8. Tristeza
Tristeza
Podía sentir su mirada en mi cuerpo, deslizándose sobre la piel de mi cuello, bajando por mis pechos, deteniéndose en mis pezones erectos.
Pasé una mano por encima de ellos y cerré los ojos, deleitándome con la expresión de esos ojos oscuros, imaginando qué era lo que estaría pasando por su cabeza. Me acaricié y se me escapó un suspiro por entre los labios abiertos. Mi pulgar y mi índice presionaron esos pequeños cúmulos y siseé, preguntándome cómo sería que sus dientes los presionaran.
No me sorprendía quererlo rudo y salvaje. Me gustaba sentir un instante de dolor antes de sentir el más crudo placer. Me gustaba que me tomaran con firmeza, que me amasaran contra dos superficies duras y que la lengua solo allanara el camino antes de que llegaran los mordiscos y las uñas.
Estiré la cabeza hacia atrás. Me cayó lánguida sobre la almohada y gemí despacio, para que no me escuchara. Mis ojos conectaron con un punto en el techo blanco de mi habitación y me mordí la lengua en el momento en que abrí mis llenos muslos hasta que me tiraron los músculos. Estaba empapada, ya lo sabía. Lo único que hacía falta era que él pasara esa lengua caliente por ahí y barriera todo el líquido que había ocasionado... Antes de devorarme, mordisquearme.
Pero Caden no estaba ahí. No estaba viéndome realmente. Él no podía tocarme y los dos lo sabíamos y yo ya estaba cansada de fingir que no me gustaba, que no me volvía loca, caliente y pesada. Aceptar que quería que me hiciera cogiera fuerte, que me hiciera acabar una y otra vez, solo hacía que detestara esa noción de que lo nuestro era un pecado, sobre todo porque no era un pecado para mí.
Deslicé un dedo en mi interior y volví a gemir. Lo sentí pequeño, tímido, y no tardé en sumar otro y otro, hasta sentir que mi cuerpo ardía y mi alma estallaba en llamas. Moví las caderas hacia arriba, las presioné contra mi mano y mi pulgar se enroscó en el haz de nervios que potenció toda esa pantomima.
Me moví, con un deseo enfermizo, aplastando la espalda contra la cama, con el corazón martillándome, la respiración irregular, pensando que así me aplastaría Caden si fuese él es que estuviera en mi interior. Un estallido se desató con ese último anhelo, mi mente se puso en blanco. Enrosqué los dedos de los pies, un escalofrío me recorrió desde las puntas hasta el último mi último cabello. Solté una exhalación mezclada con un grito y solté el pecho que me estuve pellizcando para taparme la boca, con la vaga idea de que nadie debería escucharme.
A duras penas logré contenerlo. Me derrumbé sobre las almohadas y desfallecí entre las sábanas. Estaba agotada y satisfecha, incapaz de moverme siquiera para cerciorarme que no hubiese nadie detrás de la puerta o cerca a mi pasillo que pudiese haberme escuchado. Una parte de mí, en realidad, deseó que lo hubiese hecho. Quizás, así él vendría por mí. Abriría la puerta y estaría encima de mi cuerpo desnudo replicando mis delirios.
Otra parte de mi me dijo que eso nunca sería suficiente si seguía deseando tener el calor de su cuerpo contra el mío, que esperaba con ansías ser la mujer que le quitara el celibato obligado. Que necesitaba ser yo quién le diera ese el goce que tanto estuvo anhelando.
Y así, todo ese placer que me había dejado satisfecha, me supo a poco.
No salí de mi habitación ni ese día, ni el siguiente, ni el siguiente. Salvo, claro, para ir al baño y espiar fuera de mi pasillo.
No tenía la fuerza de voluntad para cruzarme con Caden después de lo que nos dijimos, de las miradas que nos echamos y, sobre todo, de la forma en la que me calmaba cada noche pensando en él. Verlo sería me haría reflejar mis fantasías entre nosotros. No podría dejar de darles vueltas, querría ponerlas en práctica y no podría evitar que mi cuerpo se moviera hacia el suyo.
Me recluí, pero él tampoco vino a buscarme y la certeza de que estaba sufriendo lo mismo que yo no ayudó para nada a cortar con esa necesidad. Él mismo lo dijo, que necesitaba espacio. Y me lo daba porque probablemente estaba extendiendo la lista de cosas que quería hacerme.
