Los regalos de la reina
Creí que podría soportar volver a vivir sin ti, pero ahora que te he visto y escuchado me encuentro perdido otra vez, mi bella loreley me ha hecho preso de esos ojos brillantes cual flamas.
Reina Carolina, aun con tu rechazo, has impregnado mi alma de ti. Como la gran hechicera que eres, me has hecho caer rendido a tus encantos. Me has dejado tan vulnerable y expuesto, que si pudiera morir por ti, moriría mil veces.
Sé que un simple arreglo de flores no bastara para calmar la ira de mi amada diosa, ni para ablandar ese férreo corazón, aun así, esperó algún día te apiades de mi alma y me ahorres el martirio.
No pude seguir leyendo, pues la cólera me invadía, terminé arrugando y tirando aquellas hojas sin más.
Definitivamente había usado a un tercero sin relación con su nación o la mía: nadie en su sano juicio aceptaría un encargo de él o su gente.
-¿De quién era, su majestad?
-Nadie que importe. Por favor, haz que tiren ese arreglo.
Sin ni una palabra, Misael tomó el estorboso arreglo e hizo que sus hombres se deshicieran de él.
-¿Cómo gusta que proceda con la situación, mi reina?
-No podemos cerrar el pase a los presentes que envíen, se vería como una ofensa el no dar una buena explicación. Sin embargo, me puedo tomar el derecho de mandar a la basura un regalo anónimo con la intención de cortejarme.
Pronto abandonaron la habitación, quedándome sola nuevamente. No importa, de todas formas tengo que seguir con el trabajo.
Realmente me costaba concentrarme con el ruido que hacían mis pensamientos, pero el camino aún era largo y tengo que darle seguimiento a las investigaciones que he incentivado.
La noche llego más rápido de lo que esperaba y aun así, sentía que la energía se había visto drenada de mí ser.
El mes que le siguió fue aún más agotador. Todos los días al amanecer se encontraba un nuevo regalo sobre mi escritorio, cada uno más ostentoso que el anterior, acompañados con una carta de esa letra tan inconfundible y prolija que hacia mi sangre hervir.
Pronto los rumores de que un misterioso caballero quería hacerse con el amor de la reina se expandieron por todo el reino, tal cual como la tinta se expandía sobre mi escritorio.
Tras el rumor, los regalos e intentos de cortejarme a la distancia aumentaron. Revistas extranjeras hablaban de la cautivadora belleza eterna de la reina de un país que cayó en desgracia.
Toda esa atención disminuyo hasta que me promulgue ante ello, anunciando que era sofocante tanta atención cuando solo quería recobrar un poco de la antigua gloria de mi nación.
-Su majestad ¿Se encuentra bien?
Levante mi vista de los reportes sobre la energía que había encargado desde hacía mucho tiempo.
-Estoy bien Adamaris.
-Se nota cansada, recuerde que su salud, es la salud del reino.
-Tranquila ¿Qué es lo peor que puede pasarme? No puedo ni envejecer.
-¿Sigue molesta por los artículos, su majestad?
-Para nada, solo me encuentro un poco fastidiada de la situación- La observe detenidamente, parecía realmente angustiada por lo que sea que tuviera que decirme- ¿Qué ocurre?
-No es nada su majestad.
Su mirada se desviaba hacia la puerta, como si simplemente quisiera escapar. Pero la conocía, si la dejaba ir así como si nada, duraría toda la semana tensa y de mal humor: lo último que necesito es que la persona que más tiempo pase a mi lado este de malas durante días.
-Sabes que puedes contármelo, así que dilo.
-Ha llegado una nueva carta, acompañada con un ramo de rosas y lirios.
Deje caer mi rostro sobre una mano, con la otra hice un ademan indicando que lo trajeran.
Un espléndido ramo de rosas rosadas y lirios blancos fue ingresado a mi oficina. Era realmente hermoso, pero ya sabía quién era el dueño del presente incluso antes de abrir la carta, la cual fue entregada con pavor en mis manos.
Inexpresiva abrí aquel sobre café con dorado, el cual para mi sorpresa solo contenía una hoja, en vez de esas extensas cartas que se demoraban varias páginas para terminar en la basura.
Lamento haberte importunado con mis regalos, aunque debo admitir que fue divertido ver como otros nobles trataban de competir conmigo aun cuando no sabían de quien se trataba.
Te prometo, mi amada reina, que tratare de contener el impulso de escribirle a diario, le juro que bajare la frecuencia de mis presentes, si es que eso la complace.
Tras leer las pocas letras de la carta, sonreí calmada mientras tiraba aquella carta.
-Tiren ese ramo, por favor. Adamaris, no tienes de nada que preocuparte, esta racha esta por acabar.
