Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Facial de puré.

 —¡JA, JA, JA, JÁ! ¡Te plantaron! ¡Hasta La Sociedad te plantó, amigo, sí que eres impopular! —se mofó Fiodor.

Pero como él era ruso y no dominaba mucho el español ni el inglés sonó algo como «Amiguo, iztás pelrrrdido»

Me habían cancelado la cita extraordinaria, si ya era raro ser invitado a una cita sin programar más raro era que me dejaran plantado.

Nos hallábamos en la cafetería, era el turno de nuestro pabellón. Teníamos la última ronda por eso solíamos cenar a media noche y desayunar a las once de la mañana. Ya eran casi la una, bien entrada la madrugada. Kreila le sonreía al empleado ubicado detrás de la barra, desataba su poder de niña adorable porque así conseguía raciones extras. Nunca supimos por qué, pero ella dejaba la mitad de su plato sin comer, bajo la mesa. Tal vez tenía algo que ver con religión de su mundo o quería hacer hechicería para escapar, después de todo, las artes extrañas se le dan mejor a las chicas.

El cocinero se asomaba por el acceso cuadrado, similar a una ventana, le devolvía la sonrisa y le guiñaba el ojo a la niña mientras deslizaba una bandeja con puré de papas y una milanesa de soja. Kreila siempre comía lo mismo que yo, es que era su guía turístico, espiritual y su ejemplo a seguir en gastronomía. La última persona que me admiró tanto fue mi hermano Eithan y Veintiuno. Revolví el puré de papas con la cuchara plástica, a mí ya no me daban cubiertos no desde que había tratado de sacarme los ojos para no servir como agente, porque se me ocurrió que nadie querría a un agente ciego.

—No pueden plantarme porque no era una cita oficial —contesté sonriente.

—Claro, era extraoficial —se mofó él, sonriendo solo con los labios, sus ojos en realidad estaban perdidos en el vaso agua, con los párpados caídos.

—Extraordinaria —corrigió Dante.

—Lo extraordinario es que inviten a Jonás a una cita —se rio Natalia.

Me acomodé en la silla. Revoloteé los ojos, para mofarse de mí seguía siendo la misma Natalia de siempre. Poco me importaba esa cita, interrogatorio o encuentro con políticos de La Sociedad.

—A que no saben qué me pasó hoy —dije para cambiar de tema al momento que Kreila se sentaba en la mesa y engullía la cena como una aspiradora.

—Te plantaron los agentes, ya lo sabemos —dijo Natalia bebiendo un sorbo de agua, tenía el cabello recogido en un moño que le quedaba bonito.

—Además de cancelar esa cita, tuve una con la gerente de la Sede. La vieja Alenka, esa del nombre raro.

—No es raro —insistió Natalia, desidiosa—. Ya te dije que es polaca y por eso se llama Alenka. Alenka Wojchowski Chmielewski.

—Yo creo que la gerente tiene dos apellidos porque es adoptada —deduje.

—Buena observación —me felicitó Dante

Hice una ligera reverencia.

—Un espíritu milenario llamado Eco me dijo que los nombres dan muchas pistas de la persona. Es obvio que la adoptaron, de seguro algún trotador mató a sus padres y por eso nos odia en secreto ¡Quien tiene dos apellidos terminados en wski! —protesté.

—Ella —respondió Natalia mientras Dante mordía el tenedor, nervioso.

—Y tal vez sus hermanos —aportó Fiodor.

La luz del techo comenzó a titilar como una estrella, había usado la palabra con «H» y no precisamente hipo, helado u hola. Hermanos. Hermanos como los que yo había perdido... tres. Tres. Jodidas. Veces. ¡Consecutivas! Los había perdido hasta comprender que ellos se olvidaron de mí porque prefirieron servir a Gartet. Sí hasta usaban el uniforme militar de su ejército, de seguro lo tenían de fondo de pantalla en el teléfono, como un buen fanático. Eran unos traidores, me habían abandonado.

Estaba hiperventilándome como un perfeccionista que sacó A-.

El oxígeno de la sala se volvió espeso, me costaba inhalarlo, sentía una presión rolliza en los hombros, como si toneladas de basura me aplastaran. Todos me observaron atentos, incluso Kreila congeló los movimientos de aspiradora. El vaso de Dante repiqueteó en su lugar y la mesa se sacudió un poco. Tenía puestos en mí los ojos de todo el pabellón y de las dos vigilantes de la puerta. Ellas activaron sus porras a través de un moviente brusco y breve, como si fueran mozas coquetas que despliegan abanicos para bailar. Pero el único esqueleto que sacudirían sería el mío.

