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10. Juegos

Juegos

Me tapé, pero sabía que era demasiado tarde. Caden me había visto desnuda los segundos suficientes para conocer hasta mi apellido. Bueno, casi.

Ninguno de los dos se movió. Él no intentó siquiera correr la cabeza hacia otro lado. Sus ojos estaban clavados en mi y en mis burdos intentos por cubrirme las anchas caderas y los pechos. Yo tampoco intenté nada, porque estaba muy sorprendida y demasiado mojada como para hacerlo. Ya me había patinado una vez, no necesitaba hacerlo de nuevo.

—Estabas gritando —me dijo él, un minuto después que pareció una eternidad.

Me mojé los labios, con toda una sensación pesada y picante sobre la lengua. Mi cabello chorreante humedeció la toalla hasta que esta se pegó sugerentemente a mis curvas y Caden tragó saliva, quizás con esa misma sensación.

—Vi una... réplica —dije. Casi ni respiraba. No me atrevía a moverme. Mi voz salió como un murmullo sedoso que, cuando lo procesé instantes después, se me antojó muy sensual. Tragué saliva yo también, preguntándome si él pensaba que lo estaba seduciendo.

Entonces, dio un paso hacia mí. Luego otro. Tan rápido que me asusté y estuve a punto de caerme a la tina otra vez.

—¿Te lastimaste? —inquirió, alcanzándome. Di un respingo cuando sus dedos rodearon mi muñeca. Levanté la mirada hacia su rostro y lo encontré a escasos centímetros del mío. Demonios, había olvidado lo rápido que era—. Camilla.

—¿Qué? —solté, sin poder despegar mi mirada de la suya. Él separó, haciendo fuerza, mi muñeca de la toalla. Está no se cayó, no solo porque la sujetaba mi otra mano, sino por el cuerpo de Caden de la nada presionado contra el mío.

Se me atoró la saliva en la garganta. Su calor me quemó a través de la toalla. Mi muñeca hirvió debajo de los dedos que la sujetaban. Mi respiración pasó de cohibida y silenciosa, a irregular y ansiosa.

—Si te lastimaste —repitió él, muy claro, pero a pesar de que yo estaba hiperventilando por su cercanía, que la sensación de su cuerpo contra el mío empañaba toda mi cordura, sí noté que él también estaba temblando.

—No —susurré, con los ojos aún clavados en los suyos. Eso no era del todo cierto. Me dolían las piernas y el culo por la caída, pero estaba más embobada que otra cosa como para poder admitirlo. Es que ni siquiera me importaba.

Caden aflojó entonces el agarre de mi muñeca y deslizó sus dedos por mi ante brazo. No pude reprimir un escalofrío. Me mojé los labios y él de mordió los suyos.

—Tienes colorado —musitó, bajando las pestañas al bajar la cabeza. Seguí la línea de su mirada, todavía con la respiración ansiosa. Él pasó cuidadosamente los dedos por la parte trasera de mi brazo flexionado. Una punzada de dolor me hizo brincar en mi lugar—. ¿Estás segura de que no te lastimaste?

Evidentemente, me había golpeado también ahí y no lo había notado. Pero ni siquiera era observación podía apartar mi mente de su calor, de los escasos centímetros que nos separaban y de cómo toda su presencia me envolvía, me succionaba hacia él, me tensaba los músculos agarrotados de las piernas y me ponía duros los pechos detrás de la toalla.

—Ni lo sentí —musité. Él levantó la cabeza; no me soltó. Se deslizó sutilmente hacia mí, un centímetro más, un par de milímetros más. Dejé de respirar—. Caden...

Se presionó contra mí. Su aliento chocó en mi mejilla, me sentí mareada. Repetí en mi mente la sensación abrumadora y exquisita de sus besos, de sus caricias, y eso me dejó endeble en sus brazos. No tenía forma de resistirme a su contacto.

—Caden —repetí, sin energía. Fue casi una súplica—. Dijiste que no...

Sus manos tocaron mi cintura desnuda. Sentí electricidad recorrerme la columna, anidarse entre mis piernas. Jadeé cuando sus dedos se clavaron sutiles en mi piel y finalmente mi pecho chocó contra el suyo. La toalla mojada y su ropa ahora húmeda fue lo único que nos separaba. El calor que irradiaban nuestros cuerpos, el magnetismo que nos alimentaba con cada vistazo, podría haberlo quemado todo.

—Ya sé... —musitó, con la cara a palmos de la mía. Mi boca casi rozaba la suya. Mis manos se trasladaron a su camisa, a sus hombros. Si él me soltaba, yo no tendría voluntad para dejarlo ir. Y si él se alejaba la toalla se caería—. Ya sé lo que dije. —Su mano bajo por mi espalda, se coló por entre mis nalgas y di otro respingo. Terminé de puntitas, con la boca abierta. Él también entreabrió los labios. Estábamos a punto de echarlo a perder todo—. Ya no importa lo que dije.

Entonces lo hizo. Se apoderó de mí. Me besó, profundo, intenso. Tanto que sentí que podría devorarse mi alma. Ahogué un gemido profundo y la rudeza que yo tanto ansiaba nos embargó por completo.

Sus manos, desesperadas, se aferraron a todo mi trasero. Me atrajo a su cuerpo, su pelvis se pegó a la mía. Pude sentir la dureza de todos sus deseos acumulados, por debajo del pantalón. Entre mis piernas, algo se tensó, se retorció. Apagué todas las vocecitas en mi cabeza que me pedían que lo reconsiderara, por su bien, por el mío. Me entregué a las sensaciones, al deseo y a la pasión que estuve reprimiendo.

Rasguñé su camisa y Caden sujetó mi mandíbula. Su boca se trabó con la mía; me comió como si nada de lo que yo le daba fuese suficiente. Sus labios se deslizaron sobre mí con una violencia que lo único que hizo fue hervirme la sangre. Eso era lo que me gustaba, el fuego comiéndome los músculos y tirando cada centímetro mi hacia él, alentándome a convertirme en parte de él.

Podríamos haber terminado dentro de la bañera, por la intensidad de nuestras caricias y besos. Pero nada más mi cadera chochó con el borde, mientras Caden me acunaba contra ella. Me sostuvo ahí, apenas sentada, y me hizo abrir las piernas, al mismo tiempo en que se deshacía de la toalla por mí. Acaté, sin dejar de besarlo, arrancándole la camisa sin importar que los botones saltaran de sus costuras. Solo podía pensar en que estaba totalmente como Dios me trajo al mundo y que ya no había vuelta atrás para nada de eso.

Cuando tuve su fuerte pecho desnudo bajo las palmas de mis manos, latiendo salvaje, fue el instante en que su lengua se encontró con la mía. Gemí, fuerte, y apreté su cadera con los muslos. Lo atrapé, pero no era como si él quisiera irse a otro lado.

—Mmm —musitó, mordiendo mi labio inferior, soltando mi mandíbula para bajar los dedos por mi cuello y tocarme de la misma manera en el mismo lugar en que yo lo hacía. Toda su mano se llenó de uno de mis pechos. Mi pezón, ya duro por los efectos de sus encantos, se frotó contra su palma. Y entonces me lo apretó de verdad, lo masajeó, se lo disfrutó. Y a mi me pareció que la forma en la que me mordía la boca no era suficiente.

Le arañé el abdomen mientras bajaba hasta sus pantalones. Ya me lo había imaginado demasiadas veces desnudo como para contenerme, sobre todo cuando él no paraba de acariciarme con vehemencia y rudeza, como si supiera exactamente que me gustaba la desesperación.

Me llené las manos con todos sus músculos que iba descubriendo. Delineé sus abdominales, perfectamente tallados como si hubiese estado entrenando esos cien años. Colé un dedo por debajo de la cintura del pantalón. Lo anudé en el ojal y desprendí el primer botón.

Caden gruñó en el instante en que mis uñas acariciaron su ropa interior, tanteándolo, provocándolo. Me reí y me dejé llevar por la locura de nuestro beso, haciéndome la cabeza, imaginándome su tamaño y fuerza, sin siquiera haberlo tocado, y eso lo excitó. Soltó mis pezones para recorrer mi cintura, para tomarla con firmeza y bajar hasta guiar mi cadera contra su pelvis. Mi vulva, desnuda, acarició como mis uñas su bulto.