Yo tenía mi propia lista, que incluía paredes, la mesa del escritorio y del comedor y por supuesto su cama y las butacas que tenía en su habitación. La casa era tan grande que todo lo que conocía se convirtió en una posible superficie para que me hiciera suya. E incluirlas en mis fantasías, así como qué debía pedirle que hiciera con esa boca llena, hermosa y suave, y esos dedos largos, no volvió a parecerme demasiado.
Siguió pareciéndome poco incluso cuando cumplí mi primera semana en la casa y me animé, finalmente, a salir de mi pasillo. El silencio en la casa era abismal, como si Caden estuviese dormido, o muerto, tal vez, y como si a todo ese mundo le importara un carajo que yo ya hubiese pasado siete días encerrada de forma injusta.
No había ningún cambio en el ambiente y no sé porqué esperé un reconocimiento de su parte, cuando ni siquiera podía darme ropa que me gustara o me fuera cómoda. Después de todo, incluso, me había sacado todo lo que era mío, excepto por el collar de mi abuela y mis botas, que dejé en la habitación, puesto me había acostumbrado a andar descalza.
Bajé a la biblioteca y me asomé por el marco de la puerta antes de entrar. Caden no estaba ahí, así que busqué un libro interesante que pudiese entretenerme y apartarme de mis necesidades pecaminosas y también de la tristeza que ese día me embargaba y me imposibilitaba quedarme encerrada en el cuarto.
Sí, después de toda la ira que sentí los primeros días, ahora solo me sentía triste. Extrañaba a mi casa, extrañaba a mi mamá. Más que nunca extrañaba a mi abuela y estaba cansada de mirar el ejemplar de Alicia en el país de las maravillas y recordar que ese no era el mío.
Para esa altura, todo el mundo en el mundo real debía saber que yo no estaba. Eso, si al menos mi caso se había viralizado. Me apenaba constantemente la idea de que estuvieran buscándome y que mamá estuviese completamente sola enfrentándose a algo como esto. Debía pensar que mi destino era mucho más trágico que estar encerrada en una mansión con un tipo que estaba buenísimo y con buena comida. Incluso peor que el que la casa me hubiese quitado todo lo que me pertenecía.
Me senté en la glorieta a leer un antología de viejos cuentos populares, como Blancanieves, La Cenicienta, La bella y la bestia y otros, deteniéndome sobre la idea de que quizás estaba siendo sobre dramática, porque en verdad había gente que la pasaba peor que yo. Aunque estuve enojada y rompí todo porque me quitaron mi libertad y mi identidad, no estaba muerta, tirada en algún lado, después de que alguien me profanara, como tantas otras. No, mi única preocupación era qué haría para evitar cogerme a un tipo de más de cien años de edad y qué haría cuando esos seis meses se acabaran.
Sacudí la cabeza, consciente de que estaba minimizando de igual manera las cosas que a mí me importaban. En dos días, sería la última entrevista para el trabajo que había soñado y que estaba a punto de darme un gran futuro ligado a mi carrera. Sabía que iba a entrar, puesto que era la única candidata. Sabía que me daría una paga similar a la cafetería donde ya trabajaba, pero tenía todas las oportunidades para ascender, para quedarme y ganar más.
Mi futuro entero dependía de ese trabajo. Pude postularme debido a mis buenas notas y a mi gran desempeño, a no haber dormido varias noches por presentar grandes trabajos o haber estudiado sin parpadear. No existiría otra oportunidad el próximo año, cuando esas plazas estuviesen ocupadas por esa gente que fingía ser amable conmigo porque ellos lo tenían todo y yo nada.
Apreté los dientes y negué. No. Aunque hubiese gente que la estuviese pasando peor, aunque era real su sufrimiento, yo tenía suficiente con el mío.
Leí un montón de tiempo, pero mi mente iba dando saltos entre el texto, los cuentos con esas princesas desgraciadas, y las cosas que había perdido en el mundo real. Todas ellas tenían vidas terribles, pero luego algo mágico y sobrenatural les ocurría y sus vidas cambiaban para siempre. En todos los sentidos posibles: si el príncipe no las salvaba, morían.
Levanté la vista hacia la Casa, pensando en cómo Caden parecía el príncipe de un cuento y yo una de esas princesas en desgracia, pero dudaba que el pudiese salvarme de algo cuando ni siquiera podía salvarse a sí mismo. Él incluso sugirió que su muerte estaba cerca y no supe qué pensar cuando me embargó de nuevo una oleada de tristeza, pero que no tenía nada que ver conmigo y con lo que perdí fuera de ese universo.
