La noche era oscura, oscura como el corazón de aquella traicionera y malvada mujer. El camino estaba apenas iluminado por ese farol que me acompañaba y guiaba en este tortuoso camino, hacia ella, a sus ojos negros, a su cuerpo surcado ya por tantas manos.

Las voces llegan a mí como un murmullo en el viento, trayendo mensajes de desamor y desconsuelo… mentiras o verdades, lo averiguaré con el tiempo.

Los días pasan y yo solo veo negro. Ese endeble farol ilumina cada vez menos. Me detuve a su lado y moverme ya no quiero.

Si escucho los rumores que trae hasta mí el viento, se estruja mi corazón y la luz es cada vez menos.

La flama del farol se achica con el viento. Con mis manos la protejo acercándola a mi cuerpo… y me roza y me quema, me lastima cuánto quiere pues la amo y la protejo.

Hoy volvió a quemar mi mano, me alejé por un momento, ví el círculo de luz y era mucho más pequeño.

El viento me abrazó, puso sus labios en mi cuello muy, muy cerca de mi oído y murmuró como hace tiempo, palabras dolorosas que empañaron mis ojos en un momento.

La flama de mi farol tembló con el roce del viento. Miré mis manos ampolladas y esa flama temblorosa, esos ojos tan oscuros, esas curvas peligrosas… la mujer que yo amaba, tramposa y mentirosa…

Como pude ser tan ciego, esto no es luz, no es amor… no hay ningún camino solo hay una prisión, delimitada por la luz de este estúpido farol, que he cuidado con mi cuerpo y alimentado con mi corazón.

Me acerqué nuevamente y con toda decisión, soplé sobre esa flama y la apague sin temor.

Me quedé en la oscuridad y me alejé de aquel farol, pues quedarme junto a él sería mi perdición. Caminé por mucho tiempo, sin saber en qué dirección, buscando una nueva luz para mí herido corazón.

Un día ya muy lejos de aquel lastimero farol, una luz muy brillante llamó mi atención. Pequeña en el cielo, con miedo de salir, delgada y tan brillante que me hizo sonreír...