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Rodó, rodó y la amistad se termino

Era una calurosa tarde de verano y los dos amigos estaban sentados en unas reposeras, a la sombra de un enorme nogal, pasándose esa bebida que tanto les gustaba.

Como era su costumbre habían tomado un melón, redondo, carnoso y frio, por haber pasado varias horas en la heladera, le habían sacado las semillas y parte de la pulpa y en su interior vertieron una lata de speed y poco más de media botella de licor de melón, y con unos sorbetes ya estaba listo.

Ya era una tradición para Juan y Ezequiel, el santiagueño, reunirse después del almuerzo en la casa de cualquiera de los dos, y beber aquel trago, de un melón hasta que se acababa la bebida o alguno de los dos se dormía.

Ese día tocaba en casa del santiagueño. En cuanto Juan llegó prepararon el trago y se ubicaron en sus reposeras. La charla, podía decirse que era buena, la bebida estaba bien fría, pero hacia tanto calor que aquel trago parecía evaporarse con el aire. Antes de darse cuenta habían llenado por segunda vez el melón, pero el calor parecía cada vez más intenso, y más tomaban y más calor sentía, así aquel melón fue rellenado una tercera y una cuarta vez.

—Juan no hay más esh lo último —dijo el santiagueño volviendo a sentarse en su reposera y dejando el melón en el suelo entre ambos asientos.

—Mejor así, ya tengo sueño.

—¿Ya? Si dijiste que te levantaste tarde.

—Pero anoche volví casi a las siete... —respondió Juan y repentinamente se calló.

—Ana también —susurró Ezequiel antes de mirar de reojo a su amigo y hacer un incómodo silencio—... no vas a salir con mi hermana, eres un —agregó bastante molesto poniéndose de pie y señalando amenazadora mente a su amigo—... Nunca me caíste bien.

—Ya sé, ya sé, siempre terminamos en lo mismo —respondió Juan restándole importancia a Ezequiel, quien pareció molestarse aún más.

El santiagueño dio un paso para acercarse más a su amigo, se tambaleo un poco al moverse y sin querer golpeó el melón, el cual comenzó a rodar volcando de a poco su contenido. Ezequiel intento detenerlo, pero antes de que llegara a tocarlo el melón cayó de boca derramando lo que quedaba de la bebida en el suelo. Juan soltó una carcajada y Ezequiel le lanzó una mirada cargada de odio.

—En verdad nunca me caíste bien.


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