Cerré el libro cuando llegué a la conclusión de que era exagerado. Él tuvo tiempo suficiente para disculparse. Y aunque yo no lo conocía demasiado, podía ver que estaba realmente arrepentido. ¿No era demasiado darle una condena que superaba la cadena perpetua por lo que hizo? Aunque no justificaba sus acciones, porque fue un completo asno, una mierda de hombre, como tantos como los que me había cruzado, estar cien años pidiendo perdón para luego morir sin más, me parecía muy cruel.
Salvo, pensé luego, cuando dejé el libro sobre el asiento que estaba dentro de la glorieta, que él hubiese hecho más daño del que me había dicho.
Me planteé preguntárselo, pero no creía que fuese lindo caer en su cuarto después de días de no verlo, días de tocarme pensando en él, solo para preguntarle qué era lo que le había hecho a esa mujer. Luego, llegué a la conclusión de nuevo de que, quizás, era mejor para mi no saberlo.
Dejé la glorieta y caminé hacia el Jardín Este, donde estaba el laberinto de setos bajos, ignorando a propósito el hecho de que no quería saber qué fue lo que él hizo porque no quería sentirme culpable por fantasear con él, por desearlo.
Pasé mis dedos por las hojas de los setos y por las flores que adornaban el laberinto. Era la primera vez que lo recorría y me entretuve dando vueltas y buscando la salida, aunque todo el tiempo pudiese ver el otro lado. Llegué al centro, donde había una fuente de agua circular, y me sorprendí al encontrar el fondo llenísimo de monedas.
—Caden —dije, apenas moviendo los labios.
Aunque las monedas no estaban oxidadas y parecían estar bajo el agua solo desde hacia minutos, era obvio que estaban ahí desde hacia décadas. Se apelotonaban las unas con las otras formando montones irregulares en el fondo de cerámica pintada de la fuente.
Me sorprendió también que la Casa no las hubiese borrado de la faz de la existencia cada vez que el día se reiniciaba, pero ese sentimiento fue suplantado por una oleada de ternura que me obligó a no tomar ninguna, ni siquiera para verla.
Eran sus deseos. Esa fuente cargaba con un siglo de sueños, súplicas y deseos.
Levanté la cabeza hacia la Casa y di un respingo al ver a Caden apoyado contra las adornadas barandillas de un balcón. Tenía la camisa casi abierta, las mangas dobladas encima de los codos y las manos juntas mientras todo su cuerpo de inclinaba hacia abajo. Sus ojos, estaban fijo en mí.
No supe hacia cuánto me estaba mirando. Era probable que llevase largo rato, mientras yo recorría el laberinto. Tampoco supe cómo reaccionar después de no verlo por tantos días. Lo único que se me ocurrió fue levantar la mano y agitarla brevemente a modo de saludo.
Caden levantó un codo de la barandilla y también me saludó, pero automáticamente abandonó el balcón y se metió dentro. Recién ahí me di cuenta de que era su habitación y que él podía disfrutar del aire del jardín, por muy estático que este fuera, sin tener que salir de su cuarto.
—Bah, debí elegir una mejor habitación —mascullé, marchando hacia la salida del jardín y paseando la vista por la fachada de la casa, captando otros balcones que debían pertenecer a habitaciones en suite como la suya.
No me detuve sobre la idea de nosotros, desnudos, contra esa barandilla donde estuvo apoyado.
Ingresé a la Casa por las puertas dobles que conducían a la cocina, al comedor y al gran salón, pero me detuve al notar la otra puerta que daba a la de la cocina. La abrí de un sopetón y me encontré, después de un vestíbulo diminuto como el que había en la habitación de Caden, con un cuarto de tamaño similar al mío, con dos camas individuales muy sencillas y otras dos puertitas al fondo. Una era un armario, la otra, un baño un poco más pequeño que el que yo tenía acceso, pero de bastante buen tamaño
—Una habitación de empleados —supuse, con la curiosidad bullendo al fin por mi cuerpo. Salí y me metí por otra puerta que había en el pasillo ancho justo antes del arco que llevaba al salón. Hallé un pasillo que debía haber sido sumamente oscuro de no ser por las lámparas que colgaban de las paredes. Ahí, encontré dos habitaciones más pequeñas, que debieron pertenecer a empleados de menor calaña del que hubiese ocupado la primera.
