TEMA 7. 2. MEDICINA EN LA ÉPOCA ISABELINA: LA MUJER, SER HUMANO IMPERFECTO.
Te adelanto que cuando en el penúltimo tip tratemos el tema de Jacobo I de Inglaterra y la caza de brujas, veremos que se creía que las mujeres eran las eternas tentadoras. El saber científico, por desgracia, iba en esta línea. Los médicos sostenían que la satisfacción erótica era una necesidad biológica de la fémina, al punto de llegar a la voracidad. Los vientres «hambrientos» querían ser llenados y si ignoraban este imperativo natural a la reproducción les generaba terribles desórdenes.
Creían que la histeria era una enfermedad que se originaba en el útero y era responsable de los delirios de posesión diabólica y de otras enfermedades mentales. Unido a esto, los tratados favorecían la actividad sexual siempre que fuera con la intención de procrear, por lo que resultaba difícil separar la parte médica de la teológica. Tanto los religiosos como los médicos hablaban de moderación de la pasión, que la posición más favorable era la del misionero y las desviaciones de esta norma podía tener como consecuencia el nacimiento de hijos deformados o deficientes. Había días, además, en los que debía evitarse toda actividad sexual.
No obstante, este discurso no era nuevo. Las bases ya se habían establecido a lo largo de la Edad Media. Se reducía, por un lado, a lo estipulado por el aristotelismo —la mujer era un hombre incompleto—, y, por otro, a la tesis del galenismo, que creía en la inquietante especificidad del útero, que lo convertía en una fiera salvaje más que en un órgano.
El interés por estudiar la anatomía femenina recién surgió en el siglo XIV. Decía Henri de Mondeville que para que naciese una nueva criatura hacían falta ambos cuerpos, si bien el de la mujer solo era una introversión del masculino. Más de dos siglos después, el médico Ambroise Paré seguía en la misma línea porque creía que la matriz era un órgano específico de la hembra, pero la mujer era la inversa del hombre. En resumen, el discurso científico siempre mostraba un cuerpo femenino incompleto o defectuoso, que justificaba la situación de sometimiento de nuestro género.
La teoría de los temperamentos desarrollada por los textos antiguos y los principios de la fisiología galénica constituían la base del saber. La mujer poseía un temperamento frío y húmedo, tenía órganos espermáticos más fríos y más húmedos que los de los hombres. Como el frío contraía y apretaba eran siempre internos, igual que una flor que por falta de sol nunca podía abrirse, de ahí el disfuncionamiento, la fragilidad y la inestabilidad. El flujo menstrual, inclusive, tenía un misterioso poder maléfico. Por este motivo el cuerpo femenino se definía por su impotencia y por su debilidad y los estudiosos lo colocaban entre el animal y el hombre. La esterilidad era causada por la falta de calor o por un desorden moral y se consideraba una enfermedad típica femenina.
Recién encontró su identidad muchos años después con el discurso de los médicos filósofos, con la deontología de los médicos prácticos y con el saber de las comadronas. Ya no la examinaban como una copia defectuosa del varón, sino como un cuerpo completo y singular. Desde el instante en el que gracias a las disecciones se describía con exactitud el cuerpo interno y externo de la mujer, era absurdo seguir manteniendo que era un error de la naturaleza. Decía François Ranchin que «en el sexo de la hembra hay tanta perfección de su especie como en el macho, y en absoluto debe llamarse a la mujer animal casual, como dicen los bárbaros, sino que es una criatura necesaria e instituida por la naturaleza desde el comienzo por derecho propio».
Después del mito de la mujer truncada se extendió el de la mujer-útero desde el siglo XVI hasta el XIX. También los médicos que rechazaban la imperfección radical creían en una psicología y en una fisiología muy vulnerables, pues la irascibilidad del útero sustituía a la teoría del temperamento húmedo para explicar la inferioridad natural del género femenino. Le atribuían a este órgano sentimientos y comportamientos autónomos: se irritaba frente a estímulos desagradables, se apaciguaba si estaba ante algo agradable. La causa del acceso histérico radicaba en la existencia de un vapor venenoso fomentado por la matriz, que al pasar por las arterias y por las porosidades del cuerpo afectaba a todo el organismo, incluido el cerebro. ¿Qué era la histeria, entonces? La enfermedad de las mujeres sin hombre. Prescribían como tratamiento el matrimonio para las jóvenes afectadas por este mal. Así, del sometimiento de la mujer a su sexo se pasaba al sometimiento de la mujer al varón.
