14. Espejos
Espejos
—¿Cómo son las réplicas?
Caden levantó la mirada hacia mí. Detuvo la mano con su café a mitad de camino a sus labios. Había arqueado las cejas, sorprendido por mi pregunta fuera de lugar. Llevábamos un buen rato callados, en el comedor, desayunando con lentitud.
—¿Cómo? —inquirió, en respuesta—. Ya las viste.
—Sí —afirmé, con lentitud—. Pero, ¿son siempre así? Como sombras, me refiero. Formas apenas. O más bien como fantasmas... con cara.
A pesar de que el resto de la noche pude dormir, no dejé de pensar en la cara que había visto reflejada en el cristal desde que desperté. Había algo en los ojos del hombre, en su expresión, que me dejaba intranquila, por mucho que me repitiera que solo era producto de mi imaginación o de las maldades de la Casa.
—Son siempre sombras —corroboró Caden, bebiendo el café. Su mirada estaba tranquila, pero igual se tomó un momento para analizarme.
—Ah, entiendo.
Sin dudas, la casa estaba jugando conmigo. De la misma manera en la que jugaba consintiéndome en tonterías.
—¿Anoche viste una? —me preguntó.
Asentí y me apresuré a comer lo que quedaba del trozo de pastel de vainilla en mi plato.
—Este lugar es extraño —dije, aunque ambos ya lo sabíamos—. No sé cómo aguantaste tantos años aquí.
Caden se encogió de hombros.
—Ya se termina mi condena. Ahora que ha pasado todo ese tiempo, no me parece tanto.
Apreté los labios cuando vi que él tensaba la mandíbula. Después de todo lo que hablamos desde que llegué ahí, sabía que no estaba siendo sincero, que ahora estaba disfrazando su propia realidad. Pero no sabía por qué
Terminé mi pastel y me levanté en cuanto mis platos desaparecieron. No sabía qué iba a hacer en el día, pero, aunque en el jardín habían aparecido más platas y herramientas para que redecorara, no me apeteció acercarme. No quería darle el placer a la Casa de jugar con sus juguetes, así como ella jugaba conmigo.
—Voy a bañarme.
—Está bien.
Como no había terminado de desayunar, porque él comía super lento y de forma delicada y educada, se quedó en el comedor. Yo salí arrastrando los pies descalzos, bostezando, y llegué a las escaleras sin pensar en la enorme soledad de la casa hasta que llegué al piso superior.
Ahí, lejos de Caden, el silencio era tan abrumador que parecía que estaba completamente sola.
¿Y si cuando Caden terminaba su condena me tocaba reemplazarlo? ¿Qué haría si terminaba ahí, completamente sola, durante quién sabía cuántos años?
Me estremecí al pensarlo, mientras giraba sobre mí misma, observando la inmensidad de esa lujosa mansión. Entendía completamente que Caden hubiese querido acabar con su vida, porque yo no hubiese sido capaz de soportar. No había un solo sitio en ese lugar donde me sentía segura.
Tomé aire y fui a mi pasillo. Abrí el agua caliente de la bañera de mi baño personal y me quedé en silencio, escuchando mi propia respiración, sin atreverme a ver los espejos o cualquier otro reflejo.
Una vez estuve dentro de la bañera, traté de tranquilizarme. Intenté convencerme de que nada malo pasaría y que todo eran exageraciones de mi parte, porque la Casa también generaba eso, la paranoia. Me dije que todo estaría bien y que tenía que dejarlo pasar, ignorarlo. Después de todo, eso fue lo que Caden se vio obligado a hacer.
Bajé al comedor más tarde, con ropa limpia y zapatos, como una persona digna y lo encontré en su despacho, leyendo uno de los tantos libros que tenía en la biblioteca. Me senté a verlo y la verdad es que no hicimos mucho el resto del día. Cenamos en el comedor, mantuvimos una conversación casual y, antes de que me diera cuenta, mi trasero estaba sobre la mesa y Caden entre mis piernas, quitándome la ropa interior y besándome directamente donde me humedecía con cada una de sus caricias.
