca divertida y él me devolvió el gesto para a continuación entregarme un objeto al que llamó «pluma».

Pocos segundos después, abandonamos la habitación. Pan se dirigió al comedor, pero a medio camino se detuvo y se volteó hacia mí.

—Por cierto, gracias por escucharme —comentó antes de seguir su camino.

Sentí una calidez extraña recorrer mis mejillas, lo que me obligó a sacudir mi cabeza y regresar a la realidad. Luego, entré en el cuarto de Tooh para empezar a escribir.

No me faltaban las ganas de hablar de todo lo que me había ocurrido hasta ese momento. Mi primer hálito de vida, el severo agente Serva y su protocolo, el trágico suceso del agente Lithe y los cuervos.

Marlo.

Sentada en el suelo de aquel dormitorio, deslicé mis dedos por los labios para sentir cada parte de mi sonrisa al evocar la imagen de aquella generosa enfermera.

Fue entonces cuando recaí en mi condición no humana. ¿Sabía escribir? No había aprendido, pero quizá formara parte de mi propia voz, esa que estaba cada vez más cerca de encontrar.

Apreté la pluma con fuerza en mi mano. Sentí mi corazón dentro de ese puño cerrado. Después, me reí. ¿Qué corazón?

Cerré los ojos e inspiré hondo, nerviosa.

«Por favor, necesito escribir esto. Por favor».

Noté el tacto suave de una mano posarse en mi mano derecha, todavía cerrada en un puño. Abrí los ojos, no sin sorpresa. Sin embargo, allí no había nada. Ni nadie.

La sensación permaneció inmutable en el dorso de mi mano y me obligó a sonreír.

A ojos humanos, no había ni una sola alma en aquel cuarto que no fuera la mía, pero sabía que eso no era del todo cierto. Yo no estaba sola.

Ella estaba ahí.

La pluma se deslizaba a su vez por las páginas en blanco de aquel cuaderno. A medida que su tinta resbalaba por ellas, iba cubriendo el monótono blanco. Llenando el vacío.

Así como cada recuerdo allí escrito colmaba mi cuerpo de alma.

Mi vida era una historia que esperaba ser contada y, aunque los recuerdos se clavaban dolorosamente en lo más profundo de mi ser, sabía que era un mal necesario para poder ser escrita.

Dibujaría cada una de mis distintas emociones en esa valiosa libreta y se las entregaría a Pan para que me leyese el alma. Al fin y al cabo, él había sido muy abierto conmigo.

Mi mente evocó la figurita de Tooh elaborada por las manos de aquel gentil Pandora y una duda la asoló, interrumpiendo mis pensamientos: ¿a cuál de los dos quería llegar?

Deseaba otorgarle el don de mi voz a Pan, aunque lo más probable fuera que lo recibiese Xinta.

Zarandeé mi cabeza con el fin de detener aquella intriga voraz. Daba lo mismo quién me escuchara. Lo importante era hacerme escuchar.

Retomé la escritura, eso era lo que importaba en aquel momento y nada más.

Ya había llegado a mi primer encuentro con Alder. Busqué en mi interior las mejores palabras para contarlo con la delicadeza necesaria.

Alder era como un pájaro, no como las aves negras a las que era capaz de invocar con mi poder, sino como aquellas que tienen la habilidad especial de dedicar una dulce y harmónica melodía a su paso. La voz de Alder acunaba mis oídos como lo habían hecho unos pajaritos que me habían dedicado una canción de camino al parque con Marlo.

Luego estaba Tooh, similar a la brisa fresca que hacía revolotear mis oscuros cabellos. Esa brisa que me hacía sentir bien cada vez que me abrazaba.

No tenía nada con lo que comparar a Pan, ya que él era un misterio que me había propuesto desentrañar. Él era muy auténtico a pesar de no ser él mismo.

Y, por último, estaba yo, escribiendo en unas hojas guiada por un espectro confiable. Aproveché el momento para esbozar otra sonrisita. Quizá no podía verme el rostro, pero sentía que me quedaba bien y, además, me gustaba.

Apenas hicieron falta un par de páginas más para finalizar aquel conocido relato. Al acabar cerré el cuaderno solo para notar que el tacto de aquella mano invisible se desvanecía.