Avanzaron en largas zancadas hacia la mesa. Respiré bien hondo como me habían enseñado los primeros días al llegar allí.

Alenka me había entrenado, ella me enseñó a no desatar mi poder con varios métodos como equinoterapia, tocar una batería, música yen, boxeo, entre otros, hasta que dio el acertado.

Imaginé la aguja de un reloj, larga, moviéndose a ritmos acompasados, siempre en el mismo lugar, avanzando la misma distancia. Encerrada. Se mueve, pero no va a ningún lado. Fija. Tic-tac-tic-tac. Ignoré que estaba encerrado en la Sede, me olvidé de hasta quien era y me concentré en el monocorde compás de mi reloj imaginario. Tic-tac-tic-tac. Mantuve a margen mis sentimientos negativos y por lo tanto mi habilidad. Las luces zumbaron y volvieron a alumbrar sin intervalos, la mesa se petrificó y todo regresó a la normalidad.

Les sonreí a las vigilantes lo más exageradamente que pude, junté el índice con el pulgar para comunicarles que tenía todo en orden y que no era necesario freírme. Ellas desviaron la mirada y asintieron tranquilas. Yo nunca había tenido una sonrisa guapa, pero ahora era un repelente.

Desde que Petra y Sobe habían desaparecido por uno de mis portales estaba un poco alterado. Invocaba a cada rato mi habilidad, a veces ni siquiera estaba asustado, una vez la pared de mi habitación se agrietó cuando estaba frustrado porque el color rubio pajizo con el que pintaba el retrato de Dagna no era el indicado. La Sociedad prometió que cuando no tuviera sentimientos y fuera un agente completo me enseñarían a abrir portales.

«Aprenderemos juntos» decía Alenka.

Por el momento me brindaron terapia y me instruyeron a convocar calma. Si activaba por error mi habilidad o me serenaba yo mismo o me mandaban a dormir.

En parte extrañaba a los Guardianes del Triángulo, los adultos que antes me cuidaban nunca trataron de explotar mi poder o enseñarme, sabía que estaba destinado a algo tan grande como una guerra y ni siquiera habían pensado en darme clases particulares o entrenarme. Llámalos negligentes o idiotas, pero siempre se habían esforzado porque mi adolescencia fuera de lo más normal y trataban de que no me sintiera un conejillo de indias o un súper guerrero. Aunque ellos eran, como hubiera dicho 5M, unos cobardes. Gartet era un asesino, pero ellos no se oponían, solo se preparaban para defenderse no para atacar. Eran cómplices y, a veces, los odiaba tanto como extrañaba.

—En fin, estaba por contarles lo que me ocurrió hoy después de mi cumpleaños —dije—. Alenka me contó que no tiraron mis cosas. De hecho, conservaron los objetos de todos, sean paganos o no...

—¿Van a devolverte tu dedo? —preguntó Fiodor a modo de broma.

Inflé mi pecho y dejé escapar aire lentamente.

«¡Piensa en la aguja del reloj!» Me serené.

Pensar que tuvieron que amputarme el dedo medio para quitarme mi anillo mágico anguis no era precisamente un recuerdo de bodas que me pusiera de buen humor. El anillo no solo se convertía en cualquier arma que concibiera mi cabeza, si no que cuando era hurtado de mis dedos regresaba mágicamente a mi mano, como un imán arrastrando metal.

Para que el anillo no pudiera levitar velozmente hacia mí, me amputaron el dedo y lo encerraron todo junto en una caja de invicta. Sí, mis manos no eran una exposición de belleza y últimamente me costaba aferrar cosas, pero nada peor que ya no poder insultar con mi mano derecha. Luego de que me capturaran en Japón y me subieran a una patrulla me sedaron, cuando desperté no tenía ni mis cosas ni mi dedo agresivo. El mejor de todos después del pulgar.

—¿Preguntas en serio? —rumié, levantando el dedo medio de la mano izquierda, que aún conservaba—. O sea ¿Tú has visto que después de tres meses se puede recuperar un JODIDO DEDO, FIODOR?

—Eso es por casarte con un viejo campirano.

—No me casé con Eco porque anguis no es un anillo de compromiso —repetí por millonésima vez.

Fiodor parpadeó como si necesitara asimilar mi respuesta, podía darle mil años y estaría igual de perdido. Yo arrugué el ceño, Natalia tragó y se vio avergonzada... pero de nosotros. Aclaró su garganta y, para suerte de todos, dejó ese asunto atrás.