Terminamos de nuevo en su habitación, como la noche anterior, y para aquel entonces ya me había olvidado de mis cavilaciones y miedos de la mañana y la tarde: tenía la cara contra la almohada, los senos apretados contra el colchón, las piernas ligeramente abiertas y Caden sujetándome con furia el trasero mientras me embestía sin paz y con mucha prisa.
Mi cerebro no era capaz de pensar en nada más que en el placer inmenso que me recorría desde la punta de los pies, que me obligaba a arquearlos, hasta la punta de mis pezones erectos frotándose con la sábana. Solo podía escuchar sus gruñidos y mis gemidos ahogados. O el exquisito sonido que hacía su pelvis al golpear contra mis nalgas.
Se me derretían las piernas, me derretía toda yo. Y él se derritió conmigo momentos después, cuando ya no teníamos más energías para seguir cogiendo por lo que quedaba de esa noche. Me quedé tumbada boca abajo y no me moví, todavía sumida en el éxtasis, mientras él se dejaba caer a mi lado, agitado.
—Quisiera no parar nunca —me confesó entonces y yo deslicé la mejilla por la almohada para verlo. Su perfil estaba recortado por las sombras. La luz de los veladores lo hacía ver increíblemente guapo, más de lo que era, incluso.
—No sé cómo hiciste para estar cien años sin esto —musité, con una media sonrisa.
Caden giró la cabeza hacia mí, también sonriendo.
—No tengo ninguna idea.
—En general, no sé cómo no te volviste loco —añadí, acomodándome entre las sábanas. La sonrisa de Caden tembló—. Tendría miedo de estar sola aquí. No me sentiría segura.
Él frunció el ceño.
—¿Por qué? Justamente, estás sola. No hay nada que pueda lastimarte.
Apreté los labios y me tumbé panza arriba. Observé el techo de la habitación antes de girarme hacia la ventana, hacia los cristales donde había visto el rostro de ese hombre.
—No lo sé. Tendría miedo de no estarlo de verdad.
—¿Cómo? —preguntó él.
—¿Cómo estás tan seguro de que estás completamente solo? —pregunté, a la vez—. La Casa de por sí es... algo. ¿Y si hay más?
Caden empezó a negar antes de que yo terminara. Estiró una mano hacia mi mejilla y apartó un mechón rubio de ella. Entonces, su caricia se volvió conciliadora en cuando se irguió solo un poco para verme mejor.
—El punto de esta prisión es que no tengas a nadie en quien apoyarte, nadie que te extienda una mano, que te escuche. ¿Sabes lo extraño que es que tu estés aquí? ¿Para mí? —dijo. Sus ojos se cruzaron con los míos y supe que "extraño" no era palabra que resumía mi presencia para él en verdad. Claro que tenía una gran cuota de incógnitas, pero yo, para él, ahí, era mucho más. No necesitaba que él me lo dijera.
El punto era qué significaba ese lugar para mí.
—Voy al baño —murmuré.
Salí de la cama, escabulléndome de sus caricias antes de que sintiera que el corazón se me hacía pequeño entre las dudas y el miedo. Si él me consolaba dos segundos más, terminaría arrugándome como una pasa, quebrándome cuando había jurado que esa Casa no podría conmigo.
Me metí al baño en suite de Caden. En cuanto me senté en el inodoro para orinar, me forcé a borrar esas ideas de mi cabeza, así como ya había borrado hacía día la posibilidad de que hacer todo eso con Caden pudiese traerme consecuencias no deseadas.
Volví a la cama, en donde la conversación se volvió algo casual, más orientada a los deportes que eran populares hoy en día y qué cosas Caden querría conocer en persona. Él había leído, en los libros que la Casa le proporcionaba, cómo era nuestra sociedad y muchos avances, pero tal y cómo me explicó, una cosa era leerlo, ver dibujos y fotografías en esos libros y otra cosa era verlo en vivo y en directo.
—Sigo sin entender qué es la televisión, cómo funciona —me dijo—. Es algo que me encantaría ver. Si pudiera salir de aquí, sería lo primero que haría.
—Es como el cine —simplifiqué, arropándome, pero él me dirigió una mirada impaciente.
—Ya sé que es como el cine, pero no hay nadie frente a la pantalla proyectándolo —me recordó, así que me encogí de hombros. Yo tampoco sabía cómo funcionaba la televisión en realidad. Tampoco sabía cómo funcionaba bien el cine, para ser sincera.