A partir del siglo XVI el médico adquirió un mayor prestigio social y se convirtió en la garantía científica de los valores vigentes en las sociedades patriarcales. Porque estos médicos humanistas definían, también, la función de cada uno de los sexos en la naturaleza y en la sociedad. La práctica médica del día a día optaba por un galenismo matizado de aristotelismo: la mujer contribuía a la generación con la sangre menstrual y con un semen cuya virtud activa era inferior a la del esperma masculino. Así, para que existiera un embarazo eran necesario el semen masculino, el semen femenino y la sangre menstrual.
Desde el siglo XVII, gracias a la investigación biológica, el discurso de los investigadores se apartó del de los médicos prácticos, a los que solo les preocupaba resolver las dificultades cotidianas relativas a la salud. Se rompió con el inmovilismo de diecisiete siglos debido a los descubrimientos científicos. El Nuevo tratado de los órganos genitales de la mujer, escrito por el holandés Regnier de Graaf en 1672, explicaba la teoría ovista. Tanto el inglés Harvey como el danés Stenon terminaron con las bases de la teoría seminista al afirmar que la vida humana tenía origen en un huevo y no en un huevo formado en la matriz por la cocción de los sémenes, sino de un huevo que ya existía en la mujer antes de la unión sexual. El ovismo suponía un peligro para la justificación del sometimiento femenino porque el hombre era rebajado de su categoría y se le despojaba del poder, pues la mujer llevaba por sí sola el germen de la vida. Así, la literatura médica destinada al gran público de hasta mediados del siglo XVIII alertaba de este sistema que atribuía a las féminas casi todo el honor del surgimiento de la vida.
Cuando el alemán Luis de Ham y los holandeses Huygens y Leeuwenhoek descubrieron los espermatozoides, la controversia ovista estaba en lo más alto y los que se oponían se sintieron aliviados. Pero tras un éxito efímero, a fines del siglo XVII la tesis «animalculista», que sostenía que era el varón quien tenía el elemento básico para que se produjera la concepción, chocaba con la duda de los médicos que no admitían que el hombre surgiera del embrión en desarrollo, una especie de «gusano».
De este modo, incluso a fines del siglo XVIII, había médicos que seguían apegados al sistema hipocrático seminista, que era el único que se adecuaba a la perfección a la definición burguesa del matrimonio cristiano: la procreación era el resultado de tres elementos, siendo el más importante el aportado por el hombre.
Según las teorías seministas de Hipócrates y de Galeno, la fecundación era un combate entre el semen del hombre y el de la mujer. Si prevalecía el femenino nacía una niña, si prevalecía el del varón, un niño. El elemento femenino era fino y débil, el masculino cálido y robusto. La formación de una niña se achacaba a la mediocre sangre menstrual o a la mala temperatura de la matriz o a que se situaba del lado izquierdo del útero, que transformaba el grano humano en cizaña. El saber médico entendía el deseo de las familias de generar varones porque engendrar una hija significaba engendrar una fuente de complicaciones. Por eso, daban consejos para ayudar a que nacieran niños.
Decía Ambroise Paré que la causa más frecuente de esterilidad radicaba en el poco placer que tenía la mujer durante el acto sexual, ya que no producía ningún semen y rechazaba el esperma masculino debido a la crispación del orificio uterino. Por eso los padres que casaban a sus hijas sin su consentimiento eran culpables a los ojos de la naturaleza. Sin embargo, no se trataba de una preocupación por la situación de las jóvenes, sino de un problema de natalidad. El tema del placer tenía consecuencias que llegaban, incluso, hasta el sistema penal porque si una mujer había quedado embarazada después de una violación entendían que había disfrutado y se le denegaba la reparación. Si no se había preñado consideraban que la matriz permanecía cerrada y sin el consentimiento del corazón, por lo que la virginidad moral quedaba intacta.
La ciencia y la tecnología han demostrado que la idea de inferioridad biológica solo respondía a una misoginia generalizada.
Si deseas profundizar más puedes leer:
📚Historia de las mujeres. Del Renacimiento a la Edad Moderna. Tomo 3, bajo la dirección de George Duby y Michelle Perrot. Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, 2018. Lee el artículo titulado El cuerpo, apariencia y sexualidad, de Sara F. Matthews Grieco, páginas 98 a 121. También El discurso de la medicina y de la ciencia, de Evelyne Berriot-Salvadore, páginas 385 a 431.
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