—¿Y para que quieres recuperar tus cosas? —preguntó Natalia, aburrida con mi historia, analizándome por encima de su cubierto—. No puedes cazar Abridores con armas mágicas. Usaremos electricidad, lo sabes. Los quemamos por dentro porque, por alguna razón, los trotamundos son más débiles que los humanos al recibir descargas eléctricas.

—Siempre salgo de expedición con agua de bañera encima —decreté más animado de que la conversación regresara a lo interesante.

—¿Agua de bañe...? ¿Acaso no te secas? —preguntó Fiodor.

—¡Secas! —repitió Kreila.

Traté de apuntarlo con la cuchara, pero las esposas que me encadenaban al apoyabrazos tintinearon y no me dejaron moverme con libertad. Tragué.

—No voy empapado. Quiero decir que Eco me dio agua de bañera mágica, en un frasquito. Hace dos años, en el primer mundo que visité un Creador me lo regaló. Si tomo eso probablemente muera, pero me permitiría hablar con quien sea. Vivos o muertos. Una vez me sumergí en esas aguas y hablé con mi hermana Narel, pero eso fue hace mucho tiempo, en Dadirucso.

—¡Dadirucso, yo estuve una vez ahí con mis primos! —recordó Fiodor—. Era una ciudad muy oscura.

Dante hundió su cabeza en los hombros y comentó como un niño molesto.

—Es obvio, porque Dadirucso es oscuridad al revés, en español.

Fiodor parpadeó con sus ojos verdes y hubo un destello de consiente curiosidad.

—Estás de broma.

—¡Todos los mundos son una palabra al revés!

Fiodor negó con la cabeza.

—Imposible. No.

—¿Acaso vives bajo una roca? —se rio Natalia.

—¡Roca! —repitió enérgica Kreila, probablemente ella sí había vivido bajo una.

—¡En fin! —interrumpí cuando noté que Fiodor iba a protestar o soltar una carcajada ficticia y antinatural—. Les pregunté si tiraron el recipiente que me había regalado Eco...

—JÁ, JÁ, JÁ...

—Quería saber si me lo regresarían, porque es un recuerdo muy importante para mí y dijo que...

—JA, JA, J...

—¡Ahora no, Fiodor! —alcé la voz y continué hablando tranquilo—. Y dijo que volvería a ser mío porque cuando me convierta agente no trataré de sabotear mi vida, estaré demasiado concentrado en cazar Abridores. Pero lo bueno es que lo recuperaré. Es una victoria para mí.

Las puertas de uno de los pabellones, que no era nuestro, se abrió emitiendo un chirrido. Cada pabellón tenía su propia puerta y cuando un grupo estaba gozando de la cafetería el otro tenía prohibido el acceso.

—¿Con qué muerto hablarías? —preguntó Natalia ignorando a la chica que entró.

Tenía el cráneo calvo, literal, su cabeza reflejaba las rutilantes luces del techo, como una bola de boliche. Sin embargo, la reconocí. Era Jeong Bae, una chica de veintidós o veinticinco y de ojos rasgados que había identificado en el patio de otro pabellón cuando Dante y yo nos montábamos al árbol para inspeccionar una ruta de escape. Jamás había hablado con ella, sabía su nombre porque lo estaba escribiendo en la tierra del jardín de su pabellón, como si esperara que lo viera un piloto o un astronauta y la rescatara. Lo había parcelado con un palo de escoba mientras sus compañeros la alentaban.

La única diferencia es que, cuando la atisbé por primera vez, su cabello era largo, enrulado y lila. Como un algodón de azúcar. Su melena había sido rapada porque La Sociedad cumplía con un estricto régimen de vestimenta, mientras más parecidos a agentes de bienes raíces mejor. Incluso Fiodor tuvo que sacarse todos los aros que traía en la cara. Se había cortado el cabello voluntariamente, lo supe al instante que ella atravesó la puerta, debería quedarle una sesión de introverción más o se había egresado ese mismo día porque se veía insípida igual que galletas de un único ingrediente.

Caminó flemática hacia la cocina, pidió un vaso de agua y una aspirina al cocinero y aguardó, viéndonos con una mirada reservada, sus labios estaban inexpresivos. El cocinero colocó su orden en la barra, ella agradeció con un gesto de cabeza mecánico y ausente, sin quitarnos los ojos de encima. Actuaba como alguien reservado, muy poco propio de una chica que escribe su nombre en letras enormes y tiene el cabello lila.

—¿Con que muerto hablarías? —preguntó otra vez Natalia y sacudió lentamente una mano frente a mis ojos—. ¿Hola? ¿Tierra a Jojoloco?