La charla se diluyó lentamente. Nos quedamos dormidos. El peso del sueño sobre mis ojos me dificultó el camino al baño cuando me levanté horas después, para orinar nuevamente. Al regresar a la cama, me tropecé con uno de los sillones y ahogué un gritito cuando mis dedos del pie se hicieron bollitos contra la pata de madera gruesa. Caden, como si tuviera tapones en los oídos, no se enteró de nada.
Me derrumbé en el sillón, sosteniéndome el pie. Me mordí la lengua, pero al final terminé lloriqueando en silencio.
Entonces, tal y como la noche anterior, mientras se me caían las lágrimas, miré hacia la ventana, junto al sillón. Me olvidé del dolor en cuanto vi una luz encendida detrás de los cristales de una de las casas tras la calle vacía.
Se me drenó todo el calor del cuerpo, se me cortó la respiración. Se suponía que las viviendas ni siquiera eran reales. Se suponía que no se podían abrir esas puertas y que, además, esas casas en mi tiempo ya no existían. No había manera de que eso fuese una réplica.
A pesar del miedo que me embargo, no fui capaz de moverme de donde estaba. Me quedé esperando a que algo más sucediera, a que la luz se apagara, que alguien caminara por esa ventana o que saliera por la puerta hacia la calle. Me pellizqué para comprobar que no estuviese dormida, que lo que veía era real. Pero nada. No pasó nada hasta que me puse lentamente de pie.
Fue en ese momento que una sombra se acercó al cristal. La silueta oscura recortada contra la luz amarillenta era grande, robusta. Pertenecía a un hombre y sus hombros marcados tenían demostraban que tenía un traje... Al igual que el hombre del bigote que solía ver.
Salí corriendo. Me golpeé con la pata de la cama esta vez, pero eso no me detuvo. Salté sobre Caden y lo sacudí hasta que lo desperté. Lo arrastré hacia la ventana y él, todo dormido, se sentó en el sillón en el que antes me había sentado yo, poco interesado en lo que le decía.
—¡Abre los ojos y mira! —le chillé, sujetándole la cabeza y dirigiéndosela a la ventana. Pero en cuanto lo hizo y ambos nos giramos hacia afuera, me di cuenta de que la luz estaba apagada. No había nadie ahí, como siempre.
—Mmm —dijo Caden—. ¿Qué cosa quieres que mire?
Volví a sentir tanto miedo como antes. Volví a sentirme fría y confundida. Solté la mandíbula de Caden y me deslicé al suelo contra el sillón, totalmente apabullada. Estaba segura de lo que había visto. Estuve un rato muy largo viendo esa luz prendida, esperándola.
Me acaricié el brazo que me había estado pellizcando y noté lo colorado que estaba, cómo me dolía la piel al contacto.
—No lo soñé —dije, con la voz temblorosa.
—Cami —dijo Caden, estirándose hacia mí.
Yo negué, pero dejé que me tocara. Sus manos estuvieron en mis mejillas y me dí cuenta ahí de que las tenía mojadas. Había llorado del susto.
—Vi... vi... vi una luz... en la casa. Había alguien ahí. No te miento... ¡No estoy loca ni lo soñé! —musité. Él se agachó frente a mí y, ya bien despierto, apretó los labios. Podía ver la pena en sus ojos. Se compadecía de mí.
—No te preocupes —me dijo—. No pasa nada.
Yo pestañé, confundida por sus palabras.
—¿Qué no pasa nada? —solté—. ¡Vi a alguien ahí! ¡Tú dijiste que esas casas eran solo las fachadas, que no se puede entrar, que es como un decorado y ya!
Caden asintió, con paciencia. Me acarició el cabello, los hombros y luego los brazos. Notó en seguida, pese a la oscuridad del cuarto, el moratón que me había hecho al pellizcarme.
—Esto pasará pronto, te lo prometo —me dijo—. Llevas aquí poco tiempo y es normal que tu mente juegue contigo. Que la Casa te haga creer que hay cosas que realmente no están ahí. También me pasó.
Fruncí el ceño.
—¿Ah, sí?
Él suspiró.
—Muchas veces... creí ver a la mujer que me encerró aquí. Creí escucharla en todo el silencio. Fue durante los primeros meses —me contó. Su voz fue apenas un murmullo—. Estaba tan débil, desesperado... llevaba tantos días intentando acabar con mi vida y creía verla en todos lados, llorando por lo que le hice y burlándose de mi por no poder suicidarme.
Me imaginé lo que él debió haber pasado y teniendo en cuenta que decía haberle hecho algo horrible, seguro se merecía toda esa psicosis. ¿Pero yo? ¿Yo qué tenía que ver, para empezar? Yo ni siquiera conocía a ese hombre con bigote.
Quise decírselo, pero la sombra que noté en su mirada me acalló. Estaba sumergido en recuerdos que tenían décadas, que debían estar turbios entre la histeria, la depresión. Yo no podía discutirle cuando Caden volvía a hablarme de todos los intentos por silenciar su respiración para siempre. Eso era algo delicado.
—¿Cuánto tardó en pasarse... esa psicosis? —murmuré, después de estar más de un minuto callada, cuando Caden no dijo nada más.
—No lo sé —contestó, agarrándome las manos y ayudándome a ponerme de pie. Sujetó mi mejilla y me obligó a mirarlo cuando quise echarle un vistazo a la casa al otro lado de la calle. Con una gran paciencia, me llevó hasta la cama—. El tiempo es un gran borrón para mí. No sé exactamente cuántas semanas, cuántos meses. Además... no fue siempre parejo.
Se sentó a mi lado y me acarició el largo cabello cuando yo subí las piernas al colchón y las abracé.
—¿A qué te refieres?
—A que aquí siempre hay altibajos —explicó, estirando un mechón de mi cabello. Se lo quedó entre los dedos y lo observó con detenimiento. Brilló dorado cuando la lampara de la mesa de noche se encendió sola. La Casa sabía que estábamos despiertos, por supuesto—. Nada es siempre cuesta arriba. Un día estarás bien y vas a creer que nada puede afectarte. Y luego, caerás en un pozo profundo y volverás a intentar morir. Quizás no de forma activa, pero quizás solo te tires en la cama y no hagas nada más que esperar la muerte. Y cuando esta nunca llega, de alguna manera te levantas de nuevo y lo vuelves a intentar. Vivir, quiero decir ahora.
Arrugué la nariz. Me dio escalofríos de solo pensar lo que debía sentirse todo eso, la falta de libertad hasta para dejar de existir. Era un nivel de encierro superior a cualquier otra cosa que jamás haya escuchado.
—Eso no es vivir.
—No, no lo es —suspiró Caden.
—No sé si soy capaz de enfrentarlo —contesté. Yo era demasiado egoísta, demasiado ambiciosa y demasiado temeraria para soportar todo eso sola.
Aguarda, ¿egoísta?
No, yo pensaba en mí, en mi familia, en lo que necesitaba por sobrevivir. Yo no era egoísta.
—Supongo que nadie se siente capaz —resumió Caden, con un encogimiento de hombros. Soltó mi cabello y se acercó abruptamente a mí. Me sorprendí y salí de mis cavilaciones internas antes de poder reflexionar un poco más sobre mí misma. Sus labios estuvieron sobre mi frente, derritiéndome sin que pudiera entender bien por qué—. Pero... yo creo que de entre todas las personas, tú sí serías la que pudiese soportar cualquier cosa. Incluso esto.
Sus labios se deslizaron por el puente de mi nariz. Fue un roce que me hizo tiritar. No me moví ni un milímetro mientras su boca alcanzaba la mía. Su toque delicado me mantuvo en vilo. Su cálido beso me llenó de saliva la boca, me hizo ansiar el roce de su lengua. Le dio un vuelvo a mi corazón. Me borró los últimos miedos.
—Me tienes demasiada fe —murmuré, cuando finalmente se alejó de mí y nuestros ojos se cruzaron a un par de centímetros de distancia.
Él sonrió y esa sonrisa casi me hace agua algo mucho más que la boca. Tenía una forma socarrona de reír, tan sensual, tan elegante y rebelde a la vez. Me hacía recordar su fama de granuja y por qué él debía estar tan prohibido para mí.
Quizás por eso me gustaba más, porque lo que estábamos haciendo debía estar tan mal...
—Sí la tengo. No eres una persona débil —contestó. Trepó por encima de la cama y volvió a su lado, para acostarse y descansar. Palmeó la almohada a su lado y finalmente deshice el nudo que mantenía aferradas mis piernas contra mi torso. Me tumbé a su lado, me cubrí con las sábanas y me apuré a abrazarme a su costado, como la noche anterior. E, igual que la noche anterior, él me rodeó con un brazo—. Y sé que estás enojada con la Casa, pero yo creo que tener un hobbie, remodelar el jardín o lo que sea, es bueno para alejar la locura. A mí me salvó estudiar. A ti puede salvarte otra cosa.
No estaba muy convencida de eso, pero más que nada, porque yo no quería consentir a la casa usando los regalos que daba. No tenía ganas de seguirle la corriente y parecer feliz con las tonterías con las que quería taponear otras faltas. La Casa me había quitado mis cosas, me obligaba a vestirme de una forma en la que yo no me sentía cómoda. Era sumamente selectiva, aunque Caden dijera que yo era su favorita, que quizás no era un regalo para él, si no para ella.
Por eso justamente me enojaba, porque me sentía una muñeca dentro de la casa de Barbies de algún niño caprichoso, de algún ser al que le gustaba manipularme.
Miré el techo de la casa con esa idea en mente, sintiendo que no era una locura como tal. Todo era posible, al fin y al cabo. Quizás, quien manipulaba la casa era esa misma mujer, la que Caden había lastimado tanto.
Me llevé una mano al abdomen, preguntándome por qué ella querría darme flores para plantar y libros modernos que leer, pero no mis objetos personales u otras cosas que a veces le pedía y brillaban por su ausencia.
Yo ya había asumido que los anticonceptivos no eran necesarios, porque el día se reiniciaba, porque Caden nunca envejecía y por lo tanto yo tampoco y los embarazos no eran posibles en esas circunstancias, pero... ¿y todo lo demás? Le había pedido cosas lógicas, que, si funcionaban dentro de la Casa, en esa dimensión, y no me las cumplía.
Así que la pregunta era siempre la misma. Me la repetí mil veces antes de quedarme dormida otra vez: ¿Por qué yo? ¿Qué tenía que ver yo?
Muy a mi pesar, hice lo que Caden me dijo. A la mañana siguiente, con el afán de quitarme de la cabeza al hombre del bigote, volví al jardín y me puse a plantar y a cambiar cosas de lugar. Pasé varios días trazando planes en mi mente y en papel sobre cómo podía modernizar ese jardín tan viejo y no paré de decirme que, para eso, tenía que deshacerme por completo de ese laberinto de setos bajos.
De alguna manera extraña, estar ocupada funcionó. Parecía que estar ociosa era lo que afectaba a mi mente y si estaba pensando en otras cosas no tenía manera de ver cosas raras ni asustarme. La Casa volvió a parecerme un poco más amigable, como si aceptarla, seguirle la corriente, la pusiera a ella de buen humor.
Traté de no enojarme con eso, de no sentirme un juguete, manipulable y eso me ayudó a pasar los días. En las noches, no necesitaba nada de eso porque siempre había un cuerpo tibio a mi lado y mucho placer.
Caden solía acompañarme mientras trabajaba en el jardín. Yo me llenaba las manos de tierra y él leía y tomaba café o té. Nunca tenía una crítica para lo que yo hacía, pese a que estaba poniendo patas para arriba su jardín. Tampoco dijo nada cuando le pedí a la Casa un maso para destruir uno de los bancos de mármol. En cambio, se rio cuando no pude hacerle ni un rasguño y terminé toda adolorida y casi con esguinces siquiera por intentarlo.
—¡Pero no quiero esto aquí! —le dije, una tarde, después del almuerzo, cuando ya estaba recuperada de los trágicos intentos por destruirlo. En efecto, aunque había tardado más de un día, al contrario de Caden, que se recuperaba de cualquier cosa en una noche, yo ya estaba como nueva.
—Puedes pedirle que lo saque —aventuró él, pero yo puse los ojos en blanco. La Casa no quitaba las cosas así, el mobiliario, por sí solo, como si nada. Así que preferí no humillarme delante de Caden y dejé todo para ir a darme un baño. Él me siguió con la mirada y con una sonrisa divertida en el rostro hasta que me perdí en el interior de los pasillos.
Subí hasta mi cuarto y utilicé mi propio cuarto de baño. Me metí en la tina y relajé todos los músculos en el agua caliente. Aproveché para lavar bien mis manos y debajo de mis uñas, hasta sacar todo el barro y cuando salí y me envolví en la toalla, me miré al espejo para evaluar mi aspecto.
En todos esos días, siempre después de que me bañaba Caden y yo nos encontrábamos en algún lugar de la casa para entretenernos, si es que yo no estaba muy cansada. Hoy, pensaba que podíamos usar el escritorio en su despacho. O quizás contra alguna biblioteca...
Sonreí y comencé a desenredarme el pelo con un enorme cepillo antiguo y hermoso. Bajé la vista a las puntas del cabello y cuando la subí vi, detrás de mi en el reflejo del espejo, al hombre del bigote.
Pegué un grito y me giré, solo para comprobar que no había nadie detrás de mí. Con el corazón en la boca me quedé escaneando el baño. Mi respiración agitada fue lo único que se oyó. Pasaron varios segundos en los que me convencí de que lo había imaginado, como todas las veces anteriores, pero en cuanto me giré hacia el espejo de nuevo, ahí estaba él otra vez, con su traje antiguo a rayas, su bigote y una mirada furiosa.
Otro grito se escapó de mi boca y giré sobre mi misma. Yo estaba sola en el baño, pero en seguida lo noté en el reflejo del agua de la bañera, en los azulejos blancos, en todas partes.
—¡No! —le grité. Corrí a la puerta del baño, pero de pronto no podía abrirla—. ¡Déjame salir! —le supliqué a la casa, pero esta no me obedeció. La puerta comenzó a temblar y por más que tiré del picaporte nada ocurrió.
—Traidora —escuché a mis espaldas. Con el pánico haciéndome sudar frío, desnuda debajo de la tolla y solo con un cepillo para defenderme, me giré hacia el espejo de cuerpo completo que estaba contra la pared. El hombre del bigote me devolvía la mirada—. Traidora, traidora... ¡Traidora, traidora!
Sus gritos iban aumentando de volumen. Me pegué a la puerta y lloré llena de un terror que no había sentido jamás, ni siquiera cuando quedé atrapada en la casa y me crucé con Caden por primera vez.
Era su furia, que palpitaba en el espejo, que hacía temblar el agua de la bañera, la que me generaba tanto terror. Fluía en el ambiente, metiéndose en mis huesos.
—¡Déjame en paz! —le chillé, pero él solo siguió vociferando, tan fuerte que me pitaron los oídos, tan fuerte que el vidrio del espejo de rajo. La puerta detrás de mí siguió sacudiéndose, aunque yo ya no tiraba más del picaporte. Me hundí contra la madera blanca, me deslicé al suelo en completa histeria, sin saber qué hacer, sin saber a dónde huir—. ¡BASTA! ¡YO NO TE HECHO NADA!
«No a ti, yo no te he hecho nada a ti. ¡DÉJAME EN PAZ!», pensé, pero él no se detenía. Seguía y el reflejo se acercaba a mí. Casi que lo podía sentir vibrar en el aire, su presencia invisible, reptando para alcanzarme.
—¡NO! —Arrojé el cepillo contra el espejo, con todas mis fuerzas. Dio de lleno en la rajadura del cristal y se partió en mil pedazos.
Fue en ese momento en que la puerta del pequeño baño se abrió. De pronto, me vi arrastrada por el suelo hacia el pasillo. Entre el miedo, el espejo rompiéndose, no entendí qué demonios sucedía. Al principio, pensé que era Caden sacándome de ahí, pero cuando la puerta del baño se cerró sola y terminé contra la pared del pasillo, en un completo silencio y a salvo de los vidrios que estallaron, me di cuenta de que estaba sola.
La Casa me había sacado.
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