A pesar de encontrarme en un lugar oculto, sentí una suave brisa recorrerme y marcharse al momento. Era cuestión de minutos que Pan conociera mi nombre, mi misión y mi historia. Y eso me aterraba, en todos los sentidos.

Tragué saliva e inspiré hondo antes de levantarme y dirigirme al cuarto del comedor, pero me detuve en seco al llegar a la entrada del dormitorio del Pandora.

Una vocecita que cuchicheaba dentro de mi cabeza me animó a entrar. No era la conocida voz de la bruja que me había creado. Entonces me di cuenta... Yo deseaba entrar ahí.

Hice caso a esa vocecita, a mi vocecita y me interné en aquella habitación hasta llegar a la zona donde se encontraban las figuras.

Me arrodillé para contemplarlas más de cerca. Había cuatro estatuillas en total. Las dos que Pan me había enseñado de Tooh y de Xinta, una de Alder y otra que parecía representar al joven rubio.

Esta última me provocó escalofríos. A pesar de guardar cierto parecido con Pan, se me antojaba un tanto extraña.

Estaba de rodillas con las palmas de sus manos cubriendo sus orejas, parecía muy triste. Escudriñando un poco más la figura logré distinguir unas marcas de garras recorriendo su pecho, en la zona donde se encontraba el corazón de los humanos.

Sentía lástima por aquel Pandora atrapado, si tan solo hubiera alguna forma de liberarlo. De liberarnos.

Volví a la realidad al momento. Yo no debía estar ahí sujetando esas preciadas figuras. Me estaban esperando y tenía una historia que debía ser contada. Una voz que me pedía a gritos poder, al menos, susurrar.

Me encaminé hacia el comedor y, una vez allí, delante de mis anfitriones, le concedí lo poco que conservaba de vida a Pan. Él tomó la libreta, la abrió y comenzó a leer lo que había escrito en ella.

Me concentré en sus facciones y en la forma en que variaban a medida que iba recorriendo cada una de mis respiraciones. Sentía que estaba adentrándose cada vez más en mi alma, que, con cada página, se ataba más fuerte el lazo invisible que nos unía.

Había sido testigo de sus múltiples estados de ánimo. En ocasiones, semejaba sorprendido, para luego torcer el gesto e imitar una expresión de agravio, tristeza, compasión...

Aquel Pandora rubio era un torbellino de emociones, y eso me gustaba.

Finalmente, terminó la intensa lectura y cerró el cuaderno.

—Dahlia.

Mi nombre. Eso había sido lo primero que salió de sus labios nada más conocerme por completo. Un nombre no era más que uno de los distintos adornos de los que estaba compuesta. Tan superficial como el vestido negro que llevaba puesto desde el día en que fui creada.

Sin embargo, si tan poco importaba, ¿por qué me había sonrojado al oírlo salir de él?

«Porque somos seres de la misma especie», pensé.

Ajeno a mis cavilaciones, Pan continuó:

—El jefe de policía, ¿eh? —Alzó una ceja— Será un placer conocer al hombre que destruyó a nuestras madres.

Me sobresalté cuando el Pandora acabó la frase. ¿Se refería a la bruja Xinta? ¿Ella también era una víctima más de ese hombre?

—¿Qué pasa, Pan? —quiso saber Tooh, dejando escapar un destello de curiosidad de sus ojos verdes.

—Después te lo explicaré mejor, Tooh. Alder, ten —añadió el joven rubio, entregándole con cierto cuidado la libreta a su compañero.

Alder no tardó en abrirla y comenzar a leer mi breve biografía, pero no tuve tiempo para detenerme a mirar sus expresiones, ya que Pan me apartó de la mesa y me pidió en un murmurio que hablásemos en privado.

Un instante después, estábamos de vuelta en la ya conocida habitación donde se alojaban las hermosas figuras. El Pandora se sentó cerca de una esquina y se recostó en la pared.

—Es un bonito nombre— fue lo primero que dijo.

Asentí. No sabía muy bien si una afirmación como esa necesitaba una respuesta, pero no soportaba el silencio que amenazaba con cernirse sobre nosotros.

—Ese malnacido acabó con la vida de mi creadora —prosiguió—. Por su culpa, Tooh está sola y yo estoy vivo.

Algo que residía en lo más profundo de mi cuerpo artificial se quebró ante aquellas últimas palabras.

