Franco guardo ambos papeles y volvió a su lugar habitual junto a la caja registradora. La primera hora de la mañana fue agitada como todos los días, luego volvimos a la tranquilidad... y como casi todos los días a eso de las diez llego ella, Micaela.

Me dispuse a atenderla, pero al igual que ayer Franco me detuvo y se acercó a ella, cuando le llevo el café comenzaron a hablar y yo sentí como mi corazón se comprimía en ese momento.

No sé que esperaba, siempre supe que era imposible, sé que él solo me ve como un empleado, ni siquiera estoy seguro de que me vea como un amigo. Suelto un suspiro y de alguna forma despejo mi mente y sigo con mi trabajo.

Cuando vuelvo a mirar hacia aquella mesa veo a Franco sentado frente a ella, ambos ríen y ya no lo resistí, busqué refugio en la cocina dejando solo a Mario.

─¿Juan, sucede algo? ─la voz de Agustín llamó mi atención y al levantar la mirada ya lo tenía casi encima mío.

Sus ojos se centraron en los míos y antes de que pudiera reaccionar, Agustín me estaba abrazando. Sentí ese ardor en los ojos y maldije internamente.

─Ya te dije que no tiene caso, él es mayor para ti y hace rato sabemos que le interesa Micaela... solo tiene ojos para ella...

─Lo sé... y sabia que esto iba a pasar en algún momento... pero duele ¿Por qué no puedo fijarme en alguien más?

─Eso mismo me pregunto yo cada día.

Ambos sonreímos por ese comentario y al soltarme Agustín se apresuró a servirme un vaso de agua. Así era él, un gran amigo, siempre atento, una de las pocas personas que sabía casi todo de mi y que sin importar nada siempre estaba para mí.

─Soy un caso perdido ─murmuré aceptando el vaso de agua que Agustín me ofrecía.

─Si, eso es verdad... ¿Por qué no salimos esta noche' vamos a tomar algo y quien sabe... quizás tengas suerte y conozcas a alguien que te ayude a borrar a Franco de tu mente ─sonreí y asentí...