Dante supo en lo que estaba pensando.

—¿Qué hace ella aquí? Es el turno de nuestro pabellón, va contra las reglas.

Natalia miró sobre su hombro, todos contemplamos con poco disimulo cómo Bae tragaba la aspirina con dificultad, una vez vi a un perro con un hueso atorado en la garganta, se vio casi como Bae.

—Ah, se egresó hoy, es su última noche en la Sede por eso puede celebrar haciendo lo que quiera.

—Y quiere tomar aspirinas —deduje.

—Mañana comienza su entrenamiento —informó Natalia y comenzó a jugar con su collar, lo hacía cada vez que pensaba en recibirse—. A final de mes ya estará reclutando en la calle.

—Tú no podrías decidir entre un muerto. Tienes muchos —dijo Bae, caminó hacia mí y se metió en una conversación que no le pertenecía.

—¿Te conozco, pelona? —pregunté enfurruñado, por recordarme algo tan obvio.

—¡No te conocemos! —dictaminó Dante.

—No, pero yo sí. Los rumores corren, todos los pabellones saben que estás aquí y quien eres. Por ser un chico impórtate para el destino de los trotadores, fuiste atrapado con bastante facilidad. Te atraparon rendido en una azotea.

—Eh, bola ocho, acaso tu sueño es dirigir un programa de chismentos o qué, vete a molestar a otro lado —dije irónico, tratando de que se fuera con mi comentario sin sentido.

Ella no se sintió intimidada, digo, cómo podría.

—Tu problema es que te encariñas demasiado de los nativos y los transversus. Debes verlos como los monstruos que son.

Apreté los puños. La gerente Alenka, la persona a cargo de la Sede, me había pedido todos los detalles de mi antigua vida, pero no le dije nada, por más amenazas de castigos que me dieron. Decidieron que esperarían, porque cuando me convirtiera en agente cantaría como un perico, diría dónde estaba escondida mi madre, los padres de Dante... todo.

Lo único que le había contado a Alenka fue que antes de que me capturaran no había podido salvar a Nózaroc. Todas las personas que vivían allí y me refiero a literalmente todas, habían muerto aplastados por basura. Era una cicatriz en el alma que nunca podría sanar ¡Y Alenka pasó aquella confesión en un reporte que seguramente leyeron todos los agentes, incluida ella que acababa de graduarse! Imaginaba el título de ese informe: «Jonás quiere salvar nativos de otros mundos y siempre falla. LOL»

—¡No me encariño de monstruos! —negué.

Dante sujetó mi mano izquierda y miró amedrentado su plato.

—Jonás, no alces la voz —suplicó, su rumor fue tan leve que el aleteó de una mariposa pudo haber sido más estrepitoso.

—Sí que te encariñas, lo conviertes en tus amigos ¿Acaso eres cuidador de zoológico o qué?

—¿Por qué preguntas, águila calva, quieres que te lleve a tu jaula? —contraataqué.

—Amas a los animales —se mofó—. Seguro te besuqueas con los pescados del supermercado.

—Es que son más atractivos que tú.

—Seguro te la jalas viendo National Geographic —continuó mofándose, por no tener sentimientos ni propósito en la vida más que matar, era bastante buena fastidiando.

Sin embargo, me hablaba como si acabara de despertar de una siesta, ni siquiera tenía deseos de molestarme, solo soltaba palabras con voz estática, como si fuera un programa de computadora, recitando pensamientos que alguien más había escrito hace mucho tiempo.

—No son animales de zoo —repetí porque al parecer era dura de oído.

—No son ni humanos ni trotamundos, son monstruos, así que es casi lo mismo. Pudiste haber salvado a los trotamundos, pero por revolcarte con bestias ahora todos morirán.

Era más maduro que ella, no estaba a mi altura, por eso preferí cerrar la boca por medio segundo.

—Si continúas hablándome así de lindo harás que se me resbale un puñetazo.

—No le pegues a una chica, no es de caballeros.

Rechiné mis dientes. Yo no era un caballero, era un loco.

—Casi te desmoronas por esas bestias de corazones cochinos que se quitaban los órganos ¡Puaj! —caminó hacia mí, se ubicó a mi lado, dobló el brazo y lo apoyó sobre mi hombro, clavándome el codo en la garganta—. Sé que no se puede dar medallas a la basura, pero coronaría a ese montón de residuos que aplastó la ciudad de monstruos. Al menos ya están extintos.

Apreté los puños, ella descargó el peso de su cuerpo en mi hombro derecho, donde estaba recostada. Se aprovechaba de que estaba amarrado a la silla y no podía defenderme.

