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Caminaba por el pasillo oscuro buscando algo, pero no sabía qué. Se aferraba al pequeño peluche cada vez que los relámpagos resonaban a través de las ventanas, haciendo que se sobresalte.

—¿M-Mamá? —Su ligera voz hizo eco en el lugar, sentía las lágrimas acumularse en sus ojos porque no encontraba a nadie, se sentía muy solo—. ¿Papá?

Llegó al final de todo, la manija de la puerta estaba a una altura que él no alcanzaba. La distancia era enorme que pensó por unos segundos si todo era un sueño... o pesadilla, pero al final, con un par de grandes saltos, logró abrirla.

El objetivo del niño se vio interrumpido al visualizar las escaleras. Siempre ha tenido ayuda de su madre cuando a estas se refiere, así que sumándole el hecho de que está a oscuras, el terrorífico ambiente en el exterior y encontrarse solo, le hizo dudar sobre si realmente debería seguir con su camino. Pero, tomando el valor que todo niño de cinco años podría tener, se aferró de las barras que sostenían la baranda, bajando peldaño por peldaño con extrema lentitud.

Al final, logró estabilizarse. Caminó por todo el lugar buscando a alguien para que le haga compañía y tal vez también despejar toda curiosidad en su interior sobre el hecho de qué hacía en ese lugar. Era víspera de navidad después de todo y esperaba con todo su corazón encontrarse con sus padres para que le hagan compañía. Esa casa (o mansión) se le era desconocida. Hace unas horas dormía tranquilamente en los brazos de su progenitora y después apareció en un cuarto junto a su oso de peluche.

Llegó al que su parecer era la sala. Miró la escena ante sus ojos, pero no la entendía, estaba muy confundido con todo. ¿Era algún juego? Él también quería jugar, en especial con todo ese líquido rojo que desprendía de la cabeza de la señora que era... Su madre. ¿Qué hacía en el suelo? El niño quería que se levantara y fuera a dormir con él.

—Vámonos —demandó el señor apartando la vista del cuerpo.

El niño pareció ignorarlo, se acercó donde la mujer para tocar el, ahora, pálido rostro. Pero el fuerte golpe que recibió en su cara hizo que tropezara y cayera con las lágrimas saliendo de sus ojos, porque le dolía, le dolía mucho. Nunca de los jamases le habían levantado la mano, todos los amigos de sus padres pensaban que era un niño muy hiperactivo pero no al grado de causar travesuras, así que esa cachetada no se la esperaba. Sollozó y sollozó, su llanto no paraba y aumentaba al ver que su progenitora no hacía ningún movimiento por protegerlo.

—¡Te dije que nos vayamos! —gritó el hombre cerca de su cara, tomándolo por su pequeña muñeca y, como el pequeño se resistía, prácticamente lo arrastraba. Incluso el hombre logró tomar el juguete del niño y lanzarlo donde el charco de líquido rojo al lado del cuerpo.

—No, no... —murmuraba viendo que su mamá no se movía, mantenía los ojos abiertos sobre él, pero no daba señales de que los seguiría. Él quería que ella fuera con ellos, con él y su papá.

Estaban cruzando la puerta de la casa y ella nunca se levantó. ¿Por qué no lo hizo?

Mientras que en otro lado del país, la víspera de navidad no pudo haber sido mejor para la familia. Ellos pensaban que todo iría bien, que no habría ningún percance. Hasta que aguantaron el aliento al ver que la niña apuntaba la pistola en la frente de su padre, con la curiosidad de qué sucedería si apretaba el pequeño gatillo.

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(24/12/20)

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