Entonces, mis pulmones se quedaron sin aire más rápido de lo que me hubiese gustado. No quería separarme de su boca, pero no me quedó otra opción. Sus labios se apartaron con esfuerzo de los míos. Su sabor dulce se arremolinó en mi paladar y me relamí, antes de levantar los ojos hacia él.

Lo miré de lleno y me encontré con unos orbes turbados por el placer y el deseo. Las pupilas estaban dilatadas y sus iris completamente negros. Parecían los de una bestia hambrienta. Me observaban como si yo fuese una presa. Pero la verdad, es que no sabía quién de los dos tenía más hambre. No sabía quién mordería primero.

Desabroché otro botón. Y eso fue como si la electricidad que se acumulaba en nuestro interior nos desatara otra vez. Caden rodeó mi trasero con las suyas. Acarició la curva de mis caderas y se hundió entre ellas, buscando el punto de mayor fuego.

Nuestras bocas se encontraron una vez más con la misma urgencia. Esa dulzura tan febril se derramó sobre mí. Ahogué un gritito en el momento en que bajé los pantalones y me encontré con su pene hinchado, duro, bajo la ropa interior. Pero no fue solo por la emoción de realmente cumplir mis fantasías, no. Fue porque él hundió, despacio, un dedo en mi vagina.

—Dios, sí —susurré, jadeando entre sus labios. Caden se deslizó tibio y suave. Me tanteó despacio, cuidadoso, muy en contraste con el poder con el que me llevaban sus labios. Levanté la pierna, para darle mejor acceso desde atrás, y, a la vez, aferré toda la extensión de su pene, encantada con algo que en realidad no acababa ni de ver.

En ese momento, como si le hubiesen bajado el gas a la mecha, toda la desesperación que nos había descontrolado sucumbió a la premeditación con la que me acarició. Caden fue ligero como una pluma. Me calentó gradualmente. Recorrió mi interior, deslizándose fuera y dentro con una lentitud que casi me hace perder la cabeza.

Toda la piel me ardió. Podría haber estallado en cualquier instante y me desconocí con mis reacciones. Me desorienté y me volví instinto salvaje y oscuro. Mi mente se nubló y solo pude sentir. Algo crecía a un ritmo desvergonzado, el mismo que me obligaba a mover mis caderas sobre su mano, elevándolas para él, dándole todo el acceso necesario para que llegara más y más hondo.

Entonces, él bajó la boca por mi cuello. Con su otra mano volvió a apoderarse de mis pechos. Me masajeó mientras mordía toda la piel que encontraba. Ma vagina se tensó alrededor de su dedo cuando sus dientes alcanzaron mi pezón.

—Carajo —solté. Arrancó despacio, intercalando largas lamidas con besos, succiones y mordidas delicadas. Creí que me desmayaría, borracha de goce, pero no me lo permitió, porque sus dientes se pusieron más intensos. La electricidad escaló. Me sacudí por completo desde los pies a la cabeza. Me cubrí de agua, miel y llamas.

Caden soltó mi seno y subió hasta mis labios para acallar mis gritos. Movió el dedo más rápido dentro de mí, en círculos, percibiendo el orgasmo que me destruyó por completo. Me derrumbé sobre él, agitada, confundida y, por un momento breve, super aliviada.

Entonces, cuando él quitó el dedo y me dejó vacía, me di cuenta de que realmente no era suficiente. No lo sería hasta que tuviera su pene dentro de mí, hasta que me cogiera ahí y en cada rincón de la casa.

Me sujeté de sus hombros a duras penas. Me alejé de sus labios, mareada y con todo el cuerpo palpitando. Caden me observó a los ojos y a pesar de lo nublados por el hambre que estos aún estaban, noté cuanto ego había en ellos por lo que acababa de hacerme.

Oh, no. Al maldito se le había olvidado lo competitiva que yo era.

No dejé que volviera a besarme, porque si él estuvo gozando con las expresiones de mi rostro, que se contraía con cada uno de sus desquiciados movimientos entre mis piernas mientras se devoraba uno de mis pechos, yo quería gozarlo por igual, deseaba ver cómo se descontrolaba cuando lo sometiera al mismo tipo de placer

Bajé la mirada y entonces, por primera vez, observé bien lo que estaba a punto de gozarme de verdad. Su pene bullía en calor y en otras cosas. Volví a llevar mis manos ahí y noté lo tenso que estaba. La forma en la que se derramaba fuera de mis dedos me hizo agua la boca y, sobre todo, donde acababa de hacerme ver las estrellas.

Era más de lo que me había podido imaginar. Me encantaba, me prendía. No importaba que recién acabara. Tuve tantas fantasías con él en esos días, poseyéndome con rudeza, embistiéndome con descontrol, imaginando cómo se sentiría finalmente esa parte de su cuerpo dentro de mí, que ahora que estaba a punto de hacerlas realidad, me sentía eufórica, emocionada y de nuevo muy excitada. No había sido suficiente, para nada.

Lo acaricié, con la misma lentitud deliberada con la que él me torturaba. Lo recorrí desde la base hasta la cabeza hinchada y giré la mano en un puño, rodeándolo por completo. Le arranqué un gemido largo e intenso. Todo su cuerpo se agitó, sus manos, que ahora estaban ancladas en mi cintura, también. Embriagado por el placer, cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás.

Repetí mis movimientos. Una, dos, tres veces. Despacio. Caden perdió la estabilidad. Sus rodillas flaquearon. Mientras yo me deleitaba con toda su extensión, él desfallecía en mi poder. ¿Hacía cuánto que una mujer no lo tocaba? ¿Hacía cuánto que había esperado por sentir algo como esto? Más que mis propias fantasías, el saber que era la primera en un siglo me llenó de una sensación de victoria y poder que jamás sentí con nadie en mi vida. Y ese poder, en nuestro juego, me daba más que un premio.

—Justo así —susurró Caden, con la voz ronca. Tenerlo a mi merced, hablando más para sí mismo, totalmente desconectado con la realidad, me encantaba.

Lo tomé con más fuerza. Bombeé su cabeza con mayor velocidad. Deslicé la yema de mis dedos por su delgada hendidura, haciendo la presión correcta para enloquecerlo. Y luego, cuando su respiración estaba agitada, cuando tuvo que sujetarse de la bañera a mis costados a medida que lo atraía hacia mí, hasta que su pene chocó con mi abdomen, me detuve abruptamente.

El sonido que brotó de entre sus labios fue una mezcla de sentimientos. Había deleite con frustración y lo comprobé cuando sus ojos se clavaron en los míos. Le sonreí, provocativa. Le hice saber que todavía no habíamos terminado. Todavía tenía otra manera de hacerlo terminar.

Caden se mojó los labios. Ninguno dijo nada, solamente nos evaluamos por un momento, leyendo nuestras expresiones, adivinando si los dos estábamos jugando y a cuál juego. A que nivel. Entonces, cuando mis dedos dejaron su pene, él me rodeó la cintura con un brazo y, con la otra, me agarró la mandíbula.

Me levantó en el aire al mismo tiempo en que su boca reclamaba la mía, feroz, salvaje. Mis muslos se encajaron sobre los suyos, aunque él aún tenía los pantalones a medio bajar. No importó. Atrajo mi pelvis hacia la suya y sollocé de placer en el instante en que la cabeza de su pene se aplastó contra mi clítoris.

Buscando el camino, incapaz de dejar pasar más tiempo, me regaló unas exquisitas fricciones. Se frotó, derramando un bálsamo tibio que solo aumentó mi propia humedad. Volví a convertirme en miel y luego en caramelo.

Sus labios contra los míos no se detuvieron ni una sola vez mientras empujaba hacia mí, maniático. Los gruñidos que retumbaban en su pecho se ahogaban en mi garganta, me los bebía enteros cada vez que su lengua acariciaba la mía, cada vez que sus dientes mordían todo lo que encontraba a su paso. Parecía haber entendido exactamente cómo quería yo que fuese la cosa.

Entonces, se deslizó más abajo y di un respingo. La cabeza de su pene se resbaló contra la entrada de mi vagina y la presión dolorosa de anhelo que se apoderó de mi me hizo soltar un jadeo. Caden detuvo sus besos, alertado y malinterpretando mi reacción. Intentó separarse, alejar su cuerpo hermoso del mío y me aferré a sus hombros, clavándole las uñas con una suplica silenciosa que le trasmití subiendo una pierna y empujando su trasero con mi rodilla.