—No eran monstruos, maestra aire —repetí—. Ellos eran gente y tenían nombre.

—Ah, cierto, números y letras ¿Cómo era? —se dio golpecitos en la barbilla—. ¿7E7AS?

Giré hacia la derecha, para verla a la cara y explicarle, como buen samaritano, que sus palabras no me molestaban. Ella también me miró, nuestras narices se tocaron. Su piel era suave como la nata e irradiaba una placentera sensación cálida. Podía besarla a esa distancia y lo hice. Ella ni siquiera dio un respingo, no le disgustó ni agradó. Igual que a mí. Fue como apoyar los labios sobre masa cruda. Era mi primer beso, a los diecisiete, justo antes de morir. Y era un fiasco. Podía sentir que Dante le cubría los ojos a Kriela. No tenía sentido lo que hacía; pero todo lo que me había ocurrido era una orquesta de irracionalidad, así que ahora actuaba de forma disparatada porque me gustaba que el resto se sintieran igual de absurdo que yo.

Le sonreí amablemente entre sus labios, ella ni siquiera se movió como si tratara de procesar, con la poca mente que le quedaba, que nos estábamos besando. Sentí su respiración pesada y triste en mi mentón.

Alcé un poco la barbilla hacia su oreja, con lentitud, quería susurrarle en el oído, gentilmente, que me dejara tranquilo. Porque yo tenía clase. Pero en su lugar le mordí el lóbulo de la oreja con tanta fuerza que sentí a su carne tierna ceder bajo mis punzantes dientes. Mi boca se llenó de su sangre y me atraganté con el sabor metálico. La empujé con mi cabeza hasta la mesa, el movimiento la tomó desprevenida y se dio un cabezazo sobre la superficie de metal liso. Su frente chocó contra el puré de papas, el impacto sonó como un gong. Luego se desplomó al suelo al igual que un trapo mojado.

—¡Jonás, no eres así, eso no hacen los caballeros! —casi lloriqueó Dante en su asiento— ¡Los chicos son gentiles con... !

—¡Dale duro a la pelona! —gritó Fiodor.

—No pelees en tu cumpleaños —pidió Natalia.

Pude haberme calmado respirando e imaginando el minutero. Pero no había tiempo, debía darle su merecido por burlarse de la muerte de 1E, 26J... Veintiuno ¡Finca! ¡Finca estaba muerta hace dos años! ¿Cómo podía vivir con su ausencia?

—¡Ella no es una chica es una agente! ¡Una puta bestia!

Bae se levantó repentinamente, con la nariz sangrante y la oreja aún más. Parecía que tenía barba de sangre, si seguía molestando le haría un peinado rojo y falso también. Afirmó los pies en el suelo, aferró el respaldo de mi silla, para propulsarse mejor y darme un puñetazo.

—¡Me gustas! ¡Le pediré a Alenka que seamos compañeros! ¡Esperaré hasta que te egreses! ¿Te parece, Jonás? ¿Qué te parece? La pasaremos genial —chilló como una pava, incluso las bocinas de los autos tenían más sentimiento en su sonido—. ¡Así aprenderás que ser un blando te llevó hasta aquí!

Me costaba moverme con la silla, pero antes de que pudiera darme otro puñetazo, me arrojé sobre ella como un luchador en un ring, el peso la derribó al suelo y ambos recibimos una descarga electica. Escuché que Dante y el resto se ponían de pie, las patas de la mesa y las sillas chirriaron al arañar el suelo y ser arrimadas al centro de la sala. Había pasos.

Mis músculos se tensionaban al momento que ardían.

Era mi castigo por no controlar mis nuevos impulsos de ira. Y era el castigo de Bae, por tener razón.










¡Hola a todos!

No tengo mucho que decir porque ya me voy a dormir jajaja

Tal vez sí tengo algo para decir: prometo que el libro volverá a ser pintoresco y gracioso (o lo intentaré jajajaja)

 Me despido con un dato: a Eco le puse así porque ese viejo Creador ayudó a Jonás a que se comunicara con su hermana y nuestro querido prota se quedó con esa conversación años enteros, reproduciéndola, pensándola, rebotando las últimas palabras de Narel como un eco en su cabeza. Cuando tenía 17 y me moría de calor en el verano del 2016, creí que sería divertido que, la última persona en reunir a Narel y a Jonás, fuera el Eco :v

¿A ustedes como les va? ¡Me encanta leerlos y soy super chismosa jajaj!

¡En fin, por si no nos cruzamos más, feliz viernes y buen fin de semana!

¡Abrazote!



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro