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No cometerás actos impuros

Empezaba a estar cansada del maldito suelo adoquinado que se interponía entre Tooh y yo. No sabía cuánto tiempo llevaba buscando a la pequeña y mi preocupación no hacía más que aumentar.

Agotada, obligué a mi mano a soportar todo el peso de mi cuerpo contra un muro. Tenía que pararme a tomar aire o me desplomaría.

«¿Dónde te has metido, Tooh?».

—¿Dahlia? —La cálida voz de Pan me sacó de mis pensamientos.

Me arrepentí de haber clavado mi mirada en sus ojos azules. Sus mejillas estaban empapadas.

—Lo siento. No la he encontrado —me limité a decir.

—No es culpa tuya.

Me di cuenta de que el Pandora conservaba la mano en su pecho.

—Si yo no hubiese entrado en vuestras vidas, nada de esto estaría pasando. Si... si tan solo no me hubieses conocido...

El muchacho me estrechó con fuerza entre sus brazos. Me sorprendió ese gesto.

—¿Y si he sido moldeado para ti, Dahlia?

—Pan...

—He sido creado por una bruja para proteger a una niña —protestó—. Al menos déjame pensar que he sido moldeado para abrazarte.

Mis brazos lo acogieron con cuidado, temiendo que se fuese a romper en mil pedazos.

—En ese caso, estoy lo suficientemente rota para recomponerte.

Cerré los ojos, permitiendo a mi cabeza descansar sobre el hombro del Pandora. La dama de los cuervos se encargaba de perseguir y condenar las mentiras de los humanos. Sin embargo, se encontraba saboreando la autenticidad del abrazo de un condenado.

Los sentimientos de Pan eran tan reales que casi los podía tocar con mis temblorosos dedos, pero me privé de ello.

«Contrólate o lo romperás».

Me aparté de sus brazos y me atreví a mirarlo fijamente a los ojos. Indagué en lo más profundo de ellos en busca de alguna respuesta, sin éxito.

—¿Quién eres, Pan? —quise saber.

Él bajó la vista al suelo y después me la devolvió a mí.

—No sabes cuántas veces me he hecho esa pregunta. Sigamos buscando, ¿vale?

Tooh. El abrazo había provocado que me olvidase del mundo que me rodeaba.

—¿Estará bien? —inquirí, angustiada.

Pan volvió a llevarse la mano al pecho.

—Mi poder se basa en castigar a quien haga daño a Tooh con el mismo sufrimiento —confesó—. Mientras a Tooh le duela el corazón por mi culpa, a mí me seguirá escociendo inmensamente el pecho.

La seguridad en la mirada del Pandora me dio algo de esperanza. Aunque no me agradase verlo de aquella manera sabía que, mientras Pan siguiese dolido, Tooh todavía estaría con vida.

Era una esperanza a la que debía aferrarme con fervor. Por Tooh y por Pan.

Reanudamos la marcha siguiendo ambos el mismo objetivo. El tiempo jugaba en nuestra contra y no podíamos permitirnos perder un segundo más.

Ya tendríamos tiempo de hablar una vez a salvo en el escondite, si no rompía a Pan antes.

Las palabras de Pan hacían eco en mi mente.

¿Y si he sido moldeado para ti, Dahlia?

Sacudí mi cabeza, tratando de evitar esos pensamientos y el laberinto que formaban dentro de mí.

«Si no me detengo ahora, Pan se quebrará».

Me paré en seco y dejé que mi mano se arrastrase por mi cabeza, acariciando mis cabellos. Empezaba a ver borroso y sentía que me iba a desmayar de un momento a otro.

Tenía voz propia, una guía, un soporte. El Pandora que hacía un momento corría a mi lado no tenía nada, tan solo un alma que no le pertenecía. No pretendía ser injusta con él, pero...

La cálida mano de Pan rozó la mía para después sujetarla con fuerza y arrastrarme con él. Mis preocupaciones se disiparon con su frágil tacto.

Él no sentía que me fuese a romper si me tocaba. Al contrario, si no me sostenía con fuerza, caería a un abismo y me convertiría en mil pedazos.

Me lanzó una mirada decidida, dispuesto a espantar todos mis temores con ella. Parecía que fuese a echarse a llorar de un momento a otro, pero trataba de guardar sus lágrimas para no compartirlas conmigo. ¡Menudo egoísta!

—No te me quedes atrás, Dahlia.

Parecía que me estuviese regañando, pero lo dijo con un tono tan dulce que me sonó a una petición. Una promesa.

Tenía que seguir adelante con él. No me esperaba nada atrás.

—Vas demasiado rápido, Pan. ¡Es difícil seguir tu ritmo! —advertí.

A unos pocos metros de distancia pude discernir la silueta de Alder. Se hallaba observando atentamente en la esquina de la calle.

—¡Alder! —le llamó el Pandora.

Él volteó para vernos y se quedó mirando nuestras manos entrelazadas durante un largo segundo. Entonces, nos mandó bajar la voz.

—Shhh. —Sacó el dedo índice de sus labios para señalar hacia delante.