Ese pasillo terminó en otro, justo por donde estaba la otra salida al Jardín Este, a pasos de la biblioteca. Frente a mí, con ventanas a los jardines, hallé otra habitación, con un vestíbulo de bienvenida y armarios más grandes, así como un baño privado de buen tamaño.
—Tadeus debió haber elegido esta habitación —solté, sin saber con quién hablaba—. Tiene de todo, linda vista y está junto a la biblioteca.
Volví al gran salón y de ahí me fui al primer piso, a buscar justamente la que había sido su habitación. Tadeus tuvo una gigantesca en el centro de la casa. Pude verla en la visita guiada, pero no explorarla tan en crudo como debía estar ahora, como se supone que estaba cuando Caden fue atrapado en esa dimensión. Por lo que había visto de afuera, también tenía un lindo balcón y este le ganaba en tamaño al de su hermano.
Sus aposentos, como hubiese quedado mejor decirlo, estaba compuesto por un pasillo privado, un vestidor amplio y un baño enorme que tenía puertas hacia el pasillo, el vestidor y hacia el cuarto, a la vez, lo cuál me parecía alucinante.
Abrí todas las puertas y me sentí como si diera vueltas por un laberinto real. Su cama, como era lógico, era más fabulosa que la mía y pequé un salto enorme encima, pensando que era un pecado no poder incluir en mi infografía datos irrelevantes como esos, como que el colchón era durísimo y que Tadeus debía tener torticolis todas las mañanas.
Fui hasta el baño y, como recordaba de hacia una semana en la visita, me encontré con la bañera gigante que había en el centro del cuarto. La habitación en sí era casi tan grande como mi propia habitación y en la bañera seguro entraban como cuatro personas a la vez. No era de metal, sino que estaba construida con cemento alisado y cerámicas elaboradas. Era como un jacuzzi, como una piscina.
—En verdad, me sorprende que conservaran un laberinto de setos super random en el jardín y no construyeran una piscina de verdad —le dije, esta vez a la Casa—. Seguro hubo días más calurosos que este, como siempre cada verano en Victoria Avery. Si yo hubiese vivido aquí, me hubiese desecho de todos esos setos y hubiese construido una piscina gigante. Viviría dentro del agua.
Pero tenía esa mini piscina. Obvio no podría nadar, pero podría entretenerme con el agua ahí.
Dejé el cuarto de Tadeus, a pesar de mis cavilaciones, y volví al salón con paso lento, considerando mudarme ahí, porque era un lugar muchísimo más interesante que mi propio lecho. También pensé que, si me quedaban al menos seis meses en ese lugar, podría cambiarme de habitación tantas veces como se me ocurrieran. Total, ¿qué me diría Caden?
Entre a la biblioteca mirando el suelo, pensando en encontrar información sobre quién construyó la casa y si había seguido los deseos de los padres de los hermanos Caden, si ese cuarto siempre había sido de Tadeus, como si todavía tuviese que entregar esa monografía.
Agarré cualquier libro de los estantes, sabiendo que la Casa comprendería lo que buscara sin que lo pidiera, y cuando me giré hacia el otro lado, hacia donde estaba el hogar y un espejo que lo decoraba, pegué un grito.
Solté el libro y retrocedí hasta darme de bruces con la estantería. Me golpeé duro los hombros y la cadera con los estantes, pero el terror ahogó en principio todos mis sentidos. Una sombra iba y venía por el reflejo. Tenía forma de persona y por momentos se volvía más sólida. Por momentos, se alejaba del espejo, se acercaba a mí.
Grité más fuerte y traté de salir de ahí. Trastabillé hacia la entrada de la biblioteca y mis deditos se golpearon con el marco de la puerta. El alarido que salió de mis labios fue sofocado por el pecho de Caden contra mi cara.
Sus brazos me rodearon cuando las lágrimas brotaron de mis ojos y me abrazó sin dudarlo, preguntándome qué sucedía.
Entre el dolor y el terror, me agaché para agarrarme el pie descalzo.
—¡Vi... un fantasma! —logré decir. No hacia falta que señalara al interior de la biblioteca. Caden dirigió sus ojos hacia ella—. Ay, la puta madre.