«Pan», quise entonar. Para mí era precioso que estuviese vivo. Me costaba imaginar un mundo en el que no lo tuviera delante de mí, mientras él posaba sus celestes ojos en su rodilla derecha.

Él era el único Pandora al que había conocido en el escaso tiempo que había sido mi vida. Hasta ese momento, me había sentido completamente sola.

Pan tenía las mismas ganas de vivir que yo. Muchas.

El problema era que nosotros dos no podíamos vivir. Tan solo existir, y eso era lo que en verdad temíamos.

—Tooh y Xinta vivían felices sin molestar a nadie —comentó—. Lo único que le importaba a mi ama era la felicidad de aquella niña a la que había encontrado en la calle cuando todavía era un bebé. Sin embargo, las malas lenguas no tardaron en expandirse y el rumor de que era una bruja llegó a oídos de un policía ambicioso.

Al decir esto, apretó el puño con fuerza, como si, en su mente, estuviese dibujando el rostro de un ser maligno, una criatura peor que cualquier demonio.

—Xinta era muy sabia, y en ese entonces ya había comenzado a moldearme. Su único propósito era no dejar a Tooh sola. Sabía muy bien cuál sería su destino si el jefe de policía se enteraba. No obstante, no contaba con enamorarse de uno de sus enemigos. Ese fue su punto débil.

Pan relataba aquella intrigante historia como si la hubiese vivido él mismo, como si estuviese recordando cada rostro, cada momento, cada desgracia que había sufrido su creadora.

—Ese maldito policía le hizo creer que podía fiarse, que él era... diferente. El muy traidor la entregó para poder ascender y convertirse así en el jefe que es ahora. —Hizo una pausa. Logré ver cómo sus nudillos se tornaban blancos debido a la fuerza con la que cerraba el puño—Xinta fue condenada a la hoguera. Por suerte, le dio tiempo de pronunciar un corto hechizo mientras su cuerpo se iba consumiendo a causa de las llamas para trasladar su espíritu a mi cuerpo. Entonces, desperté y mi conciencia me reveló todos mis secretos.

Y yo tenía que exterminar a aquel mentiroso que se ocultaba tras su reputación. Por Vedoira. Y, ahora, también por Pan.

—Lo más duro fue tener que explicarle todo lo que había sucedido a Tooh, pero creo que fue más complicado para ella que para mí —concluyó.

Me acerqué a él, acortando la distancia que nos dividía, y me senté a su lado. Un extraño silencio se meció en el ambiente, aunque esa vez no lo notaba desagradable en absoluto. Era un silencio que decía más que cualquier palabra.

De alguna forma, escuchaba los gritos de Pan, lejanos pero profundos. El recuerdo de la penitente figura se agarró a mi mente y me abrazó con fuerza, tratando de hacerme daño.

Para mi desgracia, lo consiguió.

Antes de permitirme derramar una lágrima de mis ojos llorosos, aquel pobre chico rompió el silencio con otro grito en forma de susurro.

—Tú eres libre, Dahlia. Por eso quiero ayudarte a cumplir con tu misión. No mereces la vida de un Pandora.

Quizá yo no tuviese voz propia, pero Pan no era dueño ni siquiera de su propia alma.

Sin embargo, me daba miedo estar cerca de aquel Pandora. Tenía un presentimiento de que, si permanecía sentada a su lado en aquella habitación, se iba a quebrar por mi culpa.

Con todo, quería ayudarlo también, a él y a los demás.

En aquel mismo instante, viendo a Pan cabizbajo con el rostro apagado, deseé cambiar mi voz y mi conciencia por su libertad, pero sabía que eso no me correspondía a mí.

Debió de notar la amargura que me invadía por dentro, pues a continuación intentó tranquilizarme.

—No te sientas mal, Dahlia. —Tomó mi mano y la estrechó fuerte con la suya— Ahora sé lo que te ha ocurrido, te conozco y no tengo miedo.

Eis kórakas —solté, con una voz que no me pertenecía.

«No, no, no, no».

Una imagen borrosa aterrizó en mi mente de manera abrupta. Lithe.

Mi visión empezó a fallar, parecía que alguien me hubiese vendado los ojos con una tela negra que transparentaba. Todo se volvió sombras.

De pronto, en la habitación estábamos dos Pandoras y una bandada de aves negras que graznaban al tiempo que revoloteaban alrededor de Pan.

La expresión en el semblante del joven rubio estaba marcada por el espanto y la confusión.

«Maldición, maldición. ¡A él no!».

Fue entonces, cuando los cuervos comenzaron a hablar al unísono.

Fuimos llamados por la dama de los cuervos para castigar a aquellos osados que ensucian el mundo con mentiras y engaños. Somos los encargados de la aflicción de los hombres que no son transparentes ni puros, la perdición de las almas que veneran la calumnia y la deshonra.

No podía quedarme quieta observando cómo aquellos pajarracos intentaban sacarle los ojos a Pan con sus afilados picos.

Sin saber muy bien qué hacer para detener aquel sangriento ritual, me puse a dar manotazos, a hacer aspavientos, no sin esfuerzo.

Mi visión era reducida, al igual que el tiempo del que disponía.

«¡Dejadle en paz!».

Y entonces, me di cuenta. Aquellas aves obedecían la voz de la dama de los cuervos, no se manifestarían si no las llamaba primero y no partirían si no las echaba con una orden.

Sin embargo, mi inútil voz no se molestaba en salir. Tan incapaz como yo.

El tiempo se agotaba y los cuervos no tardarían en echarse sobre Pan e iniciar su banquete.

Reuní todas las fuerzas posibles, pero no fueron estas las que me ayudaron, sino un impulso, un estímulo que hizo todo lo posible por escapar del lugar más recóndito y desconocido de mi alma. Allí estaba mi voz.

—¡Largaos! ¡Fuera de aquí! —exclamé.

Las aves me dedicaron unos cuantos aleteos en señal de asombro hasta que, por fin, se disiparon en el etéreo aire. Al fin, la oscura venda se dejó caer y recuperé la visión.

El Pandora de cabellos dorados se hallaba de espaldas al suelo, con las palmas de las manos soportando todo el peso de su cuerpo. Clavó su mirada, incendiada de pavor, en mis pupilas sin vida.

Era un maldito monstruo. ¿Cómo podía...?

Un momento. Si los cuervos se habían presentado en aquel lugar, eso significaba que Pan no había sido sincero. Me...

—Me tienes miedo —dejé escapar, antes de ser consciente de mis propias palabras o de estar hablando.

Él tardó unos instantes en recuperarse. A continuación, se irguió de un salto.

—Dahlia, no es lo que piensas...

Ahí estaba ese ridículo nombre que sonaba tan bien cuando era su voz la que lo pronunciaba, voz que fue interrumpida por la frustración que abandonaba mis labios.

—Si vas a decir otra mentira, será mejor que te calles, Pan. Conmigo ese juego es muy peligroso.

Parecía no haberse acostumbrado a aquel intento de voz que me surgía del abismo al que llamaba alma. No lo culpaba, yo seguía sin creer que era yo quien estaba protestando.

Aquel Pandora rubio se me antojaba un torbellino de emociones, y me estaba empezando a marear.

Él me había mentido. Me temía. Mi existencia suponía un peligro para él. Para todos.

La esbelta silueta de Marlo regresó a mi mente. Lucía honesta, natural... Auténtica.

No me había dado cuenta hasta aquel momento de que las lágrimas trataban de escapar de mi cuerpo, al igual que todos los demás. Todos escaparían de mí, solo era cuestión de tiempo.

No podía permitirme ser débil estando tan sola, así que obligué a mis piernas a correr hacia la salida de aquel cuarto. Ellas me obedecieron, pero una mano gélida detuvo su marchar.

El tacto frío y vacío de Pan. Exactamente idéntico al mío.

¿Por qué no podíamos juntar nuestros pedazos rotos y completarnos el uno al otro?

Como si me hubiese leído el pensamiento, el Pandora me estrechó entre sus brazos con fuerza. Nos fundimos en un abrazo intenso. Un nadie y una nadie transformándose en el todo que necesitaban.

Nos hacíamos tanta falta que podríamos convertirnos en la brisa si llegábamos a soltarnos. Sentía que mis pedazos rotos darían lugar a otros pedacitos y así sucesivamente, hasta que se quebrase mi voz vulnerable.

—Escúchame, Dahlia. Por favor —me suplicó en un murmurio. Decidí callar al notar su aliento en mi oreja haciéndome cosquillas—. Tengo miedo, sí, pero no te tengo miedo.