Dejé escapar una exclamación ahogada. Ahí estaba Tooh, concentrada en un papel que había sido clavado en un poste.

Observé a Pan, que se mordía el labio inferior con cierto nerviosismo y no tardé en adivinar el motivo. Beder y Kast se encontraban a pocos metros de la pequeña, y cada vez se aproximaban más. Podía vislumbrar sus sonrisas desde las sombras del callejón.

Si le hacían algo a Tooh, yo misma les arrancaría los ojos.

—¡Tenemos que sacarla de ahí! —grazné.

—Iremos nosotros, tú quédate aquí —me pidió el Pandora.

Me crucé de brazos.

—¿Y eso por qué? No les tengo miedo, Pan. Ya me enfrenté a ellos una vez.

—Dahlia, ¿no has visto el cartel? —inquirió Alder.

—¿Qué car...? —Fruncí el ceño.

Entonces, me fijé en el papel que observaba Tooh con tanta preocupación. Me estaba mirando a mí.

Apenas podía apreciar cada uno de mis rasgos desde esa distancia, pero sí podía distinguir mi lacio cabello negro y mi moldeado rostro dibujados.

—¿Qué significa eso? —quise saber, mostrando cierto tono de inquietud.

—Significa problemas —respondió Pan.

—Y de los gordos —agregó el otro muchacho.

Pude sentir cómo empezaba a abrirse el espíritu del Pandora. No había tardado demasiado en comenzar a quebrarlo.

Si Tooh estaba mirando ese cartel y aquellos dos maleantes se acercaban a ella con expresión divertida...

Comprendió en ese instante que había puesto en peligro a sus protectores. Kast y Beder se acercaban a Tooh porque habían descubierto su relación con Alder. Mi cara había sido expuesta públicamente para que todo el pueblo supiese que era una Pandora. Era cuestión de tiempo que descubriesen a Pan también y nunca me perdonaría que le hiciesen daño por mi culpa.

Recordé la expresión endurecida del agente Serva cuando pretendía detenerme, la negación de Marlo, que se resistía con fervor.

—No deseo dar problemas —susurré.

«No deseo daros problemas», quise decir en realidad.

—Te aguantas, Dahlia. —El joven rubio apretaba los puños. Sus nudillos se tornaron blancos— Te convertiste en mi problema favorito, ahora atente a las consecuencias.

Era imposible que Pan hubiese pronunciado aquellas palabras sin siquiera conciencia. Lo más seguro era que mi imaginación me estuviese jugando una mala pasada.

De todas formas, me quedé tensa, totalmente petrificada. Mi mente también se imaginó que él se sonrojaba...

—Yo os esperaré aquí —cambié de tema rápidamente—. No dejéis que esos dos se acerquen a Tooh.

Ambos asintieron a la vez. Aproveché ese momento para hundirme en el océano que formaban los ojos de Pan. Xinta se había esmerado moldeándolo, dando forma y color a su profunda mirada para que terminase engulléndome por completo.

Finalmente, los vi marchar hacia la pequeña, que seguía inmersa en aquel papel.

«Ojalá no le pase nada», deseé mientras apretaba con fuerza los puños.

Si le hacían algo esos dos, me las iban a pagar...

Noté el tacto de una mano apretando con fuerza mis labios. Sin embargo, no estaban en contacto con la piel, sino con una suerte de tela que la rodeaba y solo dejaba los dedos al descubierto. Alguien me agarraba por la espalda y me presionaba hacia sí. No tardé en descubrir que se trataba de una mujer por su voz.

—¡Serva, no tenemos todo el día!

Mis ojos se abrieron de par en par al distinguir la silueta del agente aparecer por detrás de mí y a continuación colocarme unos aros en las muñecas.

Me quejé por el dolor que me causaba esa cosa.

Aquel hombre se me quedó observando por un breve instante, tan corto que apenas me di cuenta de que me acababa de colocar un pañuelo en la boca.

—Grilletes y mordaza listos, señorita Doval —anunció.

No fue hasta que dijo esas palabras que la mujer que me sostenía aligeró un poco su abrazo, lo justo para permitirme respirar sin esfuerzo.

—No te quedes ahí parado, ¡llévatela al carro! —exclamó.

El agente Serva me sujetó del brazo con fuerza, como si su vida corriese peligro en caso de soltarme. Poco me importaba su situación, traté de zafarme de él con toda la energía que fui capaz de reunir, pero fue en vano.

Cerca de dónde nos encontrábamos había un carruaje detenido y me dejaron en la parte trasera, atrapada entre unos barrotes.

Entonces, pude ver el rostro de aquella mujer que estaba todavía subiendo al carro.

Llevaba un traje similar al del resto de los guardias. Lo único diferente eran los guantes de sus manos, de los que carecían los pocos que había conocido en la comisaría. Su cabello marrón apenas le rozaba los hombros. Como si sintiese mi mirada puesta en ella, me vio de reojo. Aparté mis ojos de aquel iris azul. Era un azul sin alma, no como el de Pan.

—Vámonos de aquí —ordenó y desapareció tras la madera.

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