Me parecía bien que la casa fuese mágica, que se ordenara sola, que cocinara, bla, bla, bla. Pero fantasmas no, los fantasmas eran algo que no podía tolerar. Cuando el dolor me dio un segundo para pensar, me zafé de los brazos de Caden y corrí —bueno, rengué lloriqueando—lejos por el salón, casi hasta llegar a la puerta de entrada. Bajé los escalones del vestíbulo y solo no salí a la calle porque me acordé que fuera estaba ese universo vacío, con fachadas de casas antiguas que, si se podía ingresar a ellas, estaban tan encantadas como esta. No me hicieron sentir nada segura.
Caden había desaparecido dentro de la biblioteca, pero salió un minuto después y camino hasta mi sin sorpresa en el rostro y con una calma absoluta.
—¿Te lastimaste? —me preguntó, deteniéndose en la entrada del salón. Se refería a mis dedos. Los sentía magullados, calientes y dolían como la mierda, pero se pasaría. Que hubiese fantasmas no se pasaría.
—¿Qué fue eso? —casi que chillé.
Caden apretó los labios.
—Son r+eplicas.
De todas las respuestas ilógicas que esperaba, esa era la que menos sentido tenía.
—¿Qué?
—Réplicas —simplificó él, con un encogimiento de hombros—. Del mundo real. No viste un fantasma, sino que es alguien real, una persona viva, en el otro lado.
Lo miré con los ojos como platos. No me salió nada de la boca abierta. Caden solo me señaló que lo siguiera a la sala de estar.
—A veces, parece que ambos mundos se acercan demasiado y puedes ver las siluetas, las sombras, de las personas que siguen su curso —explicó, pidiéndome que me sentara. Lo hice, porque todavía me dolía y me estaba aplastando los dedos contra la pantorrilla—. No puedes escucharlos. Mucho menos, ellos pueden verte o escucharte a ti. No pasa seguido, descuida. Su presencia no nos afecta en nada.
Se agachó frente a mi y con expresión serie me agarró el tobillo. Inspeccionó mis dedos rojos con cuidado y enseguida apareció en la mesita de café un trozo de hielo envuelto en tela. Lo tomó y sin decir más nada, lo presionó con delicadeza sobre mí.
Contuve un siseo de dolor y dirigí mi frustración a él.
—Tendrías que habérmelo advertido.
Caden levantó los ojos. Era la primera vez que nos mirábamos a la cara, tan cerca, en días.
—La última vez que vi una réplica fue hace como diez años —me dijo, pero luego, suspiró y asintió—. Y sí, tendría que habértelo advertido. Al menos no hubieses salido corriendo como un borrego descarriado y te hubiese roto el pie en el proceso.
A medida que el dolor menguó, fui consciente de la forma en la que tocaba mi piel, en la que sostenía mi pie, a pesar de este debía estar negro de andar descalza toda la mañana. Era como si no lo hubiese notado y estuviese cuidando de mi piecito como si este fuese hermoso y perfecto.
—Puedo hacerlo sola, gracias —le dije, en voz más calma. Intenté deslizar mi pie fuera de sus manos, pero Caden rodeó mi tobillo con los dedos—. Oye.
—Si vas descalza, te puedes enfermar, ¿lo sabes, no? —dijo, arqueando las cejas—. ¿O estás intentando enfermarte a propósito?
Tiré de mi pie con todas mis fuerzas y logré liberarlo. Le arrebaté el hielo de la mano y subí las piernas al sillón para ocuparme yo misma.
—No soy autodestructiva —le dije—. Y si lo fuera no creo que puedas retarme por eso. Tu mismo admitiste haber intentado todo para morir —Caden permaneció agachado, en silencio, hasta que finalmente asintió—. Y solo estoy descalza porque hace calor. Y no es cierto eso de que te enfermas por estar descalza. Salvo que pides algo que pueda darte tétanos, claro está.
Él no me contestó. Parecía un poco cortado conmigo, como si estuviese molesto por algo y de repente me sentí culpable por no haber charlado o siquiera intentado ser su amiga esos días. Tal vez, estaba enojado justo por eso. Pero si era el caso no podía explicarle de forma directa las razones por las cuales lo esquivé.
—Además... ya no estoy tan enojada —murmuré, sin mirarlo.
Por fin, Caden se irguió.
—No te escuché para nada estos días. Casi temí que hubieses desaparecido.