Pasó solo un segundo, antes de que se olvidara por completo de cualquier duda que podría haber surgido. Me besó otra vez; me sostuvo la nuca con la mano, para evitar que me fuera a ningún lado. Y ahí mismo, contra la bañera, en la posición más jugada y salvaje que tuve en mi existencia, me penetró.

Solté un grito. Él no fue brusco, pero sí veloz. Estaba tan derretida con él, y con la expectativa, que se deslizó dentro de mí como si estuviese bañada en mantequilla. Mi cuerpo no opuso resistencia alguna a lo que estaba sucediendo y me entregué a sus brazos como si me estuviese entregando al mismísimo demonio.

—Dios —gruñó Caden, contra mis labios. Comenzó a moverse con la misma urgencia con la que se enterró en mí.

Esta vez, yo dejé caer la cabeza hacia atrás. Su pene quemó todo a su paso y la velocidad con la que Caden me bombeó alteró cada una de mis convicciones. Dejé caer la mandíbula, con la única idea en la cabeza de que eso era miles, sino millones, de veces mejor que en mis fantasías. Jamás podría compararse con mis delgados dedos. La fuerza de sus caderas contra las mías, de sus testículos golpeando con violencia mi trasero, jamás podría compararse con mis sueños húmedos y despiertos.

Gemí, sin parar. Grité su nombre. Le pedí más. Estaba fuera de control, fuera de mi misma. Me olvidé de quién era y de por qué se suponía que no deberíamos estar haciendo eso. Si era perfecto, increíble. Si ambos encajábamos, si ambos lo necesitábamos, ¿por qué estaba mal?

—Más... duro —supliqué, cuando encontré otra vez su boca, después de que derramara besos y eróticas lamidas en mi garganta.

Caden obedeció. Me levantó del borde de la bañera, abrazándome de la cintura. Mis muslos se apretaron en torno a sus caderas y, en ese movimiento, también apreté todos los músculos alrededor de su pene.

Él ahogó un gemido en mis labios. Toda la estabilidad con la que pretendía sostenerme estuvo a punto de flaquear. Apreté con más fuerza y esta vez, los dos nos derretimos. Así, yo lo sentía todavía más grande, más duro, más... todo. Caden debía sentirse incluso mejor.

Sus brazos se cerraron con firmeza en torno a mis costillas en cuanto dejé de apretar, en cuanto le di una chance para recuperarse. Me sostuvo contra su pecho y mantuvo el equilibrio mientras yo me sacudía sobre él, mientras él empujaba hacia arriba y hacia abajo sin descanso.

Nuestros jadeos se mezclaron, nuestros movimientos se volvieron más frenéticos. Aunque la posición lo dificultaba todo, aunque impedía que fuésemos coordinados, no bajamos el ritmo. Tampoco bajó el placer.

Sin embargo, el hecho de que tuviera los pantalones arremolinados en los tobillos, finalmente los hizo trastabillar. Me bajó al suelo antes de que pudiera lastimarme y se sujetó del respaldo de la silla que estaba junto a la bañera.

Cuando mis pies tocaron el piso mojado, fui brevemente consciente de la realidad otra vez. Lo miré, a la cara, apartando el nubarrón de deleite que ocupaba mi mente. Caden se cernía sobre mí, me asechaba, pero cuando me devolvió el gesto, supe que estaba reaccionando igual que yo.

Me tragué las palabras, no me moví. No me animé a hacer nada que pudiese hacerlo huir por la puerta del baño.

—Necesito... —dijo Caden, mojándose los labios. Se pasó una mano por el pecho, como recorriéndose, descubriéndose tan desnudo como yo. Sus tobillos se deshicieron de los pantalones y dio un paso hacia mí. Quedé acorralada entre la bañera y la silla, otra vez—... Necesito...

Sus dedos encontraron su pene y mis ojos lo enfocaron automáticamente. No había bajado un solo centímetro, estaba listo para continuar, y me estaba persiguiendo para eso. Lo que necesitaba no era recapacitar ni alejarse de mí.

Me mojé los labios también y esperé. Su otra mano agarró mi cadera y me giró. Me llevó suavemente contra el borde de la bañera y me agaché ante su silenciosa orden. Dejé que me llevara, dejé que tuviera exactamente lo que necesitaba.

Su pene se acomodó en la entrada de mi vagina y más lento que la primera vez, se deslizó dentro. Cerré los ojos, disfrutando de la sensación de estar llena, completa. Me agaché aún más, sirviéndole mi trasero, tanto que mis pechos se mojaron con el agua tibia de la tina.

Caden me afirmó y entonces, olvidando la lentitud, me embistió con dureza. Rápido, profundo. La posición no hacía más que darle acceso a las partes más recónditas de mi cuerpo, hacia puntos en los que antes no hubiese podido acariciarme.

Me mordí el labio, para no gritar, pero fue imposible. Mi cuerpo entero se balanceó sobre el agua. Mis pezones rozaron la superficie y se tensaron con esa quemazón inesperada. Las sensaciones que despertaban en mi interior crecieron en picada, acercándome con premura al orgasmo.

Caden parecía a punto de llegar también. Tenía las piernas presionadas contra las mías, su pene latía y se hinchaba cada vez más. Su respiración se volvió tan irregular que por un momento me pareció que no respiraba en absoluto. Masajeó mis muslos llenos, clavó los dedos en la carne de mis nalgas y gruñó halagos hacia mí que me costaron entender.

De nuevo, me desconecté de toda realidad. Me olvidé de mi nombre y de dónde estaba. De lo único que podía ser consciente era de él, derrumbándose contra mi espalda para alcanzar mis pechos y apropiarse de ellos. De Caden, apropiándose de su regalo, antes de que yo tuviera que recuperar el control porque yo no era regalo de nadie.

Casi sin fuerzas, me aferré del borde de la bañera. Caden amasaba mis pechos y se agachaba constantemente por debajo de mi trasero, para subir fuerte hacia arriba. Cada embestida me dificultaba tomar decisiones, pero logré encontrar mi propia determinación en medio de un mar de dulzura y descontrol.

Empujé hacia atrás. Mi trasero lo hizo retroceder hacia la silla. Lo hice sentarse sin perder nuestra conexión y sin que él tuviera que soltar mis pezones duros. Un jadeó es escapó de su boca. Casi que sentí como se quedaba sin aire cuando mis nalgas lo atraparon contra la butaca.

—Camilla —susurró, casi una súplica. Realmente le iba a dar lo que necesitaba, aunque eso no significara que estaba regalada. Y eso él lo sabía.

No le contesté y entonces subí lentamente mis caderas. Su pene se deslizó fuera de mí, casi hasta el final, y me estremecí. Se sintió tan bien, tan delicioso. Bajé, o más bien me dejé caer. El sonido de la colisión me causó escalofríos, pero no me detuve ahí y volví a moverme hacia delante.

Caden gruñó mi nombre una vez más. Agarró mi trasero y soportó el peso con sus fuertes piernas. Para nada se inmutó por el impulso con el que me moví sobre él. Pareció mas bien fascinado por la imagen que tenía en frente, por mis caderas anchas, por mi trasero lleno, por mis curvas que alguna vez pudieron haberme dado vergüenza cuando era una jovencita inexperta.

Fui más rápido. Caden me rodeó con los brazos y pegó mi espalda a su pecho. Pegó los labios a mi oreja; me la besó, me la mordisqueó. Encontró entonces todos mis puntos débiles y los explotó al máximo. Sus pulgares e índices volvieron a atormentar mis pezones mientras sus dientes mordisqueaban mi cuello, mientras yo saltaba frenéticamente sobre él, mientras revoleaba mis caderas de lado a lado, adelante y atrás.

Otra vez, a pesar de la pequeña pausa que tuvimos cuando lo acorralé contra la silla, se arremolinó en mi interior una burbujeante ansiedad que se alimentaba a toda velocidad con un placer loco y febril. Cada centímetro de mi piel en contacto con la suya se prendió. Mi sangre se convirtió en lava y bombeó mi corazón tan rápido que le perdí la cuenta. Un sonido agudo salió de mi boca y lo único que escuché, mientras alcanzaba uno de los mejores, sino el mejor, orgasmo de mi vida, fue el grito que él lanzó contra mi oído.

Mi orgasmo lo hizo estallar y sentí su pene palpitar. Mi placer fue tan agónico, estalló con tanta fuerza, que en ese momento apenas si fue consciente de que había acabado dentro de mi y de lo que eso podía implicar. Lo único que llegué a pensar, tan excitada y fuera de control, era en lo primitivo y prohibido que era eso.

Dejé caer la cabeza hacia atrás. Mi nuca cayó sobre su hombro. Mis piernas, que se habían estirado en el aire durante el orgasmo, se vencieron sobre las suyas. Quedé lánguida, cansada, derrotada, sobre su cuerpo, porque Caden seguía abrazándome, sujetándome como si fuese lo único real y tangible en su vida.

Real sí era. Lo más real que había tenido en cien años. Pero también era algo prohibido y que acababa de joderle la existencia.

Me quedé ahí, tratando de recuperarme, de oxigenar mi cerebro, de pensar con claridad y de medir todo lo que habíamos hecho. Sabía todo lo que había estado mal, pero no me arrepentía de nada. Aunque sabía que sí lo había jodido, no podía arrepentirme. No podía evitar ser así de egoísta, incluso aunque fuera con algo tan superficial como el sexo.

Lentamente, Caden relajó su agarre. Sus manos cayeron por fuera de la silla y me permitió erguirme. Con cuidado, me puse de pie y me quedé un instante ahí, sin saber qué hacer, porque él no me decía nada y tampoco había algo que yo tuviera que decir. Pensé en alejarme y ocuparme de mí misma, pero me pareció sumamente frío, así que me armé de valor y me giré.

Caden estaba despatarrado en la silla, agotado física y casi que también mentalmente. Su cabeza también colgaba hacia atrás, sobre el respaldo de la silla. La erección que me había hecho gozar tanto todavía permanecía invicta entre sus piernas musculosas y abiertas.

—¿No fue suficiente... —musité, acercándome y metiéndome entre ellas. Mis rodillas acariciaron suavemente sus testículos. Fue una mínima tentación, nada más— ...para calmar estos cien años?

Levantó la cabeza y me miró. Primero a los ojos. Sus orbes oscuros brillaron en cuanto recuperó la consciencia completa de nuestros actos. Luego, deslizó esa profunda mirada por mis pechos, por mi abdomen, hacia más y más abajo. Me recorrió entera y me devoró con la mirada como si no me hubiese estado devorando de otra manera un minuto antes.

—Voy a necesitar mucho tiempo —dijo, la voz rasposa, quebrada—... Mucho para recuperar... lo que perdí en estos cien años.

Levantó la mano y la posó en mi pierna. La subió en una suave y delicada caricia que me puso a temblar, de las ganas. Me di cuenta de que, a pesar de que había llegado, de que lo había disfrutado como nunca, mis propios anhelos no estaban calmados. Realmente necesitaría tenerlo en cada rincón de esa maldita casa.

—¿No estás arrepentido? —pregunté. Sus dedos juguetearon por mi piel, pasaron de largo por el resto de mi hasta llegar a mi rostro Traté de no sorprenderme cuando delineó mi mandíbula y acunó mi mejilla. Su caricia fue tan delicada que casi me pone de rodillas—. ¿No temes ir al infierno?

Caden ladeó la cabeza, justo antes de estirarse hacia mí. Era tan alto que no necesitaba ponerse de pie para estirarse y llegar a mi cuello. Sus labios peinaron donde antes estuvieron sus dedos. Me incliné hacia él, encantada, y cerré los ojos cuando me besó en ambas comisuras. Su aliento se derramó sobre mi piel.

—¿Alguna vez salí de él? —murmuró, antes de besarme de verdad, con rudeza y muchas promesas... Antes ponerme a prueba y ver qué tanto podía ser su regalo antes de que yo jugara con él.

No suelo decir nada por aquí, pero hoy quería que supieran lo mucho que sufrí con este capítulo y lo mucho que espero que les haya gustado. No más <3 Espero poder resolver los próximos mil veces más rápido. ¡Gracias por su infinita paciencia!

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