-Sí, su majestad.- nuevamente se miraba incomoda, probablemente le falten algunas vacaciones. Tras un breve momento de silencio, por fin pudo hablar, como si lo que sea que fuera a decir finalmente se había desatorado- Carolina, sé que se encuentra trabajando, pero ya es hora de la junta sobre la investigación de la energía.
Fui precisamente yo quien ordeno la investigación y terminare siendo quien llegue tarde.
Caminamos lo más rápido que pudimos, antes de entrar se notaba el bullicio que se había apoderado de la sala, una ferviente discusión se había desatado, dando la atmósfera de que se tratarse de una batalla campal; aun así, la paz se fue frogando de a poco, conforme más personas notaban mi presencia.
Lamentablemente, solo duro una hora.
El tema se había desviado a las mujeres con tres meses de gestación, todo ese ruido comenzaba a darme dolor de cabeza.
Tenía ambas manos presionando mi sien, esto era agobiante.
El grupo de concejales estaba planeando invitar a Víctor al palacio, mientras sugerían que fuese más dulce con el príncipe de la calamidad y nadie se había tomado la molestia de informarme de dichos planes
-Mi señora, es usted muy joven: está a la edad perfecta para buscar pareja, no le haría daño ser un poco más... indulgente con el príncipe.
Voltee a ver aquél señor de edad avanzada, ¿realmente está sugiriendo que sea más dócil con un traidor?
Pronto no tardó en sumarse un concejal más.
-No sería extraño promover un matrimonio político, cientos de conflictos se han resuelto a lo largo de la historia humana.
-¿Acaso están locos? Eso pudiera ser con alguien sin acceso directo al trono, ella es nuestra reina. Quien sea su marido, tendrá en la palma de la mano al reino entero.
Añadió un joven concejal detractor de la propuesta.
-¿Y de qué sirve un reino sin futuro? Ella nos compró algo de tiempo para remediar la situación, pero no somos inmortales. Además, no sería la primera portadora de vida que se case con el de la muerte, es casi una tradición.
Misael aclaró su garganta para tomar la voz y hacer algo de paz en aquella junta que se había vuelto un caos.
-Damas y caballeros, les recuerdo que en primer lugar, estamos en esta situación por culpa de ese y otros cuántos traidores, pero principalmente de él. Los antiguos reyes lo recibieron como un hijo más de la nación y ese mal nacido acabó con el 60% de los habitantes, imaginen el alcance que tendrá en una posición de rey.
Tras un breve momento de silencio, empezaron los murmullos por lo bajo.
Frustrada, por fin tomé la palabra.
-Será invitado como ustedes sugieren, más no planeo regalarle el trono que pertenece a nuestro legítimo Príncipe, ni a él, ni a nadie.
-Su majestad ¿Qué pasará entonces con el reino?
-Trataré de apaciguar los viejos rencores, pero no me casaré con nadie hasta el día que el príncipe Dereck despierte, cuando por fin tenga la posibilidad de dejar el cargo.
Se notaba el desacuerdo de una gran parte de ellos, pero nadie se atrevía a contradecirme.
Quizá si era algo egoísta de mi parte el negarme pensar en un matrimonio arreglado, pero no es solo mi vida la que estaría a la venta. No puedo, ni quiero dejar la vida de mi pueblo y sobre todo, de mi hermano en manos de alguien más.
-Pasemos a lo que realmente veníamos. ¿Cómo van con el asunto de la energía? por favor, sean breves.
-Tenemos algo de avance descifrando las máquinas que usaban los antiguos. Hemos hecho un modelo a escala que ha estado funcionando bastante bien, pero tenemos problemas con los fondos y...
-Bien, que inicien cuanto antes con la de tamaño estándar, no podemos seguir teniendo a la gente a base de velas. Dejaremos esta reunión por hoy.
En cuanto crucé la puerta, note que Misael me había seguido el paso, tratando de escoltarme.
-¿Qué se le ofrece, capitán?
Pregunté sin perder el tiempo, quería alejarme lo antes posible de la sala de reuniones, antes de ser nuevamente abordada para hablar sobre la posibilidad de que tomara un marido.
-Su majestad ha estado muy estresada y considerando que aún no he usado el permiso que me concedió para escoltarla de paseo por el cuartel, estaba pensando en llevarla para que se relaje un rato.
-Lo lamento Misael, pero hoy tengo una cita con alguien muy importante.
Nos detuvimos en la sala donde aguardaban mi presencia. Le pedí a una de las damas del palacio avisara de mi presencia.
-¿Puedo saber quién es el afortunado?
-Mi hermano.
Cuando las puertas se abrieron, por fin lo pude ver.
Los ojos de mi hermano eran tan radiantes como el sol, aunque cuando lo vi correr hacia Misael me sentí un poco herida.
-¡Capitán! ¿Ha venido a jugar conmigo?
-Joven Julio, es un gusto verlo. Pero ¿No cree que primero debería saludar a la hermosa dama a mi lado?
Volteo a verme como si apenas notara que estaba ahí, entonces corrió a abrazarme.
-Qué bueno que vienes a verme Carolina.
Revolví ligeramente su cabello.
Había crecido tanto que apenas podía creerlo.
-Que grande estás, Julio. A este ritmo, no pasará mucho para que me alcances.
Misael sonrió antes de hacer una reverencia para salir.
-¿Ya te vas?
-Lo siento, pero alguien tiene que mantener en línea a los novatos. Pero prometo que iré a verte más tarde.
-¿Desde cuándo se conocen ustedes dos?
-¿Bromeas? ¿Quién no lo conoce? Es la persona más genial del reino, cuando crezca seré como él.
-Tienes razón, el capitán es increíble.
Cedí ante su emoción y le sonreí.
Misael aclaró su garganta, tratando de quitarse el leve sonrojo en su rostro.
-Bueno, me retiro, no quiero importunar en una reunión familiar.
Julio se miraba realmente decepcionado de la partida del capitán, aun así no tardo en volver a lucir tan alegre como antes.
-Estos pasteles son deliciosos.
Exclamo entusiasmado.
Aunque no le podía dedicar tanto tiempo como me gustaría, me llenaba de paz los pequeños momentos así, se sentía como una familia más normal de lo que éramos.
-¿Cómo te está yendo en la escuela, Julio?
Tras aquella pregunta frunció el ceño como si algo le molestase, quizá estaba desatendiendo a mi hermano más de lo que pensaba.
-Mi compañero Frey me ha estado molestando, dice que su hermano se va a casar contigo porque has tirado los regalos de otro chico y los de él no.
Mi pequeño hermano estaba colérico a sus doce años, no pude evitar notar como se parecía a papá cuando no quería que los chicos se me acercaran. Eso me mataba de risa, pero a Julio no le causaba gracia.
Ahora era un niño que aparentaba ser mucho más grande y serio con su coraje, cruzado de brazos a causa de su disgusto. Para mí no podía verse más tierno, con su puchero y esas tiernas chapetas que tenía.
-Perdón.
Al oír eso había dejado de cruzar sus brazos, totalmente enfocado en una pregunta que irradiaba en su rostro.
-¿Te casaras con él?
-Para nada, ni siquiera sé quién es el hermano de tu amigo Frey.
-Frey no es mi amigo, es mi rival.
Él tenía una sonrisa burlona en sus labios, parecía muy orgulloso de ello.
-Hermanito ¿Tendrías algún problema si tu hermana se tuviera que casar?
-No, mientras no sea el hermano de Frey. Tiene que ser alguien genial, como el capitán ¿Te imaginas? poder decir que eres familia del capitán de la guardia real.
-No cualquiera puede decir que es familia de la reina.
-No es lo mismo, tú eres tú.
-¿Y eso que quiere decir, jovencito?
-Toda la vida has sido mi hermana, quien se case contigo será alguien nuevo en la familia.
-A todo esto ¿Porque tanto entusiasmo con Misael?
Julio volteo a ver a la señorita que se encontraba sentada a lo lejos de la sala, acercándose con cautela, como si lo que estaba por decir fuera un secreto de estado.
-Me quiero unir a la guardia real.
Susurro en mi oído.
-Aun te faltan varios años para que te puedas postular.
-Sí, pero tengo mucha competencia, solo aceptan a los mejores.
Luego de unas cuantas horas más la nana de Julio vino por él, ya era algo tarde, seguramente ya era su hora de dormir.
Sin él aquí no hacía mucho sentido que me quedase.
Camine apacible por aquellos pasillos oscuros y serenos, el palacio era hermoso inclusive de noche, era una verdadera lástima que no se pidiera apreciar a diario.
Finalmente había llegado a mi habitación, sintiéndome congelada justo al frente de la puerta. Era este el sentimiento de los autores al enfrentarse a la hoja en blanco, pues sabía muy bien que al cruzar por esa puerta tenía que encargarme de la carta hacia Víctor.
En un aliento de valentía, abrí la puerta y me dirijo a mi escritorio, con pluma y papel en mano. Aun así, las palabras no fluían, al menos no las que necesitaba.
Había tantas cosas que quería decir y reclamar, pero no era la forma, mucho menos en una carta que estaba destinada a traerlo de vuelta al reino.
-Víctor, Víctor, Víctor... ¿Porque siempre me pones las cosas tan difíciles?
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