Apreté los labios. Por un lado, era una fortuna que no me hubiese escuchado. Casi todo el tiempo, tuve que ahogarme los gemidos contra la almohada. Por el otro lado, me hizo sentir muy desgraciada que el temiese que yo me fuera así sin más.
—Estuve pensando —le dije, viéndolo de reojo. Caden se había puesto las manos en los bolsillos de su pantalón. Él siempre vestido tan elegante.
—Me imagino, porque no encontré ningún destrozo —musitó. Caminó hasta sentarse en el sillón de una plaza que estaba junto al mío.
—Es que estoy cansada.
Sus ojos volvieron a mi rostro.
—Uno habría de esperar que cuando no haces tanto ejercicio, estarías más descansada —dijo, enarcando una ceja. Ladeó la cabeza y me miró fijo. Sentí un escalofrío. Por un momento, pensé que él sí sabía los ejercicios a los que me estuve sometiendo. Con él en mi mente.
Traté de mostrarme calma y no delirar con las nuevas fantasías que se originaban entre nosotros y ese sillón. Ni cómo enroscaría mis piernas alrededor de su cintura, ni como pondría mis pechos en su...
—Estoy cansada de estar enojada, nada más —le dije, y aparté la mirada. Sentía las mejillas ardiendo. Tuve que apretar las piernas y contener las ganas de pasarme ese hielo por otro lado—. Estoy más bien triste.
Lo dije para cambiar el tema y distraerme, pero en cuánto lo solté, me di cuenta de que estuve necesitando decirlo. Levanté la cabeza solo para percatarme de una expresión entendedora en su rostro.
—¿Por qué? —inquirió, a pesar de que seguro sabía por qué.
—Estuve pensando en mi mamá. Pasó una semana, ¿sabes? —añadí—. Debe pensar que algo malo, horrible me pasó. Pero yo estoy aquí, comiendo y andando descalza. Debe estar sufriendo mucho, soportando todo esto sola.
—¿No tienes más familia?
Negué.
—No creo que te lo haya dicho, pero mi abuela murió hace casi veinte años. Y no tengo papá —comenté. Estaba acostumbrada a decirlo como si no fuese nada cuando me lo preguntaban, pero no me gustaba mucho decir que mi papá solo estuvo conmigo lo suficiente como para darme un apellido y sacarse una foto. Ni siquiera estuvo en mi bautismo. Ya se había marchado para aquel entonces. Y hasta ahora, hasta mis veinticinco años, jamás me buscó y yo a él—. Mamá tampoco tiene novio. Tuvo unas experiencias muy malas con los novios... Y la abuela... La abuela era la mayor fuerza que teníamos las dos. Se fue hace tanto, que a veces me olvido que fue así.
—Lo entiendo —Caden estiró las piernas—. A menudo me he preguntando si mi familia me buscaba.
Me costó encontrar las palabras adecuadas para seguir, puesto que creía que a él debieron buscarlo muchísimo más. Primero, porque era hombre; segundo, porque era rico. Su familia debió poner muchísimo dinero para encontrarlo. Se decía que incluso Tadeus, décadas después, continuó buscándolo.
Pero, ¿mi mamá? Yo dudaba mucho llegar a las noticias de no ser porque quizás la última vez que alguien me había visto debió ser en la Casa Dagger. Mamá pudo haber hecho la denuncia, pero de ahí a que la policía y la sociedad me buscara activamente... había un trecho.
Eso me hizo acordar que, en la Casa, en la actualidad, la mayoría de las habitaciones tenían cámaras de seguridad. En verdad, alguien tuvo que haberme visto entrar al ascensor y jamás salir de él.
—¿Crees que alguien más que mi mamá me busque a mí?
Un vacío en el pecho me decía que estaba sola, que nadie la acompañaría. Yo tampoco tenía amigos de verdad, gente con la que me relacionaba de forma genuina. Hace años que estaba enfocada en estudiar, en escalar, en sobrevivir. No tenía tiempo para amigos de verdad, menos si esos podían poner en riesgo mis oportunidades, menos si esperaban pasarme por encima por no tener el dinero o los contactos necesarios.
Caden se removió en su asiento.
—Creo que no importa si los demás te buscan —murmuró—. Te busca tu mamá y volverás a ella cuando termine diciembre. Camilla, no creo que estés aquí cumpliendo una condena como la mía.
Torcí el gesto.
—Eso no lo sabes.