Aguardé durante unos segundos que me parecieron eternos la llegada de aquellas aves delatando su mentira. Uno, dos y tres. Nada.

Sus palabras estaban llenas de certeza y eso me sosegó bastante.

—Siento no haber sido honesto antes, pero no quería preocuparte. En ocasiones suelo mentirle a Tooh para que no se asuste. Lo cierto es que me temo que le pase algo malo a ella —. Me separó de él para luego posar sus manos en mis hombros y me dedicó una mirada cargada de seguridad—. Eso es todo.

Esa mirada era tan letal como mis cuervos, o más. Conseguía que me sintiese la criatura más horrible sobre la faz de la tierra.

—Lo siento —me disculpé, con la mirada clavada en el suelo—. Soy un monstruo.

Él llevó su mano a mi mentón y levantó mi cabeza, obligándome a prestar atención al océano que dibujaban sus ojos.

—¡Qué suerte la mía! Nunca había conocido a un monstruo con una voz tan bonita.

—¿Hablas en serio? —inquirí, irguiendo el ceño.

—¿Acaso ves a tus amigos con alas por aquí? —se limitó a responder.

Una tímida sonrisa se dibujó en mi pálido semblante. Me agradaba saber que a Pan le parecía bonita mi voz, aunque esta no fuese más que un hilo casi imperceptible. Un intento de voz.

—Al menos ahora podré decirle a Tooh lo fabulosa que es —agregué, manteniendo la misma sonrisa sutil.

De pronto, el joven se dobló sobre sí mismo al tiempo que lanzaba una exclamación ahogada.

—¡Pan! —exclamé para después sostenerlo en brazos antes de que cayera por completo al frío suelo —¿Estás bien?

—Tooh... —contestó en un susurro apenas audible.

—¿Qué pasa con Tooh? —quise saber.

Aunque Pan no tardó en recobrar la compostura y levantarse, mantuvo su mano pegada al pecho.

Sin darme tiempo a reaccionar, me empujó hacia un lado y caminó a paso ligero hacia el comedor. Se le notaba muy preocupado. Definitivamente, algo no andaba bien.

Lo seguí hacia el lugar en el que habíamos dejado hacía apenas unos minutos a Alder y a Tooh. Sentí una punzada de desesperanza cuando solo vi al chico de pelo castaño con expresión de desconcierto.

—Alder, ¡¿dónde está Tooh?! —Las palabras de Pan salían de manera agitada de su boca, tan agitada como su respiración.

—Se acaba de ir corriendo —aseveró el muchacho—. Estaba... llorando. Yo... yo no pude hacer nada. Lo siento mucho, Pan. Soy un completo inútil...

No hacía falta entender las emociones humanas para notar que Alder se estaba ahogando con su propia voz. Quizá sus lágrimas habían inundado todo su ser, incluida su garganta.

—¿A qué te refieres? ¡¿Cómo que se ha ido?! —Pan se mostraba cada vez más alterado y apretaba con más fuerza su puño, posado en la zona de su inexistente corazón.

—Ella quería hablar con Dahlia una vez que yo le hube resumido lo que había escrito en el cuaderno —. Señaló con un gesto de cabeza la libreta que yacía sobre la mesa—. Se dirigió a nuestro dormitorio, pero después... simplemente se escapó.

La cara de Pan era un cúmulo de sentimientos frustrados. Decepción, miedo, negación... No pensé que un rostro podía esconder tantas impresiones.

—Tenemos que encontrarla —musitó.

Sus ojos azules parecían haberse quebrado. Oh, no. Había empezado a romperlo.

Coloqué mi mano derecha sobre su hombro izquierdo.

—La encontraremos —garanticé con determinación.

Y, sin más demora, los tres abandonamos aquel escondrijo para buscar a la pequeña. Solo rezaba por que no le pasara nada malo.

Todavía sentía el aura inquieta de Pan, quien se movía con agilidad por las calles de Eima.

—Será mejor que nos dispersemos —propuso Alder—. Nos resultará más sencillo encontrar a Tooh si cada uno la busca por un sitio distinto.

Pan y yo aprobamos su resolución con una leve inclinación de cabeza. Acto seguido, nos separamos.

Sin tener un rumbo fijo, me vi a mí misma recorrer sola una vez más aquellos angostos callejones.

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