—No, la verdad es que no. Pero como dijiste, no creo que hayas hecho el daño que yo hice. Saldrás en diciembre y podrás recuperar todo. Solo serán unos meses y todo el mundo que conoces, seguirá como hasta ahora.
Quité el hielo de mis pies y los bajé al suelo. Lo dejé en la mesita de café y me giré hacia él.
—¿Y qué harás tú?
—Yo estaré muerto —me recordó—. Y hasta creo que sería lo mejor —El pesar se transparentó en su voz. Mi corazón se hizo eco de él. No me gustaba esa idea. Era espantosa—. Porque no sé si podría adaptarme a este nuevo siglo.
Se puso de pie y salió de la sala de estar. Lo imité y lo perseguí por el salón, con el corazón preocupado, porque su tono no hizo más que confirmarme que algo le pasaba y no creía que fuese bueno que estuviese solo. No cuando podía acompañarlo, hablarle, distraerlo.
Volví a sentirme mal por haberlo dejado solo tres días, cuando él quería tener una amiga. Me sentí mal por haberme estado tocando pensando en él cuando quizás necesitaba una charla conmigo.
Cuando entró a la biblioteca, me detuve, sin embargo. Me asomé solo para cerciorarme que no había más "réplicas" y luego seguí a Caden al escritorio de su hermano.
—Esto es todo lo que sé de mi familia —dijo él, abriendo el cajón del escritorio y sacando un diario. Parecía nuevo pero la imprenta a mi se me antojaba bastante retro. Me lo ofreció y vi la fecha antes que nada: 18 de febrero de 1940. Luego, vi el título: "Tadeus Dagger se consagra como el ganador del Premio Gaviota Azul de Novela". Dejé caer la mandíbula. Una foto de ese diario sería algo increíble para incluir en mi monografía. Una que nunca podría entregar—. Esta fue la única vez que la Casa me permitió ver algo de ellos. Nunca se me menciona. Solo que mi hermano ganó un premio importante.
Estiré las hojas del diario. No había fotos, siquiera. No se le permitiría tampoco a Caden ver el rostro envejecido de su hermano. Pero aún así, él lo guardaba con mucho cuidado.
Se lo devolví y no dije nada cuando él lo guardó. Volví a la biblioteca y recogí del suelo el libro que había dejado caer cuando vi la réplica.
—Él nunca dejó de buscarte —le dije. Él me miró desde el otro lado del escritorio—. Tanto que le pidió a sus hijos y nietos que, si algún día venía algún descendiente tuyo, fuese reconocido. Nunca quitó ese cuadro de la biblioteca —añadí, señalando su retrato—. Se nota que te amaba mucho. Supongo que al final no importa si muchos o pocos te buscan, tal y como dijiste. Solo hace falta que te busque alguien que te ama.
Me apresuré a salir, pero cuando crucé la puerta, me di cuenta de que quería decirle algo más. Algo como que teníamos que vernos para cenar o simplemente charlar. Me di la vuelta, con intenciones de regresarme, pero me topé de nuevo con Caden y esta vez, terminé atrapada entre él y una de las bibliotecas que estaba pegadas a la entrada.
Me sobresalté, él me pidió perdón por asustarme, pero no se alejó. Se quedó ahí, a centímetros de mí, bajando la cabeza mientras yo la subía para verle el rostro. En seguida, supe que ese fue un error, porque cuando lo miré, él se mojó los labios.
No, se los lamió. Fue ligero, fue sutil, pero me calentó todo el cuerpo y supe que necesitaría una cubeta entera de hielo para frenar la llamarada que estaba creciendo en la parte baja de mi vientre, entre mis muslos, que se rosaban con sus pantalones.
Entre abrí los labios, pensando en esa lengua sobre mí. Apreté el libro contra mis pechos, con la necesidad que sentía en estos por ser apretados, besados. Me pegué a la biblioteca y Caden dio casi un paso hacia mí. Sus ojos ahora estaban en mi boca, igual que los míos en la suya.
Exhalé lentamente, tratando de controlar el deseo, pero cuando pegó su cuerpo entero al mío, me quedé sin aire. Su pierna se coló entre las mías, presionó hacia arriba y solté algo parecido a un gemido. Volví a mirarlo a los ojos y solté el libro. Cayó entre ambos antes de golpear el suelo con un estruendo en el imperioso silencio.
Entonces, Caden se inclinó hacia mí.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro